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Madrid, 1973, pp. 172-179 y 228-229: especialmente, a los efectos señalados en el texto, el § 2.2.3 y su nota 7, con las referencias a Nebrija, el Brocense y Bello que luego discutiré.

 

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§ 10 a.

 

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Discusión, especialmente de «y el que se atribuye a las coas» en mis «Criterios morfológicos para la categorización gramatical», Español Actual 20 (XII 1971), 1-11, esp. 1-2.

 

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Este principio, formulado ya en la antigüedad por autores y gramáticos griegos y latinos, se encuentra todavía en Nebrija, por ejemplo, en sus Introducciones in Latinam grammaticam, de donde traducimos: «¿Qué es nombre masculino? El que se declina con hic... ¿Qué es nombre femenino? El que se declina con haec.

 

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«Mascula sunt maribus quae dantur nomina solum.»

 

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Por supuesto que el semantismo continúa, al proseguir incluso para seres asexuados, con el reconocimiento del género masculino inmediatamente a nombres de nombres de montes, ríos, etc.

Puede ser instructivo, para compensar también el indicado desequilibrio, observar cómo -pese a afirmaciones explícitas en sentido contrario- esta línea semantista de la más tradicional Gramática ha llegado hasta nuestro siglo incluso en un autor tan independiente y reflexivo como fue don F. Robles Dégano. Independencia que le permitió depurar el abuso del «sexo que se atribuye a las cosas», dejándolo en mera asignación de género arbitraria. El § apenas tiene desperdicio (pp. 73-74 de la trad. cast. de su Perì hermenías por D. M. A. Taberna Martín Ávila, 1983): «La cosignificación del sexo en los nombres de los animales se llama, en Gramática, "género", que es doble, "masculino" y "femenino", y pertenece al predicamento de la cualidad. La mayor parte de los nombres ya desde su primitiva institución cosignifican sexo y de aquí arranca el que en muchas especies haya dos nombres, uno para los animales machos, otros, en cambio, para las hembras, como "varón" y "mujer" en la especie humana... Hay, en verdad, ciertos nombres que no distinguen el sexo y se llaman "epicenos"..., como son "el ratón", "la araña", "la comadreja" y otros de este género. Propiamente hablando, el género no se da si no es en los animales. Se extendió, sin embargo, el uso de asignar género a las cosas inanimadas, lo que fue aconteciendo según el arbitrio de los nombres». Imparcialmente, debe reconocerse que el autor no alcanzó a penetrar por su parte en la noción de neutro, si bien con la misma imparcialidad procede señalar, que, referidas su obra más bien a la lengua latina que a la castellana y restantes románicas -donde el neutro ha alcanzado del todo valores característicos, cf. mi «Situación del neutro románico en la oposición genérica», Rev. Esp. Ling. 3, (1973), 23-28 (citado en adelante «Situación...»)-, ello pierde gravedad. «El "género neutro" no es propiamente género, sino negación de género.» Valga, en cambio, en contra de lo que inmediatamente en el texto habrá que criticar al Brocense y a Bello, su lúcida visión del género en los adjetivos, meramente dependiente del nombre a que van referidos (p. 82 de la indicada trad. cast.): «Muchos adjetivos latinos tienen género, esto es, dos o tres terminaciones que se acomodan a los géneros de los nombres. Pero el género no es necesario al adjetivo, y así se dan frecuentemente en todas las lenguas adjetivos sin género. Como quiera que sea, el caso del género, al igual que el del número, se da en el adjetivo por parte del sujeto, y de él dependen. Esta dependencia o conveniencia en el género se llama gramaticalmente "concordancia del género".»

 

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No parece haber pasado desapercibida esta diferencia entre los autores ahora aludidos y Nebrija para las del Esbozo, a juzgar por cómo han introducido las citas de sus opiniones respectivas: «Con mayor rigor se expresa Francisco Sánchez el Brocense en su Minerva..., de donde traducimos. "Los nombres adjetivos no tienen género, sino terminaciones [...], y si no hubiese nombres adjetivos o tuviesen una sola terminación, nadie hablaría de género gramatical". Y con pareja diafanidad dice Andrés Bello: "La clase a que pertenece el substantivo, según la terminación del adjetivo con que se construye [...], se llama género [...] Es evidente que si todos los adjetivos tuviesen una sola terminación en cada número, no habría género en nuestra lengua". La lingüística moderna coincide en este punto al pie de la letra con la Gramática tradicional, a propósito de la lengua española y de otras lenguas de morfología análoga: el nombre sustantivo tiene un género o pertenece a un género, los pronombres y los adjetivos poseen morfemas flexivos de género.»

 

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Incluso préstamos, como ha podido verse, indicadores de la gran fuerza que esta sistematicidad reviste en la lengua prestataria.

 

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«Decimos que un nombre es f. o m. cuando las formas respectivamente fs. o ms. del artículo y de algunos pronombres, caracterizadas las primeras por el morfema de género -a, y las segundas por el morfema de género -o, -e o por ningún morfema, se agrupan directamente con el sustantivo en construcción atributiva o aluden a él fuera de esta construcción. Con arreglo a esta definición son femeninos la mujer, la vestal, la perdiz, aquella flor, no hay ocasión como ésta, y son masculinos el hombre, el adalid, el ratón, algún mal: éstos son mis poderes... Si los nombres sustantivos apelativos son de persona, tenemos la idea de que fs. y ms., tal como acabamos de definirlos, designan respectivamente mujer y varón, o hembra y macho de algunas especies animales. Esta idea se acerca a la verdad, sobre todo si más que a los sustantivos la aplicamos a las formas del artículo y de los pronombres de que acabamos de hacer mención [...]».

 

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Crítica ya en «Situación...» de la parte correspondiente a la concepción del neutro. Ahora tocará discutir, de la propia p. 61 de la 24 ed., Buenos Aires, 1967, la definición general del accidente: «Género es una categoría puramente gramatical de los sustantivos en dos grupos, ms. y fs., según la terminación del adjetivo correspondiente.» Pero ¿cuál es el correspondiente? Sobre todo, ¿cómo se distribuye esta correspondencia, cuando a un mismo nombre le pueden corresponder adjetivos con una terminación y con otra -los del llamado género común, p. ej.-? ¿No es más bien el que se trate de hombre o de mujer lo que hace emplear santo o santa, junto a mártir, aparte de que, una vez adecuadamente expresado, el propio sistema permita la viceversa?

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