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¿Por qué escribo para niños?

Fernando Alonso





A mi regreso de los Encuentros de Literatura Infantil y Juvenil, organizados por la Dirección Provincial de Cultura de Melilla en el mes de Mayo de 1986, se me han suscitado toda una serie de cuestiones relacionadas con la posible utilidad práctica de este tipo de Encuentros. Las mismas preguntas que he tratado de responder durante los ocho años que llevo participando en actividades similares.

Numerosos profesores me han relatado las beneficiosas consecuencias, que se derivaron del encuentro directo con autores, para el fomento de la lectura.

Es muy posible que ello sea cierto; porque, sin duda alguna, los encuentros con escritores contribuyen al acercamiento del libro y, con ello, al fomento de la lectura. Algunos jóvenes lectores pueden tener una idea confusa sobre las personas que escriben los libros. En el mejor de los casos, quizá hayan visto la estatua de un escritor; y esto puede inducirles a pensar que esos extraños personajes de piedra escriben, con lenguaje de piedra, problemas de piedra referidos a un mundo de piedra.

Mediante el contacto personal puede romperse la mitificación del escritor como ser distante y ajeno; con lo que se derivará necesariamente hacia la consideración del libro como un bien próximo, cotidiano y necesario.

En cualquier caso, no es de este aspecto del que quería escribir. Pienso que mi voz no es la más autorizada para exponer la posible utilidad práctica de este tipo de experiencias para acercar el libro a los lectores e incrementar su afición por la lectura. Este tema puede, y debe, ser desarrollado con mayor precisión por aquellas personas que están en condiciones de establecer, de forma directa, un seguimiento posterior de estos encuentros.

En este momento, prefiero detenerme a considerar lo que significan para mí, como autor, estas experiencias.

Después de una larga experiencia de Encuentros con lectores, mi valoración personal es altamente positiva.

Si tuviera que mencionar alguno de los aspectos positivos, mencionaría tres:

  1. El contacto directo y cálido con los lectores significa un importante estímulo para el escritor. Especialmente cuando se vive en una país tan poco lector y tan poco dado a prodigar estímulos personales.

    Es como un aire fresco, grato de respirar, y estimulante para seguir escribiendo.

  2. Constituye una oportunidad para valorar el grado de incidencia y aceptación de las obras; así como para comprobar los niveles de comprensión a que han llegado los lectores. Aquellos autores que subestiman la capacidad comprensiva de los lectores pueden recibir una hermosa lección práctica.
  3. Son una invitación, una incitación constante a reflexionar sobre mi propia obra. Una profundización en las motivaciones de la obra y, en algunos casos, una racionalización de los elementos inconscientes de la escritura.

Quizá una de las constantes de reflexión de estos encuentros se esconde tras la pregunta «¿Por qué escribo para niños?». Esta pregunta, precisamente, me ha dado pie para perderme en toda una serie de consideraciones que, sin duda, me conducirán a un mayor conocimiento de mi propia persona o, lo que es lo mismo, de mi propia obra.

¿POR QUÉ ESCRIBO PARA NIÑOS?

Hace diecisiete años, cuando escribí Feral y las cigüeñas, esta pregunta me hubiera animado a redactar todo un Memorial sobre la importancia del público destinatario, la necesidad de tutela y de guía que precisaban los lectores infantiles y la gran posibilidad que se ofrecía para instruir, educar y transmitir toda una serie de «valores» recomendables para las generaciones nuevas.

Hace ocho años, cuando publiqué El hombrecito vestido de gris, mis ideas sobre el tema habían cambiado. Yo sabía ya que, si pretendía hacer una obra literaria, debía escribir desde la literatura y no desde otros supuestos; aunque fueran los niños y jóvenes, o precisamente porque eran los niños y jóvenes, sus primeros y principales destinatarios.

En cualquier caso, y de manera espontánea, redacté unas páginas que titulé también «¿Por qué escribo para niños?». En ellas hablaba de la trascendencia de la literatura para la formación individual y social de los posibles lectores; pero, en realidad, creo que no respondía sino al deseo de buscar una coartada para justificar la dedicación de mi obra literaria a un público tan marginal; tratando de evitar, quizá, mi incorporación a su misma marginalidad.

En el momento actual, ya no necesito buscar coartadas; sin embargo me cuesta un enorme esfuerzo sentarme a la máquina para responder a una pregunta tan sencilla como «¿Por qué escribo para niños?». El paso de los años me ha demostrado que las preguntas sencillas son las más difíciles de contestar; el paso de los años me ha ido negando la osadía de las respuestas para dejarme, tan sólo, la facultad de la pregunta. Ahora sé que no existen respuestas únicas y excluyentes; al menos yo no las conozco. Ahora sé que las cosas no se hacen por una sola razón; y muchas de las razones se ocultan en los rincones más oscuros de nuestro inconsciente. Por ello, suelo acercarme a los temas con mayor prudencia que antaño y no consigo alejar de mí el temor a incurrir en equivocaciones. Por eso, he decidido abordar esta pregunta dividiéndola en dos; con el fin de dominarla mejor; o de sorprenderla, en cuyo caso, el resultado podría ser el mismo.

¿Por qué escribo? Nuevamente esta pregunta me conduce a la perplejidad de la respuesta desconocida y me obliga a lanzarme por el camino de la conjetura.

En realidad yo no sé muy bien por qué escribo. Creo que es porque me divierte hacerlo; porque un especial interés por el lenguaje como medio de comunicación y de expresión artística; porque escribir es la única forma de creación sobre la que puedo volver la mirada sin sonrojarme demasiado ante la obra terminada.

De todos modos, siempre me asalta la idea de que el inconsciente me esté engañando. Acaso sólo escriba por vanidad, para dejar huellas de mi paso, para durar en el tiempo Quizá lo haga por egoísmo; para hacer oír mi voz, por encima de la turbamulta de mensajes interpersonales y colectivos que constituyen el foro de la comunicación humana, con la garantía de no ser interrumpido. Como una forma de sojuzgar el diálogo, por obra de un monstruoso ser autoritario que pudiera albergarse en mi interior.

Tampoco soy capaz de encontrar respuesta aclaratoria a la segunda pregunta; porque debo reconocer que mi obra no está concebida inicialmente para los niños.

Yo la pienso para mí mismo, para intentar aclarar sobre el papel mis propias dudas y esperanzas, mis sueños y mis deseos, respecto al mundo en que vivo. Tal vez por esa ingenua presunción de llegar a conocer y dominar todo aquello que uno es capaz de encerrar en los límites de una hoja de papel.

Sólo cuando la obra está perfilada, y concluida su primera redacción, surge en mí el deseo de que sean los niños y los jóvenes sus principales y primeros destinatarios; aún a sabiendas de que eso signifique la renuncia a otro tipo de público.

¿Qué ha motivado esta decisión?

A mí me gustaría afirmar que amo a los niños por encima de todo y que por ello les dedico mi trabajo y todos mis esfuerzos. Sé que esto manifiesta rasgos muy atractivos de la personalidad. Los políticos y los personajes públicos, pero muy especialmente sus asesores de imagen, saben que expresar afecto y besar a un niño en un acto público atrae los votos y la simpatía.

Como yo no soy una personalidad pública, puedo actuar con sinceridad y afirmar que no amo a los niños en mayor medida que a cualquier otro ser humano.

Sin embargo pienso en ellos como principales destinatarios de mi obra literaria, porque entiendo que es de vital importancia para un país que sus ciudadanos lean; porque de esa forma aumentará su nivel cultural y, con ello, su bienestar; sé que es muy importante la lectura para los ciudadanos; porque les brinda mayor capacidad de criterio, mayor libertad de pensamiento y mayor independencia frente a los instrumentos de la manipulación y del poder; pero, sobre todo, sé que los hábito s duraderos de lectura se generan en la infancia y en la primera juventud. Por ello, es necesario que comiencen a leer obras literarias que les interesen, les diviertan y que susciten en ellos la necesidad de seguir leyendo.

Teniendo en cuenta que diversas personas y muchos lectores han descubierto en mí cierta capacidad para interesar a niños y jóvenes, he considerado que mi esfuerzo creativo debía orientarse fundamentalmente hacia ese sector, donde siempre es útil que haya una pluma más. Por eso, una vez que he llegado a la primera redacción de una obra, paso a analizar si puede resultar válida para el público infantil y juvenil.

Pienso que todos los temas pueden y deben ser tratados en las obras para niños y jóvenes. No me sentiría con fuerzas para secuestrarles, por razones ideológicas, ni una sola parcela de nuestra realidad, que es también la suya.

Quizá la única razón para excluir una obra o planteamiento sería el de aquellas obras para cuya comprensión, o degustación plena, se requieren unos referentes culturales o vivenciales que el niño no posee.

Una vez decidido que la obra puede ser de interés para los niños, entiendo que existen dos formas de adecuación que, en ningún caso, deben suponer una renuncia a ninguna de las posibilidades expresivas del lenguaje literario:

En primer lugar, sencillez en el lenguaje, sin que sea en detrimento de la calidad significativa, expresiva y estética. En segundo lugar, sencillez en la exposición de los conceptos, sin caer en el simplismo, la inexactitud o la falta de precisión.

Un rigor extremo y un alto esfuerzo literario son imprescindibles en este proceso de adecuación.

Cuando a Stanislavski le preguntaron cómo había que hacer teatro para niños, gran maestro de actores y teórico del teatro contestó: «Como para los adultos... ¡pero mejor!»

Esta afirmación contundente, trasladada al plano literario, me ahorra buscar una formulación personal para expresar esta idea que comparto.

Tras la labor rigurosa de adecuación concurrirán circunstancias paraliterarias que completarán, de manera mucho más específica, el acercamiento de la obra literaria al público infantil: elección de editorial y de colección, elección de ilustraciones y de proporción con respecto al texto, elección de un tipo y cuerpo de letra determinados...

Desearía concluir diciendo que tengo profundo respeto por el público infantil y juvenil; por eso quiero que sean ellos los primeros destinatarios de mi obra literaria. De forma muy especial cuando advierto que aún existen autores que, consciente o inconscientemente, no comparten mi mismo respeto.

Todavía hay algunos que piensan que el niño es un «aprendiz de hombre» y por eso, quizá sin proponérselo, les faltan el respeto.

Yo, en la medida de mis escasas fuerzas, trato de luchar con mi obra contra tal desafuero.

Porque pienso que el niño es niño; y el único «aprendiz de hombre» es el adulto.





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