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Después de una definición de corte semántico (pág. 15 de la 7.ª edición, revisada y ampliada por M. Seco, Madrid, 1965), ya en la siguiente la revisión ha llevado a paliar -en letra pequeña-: «Muchos gramáticos definen hoy el género como la necesidad gramatical de concordar con una u otra forma del adjetivo. Así hombre y traje serán de género masculino, porque concuerdan con el adj. m. bueno; tierra y mujer, femeninos, porque concuerdan con el adj. f. buena». Mas que hay una «naturaleza de las cosas» que no hace del todo equiparables, respectivamente, hombre y mujer con traje y tierra parece evidente tras la advertencia de doña M. ª Moliner, cauta y prudente, tal vez tanto como Robles Dégano si, como él, hubiese explicitado que, al mentar a los animales, comprendía también a la «especie humana». Reza así su Diccionario de uso del español I (Madrid, 1916), s. v. G. GRAMATICAL: «Accidente gramatical por el que nombres, adjetivos, artículos y pronombres pueden ser ms., fems. o (sólo artículos y pronombres) neutros Tal división corresponde a la naturaleza de las cosas solamente cuando esas palabras se aplican a animales, los cuales puedan ser machos (g. m.) y hembras g. f.). Pero también a los demás nombres se les asigna unas veces g. m. y otras g. f.». Y s. v. femenino, en su 2. ª acepción: «G. gramatical que se aplica a las cosas que tienen sexo femenino o a otras que, sin tener sexo, se asimilan a ellas por la terminación o por el uso».

 

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Curso de Gramática española, Madrid, 1980, p. 184: junto a un notable buen enfoque del neutro («los sustantivos españoles tienen dos géneros: masculino y femenina. Los sustantivos de discurso, pueden ser también neutros: lo blanco»), la afirmación formalista más explícita, con negación incluso de la noción básica más importante de la semanticidad: «Estos géneros son arbitrarios, responden a circunstancias de lengua, no a un sexo real.»

Probablemente no hace falta ir a basar la crítica a lo absoluto de esta negativa en opiniones ajenas: el propio autor, y en la misma página, proporciona una base ampliamente bastante. Efectivamente, si a lo largo de todo el § 10.1.2 va a presentar extensa y bien razonada casuística acerca de la relación entre géneros y distintas clases de sustantivos, a la hora de referirse a las auténticas «oposiciones formales posibles» todos los ejs. aducidos (niño/-a, tunante/-s/ pariente/a, señor/-a) son de seres sexuados, naturalmente, según ya quedó teorizado arriba en el texto a propósito de la doctrina académica. Y no porque no puedan encontrarse parejas similares en nombres de seres no sexuados, del tipo que luego se contemplará a propósito de banca/-o, cesta/-o, sino porque habrían resultado mucho menos recomendables didácticamente, dado que, según se verá, apenas aparecen organizados más que en cortos microsistema y en torno a nociones básicas mucho menos seguras, pero también semánticas (colectividad tamaño, etc.).

 

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N. 21 en p. 179: «[...] El m. posee un carácter general que está ausente del f., y este carácter es muy semejante al que hemos reconocido en el m., singular y plural, llamado genérico: los padres pueden significar padre y madre; hijo puede significar hijo o hija: hijos puede significar hijos e hijas. Nada de esto es posible con el f. El m. desempeña mayor número de funciones, posee más extensión semántica y, por consiguiente, más indeterminación que el f. La Gramática moderna, en casos como éste de concurrencia o competencia posible entre dos elementos que permanecen a un mismo paradigma o a una misma categoría gramatical, llama negativo, extenso o no marcado al elemento o término de mayor indeterminación, en nuestro caso el m., y positivo, intenso o marcado al de mayor determinación, en nuestro caso el f.». Para mayor realce del carácter totalmente semántico de esta fundamentación del binarismo en la oposición genérica, puede servir el contraste con su presentación por parte del doctor Marcos Marín (l. c. en n. anterior), del todo congruente con su rechazo programático de toda noción semántica en esta oposición: «La oposición entre los dos se realiza considerando el m. término extensivo, no marcado, y el f. como intensivo, marcado. Por esta razón, los nuevos sustantivos desprovistos de la marca -a final del f. son masculinos. El masculino es el receptor de los nuevos sustantivos.»

 

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Julio Calonge, Madrid, 1965.

 

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Grammaire structurale du français, París, 1965, especialmente pp. 53-63.

 

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Dado que la oposición se establece, en realidad, sobre la normalidad del tamaño: savon lo es, savonette, puede no serlo, si realmente vale -en su valor negativo- como diminutivo. Compárese con el sentido también inverso Banco/Banca, con f. como no caracterizado, que se verá entre los de noción básica «individual/colectivo»: el m. se refiere sólo a Banco concreto; el f. (p. ej., «Banca Catalana») puede hacerlo, en su valor negativo -aquí, pues, no concreto, no individual, colectivo-, al conjunto de los Bancos catalanes; pero, en su valor indiferente, también a una sola de estas entidades en particular. Y relaciónase con la propensión al empleo de caracterizados en sentidos figurados -caso peculiar de cambio de la noción básica-, que se verá también luego a propósito de «la mar», teorizado ya en general en «El femenino de indeterminación», Act. XI Congr. Intern. Ling. Filol. Rom., Madrid, 1969, pp. 1297-1313, y -en otra oposición al margen de la genérica, el número- ejemplificado y estudiado en «Latencia y neutralización, conceptos precisables», Archivum 8 (1958), 15-32, p. ej. en el sg. «tijera» frente al común «tijeras», frecuente en cambio, en expresiones como «sastre de buena tijera», donde lo encomiado no es materialmente el acero o la disposición en que están construidas, sino la habilidad con que el sastre las maneja, cualquiera que sea su calidad.

 

17

Barcelona, 1975, especialmente, pp. 513-529.

 

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Recuérdese el «pertenece al predicamento de la cualidad», citado de F. Robles Dégano en la p. 6; corrobórese ahora con sus afirmaciones de que serían penables otros accidentes flexivos que indicaran otras nociones cualitativas (él ejemplifica con el cromático o de color) y de que este accidente género puede ser equivalente a un adjetivo (calificativ.). Pues bien, desde los antípodas metodológicamente hablando, llega coincidentemente la misma aserción de B. Pottier (Lingüística general, trad. cast. M. ª V. Catalina, Madrid, 1976, §§ 180-245, especialmente 224-230), de que el género figura como uno de los clasificadores dentro de la Formulación cualitativa, opuesta a las «modal, locutiva y cuantitativa».

 

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Ni siquiera e infinitivos; recuérdese la n. 3 de «Situación...», que evoca la limpia refutación de la doctrina de Bello, por D. S. Gili Gaya, Curso superior de Sintaxis española, pp. 186-187 de la ed. de Barcelona 1970: «Los infinitivos son masculinos, porque les acompaña el adjetivo o artículos masculinos»; compruébese: «al freír será el reír», que no *a lo freír... lo reír».

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