Escena III
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MARCELO, QUINTANA,
LAURO, SALAMANCA, CRIVELO.
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MARCELO.-
¿Qué descortesía
es esta tan grande, señores, de querer entrar con
las espadas tiradas en casa ajena? |
LAURO.-
Dadnos ese
rapazuelo de Fabio. |
QUINTANA.-
¿Fabio? Fabricio se
llama, señores. |
MARCELO.-
Ni es ése ni
esotro, que vivís engañados; pero, señor
Lauro, antes que te lo dé, primero te suplico que
me oigas un negocio que pocos días ha que aconteció
en mi pueblo, maravilloso de oír. |
SALAMANCA.-
Señores,
¿paréceles que vaya por sendas sillas al mesón?
|
MARCELO.-
¿Para qué, di? |
SALAMANCA.-
Porque
según han tomado el comienzo, no es mucho que nos
tomen aquí las cumpretas. |
QUINTANA.-
Déjelo,
señor. |
LAURO.-
Que me place de lo oír;
pero ha de ser con una condición, que entreguéis
luego ese rapaz en mi poder. |
MARCELO.-
Yo te lo pondré
en tus manos propias, a fe de quien soy. |
SALAMANCA.-
¡Qué
gentiles alientos para quien querría estar en la posada,
y tener los asadores atravesados por las tripas! |
LAURO.-
Di
presto. |
MARCELO.-
Has de saber, señor, que no
ha muchos años que un caballero tomó amores
con una doncella, la cual le pagaba con el mismo amor. Quiso
su desdicha que este caballero se enamoró de otra
señora, olvidando la primera: la primera viéndose
despreciada de su amante, no sabiendo qué se hacer,
acordó de mudar el hábito femenino, y en el
de hombre muchos días lo sirvió; pues andando
a la desconocida, viéndose todavía aborrecer
de este su señor, vino en tanto extremo que estuvo
para desesperar, y está hoy en día que plañe
y lamenta en secreto, que es la mayor lástima del
mundo. |
LAURO.-
Dichoso tal hombre, pues con tan firme
amor es amado. ¿Y por qué no se da a conocer de su
señor? |
MARCELO.-
Porque tomo del mal suceso.
|
LAURO.-
¿Cuál mal suceso? A fe de caballero
que si por mí tal acaeciera... ¿Mas qué digo?
No soy yo tan dichosa ni tan bienaventurado. |
MARCELO.-
Señor,
si por ti tal acaeciera, ¿qué es lo que hicieras tú?
¿No olvidaras otro cualquier amor por mujer tan constante
siendo tan hermosa y noble como la otra? |
LAURO.-
¿Cuál
olvidar? ¿Y con qué se podría pagar un tan
conforme amor? |
MARCELO.-
Pues primero que en nuestra
casa entres, ni a Fabio veas, quiero me jures a fe de caballero
que es lo que tú hicieras sobre este negocio. |
LAURO.-
Por
el juramento que me has tomado te juro que no le podría
pagar con otra cosa, sino con tomalla por mujer. |
MARCELO.-
¿Hiciéraslo
ansí? |
LAURO.-
Y no de otra manera. |
MARCELO.-
Pues
entra, señor, que por ti propio ha sucedido lo contado.
|
LAURO.-
¿Por mí? ¿cómo? |
MARCELO.-
Porque
Fabio (a quien tú quieres matar pensando que es hombre)
es tu querida primera Lelia, hija de Verginio, romano, la
cual se salió del monesterio por servirte en hábitos
de hombre; mira si le debes algo y lo eres en grandísima
obligación. |
LAURO.-
No me digas más,
señor Marcelo, que yo te creo. |
CRIVELO.-
Y aun
por eso, señor, muchas veces cuando se iba a acostar
a la cámara de los lacayos, se apartaba acullá
lejos en un rincón a desnudar: yo decíale:
hermano Fabio, ¿por qué no te vienes a desnudar a
la lumbre? Y respondíame él diciendo: hermano
Crivelo, tengo sarna. |
LAURO.-
Sus, entremos allá
dentro, que yo le quiero pagar con lo que tengo dicho. |
SALAMANCA.-
Señor
mase Quintana, si aquel no es Fabricio, ¿qué esperamos?
vámonos ad comedendum ad posatam. |
QUINTANA.-
¿Qué
dices? ¿Qué algarabía es ésa? |
SALAMANCA.-
¿Algarabía
es ésta? Es gramátula, y aun de la más
fina de Alcalá de Humares. |
QUINTANA.-
Escúchale.
Dígame, señor, ¿cómo dijo denantes que
se llamaba el padre desa Lelia? |
MARCELO.-
Verginio,
romano. |
QUINTANA.-
¿Verginio, romano? |
MARCELO.-
Sí
señor. |
QUINTANA.-
¿Tuvo otro hijo sin ésta?
|
MARCELO.-
Uno, el cual se perdió en el saco
de Roma. |
QUINTANA.-
Por hallado se puede tener el día
de hoy: que llegando a ver aquí a Módena so
amparo y guarda mía, se nos ha desparecido, y pensando
ser éste que se retrajo en vuestra posada, venimos
en su seguimiento. |
CRIVELO.-
¿Y es ése el que
llamáis Fabricio? |
QUINTANA.-
Sí, señor.
|
CRIVELO.-
Ta, ta, que me maten si ese que vos decís
no es el que han tomado por Lelia, y está encerrado
en casa de Gerardo. |
MARCELO.-
Pues por amor de mí,
mientras nosotros nos entramos a efectuar el matrimonio del
señor Lauro con Lelia, se vaya aquí con Crivelo.
|
QUINTANA.-
¿Dónde, señor? |
MARCELO.-
A
casa de Gerardo, porque Verginio es ido allá armado
con Pajares su mozo a que le restituya a Lelia. |
QUINTANA.-
¡Válame
Dios! Iré porque no suceda algún escándalo.
|
CRIVELO.-
Vamos, y daremos noticia de lo pasado.
|
Escena VI
|
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CRIVELO, QUINTANA, y dichos.
|
CRIVELO.-
Guárdele
Dios, señor Verginio. |
VERGINIO.-
Seas bienvenido
con la compañía. |
QUINTANA.-
Beso sus
manos. |
PAJARES.-
Señor Crivelo, ¿parécele
en qué andenes y riesgos me han traído mis
pecados? |
CRIVELO.-
¿Cómo, Pajares? |
PAJARES.-
¿Cómo
me pregunta? ¿No ve qué enlanceado estoy? |
CRIVELO.-
¿Pues
qué hace al caso, di? |
PAJARES.-
¿Quién
me hizo a mi mata hombres? Que aun por mis pecados los días
pasados mató mi padre un hurón, y en más
de quince días no osaba salir de noche al corral do
le había muerto. |
QUINTANA.-
¿Por qué?
|
PAJARES.-
Porque no me asombrase su álima.
|
CRIVELO.-
Señor Verginio, bien puede vuesa merced
enviar este mozo a casa a desarmarse. |
PAJARES.-
¡Ah!
Dios te dé salud, amen. |
VERGINIO.-
¿Cuál
enviar? ¿Venís vos hecho de concierto con Gerardo?
Pues tené por entendido que no lo hará hasta
en tanto que me dé mi hija, tan sana y tan buena como
se la entregué. |
CRIVELO.-
Señor Verginio,
¿cómo? ¿cómo os puede dar vuestra hija, no
teniéndola? |
VERGINIO.-
¿Dizque no teniéndola?
¿Pues qué cuenta me da de la moza que yo le dejé
en su poder? |
CRIVELO.-
¿Moza? Yo digo que es mozo.
|
QUINTANA.-
Señor, lo que yo tengo entendido
de este negocio es que Lelia está en tu casa, con
toda la honra del mundo, y desposada con un gentilhombre
que se llama Lauro. |
CRIVELO.-
Dice verdad, señor:
con mi amo. |
PAJARES.-
¿Y sin pedirme perdón,
señor? |
CRIVELO.-
¿De qué te había
de pedir perdón? |
PAJARES.-
De que me hizo ayunar
el lunes sin ser ayuno, ni cantallo el martilojo de mi bravario.
|
VERGINIO.-
¿Qué, mi hija es desposada con Lauro?
Dichoso sería yo si tal fuese. |
CRIVELO.-
Que
lo puedes bien creer, señor. |
VERGINIO.-
Y pues,
el que tanto le semeja, que está en casa de Gerardo,
¿quién ha de ser? |
QUINTANA.-
Tu hijo, señor.
|
VERGINIO.-
¿Qué me contáis? |
QUINTANA.-
La
verdad sin falta. |
VERGINIO.-
¡Oh providencia divina!
|
CRIVELO.-
Señor, en casa de Gerardo me entro,
por dalle aviso del regocijo tan sobrado, y ganar las albricias.
|
VERGINIO.-
Corre, ve. |
PAJARES.-
Yo a desalancearme.
|
Cornudo y contento
|
Paso
|
PERSONAJES
|
| LUCIO,
doctor médico. | | BARBARA,
su mujer. | | MARTÍN
DE VILLALBA,
simple. | | JERÓNIMO,
estudiante. | |
|
|
Plaza de un lugar.
|
LUCIO.-
¡Oh miserabilis
doctor! ¿Qué fortuna es ésta, que no haya receptado
en todo el día de hoy recepta ninguna? ¡Pues mirad
quién asoma para mitigar mi pena! Éste es un
animal, que le ha hecho encreyente su mujer que está
enferma, y ella hácelo por darse el buen tiempo con
un estudiante; y él es tan importuno, que no lo hace
con dos ni tres visitas al día. Pero venga, que en
tanto que los pollos en el corral le turaren, nunca su mujer
estará sin fiebre. Sea bien allegado el bueno de Alonso
de... |
MARTÍN.-
No, no, señor licenciado,
Martín de Villalba me llamo, para toda su honra.
|
LUCIO.-
Salus atque vita. ¿Para qué era nada
desto, hermano Martín de Villalba? |
MARTÍN.-
Señor,
perdone vuesa merced, que aun están todavía
pequeñuelos, pero sane mi mujer, que yo le prometo
un ganso que tengo a engordar. |
LUCIO.-
Déos
Dios salud. |
MARTÍN.-
No, no, primero a mi mujer,
plegue a Dios, señor. |
LUCIO.-
Muchacho, toma
esos pollos, ciérrame esa gelosía. |
MARTÍN.-
No,
no, señor, que no son pollos de gelosía, vuesa
merced puede estar descuidado. ¿Sabe cómo los ha de
comer? |
LUCIO.-
No por cierto. |
MARTÍN.-
Mire,
primeramente les ha de quitar la vida y plumallos, y echar
la pluma, y los hígados, si los tuvieren dañados.
|
LUCIO.-
¿Y después? |
MARTÍN.-
Después
ponellos a comer si tuviere gana. |
LUCIO.-
Bien me parece
todo eso. ¿Pues cómo se ha sentido esta noche vuestra
mujer? |
MARTÍN.-
Señor, algún tanto
ha reposado, que como ha dormido en casa aquel su primo el
estudiante, que tiene la mejor mano de ensalmador del mundo
todo, no ha dicho en toda esta noche, aquí me duele.
|
LUCIO.-
Yo lo creo. |
MARTÍN.-
Guárdenos
Dios del diablo. |
LUCIO.-
¿Y queda en casa? |
MARTÍN.-
Pues
si aqueso no huese, ya sería muerta. |
LUCIO.-
¿Tomó
bien la purga? |
MARTÍN.-
¡A mi madre! Ni aun
la quiso oler: pero buen remedio nos dimos porque le hiciese
impresión la melecina. |
LUCIO.-
¿Cómo
así? |
MARTÍN.-
Señor, aquel primo
suyo, como es muy letrado, sabe lo que el diablo deja de
saber. |
LUCIO.-
¿De qué manera? |
MARTÍN.-
Díjome:
mirad. Martín de Villalba, vuestra mujer está
de mala gana, y es imposible que ella beba nada desto: vos
decís que queréis bien a vuestra mujer: dije
yo, a mi madre, no estéis en eso, que juro a mí
que la quiero como las coles al tocino. Dijo él entuences,
pues tanto monta: bien os acordáis que cuando os casaron
con ella, dijo el crego ser unidos en una misma carne. Dije
yo, así, es verdad: dijo él, pues siendo verdad
lo que el crego dijo, y siendo toda una misma carne, tomando
vos esa purga, tanto provecho le hará a vuestra mujer
como si ella la tomase. |
LUCIO.-
¿Qué hicistes?
|
MARTÍN.-
Pardiez, apenas hubo acabado la zaguera
palabra cuando ya estaba el escudilla más limpia y
enjuta que la podía dejar el gato de Mari Jiménez,
que creo que no hay cosa más desbocada en toda esta
tierra. |
LUCIO.-
Bien le aprovecharía. |
MARTÍN.-
Guárdenos Dios: yo fui el que no pude más pegar
los ojos, que ella a las once del día se despertó,
y como a mí me había quedado aquella madrugada
tan enfecto el estrómago con aquello de la escudilla,
hízole tanto provecho a ella, que se levantó
con una hambre, que se comiera un novillo si se lo pusieran
delante. |
LUCIO.-
¿En fin? |
MARTÍN.-
En
fin, señor, que como no me podía menear del
dolor que en estos hijares sentía, díjome su
primo: andad mal punto que sois hombre sin corazón:
de una negra purguilla estáis, que me parecéis
un hubo serenado: entuences el señor diciendo y haciendo,
apañó una gallina por aquel pescuezo, que parece
que agora lo veo, y en un santiamén fue asada y cocida,
y traspillada entre los dos. |
LUCIO.-
Hiciérame
yo al tercio, como quien juega a la primera de Alemaña.
|
MARTÍN.-
¡A mí madre! Bien lo quisiera
yo, sino que me hicieron encreyente que le haría daño
a mi mujer lo que yo comiere. |
LUCIO.-
Hicistes muy
bien, mirad quién ha de vivir seguro de aquí
adelante: según me parece, a vos basta que curemos.
|
MARTÍN.-
Sí señor, pero no me
mande más de aquello de la escudilla, sino no será
mucho a muchas escudilladas ahorrar de tripas, y quedarse
el cuerpo como cangilón agujereado. |
LUCIO.-
Agora
pues, yo tengo ciertas visitas, id en buen hora, y acudios
por acá mañana, que con un buen regimiento
que yo os ordenaré, basta para que se acabe de curar.
|
MARTÍN.-
Dios lo haga, señor. |
ESTUDIANTE.-
Por
el cuerpo de todo el mundo, señora Bárbara,
veis aquí a vuestro marido que viene de hacia casa
del doctor Lucio, y creo que nos ha visto. ¿Qué remedio?
|
BÁRBARA.-
No tengáis pena, señor
Jerónimo, que yo le enalbardaré como suelo,
hacerle he encreyente que vamos a cumplir ciertos votos que
convienen para mi salud. |
ESTUDIANTE.-
¿Y creerlo ha?
|
BÁRBARA.-
¿Cómo si lo creerá?
Mal lo conocéis: si yo le digo que en lo más
fuerte del invierno se vaya a bañar en la más
helada acequia, diciendo que es cosa que importa mucho a
mi salud, aunque sepa ahogarse, se arrojará con vestidos
y todo. Háblele. |
ESTUDIANTE.-
Bien venga el
señor Martín de Villalba, marido de la señora
mi prima, y el mayor amigo que tengo. |
MARTÍN.-
¡Oh
señor primo de mi mujer! Norabuena vea yo aquesa cara
de pascua de hornazos. ¿Dónde bueno? ¿O quién
es la revestida, como borrica de llevar novias? |
ESTUDIANTE.-
Déjalo,
no la toques, una moza es que nos lava la ropa allá
en el pupilaje. |
MARTÍN.-
¿Mas, a fe? |
ESTUDIANTE.-
Si
en mi ánima, ¿habíate decir yo a ti uno por
uno? |
MARTÍN.-
Bien lo creo, no te enojes. ¿y
adónde la llevas? |
ESTUDIANTE.-
A casa de unas
beatas, que le han de dar una oración para el mal
de la jaqueca. |
MARTÍN.-
¿Búrlasme, di?
|
ESTUDIANTE.-
No, por vida tuya, y de cuanto luce delante
mis ojos. |
MARTÍN.-
Ve en buen hora, ¿has menester
algo? |
ESTUDIANTE.-
Dios te dé salud, no agora.
|
MARTÍN.-
Como tú deseas. |
BÁRBARA.-
¡Oh
grande alimaña! Que aun no me conosció. Aguija,
traspongamos. |
MARTÍN.-
Ola, ola, primo de mi
mujer. |
ESTUDIANTE.-
¿Qué quieres? |
MARTÍN.-
Aguarda,
cuerpo del diabro, que o yo me engaño, o es aquella
saya la de mi mujer; sí, ella es: ¿dónde me
la llevas? |
BÁRBARA.-
¡Ah don traidor! Mirad
qué memoria tiene de mí, que topa su mujer
en la calle, y no la conoce. |
MARTÍN.-
Calla,
no llores, que me quiebras el corazón, que yo te conoceré,
mujer, aunque no quieras, de aquí adelante; pero dime,
¿dónde vas? ¿Volverás presto? |
BÁRBARA.-
Sí
volveré, que no voy sino a tener unas novenas a una
santa con quien yo tengo grandísima devoción.
|
MARTÍN.-
¿Novenas? ¿Y qué son novenas,
mujer? |
BÁRBARA.-
¿No lo entendéis? Novenas
se entiende que tengo de estar yo allá encerrada nueve
días. |
MARTÍN.-
¿Sin venir a casa, álima
mía? |
BÁRBARA.-
Pues, sin venir a casa.
|
MARTÍN.-
Sobresaltado me habías, primo
de mi mujer, burlonazo, maldita la sangre que me habías
dejado engotada. |
BÁRBARA.-
Pues concédeme
una cosa. |
MARTÍN.-
¿Y qué, mujer de mi corazón?
|
BÁRBARA.-
Que ayunéis vos todos estos
días que yo allá estuviere a pan y agua, porque
más aproveche la devoción. |
MARTÍN.-
Si
no es mas que aqueso, soy muy contento: ve en buen hora.
|
BÁRBARA.-
A Dios: mirad por esa casa. |
MARTÍN.-
Señora
mujer, no te cumple hablar más como enferma, que el
doctor me ha dicho que a mí me ha de curar, que tú,
bendito Dios, ya vas mejorando. |
ESTUDIANTE.-
Quedad
en buen hora, hermano Martín de Villalba. |
MARTÍN.-
Ve
con Dios: mira, primo de mi mujer, no dejes de aconsejarla
que si se halla bien con las novenas, que las haga decenas,
aunque yo sepa ayunar un día más por su salud.
|
ESTUDIANTE.-
Yo lo trabajaré, queda con Dios.
|
MARTÍN.-
Y vaya con él.
|
Pagar y no pagar
|
Paso
|
PERSONAJES
|
| BREZANO,
hidalgo. | | SAMADEL,
ladrón. | | CEVADON,
simple. | |
|
|
Sala de casa particular.
|
BREZANO.-
Hora ¿no es
cosa extraña que a un hidalgo como yo se le haya hecho
semejante afrenta y agravio cual éste? Y es que un
casero de esta mi casa en que vivo, sobre cierto alquiler
que le quedé a deber, me ha enviado a emplazar doscientas
veces. Yo quiero y tengo determinado de llamar a Cevadon
mi criado, y dalle los dineros para que se los lleve. Ola,
Cevadon, sal acá. |
CEVADON.-
Señor. ¿llama
vuesa merced? |
BREZANO.-
Sí señor, yo
llamo. |
CEVADON.-
Luego oí que me llamaba. |
BREZANO.-
¿En
qué oyó que le llamaba? |
CEVADON.-
¿Diz
que en qué? En nombrarme por mi nombre. |
BREZANO.-
Hora,
ven acá, ¿conoces? |
CEVADON.-
Sí señor,
ya conuezco. |
BREZANO.-
¿Qué conoces? |
CEVADON.-
Esotro
el aqueste, el que dijo vuesa merced. |
BREZANO.-
¿Qué
dije? |
CEVADON.-
Ya no se me acuerda. |
BREZANO.-
Dejémonos
de burlas: dime si conoces a aquel casero desta mi casa en
que vivo. |
CEVADON.-
Si señor, muy bien lo conuezco.
|
BREZANO.-
¿Dónde vive? |
CEVADON.-
Acullá
en su casa. |
BREZANO.-
¿Dónde está su
casa? |
CEVADON.-
Mire vuesa merced, eche por esta calle
derecha, y torne por esotra a mano izquierda, y junto la
casa, empar de la casa al otra casa más arriba está
un poyo a la puerta. |
BREZANO.-
No me entiendes, asno:
no te oigo sino si conoces al calero de mi casa. |
CEVADON.-
Que
sí señor, muy rebien. |
BREZANO.-
¿Dónde
mora? |
CEVADON.-
Mire vuesa merced, váyase derecho
a la iglesia, y éntrese por ella, y salga por la puerta
de la iglesia, y dé una vuelta alrededor de la iglesia,
y deje la iglesia, y tome una callejuela junto a la callejuela,
empar de la callejuela, la otra callejuela más arriba.
|
BREZANO.-
Bien sé que sabes allá. |
CEVADON.-
Sí
señor, demasiadamente sé. |
BREZANO.-
Sus,
toma estos quince reales, y llévaselos, y dile que
digo yo que lo ha hecho ruinmente en enviarme a emplazar
tantas veces, y que digo yo que me haga merced de no hacello
tan mal conmigo; y mira que al que se los has de dar ha de
tener un parche en el ojo, y una pierna arrastrando, y primero
que se los des te ha de dar una carta de pago. |
CEVADON.-
¿Que
primero que le de yo los dineros, le tengo de dar una carta
de pago? |
BREZANO.-
Que no, asno, él a ti. |
CEVADON.-
Yo,
ya, él a mí, yo lo haré muy requísimamente.
|
|
(Calle.)
|
SAMADEL.-
Según soy informado, por
aquí ha de venir un mozo con unos dineros que los
ha de dar a un mercader: yo le tengo de hacer encreyente
que soy el mercadante y cogelle los dineros, que bien creo
que serán buenos para alguna quinolilla: ta, ta, quiero
disimular, que helo aquí do viene. |
BREZANO.-
Mira
que lo sepas hacer, diablo. |
CEVADON.-
Que lo sabré
hacer, ¡válame Dios! |
SAMADEL.-
Ola, hermano,
¿es hora que traigáis esos dineros? |
CEVADON.-
¿Es
vuestra merced el que los ha de recibir? |
SAMADEL.-
Y
aun el que los habla de tener en la bolsa. |
CEVADON.-
Pues,
señor, díjome mi amo que le diese a vuesa merced,
y tomase vuesa merced quince reales. |
SAMADEL.-
Sí,
quince han de ser, dad acá. |
CEVADON.-
Tome:
aguarde vuesa merced. |
SAMADEL.-
¿Qué tengo de
aguardar? |
CEVADON.-
¿Diz qué? Las insignias.
|
SAMADEL.-
¿Qué insignias? |
CEVADON.-
Dijo
mi amo que había de tener vuesa merced un parche en
el ojo, y traer una pierna arrastrando. |
SAMADEL.-
Así,
pues si no es más deso, cata aquí el parche.
|
CEVADON.-
Avese de ay, ¿diz que eso es parche? |
SAMADEL.-
Digo
que si es. |
CEVADON.-
Digo que no es. |
SAMADEL.-
Digo
que lo es, aunque os pese. |
CEVADON.-
No quiero pesar,
señor, séalo al mandado de vuesa merced, parche
es, válame Dios! Son como trata vuesa merced abajo
el sombrerillo, no había visto el parche. |
SAMADEL.-
Hora,
sus, dad acá los dineros. |
CEVADON.-
Tome vuesa
merced. |
SAMADEL.-
Echa. |
CEVADON.-
Aguarde. |
SAMADEL.-
¿Qué
tengo de aguardar? |
CEVADON.-
¿La pierna arrastrando
que es delta? |
SAMADEL.-
¿La pierna? Vesla aquí.
|
CEVADON.-
Tome vuesa merced los dineros. |
SAMADEL.-
Vengan.
|
CEVADON.-
Aguarde. |
SAMADEL.-
¡Oh pecador de mí!
¿Qué quieres que aguarde? |
CEVADON.-
¿Qué
tengo de aguardar? La carta de pago. |
SAMADEL.-
Pues
vesla aquí, toma, bobo, que en verdad veinte años
ha que está escrita, y decidle a vuestro amo que digo
yo que es un grandísimo bellaco. |
CEVADON.-
¿Que
le diga yo a mi amo que vuesa merced es un grandísimo
bellaco? |
SAMADEL.-
Que no, sino que yo se lo digo a
él, y que lo ha hecho ruinmente. |
CEVADON.-
Ta,
ta, eso de ruin le había de decir yo a vuesa merced,
que mi amo me dijo que se lo dijese, téngalo por recibido.
|
SAMADEL.-
Bien está, vete con Dios. |
CEVADON.-
Vaya
vuesa merced: ofrézcole al diabro el parche que lleva,
que miedo tengo que no me haya engañado. |
BREZANO.-
Ola;
Cevadon, ¿traes recado? |
CEVADON.-
Sí señor,
traigo todo recado, y la carta de pago, y todo negocio viene.
|
BREZANO.-
¿Mirástele bien? ¿Viste si tenía
parche? |
CEVADON.-
Sí señor, un parchazo
tenia tan grande como mi bonete. |
BREZANO.-
¿Vístelo
tú? |
CEVADON.-
No señor, mas él
dijo que le traía. |
BREZANO.-
¿Pues así
habías de fiar de su palabra? |
CEVADON.-
Sí
señor, sé que no había de infernar ellotro
su alma a truque de un parche ni de quince reales. |
BREZANO.-
Ora,
sus, que tú traerás algún buen recado;
y dime, ¿trata la pierna arrastrando? |
CEVADON.-
Sí
señor, luego que le di los dineros arrastró
ansina la pierna, mas luego que se fue, iba mas derecho que
un pino. |
BREZANO.-
Baste, veamos la carta. |
CEVADON.-
Tome,
señor. |
BREZANO.-
Señor hermano. |
CEVADON.-
¿Dice
ahí señor hermano? |
BREZANO.-
Sí,
que dice señor hermano. |
CEVADON.-
Debe de ser
hermano del que recibió los dineros. |
BREZANO.-
Ansí
debe de ser. Las libras de azafrán... |
CEVADON.-
¿Ahí
dice libras de azafrán? |
BREZANO.-
Sí,
aquí así dice. |
CEVADON.-
¿Las libras
de azafrán? ¿Yo no he traído a vuesa merced
azafrán? |
BREZANO.-
A mí no. |
CEVADON.-
¿Pues
cómo viene el papel enzafranado? |
BREZANO.-
¿Tú
no ves que te ha engañado, que por darte carta de
pago te ha dado carta mensajera? |
CEVADON.-
¿Carta,
o qué? |
BREZANO.-
Carta mensajera. |
CEVADON.-
Pardiez
si eso es verdad, que lo ha hecho muy bellaquísimamente.
|
BREZANO.-
¿Qué remedio, señor? |
CEVADON.-
Yo
diré a vuesamerced qué remedio. Que tomemos
sendos palos, y que vamos callibajo, vuesa merced primero,
yo tras dél, y si a dicha le encontramos, cobraremos
nuestros dineros; cuando no, servirme ha de criado estuences.
|
BREZANO.-
¿Qué es servirte de criado? |
CEVADON.-
¿Qué,
señor? Que yo os compezaré a bravear con él,
como lo hizo de ruin hombre de llevarse los dineros sin parche
ni pierna arrastrando, y en esto vuesa merced descargará
con la paliza. |
BREZANO.-
Pues, sus, vamos. |
CEVADON.-
Vamos.
|
SAMADEL.-
Bien dicen que lo bien ganado se pierde,
y lo malo, él y su amo: esto dígolo porque
aquellos dineros que tomé al simple mozo, los medios
se fueron en un resto, y los otros se quedaron en un bodegón:
dicen que van en busca mía, no tengo otro remedio
sino diferenciar la lengua. |
BREZANO.-
Haz que le conozcas
bien. |
CEVADON.-
Pierda cuidado vuesa merced, que yo
le conosceré rebien. Véngase poco a poco tras
mí. |
BREZANO.-
Anda. |
CEVADON.-
Señor,
Señor. |
BREZANO.-
¿Qué? |
CEVADON.-
Caza
tenemos, el del sombrerito es. |
BREZANO.-
Cata que sea
él. |
CEVADON.-
Que sí, señor, éste
me tomó los dineros. |
BREZANO.-
Sus, háblale.
|
CEVADON.-
Hombre de bien. |
SAMADEL.-
La gran bagase
qui us parí. |
CEVADON.-
No habla cristianamente,
señor. |
BREZANO.-
Sepamos pues en qué
lengua habla. |
SAMADEL.-
Yuta drame a roquido dotos
los durbeles. |
BREZANO.-
¿Qué dijo? |
CEVADON.-
Que
se los comió de pasteles. |
SAMADEL.-
¿No he fet
yo tan grasa llegea? |
BREZANO.-
¿Qué es lo que
dice? |
CEVADON.-
Que él los pagará, aunque
se pea. |
SAMADEL.-
¿Qué he de pagar? |
CEVADON.-
Los
dineros que me quisiste burlar. |
SAMADEL.-
Tomá
una higa para vos, don villano. |
CEVADON.-
Pero tomad
vos esto, don ladrón tacaño. |
BREZANO.-
Eso
sí, dale. |
CEVADON.-
Aguarda, aguarda.
|
Prendas de amor
|
Coloquio
|
PERSONAJES
|
| MENANDRO,
pastor. | | CILENA,
pastor. | | SIMÓN,
pastora.
| |
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|
SIMÓN, MENANDRO.
|
SIMÓN |
Menandro, ya hemos llegado | | do podemos deslindar, | | y deja
averiguado, | | cuál es más aventajado, | | y tiene
más que esperar, | 5 | que si Cliena pastora | | a los dos
favor nos dio, | | a mí más me aventajó,
| | pues aquella clara aurora | | su zarcillo me entregó.
| 10 |
|
|
MENANDRO | Si por combate o razones | | la gran locura en que
estás, | | Simón, defender querrás, | |
propon luego tus quistiones, | | porque a todo me hallarás:
| 15 | dices que te dio un zarcillo | | de su oreja delicada, | |
y que a mí no me dio nada, | | porque me entregó
un anillo | | de mano tan alindada. | 20 |
|
|
SIMON | ¿Quién vido
señal de amor | | tan manifiesta y tan clara, | | ni de
tan alto valor? | | Pues me dio por más favor | | las
insinias de de su cara: | 25 | por aquí quiero cazarte.
| | Ven acá, Menandro hermano, | | pues quieres aventajarte,
| | ¿Cuál es más preciosa parte | | las orejas
o la mano? | 30 |
|
|
MENANDRO | Si va por vía de honor | | de honra,
los afrentados | | por justicia y castigados | | viven con gran
deshonor | | si fueren desorejados. | 35 | Y por tanto yo diría
| | que en esta causa o quistión, | | Simón, las
orejas son | | de menor precio y valía, | | que no nuestras
manos son. | 40 | ¿Quieres ver como la mano | | es de mayor excelencia?
| | Ten cuenta, Simon hermano, | | y verás la diferencia
| | porque no estés tan ufano. | 45 | Si te vas a desposar,
| | en señal de casamiento | | lo primero que has de dar
| | ¿Qué ha de ser? |
|
|
SIMÓN | A
mi pensar | | es la mano, a lo que siento. | 50 |
|
|
MENANDRO | ¿Y después
el sacerdote | | cuando os veláis en la igreja, | | el
anillo, acemilote, | | pónetelo, di, majote, | | en la
mano o en la oreja? | 55 | No tienes que responder, | | que ya queda
averiguado, | | por ser más aventajado, | | y esto se
puede bien ver, | | por el anillo esmaltado. | 60 |
|
|
SIMÓN |
Sea, dices que es ansí | | tú, contento con tu
anillo, | | yo, con mi dulce zarcillo. | |
|
|
MENANDRO | A la fe sábete
aquí | | que te he vencido, carillo. | 65 |
|
|
SIMÓN | La
gran soberbia que cobras, | | Menandro, en el proponer, | | me
da muy claro a entender | | que por la envidia que sobras | | te tengo aquí de vencer. | 70 |
|
|
MENANDRO | Mi fe tú
estás añasgado, | | no te aprovechan razones
| | y tus debres conclusiones | | claramente han demostrado | | ser fracas en dos ringlones. | 75 |
|
|
SIMÓN | Tente que siento
pisadas: | | Cilena debe de ser. | |
|
|
MENANDRO | Suso, ella podrá
hacer | | que cesen nuestras puñadas, | | y altercanza
y contender. | 80 |
|
|
|
(Entra CILENA, pastora.)
|
CILENA | Anday, mi branco ganado, | | por la frondosa ribera,
| | no vais tan alborotado, | | seguid hacia la ladera | | deste
tan ameno prado: | 85 | gozad la fresca mañana | | llena
de cien mil olores, | | paced las floridas flores | | de las
selvas de Diana | | por los collados y alcores. | 90 |
|
|
MENANDRO | ¡Oh
Cilena! Bien llegada | | dichosos tales collados | | que de ti
son visitados: | | de ti, pastora agraciada, | | queremos ser
acrarados. | 95 | Bien te acuerdas que en el prado | | a Simon diste
un zarcillo, | | y a mí me diste un anillo | | en señal
de aventajado, | | causa de nuestro omecillo. | 100 | Dice y afirma
Simon | | que todo el favor le diste | | y no a mí me
aborreciste, | | aquesta es nuestra quistión, | | y tú
en ella nos pusiste. | 105 |
|
|
CILENA | Quisiera lugar tener, | | cierto,
garridos pastores, | | para que vuestros errores | | dejaran
de proceder | | sobre tal causa de amores. | 110 | Mas pues que soy
allegada, | | porque no os quejéis de mí, | | tomad
eso que va ahí, | | y otra vez en la majada | | sabréis
presto el no, o el sí. | 115 | Por agora perdonad | | que
no puedo detenerme: | | pastores, en paz quedad, | | y en lo
que os di contemplad | | porque dejéis de quererme.
| 120 |
|
|
SIMÓN | Di, Menandro, ¿qué te ha dado? | |
|
|
MENANDRO |
A mí diome un corazón | | con un letrero esmaltado.
| |
|
|
SIMÓN | Y a mí su rostro pintado | | al vivo en
gran perfección: | 125 | también lleva su letrero.
| |
|
|
|
SIMON | Mira
y verás | | en mí, cuanto tú querrás.
| | Dichoso Simón cabrero, | | ¿Qué es lo que deseas
más? | 130 | En esto se ha conocido | | yo ser más
aventajado | | amado y favorecido, | | pues mi Cilena me ha dado
| | su rostro al vivo esculpido. | 135 |
|
|
MENANDRO | Simon, no estés
tan ufino, | | no pienses con tu labor | | llevarte todo el favor.
| |
|
|
SIMÓN | ¿Qué dice tu letra, hermano? | | Que esta
llena está de amor. | 140 |
|
|
MENANDRO | Yo no tengo más
que dar, | | pues te doy el corazón; | | mas con aqueso,
garzón, | | no tienes de glorïar | | ni mostrar más
presunción. | 145 | ¡Oh señal nada imperfeto | | de
la pastora Cilena! | |
|
|
|
|
SIMÓN | ¡Oh voz que
en mi alma suena! | 150 | ¡Oh rostro más que hermoso! | |
|
|
MENANDRO |
¡Oh pastor bien fortunado! | |
|
|
|
MENANDRO | ¡Oh corazón amoroso, | | qué contento
me has dado! | 155 | Dejemos nuestro altercar, | | Simon, que si
vas contento, | |
|
|
SIMON | Yo sin más que desear, | | de alma
y de pensamiento. | |
|
|
Amor vengado
|
Paso
|
PERSONAJES
|
| CUPIDO. | | FALACIO,
pastor. | | BRUNEO,
pastor. | | DORESTA,
pastora.
| |
|
FALACIO.-
Mira, Amor, no nos persigas ni apremies,
tente afuera, que el que no es acostumbrada a ser captivo,
adora la libertad: no pienses con tus blasones y poderes
absolutos que publicas, enternecer nuestro silvestre y salvagino
natural, que nosotros la soledad amamos, las peñas
nos acompañan, los jarales nos recrean, las yerbas
nos refrescan, adonde con nuestras brutales fuerzas despedazamos
los osos, los tigres y basiliscos amontamos. Reconoce, Amor,
que los corazones que contra tales fieras pueden, contra
tus fuerzas mas que bastantes serán. |
CUPIDO.-
¡Oh
brutos zagales! ¡Contra mi poder tan atrevidamente habláis!
Tornad, tornad en vosotros, y conosced que soy hijo del sapientísimo
Vulcano, y a los pechos blancos de la diosa Venus mi madre
criado: temido de los fuertes, generalmente de todos obedescido;
¿pues qué hacéis, brutos zagales, que ante
mí no os humilláis? Amando a la pastora Doresta,
que por uno de vosotros se deshace, gozad, gozad de la primavera,
del verano, y no aguardéis la invernal senectud; catad
que como me sirviéredes, así seréis
de mí galardonados. |
BRUNEO.-
¿Cómo? ¿Cómo?
Tente a una banda, Falacio no piense con los fieros que publica
subjectarnos, ni con yerba de su flecha nos herir. Saca,
saca tu cachicuerno cuchillo, aquel con que las verdes hayas
y altos robles de estas nuestras montañas destroncar
sueles; y si fuerza contra fuerza poner quiere, a las manos
lo tomemos, y ellas solas lo determinen. |
FALACIO.-
Muera.
|
BRUNEO.-
Llega, dale. |
FALACIO.-
No viva el que
nos piensa subjectar bajo sus pies. |
DORESTA.-
Paz,
paz, zagales, que contra el poderoso Amor no hay fuerzas
ni mañas que basten... Escogido rey, en tal guerra
sin tu ayuda no se puede haber victoria. |
CUPIDO.-
Amadora
y sierva mía, pues amas sin ser amada, y los corazones
de estos dos zagales se endurecen contra ti, toma mi arco
y mi enherbolada flecha, y al que más amares atraviésale
el corazón. |
FALACIO.-
Defiéndete, Bruneo.
|
BRUNEO.-
No tires, zagala, que no hay quien te ame.
|
FALACIO.-
Y si tirares no nos yerres, que a nuestras
manos morirás. |
CUPIDO.-
Suelta, zagala. |
FALACIO.-
¡Ay,
que me siento herido! |
BRUNEO.-
¿Tan presto desmayas?
Poco ánimo es el tuyo. ¿De quién? |
FALACIO.-
De
amores de esta zagala. |
BRUNEO.-
Ten, ten fuerte como
yo. |
CUPIDO.-
Aguarda porque no te alabes. |
BRUNEO.-
¡Ay
que me siento vencido de aquesta que adora mi vida! |
CUPIDO.-
¿Sois
amantes? |
FALACIO y BRUNEO.-
Y tus siervos. |
FALACIO.-
¡Oh
zagala! Pues tu amor nos ha vencido, apiádate de nosotros.
|
DORESTA.-
Como si nunca os viera. |
FALACIO.-
Tú
eres mi señora. |
DORESTA.-
Vosotros mis enemigos.
|
BRUNEO.-
¡Oh gran diosa! |
DORESTA.-
¡Oh crueles!
|
FALACIO.-
Aguarda, aguarda. |
DORESTA.-
No me cumple.
|
BRUNEO.-
Por ti morimos. |
DORESTA.-
Yo vivo en
veros morir. |
FALACIO.-
Yo peno. |
DORESTA.-
Yo
descanso. |
BRUNEO.-
Yo tu esclavo. |
DORESTA.-
Yo
señora. |
FALACIO.-
Yo suspiro. |
DORESTA.-
Yo
canto. |
BRUNEO.-
Yo te sigo. |
DORESTA.-
Yo huyo.
|
|
(Aquí se arrodillan los pastores delante de CUPIDO.)
|
FALACIO y BRUNEO.-
Amor, Amor, apiádate de nosotros.
|
CUPIDO.-
Levantaos, nuevos amantes; aunque rebeldes
habéis sido, es justo que de la que os amó
y amáis, seáis galardonados. ¡Oh hermosa zagala!,
ámalos, pues que te aman. |
DORESTA.-
¿A cuál
de ellos? |
CUPIDO.-
Bien preguntas: esa causa no quiero
determinarla sin consejo de amadores; mas como rey absoluto
mando que entre tanto que se determinare, andes en medio
de los dos por selvas y boscajes, adonde con casto amor de
ellos servida seas, y con su vista te contentes. Ea, caballeros,
gentileshombres, lindas damas, en vuestro juicio lo dejo
que juzguéis lo que aquí ha pasado: entrambos
la aborrecían: entrambos fueron forzados. ¿Cuál
se puede llamar amador, el que la zagala hirió con
su flecha, o el que yo herí de mi voluntad?
|