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Acto V


Escena I

 

LELIA, QUINTANA, SALAMANCA.

 
 

Calle.

 

LELIA.-  ¿Qué tengo de hacer, pobreta de mí, sino tomar el mejor expediente? Especialmente que Lauro mi señor tiene entendido de Crivelo su lacayo que me han visto abrazada con Clavela. Yo no entiendo quién puede ser éste que en mi forma y hábito haya tenido tal atrevimiento.

SALAMANCA.-  Señor mase Quintana. ¿Qué digo? Ojo, he allí a Fabricio.

QUINTANA.-   Ya lo veo.

LELIA.-  En manos de Marcelo mi amo voy derecho a ponerme.

QUINTANA.-  Llámale; y sin manteo viene.

SALAMANCA.-  Habráselo jugado: ¡ah! Señor. ¡Válame Dios! ¿Está sordo?

LELIA.-  ¿Qué mozo es éste que me ha llamado?

QUINTANA.-  ¿Qué mozo es éste? ¡Ah Fabricio! Vergüenza, vergüenza, ¿que es del manteo?

LELIA.-   Hombre honrado, ¿conoceisme vos a mí?

QUINTANA.-   Sí que te conozco.

SALAMANCA.-   Sí que os conocemos.

LELIA.-   ¿Tú sabes con quién hablas?

SALAMANCA.-  Bien sé con quién hablo, con Fabricio hablo.

LELIA.-  ¿Cuál Fabricio?

SALAMANCA.-   Mi amo.

LELIA.-  ¿Yo soy tu amo?

QUINTANA.-  Déjate de chacotear, Fabricio, y vamos a la posada.

SALAMANCA.-  Vamos, que es hora de comer.

LELIA.-   ¿Quién te quita la comida?

SALAMANCA.-   Él me la quita, pues venir no quiere.

LELIA.-  Yo no tengo para qué.

SALAMANCA.-  Bien lo creo, pues tiene su tórtola en el buche.

LELIA.-   Calla, diablo, con tu comida.

SALAMANCA.-  Bien tenéis vos por qué callar, dómine Faldetas, pues antes de salir de la posada así os engullís las sopas como anadón nuevo los livianos o caracoles.



Escena II

 

LAURO, CRIVELO, y dichos.

 

LAURO.-  Cátale, Crivelo: dale, muera.

LELIA.-  ¡Santa María, señora! Sed conmigo.

QUINTANA.-  Teneos, gentilhombre.

CRIVELO.-   Que no hay que tener.

SALAMANCA.-   A esotro, no a mí. ¡Oh pecador de Salamanca!

LAURO.-  En casa de Verginio se ha metido.



Escena III

 

MARCELO, QUINTANA, LAURO, SALAMANCA, CRIVELO.

 

MARCELO.-  ¿Qué descortesía es esta tan grande, señores, de querer entrar con las espadas tiradas en casa ajena?

LAURO.-  Dadnos ese rapazuelo de Fabio.

QUINTANA.-  ¿Fabio? Fabricio se llama, señores.

MARCELO.-  Ni es ése ni esotro, que vivís engañados; pero, señor Lauro, antes que te lo dé, primero te suplico que me oigas un negocio que pocos días ha que aconteció en mi pueblo, maravilloso de oír.

SALAMANCA.-  Señores, ¿paréceles que vaya por sendas sillas al mesón?

MARCELO.-   ¿Para qué, di?

SALAMANCA.-  Porque según han tomado el comienzo, no es mucho que nos tomen aquí las cumpretas.

QUINTANA.-  Déjelo, señor.

LAURO.-  Que me place de lo oír; pero ha de ser con una condición, que entreguéis luego ese rapaz en mi poder.

MARCELO.-  Yo te lo pondré en tus manos propias, a fe de quien soy.

SALAMANCA.-  ¡Qué gentiles alientos para quien querría estar en la posada, y tener los asadores atravesados por las tripas!

LAURO.-   Di presto.

MARCELO.-  Has de saber, señor, que no ha muchos años que un caballero tomó amores con una doncella, la cual le pagaba con el mismo amor. Quiso su desdicha que este caballero se enamoró de otra señora, olvidando la primera: la primera viéndose despreciada de su amante, no sabiendo qué se hacer, acordó de mudar el hábito femenino, y en el de hombre muchos días lo sirvió; pues andando a la desconocida, viéndose todavía aborrecer de este su señor, vino en tanto extremo que estuvo para desesperar, y está hoy en día que plañe y lamenta en secreto, que es la mayor lástima del mundo.

LAURO.-  Dichoso tal hombre, pues con tan firme amor es amado. ¿Y por qué no se da a conocer de su señor?

MARCELO.-  Porque tomo del mal suceso.

LAURO.-   ¿Cuál mal suceso? A fe de caballero que si por mí tal acaeciera... ¿Mas qué digo? No soy yo tan dichosa ni tan bienaventurado.

MARCELO.-  Señor, si por ti tal acaeciera, ¿qué es lo que hicieras tú? ¿No olvidaras otro cualquier amor por mujer tan constante siendo tan hermosa y noble como la otra?

LAURO.-  ¿Cuál olvidar? ¿Y con qué se podría pagar un tan conforme amor?

MARCELO.-  Pues primero que en nuestra casa entres, ni a Fabio veas, quiero me jures a fe de caballero que es lo que tú hicieras sobre este negocio.

LAURO.-  Por el juramento que me has tomado te juro que no le podría pagar con otra cosa, sino con tomalla por mujer.

MARCELO.-  ¿Hiciéraslo ansí?

LAURO.-  Y no de otra manera.

MARCELO.-  Pues entra, señor, que por ti propio ha sucedido lo contado.

LAURO.-  ¿Por mí? ¿cómo?

MARCELO.-  Porque Fabio (a quien tú quieres matar pensando que es hombre) es tu querida primera Lelia, hija de Verginio, romano, la cual se salió del monesterio por servirte en hábitos de hombre; mira si le debes algo y lo eres en grandísima obligación.

LAURO.-  No me digas más, señor Marcelo, que yo te creo.

CRIVELO.-  Y aun por eso, señor, muchas veces cuando se iba a acostar a la cámara de los lacayos, se apartaba acullá lejos en un rincón a desnudar: yo decíale: hermano Fabio, ¿por qué no te vienes a desnudar a la lumbre? Y respondíame él diciendo: hermano Crivelo, tengo sarna.

LAURO.-  Sus, entremos allá dentro, que yo le quiero pagar con lo que tengo dicho.

SALAMANCA.-   Señor mase Quintana, si aquel no es Fabricio, ¿qué esperamos? vámonos ad comedendum ad posatam.

QUINTANA.-  ¿Qué dices? ¿Qué algarabía es ésa?

SALAMANCA.-   ¿Algarabía es ésta? Es gramátula, y aun de la más fina de Alcalá de Humares.

QUINTANA.-  Escúchale. Dígame, señor, ¿cómo dijo denantes que se llamaba el padre desa Lelia?

MARCELO.-  Verginio, romano.

QUINTANA.-  ¿Verginio, romano?

MARCELO.-   Sí señor.

QUINTANA.-  ¿Tuvo otro hijo sin ésta?

MARCELO.-   Uno, el cual se perdió en el saco de Roma.

QUINTANA.-  Por hallado se puede tener el día de hoy: que llegando a ver aquí a Módena so amparo y guarda mía, se nos ha desparecido, y pensando ser éste que se retrajo en vuestra posada, venimos en su seguimiento.

CRIVELO.-   ¿Y es ése el que llamáis Fabricio?

QUINTANA.-  Sí, señor.

CRIVELO.-   Ta, ta, que me maten si ese que vos decís no es el que han tomado por Lelia, y está encerrado en casa de Gerardo.

MARCELO.-  Pues por amor de mí, mientras nosotros nos entramos a efectuar el matrimonio del señor Lauro con Lelia, se vaya aquí con Crivelo.

QUINTANA.-  ¿Dónde, señor?

MARCELO.-  A casa de Gerardo, porque Verginio es ido allá armado con Pajares su mozo a que le restituya a Lelia.

QUINTANA.-   ¡Válame Dios! Iré porque no suceda algún escándalo.

CRIVELO.-   Vamos, y daremos noticia de lo pasado.



Escena IV

 

QUINTANA, SALAMANCA.

 

SALAMANCA.-   ¿Y pues? ¿Yo, mase Quintana o cuartana, quédome hecho campaleón? ¿Piensa que me he de mantener del aire?

QUINTANA.-   ¡Oh! Toma, cata ahí cuatro reales y dalos a Frula el mesonero en señal que se los debemos, y dile que te dé el portillón de la ropa.

SALAMANCA.-  ¿Y no más?

QUINTANA.-  Y el pan que sobró del almuerzo, y vente aquí a la posada del señor Verginio.

SALAMANCA.-  Que me place, y al pan podéis agradecer la vuelta.



Escena V

 

VERGINIO, PAJARES.

 

VERGINIO.-   Mira, Pajares.

PAJARES.-   Miro, señor.

VERGINIO.-   No te cures de más sino hacer como yo hiciere; veamos si me darán a mi hija por fuerza o por grado, o mal que les pese.

PAJARES.-   Y dígame, señor, ¿cuántos han de ser los alanceados, si place a la voluntad de Dios?

VERGINIO.-   Sólo uno es el que me ha ofendido.

PAJARES.-  ¿Uno no más? ¿Y cómo se llama?

VERGINIO.-  ¿De todo te han de dar cuenta? Gerardo se llama. ¿Por qué lo dices?

PAJARES.-  Porque querríame llegar a la iglesia.

VERGINIO.-  ¿Para qué?

PAJARES.-  Para hacelle decir una misa de salud.

VERGINIO.-  Calla, badajo, que no sé quién viene.

PAJARES.-  Crivelo es el uno, y el otro saludador me parece.



Escena VI

 

CRIVELO, QUINTANA, y dichos.

 

CRIVELO.-  Guárdele Dios, señor Verginio.

VERGINIO.-   Seas bienvenido con la compañía.

QUINTANA.-   Beso sus manos.

PAJARES.-   Señor Crivelo, ¿parécele en qué andenes y riesgos me han traído mis pecados?

CRIVELO.-  ¿Cómo, Pajares?

PAJARES.-  ¿Cómo me pregunta? ¿No ve qué enlanceado estoy?

CRIVELO.-  ¿Pues qué hace al caso, di?

PAJARES.-  ¿Quién me hizo a mi mata hombres? Que aun por mis pecados los días pasados mató mi padre un hurón, y en más de quince días no osaba salir de noche al corral do le había muerto.

QUINTANA.-  ¿Por qué?

PAJARES.-  Porque no me asombrase su álima.

CRIVELO.-  Señor Verginio, bien puede vuesa merced enviar este mozo a casa a desarmarse.

PAJARES.-   ¡Ah! Dios te dé salud, amen.

VERGINIO.-  ¿Cuál enviar? ¿Venís vos hecho de concierto con Gerardo? Pues tené por entendido que no lo hará hasta en tanto que me dé mi hija, tan sana y tan buena como se la entregué.

CRIVELO.-  Señor Verginio, ¿cómo? ¿cómo os puede dar vuestra hija, no teniéndola?

VERGINIO.-   ¿Dizque no teniéndola? ¿Pues qué cuenta me da de la moza que yo le dejé en su poder?

CRIVELO.-  ¿Moza? Yo digo que es mozo.

QUINTANA.-  Señor, lo que yo tengo entendido de este negocio es que Lelia está en tu casa, con toda la honra del mundo, y desposada con un gentilhombre que se llama Lauro.

CRIVELO.-  Dice verdad, señor: con mi amo.

PAJARES.-  ¿Y sin pedirme perdón, señor?

CRIVELO.-  ¿De qué te había de pedir perdón?

PAJARES.-  De que me hizo ayunar el lunes sin ser ayuno, ni cantallo el martilojo de mi bravario.

VERGINIO.-  ¿Qué, mi hija es desposada con Lauro? Dichoso sería yo si tal fuese.

CRIVELO.-  Que lo puedes bien creer, señor.

VERGINIO.-  Y pues, el que tanto le semeja, que está en casa de Gerardo, ¿quién ha de ser?

QUINTANA.-  Tu hijo, señor.

VERGINIO.-  ¿Qué me contáis?

QUINTANA.-   La verdad sin falta.

VERGINIO.-  ¡Oh providencia divina!

CRIVELO.-   Señor, en casa de Gerardo me entro, por dalle aviso del regocijo tan sobrado, y ganar las albricias.

VERGINIO.-  Corre, ve.

PAJARES.-  Yo a desalancearme.



Escena VII

 

VERGINIO, QUINTANA.

 

VERGINIO.-  ¿Señor, cómo es su gracia?

QUINTANA.-  Quintana, a su servicio.

VERGINIO.-  ¿De qué tierra?

QUINTANA.-  De Roma, ayo de su hijo Fabricio.

VERGINIO.-  ¿Fabricio? ¿Y quién le puso ese nombre?

QUINTANA.-  Señor, tú has de saber que el día de la revuelta que fue saqueada Roma, quiso su buena dicha o ventura que vino en poder tu hijo de un capitán español dicho Fabricio, y por quererlo tanto, me lo dio que le enseñase toda crianza, llamándole de su propio nombre, y al punto que falleció, lo dejó heredero de su hacienda.

VERGINIO.-  ¡Santo Dios!

QUINTANA.-  Yo, como por tu hijo y mi criado supiese que tenía padre que se llamaba Verginio, y por información de algunos extranjeros que en Módena residían, determiné de encaminarlo a esta ciudad y traelle en tu presencia.

VERGINIO.-   Digo, señor, que yo estoy por ello a no faltaros en los días de mi vida.



Escena VIII

 

GERARDO, FABRICIO, CLAVELA, CRIVELO, y dichos.

 

CRIVELO.-   Señor, he aquí do sale el señor Gerardo y tu hijo Fabricio, con su esposa Clavela mano por mano.

GERARDO.-  ¿Qué le paresce, señor Verginio, las cosas que son encaminadas por Dios, cómo siempre vienen a parar en buen suceso?

VERGINIO.-  Así es la verdad, señor Gerardo.

QUINTANA.-  Fabricio, abraza a tu padre.

FABRICIO.-  Déme sus manos, señor.

VERGINIO.-  ¡Jesús! y cuán semejante es a Lelia: bendígate Dios, hijo mío, y a tu esposa.

CLAVELA.-  Y a él dé largos días de vida.

GERARDO.-  Señor Verginio, pues no ha sido servido Dios que Lelia fuese mi mujer, según aquí Crivelo me ha contado, digo que yo me tengo por muy dichoso y contento que su hijo Fabricio sea mi yerno, y de hoy mas por consuegros y hermanos nos abracemos.

VERGINIO.-  Que me place, y vamos derecho a mi aposento donde se celebrarán las bodas cumplidamente.

CRIVELO.-   Sus, señores si les pareciere alcanzar de la fiesta y confitura que allá dentro está aparejada, alléguense a la posada del señor Verginio, que, a fe de hombre de bien, según el preparatorio, no falten quejosos; y por tanto, perdonen.







Cornudo y contento

Paso


PERSONAJES
 

 
LUCIO,    doctor médico.
BARBARA,   su mujer.
MARTÍN DE VILLALBA,    simple.
JERÓNIMO,   estudiante.
 

Plaza de un lugar.

 

LUCIO.-   ¡Oh miserabilis doctor! ¿Qué fortuna es ésta, que no haya receptado en todo el día de hoy recepta ninguna? ¡Pues mirad quién asoma para mitigar mi pena! Éste es un animal, que le ha hecho encreyente su mujer que está enferma, y ella hácelo por darse el buen tiempo con un estudiante; y él es tan importuno, que no lo hace con dos ni tres visitas al día. Pero venga, que en tanto que los pollos en el corral le turaren, nunca su mujer estará sin fiebre. Sea bien allegado el bueno de Alonso de...

MARTÍN.-   No, no, señor licenciado, Martín de Villalba me llamo, para toda su honra.

LUCIO.-  Salus atque vita. ¿Para qué era nada desto, hermano Martín de Villalba?

MARTÍN.-   Señor, perdone vuesa merced, que aun están todavía pequeñuelos, pero sane mi mujer, que yo le prometo un ganso que tengo a engordar.

LUCIO.-   Déos Dios salud.

MARTÍN.-   No, no, primero a mi mujer, plegue a Dios, señor.

LUCIO.-  Muchacho, toma esos pollos, ciérrame esa gelosía.

MARTÍN.-   No, no, señor, que no son pollos de gelosía, vuesa merced puede estar descuidado. ¿Sabe cómo los ha de comer?

LUCIO.-  No por cierto.

MARTÍN.-  Mire, primeramente les ha de quitar la vida y plumallos, y echar la pluma, y los hígados, si los tuvieren dañados.

LUCIO.-   ¿Y después?

MARTÍN.-  Después ponellos a comer si tuviere gana.

LUCIO.-  Bien me parece todo eso. ¿Pues cómo se ha sentido esta noche vuestra mujer?

MARTÍN.-  Señor, algún tanto ha reposado, que como ha dormido en casa aquel su primo el estudiante, que tiene la mejor mano de ensalmador del mundo todo, no ha dicho en toda esta noche, aquí me duele.

LUCIO.-   Yo lo creo.

MARTÍN.-  Guárdenos Dios del diablo.

LUCIO.-   ¿Y queda en casa?

MARTÍN.-   Pues si aqueso no huese, ya sería muerta.

LUCIO.-  ¿Tomó bien la purga?

MARTÍN.-  ¡A mi madre! Ni aun la quiso oler: pero buen remedio nos dimos porque le hiciese impresión la melecina.

LUCIO.-  ¿Cómo así?

MARTÍN.-  Señor, aquel primo suyo, como es muy letrado, sabe lo que el diablo deja de saber.

LUCIO.-   ¿De qué manera?

MARTÍN.-  Díjome: mirad. Martín de Villalba, vuestra mujer está de mala gana, y es imposible que ella beba nada desto: vos decís que queréis bien a vuestra mujer: dije yo, a mi madre, no estéis en eso, que juro a mí que la quiero como las coles al tocino. Dijo él entuences, pues tanto monta: bien os acordáis que cuando os casaron con ella, dijo el crego ser unidos en una misma carne. Dije yo, así, es verdad: dijo él, pues siendo verdad lo que el crego dijo, y siendo toda una misma carne, tomando vos esa purga, tanto provecho le hará a vuestra mujer como si ella la tomase.

LUCIO.-   ¿Qué hicistes?

MARTÍN.-  Pardiez, apenas hubo acabado la zaguera palabra cuando ya estaba el escudilla más limpia y enjuta que la podía dejar el gato de Mari Jiménez, que creo que no hay cosa más desbocada en toda esta tierra.

LUCIO.-  Bien le aprovecharía.

MARTÍN.-  Guárdenos Dios: yo fui el que no pude más pegar los ojos, que ella a las once del día se despertó, y como a mí me había quedado aquella madrugada tan enfecto el estrómago con aquello de la escudilla, hízole tanto provecho a ella, que se levantó con una hambre, que se comiera un novillo si se lo pusieran delante.

LUCIO.-   ¿En fin?

MARTÍN.-  En fin, señor, que como no me podía menear del dolor que en estos hijares sentía, díjome su primo: andad mal punto que sois hombre sin corazón: de una negra purguilla estáis, que me parecéis un hubo serenado: entuences el señor diciendo y haciendo, apañó una gallina por aquel pescuezo, que parece que agora lo veo, y en un santiamén fue asada y cocida, y traspillada entre los dos.

LUCIO.-  Hiciérame yo al tercio, como quien juega a la primera de Alemaña.

MARTÍN.-  ¡A mí madre! Bien lo quisiera yo, sino que me hicieron encreyente que le haría daño a mi mujer lo que yo comiere.

LUCIO.-   Hicistes muy bien, mirad quién ha de vivir seguro de aquí adelante: según me parece, a vos basta que curemos.

MARTÍN.-  Sí señor, pero no me mande más de aquello de la escudilla, sino no será mucho a muchas escudilladas ahorrar de tripas, y quedarse el cuerpo como cangilón agujereado.

LUCIO.-  Agora pues, yo tengo ciertas visitas, id en buen hora, y acudios por acá mañana, que con un buen regimiento que yo os ordenaré, basta para que se acabe de curar.

MARTÍN.-  Dios lo haga, señor.

ESTUDIANTE.-   Por el cuerpo de todo el mundo, señora Bárbara, veis aquí a vuestro marido que viene de hacia casa del doctor Lucio, y creo que nos ha visto. ¿Qué remedio?

BÁRBARA.-   No tengáis pena, señor Jerónimo, que yo le enalbardaré como suelo, hacerle he encreyente que vamos a cumplir ciertos votos que convienen para mi salud.

ESTUDIANTE.-   ¿Y creerlo ha?

BÁRBARA.-  ¿Cómo si lo creerá? Mal lo conocéis: si yo le digo que en lo más fuerte del invierno se vaya a bañar en la más helada acequia, diciendo que es cosa que importa mucho a mi salud, aunque sepa ahogarse, se arrojará con vestidos y todo. Háblele.

ESTUDIANTE.-   Bien venga el señor Martín de Villalba, marido de la señora mi prima, y el mayor amigo que tengo.

MARTÍN.-  ¡Oh señor primo de mi mujer! Norabuena vea yo aquesa cara de pascua de hornazos. ¿Dónde bueno? ¿O quién es la revestida, como borrica de llevar novias?

ESTUDIANTE.-   Déjalo, no la toques, una moza es que nos lava la ropa allá en el pupilaje.

MARTÍN.-   ¿Mas, a fe?

ESTUDIANTE.-   Si en mi ánima, ¿habíate decir yo a ti uno por uno?

MARTÍN.-   Bien lo creo, no te enojes. ¿y adónde la llevas?

ESTUDIANTE.-  A casa de unas beatas, que le han de dar una oración para el mal de la jaqueca.

MARTÍN.-   ¿Búrlasme, di?

ESTUDIANTE.-  No, por vida tuya, y de cuanto luce delante mis ojos.

MARTÍN.-   Ve en buen hora, ¿has menester algo?

ESTUDIANTE.-  Dios te dé salud, no agora.

MARTÍN.-   Como tú deseas.

BÁRBARA.-  ¡Oh grande alimaña! Que aun no me conosció. Aguija, traspongamos.

MARTÍN.-  Ola, ola, primo de mi mujer.

ESTUDIANTE.-  ¿Qué quieres?

MARTÍN.-   Aguarda, cuerpo del diabro, que o yo me engaño, o es aquella saya la de mi mujer; sí, ella es: ¿dónde me la llevas?

BÁRBARA.-  ¡Ah don traidor! Mirad qué memoria tiene de mí, que topa su mujer en la calle, y no la conoce.

MARTÍN.-  Calla, no llores, que me quiebras el corazón, que yo te conoceré, mujer, aunque no quieras, de aquí adelante; pero dime, ¿dónde vas? ¿Volverás presto?

BÁRBARA.-   Sí volveré, que no voy sino a tener unas novenas a una santa con quien yo tengo grandísima devoción.

MARTÍN.-   ¿Novenas? ¿Y qué son novenas, mujer?

BÁRBARA.-   ¿No lo entendéis? Novenas se entiende que tengo de estar yo allá encerrada nueve días.

MARTÍN.-  ¿Sin venir a casa, álima mía?

BÁRBARA.-  Pues, sin venir a casa.

MARTÍN.-  Sobresaltado me habías, primo de mi mujer, burlonazo, maldita la sangre que me habías dejado engotada.

BÁRBARA.-   Pues concédeme una cosa.

MARTÍN.-  ¿Y qué, mujer de mi corazón?

BÁRBARA.-  Que ayunéis vos todos estos días que yo allá estuviere a pan y agua, porque más aproveche la devoción.

MARTÍN.-   Si no es mas que aqueso, soy muy contento: ve en buen hora.

BÁRBARA.-  A Dios: mirad por esa casa.

MARTÍN.-  Señora mujer, no te cumple hablar más como enferma, que el doctor me ha dicho que a mí me ha de curar, que tú, bendito Dios, ya vas mejorando.

ESTUDIANTE.-  Quedad en buen hora, hermano Martín de Villalba.

MARTÍN.-  Ve con Dios: mira, primo de mi mujer, no dejes de aconsejarla que si se halla bien con las novenas, que las haga decenas, aunque yo sepa ayunar un día más por su salud.

ESTUDIANTE.-   Yo lo trabajaré, queda con Dios.

MARTÍN.-   Y vaya con él.



Pagar y no pagar

Paso


PERSONAJES
 

 
BREZANO,   hidalgo.
SAMADEL,   ladrón.
CEVADON,    simple.
 

Sala de casa particular.

 

BREZANO.-  Hora ¿no es cosa extraña que a un hidalgo como yo se le haya hecho semejante afrenta y agravio cual éste? Y es que un casero de esta mi casa en que vivo, sobre cierto alquiler que le quedé a deber, me ha enviado a emplazar doscientas veces. Yo quiero y tengo determinado de llamar a Cevadon mi criado, y dalle los dineros para que se los lleve. Ola, Cevadon, sal acá.

CEVADON.-  Señor. ¿llama vuesa merced?

BREZANO.-  Sí señor, yo llamo.

CEVADON.-  Luego oí que me llamaba.

BREZANO.-  ¿En qué oyó que le llamaba?

CEVADON.-  ¿Diz que en qué? En nombrarme por mi nombre.

BREZANO.-  Hora, ven acá, ¿conoces?

CEVADON.-  Sí señor, ya conuezco.

BREZANO.-  ¿Qué conoces?

CEVADON.-  Esotro el aqueste, el que dijo vuesa merced.

BREZANO.-  ¿Qué dije?

CEVADON.-   Ya no se me acuerda.

BREZANO.-   Dejémonos de burlas: dime si conoces a aquel casero desta mi casa en que vivo.

CEVADON.-  Si señor, muy bien lo conuezco.

BREZANO.-  ¿Dónde vive?

CEVADON.-   Acullá en su casa.

BREZANO.-   ¿Dónde está su casa?

CEVADON.-  Mire vuesa merced, eche por esta calle derecha, y torne por esotra a mano izquierda, y junto la casa, empar de la casa al otra casa más arriba está un poyo a la puerta.

BREZANO.-  No me entiendes, asno: no te oigo sino si conoces al calero de mi casa.

CEVADON.-   Que sí señor, muy rebien.

BREZANO.-  ¿Dónde mora?

CEVADON.-  Mire vuesa merced, váyase derecho a la iglesia, y éntrese por ella, y salga por la puerta de la iglesia, y dé una vuelta alrededor de la iglesia, y deje la iglesia, y tome una callejuela junto a la callejuela, empar de la callejuela, la otra callejuela más arriba.

BREZANO.-  Bien sé que sabes allá.

CEVADON.-  Sí señor, demasiadamente sé.

BREZANO.-   Sus, toma estos quince reales, y llévaselos, y dile que digo yo que lo ha hecho ruinmente en enviarme a emplazar tantas veces, y que digo yo que me haga merced de no hacello tan mal conmigo; y mira que al que se los has de dar ha de tener un parche en el ojo, y una pierna arrastrando, y primero que se los des te ha de dar una carta de pago.

CEVADON.-   ¿Que primero que le de yo los dineros, le tengo de dar una carta de pago?

BREZANO.-   Que no, asno, él a ti.

CEVADON.-   Yo, ya, él a mí, yo lo haré muy requísimamente.

 

(Calle.)

 

SAMADEL.-  Según soy informado, por aquí ha de venir un mozo con unos dineros que los ha de dar a un mercader: yo le tengo de hacer encreyente que soy el mercadante y cogelle los dineros, que bien creo que serán buenos para alguna quinolilla: ta, ta, quiero disimular, que helo aquí do viene.

BREZANO.-  Mira que lo sepas hacer, diablo.

CEVADON.-  Que lo sabré hacer, ¡válame Dios!

SAMADEL.-   Ola, hermano, ¿es hora que traigáis esos dineros?

CEVADON.-  ¿Es vuestra merced el que los ha de recibir?

SAMADEL.-  Y aun el que los habla de tener en la bolsa.

CEVADON.-  Pues, señor, díjome mi amo que le diese a vuesa merced, y tomase vuesa merced quince reales.

SAMADEL.-   Sí, quince han de ser, dad acá.

CEVADON.-  Tome: aguarde vuesa merced.

SAMADEL.-  ¿Qué tengo de aguardar?

CEVADON.-  ¿Diz qué? Las insignias.

SAMADEL.-   ¿Qué insignias?

CEVADON.-  Dijo mi amo que había de tener vuesa merced un parche en el ojo, y traer una pierna arrastrando.

SAMADEL.-  Así, pues si no es más deso, cata aquí el parche.

CEVADON.-  Avese de ay, ¿diz que eso es parche?

SAMADEL.-   Digo que si es.

CEVADON.-   Digo que no es.

SAMADEL.-  Digo que lo es, aunque os pese.

CEVADON.-   No quiero pesar, señor, séalo al mandado de vuesa merced, parche es, válame Dios! Son como trata vuesa merced abajo el sombrerillo, no había visto el parche.

SAMADEL.-  Hora, sus, dad acá los dineros.

CEVADON.-  Tome vuesa merced.

SAMADEL.-  Echa.

CEVADON.-   Aguarde.

SAMADEL.-  ¿Qué tengo de aguardar?

CEVADON.-   ¿La pierna arrastrando que es delta?

SAMADEL.-  ¿La pierna? Vesla aquí.

CEVADON.-   Tome vuesa merced los dineros.

SAMADEL.-  Vengan.

CEVADON.-  Aguarde.

SAMADEL.-  ¡Oh pecador de mí! ¿Qué quieres que aguarde?

CEVADON.-   ¿Qué tengo de aguardar? La carta de pago.

SAMADEL.-  Pues vesla aquí, toma, bobo, que en verdad veinte años ha que está escrita, y decidle a vuestro amo que digo yo que es un grandísimo bellaco.

CEVADON.-   ¿Que le diga yo a mi amo que vuesa merced es un grandísimo bellaco?

SAMADEL.-   Que no, sino que yo se lo digo a él, y que lo ha hecho ruinmente.

CEVADON.-   Ta, ta, eso de ruin le había de decir yo a vuesa merced, que mi amo me dijo que se lo dijese, téngalo por recibido.

SAMADEL.-   Bien está, vete con Dios.

CEVADON.-   Vaya vuesa merced: ofrézcole al diabro el parche que lleva, que miedo tengo que no me haya engañado.

BREZANO.-  Ola; Cevadon, ¿traes recado?

CEVADON.-  Sí señor, traigo todo recado, y la carta de pago, y todo negocio viene.

BREZANO.-  ¿Mirástele bien? ¿Viste si tenía parche?

CEVADON.-   Sí señor, un parchazo tenia tan grande como mi bonete.

BREZANO.-   ¿Vístelo tú?

CEVADON.-  No señor, mas él dijo que le traía.

BREZANO.-  ¿Pues así habías de fiar de su palabra?

CEVADON.-  Sí señor, sé que no había de infernar ellotro su alma a truque de un parche ni de quince reales.

BREZANO.-  Ora, sus, que tú traerás algún buen recado; y dime, ¿trata la pierna arrastrando?

CEVADON.-  Sí señor, luego que le di los dineros arrastró ansina la pierna, mas luego que se fue, iba mas derecho que un pino.

BREZANO.-   Baste, veamos la carta.

CEVADON.-  Tome, señor.

BREZANO.-   Señor hermano.

CEVADON.-  ¿Dice ahí señor hermano?

BREZANO.-  Sí, que dice señor hermano.

CEVADON.-   Debe de ser hermano del que recibió los dineros.

BREZANO.-   Ansí debe de ser. Las libras de azafrán...

CEVADON.-  ¿Ahí dice libras de azafrán?

BREZANO.-  Sí, aquí así dice.

CEVADON.-  ¿Las libras de azafrán? ¿Yo no he traído a vuesa merced azafrán?

BREZANO.-  A mí no.

CEVADON.-  ¿Pues cómo viene el papel enzafranado?

BREZANO.-   ¿Tú no ves que te ha engañado, que por darte carta de pago te ha dado carta mensajera?

CEVADON.-  ¿Carta, o qué?

BREZANO.-  Carta mensajera.

CEVADON.-  Pardiez si eso es verdad, que lo ha hecho muy bellaquísimamente.

BREZANO.-   ¿Qué remedio, señor?

CEVADON.-   Yo diré a vuesamerced qué remedio. Que tomemos sendos palos, y que vamos callibajo, vuesa merced primero, yo tras dél, y si a dicha le encontramos, cobraremos nuestros dineros; cuando no, servirme ha de criado estuences.

BREZANO.-  ¿Qué es servirte de criado?

CEVADON.-  ¿Qué, señor? Que yo os compezaré a bravear con él, como lo hizo de ruin hombre de llevarse los dineros sin parche ni pierna arrastrando, y en esto vuesa merced descargará con la paliza.

BREZANO.-  Pues, sus, vamos.

CEVADON.-  Vamos.

SAMADEL.-  Bien dicen que lo bien ganado se pierde, y lo malo, él y su amo: esto dígolo porque aquellos dineros que tomé al simple mozo, los medios se fueron en un resto, y los otros se quedaron en un bodegón: dicen que van en busca mía, no tengo otro remedio sino diferenciar la lengua.

BREZANO.-  Haz que le conozcas bien.

CEVADON.-  Pierda cuidado vuesa merced, que yo le conosceré rebien. Véngase poco a poco tras mí.

BREZANO.-  Anda.

CEVADON.-  Señor, Señor.

BREZANO.-   ¿Qué?

CEVADON.-  Caza tenemos, el del sombrerito es.

BREZANO.-   Cata que sea él.

CEVADON.-  Que sí, señor, éste me tomó los dineros.

BREZANO.-   Sus, háblale.

CEVADON.-   Hombre de bien.

SAMADEL.-  La gran bagase qui us parí.

CEVADON.-   No habla cristianamente, señor.

BREZANO.-  Sepamos pues en qué lengua habla.

SAMADEL.-  Yuta drame a roquido dotos los durbeles.

BREZANO.-  ¿Qué dijo?

CEVADON.-  Que se los comió de pasteles.

SAMADEL.-  ¿No he fet yo tan grasa llegea?

BREZANO.-  ¿Qué es lo que dice?

CEVADON.-  Que él los pagará, aunque se pea.

SAMADEL.-  ¿Qué he de pagar?

CEVADON.-  Los dineros que me quisiste burlar.

SAMADEL.-  Tomá una higa para vos, don villano.

CEVADON.-   Pero tomad vos esto, don ladrón tacaño.

BREZANO.-  Eso sí, dale.

CEVADON.-  Aguarda, aguarda.



Prendas de amor

Coloquio


PERSONAJES
 

 
MENANDRO,   pastor.
CILENA,   pastor.
SIMÓN,   pastora.
 

SIMÓN, MENANDRO.

 
SIMÓN
Menandro, ya hemos llegado
do podemos deslindar,
y deja averiguado,
cuál es más aventajado,
y tiene más que esperar, 5
que si Cliena pastora
a los dos favor nos dio,
a mí más me aventajó,
pues aquella clara aurora
su zarcillo me entregó. 10
MENANDRO
Si por combate o razones
la gran locura en que estás,
Simón, defender querrás,
propon luego tus quistiones,
porque a todo me hallarás: 15
dices que te dio un zarcillo
de su oreja delicada,
y que a mí no me dio nada,
porque me entregó un anillo
de mano tan alindada. 20
SIMON
¿Quién vido señal de amor
tan manifiesta y tan clara,
ni de tan alto valor?
Pues me dio por más favor
las insinias de de su cara: 25
por aquí quiero cazarte.
Ven acá, Menandro hermano,
pues quieres aventajarte,
¿Cuál es más preciosa parte
las orejas o la mano? 30
MENANDRO
Si va por vía de honor
de honra, los afrentados
por justicia y castigados
viven con gran deshonor
si fueren desorejados. 35
Y por tanto yo diría
que en esta causa o quistión,
Simón, las orejas son
de menor precio y valía,
que no nuestras manos son. 40
¿Quieres ver como la mano
es de mayor excelencia?
Ten cuenta, Simon hermano,
y verás la diferencia
porque no estés tan ufano. 45
Si te vas a desposar,
en señal de casamiento
lo primero que has de dar
¿Qué ha de ser?
SIMÓN
A mi pensar
es la mano, a lo que siento. 50
MENANDRO
¿Y después el sacerdote
cuando os veláis en la igreja,
el anillo, acemilote,
pónetelo, di, majote,
en la mano o en la oreja? 55
No tienes que responder,
que ya queda averiguado,
por ser más aventajado,
y esto se puede bien ver,
por el anillo esmaltado. 60
SIMÓN
Sea, dices que es ansí
tú, contento con tu anillo,
yo, con mi dulce zarcillo.
MENANDRO
A la fe sábete aquí
que te he vencido, carillo. 65
SIMÓN
La gran soberbia que cobras,
Menandro, en el proponer,
me da muy claro a entender
que por la envidia que sobras
te tengo aquí de vencer. 70
MENANDRO
Mi fe tú estás añasgado,
no te aprovechan razones
y tus debres conclusiones
claramente han demostrado
ser fracas en dos ringlones. 75
SIMÓN
Tente que siento pisadas:
Cilena debe de ser.
MENANDRO
Suso, ella podrá hacer
que cesen nuestras puñadas,
y altercanza y contender. 80
 

(Entra CILENA, pastora.)

 
CILENA
Anday, mi branco ganado,
por la frondosa ribera,
no vais tan alborotado,
seguid hacia la ladera
deste tan ameno prado: 85
gozad la fresca mañana
llena de cien mil olores,
paced las floridas flores
de las selvas de Diana
por los collados y alcores. 90
MENANDRO
¡Oh Cilena! Bien llegada
dichosos tales collados
que de ti son visitados:
de ti, pastora agraciada,
queremos ser acrarados. 95
Bien te acuerdas que en el prado
a Simon diste un zarcillo,
y a mí me diste un anillo
en señal de aventajado,
causa de nuestro omecillo. 100
Dice y afirma Simon
que todo el favor le diste
y no a mí me aborreciste,
aquesta es nuestra quistión,
y tú en ella nos pusiste. 105
CILENA
Quisiera lugar tener,
cierto, garridos pastores,
para que vuestros errores
dejaran de proceder
sobre tal causa de amores. 110
Mas pues que soy allegada,
porque no os quejéis de mí,
tomad eso que va ahí,
y otra vez en la majada
sabréis presto el no, o el sí. 115
Por agora perdonad
que no puedo detenerme:
pastores, en paz quedad,
y en lo que os di contemplad
porque dejéis de quererme. 120
SIMÓN
Di, Menandro, ¿qué te ha dado?
MENANDRO
A mí diome un corazón
con un letrero esmaltado.
SIMÓN
Y a mí su rostro pintado
al vivo en gran perfección: 125
también lleva su letrero.
MENANDRO
¿Qué dice?
SIMON
Mira y verás
en mí, cuanto tú querrás.
Dichoso Simón cabrero,
¿Qué es lo que deseas más? 130
En esto se ha conocido
yo ser más aventajado
amado y favorecido,
pues mi Cilena me ha dado
su rostro al vivo esculpido. 135
MENANDRO
Simon, no estés tan ufino,
no pienses con tu labor
llevarte todo el favor.
SIMÓN
¿Qué dice tu letra, hermano?
Que esta llena está de amor. 140
MENANDRO
Yo no tengo más que dar,
pues te doy el corazón;
mas con aqueso, garzón,
no tienes de glorïar
ni mostrar más presunción. 145
¡Oh señal nada imperfeto
de la pastora Cilena!
SIMÓN
¡Oh empresa de mi pena
MENANDRO
¡Oh espejo de mi objeto!
SIMÓN
¡Oh voz que en mi alma suena! 150
¡Oh rostro más que hermoso!
MENANDRO
¡Oh pastor bien fortunado!
SIMÓN
¡Oh retrato delicado!
MENANDRO
¡Oh corazón amoroso,
qué contento me has dado! 155
Dejemos nuestro altercar,
Simon, que si vas contento,
SIMON
Yo sin más que desear,
de alma y de pensamiento.




ArribaAbajoAlonso de la Vega


Amor vengado

Paso


PERSONAJES
 

 
CUPIDO.
FALACIO,   pastor.
BRUNEO,    pastor.
DORESTA,   pastora.

FALACIO.-  Mira, Amor, no nos persigas ni apremies, tente afuera, que el que no es acostumbrada a ser captivo, adora la libertad: no pienses con tus blasones y poderes absolutos que publicas, enternecer nuestro silvestre y salvagino natural, que nosotros la soledad amamos, las peñas nos acompañan, los jarales nos recrean, las yerbas nos refrescan, adonde con nuestras brutales fuerzas despedazamos los osos, los tigres y basiliscos amontamos. Reconoce, Amor, que los corazones que contra tales fieras pueden, contra tus fuerzas mas que bastantes serán.

CUPIDO.-  ¡Oh brutos zagales! ¡Contra mi poder tan atrevidamente habláis! Tornad, tornad en vosotros, y conosced que soy hijo del sapientísimo Vulcano, y a los pechos blancos de la diosa Venus mi madre criado: temido de los fuertes, generalmente de todos obedescido; ¿pues qué hacéis, brutos zagales, que ante mí no os humilláis? Amando a la pastora Doresta, que por uno de vosotros se deshace, gozad, gozad de la primavera, del verano, y no aguardéis la invernal senectud; catad que como me sirviéredes, así seréis de mí galardonados.

BRUNEO.-  ¿Cómo? ¿Cómo? Tente a una banda, Falacio no piense con los fieros que publica subjectarnos, ni con yerba de su flecha nos herir. Saca, saca tu cachicuerno cuchillo, aquel con que las verdes hayas y altos robles de estas nuestras montañas destroncar sueles; y si fuerza contra fuerza poner quiere, a las manos lo tomemos, y ellas solas lo determinen.

FALACIO.-  Muera.

BRUNEO.-  Llega, dale.

FALACIO.-  No viva el que nos piensa subjectar bajo sus pies.

DORESTA.-  Paz, paz, zagales, que contra el poderoso Amor no hay fuerzas ni mañas que basten... Escogido rey, en tal guerra sin tu ayuda no se puede haber victoria.

CUPIDO.-   Amadora y sierva mía, pues amas sin ser amada, y los corazones de estos dos zagales se endurecen contra ti, toma mi arco y mi enherbolada flecha, y al que más amares atraviésale el corazón.

FALACIO.-  Defiéndete, Bruneo.

BRUNEO.-  No tires, zagala, que no hay quien te ame.

FALACIO.-  Y si tirares no nos yerres, que a nuestras manos morirás.

CUPIDO.-  Suelta, zagala.

FALACIO.-  ¡Ay, que me siento herido!

BRUNEO.-  ¿Tan presto desmayas? Poco ánimo es el tuyo. ¿De quién?

FALACIO.-  De amores de esta zagala.

BRUNEO.-   Ten, ten fuerte como yo.

CUPIDO.-   Aguarda porque no te alabes.

BRUNEO.-  ¡Ay que me siento vencido de aquesta que adora mi vida!

CUPIDO.-  ¿Sois amantes?

FALACIO y BRUNEO.-   Y tus siervos.

FALACIO.-  ¡Oh zagala! Pues tu amor nos ha vencido, apiádate de nosotros.

DORESTA.-  Como si nunca os viera.

FALACIO.-  Tú eres mi señora.

DORESTA.-   Vosotros mis enemigos.

BRUNEO.-  ¡Oh gran diosa!

DORESTA.-  ¡Oh crueles!

FALACIO.-   Aguarda, aguarda.

DORESTA.-   No me cumple.

BRUNEO.-   Por ti morimos.

DORESTA.-   Yo vivo en veros morir.

FALACIO.-  Yo peno.

DORESTA.-  Yo descanso.

BRUNEO.-   Yo tu esclavo.

DORESTA.-  Yo señora.

FALACIO.-   Yo suspiro.

DORESTA.-  Yo canto.

BRUNEO.-  Yo te sigo.

DORESTA.-  Yo huyo.

 

(Aquí se arrodillan los pastores delante de CUPIDO.)

 

FALACIO y BRUNEO.-  Amor, Amor, apiádate de nosotros.

CUPIDO.-  Levantaos, nuevos amantes; aunque rebeldes habéis sido, es justo que de la que os amó y amáis, seáis galardonados. ¡Oh hermosa zagala!, ámalos, pues que te aman.

DORESTA.-  ¿A cuál de ellos?

CUPIDO.-  Bien preguntas: esa causa no quiero determinarla sin consejo de amadores; mas como rey absoluto mando que entre tanto que se determinare, andes en medio de los dos por selvas y boscajes, adonde con casto amor de ellos servida seas, y con su vista te contentes. Ea, caballeros, gentileshombres, lindas damas, en vuestro juicio lo dejo que juzguéis lo que aquí ha pasado: entrambos la aborrecían: entrambos fueron forzados. ¿Cuál se puede llamar amador, el que la zagala hirió con su flecha, o el que yo herí de mi voluntad?