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Jornada III

Escena I

 

AUDALLA, ISABELA, un ALCAIDE.

 
AUDALLA
Hete querido dar, perra, la vida,
y despréciasla tú de tal manera,
que no temes la muerte, tan temida
del hombre más valiente que la espera,
pues luego se verá si fue fingida 5
esa severidad o verdadera,
y si con el principio de las penas
la furia de la cólera refrenas.
ISABELA
¿Adónde me lleváis?
AUDALLA
Adonde veas
primero que las llamas encendidas 10
a los que tanto hablar y ver deseas,
para que te consueles y despidas:
porque puesto que ya tan dura seas,
sin mirar las ofensas recibidas,
el último consuelo te dejamos. 15
ISABELA
Invención de tiranos es; mas vamos.
AUDALLA
Antes vendrán aquí: llamados luego;
pero mejor será que yo los llame.
ISABELA
Una sola merced señor, te ruego;
y después de cumplida, muerte dame. 20
No pido que me libres, no, del fuego,
sentencia reputada por infame,
y para mí dichosa: solo quiero
me dejes con Muley hablar primero.
AUDALLA
Yo voy; haced vosotros lo que digo. 25
ISABELA
¡Ay Dios, si se cumpliese mi deseo!
Temo que con temor de tu castigo,
dejes, Muley, tu fe; mas no lo creo
pero si yo me puedo ver contigo
bien sé que ganaremos hoy trofeo, 30
y coronas de mártires gloriosos,
contentos y purísimos esposos.
ALCAIDE
Ahora mira pues, ¡oh triste dama!
Estos tan conocidos troncos fríos,
troncos que produjeron esa rama, 35
y vierten por sus cuellos rojos ríos;
hoy tienes ocasión de ganar fama.
ISABELA
¡Ay, padres desdichados, por ser míos!
¡Ay, hermana también! ¡Qué dura mano!
¡Ay, implacable saña de tirano! 40
    ¿A cuál de estos tres cuerpos son debidas
estas copiosas lágrimas que vierto?
¿A cuál han de lavalle las heridas
que los fieros puñales han abierto?
¿Sobre cuál de las prendas conocidas 45
ha de caer con tal dolor incierto
éste con gran razón dudoso pecho?
¿A cuál abrazaré con lazo estrecho?
    ¡Oh padres, otro tiempo cuidadosos
de mis infaustas bodas, si llegaran! 50
¿Así me consoláis en los fogosos
tormentos que los moros me preparan?
¿Y tú, cuyos dos ojos luminosos
los pechos más rebeldes ablandaran,
hermana, consejera de mis males, 55
a ver mis vituperios así sales?
    ¿Así me consoláis la partida,
y me dais a besar las santas manos?
¿Así de vuestros brazos detenida
me sacan con violencia los paganos? 60
¡Oh diestra de los nuestros homicida!
Tirano, descendiente de tiranos,
¿por qué las bendiciones de mi padre
me niegas, y los besos de mi madre?
    Pero yo, temeraria, ¿por qué lloro, 65
y las ilustres ánimas ofendo?
Ellas ocupan ya las sillas de oro,
las celestiales músicas oyendo,
y yo con imputar al fiero moro
la voluntad inmensa reprehendo. 70
¡Oh loca! ¿Tú no sabes que del cielo
procede lo que miras en el suelo?
    Dios quiso colocarlos de tal suerte
entre los que contemplan su grandeza,
y dar a mi paciencia con su muerte 75
un toque verdadero de firmeza.
Ea pues, Isabela, tú convierte
en alboroto dulce esa tristeza;
de las adversidades fuerzas sala,
cual suelen de las víboras triaca. 80
ALCAIDE
Cubrid esos difuntos, no los vea,
y con ellos le demos ya materia,
que nuestra confusión notoria sea,
en gozo convirtiendo su miseria.
Y no puedo negarte, mujer rea, 85
que cuando la famosa Celtiberia
de dignas alabanzas careciera,
por sola tu constancia las tuviera.

Escena II

 

AJA.

 
AJA
    Por ser de nuestra casa lo más alto
estoy en esta torre congojosa 90
con un apasionado sobresalto;
acá y allá la vista codiciosa
me lleva por los campos diligente
el triste corazón que no reposa.
¡Ay, Aja!, con cuidado diferente 95
solías frecuentar estos lugares,
para tender la vista libremente.
¡Mas ay, memoria triste!, ya no pares
a contemplar el bien que no poseo,
cuando vienen los males a millares. 100
El horrendo lugar de lejos veo,
en el cual suelen dar infame pena
los ministros fierísimos al reo.
De gente la campaña miro llena:
de voces y trompetas discordadas 105
un confuso clamor en torno suena.
De polvo densas nubes levantadas
oscurecen los aires, y no dejan
discernir bien las cosas apartadas.
Parece que los campos se me alejan, 110
porque no pueda ver el caso fiero,
y que del riguroso rey se quejan.
¡Cuándo veré vislumbres del acero,
y llegar el socorro favorable
que del desheredado rey espero! 115
¡Cuándo veré librar al miserable
a las ardientes llamas condenado,
con un atrevimiento memorable!
Mas, Aja, ¿para qué tienes cuidado
del que no solamente no te quiere; 120
pero dicen también que es bautizado,
y que con pertinaz ánimo muere,
junto con Isabela, tan conforme,
que de su ley y pecho no difiere?
Pero por mucho más que disconforme 125
el suyo de mi pecho, no por esto
aprobaré castigo tan disforme.
¡Oh Adulce! No te tardes, llega presto,
que ya deben tener al condenado
en el ignominioso lugar puesto. 130
¡Qué llamas tan horrendas se han alzado!
El humo negro sube por los vientos,
y de ellos es acá y allá llevado.
¿Qué voces con tristísimos acentos
un cautivo cristiano viene dando? 135
¡Ay me! ¡Qué lastimosos movimientos!
El rostro con las uñas arañando,
rasgándose también el pecho viene,
los brazos a los cielos levantando.
¿Cómo no bajo pues? ¿Quién me detiene? 140
¿Por qué públicamente no pregunto
si Muley Albenzaide vida tiene?
¡Oh, si yace su cuerpo ya difunto,
acompañarle quiero con el mío!
¡Dichosa si me viere con él junto! 145

Escena III

 

AJA, NUNCIO.

 
NUNCIO
¡Oh pueblo religioso, pueblo pío,
con largo cautiverio castigado
debajo de tirano señorío!
Hoy eres por el suelo derribado,
hoy dos firmes columnas has perdido, 150
mas antes hoy dos santos has ganado.
¡Oh tirano cruel endurecido!
Castíguete la mano poderosa
de Dios, en sus cristianos ofendido.
De esta casa real y suntuosa 155
que vosotros llamáis Aljafería,
y yo cueva de sierpes ponzoñosa,
permita Dios que llegue presto día
en que caigan sus muros levantados,
absoluto poder y tiranía; 160
y los soberbios techos tan dorados,
en vengativas llamas yo los vea
por manos de los nuestros abrasados.
Y ya que preservada de esto sea,
alcázar se convierta de cristianos, 165
y príncipe cristiano la posea,
el cual para los pérfidos paganos
tenga después en ella cárcel fuerte,
y mueran castigados a sus manos.
AJA
Si vienes, ¡oh cristiano! Tú por suerte, 170
aunque bien lo declaras con tus voces,
de ver ejecutar la torpe muerte;
pues que mi voluntad también conoces,
declárame de todos el suceso,
así la libertad perdida goces: 175
que, puesto que soy mora, yo confieso
que tengo compasión de vuestras cosas,
por ver que son juzgadas con exceso.
NUNCIO
¡Oh tú que reprobar los malos osas,
cuando más prevalecen sus maldades, 180
y cortan sus espadas rigurosas?
Ahora de mi pena te apiades,
ahora lo preguntes con cautela,
para saber así las voluntades.
De nadie ya mi lengua se recela, 185
antes en altas voces contar quiero
las muertes de Muley y de Isabela;
pero mejor será contar primero
de sus padres, amigos y parientes
el martirio cruel, el caso fiero. 190
AJA
Mas antes yo te digo que no cuentes
sino de los dos solos.
NUNCIO
Pues prepara
de manantiales lágrimas dos fuentes.
Como suele fingir la madre cara
a veces del enojo del marido, 195
con el hijo que vio que desampara
el padre sin razón endurecido,
colérico la riñe si defiende
al joven de su casa despedido:
ella muestra que en ello condesciende, 200
pero llora después el hijo ausente,
de suerte que el marido ya lo entiende:
tal, y con tal dolor la triste gente,
a vueltas la cristiana con la mora,
encubren su pasión difícilmente. 205
Cada cual de Muley el caso llora,
por ser en la ciudad amado tanto,
y por su conversión mejor ahora.
Ni quedas, Isabela, tú sin llanto;
pues moros y cristianos afligidos 210
con lágrimas celebran tu fin santo:
mas por no ser del rey también punidos,
refrenando las lenguas temerosas,
daban indicios de esto conocidos;
y con las voces bajas y llorosas, 215
llenos de turbación, se preguntaban
la causa principal de tales cosas;
pero como los más se recelaban,
negando la respuesta sin hablarse,
los hombros y cabezas levantaban; 220
y como suelen muchos engañarse,
algunos en favor del rey decían
que con sabios debió de aconsejarse.
En tanto que estas cosas sucedían
y delante la cárcel apiñados 225
los atónitos hombres concurrían
sacaron a los tristes condenados
cuyos brazos, indignos de tal pena,
llevan a las espaldas amarrados,
encima de los cuales también suena, 230
dando clara señal de pesadumbre,
de torcido metal una cadena:
cércales, como tiene de costumbre,
así de los ministros del rey fiero,
como de circunstantes, muchedumbre. 235
La bella dama fue la que primero
maravilló la gente circunstante,
con descubrir el rostro tan severo.
Pasmáronse de verla tan constante,
que en ánimo, lugar y fortaleza 240
al valiente Muley iba delante.
No sólo no mostró tener flaqueza;
pero con ser tan triste la salida,
negó las apariencias de tristeza.
AJA
No deben estimar la corta vida 245
los que saben cuán frágil es su gloria,
y tienen su mudanza conocida.
NUNCIO
No rompas el proceso de mi historia.
AJA
Prosigue.
NUNCIO
Los cabellos extremados,
tan dignos de quedar en la memoria, 250
sueltos, sin más adornos por los lados
con una redecilla contendiendo,
y de ella con el viento libertados,
andaban varias luces despidiendo,
como suelen tal vez las rubias mieses, 255
con este y aquel viento compitiendo.
¡Cosa digna de lástima!
AJA
No ceses.
NUNCIO
La gravedad del rostro no dejaba
llegar a los ministros descorteses:
con los hermosos ojos los turbaba, 260
que como la virtud se traslucía,
los ánimos más bárbaros domaba.
Notósele también cómo volvía
los ojos muchas veces, animando
al valiente Muley, que la seguía. 265
¡Extraña cosa ver un pecho blando
de una tan muchacha cuanto bella,
al más valiente joven consolando!
Topábanse los ojos de él y de ella;
los de Muley llorando por su muerte, 270
o por la de la huérfana doncella.
Al fin llora Muley, con ser tan fuerte,
(¡Oh virtud, cuánto puedes!) y la dama
una mínima lágrima no vierte.
Todo lo pasa bien quien a Dios ama 275
dejemos esos bárbaros gentiles,
que trocaron la vida por la fama:
mirad correr en años juveniles
a morir una dama tan contenta.
Pospuestas las flaquezas mujeriles, 280
como suele tal vez correr sedienta
a la vecina fuente veloz cierva,
cuyas hermosas aguas ensangrienta
hay un campo ribera de la Guerva,
al cual niegan los hombres el arado, 285
y Dios da en todo tiempo verde yerba:
lugar para dar muerte dedicado,
y por esto que digo tan inculto,
que de él huyen las fieras y ganado.
Aquí con grandes voces y tumulto 290
trajeron a los dos fieles cristianos,
que ya Muley dejó de serlo oculto
y luego los ministros inhumanos
espalda con espalda los ataron,
por los pies, por los hombros y las manos. 295
Todos los circunstantes se pasmaron,
y con silencio triste muy atentos,
cuanto les permitieron se acercaron:
dijeras que también los raudos vientos
se paraban a ver el caso fiero, 300
según vimos cesar sus movimientos.
El silencio rompió Muley primero,
y con osada voz y fuerte pecho
confesó ser cristiano verdadero.
AJA
¡Oh fementido moro, tal has hecho, 305
y téngote yo lástima!
NUNCIO
La dama
prosigue de Muley el viril hecho,
diciendo: pues el pecho nos inflama
el que por redimir a los humanos
tomó para morir la cruz por cama, 310
preciémonos de ser sus cortesanos
y ya que cual él hizo no podemos
alargar en la cruz los pies y manos,
a sus graves tormentos imitemos:
tú puedes ser mi cruz y yo la tuya, 315
y juntos de esta suerte moriremos,
y pues las almas son hechura suya,
procure cada cual que cuando muera,
al mismo que la dio la restituya:
dijo: pero sin duda más dijera, 320
si rompiendo los aires una flecha
contra la bella dama no viniera:
entrose por la boca tan derecha,
que le clavó la lengua, que tenía
ya gran predicadora de Dios hecha. 325
Entró la flecha pues cuando salía
por la cristiana boca repetido
el nombre del gran hijo de María.
Todos vuelven a ver el atrevido,
mas antes el cruel que con tal furia 330
de tan grande maldad autor ha sido,
el cual fue Bayaceto de Liguria,
un tiempo bautizado, ya precito,
pues que dejó su ley por la lujuria:
alzan un general y triste grito, 335
y todos lo señalan con el dedo,
diciendo que merece ser proscrito
mas él se presentó con gran denuedo
diciendo que por honra de su secta
el arco disparó sin algun miedo. 340
Con esto la canalla ya quieta,
a la dama se vuelve, que tenía
inserta por la boca la saeta.
Una fuente de sangre despedía,
que por el blanco pecho discurriendo. 345
Coral sobre marfiles parecía;
y ya del blanco rostro desistiendo,
cual de cortada flor, el color bello,
las gracias se mostraban ir huyendo.
Inclinó con dolor el blanco cuello, 350
cual con la grande lluvia combatida
la dormidera verde suele hacello.
Así quedó la virgen adormida:
que la muerte del justo, sueño breve
le llaman, y principio de la vida. 355
AJA
A compasión grandísima me mueve
la muerte de esa dama desdichada.
NUNCIO
Es deuda general que se lo debe,
por estar, como dije, tan atada
al valeroso joven, que vivía, 360
no cayó la difunta desangrada.
El cuerpo de Muley la sostenía,
el cual debió sentir un nuevo peso
cuando la bella dama quedó fría
debiole discurrir por cada hueso 365
un hielo, cuando supo que, con vida,
con la que no la tiene estaba preso.
Así la vid nudosa, retorcida
por el amado tronco, que la tiene
encima de sus ramos sostenida, 370
por más que la pesada segur suene
y corte la raíz, ella segura
en el amado tronco se sostiene;
pero sécase luego su verdura,
y descubre los pámpanos marchitos, 375
la fruta, ni bien verde, ni madura.
AJA
¡Ay triste, si pudiese yo dar gritos!
¡Ay honra!, que suspendes mi querella,
y doblas mis tormentos infinitos.
NUNCIO
Muley, o que por ver a la doncella, 380
se quisiese volver forzosamente
y desatar los lazos de él y de ella,
o que, y es lo más cierto, del presente
dolor el corazón se le cubriese
con alguna congoja y accidente; 385
ahora por querer forcejear fuese,
ahora por desmayo repentino,
que como dicho tengo, le viniese;
al fin sin hablar más a tierra vino
con el amado peso de la dama, 390
como hiedra cortada con su pino.
Alrededor encienden viva llama,
la cual les escondió en humo luego,
y fue su conyugal primera cama.
AJA
Dime también, cristiano, yo te ruego, 395
¿hubo quien pretendiese, si lo viste,
libertará a los míseros del fuego?
NUNCIO
¿Tal cosa me preguntas? ¡Ay me triste!
Ni quien contradijese la sentencia,
sino con el recato que ya oíste. 400
AJA
Ya me faltan las fuerzas y paciencia;
déjame sola, joven desdichado.
NUNCIO
Pues yo me parto ya de tu presencia
a renovar el llanto comenzado.

Escena IV

 

AJA.

 
AJA
    Suspiros detenidos, 405
salid ahora ya del triste pecho:
ojos inadvertidos,
puesto que es sin provecho,
llorad, pues tanto daño me habéis hecho.
    En tanta desventura 410
¿de quién me debo yo quejar primero?
¿De mi corta ventura?
¿De Muley, por quien muero?
¿Del rey, o de su falso consejero?
    ¿O sólo tendré queja 415
del fementido moro valenciano,
que con su fraude deja
su juramento vano,
cuando pensé tener el hecho llano?
    Adulce fementido, 420
mejor fuera negarme claramente
el don por mí pedido,
que mostrar obediente
el corazón, después tan inclemente.
    Menor culpa comete 425
quien niega lo que justamente puede,
cumplir, que quien promete,
y después no procede
a dar, ni querer dar lo que concede.
    Tal es quien disimula, 430
y muestra buen semblante por de fuera,
como quien nos adula
con lengua lisonjera,
y después en ausencia vitupera.
    ¿Tú pretendes corona? 435
¿Tú pretendes el cetro que perdiste?
¿Por qué? ¿Por tu persona?
¿O por qué me cumpliste
las prolijas promesas, que me diste?
    Antes el rey que falta 440
en algo que tuviere prometido.
De la majestad alta
en que se vio subido,
merece ser de todos abatido.
    Y tú también, tirano, 445
que tanto tus castigos aceleras.
Tan presto, tan temprano
nuestras gentes alteras,
y dejaste de ser quien antes eras.
    Antes que la corona 450
esa cabeza bárbara ciñese,
jamás hubo persona
que de ti no dijese
que justa con tus méritos viniese.
    ¡Ay, cuántos pretensores 455
de reinos y soberbias dignidades,
antes de ser señores,
ganan las voluntades,
cubriendo con virtudes sus maldades!
    ¿Pero yo, desdichada, 460
con importunas voces solamente
he de quedar vengada?
¿Y de la vulgar gente
no tengo de mostrarme diferente?
    Llorar, cualquiera llora: 465
a más ha de pasar mi sentimiento.
Sigamos pues ahora
ese mortal intento:
no se dilate más, yo lo consiento.
    La noche me convida 470
con sus vecinas sombras a tal hecho:
yo quitaré la vida
en el ocioso lecho
al hermano cruel contra mi pecho;
    y con osada mano 475
abrasaré los miembros fraternales;
porque tú y el tirano,
¡Oh Muley! Vais iguales
en estas ceremonias funerales.

Escena V

 

AZAN, ZAUZALA.

 
AZAN
En los oídos traigo las querellas 480
del indignado pueblo, cuyos gritos
hieren con triste son en las estrellas.
Los hombres y los niños pequeñitos,
cubriéndose los ojos con las frentes,
llevan allí sus ánimos escritos. 485
De Muley los amigos y parientes,
puesto que disimulan con cuidado,
procuran la venganza diligentes.
Dicen que fue Muley bien castigado,
pero que la manera del castigo 490
de los términos justos ha pasado.
ZAUZALA
¿Y fáltales razón?
AZAN
Yo también digo
que no fue castigarlo como reo,
sino vengarse de él como enemigo.
El rey, por estas cosas, según creo 495
y por dejar las suyas sepultados,
como suelen decir, en el Leteo:
por ser, como tú sabes, consultadas
con Audalla las más, injustamente
por ellos los dos solos sentenciadas; 500
por atajar el daño ya presente,
queriendo descubrir mejor su pecho,
de privadas pasiones inocente,
y que si con rigor hubiese hecho
alguna cosa de estas, es Audalla 505
quien el castigo dio contra derecho,
hale mandado dar la muerte.
ZAUZALA
Calla
que no le mandó dar por eso muerte,
sino por Isabela, su vasalla.
AZAN
Cosa grave me cuentas.
ZAUZALA
Pues advierte,
510
pero bajo la llave del secreto,
aunque sólo me basta conocerte.
AZAN
Una, ciento, y mil veces te prometo
que no lo sepa nadie por mi parte,
puesto que tomo cargo de discreto. 515
ZAUZALA
No será necesario pues contarte
cómo prendieron hoy a la doncella.
AZAN
No, si ya no gustares de cansarte.
ZAUZALA
Audalla pues quedó solo con ella,
no menos que los otros, según vimos, 520
abrasado también de su centella;
porque cuando nosotros nos salimos,
detrás de ciertas puertas acechando
Aldujabar y yo nos escondimos;
y los atentos ojos aplicando 525
a ciertos agujeros, estuvimos
con gran facilidad los dos mirando
al viejo consejero del rey vimos.
No cierto combatir con los cristianos;
ni sus despojos pretender opimos; 530
mas antes con suspiros, pero vanos,
a la bella cristiana se rendía,
queriéndole besar las blancas manos,
ella con gran valor le resistía,
haciendo poco caso de la vida 535
la cual y mucho más le prometía.
Ni pienses que por esto se comida
Audalla, pero muda de consejo
contra la dama bella y afligida.
AZAN
Si delante los ojos un espejo 540
entonces al amante le pusieran,
y si pudiera ver el rostro viejo,
sus arrugas y canas, detuvieran
su furia, y a la dama juntamente
con su misma vergüenza defendieran. 545
ZAUZALA
Jurole con acuerdo diferente
de juntar a su muerte rigurosa
la de sus viejos padres y su gente:
ni por esto la dama valerosa
aflojó la constante resistencia, 550
ni se quiso mostrar más amorosa.
Pasaran las palabras a violencia,
si no temiera Audalla ser sentido.
AZAN
Muy tardese valió de su prudencia.
ZAUZALA
Pero de los desdenes ofendido, 555
o si no por ventura con vergüenza,
para cubrir sus culpas con olvido,
o porque muchas veces quien comienza
un pecado, tras él se precipita,
hasta que la maldad del todo venza; 560
Audalla la sentencia solicita,
y por mejor vengarse de la dama,
las vidas a sus viejos padres quita.
Ella murió después en viva llama,
y nosotros también al rey nos fuimos. 565
Que yace, como sabes, en la cama
allí le relatamos lo que vimos,
el cual con tanta saña nos oía,
que con darte el aviso, lo temimos.
Prolijo y prolijísimo sería 570
repetir las demandas y respuestas
que el rey sobre lo dicho nos hacía:
al fin con evidencias manifiestas
el rey se satisfizo.
AZAN
Muy bien pudo,
y fueron muy bastantes causas estas. 575
ZAUZALA
Así que por lo dicho yo no duda,
sino que le mató por su pecado,
y no para tenerle por escudo.
AZAN
No sé si fue por eso castigado:
pero, como te dije, yo sé cierto 580
que yace con infamia deshonrado.
ZAUZALA
¿Vístele tú morir?
AZAN
Yo le vi muerto,
y con innumerables puñaladas
el corazón oculto descubierto.
Vile las blancas canas afeadas, 585
sin honor, polvorosas y sangrientas,
que fueron otro tiempo veneradas.
ZAUZALA
Audalla feneció, según me cuentas.
AZAN
Esta cabeza suya, que yo llevo,
relación te dará de sus afrentas: 590
con ella sentiremos horror nuevo,
cuando, como la piensa dar, la diere
El rey a sus lebreles para echo.
Los divididos miembros también quiere
fijar en estos muros, porque sea 595
ejemplo de temor a quien los viere.
ZAUZALA
¿Habrá quien los mirase, que no crea,
viendo con tal adorno las almenas,
que son estas la casa de Medea,
o las de los hermanos de Micenas? 600

Escena VI

 

AJA, SELIN.

 
AJA
¿Yo soy la que rabiaba por venganza?
¿Pues cómo ya la cólera no arde?
Temprano, corazón, haces mudanza.
¿Temprano? Muy mejor dijera tarde.
Antes de comenzar esta matanza 605
te debieras mostrar, Aja, cobarde,
antes que con la sangre de tu hermano
su lecho mancillaras y tu mano.
SELIN
¡Oh noche tenebrosa! ¡Oh noche fiera!
Que con anticipar tu sombra tanto, 610
prodigio quieres ser, y mensajera
de la terrible causa de mi llanto.
Dilata tus tinieblas de manera
que dejes a los hombres con espanto,
y puedan conocer en las señales 615
sin que yo los relate nuestros males.
    ¿Mas quién es tan osado que procura
con importunas luces ofenderte?
¡Oh tú, si fueres alma, por ventura
de los que recibieron hoy la muerte! 620
Pero ya te conozco, mujer dura,
y bien puedo por cierto conocerte
en las tristes insignias y despojos
con que te manifiestas a mis ojos.
AJA
¿Quién eres, desdichado, tú que vienes 625
endechas tan prolijos derramando?
SELIN
Propio nombre mediste, pues mis bienes,
perdidos por tu causa, voy llorando
pero si de Selin memoria tienes,
Selin, que ya se vio felice cuando 630
Adulce, su señor y rey, vivía,
Selin soy yo por la desdicha mía;
    y pues en tal lugar hallarte puedo
sin turba de doncellas ni de gente,
escucha tu maldad.
AJA
Yo te concedo
635
que me digas injurias libremente.
SELIN
No pienses que por ti tuviera miedo,
que ya con mis desdichas soy valiente,
y no temo la muerte que pudieras
mandarme dar al punto si quisieras. 640
AJA
No dilates el caso.
SELIN
De tus cosas
Adulce con razón desesperado,
esta mañana se salió conmigo
pensé, como lo tuvo por costumbre,
que solo por salir a ver los campos, 645
o por hacer cansar en la carrera
algún veloz caballo. ¡Cuántas veces,
ay triste, deseoso de agradarte,
en estos trabajosos ejercicios
ejercitó su valeroso cuerpo! 650
Pensé que por ventura pretendía
desenfadar el ánimo perplejo.
¡Ay me! Con gran razón culpar te debo
señor, pues encubriste de tu siervo
un hecho tan atroz.
AJA
Prosigue.
SELIN
Luego,
655
como de la ciudad nos apartamos,
el corazón me daba mil latidos,
y con agüeros tristes vi muy claro
el daño de que soy testigo y nuncio.
¿Mas qué valen agüeros y portentos 660
al que quiere morir y lo procura
Los ligeros caballos parecía
que, como subidores del suceso,
no quisieran seguir aquel camino,
y con las altas crines rebufantes, 665
las agudas espuelas no temiendo,
dudaron de pasar la larga puente,
por bajo de la cual Gallego corre.
AJA
No me tenga suspensa más prosigue.
SELIN
En unos laberintos intrincados 670
de retamas amargas, tan espesos
que casi los caballos nos cubrían,
entramos los dos juntos, mas el uno
para quedar allí perpetuamente.
Apeados los dos de los caballos, 675
Adulce dio la muerte juego al suyo.
Sospeché su propósito furioso,
mas no le pregunté por qué lo hacía.
Luego con profundísimos suspiros,
dijo: sabrás, Selin, que mi señora 680
(no lo puedo negar, por tal la tengo)
me mandó cierta cosa, no la nombro
porque le prometí de no decilla,
como le prometí también de hacella.
Quise poner por obra la promesa, 685
y no me fue posible, puesto caso
que no temiera yo de los peligros
que me pudieran ser inconvenientes,
cuando también la honra no lo fuera.
Vi que sin ser traidor, sin ser ingrato 690
a las amigas obras de su hermano,
no pudiera cumplir lo prometido.
Así por esta causa pensativo,
he salido confuso, procurando
darle satisfacción, como lo debo. 695
AJA
Inútiles excusas, y livianas.
SELIN
Él estaba diciendo lo que digo,
y yo ya, prevenido, con razones
queriendo consolarlo, cuando fiero
dos y tres veces con rabiosa furia 700
el noble pecho con la daga rompe.
Quísele socorrer, pero fue tarde,
ni le pude quitar la fiera daga
primero que su saña concluyese;
y dando muchas vueltas en el suelo, 705
con los horrendos ojos ya mortales,
me dijo: contarasle mi suceso
a la que fue la causa.
AJA
De mayores
males soy también causa.
SELIN
Porque sepa
que quise más morir, que dar la muerte 710
a los claros renombres de mi fama;
porque no se dijese que mi pecho,
en donde su retrato tuve siempre,
cubrió jamás engaños y traiciones:
pero que pues le di mi fe constante, 715
de morir, o cumplir su mandamiento,
que cumplo mi promesa, pues que muero;
y para testimonio de mi muerte,
tú, Selin, llevarasle mi cabeza.
Éstas fueron las últimos palabras 720
con que me lastimó quedando muerto.
Al punto con humilde sepultura
a mi rey sepulté con celo pío;
quitele la cabeza valerosa,
la cual te doy ahora por trofeo. 725
AJA
A no temer aquí mayores daños,
diérame más dolor el que me cuentas;
puesto caso que siento sumamente
la muerte de tu rey.
SELIN
Yo también creo
que no sin novedad a media noche 730
con tantos improperios estás sola
fuera de tus palacios de tal suerte.
AJA
Pues Adulce calló, como debía,
lo que yo le pedí, quiero callarlo.
Sólo sabrás que con enojo de ello 735
hice lo que diré luego.
SELIN
Comienza.
AJA
En este su real palacio fuerte,
ceñido de este muro que lo cerca,
en vano tan murado, pues la suerte
enemiga le dio mucho más cerca, 740
lejos el pensamiento de la muerte,
evidente señal de que se acerca,
estaba mi cruel hermano, cuando
Aja le va colérica buscando.
    El sueño postrimero le tenía 745
ocupados los ojos a mi hermano
bien lo pude ver yo, porque tenía
estas ardientes llamas en la mano.
Tuve lugar de ver a quien hería;
tuve lugar, y vile, mas en vano; 750
pues con este puñal abrí su pecho,
y con las llamas abrasé su lecho.
    Abrió los ojos tristes por ventura,
para que mi delito mayor fuese:
hermana, me llamó dos veces, dura; 755
y como la tercera vez quisiese
repetir este nombre con dulzura,
el aliento faltó, sin que pudiese
proseguir la dicción; pero moviendo
los yertos labios, le quedó diciendo. 760
    Vi la maldad entonces descubierta
en la fraterna sangre que corría:
quise salir huyendo, mas la puerta
atinar de turbada no podía;
pero tuve después salida cierta, 765
acordándome luego que traía
una llave maestra, cuyo medio
es quien para salir me dio remedio.
    ¿Pero por qué relato por extenso
el fin de mis maldades tan horrendo? 770
¡Oh tú que con dolor estás suspenso,
estos sucesos míseros oyendo!
Pues yo con tales daños recompenso
al que quiso morir obedeciendo,
dame la digna muerte de tu mano, 775
a tu señor vengando, y a mí hermano.
    Y ya que las estrellas y Diana
se cubren por no verme tan sangrienta,
no quieras que la luz de la mañana
a mis ojos revele tal afrenta: 780
o que por no mirar de sangre humana
una mujer cual yo vivir sedienta,
el sol cubra su luz, contra su uso,
en vez del cual se extienda caos confuso.
    Yo soy quien te quitó tu señor caro, 785
cuya temprana muerte vengar debes;
yo soy quien te quitó tan buen amparo;
por mí contigo son sus dones breves
muévete por tu daño sin reparo,
ya que por sus miserias no te mueves 790
con esta misma daga fratricida
me puedes acortar la torpe vida.
SELIN
Cuando me fuera lícito matarte,
cosa de mi valor tan apartada,
lo dejara de hacer por contemplarte 795
de mi señor en vida tan amada;
y pues él se mató por contentarte,
(testigo su cabeza destroncada)
para que satisfagas a lo hecho,
tú te puedes romper el duro pecho. 800
AJA
Pues sigue mis pisadas.
SELIN
Ya te sigo.
AJA
Verás con la constancia que lo hago.
SELIN
Yo voy, pues he quedado por testigo,
aunque también soy parte en el estrago.
AJA
Mi triste muerte contarás, amigo, 805

 (Dentro.) 

y recíbeme tú, profundo lago,
porque jamás las gentes no me vean.
SELIN
Las aguas turbias tu sepulcro sean.

 (Dentro.)  

Escena VII

 

EL ESPÍRITU DE ISABELA.

 
ESPÍRITU
    A los rayos del sol opuesta, hace
con olorosos leños una cama 810
la fénix, y después con viva llama,
sacudiendo las alas, se deshace:
y luego (que con esto satisface
a la preciosa muerte que la llama,
según tienen los más por cierta fama) 815
con nuevas plumas y color renace.
Yo pues en los tormentos y dolores
de las ardientes llamas, cuyo humo
es olor agradable para el cielo,
cual fénix, Isabela, me consumo, 820
pero con vivas alas y colores
renazco para dar eterno vuelo.
Y pues a los del suelo
admiración os causo,
cuando alguno presuma, 825
aunque con torpe pluma,
escribir mi suceso, dadle aplauso.






ArribaDon Alfonso Velázquez de Velasco


El celoso

PERSONAJES
 

 
LENA,   tercera.
CERVINO,   celoso.
MARCIA,   segunda mujer de Cervino.
CASANDRA,   hija de Cervino, de otra mujer.
MORVECO,   hermano de la primera.
INOCENCIO,   bachiller, criado de Cervino.
BEZERICA,   paje de Marcia.
VIOLANTE,   viuda.
DAMASIO,   ama a Marcia, hijo de Violante.
MACIAS,   ama a Casandra, hijo de Violante.
CORNELIO,   su criado; ama a Policena.
ARIES,   padre de Marcia; ama a Violante.
VIGAMON,   su criado.
RAMIRO,   barbero.
POLICENA,   su hija.



Prólogo

LENA.-   Terrible cosa es, que no se pueda, sino por maravilla, hacer colada que no lleva. No hay ya vivir en este mal mundo: pues como el lobo, tanto empeora cuanto más envejece: bien necio es que de ti se fía. ¿Qué se hizo aquel cortés respeto que la buena memoria de mi madre de su tiempo me contaba? Diciendo, que como se vía una persona de edad, fuese quien fuese, andaban las reverencias hasta el suelo; siendo en todas partes bien vista y acariciada, sin nunca hallar puerta cerrada; porque se vivía a la buena, sin las falsas sospechas que hay el día de hoy. Creo que me engendró la desgracia, y que si tuviese en las manos oro, se me volvería plomo; pues no pesco con mis designios sino mordedores cangrejos que me destruyen. Entré, que no debiera, en casa de aquel maldito Cervino, a mostrar a la señora Marcia, su mujer, ciertas galanterías, de que suelen gustar las damas curiosas como ella; y al punto de concertarnos, sobrevino el mal hombre, y, sin más ni más, llamándome de vieja hechicera, alcahueta, encorozada, con otra sarta de injurias, que por mi crédito y honra callo, me dio tal granizo de torniscones, que a sus pies cayera muerta, a no socorrerme en la tempestad una buena persona que le detuvo; mas alcanzándome con un puntillazo, dio comigo por la escalera abajo, donde perdí mi hacienda, y aun la gana de recogerla, porque se daba tal priesa con aquellas manos de oso, en la picota las vea, que la fin de una puñada era principio de otra mayor; y así con dolores de bolsa y corazón, que aún me duran por todo el cuerpo, me salí a la calle del rey, mas que de paso; y no lo siento tanto, como haber perdido una receta de agua de rostro, que me valiera un tesoro, porque bastara a hacer hermosa a la más fea de Guinea; la cual me acaba de dar una devota persona, diciéndome habérsela tomado a la condesa de Nosédonde, para quemarla, y que después, viéndola tan perfecta, de lástima se había arrepentido. ¡Oh, quién la supiera! ¿Paréceos bien, señores, el daño que aquel descomulgado me ha hecho? Mas a fe que tiene que hacer con gata que trae pelada la cola. Estoy por irme a la justicia, si la hay en la tierra, y querellándome de él, diciendo que me ha hecho fuerza, y robado mi hacienda en su casa, hacer que me la pague con las setenas. Mas, pobre de mí, ¿de qué me servirá? Pues, por el maldito favor, en lugar de castigarle, aunque muestre la bandera rota, digo las molidas espaldas, darán mas crédito a su mentira que a mi verdad. Loca sin juicio, ¿qué digo? ¿Por qué no le daré de mi propia mano la pena y castigo que merece? Éste es el más sospechoso animal que sabemos; y al presente está tocado de tan rabiosos celos, que se te comen vivo. Ha sido casado dos veces; y de la primera mujer tiene una hija llamada Casandra, de dieciséis a diecisiete años; encerrada en un aposento, como una muda, tan oscuro, que a medio día se le pueden dar buenas noches; sin consentir que trate con nadie, diciendo que la doncella es como flor cubierta de rocío, que por poco que la toquen se marchita. Cada día visita la orina, dando a entender, por amedrentarla, que en ella conoce el humor pecante. No quiere que coma bocado de carne fresca, porque halla que solicita y despierta el apetito de la salada; y de la miseria que la envía para sustentarse, hace antes anatomía, temiendo no haya dentro alguna contraseña. Si meten alguna cesta de paños, o de otra cosa, lo revuelve de bajo arriba: porque una reina de Escocia, dice, que se enamoró de su enano y que dentro de una canasta se le metieron en su cámara. Quiero que los criados hablen como por señas, porque no los oigan las mujeres, guardándolas, como si fuesen yeguas, del relincho y salto del caballo. Con esta segunda mujer se casó poco ha, por ser hermosa y de buen linaje; y pareciéndole temprano, aun no se atreve a estrecharla tanto como querría; aunque no se pudo ir a la mano, cuando me hizo el tiro que os he contado. No niego haber yo ido con intención de hacérsele como él merece; porque un caballero, que está apasionadísimo por ella, me encomendó que la procurase dar esta carta, y aunque no lo hice, a lo menos cumplí con arriscarme a lo que me vino; y así él, considerando no haber quedado por mí, restaurará, sin duda, mi pérdida: de manera, que con tan buen premio como el que espero, me serían buenos al mes un par de tales encuentros. Pero para que la suerte no me salga en blanco, lo que lince al caso es procurar, ya que no pude servirle por mi pico, que se haga por tercera persona. Mas si mientras busco gato que me saque la castaña del fuego, y voy poniendo liga al pájaro, este gentilhombre muda de pensamiento, como es costumbre de los enamorados de ogaño, ¿no lo perderé todo? No, pues cuando no me diere de comer en su casa, no me faltará de cenar en otra, con la misma empresa. Yo soy la balanza, que se inclina a la parte que más recibe: y cual cera que aunque tenga imagen, como se le carga sello, deja la primera, y toma la forma dél. Harto he vivido para saber vivir. Es lo bueno que al punto comprendió la buena señora a lo que yo iba: mas a las que son tan discretas, el diablo se lo pone delante. ¿Qué haré pues yo ahora? Piensa bien, Lena, piensa y repiensa; hasta que, con su vergüenza, le hagas andar como el que tiene pintado el barbero mi vecino, que fue comido de sus propios perros: helo de hacer si pensase morir en la demanda, que no es persona la que no sabe hacer bien y mal: quien la hace la espere, y la mitad del camino está andado, porque los celos hacen a la mujer más fácil de rendir. Mas entretanto, ya que, transportada de cólera, he echado mis vergüenzas, y las ajenas, en la calle, dándome a conocer por solicitadora, agente, o tercera, que algunos necios llaman a la antigua, alcahueta, vituperando esta sarta que traigo al cuello: quiero contaros un Érase que se era, el bien para nosotros sea y el mal para la manceba del abad, digo de parte de lo que por mí ha pasado. Ante todas cosas fui doncellica niña, hasta que de doce años, cegándome el demonio, nunca se lo perdono, me enamoré de un mozo de casa, que era como un pino de oro; y habiéndome, a los trece años, pegado el mal de los dos vasos: viéndome mi madre hidrópica, a gran priesa, por su honra y la mía, que siempre la hemos guardado como los ojos de la cara, me casó con un hombre de más edad y templanza. que para la mía era menester, y así no pudiendo sufrir sus buenas costumbres, me le desaparecí: y de lance en lance, fui a dar comigo en Nápoles: donde habiendo estado en opinión de doncella, como tres semanas, en compañía de cierta viuda muy recogida, la cual me instruyó aosadas, un mercader, persona honrada, me tomó a su cargo: y al cabo de pocos días, no faltándome ya quien me alentase a vivir a mis anchuras, me resolví de tomar casa de por mí, y puse tienda abierta de cortesana: y así continué la mercancía, como poco más de treinta años. El que estuvo allí, en tiempo del buen duque de Osuna, se acordará de la Buiza, que así me llamaba entonces, y después de mil vaivenes, prosperidades y mudanzas, habiendo rematado mis prendas, haciendo como el marinero, que fácilmente echa a la mar lo que del pasajero ha recibido; se me desapareció como humo en dos días, cuanto en tantos años, por medio de mi pertinaz pecado, había adquirido; quedándome solamente con los achaques que acompañan siempre a las de aquella profesión: que cuando más bien parados, tienen un pie en su casa y el otro en el hospital, no bastando al fin, cuando mas prósperamente se ha navegado, cuanto pueden acumular, para emplastos y zarzaparilla. Pues hallándome pobrísima, olvidada y sola, comenzándome la enojosa vejez a amenazar y salir a la cara, embotadas en ella, por mi desdicha, las herramientas del miserable trato, me volví a Valladolid, mi cara y deseada patria; y viendo yo aquí una corte destrozada, transida, y hecha capítulo general de alquimistas, acordé de tomar este oficio, con cuatro camas que alquilar, por serme como natural, que siempre la ramera muere tercero, o mesonera: habiéndome antes informado, de que en ningún otro se hacen más negocios de honra y provecho que en éste; aunque corriendo muchas borrascas, de las que os he contado. Mas todo lo doy por bien empleado, viendo por este medio tan insigne auditorio, para lo que oiréis. Tened, como yo, paciencia, os ruego, que no será tiempo perdido.