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La violación de Lucrecia


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Versión lírica de Ramón García González




La violación de Lucrecia



Primera parte

ArribaAbajo    De la sitiada Ardea, apresuradamente,
impulsado por alas de un infame deseo,
abandona Tarquino su ejército romano
y lleva hacia Colatio, el mal fuego sin lumbre,
que oculto entre cenizas, acecha ese momento  5
de lanzarse y ceñir con llamas la cintura
de la casta Lucrecia, amor de Colatino.

    Quizá aguzó el deseo el nombre de la casta
su embotado filo despertó su lujuria,
cuando el buen Colatino, quizá imprudentemente,  10
no dejó de alabar la mezcla rosa y blanco
que fulgía triunfal en su felicidad,
donde luces mortales, igual a las del cielo
a él sólo se le daban en peculiar encanto.

    Pues la noche anterior, hablando con Tarquino,  15
le había descubierto su tesoro de dicha,
esa inmensa riqueza donada por el cielo,
al poseer por siempre a su bella consorte,
cotizando su dicha a tan alto valor,
que podían los reyes casarse con más glorias,  20
pero ni rey ni par con dama parecida.

    ¡Oh, clamorosa dicha, gozada por tan pocos
y que apenas se obtiene se esfuma y se termina,
cual plateado rocío fundido en la mañana
con los primeros rayos del resplandor del sol!  25
¡Oh, plazo que ya expira antes de su comienzo!
La honra y la belleza en los brazos del dueño
son débiles defensas para el pérfido mundo.

    La belleza, por serlo, resalta sin ayudas
a los ojos del hombre sin pregonar su fama:  30
¿para qué es necesario hacer su apología,
de una cosa por rara, siempre tan singular?
¿por qué Colatino, el público orador
del valor de su joya, que debió proteger
de oídos de raptores por ser su bien preciado?  35

    Tal vez hacer alarde de la bella Lucrecia,
sugestionó a este infame, primer hijo de rey,
que por nuestros sentidos, se tienta al corazón.
O tal vez fue la envidia de prenda tan valiosa,
que sin igual retaba toda ponderación,  40
la que picó en su mente y un súbdito gozara
de un lote tan dorado, que para sí quisiera.

    Mas sea lo que fuere, su osado pensamiento,
le instigó con la prisa y sin mediar razones
de honor o de linaje, de asuntos o amistad,  45
olvidándolo todo, se alejó raudamente,
para apagar la brasa que en hígado ardía.
¡Oh falso arder envuelto en helado pesar,
primavera marchita que no envejece nunca!

    Cuando llegó a Colatio, este pérfido noble,  50
Fue muy bien recibido por la dama romana,
en cuya faz luchaban, virtudes y belleza
¿cuál de las dos tendría mejor reputación?
Al loar la virtud la otra enrojecía
y si esta se jactaba del rubor, por despecho,  55
la virtud lo borraba con palidez de luna.

    Mas sabe la belleza, que recibe su albura
de palomas de Venus y acepta el bello reto;
la virtud le reclama su carmín a la otra,
pues fue un préstamo dado a las edades de oro,  60
para servir de escudo a rostros plateados,
enseñando su uso al rubor que defiende
de todas las vergüenzas, la dulce palidez.

    Este blasón tenía el rostro de Lucrecia
el rojo de belleza y el blanco de virtud;  65
respectivos colores de su real poder,
probando su derecho desde el Génesis mismo,
mas su ambición le instiga a proseguir la lucha
y son tan soberanas estas dos combatientes
que intercambian sus tronos en cada nueva lid.  70

    Esta silente guerra de lirios y de rosas,
Tarquino contemplaba en la faz de Lucrecia.
Entre las castas filas sus ojos se aposentan
y entre estas combatientes teme verse morir.
Ya vencido y cautivo el cobarde se entrega,  75
ante los dos ejércitos. Mas le dejan partir
antes que ver su triunfo, sobre un falso enemigo.

    Ahora piensa que el verbo del elocuente esposo,
el pródigo avariento, que tanto la ensalzó,
a pesar de su esfuerzo, no explicó la hermosura,  80
pues esta, excede en mucho la estéril narración.
Así a las alabanzas de aquel fiel Colatino,
hechizado Tarquino, responde con su mente,
sin dejar de mirar con asombrados ojos.

    Esta santa terrestre por Satán adorada,  85
sospecha poco o nada del falaz orador
que el noble pensamiento rara vez sueña el mal.
Las aves no apresadas no temen a las sombras,
por eso confiada le da la bienvenida
y acoge con respeto al príncipe de huésped,  90
cuya interior maldad, no refleja su aspecto.

    Amparado se encubre en su elevada estirpe
ocultando sus fines entre pliegues reales.
Nada en él revelaba su lujuria y desorden,
si acaso la excesiva mirada de sus ojos  95
que abrazándola toda no le satisfacía,
pues, pobre en su riqueza, carece de abundancia
y hastiado de lo mucho aspira siempre a más.

    Y ella que no compite con miradas extrañas,
no puede hallar malicia en la osada mirada,  100
ni leer sus secretos, aun siendo transparentes,
escrito en el cristal de semejante libro
y al no usar tentaciones no temía el anzuelo,
ni presentir siquiera en su falsa mirada,
ya que sólo veía unos ojos mirándola.  105

    El le cuenta al oído, la fama de su esposo,
adquirida en los llanos de la fértil Italia
y cubre de alabanzas la gloria de su nombre,
ilustrando el valor del alto caballero,
de sus melladas armas y coronas de triunfo.  110
Ella expresa su gozo, elevando sus manos
y agradece en silencio los triunfos del marido.

    Con fingidos pretextos que ocultan sus motives
se excusa el vil Tarquino de su impronta llegada.
Ninguna nube indica un tiempo de tormenta  115
en su divino cielo, ni ella presiente nada.
Pero al llegar la noche madre de los terrores-
derrama sobre el mundo sus oscuras tinieblas
y esconde en su cubil el luminoso día.

    Para entonces Tarquino, reclamará un buen lecho,  120
simulando cansancio y fatigado espíritu,
pues después de la cena, alarga sus historias
a la casta Lucrecia, mientras la noche llega.
Lucha el sueño de plomo con las aladas fuerzas.
Es hora del reposo, excepto los ladrones  125
y mentes turbulentas en permanente insomnio.

    Igual que estos, Tarquino, medita más que yace,
los peligros que encierra obtener su deseo.
Su voluntad resuelve conseguir su capricho,
débiles fundamentos le aconsejan ser cauto.  130
Desesperado insiste para lograr el éxito,
que el premio que le espera aunque la muerte implique,
bien merece el intento, sin reparar en nada.

    Los que mucho codician se muestran tan ansiosos
por adquirir sus logros, que por lo que no tienen,  135
disipan y derrochan sus propias pertenencias.
Y en espera del más, obtiene siempre el menos,
o si en algo mejoran, el fruto de su esfuerzo
es tan escaso y pobre, tan lleno de inquietudes,
que arruinan su riqueza, pagando el interés.  140

    La esperanza de todos es mantener la vida
con honor y con dicha en la edad del descenso
y es preciso lograrlo, salvando los obstáculos,
al exponer los bienes en falsas mutaciones.
Por el honor, la vida, en las crueles batallas,  145
o el honor por el oro y más cuando este entraña,
la muerte de los seres y todo lo perdemos.

    Así, nos exponemos y siempre abandonamos,
aquello que tenemos por lo que ya esperamos
y hay en la odiosa fiebre de la vil ambición,  150
un oculto tormento: El de la mezquindad
de lo que poseemos, de suerte que olvidarnos
nuestro bien personal y faltos de razón,
reducimos las cosas por querer agrandarlas.

    Una suerte gemela, padecerá Tarquino,  155
al pignorar su honor por su sed de lujuria,
para satisfacerse, necesaria es su ruina.
¿Dónde hallar la verdad si uno no cree en sí mismo?
¿Cómo espera encontrar justicia en un extraño,
cuando él mismo se pierde y sin razón se entrega,  160
a las lenguas infames y a los días más tristes?

    Ahora el tiempo ha robado la vacilante noche,
donde un sueño pesado hace entornar los ojos.
Ninguna luz de estrella le presta claridad.
Sólo se escucha al lobo y el grito de los buhos,  165
Ha llegado el momento de poder sorprender
al cordero inocente. Duerme la mente en paz
mientras el ladrón vela sus armas de matar.

    Tarquino, lujurioso, abandona su lecho,
sobre su brazo lanza bruscamente su manto  170
y se agita febril de deseo y temor.
El deseo le halaga y el temor le recela,
pero el honesto miedo, al conjuro del otro,
no le instiga ni apremia para que se retire,
batido en la violencia del más loco deseo.  175

    Golpea con su espada un duro pedernal,
para hacer salir lumbre de la gélida piedra.
De esta manera enciende una antorcha de tea,
cual estrella polar de sus lascivos ojos.
Deliberadamente le dice a sí a la llama:  180
«Como he logrado el fuego en esta fría piedra,
forzare a que Lucrecia se rinda ante mi fuerza.»

    Pálido de temores medita en ese instante
los peligros que encierra, su detestable empresa
y en su interior discute los males venideros,  185
que pueden por desgracia acarrear sus actos.
Mas arroja temores y sus ojos desprecian
la indefensa armadura de su voraz lujuria
y censura en justicia su injusto pensamiento.

    ¡Oh, mi brillante antorcha, no le preste la luz  190
al rostro de Lucrecia, cuya luz te supera!
¡Y, morid pensamientos sacrílegos que manchan
con vuestras impurezas, aquello que es divino!
¡Ofreced puro incienso, en su sagrada ermita
y dejad que los hombres aborrezcan la acción,  195
que empaña la modesta túnica del amor!

    ¡Oh, vergüenza del arma y de los caballeros!
¡Oh, deshonor innoble del familiar sepulcro!
¡Impiedad que encarcela a sus horribles daños!
¡Un hombre tan marcial, esclavo de este amor!  200
El valor verdadero debiera ser respeto.
Mas mi acto es tan vil, mi condición tan baja,
que quedará grabada para siempre en mi rostro.

    ¡Moriré y el escándalo ha de sobrevivirme,
hiriendo la mirada que vea mi armadura!  205
Inventará el heraldo la barra degradante,
que atestigüe el exceso de mi propio delirio
y mis hijos y nietos, también avergonzados,
maldecirán mis huesos para salvar su alma,
al desear que el padre nunca hubiera existido.  210

    ¿Mas qué gano si obtengo aquello que deseo?
Soñar, un soplo, espuma de un mal furtivo gozo.
¿Por gozar un minuto, llorar una semana?
¿Vender la eternidad por lograr un juguete?
Por un dulce racimo ¿quién a ruina una viña?  215
¿Qué loco pordiosero, por tocar la corona,
se expondría a morir por el peso del cetro?

    Si viera Colatino en sueños mi intención
¿no se despertará y en una rabia loca,
correrá a este lugar a prevenir mis actos,  220
este asedio constante de su buen matrimonio,
este borrón de imberbe, percance de cordura,
virtud agonizante, superviviente mancha,
cuyo crimen arrastra una deshonra eterna?

    ¡Oh! ¿Qué excusa podrá imaginar mi falta,  225
cuando en justicia acuses de tan oscura acción?
¿Será muda mi lengua? ¿Mis piernas temblaran?
¿Se quedará al fin ciego mi falso corazón?
Cuando la culpa es grande, el temor es mayor
y llevado a ese extremo ni lucha ni se esconde,  230
sino que de terror muere, como un cobarde.

    Si Colatino mata a mi padre o mi hijo
o tiende una emboscada para buscar mi muerte,
si no fuera mi amigo, quizás este deseo
de ultrajar a su esposa, tendría alguna excusa;  235
quizás en la vergüenza o lavar las ofensas.
Pero como es pariente y mi preciado amigo
la vergüenza y la falta no encontrarán excusas.

    Que vergüenza si el hecho llegara a conocerse,
es vil, pero no existe, el odio si se ama.  240
Imploraré su amor, sabiendo que es de otro,
mas lo peor sería que ella me rechazara.
Mi voluntad es fuerte, mas mi razón es débil.
Quien teme una sentencia o el refrán de un anciano,
se deja intimidar por un cuadro pintado.  245

    Irreprensiblemente, mantiene la disputa,
con la fría conciencia y al ardiente pasión,
hasta que al fin despide los buenos pensamientos
y estimula en su uso lo peor de su mente,
la cual en un instante, confunde y aniquila,  250
los impulsos honestos y van tan en vanguardia
que hasta lo vil parece una acción virtuosa.

    Y se dice a sí mismo: «Ella fue afectuosa
y ha mirado en mis ojos buscando las noticias,
de algún nuevo desastre de la facción guerrera,  255
en la que bravamente luchaba Colotino.
¡Oh, cómo su terror la hizo ruborizarse!
Primero, como rosas, volcadas sobre lino
y luego como el blanco del lino sin las rosas.

    Y ¡cómo fue su mano en la mía encerrada,  260
que me obligó a temblar como temblaba ella!
Esto la entristeció y se aferró más fuerte,
hasta que se enteró del bien del buen esposo.
Entonces. sonreía, tan dulce y tan alegre,
que si el propio Narciso así la hubiera visto,  265
nunca se hubiera ahogado por amor así mismo.

    ¿Por qué voy a la caza de pretextos o excusas?
El orador es mudo si litiga belleza
y al pobre desgraciado le remuerden sus faltas.
El amor no prospera si el alma tiene sombras.  270
La pasión me conduce por ser mi capitán
y si está desplegado el alegre estandarte,
el más cobarde lucha sin rendirse jamás.

    ¡Fuera, pues, pueril miedo! ¡Muere vacilación!
¡La razón y el respeto escoltan a los viejos!  275
Mi corazón, jamás, irá contra mis ojos.
Meditar lo pensado es trabajo de sabios,
mi papel es del joven que en escena los tira.
El deseo es mi guía. La belleza mi premio.
¿Quién teme, pues, hundirse, mirando su tesoro?»  280

    Como el trigo se ahoga entre las malas hierbas,
la quietud se sofoca si media la lujuria.
Se desliza este príncipe con el oído atento,
con su esperanza infama y recelo febril.
Ambos son servidores de la vil injusticia,  285
que le turban con tantas, contrarias persuasiones,
que ora proyecta un pacto y luego una invasión.

    Mas dentro de su mente, sólo existe Lucrecia
y en aquel mismo trono, se sienta Colatino.
Con uno de sus ojos adora a la más bella  290
y con el otro admira la fuerza del guerrero,
mas este no se inclina por atender razones
y trata de atraer al noble corazón,
el cual ya corrompido toma el peor partido.

    Y entonces estimula sus serviles poderes,  295
los cuales halagados por su jocundo jefe,
le llenan de lujuria, como el reloj de horas
y creen en la audacia que el capitán le inspira,
pagando un homenaje más servil del que deben.
Locamente guiado por su infame deseo  300
va el príncipe romano al lecho de Lucrecia.

    Los cerrojos que existen, entre alcoba y deseo,
forzados por su ira, retiran sus escudos,
pero al dejarle paso critican su maldad
con su rechinamiento. Apenas reflexiona:  305
Los cerrojos chirrían advirtiendo mi paso,
nocturnas comadrejas, chillan cuando me ven,
me asustan, mas no sabe, que doy pavor al miedo.

    Cada vez que una puerta le franquea la entrada,
a través de rendijas, de puertas y balcones,  310
quiere el viento apagar su antorcha y detenerle
y le sopla en los ojos el humo que despide
tratando de que muera la claridad que guía.
Su ardiente corazón, abrasado en deseos,
aviva con un soplo la luz de aquella antorcha.  315

    Con la luz reanimada, acierta a descubrir,
un guante de Lucrecia, donde prende una aguja,
lo coge de la estera en que está abandonado
y al tomarlo, la aguja, le aguijonea un dedo,
como para decirle: «Este guante no usa  320
de juegos tan lascivos, vuelve atrás raudamente
ya ves que somos castos, por ser de la señora.»

    Los frágiles obstáculos no logran detenerle,
e interpreta el reproche en el peor sentido:
Puertas, vientos y guantes apenas le retardan  325
y tal como accidentes que le prueban, los toma.
O el resorte que impulsa la hora del cuadrante
y retardan el tiempo que miden con su marcha,
porque cada minuto quede en paz con su hora.

    ¡Bah! dice, estos obstáculos son para mi aventura,  330
como fugaz helada en primavera,
para añadir encanto a los hermosos días
y ofrecer a las aves la razón de su canto.
Paga con interés, la fatiga, sus prendas.
Las rocas, vendavales, piratas y mal tiempo,  335
son terror del que merca, su tesoro a su patria

    Llega en este momento, al umbral de la alcoba,
que cierra a cal y canto el cielo de su mente.
Mas sólo hay un cerrojo que le impide la entrada
y separa en su busca el deseado objeto.  340
La impiedad le enajena a tal punto su alma,
que por lograr su infamia, incluso reza al cielo,
como si el cielo fuera cómplice de su crimen.

    Mas en medio de aquella, plegaria infructuosa,
después de haber pedido la mediación divina,  345
que le otorgue a Lucrecia para gozar su infamia
y que en este momento los hados le consuelen,
se detiene y exclama: «¡Difícil es mi empresa!
los poderes que invoco, me repudian el hecho.
¿cómo podrán estar a mi lado en el acto?  350

    Sean, pues, mis estrellas, mi amor y mi fortuna.
Mi voluntad se apoya en mi resolución.
El pensamiento es sueño, si no prueba su efecto.
El pecado más negro, la absolución lo limpia.
El hielo del temor el amor lo derrite.  355
Ciego se encuentra el cielo, la noche tenebrosa
cubrirá la vergüenza, tras el dulce deleite.»

    Con su mano culpable, salta el leve pestillo
y abre con su rodilla de par en par la puerta.
La paloma ante el búho, duerme profundamente.  360
La traición, así obra, cuando no es descubierta.
Quien descubre la sierpe se aparta de su lado,
mas ella nada teme en su dormir profundo,
yaciendo a la merced de la mortal punzada.

    Ya dentro de la alcoba el vil se precipita  365
y contempla aquel lecho, puro e inmaculado.
Corridas las cortinas, ronda a su alrededor,
sus insaciables ojos en sus órbitas giran.
Su alma se alucina por su enorme traición,
que da en seguida orden a la traidora mano,  370
para apartar la nube que esconde al bello sol.

    Igual que el reluciente sol de rayos de fuego,
que supera las nubes y ciega nuestros ojos,
corridas las cortinas, los ojos de Tarquino,
parpadean cegados por una luz mayor.  375
Quizás el resplandor que emana ella dormida,
ofusca su mirada o un resto de pudor,
mas están tan cerrados que al abrirlos se nublan.

    ¡Si se quedaran ciegos en su oscura prisión!
Quizás hubiera visto el fin de su maldad  380
y hubiera Colatino, reposado a su lado
tranquilo y confiado en su honorable lecho.
Pero es preciso abrirlos y matar esta unión
y que la santa esposa abandone su dicha,
su alegría, su vida y su goce del mundo.  385

    En su mano de lirio, descansa su mejilla,
como impidiendo el beso de la legal almohada,
que airada ante el desprecio, se divide en dos partes,
buscando en las orillas la gloria que le falta.
Entre las dos colinas sepulta su cabeza  390
y tal así se ofrece, cual virtuosa estatua,
al libertino ojo del profano Tarquino.

    Su otra mano se posa, fuera del dulce lecho,
sobre la colcha verde y su albura perfecta
es una margarita de Abril sobre la hierba,  395
con el sudor perlado, cual rocío nocturno.
Son sus ojos, caléndulas, cerradas a la luz
y engastados en sombras, confiados reposan,
hasta que en su abertura se adorne el nuevo día.

    Sus dorados cabellos, jugaban con su aliento.  400
¡Oh, castidad lasciva! ¿Apasionada casta!
Tal lucía la vida sobre el mapa mortal
y la sombría muerte, sobre el último aliento.
En su tranquilo sueño, las dos eran hermosas,
como si no existiera rivalidad alguna  405
y la vida y la muerte, vivieran hermanadas.

    Sus senos como globos de marfil azulados,
inmaculados mundos, aun sin conquistar,
no saben de otro yugo, que el de su buen señor
y bajo juramento, le eran fidelísimos.  410
Estos mundos engendran la ambición de Tarquino
y usurpador se acerca su instinto criminal
a derrocar del trono a su fiel propietario.

    ¿Qué podía mirar, que mitigue el deseo?
¿Cómo amainar su anhelo, sin codiciar el mal?  415
Todo cuanto contempla le produce delirio
y su voraz mirada se ceba con sus ansias.
Hay más que admiración en aquello que admira:
Las azuladas venas, el cutis de alabastro,
sus hoyuelos de nieve y el coral en sus labios.  420

    Como el león furioso que juega con su presa,
cuando el hambre se calma con la fácil conquista,
así, Tarquino, goza, ante el alma dormida
y su feroz deseo se calma con la vista
aunque no se contiene, porque estando a su lado,  425
sus ojos que demoran su propia rebelión,
excitan a su sangre a un tumulto mayor.

    Estímulos esclavos del mísero pillaje,
cual vasallos curtidos por brutales proezas.
Asesinos que gozan con toda violación,  430
sin respetar el llanto de niños ni de madres,
se inflaman con su orgullo esperando el ataque:
Su corazón latiendo, da la señal de alarma,
advirtiendo cautelas en la fogosa carga.

    El latir de su pecho ilumina sus ojos  435
y su ardiente mirada es guía de su mano.
Orgullosos los dedos de tanta dignidad,
humeantes de orgullo, toman sus puesto armado,
en el desnudo pecho del dulce territorio.
La mano va escalando las venas hacia el seno,  440
que pálidas se esfuman por las erguidas torres.

    Las venas se dirigen al tranquilo aposento,
donde duerme y reposa su dueña y soberana,
advirtiéndole al punto del inminente asedio.
Asustada la dama por los confusos gritos,  445
bruscamente despierta con asombrados ojos
y al tratar de mirar el confuso tumulto
se sienten deslumbrados por la humeante antorcha.

    Figurarse a Lucrecia en la profunda noche,
arrancada del sueño por la horrible visión,  450
de un lúgubre fantasma sin saber si es real,
cuyo horroroso aspecto le hace temblar el alma.
¡Qué terror! Pero ella aun siente más terror,
pues, salida del sueño, claramente distingue,
la aparición que vuelve su sueño realidad.  455

    Confundida y envuelta por miles de temores,
como un pájaro herido por la certera muerte,
no se atreve a mirar mas ve en su parpadeo,
los terribles espectros que raudamente pasan.
Piensa que estas visiones, son sueños del cerebro,  460
furioso al ver que el ojo se oculta de la luz,
castigando su sombra con visiones peores.

    La mano de él, que aun yace, sobre el pálido seno.
¡Rudo ariete que arroya, semejante muralla!
Nota su corazón. ¡Pobre esclavo asustado!  465
Que herido ya de muerte, se levanta y derrumba,
golpeando la mano que saquea su cielo.
Tarquino hierve en rabia sin la menor piedad,
tratando de abrir brecha en la dulce ciudad.

    Primero a trompetazos, comienza con su lengua,  470
a hablar en son de paz a su tímida amiga,
la cual bajo la sábana, asoma su mentón
de albura y se pregunta la razón de este ataque.
El le explica las causas, con gestos, sin palabras,
mas ella le suplica que no existe razón,  475
ni motivo que albergue el color de su daño.

    Tarquino le replica: «El color de tu cara,
que aun colérico hace palidecer al lirio
y enrojecer la rosa púrpura de vergüenza,
abogarán por mí y mi historia de amor.  480
Bajo ese colorido he venido a escalar
tu inconquistable torre; tuya, pues, es la culpa,
ya que han sido tus ojos los que a mí te entregaron.

    Y quiero anticiparme si quieres engañarme:
Tu belleza es la trampa que ha tendido este lazo,  485
en la que tú, paciente, debes ceder al acto,
te eligió mi deseo a este gozo terrestre,
al que con mi gran fuerza, traté de dominar,
pero cuando el reproche y la razón lo matan,
la luz de tu belleza, le daba nueva vida.  490

    También veo los males que ha de causar mi empresa
y sé que las espinas defienden a las rosas.
Un aguijón defiende el robo de la miel
y esto bien lo comprende la voz de mi prudencia.
Pero el deseo es sordo y no escucha el consejo,  495
pues sólo tiene ojos para ver tu hermosura
y al ver tanta belleza, va contra toda ley.

    Aun en mi propia alma, esto lo he debatido
y el daño y la vergüenza y el dolor que ello engendra;
pero nada controla mi curso de pasión,  500
ni ha de parar la furia de su ciega salida.
Lágrimas de pesar, seguirán a este acto,
mil reproches, desdenes y enemistad mortal,
sin embargo, yo insisto en abrazar mi infamia.»

    Dicho esto, va y blande, su romano jastial,  505
como un halcón que extiende en el aire sus alas,
cubriendo así a la presa con la sombra del vuelo.
Su pico la amenaza si trata de elevarse
y ella bajo el insulto de su espada romana,
oyendo lo que dice, se siente inofensiva,  510
como cuando las aves son presa del azor..

    «¡Lucrecia!» exclama, loco, «te gozaré esta noche
y si tú me rechazas, me abrirá ese camino,
mi fuerza, que en tu lecho, trata de destruirte,
tras lo cual, mataré a tu mísero esclavo,  515
para quitarte vida y honra al mismo tiempo.
Después, le dejaré, en tus brazos inertes,
jurando darle muerte, cuando le vi abrazarte.

    De esta forma tu esposo, si es que aun sobrevive,
será objeto de mofa de todo ser viviente.  520
Tus deudos, de vergüenza, no mirarán de frente
y todo tu linaje tendrá un nombre bastardo,
mientras que tú, la autora, de tu propia deshonra,
verás que tu delito será citado en rimas
y cantado por siempre por los niños a coro.  525

    Mas si cedes, te juro, ser tu amante secreto
y una falta ocultada es sólo un pensamiento
y si un pequeño daño, alcanza un buen final,
es en cualquier política un empeño legal.
Cuántas veces, la hierba venenosa, se mezcla  530
con un compuesto puro, y una vez aplicada
la ponzoña en su efecto, por el se purifica.

    Así, pues, por el bien, de tu esposo y tus hijos,
escúchame este ruego: no legues a tu dote,
la vergüenza que ellos, jamás podrán borrar,  535
la mancilla que nunca podrá ser olvidada,
cual marca del esclavo o cruz de nacimiento,
pues la señal del hombre, si la lleva al nacer,
son faltas de Natura, no de su propia infamia.»


Segunda parte

    A este punto, sus ojos, son los del basilisco.  540
Se yergue vacilante y hace una breve pausa,
en tanto, ella, retrato de la piedad más pura,
como una corza, presa, en las garras de un grifo,
implora en un desierto, donde no existen leyes,
al infame que ignora la piadosa clemencia  545
y no obedece más que su voz traicionera.

    Mas si una nube negra amenaza este mundo
y oculta entre su sombras los picos de las cumbres,
surge una suave brisa del vientre de la tierra
que arroja de las cimas el tenebroso humo,  550
e impide al dividirlos su eminente caída.
Así, su nerviosismo, retrasa sus palabras,
mientras Orfeo toca y Plutón parpadea.

    Mas el gato nocturno en esto se entretiene
con el débil ratón debajo de su pata.  555
La insoportable escena calma su sed de buitre,
sima voraz que queda vacía en la abundancia.
Oye dulces plegarias que el corazón no admite
el permisible acceso a la más leve súplica.
La lujuria es impía y el llanto la endurece.  560

    Los implorantes ojos de Lucrecia se fijan,
en los pliegues austeros del rostro de Tarquino.
Su modesta elocuencia se mezcla con suspiros,
la cual da más encanto a su breve oratoria.
Confunde con frecuencia los tiempos y el lugar  565
y en medio de una frase, se interrumpe su voz
y vuelve a repetir de nuevo su oratoria.

    La mujer le conjura al poderoso Júpiter,
al linaje, al honor y al voto de amistad,
al repentino llanto y al amor de su esposo  570
a las leyes humanas y a la fe más común.
Por el Cielo y la Tierra, por el poder de ambos,
que por Dios se retire a su prestado lecho
y que pueda su honor calmar este delirio.

    Aun le dice Lucrecia: «No pagues tu hospedaje,  575
con un acto tan negro como el que te has propuesto,
ni embarres a la fuente que te dio de beber,
ni rompas lo que nunca tendrá restauración.
Renuncia a tu propósito, antes de usar tu flecha,
que no es buen cazador, aquel que tiende el arco  580
para herir una gama si está el coto cerrado.

    Si mi esposo es tu amigo, abstente de tocarme,
tu fuerza hará tu bien si logras dominarte:
Yo soy frágil y débil, no me tiendas tu lazo;
que tu rostro es sincero, por Dios, no me defraudes.  585
A torrentes mi aliento se esfuerza por huir.
Si alguna vez un hombre, se conmovió ante el llanto,
yo lo haré con mis lágrimas, suspiros y lamentos.

    Reunidos todos ellos en turbulento océano,
baten tu corazón que te advierte el naufragio  590
y trata de ablandarlo con sus olas continuas,
pues, las piedras dispersas, se convierten en agua.
¡Oh, si no eres más duro que el mismo pedernal,
fúndete ante mis lágrimas y sé caritativo!
Que la piedad traspasa cualquier puerta de hierro.  595

    Te creía Tarquino y en mi hogar te hospedé.
¿Usurpaste sus formas para así deshonrarlo?
Me quejo ante la corte celestial y su Dios,
de que dañas su honor y principesco nombre.
No eres lo que aparentas y si tú eres el mismo,  600
no aparentas quien eres, un dios, un soberano,
pues los reyes y dioses, gobiernan sobre todo.

    ¡Cómo se extenderá tu infamia en la vejez,
si florecen tus vicios antes de ser maduro!
Si por un mal capricho cometes un ultraje,  605
¿cuál será tu osadía cuando al fin te coronen?
Recuerda que ninguna acción si es deshonrosa,
si la hace un mal vasallo, jamás podrá borrarse
y el mal que hacen los reyes no se puede enterrar.

    Te amaré en este acto, tan sólo por temor  610
y un monarca feliz, por amor se respeta,
has de ser transigente con el vil ofensor,
cuando te culpen reo de parecido ultraje.
Sólo por este miedo te debes retirar,
que un príncipe es espejo, escuela y el buen libro  615
donde el súbdito aprende a leer y ser hombre.

    ¿Y has de ser tú la escuela que enseñe la lujuria
y permitas lecturas de tus infames actos?
¿Has de ser el espejo que al verte nos descubra
la fuerza del pecado y el aval de la culpa  620
y que en tu nombre tenga el de honor disculpa?
Prefieres el desprecio al inmortal elogio
y hacer de tu prestigio una vieja alcahueta.

    ¿Tienes poder? En nombre del Dios que te lo ha dado,
guía a tu corazón por senderos de paz,  625
no desvaines tu espada en pro de la ignominia,
que te ha sido prestado para otros menesteres.
¿Cómo podrás cumplir tus deberes reales,
si el pecado te acusa de haber sido modelo
donde aprendió a pecar y tú fuiste su guía?  630

    Medita solamente que circo vil sería,
contemplar tu presente en otro ser humano.
Las faltas de los hombres rara vez se les muestran;
que ahogan parcialmente su propios atropellos
y esta falta sería en tu juicio, sentencia  635
mortal para tu hermano. ¡Arropados de infamias
están los que desvían sus ojos de sus yerros!

    A ti, claman mis manos, al cielo levantadas,
no a tu voraz lujuria confidente y osada:
Imploro el llamamiento de tu real destierro.  640
Déjale que regrese y olvida tus infamias,
que tu honor verdadero aplastará el deseo
y limpiando la niebla que te cubre los ojos,
al ver tu situación, te apiadarás de mí.»

    «¡Termina!» exclama él, «mi indomable marea  645
se crece en los obstáculos y nunca retrocede.
La luz débil se extingue, mas la hoguera persiste
y hasta el cielo se encarga de acrecentar su llama:
Los arroyos le pagan a su salado rey,
dándole el agua dulce, una deuda diaria.  650
Aumentan su caudal, mas no alteran su gusto.»

    «¡Tú eres!» ella exclama, «un mar rey soberano.
Mira como descargan en tus olas sin límites,
lujuria, deshonor, vergüenza y mal gobierno,
intentando manchar tu océano de sangre.  655
Si estos males menores trastornan tu virtud,
se encerrará tu mar en un seno de lodo
y ya jamás el lodo podrá en ti disiparse.

    Reinarán tus esclavos y tú serás su siervo,
hundirán tu nobleza dignificando al vil,  660
tú infundirás su vida y ellos serán tu tumba.
Tú serás su vergüenza y ellos tu propio orgullo.
Las cosas más pueriles no ocultan la grandeza.
El cedro no se comba ante el pequeño arbusto,
que este se seca y muere en la raíz del cedro.  665

    Deja pues, que tu mente, sierva de tu poder...»
«¡Basta ya!» grita él, ciego, «por Dios que no te escucho,
cede ante mi deseo o mi odio brutal
de pasión revestido, desgarrará tus carnes
y una vez que lo haga, te llevaré en mis brazos  670
al miserable lecho de tu humilde lacayo,
para hacerlo tu amante en tu infame destino.»

    Después, pone su pie sobre la roja antorcha,
que la luz y el obsceno son eternos rivales,
y el crimen si se oculta en la cegada noche,  675
suele ser más tiránico cuando es menos visible.
Toma el lobo a su presa. La fiel cordera grita,
hasta que con su lana ahoga sus lamentos,
sepultando sus gritos entre sus dulces labios.

    La sábana camera con su albura la cubre.  680
El trata de afisiar sus piadosos lamentos,
refrescando su rostro en las lágrimas castas
de tan púdicos ojos, rojos por el dolor.
¡Qué la lujuria infame manche lecho tan puro!
Si con llanto pudiera limpiar aquellas manchas,  685
Lucrecia, eternamente, estaría llorando.

    Ella perdió una cosa más rica que la vida
y él quisiera perder la infamia que ha ganado
y este pacto forzado, engendra nueva lucha
y a este fugaz placer, meses de gran dolor  690
y el deseo se torna en un frío desdén
al quedar la pureza, despojada de todo.
La ladrona lujuria es más pobre que nunca.

    Como el saciado galgo o el halcón satisfecho,
incapaz por su olfato o inútil para el vuelo,  695
persiguen lentamente o dejan escapar,
la presa que a su instinto le parece un deleite,
así, está el mal talante, del saciado Tarquino.
El manjar delicioso se le está indigestando
y su torpe vivencia devora su deseo.  700

    ¡Oh, crimen repugnante de cavernosa mente,
que sumerge y ahoga el apacible sueño!
El apetito ebrio vomita lo ingerido,
antes que considere su propia repugnancia.
Mientras lujuria impera, ninguna exclamación,  705
dominará su ardor ni reprime el deseo,
hasta que su insistencia caiga como un rocín.

    Con lacias y con flacas y pálidas mejillas,
ojos y ceño grave y el paso quebradizo,
agotado el deseo, contenido y humilde,  710
como un pobre mendigo se queja de su estado.
Mientras se jacta el cuerpo, la virtud y el deseo,
luchan y se rebelan, mas si el vil se derrumba
el rebelde culpable suplica su perdón.

    Esto es lo que sucede a este noble romano,  715
que gastó con su ardor el logro de su intento,
porque ahora pronuncia, contra sí esta sentencia:
De aquí a la eternidad me hallo deshonrado
y el templo de mi alma se haya profanado
y en sus ruinas congrega legiones de inquietudes,  720
que inquieren ¿cómo está? la ultrajada princesa.

    Ella dice: «Mis súbditos en mala insurrección
han echado por tierra el curso sacrosanto
y por su mortal falta, reducido a servicio
a su inmortalidad, haciendo de ella esclava  725
de una muerte viviente y una pena perpetua;
a quien con su presencia, siempre tuvo ganados,
su voluntad imponen antes que su mandato.»

    Con estos pensamientos a través de la noche,
es cautiva vendida que perdió en la ganancia,  730
arrastrando la herida que nunca sanará,
la cicatriz eterna que ya no admite cura,
que a su víctima deja vencida en el dolor.
Ella soporta el peso, que él, dejó a sus espaldas
y la carga por siempre de un alma pecadora.  735

    Como un perro ladrón abandona la estancia
y ella como una oveja, queda allí palpitante,
él refunfuña y odia el acto y su pecado
y ella loca desgarra con su uñas sus carnes.
El huye horrorizado con un sudor culpable,  740
ella está maldiciendo tan horrorosa noche,
él corre y se reprocha tras el fugaz deleite.

    El parte de la alcoba cual reo penitente
y ella se queda aislada, náufraga y sin consuelo,
él en su prisa anhela la luz de la mañana  745
y ella ruega no ver, jamás, la luz y dice:
«Porqué el día descubre las faltas de la noche
y mis ojos sinceros, no han aprendido nunca,
a encubrir las afrentas con su astuta mirada.

    Ellos creen que otros ojos, no verán otra cosa,  750
que la misma desgracia que ellos mismos contemplan
y quieren siempre estar yaciendo entre tinieblas
y así guardar oculto su secreto pecado.
Por que si están llorando revelan su ultraje
y como el agua roe el acero, en mi cara,  755
grabarán sin remedio la vergüenza que siento.»

    Así se queda ella contra la paz y el sueño
y condena sus ojos a una eterna ceguera.
Llama a su corazón, golpeándose el pecho,
para que salga a fuera, donde pueda encontrar,  760
algún seno más puro donde guardar su alma.
Frenética de pena, exhala así su mal
contra la indiscreción de la invisible noche.

    «¡Oh, noche criminal, imagen del infierno!
¡Sombrío protocolo, notario de vergüenza!  765
¡Escena de tragedias y crímenes horribles!
¡Encubridor del caos y aya del pecado!
¡Ciega y turbia alcahueta! ¡Albergue de la furia!
¡Vil socavón de muerte! ¡Silente delatora
con la muda traición y el raptor de virtudes!  770

    ¡Odiada y negra noche, vaporosa y brumosa!
Ya que eres la culpable de mi incurable crimen,
reúne tus tinieblas y busca el nuevo alba
y haz guerra contra el curso del ordenado tiempo
y si tienes poder, para que el sol escale  775
hasta su mediodía antes de que aparezca,
teje con negras nubes el oro de su testa.

    Corrompe la humedad el aire matutino
y sus inhalaciones hace ponerse enfermo
a la pureza viva y al soberano sol,  780
antes que alcance el astro su meridiana cúspide
y ponga en sus vapores las brumas más espesas,
y en sus filas veladas se ahogue la luz del sol,
y en vez de mediodía sea una noche eterna.

    Fuera Tarquino, Noche, en lugar de su hijo,  785
mancharía a la reina de plateadas luces,
sus lucidas doncellas, también por él violadas,
no osarían mostrarse al seno de la Noche.
De este modo tendría mi dolor compañero
y un amigo en la pena, comparte los dolores,  790
que orando el peregrino hace breve el camino.-

    Ahora no tengo a nadie que se azore conmigo,
que se cruce de brazos e incline al cabeza,
que se tape la cara y oculte su vergüenza;
sino que debo sola sentarme a padecer,  795
sazonando la tierra con mis salados llantos,
mezclando mis palabras con lágrimas y penas.
Sepulcral monumento de mi eterno lamento.

    ¡Oh, noche horno del odio y de espesos vapores,
que este celoso día no contemple mi cara  800
y que tu negro manto que todo lo oscurece
oculte el impudor que me ha desfigurado!
¡Conserva firme el acto de tu poder sombrío,
porque todas las faltas hechas en tu reinado,
puedan quedar a un tiempo en tu sombra enterradas!  805

    ¡Que el día no me tome con sus resoluciones!
Que la luz en mi frente me mostrará grabada,
la historia de mi dulce castidad derrotada,
el roto juramento del sacro matrimonio
y hasta el torpe iletrado, incapaz de leer  810
lo escrito en esos libros para su aprendizaje,
descubrirá mi sucia violación en mis ojos.

    El aya al dulce niño le contará mi historia
y espantará su llanto nombrándole a Tarquino.
El orador corriente, para ataviar su verbo,  815
asociará mi oprobio con el vil de Tarquino.
Y el juglar en las fiestas cantando mi infortunio,
cautivará al oyente con mágica palabra:
Como el vil me ultrajó y yo al fiel Colatino.

    Deja que mi buen nombre, mi impalpable prestigio,  820
quede sin mancha en nombre de mi amor, Colatino:
Si mi honor se convierte en tema de disputa,
llegará lo podrido a otro tronco distinto
y un injusto reproche le asignarán a él,
siendo tan inocente de este pecado mío,  825
como yo era de pura, para el fiel Colatino.

    ¡Oh, mi oculta esperanza! ¡Invisible desgracia!
¡Llaga que no se siente! ¡Intima cicatriz!
La vergüenza en la frente, mi Colatino lleva,
y Tarquino podrá leer desde bien lejos,  830
que fue herido en la paz y no lo fue en la guerra.
¡Cuántos seres soportan los vergonzosos golpes
que sólo saben ellos y el vil que los ha dado!

    Si tu honor, Colatine, radicaba en mi honra
de mí, en violento asalto, ha sido arrebatado.  835
Mi miel está perdida y yo abeja holgazana
en mi panal no guardo el fruto del verano,
robado y saqueado por injuriante hurto.
En tu frágil colmena se ha metido una avispa,
consumiendo la miel que par ti guardaba.  840

    Aun así soy culpable de tu honor naufragando,
sin embargo, en tu honor, agasajé a Tarquino
-viniendo de tu parte no podía negarme-
pues desdeñarlo fuera de mala educación.
Además se quejaba del cansado viaje  845
y hablaba de virtud. ¡Oh, maldad imprevista,
cuando ella es profanada por semejante diablo!

    ¿Por qué invade el gusano el virginal capullo?
¿O incuban los cuclillos en nido de gorrión?
¿O envenenan con fango los sapos a las fuentes?  850
¿O el dictador se oculta en el pecho más noble?
¿Por qué violan los reyes sus propias ordenanzas?
Será que lo perfecto nunca es tan absoluto,
que no admita impurezas o algo lo contamine.

    El anciano que guarda en su cofre su oro,  855
plagado de calambres, de gota y de dolores
y apenas tiene ojos para ver su tesoro,
que semejante a Tántalo siempre está desmayado
y es inútil granero su ambiciosa cosecha,
no alcanzará otro gozo con su inmensa ganancia  860
que saber que no hay oro que cure sus dolencias

    Así pues, la riqueza, ya de nada le sirve
y la deja al cuidado del ojo de sus hijos,
los cuales, abusando, piensan rápidamente
que su padre era débil y ellos mucho más fuertes,  865
para guardar sin prisa su bendita fortuna.
El deseado dulce, en ácido se torna,
desde el mismo momento que lo llamamos nuestro.

    Impetuosas ráfagas van con la primavera,
hierbas malignas, mezclan, sus raíces con flores,  870
suele silbar la víbora donde cantan los pájaros,
lo que engendra virtud, la iniquidad devora.
No poseemos bienes que al fin nos pertenezcan,
pues el fatal azar o la oportunidad
acaba con su vida o altera sus valores.  875

    ¡Oportunidad! ¡Oh! ¡Enorme es tu pecado!
Tú eres la que ejecuta la traición del traidor,
tú guías a los lobos que atrapan los corderos
y al que piensa el delito le das hora y lugar,
tú maltratas la ley, la razón y el derecho  880
y en tu soberbia celda, donde nadie lo ve,
escondes el pecado que atrapa al alma incauta.

    Haces a la vestal violar su juramento,
avivando la llama de su temperatura,
ahogas la honradez y matas la verdad.  885
¡Provocadora indigna! ¡Conocida alcahueta!
Tú siembras el escándalo y rompes el elogio.
¡Corruptora traidora, ladrona desleal,
tu miel se vuelve hiel y tu risa dolencia!

    Tus secretos placeres conviertes en venganza,  890
tus festines privados en públicos ayunos,
tus lisonjeros títulos en despreciables nombres,
tu azucarada lengua en amargo sabor,
tu vanidad violenta no puede persistir.
¿Cómo puede ocurrir, vil Oportunidad,  895
que siendo tan nociva tanta gente te busque?

    ¿Cuándo serás amiga del suplicante humilde
y le lleve tu mano donde está lo que pide?
¿Cuándo darás la hora del fin de las penurias?
¿O liberas el alma del pobre encadenado?  900
¿O dará al enfermo el bálsamo que sane?
El pobre, el impedido, están clamando
tu ayuda, mas no encuentran esa Oportunidad.

    El paciente se muere mientras duerme el doctor,
el huérfano desmaya y el opresor se sacia,  905
la lujuria está en fiesta mientras llora la viuda,
la prudencia se goza mientras la pus se extiende.
No concedes tu tiempo a la filantropía,
la cólera, la envidia, el rapto, el asesino,
escoltan como pajes tus horas más atroces.  910

    Si virtud y verdad necesitan de ti,
siempre existen mil peros para obtener tu apoyo:
Te compran los favores mas no paga el pecado,
que se lleva de balde hasta tu complacencia,
de oírle y concederle aquello que te pida.  915
Mi pobre Colatino, pudiera haber llegado
en vez de ser Tarquino, mas tú le retuviste.

    Por eso eres culpable de asesinato y robo,
culpable de perjurio, culpable de soborno,
culpable de traición, falsedad e impostura,  920
culpable de ese odio llamado vil incesto
y culpable, también, tu propia inclinación
de todo asesinato pasado o venidero,
desde la Creación hasta el Juicio Final.

    Tiempo desfigurado, compinche de la Noche,  925
ágil sutil correo del horrible cuidado,
devorador de imberbes, doble falso del gozo,
vil asno del pecado, la trampa y la virtud,
que proteges la muerte y matas lo que existe.
¡Oh, vil Tiempo, escúchame, injurioso y traidor!  930
Sé reo de mi muerte por serlo de mi crimen.

    ¿Por qué. Oportunidad, esclava, has traicionado,
las horas que me diste para el feliz descanso
y destrozas mi dicha y me has encadenado
a una fecha sin tiempo y a este dolor perpetuo?  935
Debe el Tiempo inmolar los odios enemigos,
destruir los errores que engendra la opinión
y no gastar la dote de mi lecho legítimo.

    Es la gloria del Tiempo calmar enemistades,
revelar falsedades y a la verdad dar brillo,  940
dar el sello del Tiempo a las cosas más viejas,
ser celador de día y de noche guardián,
maltratar al injusto hasta que entre en razón,
arruinar los palacios reales con sus horas
y cubrir con su polvo las torres más doradas.  945

    Llenar los monumentos de carcoma y de ruina,
alimentar olvidos con todos los ocasos,
borrar antiguos textos y variar su lectura,
desplumar a los cuervos de sus alas más viejas,
secar al viejo roble y nutrir sus raíces,  950
llenar de orín el hierro forjado más antiguo
y hacer girar la rueda de la veloz Fortuna.

    Mostrar a las abuelas las hijas de sus hijas,
hacer del niño un hombre y hacer del hombre un niño,
matar al fiero tigre que vive de la muerte,  955
domar al unicornio y al salvaje león,
mofarse del astuto y dejarlo timado,
gozar al labrador con la buena cosecha,
y destruir las piedras con la lluvia más fina.

    ¿Por qué causas el mal en tu peregrinaje,  960
si no puedes volver atrás y repararlo?
Ceder sólo un minuto en el tiempo de un siglo,
te donaría miles y miles de amistades,
dando prudencia al banco que presta al mal deudor.
¡Vuelve atrás una hora de esta terrible noche,  965
para en esta tormenta, evitar el naufragio!

    Tú, lacayo inmortal de la perennidad
a Tarquino en su fuga, detén con un percance;
inventa más allá de cualquier duda oculta,
algo por lo que jure contra esta noche infame,  970
deja que espectros cieguen sus impúdicos ojos
y que el cruel pensamiento de su villana acción
transforme cada árbol en un demonio informe.

    Atiende su descanso con agobios constantes,
aflígele en su cama con postrados gemidos,  975
abrúmale las horas con accidentes graves
y cuando gima y clame no escuches sus lamentos,
lapídale hasta el alma con las piedras más duras
y las tiernas mujeres le pierdan con su amor
y le traten lo mismo que al tigre más salvaje.  980

    Haz que el mismo se arranque sus rizados cabellos,
haz que sus ojos odien al mirarse a sí mismo,
haz que se desespere del alivio del tiempo,
haz que como un esclavo viva con su miseria,
haz que pida y que implore las sobras del mendigo  985
haz que vea al más pobre que vive de limosnas,
negarle con desdén los mendrugos que tira.

    Haz que sus más amigos sean sus enemigos
y a los alegres locos mofarse cuando pasa.
Haz que note que es lento el paso de las horas,  990
cuando el dolor aprieta y que ágiles y cortos
sus tiempos de locura, sus horas de placer
y así que tenga siempre, su crimen innombrable,
tiempo para el lamento de haberlo derrochado.

    ¡Oh, Tiempo, eres tutor, de lo bueno y lo malo,  995
enséñame a insultar a tu alumno del crimen!
¡Deja que ante su sombra pierda el juicio el ladrón
y él busque a cada instante la hora del suicidio!
Sus manos miserables deben ser su verdugo,
porque, ¿quién es tan vil que quiera hacerse cargo  1000
de ser ejecutor de tan infame esclavo?

    El es tan miserable que aun viniendo de un rey,
mancha sus esperanzas con sus viciosos actos:
Cuanto más en el hombre, más poder tiene aquello,
que conquista su odio o su veneración.  1005
Cuanto más jerarquía, mayor es el escándalo,
si el cielo está nublado la luna no se ve,
mas la estrella pequeña se oculta donde quiere.

    Puede bañar el cuervo sus alas en el fango
y al volar con su lodo, pasar sin ser notado,  1010
mas si el cisne en su albura deseara lo mismo,
la mancha quedaría en sus alas de plata.
Ciega noche es el paje y el rey glorioso día,
cuando vuela el mosquito no se nota su vuelo,
pero todos los ojos se fijan en las águilas.  1015

    ¡Fuera inútil palabra, servidoras de tontos!
¡Sones defectuosos, debilitados árbitros!
Ocupad vuestro tiempo en aulas y senados,
discutid donde estúpidos se divierten hablando.
Al temor del cliente servir de mediadoras.  1020
Para mí estas razones, me son polvo de paja,
pues mi caso está fuera del amparo legal.

    En vano insulto a coro a la Oportunidad,
al Tiempo, al vil Tarquino, a la lúgubre Noche,
en vano armo estos pleitos contra mi propia infamia,  1025
en vano he rechazado mi confirmada pena,
este humo de palabras, no me hace ningún bien
y el único remedio que puede darme cura,
es derramar mi sangre odiosa y corrompida.

    ¡Oh, mano! ¿Por qué tiemblas oyendo este decreto?  1030
Hónrate con librarte de esta infame vergüenza,
pues, si muero, mi orgullo, contigo vivirá,
mas si a esto sobrevivo, vivirás en mi infamia.
Puesto que no pudiste defender a tu dueña
temiendo desgarrar al criminal rival,  1035
mátate y mátala, por así haber cedido.»


Tercera parte

    Después, salta del lecho donde estaba tendida
y busca una herramienta que pueda darle muerte,
mas la casa no alberga agentes criminales
que abran un largo paso a su respiración,  1040
que se esfuma en su boca ya allí se desvanece,
como el humo del Etna se consume en el aire
o como el que se escapa de un cañón preparado.

    «En vano» exclama ella «vivo y en vano busco
algún medio feliz que acabe con mis penas,  1045
temía que el cuchillo de Tarquín me hiriera,
sin embargo, no temo buscar algo que mate.
Cuando tenía miedo era una fiel esposa,
lo que ahora no soy ni ya podré ser nunca.
Tarquino me ha robado la dicha de mi estado.  1050

    ¡Ahora está perdida mi razón de vivir,
por lo tanto no tengo, ningún miedo a morir!
¡Y si limpia la muerte, la mancha, doy al menos,
galón de más honor a la honra de mi ropa!
Una vida muriente y una viviente infamia,  1055
irremediable ayuda: Después de hurtado el oro
quema el cofre inocente que guarda sus valores.

    Bien, mi buen Colatino, nunca conocerás
el sabor corrompido de mi violada honra,
no dañaré tu amor de esta forma injuriosa,  1060
no podría dañarte con falsos juramentos;
el injerto bastardo, no llegará a ser flor,
quien pudrió tu raíz nunca dirá ostentoso
que eres el tierno padre de su malvado fruto.

    Ni de ti a de mofarse en su secreta mente,  1065
ni hará alarde de ello entre sus camaradas,
porque debes saber que nunca me he vendido,
sino que fui forzada fuera de tu aposento.
En cuanto a mí, soy dueña, de mi propio destino
y mi pecado nunca me será perdonado,  1070
pagando con mi vida el precio de la ofensa.

    No te envenenaré con mi asquerosa infamia,
ni cubriré mi falta con excusas banales,
ni pintaré de negro mi alfombra de pecado,
para ocultar el hecho de esta pérfida noche.  1075
Y aunque yo diga todo, mis ojos son esclusas,
bajando como fuentes del monte hacia los valles,
querrán con sus corrientes purificar mi historia.»

    Con esto Filomena, concluye su lamento,
el gorjeo armonioso de su dolor nocturno,  1080
mientras baja la noche con paso lento y triste,
hacia el infierno, cuando: La sonrosada aurora,
a los ojos más bellos que han de tomarla a préstamo,
da luz, mientras Lucrecia, se avergüenza al mirarse,
y quisiera seguir enclaustrada en la noche.  1085

    Revela, espía, el día, por cualquier hendidura,
como indicando el sitio donde sentada llora.
En medio de su llanto, exclama: «Ojo de ojos,
que espías mi ventana. Cesa en tu espionaje,
molesta con tus rayos a los que están dormidos,  1090
mas no marques mi frente con tu luz penetrante,
que el día no es culpable de las faltas nocturnas.»

    Así, en loca disputa con todo lo que mira:
El dolor como un niño es chinche y caprichoso
y cuando quiere algo con nada se conforma,  1095
los crónicos dolores, no los que son recientes,
el tiempo los mitiga, mas lo recientes, bravos,
cual nadador novel, que siempre se zambulle,
se ahoga por su exceso y falta de costumbre.

    De este modo, Lucrecia, sumergida en su mar,  1100
emprende una disputa con todo lo que observa
y todo mal, compara, con su propio dolor,
sin que nada remedie la fuerza de su ira.
Si uno desaparece el nuevo le remplaza:
A veces su dolor no encuentra las palabras  1105
y otras veces airado da un mitin excesivo.

    Los pájaros que entonan su gozo matinal,
exasperan su llanto con su dulce cantar,
pues hiere el regocijo al alma atormentada.
Los espíritus tristes, mueren con la alegría  1110
y el dolor sólo quiere dolor de compañía,
que el pesar verdadero halla un buen alimento,
cuando al fin simpatiza con un dolor gemelo.

    «Es doble muerte ahogarse, cuando se ve la playa.
Mil veces más ayuno mirando el alimento.  1115
Ver el remedio hace la herida más doliente.
Sufre más una pena, si el alivio la mira.
Loa dolores profundos son pausada corriente,
mas si encuentran obstáculos desbordan sus riberas.
La desgracia exaltada no tiene ley ni límite.  1120

    ¡Oh, pájaros burlones! ¡Sepultad vuestros trinos,
en la gruta latiente del emplumado pecho
y para mis oídos ser sordos y ser mudos,
mi angustia intermitente, no desea intervalos,
una anfitriona triste no soporta sus fiestas;  1125
deleitad con los trinos los oídos que gozan,
que la melancolía es acorde del llanto.

    Ven, Filomena, tú, que cantas violación,
construye tu enramada en mi revuelto pelo,
como la tierra húmeda solloza ante su agobio,  1130
así, en el triste acorde, yo, verteré una lágrima.
Sostendré el diapasón con mis hondos gemidos
y diré en mi cantar el nombre de Tarquino,
mientras que tú, maestra, dirás el de Tereo.

    Contra una aguda espina, tú cantarás tu parte,  1135
por mantener más vivos tus inmensos dolores.
Trataré de imitarte. Contra mi corazón,
yo me pondré un puñal, para asustar mis ojos,
así, si pestañean, caerán y morirán.
Estos medios cual trastes, afinaran las cuerdas  1140
de nuestros corazones, para el dolor real.

    Y tú, pájaro pobre, que no trinas de día,
temeroso de que otros te oigan y contemplen,
buscaremos un sitios aislado del camino,
que no conoce el hielo ni el ardiente calor,  1145
y allí le enseñaremos a las bestias feroces,
las tonadas que cambien su fiel naturaleza.
Si el hombre es una bestia, que ellas lleven su alma.»

    Como el pobre venado que asustado contempla,
con su instinto, el camino, por donde debe huir,  1150
o como quien se pierde en medio de la selva
y no pueden sus medios encontrar la salida,
así, Lucrecia, tiene, con ella este debate.
dudando si es mejor la vida que la muerte
cuando es tan vil la vida y la muerte deshonra.  1155

    «¿Matarme?» dice ella, «mas esto no sería,
sino contaminar con mi cuerpo mi alma?
Quien pierde algo, soporta, con paciencia su pérdida,
mientras quien pierde todo la confusión le traga.
Actúa cruel la madre que teniendo dos niños,  1160
si la muerte le quita a uno de los dos,
quiere matar al otro por no criar ninguno.

    ¿Cuál era más querido de mi cuerpo o mi alma,
cuando el uno era puro y el otro era divino?
¿El amor de cual de ellos yo sentía más cerca  1165
si ambos los guardaba para el cielo y mi esposo?
Cuando al pino se arranca su arrugada corteza
sus hojas se marchitan y se pierde su savia.
Lo mismo está mi alma por robar su corteza.

    Saqueada su casa, su inquietud alterada,  1170
su mansión abatida por el reptil rival,
su templo profanado, manchado y saqueado,
desvergonzadamente cubierto por la infamia:
que no se diga nunca que es impío, si hago
en esta fortaleza un agujero nuevo,  1175
por donde pueda salir mi atormentada alma.

    Mas antes de morir, hablaré con mi esposo,
para darle razones de mi imprevista muerte,
y que en mi triste hora, al oírme me jure,
venganza en el villano que detuvo mi aliento.  1180
Legaré al vil Tarquino mi sangre corrompida
que al ver a su verdugo, le arrancará las venas
y con ella el legado escribiré cual deuda.

    Mi honor lo legaré al piadoso puñal,
que hiera el deshonrado cuerpo que me atormenta  1185
que es honroso acabar con mi propia deshonra.
Morirá la deshonra y el honor vivirá,
así, de las cenizas de mi propia vergüenza,
se engendrará mi fama, matando al menosprecio
y muerta mi venganza, renacerá mi honor.  1190

    ¡Oh querido señor! De la joya perdida,
de la valiosa joya ¿qué puedo a ti legarte?
Mi conclusión, amor, será tu ostentación
por cuyo ejemplo debes, ejecutar venganza.
Aprende en mí del trato que has de dar a Tarquino.  1195
Yo, tu amiga, al matarme, mato en mí a tu enemiga
y tú debes tratar igual al vil Tarquino.

    Ese breve resumen cumple mi voluntad:
Sea mi alma y cuerpo del cielo y de la tierra,
toma tú, esposo mío, mi gran resolución;  1200
mi honor será el puñal que cause mi herida.
Mi vergüenza de aquel que me causo el oprobio
y todo lo que viva, de mi gloria ha de darse,
a todos los que viven y me siguen honrando.

    Velarás, Colatino, mi postrer voluntad  1205
¡y verás como fui por sorpresa entregada!
Mi sangre lavará de mí toda calumnia
y al final de mi vida me dará la pureza.
No temas, corazón, y di: "llévese a cabo"
sométete a mi mano y esta te vencerá  1210
y una vez los dos muertos seremos victoriosos.»

    Cuando este plan de muerte se pacta y se ha fijado
se enjuga de sus ojos unas perlas saladas,
con destemplada voz llama a su fiel criada,
que en ágil obediencia rauda acude a su lado,  1215
que el deber tiene alas y pluma el pensamiento.
La cara de Lucrecia, es para la criada,
como un prado de invierno derritiendo su nieve.

    Formal le da a su dama un claro «buenos días»
con voz leve y calmada propia de su modestia  1220
y adopta una tristeza que acompaña el dolor,
de su propia señora, cuya cara se viste
de pesar, mas no osa, preguntar a su dueña,
porqué se han eclipsado los ojos de su cara
ni porqué sus mejillas son ríos de dolor.  1225

    Y así, como la tierra, llora al ponerse el sol
y la flor se humedece con un ojo turbado,
comienza la doncella a mojar con sus lágrimas,
sus irritados ojos, llenos de simpatía,
de los soles que ha puesto el cielo en su señora,  1230
los cuales apagados, se extienden por el mar,
esto le hace llorar como una noche húmeda.

    Por un breve momento permanecen las dos,
cual puentes marfileños, que llenaran cisternas
de coral. Una llora en justicia y la otra  1235
con su llanto acompaña el dolor de su dueña,
que ambas son de ese sexo que el llanto necesita.
Intuitivas se afligen de ajenas aflicciones
y se inundan sus ojos o el corazón se rompe.

    Tiene el hombre, de mármol el alma y la mujer  1240
de cera y se modulan, tal como el mármol quiere
débiles, oprimidas, reciben la impresión
por fuerza o por engaño, o por la habilidad.
No se las llame entonces, autoras de su mal,
que, no hay malignidad, en la cera estampada,  1245
con la cara y figura del propio Satanás.

    Su suavidad parece una verde campiña,
abierta al más humilde gusano que se arrastre,
en los hombres se ocultan como en la espesa selva,
vicios que están durmiendo en lúgubres cavernas.  1250
A través de un aumento, un punto se hace un globo,
el hombre disimula con su gesto sus crímenes
y el rostro femenino es libro de sus faltas.

    Que nadie se rebele contra la flor marchita,
sí, contra el crudo invierno que maltrata la flor.  1255
Aquello que devora, nunca lo devorado,
merece ser culpable. ¡nadie acuse las faltas
de la infeliz mujer cuando esta es deshonrada
por el viril abuso! Esos reos culpables
que hacen del seso débil esclavas de su ofensa.  1260

    Precedente es el caso de la infeliz Lucrecia,
asaltada en la noche por viles amenazas,
de una inmediata muerte y de que esta vergüenza
traería a su esposo un daño irreparable.
Estos peligros crean su propia resistencia,  1265
cuando un miedo mortal le invadió todo el cuerpo.
¿Quién no puede abusar de un cuerpo recién muerto?

    La benigna paciencia hace hablar a Lucrecia,
marchando hacia la humilde que imita su dolor:
«Hija mía» ella exclama «¿por qué viertes tus lágrimas,  1270
que caen como la lluvia por tus blancas mejillas?
Si tu llanto es por este dolor que me compete,
sabe, gentil doncella, que no ayuda a mi enfado,
pues si ayudara el llanto, bien me habría hecho el mío.

    Pero dime, muchacha, ¿cuándo partió de aquí  1275
-y aquí lanza un suspiro- el príncipe Tarquino?»
«Antes de levantarme» responde la criada.
«Mi indolente pereza es también reprobable,
sin embargo, bien puedo, disculpar esta falta,
diciendo que salí antes de amanecer  1280
y antes de levantarme ya no estaba Tarquino.

    Mas, señora, si dejas a vuestra fiel criada
implicarse y saber de vuestra pesadumbre...»
«¡Calla!» exclama Lucrecia. «Si la pongo al corriente
de mi historia, con ello, no rebajo mi pena,  1285
que es más grande y extensa que todas las palabras,
que esta honda tortura puede llamarse infierno,
cuando no hay oraciones que mi dolor describan.

    Traerme, aquí al tormento, papel, tintero y pluma,
mas, olvida el encargo, que tengo aquí de todo  1290
¿Qué quería decir? Al siervo de mi esposo
dile que se disponga su inmediata salida
y que lleve esta carta a mi dueño y señor.
Ordena que la lleve con ágil prontitud.
La carta lo requiere y pronto estará escrita.»  1295

    Al partir la doncella se dispone a escribir,
al comienzo dudando su pluma en el papel.
El honor y el orgullo riñen en fuera lid.
Lo escrito con razón, la reflexión lo borra;
demasiada finura, esto es cruel y brutal;  1300
cual una muchedumbre en la cruz de salida
duda su pensamiento quien ha de ser primero.

    Por fin comienza y pone: «Digno y magno señor,
de esta indigna mujer que te quiere y saluda.
¡Qué Dios esté contigo! Concédeme el favor,  1305
amor, si quieres ver, a tu amada Lucrecia,
de ponerte en camino para venir a verme.
Así, a ti me encomiendo, desde tu casa en duelo,
que mi dolor es grande y mis palabras breves.»

    Después dobla el mensaje de su inmenso dolor,  1310
insegura expresión de su dolor real.
Por el breve resumen, Colatino, sabrá,
su pena, pero nunca, su verdadero alcance.
Ella no se ha atrevido a revelar su infamia,
para que a él no le alcance lo grave de su falta,  1315
antes de que su sangre lave su propio honor.

    La vida y la energía de su exasperación,
ella va almacenando para cuando él la escuche,
cuando con sus lamentos, quiere adornar la gracia,
de su propia desgracia y así poder limpiarla,  1320
de sospechas que el mundo abrigue sobre ella.
Para evitar la mancha, no emborrona el papel,
hasta que con palabras busque su comprensión.

    Ver una triste escena, conmueve más que oírla,
pues el ojo interpreta a sus propios oídos,  1325
la triste pesadumbre que con su luz observa..
Cuando cada sentido responde de su parte,
el oído no escucha del dolor más que parte.
Poco ruido hace el agua que corre por el vado
y el discurso, El daño, levanta tempestades.  1330

    Una vez que ha sellado su carta en ella escribe:
«Con la mayor urgencia. A mi señor. Ardea.»
Llegado el mensajero le entrega la misiva,
ordenándole al mozo que se apresure tanto,
como el ave tardía cuando presiente el Norte,  1335
mas esta rapidez aun le parece lenta.
Las acciones extremas son siempre radicales.

    El rústico cliente se inclina ante su dueña,
ruboroso y cortés y con sus ojos fijos,
recibe la misiva sin decir sí, ni no,  1340
y parte a toda prisa con su ingenua inocencia.
Mas aquellos que ocultan en su pecho una falta,
imaginan que advierte cada ojo su mancha,
por esto, ella imagina, el rubor del sirviente.

    Cuando ¡cándido siervo! Más lo sabe, se turba  1345
por falta de entereza y audacia temeraria;
semejantes criaturas mantienen un respeto,
que hablan bien de sus actos. Otros son descarados
que prometen la prisa y luego se demoran.
Modelo de carácter de virtudes pasadas,  1350
al siervo contrataban por su honesta mirada.

    Su instinto del deber enciende su recelo,
lo cual en rojo fuego enciende sus miradas,
ella piensa que el mozo, sabe lo de Tarquino,
y ansiosamente observa sus enrojecimientos.  1355
Mas su honesta mirada, más aun la confunde.
Cuanto más presentía la sangre en sus mejillas,
tanto más sospechaba de que él sabe su falta.

    Queda un tiempo, Lucrecia, esperando el retorno
y sin embargo, el siervo, acaba de alejarse.  1360
El fatigoso tiempo, no sabe entretener,
pues agotó su llanto, sollozos y suspiros.
El dolor se consume y el gemido descansa,
así, poquito a poca, aplaca sus querellas,
buscando un nuevo medio de desesperación.  1365

    Le viene a la memoria un lugar donde cuelga,
un cuadro que es la estampa de la Troya de Príamo.
Frente a ella, pintada, el poder de la Grecia,
destruye la ciudad por el rapto de Helena
y amenaza su enojo a la orgullosa Ilión.  1370
El pintor representa a una ciudad que altiva,
ve como hasta los cielos besan sus nobles torres.

    A mil dolientes cosas, el arte, desdeñando
la fiel Naturaleza, le dio una inerte vida.
Mas de una gota seca representa una lágrima,  1375
vertida por la esposa sobre el marido muerto.
Humeaba la sangre, por afán del pintor,
y e ojo de los muertos con su luz cenicienta,
eran como carbones en la noche monótona.

    De verlo, hubierais visto, al labrador primero  1380
bañado en su sudor y cubierto de polvo
y en las torres de Troya, también aparecían
los ojos de los hombres, vivos, por las troneras,
contemplando a los griegos con escaso deseo.
Tal arte se veía en esta bella obra,  1385
que aun de lejos se observa la tristeza en los ojos.

    Se veía en los jefes su porte y majestad.
Podríais ver triunfantes sus rostros vencedores,
en los ágiles jóvenes sus gestos y destreza,
mientras aquí y allí el pintor insertaba  1390
los pálidos cobardes con paso vacilante.
A rudos campesinos, tanto se asemejaban,
que uno jura al mirarlos verles estremecer.

    Entre Ajas y el Ulises, ¡oh!,cuánta exactitud,
de rasgos y carácter podían apreciarse.  1395
Ambos rostros revelan la expresión de sus almas
y sus rostros perfectos la magnitud del ser.
En los ojos de Ajax, el rigor y al ira
y en la suave mirada, de Ulises, el tranquilo
domino de sí mismo y gran observación.  1400

    También el grave Néstor, arengando a su tropa
e incitando a los griegos al fragor del combate,
con sus graves y sobrios ademanes de mano,
que encantaba la vista llamando la atención.
Al hablar se observaba su barba plateada,  1405
ir arriba y abajo, mientras que de sus labios,
su aliento en espiral subía hacia la altura.

    En torno suyo había mil rostros boquiabiertos,
que devorar parecen su sensato consejo.
Tal atención prestaban con sus variados gestos  1410
cual si alguna sirena su oído sedujera.
Eran altos y bajos y el pintor fue tan hábil,
que las testas de muchos parecían dispuestas
a saltar aun más alto, burlando al que los mira.

    Aquí una mano de hombre en la cabeza de otro,  1415
en sombras su nariz por causa del vecino,
aquí, otro, apretujado, retrocediendo rojo,
otro que casi ahogado expresa sus enojos
y en sus cóleras muestran tales signos de ira,
que si a perder no fueran, las palabras de Néstor,  1420
con airadas espadas en lid se enzarzarían.


Cuarta parte

    Había mucho campo para la fantasía,
concepción ilusoria tan completa y tan grata,
que para ver a Aquiles, bastaba ver su lanza,
en una mano asida. Al fondo, él, Aquiles,  1425
se conserva invisible, salvo para los ojos
de la mente: Un pie, un rostro, una pierna,
una cabeza basta para el que quiere ver.

    En los muros de Troya, fuertemente sitiada,
el arrojado Néstor se dirige hacia el campo.  1430
Se ven madres troyanas compartiendo la dicha,
de ver como sus hijos blanden armas brillantes
y agregan a su fe una extraña aptitud.
Que a través de su gozo, parecen los objetos,
más que manchas brillantes, el miedo al opresor.  1435

    Desde la gran Dardania, donde está la batalla,
a las rojas riberas del Simois va la sangre,
cual olas hacia el mar, imitando la lucha,
mediante ondulaciones, sus filas comenzaban
a llegar a la orilla carcomida y entonces  1440
de nuevo se retiran buscando más refuerzos
y volver a volcarse con su espuma en el Simois.

    A esta buena pintura, llega la infiel Lucrecia,
para buscar un rostro que al suyo se compare.
Ve entre todos algunos que imitan a sus penas,  1445
mas ninguno que albergue su gran desolación.
Y cuando estaba a punto de dejarlo, ve a Hecuba,
mirando con sus ojos las heridas de Príamo,
sangrante bajo el pie del orgulloso Pirro.

    En ella ha desecado el pintor tanta ruina,  1450
la belleza perdida y el don de la zozobra.
Sus pálidas mejillas de surcos se revisten;
de todo lo que era no queda parecido,
en sus venas la sangre que era azul hoy es negra.
Secan sus primaveras los resecos canales  1455
y se muestra la vida presa en su cuerpo muerto.

    Pone sobre esta sombra, Lucrecia su mirada
y su dolor adapta al de la vieja reina,
que nada le responde. Sólo quiere llorar
y con voces amargas maldice a sus rivales.  1460
El pintor no era un Dios, para otorgarle el habla
y Lucrecia le jura que ha sido traicionada,
dándole un gran dolor y negándole el habla.

    «Pobre instrumento» dice Lucrecia «que no suena.
Tu dolor templaré con mi quejosa lengua  1465
y regaré con bálsamo las heridas de Príamo
e insultaré al vil Pirro que tanto mal te ha hecho.
Sofocará mi llanto, el fuego en que arde Troya
y con mi fiel cuchillo arrancaré los ojos
de los airados griegos, que son tus enemigos.  1470

    Muéstrame la ramera que originó esta guerra,
para que con mis uñas desgarre su belleza.
Tu ardor, ocasionó, imprudente Paris
la ira que nos muestra esta incendiada Troya.
Tus ojos provocaron el fuego arrasador  1475
y en la ciudad de Troya, por culpa de tus ojos,
los padres y las madres y los hijos se mueren.

    ¿Por qué el placer de uno, se torna casi siempre,
en un mal general y desgracia de tantos?
Que el pecado de uno recaiga solamente  1480
sobre la testa infame del malvado infractor
y las almas sin culpa se libren del culpable.
Por el crimen de uno ¿por qué han de pagar tantos
y han de sufrir las penas que el mal de uno causó?

    Aquí, Hécuba llora, aquí, se muere Príamo,  1485
aquí, se esfuma Héctor, aquí, desmaya Troilo,
aquí, yacen amigos, bañados con su sangre
y un amigo a otro inflige insensatas heridas
y un hombre lujurioso estas vidas destruye.
Si hubiese ahogado Príamo el deseo del hijo,  1490
Troya hubiese brillado con fama y no con fuego.»

    Aquí, llora Lucrecia, las desdichas de Troya,
porque su gran dolor cual pesada campana,
una vez que ya suena su corazón la impulsa
y esta pequeña fuerza es el tañido fúnebre.  1495
Así, Lucrecia hinchada, tristes cuentos narraba
y a las melancolías y a las penas pintadas,
le presta sus palabras a cambio de indulgencia.

    Con sus ojos recorre la pintura completa
y se consume al ver algún desamparado.  1500
Por fin ve una infeliz y encadenada imagen,
que unos pastores frigios miran con compasión.
Su rostro aunque turbado, revela su alegría.
Va hacia Troya la imagen con los rudos pastores,
tan dócil que parece despreciar sus dolores.  1505

    En él, busca el pintor, esconder con su arte,
lo simulado y darle un aspecto inocente,
de modesta mirada y resignados ojos.
Parece dar su frente, bienvenida al dolor,
de tal modo se rosa la inocencia en su cara  1510
que el ruboroso ojo no adivina la culpa,
ni el pálido temor que albergan los traidores.

    Por el contrario, como Satán bien acabado,
presumía su aspecto de tanta honestidad
y tan bien ocultaba su secreta maldad,  1515
que ni los mismos celos hubiesen recelado
que el ingenio escondido y el perjurio, pudieran,
cubrir tan bello día con al oscura tormenta
o manchar de pecado el celestial paisaje.

    El hábil artesano, trazó al dulce imagen  1520
de Sinón el perjuro, cuyo dulce relato,
perdería más tarde al bonachón de Príamo.
Palabras como fuego que quemaron la gloria
de la Ilión, con lo cual, el cielo se afligió.
Las estrellas saldrían de sus puestos inmóviles,  1525
al romperse el espejo que reflejó sus caras.

    Contempló con cuidado, Lucrecia, el bello cuadro
y culpó al buen pintor por su sabiduría,
por que algo en la imagen de Sinón no era cierto,
ya que tanta hermosura, tanta maldad pensara  1530
y volvió a contemplarlo y al contemplarlo más,
vio en el blanco semblante tal signo de honradez,
que está, ya convencida, que la pintura miente.

    «No puede ser» exclama «que tanta falsedad»-
Deber, hubiera dicho: «Aceche en tal mirada.»  1535
Mas le viene a la mente la imagen de Tarquino
y en su mente el «aceche» se precede de un «no»
luego no puede ser. Entonces deja todo
y cambia a sí la frase: «No puede ser, parece
que en su rostro se alberga un espíritu malo.  1540

    Pues tan bien como aquí se ha pintado a Sinón,
tan digno en su dolor, sumiso y abrumado,
como desfalleciente de pesar y trabajo.
A mí, llegó Tarquino, tratando de engañarme
con su honrada fachada, pero ya carcomido  1545
por el vicio. Tal Príamo apreciaba a Sinón,
aprecié yo a Tarquino y sucumbió mi Troya.

   ¡Mirad, que atento, Príamo, escucha mientras llora,
al ver las falsas lágrimas que derrama Sinón!
¿Cómo siendo tan viejo no eres aun más sensato?  1550
Al verter cada lágrima, vierte un troyano sangre.
Que sus ojos no vierten, lágrimas, sino fuego.
Estas perlas tan claras que tu piedad despiertan,
globos son que no apagan de tu ciudad el fuego.

    Tales demonios roban del infiero artilugios  1555
sin luces y en su fuego, Sinón, tiembla de frío
y en ese helado fuego al falso hirviendo alberga.
Y esta contradicción solamente aparece,
por seducir al necio y hacerle más osado.
El llanto de Sinón, atrae la fe de Príamo  1560
y aquel con agua quema la Troya del incauto.»

    Aquí se ve asaltada por tal ira y pasión,
que la paciencia deja derrotada su pecho.
Desgarra con sus uñas al impío Sinón,
habida cuenta que, él, es el malvado huésped  1565
y cuya acción la hizo detestarse a sí misma.
Mas tarde, sonriendo, depone su aptitud:
«Necia» dice «la herida no puede hacerle daño.»

    Así mengua y se crece su río de pesares
y el tiempo gasta al tiempo con sus llantos y quejas.  1570
Ora busca la noche ora la luz del día,
mas juzga que las dos se atrasan en su ánimo.
Un segundo es un siglo cuando hay un gran dolor.
Aunque pesa el dolor, rara vez coge el sueño
y quien vela contempla que lento pasa el tiempo.  1575

    Durante todo el rato distraía su mente
mirando y remirando las pintadas imágenes.
Olvidaba el sentido de su propio dolor
imaginado enormes las desgracias ajenas,
distraía sus penas con la terrible escena.  1580
Hay seres que se alivian aunque nunca se curan,
cuando piensan que otros también pasan sus penas.

    Vuelve en ese momento el raudo mensajero.
A su señor y a otros, por delante acompaña.
Ve el esposo a Lucrecia largamente enlutada  1585
y en torno de sus ojos por el llanto arruinados,
unos aros azules igual al arco iris.
Estos ríos de hiel en el oscuro cauce,
serán nuevas tormentas sobre las ya pasadas.

    Cuando esto ve el esposo, con cara preocupada  1590
intrigado la mira. Los ojos aunque hundidos
en lágrimas, miraban, duros y enrojecidos.
Su viveza está muerta por las preocupaciones
y él no tiene valor para indagar la causa.
Enfrentados de pie, como viejos amigos,  1595
lejos de sus hogares, preguntan por su suerte.

    Por fin, toma su mano, pálida y desmayada
y comienza a decir: «¿Qué depravado evento
sobre ti, ha recaído, que estás tan temblorosa?
Dulce amor, ¿qué dolor empaña tu hermosura?  1600
¿Por qué has sido llevada sin querer a estos males?
Desvela pues amada tu triste pesadumbre
y cuenta tu amargura para darle remedio.»

    Tres veces, con suspiros, intenta hablar su pena,
antes de conseguir una sola palabra.  1605
Ungida ella contesta a la voz de su esposo
y humilde se prepara a darle a conocer
que su honor está reo de su cruel enemigo,
en tanto Colatino, con los demás señores,
con atención anhelan escuchar el relato.  1610

    Y aquel pálido cisne en su acuoso nido,
comienza el canto fúnebre de inequívoco fin:
«Pocas palabras» dice «le van mejor al crimen,
que hallar alguna excusa que pueda repararlo.
En mí, hay más dolores que palabras me pesan  1615
y mis quejas irían sin norte en la distancia,
si todas las narrara con mi cansada lengua.

    Sea, pues, esto todo, lo que deba decirse:
Mi fiel querido esposo, en la paz de tu lecho,
se introduzco un extraño y en tu almohada yació,  1620
mientras tú, no podías, reposar en su albura.
El resto de la infamia que imaginarte puedes,
le fue impuesto a la fuerza a mi fragilidad.
Desde entonces, Lucrecia, tu esposa, ya no es libre.

    En el silencio horrible, en mitad de la noche,  1625
entró en mi habitación armado de su espada
-parecía un demonio quemándose en sus llamas-
y quedamente dijo: "Despierta ya, romana,
y sírvele a mi amor o tendrás mi venganza,
en la infamia que a todos infligiré esta noche,  1630
si te opones al acto de mi ardiente pasión."

    "A tu mejor sirviente, al favorito" dijo
"sino pliegas tu orgullo a mi fuerte deseo
mataré en este instante y tú tendrás su suerte
y juraré que estabais desnudos cometiendo  1635
el acto de lujuria y en justicia maté
a los fornicadores. Esta acción me dará
un inmenso renombre y a ti tu deshonor."

    Sobresaltada puse mi grito por los cielos
y él en mi corazón la punta de su espada,  1640
jurándome, que a menos, fuera en todo paciente
al alba no estaría para decir palabra.
Así con mi deshora quedaría marcada.
Jamás se olvidará ¡oh! poderosa Roma,
a la infiel de Lucrecia, muerta junto a su esclavo.  1645

    Mi rival era fuerte y yo frágil y débil,
más débil por efectos de mi fuerte terror.
Aquel sangriento juez hizo callar mi lengua,
no queriendo escuchar súplicas de justicia,
y llegó en su locura ciegamente a jurar  1650
que mi pobre belleza, fue el ladrón de sus ojos,
y cuando al juez se roba, el prisionero paga.

    ¡Enseñadme a tramar la red de mi disculpa!
O, al menos encontrar un humilde refugio,
donde piense en mi sangre, por el vil mancillada,  1655
aunque mi alma esté pura e inmaculada.
Que al no plegarse el alma, él no pudo llevarla
a pecadores goces y sigue estando pura,
en su encierro infernal pero viva y latiendo.»

    ¡Mirad al comerciante que ha vendido su honra!  1660
Con la cabeza gacha y con la voz ahogada,
con la mirada triste y los brazos en cruz.
De sus pálidos labios empiezan a brotar,
el dolor que moroso retarda su respuesta.
Mas el náufrago lucha sabiéndose perdido,  1665
cuando exhala su aliento el aire que expulsó.

    Tal como la riada, ruge al ojo del Puente
y escapa a la mirada que observa su corriente,
pero en el remolino se encrespa con orgullo
y brama contra el cauce que la obliga a correr,  1670
impulsada hacia arriba, adelante y atrás.
El pesar del esposo se transforma en la sierra
que adelante y atrás empuja su rencor.

    Muda de tanta pena, ve en su mísero esposo
el dolor y el tardío frenesí despertado.  1675
«¡Oh, señor, tu tormento a mi tormento presta
vigor! Ningún diluvio se amaina con la lluvia
y mi dolor me mata si te veo sufrir,
por que el tuyo es más fuerte y debiera bastar
para ahogar el dolor, un par de ojos llorosos.  1680

    Por aquello que tanto consiguió enamorarte,
por la que fue tu esposa, Lucrecia: ¡Oh, escúchame!
Rápidamente busca vengarte en mi enemigo,
en el tuyo y el suyo y piensa que defiendes,
una causa pasada. Que tu ayuda me llega,  1685
cuando ya no me sirve, aunque muera el traidor.
La justicia remisa, nutre la iniquidad.

    Mas antes de deciros su nombre», dice ella,
dirigiéndose a aquellos que están con Colatino,
«juraréis ante mí la honorable promesa  1690
de conseguir vengar el deshonor causado.
Suprimir la injusticia con armas vengadoras,
pues meritorio y bello designio es del que jure,
el reparar la ofensa hecha a una pobre dama.»

    Ante esta petición con noble y doble ánimo,  1695
cada señor presente prestó su juramento,
impuesto por las leyes de la caballería,
anhelando saber el nombre del infame.
Mas ella que no ha dicho toda su triste historia,
la protesta detiene. «¡Decidme!» exclama ella,  1700
«¿cuánta mancha será lavada de mi ofensa?

    ¿De qué especie es mi falta y cuál es mi delito
si forzada me vi por la cruel circunstancia?
¿Se absolverá mi alma pura, de tanta mancha?
¿puede mi honor manchado con algo enaltecerse?  1705
¿Hay cláusulas legales que disculpen mi falta?
La fuente envenenada por sí mismo se aclara
¿por qué no puede ella lavar su propia mancha?»

    A la vez comenzaron todos a replicar,
que las manchas del cuerpo las borra un alma pura.  1710
Lucrecia se sonríe, tristemente y desvía
su rostro que es la estampa del más vivo dolor
y del duro infortunio grabado con sus lágrimas.
«No, no» dice «no habrá, dama que en el futuro,
use de mis disculpas para su absolución.»  1715

    Suspira, cual si fuera a perder hasta el alma
y nombra al vil Tarquino. «¡El, él!» grita y solloza.
Pero su pobre legua no dice más que «él»,
hasta que con tropiezos y muchas dilaciones,
recordando suspiros y esfuerzos dolorosos  1720
exclama: «¡El, él, nobles señores, él ha sido,
quien induce mi mano a afligirme esta herida.»

    Después de hablar envaina, en su pecho inocente,
un puñal que a su vez desvainó a su alma.
Libera el tajo a esta de la honda zozobra,  1725
reinante en la asquerosa prisión en que vivía.
Sus contritos suspiros a las nubes elevan
a su espíritu alado, que escapa por la herida
en el último instante de un sino concluido.

    Ante el terrible acto quedan petrificados  1730
el pobre Colatino y el séquito presente.
El padre de Lucrecia al ver que se desangra
se arroja sobre el cuerpo de la pobre suicida.
De la fuente escarlata, saca Bruto temblando,
el cuchillo mortal que al dejar las heridas,  1735
perseguirá la sangre con su inútil justicia.

    Al salir de su pecho la sangre a borbotones,
se divide en dos lentas corrientes carmesí,
que encierran a su cuerpo en un círculo igual
a una isla asaltada, que se extiende desnuda  1740
y despoblada en medio de horrenda inundación.
Su sangre pura y roja aun permanecía,
mas la que mancillara, Tarquino, se hace negra.

    Ahora, sobre la fúnebre, azul y helada cara,
en la sangre más negra hay un halo acuoso,  1745
que parece llorar sobre el manchado espacio.
Desde entonces llorando las penas de Lucrecia,
la sangre putrefacta muestra signos de agua,
mientras la sangre limpia aun permanece roja,
como ruborizándose de la que está podrida.  1750

    «Hija mía querida» dice el pobre Lucrecio,
«la vida que has matado, también era mi vida.
Si en la imagen de un hijo está la de su padre,
¿qué será de mi vida si no vive Lucrecia?
No emanaste de mí para un final tan triste.  1755
Si los hijos se mueren antes que el viejo padre
¿quiénes son los retoños y quiénes los maduros?

    Pobre espejo quebrado, cuántas veces has visto
en tu dulce semblante mi renacida edad
y pasar de ser joven a empañado por viejo,  1760
en descarnada muerte que el tiempo ha desgastado.
¡De tus dulces mejillas arrancaron mi imagen,
rompiendo la belleza que había en el cristal,
para que nunca vea aquello que yo fui!

    ¡Tiempo detén tu cauce y acaba tu existencia  1765
puesto que ya no están los que me sobrevivan!
¿Por qué gana la muerte al más fuerte en su lucha
dejándole vivir al vacilante y débil?
La abeja vieja muere en función de las jóvenes.
¡Vive, dulce Lucrecia, vive de nuevo y mira  1770
como muere tu padre antes de ver que mueres!»

    Entonces, Colatino, despierta de su sueño
y le pide a Lucrecio su lugar de dolor,
sobre la sangre fría del cuerpo de Lucrecia
y al caer desmayado por el terror vencido,  1775
también parece muerto, tendido junto a ella,
hasta que su energía le ordena levantarse
y vivir solamente para vengar su muerte.

    Tan honda turbación ha calado en su alma
y a impuesto un mudo freno al dolor de su lengua,  1780
la cual enloquecida, regida por la rabia,
ha impedido al esposo desahogarse en palabras.
Trata de decir algo, mas los labios no emiten
palabras. Tal pesar ayuda al corazón,
mas nadie entendería el silente diálogo.  1785

    Sólo pronuncia claro el nombre de Tarquino,
solamente entre dientes, como si lo mordiera.
Esta gran tempestad hasta acabar en lluvia,
retiene su pesar sólo para aumentarlo,
al fin llueve y se calma el viento laborioso.  1790
Luego el hijo y el padre lloran la misma pena,
a cual más por la hija, a cual más por la esposa.

    Uno la llama suya. Suya la llama el otro
aunque ninguno puede poseer lo que pide.
El padre dice: «Es mía.» «Oh, mía solamente»,  1795
le replica el esposo. «Por Dios no me arrebates
ser dueño de esta pena. Que no haya ni un doliente,
que llore por mi esposa, pues mía sólo era
y sólo Colatino llorará por su esposa.»

    «¡Oh, Dios!» dice Lucrecio, «yo le engendré la vida  1800
que demasiado pronto y tarde derramó!»
«Dolor» dice el esposo «era mi dulce esposa,
tan mía, que la vida, que se quitó era mía.»
«Mi hija» más «mi esposa» en un clamor llenaban
el aire, que ahora dueño, de la infeliz Lucrecia,  1805
contestaba con ecos: «Mi hija» más «mi esposa».

    Bruto que del costado, de ella arrancó el cuchillo,
al verles tan rivales de los mismos dolores,
comenzó a revestir su espíritu de orgullo
sepultando en la herida su aparente dislate.  1810
El era entre su pueblo, un romano estimado,
como el bufón deforme, suele serlo del rey,
que sólo aprecia chistes y tontas ocurrencias.

    Pero ahora deja a un lado su hábito intrascendente,
donde encuentra cobijo su gran sabiduría,  1815
usando su talento, largo tiempo escondido,
para calmar el llanto del pobre Colatino.
«Tú, ultrajado romano. ¡Levántate, señor!
Permite que este frívolo que tonto se supone
llevar al tribunal su experiencia y talento.  1820

    Dime buen Colatino: ¿Cura el dolor, dolor?
¿Heridas y aflicciones se ayudan mutuamente?
¿Venganza es lapidarse por el infame acto,
causante de que ella, tu esposa, se desangre?
Infantil aptitud es voluntad de débiles.  1825
Tu desgraciada esposa las cosas confundió
al matarse a sí misma y no al vil enemigo.

    ¡Oh, valiente romano! No ahogues tu corazón
en el suave rocío de inútiles lamentos.
Inclínate conmigo y haz tu parte del ruego,  1830
de invocar que despierten, nuestros dioses romanos,
de tal modo que vean el repugnante acto.
Puesto que nuestra Roma, con ello se deshonra,
limpiemos nuestras calles, con nuestros fuertes brazos.

    ¡Y por el Capitolio que todos adoramos,  1835
por esta casta sangre vertida inútilmente,
por este bello sol, reserva de cosechas,
por todos los derechos que Roma nos procura,
por la fe de Lucrecia que hace poco lloraba
su desdicha; por este, cuchillo ensangrentado,  1840
vengaremos la muerte de tu querida esposa!»

    Dicho esto, su mano, le golpeó en el pecho,
besó el fatal cuchillo, para ofrendar su voto,
y a su proclama urge se unan los demás,
que admirados, aprueban, sus sentidas palabras.  1845
Luego todos postrando las rodillas en tierra
y el hondo juramento que Bruto profirió,
de nuevo lo pronuncian y todos con él juran.

    Cuando todos juraron el compartido fallo,
sacaron del lugar a la bella Lucrecia,  1850
para mostrar su cuerpo sangrante a toda Roma
y proclamar así la afrenta de Tarquino,
lo cual, una vez hecho con rauda diligencia,
hizo que los romanos castiguen entre aplausos,
al infame Tarquino, al exilio perpetuo.  1855

 
 
FIN DEL POEMA «La violación de Lucrecia»
 
 



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