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ArribaAbajoLibro tercero

La traición y maldad de una ofendida y maliciosa mujer suele emprender cosas tan crueles y abominables que no hay ánimo del más bravo y ariscado varón que no dudase de hacerlas y no temblase de solo pensarlas. Y lo peor es que la fortuna es tan amiga de mudar los buenos estados, que les da a ellas cumplido favor en sus empresas, pues sabe que todas se encaminan a mover extrañas novedades y revueltas, y vienen a ser causa de mil tristezas y tormentos. Gran crueldad fue la de Felisarda en ser causa que un padre con tan justa, aunque engañosa, causa, aborreciese su propio hijo, y que un marido con tan vana y aparente sospecha desechase su querida mujer, pero mayor fue la ventura que tuvo en salir con su fiero y malicioso intento. No sirva esto para que nadie tenga de las mujeres mal parecer, sino para que viva cada cual recatado, guardándose de las semejantes a Felisarda, que serán muy pocas; pues muchas de ellas son dechado del mundo y luz de vida, cuya fe, discreción y honestidad merece ser con los más celebrados versos alabada. De lo cual dan clarísima prueba Diana e Ismenia, pastoras de señalada hermosura y discreción, cuya historia publica manifiestamente sus alabanzas.

Pues prosiguiendo en el discurso de ella, sabréis que cuando Marcelio y ellas estuvieron tras los jarales asentadas, oyeron que Tauriso y Berardo cantaban de esta manera:




Tercetos esdrucciolos


 
BERARDO.
TAURISO.

BERARDO

ArribaAbajo   Tauriso, el fresco viento que alegrándonos
murmura entre los árboles altísimos,
la vista y los oídos deleitándonos;
   las chozas y sombríos amenísimos,
las cristalinas fuentes que abundancia  5
derraman de licores sabrosísimos;
   la colorada flor cuya fragancia
a despedir bastara la tristicia
que hace al corazón más fiera instancia;
   no vencen la braveza y la malicia  10
del crudo rey, tan áspero y mortífero,
cuyo castigo es pura sinjusticia.
   Ningún remedio ha sido salutífero
a mi dolor, pues siempre embraveciéndose
está el veneno y tóxico pestífero.  15

TAURISO

   Al que en amores anda consumiéndose,
nada lo alegrará, porque fatígale
tal mal que en el dolor vive muriéndose.
   Amor le da más penas y castígale
cuando en deleites anda recreándose,  20
porque él a suspirar continuo oblígale.
   Las veces que está un ánima alegrándose
le ofrece allí un dolor, cuya memoria
hace que luego vuelva a estar quejándose.
   Amor quiere gozar de su victoria  25
y al hombre que venció, mátalo o préndelo,
pensando en ello haber famosa gloria.
   El preso a la fortuna entrega y véndelo
al gran dolor, que siempre está matándolo,
y al que arde, en más ardiente llama enciéndelo.  30

BERARDO

   El sano vuelve enfermo, maltratándolo,
y el corazón alegre hace tristísimo,
matando el vivo, el libre cautivándolo.
   Pues, alma, ya que sabes cuán bravísimo
es este niño Amor, sufre y conténtate  35
con verte puesta en un lugar altísimo.
   Recibe los dolores y preséntate
al daño que estuviere amenazándote;
goza del mal y en el dolor susténtate.
   Porque cuanto más fueres procurándote  40
medio para salir de tu miseria,
irás más en los lazos enredándote.

TAURISO

   En mí halla Cupido más materia
para su honor, que en cuantos lamentándose
guardan ganado en una y otra Hesperia.  45
   Siempre mis males andan aumentándose;
de lágrimas derramo mayor copia
que Biblis cuando en fuente iba tornándose.
   Extraño me es el bien, la pena propia;
Diana quiero ver, y en verla muérome;  50
junto al tesoro estoy23, y muero de inopia.
   Si estoy delante de ella, peno y quiérome
morir de sobresalto y de cuidado,
y cuando estoy ausente, desespérome.

BERARDO

   Murmura el bosque y ríe el verde prado  55
y cantan los parleros ruiseñores,
mas yo en dos mil tristezas sepultado.

TAURISO

   Espiran suave olor las tiernas flores,
la yerba reverdece al campo ameno,
mas yo viviendo en ásperos dolores.  60

BERARDO

   El grave mal de mí me tiene ajeno,
tanto que no soy bueno
para tener diez versos de cabeza.

TAURISO

   Mi lengua en el cantar siempre tropieza,
por eso, amigo, empieza  65
algún cantar de aquellos escogidos,
los cuales, estorbados con gemidos,
con lloro interrumpidos,
te hicieron de pastores alabado.

BERARDO

   En el cantar contigo acompañado  70
iré muy descansado;
respóndeme. Mas no sé qué me cante.

TAURISO

   Di la que dice «Estrella radiante»,
o la de «Oh, triste amante»,
o aquella «No sé cómo se decía»,  75
que la cantaste un día
bailando con Diana en la aldea24.

BERARDO

   No hay tigre ni leona que no sea
a compasión movida
de mi fatiga extraña y peligrosa,  80
mas no la fiera hermosa,
fiera devoradora de mi vida.

TAURISO

   Fiera devoradora de mi vida,
¿quién si no tú estuviera
con la dureza igual a la hermosura?  85
Y en tanta desventura,
¿cómo es posible, ay, triste, que no muera?

BERARDO

   ¿Cómo es posible, ay, triste, que no muera?,
dos mil veces muriendo;
mas, ¿cómo he de morir viendo a Diana?  90
El alma tengo insana;
cuanto más trato amor, menos lo entiendo.

TAURISO

   Cuanto más trato amor, menos lo entiendo,
que al que le sirve mata,
y al que huyendo va de su cadena  95
con redoblada pena
las míseras entrañas le maltrata.

BERARDO

   Pastora, a quien el alto cielo ha dado
beldad más que a las rosas coloradas,
más linda que en abril el verde prado  100
do están las florecillas matizadas,
así prospere el cielo tu ganado
y tus ovejas crezcan a manadas,
que a mí que a causa tuya gimo y muero,
no me muestres el gesto airado y fiero.  105

TAURISO

   Pastora soberana, que mirando
los campos y florestas aserenas,
la nieve en la blancura aventajando
y en la beldad las frescas azucenas,
así tus campos vayan mejorando  110
y de ellos cojas fruto a manos llenas,
que mires a un pastor, que en solo verte
piensa alcanzar muy venturosa suerte.

A este tiempo el caballero y la dama, que los cantares de los pastores escuchaban, con gran cortesía atajaron su canto, y les hicieron muchas gracias por el deleite y recreación que con tan suave y deleitosa música les habían dado. Y después de esto el caballero, vuelto a la dama, le dijo:

-¿Oíste jamás, hermana, en las soberbias ciudades música que tanto contente al oído y tanto deleite el ánimo como la de estos pastores?

-Verdaderamente -dijo ella- más me satisfacen estos rústicos y pastoriles cantos de una simple llaneza acompañados, que en los palacios de reyes y señores las delicadas voces con arte curiosa compuestas y con nuevas invenciones y variedades requebradas. Y cuando yo tengo por mejor esta melodía que aquella, se puede creer que lo es, porque tengo el oído hecho a las mejores músicas que en ciudad del mundo ni corte de rey pudiesen hacerse. Que en aquel buen tiempo que Marcelio servía a nuestra hermana Alcida, cantaba algunas noches en la calle al son de una vihuela tan dulcemente que si Orfeo hacía tan apacible música, no me espanto que las fieras conmoviese, y que la cara Eurídice del averno oscurísimo sacase. ¡Ay, Marcelio!, ¿dónde estás ahora? ¡Ay, dónde estás, Alcida? ¡Ay, desdichada de mí!, que siempre la fortuna me trae a la memoria cosas de dolor, en el tiempo que me ve gozar de un simple pasatiempo.

Oyó Marcelio, que con las dos pastoras tras las matas estaba, las razones del caballero y de la dama, y como entendió que le nombraron a él y a Alcida, se alteró. No se fio de sus mismos oídos, y estuvo imaginando si era quizá otro Marcelio y Alcida los que nombraban. Levantose presto de donde asentado estaba y, por salir de duda, llegándose más y acechando por entre las matas, conoció que el caballero y la dama eran Polidoro y Clenarda, hermanos de Alcida. Corrió súbitamente a ellos y con los brazos abiertos y lágrimas en los ojos, ahora a Polidoro, ahora a Clenarda abrazando, estuvo gran rato, que el interno dolor no le dejaba hablar palabra. Los dos hermanos, espantados de esta novedad, no sabían qué les había acontecido. Y como Marcelio iba en hábito de pastor nunca lo conocieron hasta que, dándole lugar los sollozos y habida licencia de las lágrimas, les dijo:

-¡Oh, hermanos de mi corazón, no tengo en nada mi desventura, pues he sido dichoso de veros! ¿Cómo Alcida no está en vuestra compañía? ¿Está por ventura escondida en alguna espesura de este bosque? ¡Sepa yo nuevas de ella si vosotros las sabéis; remediad, por Dios, esta mi pena y satisfaced a mi deseo!

En esto los dos hermanos conocieron a Marcelio y abrazados con él, llorando de placer y dolor, le decían:

-¡Oh, venturoso día! ¡Oh, bien nunca pensado! ¡Oh, hermano de nuestra alma! ¿Qué desastre tan bravo ha sido causa que tú no goces de la compañía de Alcida ni nosotros de su vista? ¿Por qué con tan nuevo traje te disimulas? ¡Ay, áspera fortuna! En fin, no hay en ningún bien cumplido contentamiento.

Por otra parte, Diana e Ismenia, visto que tan arrebatadamente Marcelio había entrado donde cantaban los pastores, fueron allá tras él y halláronlo pasando con Polidoro y Clenarda la plática que habéis oído. Cuando Tauriso y Berardo vieron a Diana, no se puede encarecer el gozo que recibieron de tan improvisa vista. Y así, Tauriso, señalando en el gesto y palabras la alegría del corazón, le dijo:

-Grande favor es este de la fortuna, hermosa Diana, que la que huye siempre de nuestra compañía, por casos y sucesos nunca imaginados venga tantas veces donde nosotros estamos.

-No es causa de ello la fortuna, señalados pastores -dijo Diana-, sino ser vosotros en el cantar y tañer tan ejercitados, que no hay lugar de recreación donde no os halléis y donde no hagáis sentir vuestras canciones. Pero, pues aquí llegué sin saber de vosotros y el sol toca ya la raya de mediodía, me holgaré de tener en este deleitoso lugar la siesta en vuestra compañía, que aunque me importa llegar con tiempo a la casa de Felicia, tendré por bien de detenerme aquí con vosotros, por gozar de la fresca vereda y escuchar vuestra deleitosa música. Por eso, aparejaos a cantar y tañer y a toda suerte de regocijo, que no será bien que falte semejante placer en tan principal ayuntamiento. Y vosotros, generosos caballeros y dama, poned fin por ahora a vuestras lágrimas, que tiempo tenéis para contaros las vidas los unos a los otros, y para doleros o alegraros de los malos o buenos sucesos de fortuna.

A todos pareció muy bien lo dicho por Diana, y así en torno de una clara fuente sobre la menuda hierba se asentaron. Era el lugar más apacible de aquel bosque y aun de cuantos en el famoso Partenio, celebrado con la clara zampoña del napolitano Sincero, pueden hallarse. Había en él un espacio casi que cuadrado, que tuviera como cuarenta pasos por cada parte, rodeado de muchedumbre de espesísimos árboles, tanto que, a la manera de un cercado castillo, a los que allá iban a recrearse, no se les concedía la entrada sino por sola una parte. Estaba sembrado este lugar de verdes yerbas y olorosas flores, de los pies de ganados no pisadas ni con sus dientes descomedidamente tocadas. En medio estaba una limpia y clarísima fuente que, del pie de un antiquísimo roble saliendo, en un lugar hondo y cuadrado, no con maestra mano fabricado, mas por la próvida naturaleza allí para tal efecto puesto, se recogían, haciendo allí la abundancia de las aguas un gracioso ayuntamiento que los pastores lo nombraban la Fuente Bella. Eran las orillas de esta fuente de una piedra blanca tan igual que no creyera nadie que con artificiosa mano no estuviese fabricada, si no desengañaran la vista las naturales piedras allí nacidas, y tan fijas en el suelo como en los ásperos montes de fragosas peñas y durísimos pedernales. El agua que de aquella abundantísima fuente sobresalía, por dos estrechas canales derramándose, las hierbas vecinas y árboles cercanos regaba, dándoles continua fertilidad y vida, y sosteniéndolas en muy apacible y graciosísima verdura. Por estas lindezas que tenía esta hermosa fuente, era de los pastores y pastoras tan visitada, que nunca en ella faltaban pastoriles regocijos. Pero teníanla los pastores en tanta veneración y cuenta que, viniendo a ella, dejaban fuera sus ganados por no consentir que las claras y sabrosas aguas fuesen enturbiadas, ni el ameno pradecillo de las mal miradas ovejas hollado ni apacentado. En torno de esta fuente, como dije, todos se asentaron y, sacando de los zurrones la necesaria provisión, comieron con más sabor que los grandes señores la muchedumbre y variedad de curiosos manjares. Al fin de la cual comida, como Marcelio por una parte, y Polidoro y Clenarda por otra deseaban en extremo darse y tomarse cuenta de sus vidas, Marcelio fue primero a hablar y dijo:

-Razón será, hermanos, que yo sepa algo de lo que os ha sucedido después que no me visteis, que como os veo del padre Eugerio y de la hermana Alcida desacompañados, tengo el corazón alterado por no saber la causa de ello.

A lo cual respondió Polidoro:

Porque me parece que este lugar queda muy perjudicado con que se traten en él cosas de dolor, y no es razón que estos pastores con oír nuestras desdichas queden ofendidos, te contaré con las menos palabras que será posible las muchas y muy malas obras que de la fortuna hemos recibido. Después que por sacar al fatigado Eugerio de la peligrosa nave, esperando buena ocasión para saltar en el batel, de los marineros fui estorbado, y juntamente con el temeroso padre a mi pesar hube de quedar en ella, estaba el triste viejo con tanta angustia como se puede esperar de un amoroso padre que al fin de su vejez ve en tal peligro su vida y la de sus amados hijos. No tenía cuenta con los golpes que las bravas ondas daban en la nave, ni con la furia que los iracundos vientos por todas partes la combatían, sino que mirando el pequeño batel donde tú, Marcelio, con Alcida y Clenarda estabas, que a cada movimiento de las inconstantes aguas en la mayor profundidad de ellas parecía trastornarse, cuanto más lo veía de la nave alejándose, le despegaba el corazón de las entrañas. Y cuando os perdió de vista, estuvo en peligro de perder la vida. La nave, siguiendo la braveza de la fortuna, fue errando por el mar por espacio de cinco días después que nos departimos, al cabo de los cuales, al tiempo que el sol estaba cerca del ocaso, nos vimos cerca de tierra, con cuya vista se regocijaron mucho los marineros, tanto por haber cobrado la perdida confianza, como por conocer la parte donde iba la nave encaminada. Porque era la más deleitosa tierra y más abundante de todas maneras de placer de cuantas el sol con sus rayos calienta; tanto que uno de los marineros, sacando de un arca un rabel con que solía en la pesadumbre de los prolijos y peligrosos viajes deleitarse, se puso a tañer y cantar así:




Soneto


ArribaAbajo   Recoge a los que aflige el mar airado,
¡oh, valentino, oh, venturoso suelo!,
donde jamás se cuaja el duro hielo,
ni da Febo el trabajo acostumbrado!

   Dichoso el que seguro y sin recelo  5
de ser en fieras ondas anegado
goza de la belleza de tu prado
y del favor de tu benigno cielo.

   Con más fatiga el mar surca la nave
que el labrador cansado tus barbechos.  10
¡Oh, tierra!, antes que el mar se ensoberbezca,

   recoge a los perdidos y deshechos
para que cuando en Turia yo me lave
estas malditas aguas aborrezca.

Por este cantar del marinero entendimos que la ribera que íbamos a tomar era del reino de Valencia, tierra por todas las partes del mundo celebrada. Pero en tanto que este canto se dijo, la nave, impelida de un poderoso viento, se llegó tanto a la tierra que si el esquife no nos faltara pudiéramos saltar en ella. Mas de lejos por unos pescadores fuimos divisados, los cuales, viendo nuestras velas perdidas, el árbol caído a la una parte, las cuerdas destrozadas y los castillos hechos pedazos, conocieron nuestra necesidad. Por lo cual algunos de ellos, metiéndose en un barco de los que para su ordinario ejercicio en la ribera tenían amarrados, se vinieron para nosotros, y con grande amor y no poco trabajo nos sacaron de la nave a todos los que en ella veníamos. Fue tanto el gozo que recibimos, cuanto se puede y debe imaginar. A los marineros que en su barco tan amorosamente y sin ser rogados nos habían recogido, Eugerio y yo les dimos las gracias e hicimos los ofrecimientos que a tan singular beneficio se debían. Mas ellos, como hombres de su natural piadosos y de entrañas simples y benignas, no curaban de nuestros agradecimientos, antes, no queriendo recibirlos, nos dijo el uno de ellos:

«No nos agradezcáis, señores, esta obra a nosotros, sino a la obligación que tenemos a socorrer necesidades, y al buen ánimo y voluntad que nos fuerza a tales hechos. Y tened por cierto que toda hora que se nos ofreciere semejante ocasión como esta haremos lo mismo, aunque peligren nuestras vidas. Porque esta mañana nos sucedió un caso que a no haber hecho otro tal como ahora hicimos, nos pesara después hasta la muerte. El caso fue que al despuntar del día salimos de nuestras chozas con nuestras redes y ordinarios aparejos para entrar a pescar, y antes que llegásemos a la ribera vimos el cielo oscurecido, sentimos el mar alterado y el viento embravecido, y dos veces nos quisimos volver del camino, desconfiados de podernos encomendar a las peligrosas ondas en tan malicioso tiempo. Pero pareció a algunos de nosotros que era conveniente llegar a la ribera para ver en qué pararía la braveza del mar, y para esperar si tras la rigurosa fortuna sucedería, como suele, alguna súbita bonanza. Al tiempo que llegamos allá, vimos un batel lidiando con las bravas ondas, sin vela, árbol ni remos, y puesto en el peligro en que vosotros os habéis visto. Movidos a compasión, metimos en el mar uno de aquellos barcos muy bien apercibido y, saltando de presto en él, sin temor de la fortuna, fuimos hacia el batel que en tal peligro estaba y a cabo de poco rato llegamos a él. Cuando estuvimos tan cerca de él que pudimos conocer los que en él estaban, vimos una doncella, cuyo nombre no sabré decirte, que con lágrimas en los ojos se dolía, con los brazos abiertos nos esperaba y con palabras dolorosas nos decía: "¡Ay, hermanos, ruégoos que me libréis del peligro de la fortuna, pero más os suplico que me saquéis de poder de este traidor que conmigo viene, que contra toda razón me tiene cautiva y a pura fuerza quiere maltratar mi honestidad!". Oyendo esto, con toda la posible diligencia y no sin mucho peligro, los sacamos de su batel y, metidos en nuestro barco, los llevamos a tierra. Contonos ella la traición que a ella y una hermana y cuñado suyo se le había hecho, que sería larga de contar. Tenémosla en compañía de nuestras mujeres, libre de la malicia y deshonestidad de los dos marineros que con ella venían, y a ellos los metimos en una cárcel de un lugar que está vecino, donde antes de muchos días serán debidamente castigados. Pues habiéndonos acontecido esto, ¿quién de nosotros dejará de aventurarse a semejantes peligros por recobrar los perdidos y hacer bien a los maltratados?».

Cuando Eugerio oyó decir esto al marinero, le dio un salto el corazón y pensó si era esta doncella alguna de sus hijas. Lo mismo me pasó a mí por el pensamiento, pero a entrambos nos consolaba pensar que presto habíamos de saber si era verdadera nuestra presunción. En tanto que el pescador nos contó este suceso, el barco, movido con la fuerza de los remos, caminó de manera que llegamos a poder desembarcar. Saltaron aquellos pescadores con los pies descalzos en el agua y sobre sus hombros nos sacaron a la deseada tierra. Cuando estuvimos en tierra, conociendo que teníamos necesidad de reposo, uno de ellos, que más anciano parecía, trabando a mi padre por la mano, y haciendo señal a mí y a los otros que le siguiésemos, tomó el camino de su choza, que no muy lejos estaba, para darnos en ella el refresco y sosiego necesario. Siendo llegados allá, sentimos dentro cantos de mujeres, y no entráramos allá antes de oír y entender desde afuera sus canciones, si el trabajo que llevábamos nos consintiera detenernos para escucharlas. Pero Eugerio y yo no vimos la hora de entrar allá por ver quién era la doncella que, libre de la tempestad y de las manos del traidor, allí tenían. Entramos en la casa de improviso, y en vernos, luego dejaron sus cantares las turbadas mujeres; y eran ellas la mujer del pescador y dos hermosas hijas que, cantando suavemente, hacían las nudosas redes con que los descuidados peces se cautivan; y en medio de ellas estaba la doncella, que luego fue conocida, porque era mi hermana Clenarda, que está presente. Lo que en esta ventura sentimos y lo que ella sintió, querría que ella misma lo dijese, porque yo no me atrevo a tan gran empresa. Allí fueron las lágrimas, allí los gemidos, allí los placeres revueltos con las penas, allí los dulzores mezclados con las amarguras, y allí las obras y palabras que puede juzgar una persona de discreción. Al fin de lo cual mi padre, vuelto a las hijas del pescador, les dijo: «Hermosas doncellas, siendo verdad que yo vine aquí para descansar de mis trabajos, no es razón que mi venida estorbe vuestros regocijos y canciones, pues ellas solas serían bastantes para darme consolación». «Esa no te faltara -dijo el pescador- en tanto que estuvieres en mi casa; a lo menos yo procuraré de dártela por las maneras posibles. Piensa ahora en tomar refresco, que la música no faltará a su tiempo». Su mujer en esto nos sacó para comer algunas viandas, y mientras en ello estábamos ocupados, la una de aquellas doncellas, que se nombraba Nerea, cantó esta canción.




Canción de Nerea


ArribaAbajo   En el campo venturoso
donde con clara corriente
Guadalaviar hermoso,
dejando el suelo abundoso,
da tributo al mar potente.  5

   Galatea, desdeñosa
del dolor que a Licio daña,
iba alegre y bulliciosa
por la ribera arenosa
que el mar con sus ondas baña.  10

   Entre la arena cogiendo
conchas y piedras pintadas,
muchos cantares diciendo
con el son del ronco estruendo
de las ondas alteradas,  15

   junto al agua se ponía,
y las ondas aguardaba,
y en verlas llegar, huía,
pero a veces no podía
y el blanco pie se mojaba.  20

   Licio, al cual en sufrimiento
amador ninguno iguala,
suspendió allí su tormento,
mientras miraba el contento
de su pulida zagala.  25

   Mas cotejando su mal
con el gozo que ella había,
el fatigado zagal
con voz amarga y mortal
de esta manera decía:  30

   «Ninfa hermosa, no te vea
jugar con el mar horrendo
y aunque más placer te sea,
huye del mar, Galatea,
como estás de Licio huyendo.  35

   Deja agora de jugar,
que me es dolor importuno;
no me hagas más penar,
que en verte cerca del mar
tengo celos de Neptuno.  40

   Causa mi triste cuidado
que a mi pensamiento crea,
porque ya está averiguado
que si no es tu enamorado,
lo será cuando te vea.  45

   Y está cierto, porque amor
sabe, desde que me hirió,
que para pena mayor
me falta un competidor
más poderoso que yo.  50

   Deja la seca ribera
do está el alga infructuosa;
guarda que no salga afuera
alguna marina fiera
enroscada y escamosa.  55

   Huye ya y mira que siento
por ti dolores sobrados,
porque con doble tormento
celos me da tu contento,
y tu peligro, cuidados.  60

   En verte regocijada
celos me hacen acordar
de Europa, ninfa preciada,
del toro blanco engañada
en la ribera del mar.  65

   Y el ordinario cuidado
hace que piense contino
de aquel desdeñoso alnado
orilla el mar arrastrado,
visto aquel monstruo marino.  70

   Mas no veo en ti temor
de congoja y pena tanta,
que bien sé por mi dolor
que a quien no teme al amor
ningún peligro lo espanta.  75

   Guárdate25, pues, de un gran cuidado,
que el vengativo Cupido,
viéndose menospreciado,
lo que no hace de grado
suele hacerlo de ofendido.  80

   Ven comigo al bosque ameno
y al apacible sombrío
de olorosas flores lleno,
do en el día más sereno
no es enojoso el estío.  85

   Si el agua te es placentera,
hay allí fuente tan bella
que para ser la primera
entre todas solo espera
que tú te laves en ella.  90

   En aqueste raso suelo
a guardar tu hermosa cara
no basta sombrero o velo,
que estando al abierto cielo
el sol morena te para.  95

   No escuchas dulces concentos,
sino el espantoso estruendo
con que los bravosos vientos
con soberbios movimientos
van las aguas revolviendo.  100

   Y tras la fortuna fiera,
son las vistas más süaves,
ver llegar a la ribera
la destrozada madera
de las anegadas naves.  105

   Ven a la dulce floresta,
do natura no fue escasa,
donde, haciendo alegre fiesta,
la más calurosa siesta
con más deleite se pasa.  110

   Huye los soberbios mares;
ven, verás cómo cantamos
tan deleitosos cantares
que los más duros pesares
suspendemos y engañamos.  115

   Y aunque quien pasa dolores,
amor le fuerza a cantarlos,
yo haré que los pastores
no digan cantos de amores,
porque huelgues de escucharlos.  120

   Allí por bosques y prados
podrás leer todas horas,
en mil robles señalados
los nombres más celebrados
de las ninfas y pastoras.  125

   Mas serate cosa triste
ver tu nombre allí pintado,
en saber que escrita fuiste
por el que siempre tuviste
de tu memoria borrado.  130

   Y aunque mucho estás airada,
no creo yo que te asombre
tanto el verte allí pintada,
como el ver que eres amada
del que allí escribió tu nombre.  135

   No ser querida y amar
fuera triste desplacer,
mas, ¿qué tormento o pesar
te puede, ninfa, causar
ser querida y no querer?  140

   Mas desprecia cuanto quieras
a tu pastor, Galatea,
solo que en esas riberas
cerca de las ondas fieras
con mis ojos no te vea.  145

   ¿Qué pasatiempo mejor
orilla el mar puede hallarse
que escuchar el ruiseñor,
coger la olorosa flor
y en clara fuente lavarse?  150

   Pluguiera a Dios que gozaras
de nuestro campo y ribera,
y porque más lo preciaras,
ojalá tú lo probaras
antes que yo lo dijera.  155

   Porque a cuanto alabo aquí
de su crédito le quito,
pues el contentarme a mí,
bastará para que a ti
no te venga en apetito».  160

   Licio mucho más le hablara,
y tenía más que hablarle26,
si ella no se lo estorbara,
que con desdeñosa cara
al triste dice que calle.  165

   Volvió a sus juegos la fiera,
y a sus llantos el pastor,
y de la misma manera
ella queda en la ribera,
y él, en su mismo dolor.  170

El canto de la hermosa doncella y nuestra cena se acabó a un mismo tiempo, la cual fenecida, preguntamos a Clenarda de lo que le había sucedido después que nos departimos, y ella nos contó la maldad de Bartofano, la necesidad de Alcida, tu prisión y su cautividad y, en fin, todo lo que tú muy largamente sabes. Lloramos amargamente nuestras desventuras, oídas las cuales, nos dijo el pescador muchas palabras de consuelo y especialmente nos dijo cómo en esta parte estaba la sabia Felicia, cuya sabiduría bastaba a remediar nuestra desgracia, dándonos noticia de Alcida y de ti, que en esto venía a parar nuestro deseo. Y así pasando allí aquella noche lo mejor que pudimos, luego por la mañana, dejados allí los marineros que en la nave con nosotros habían venido, nos partimos solos los tres y por nuestras jornadas llegamos al templo de Diana, donde la sapientísima Felicia tiene su morada. Vimos su maravilloso templo, los amenísimos jardines, el suntuoso palacio, conocimos la sabiduría de la prudentísima dueña y otras cosas que nos han dado tal admiración que aun ahora no tenemos aliento para contarlas. Allí vimos las hermosísimas ninfas, que son ejemplo de castidad; allí muchos caballeros y damas, pastores y pastoras, y particularmente un pastor nombrado Sireno, al cual todos tenían en mucha cuenta. A este y a los demás la sabia había dado diversos remedios en sus amores y necesidades. Mas a nosotros en la nuestra hasta ahora el que nos ha dado es hacer quedar a nuestro padre Eugerio en su compañía, y a nosotros mandarnos venir hacia estas partes y que no volviésemos hasta hallarnos más contentos. Y según el gozo que de tu vista recibimos, me parece que ya habrá ocasión para la vuelta, mayormente dejando allí nuestro padre solo y desconsolado. Bien sé que buscarle su Alcida importa mucho para su descanso, pero ya que la fortuna en tantos días no nos ha dado noticia de ella, será bien que no le hagamos a nuestro padre carecer tanto tiempo de nuestra compañía.

Después que Polidoro dio fin a sus razones, quedaron todos admirados de tan tristes desventuras, y Marcelio, después de haber llorado por Alcida, brevísimamente contó a Polidoro y Clenarda lo que, después que no los había visto, le había acontecido. Diana e Ismenia, cuando acabaron de oír a Polidoro, desearon llegar más presto a la casa de Felicia: la una, porque supo cierto que Sireno estaba allí, y la otra, porque, oyendo tales alabanzas de la sabia, concibió esperanza de haber de su mano algún remedio. Con este deseo que tenían, aunque fue la intención de Diana recrearse en aquel deleitoso lugar algunas horas, mudó el parecer, estimando más la vista de Sireno que la lindeza y frescura del bosque. Y por eso, levantada en pie, dijo a Tauriso y Berardo:

-Gozad, pastores, de la suavidad y deleite de esta amenísima vereda, porque el cuidado que tenemos de ir al templo de Diana no nos consiente detenernos aquí más. Harto nos pesa dejar un aposento tan agradable y una tan buena compañía, pero somos forzados a seguir nuestra ventura.

-¿Tan cruda serás, pastora -dijo Tauriso-, que tan presto te ausentes de nuestros ojos y tan poco rato nos dejes gozar de tus palabras?

Marcelio entonces dijo a Diana:

-Razón los acompaña a estos pastores, hermosa zagala, razón es que tan justa demanda se les conceda. Que su fe constante y amor verdadero merece que les otorgues un rato de tu conversación en este apacible lugar, mayormente habiendo bastantísimo tiempo para llegar al templo antes que el sol esconda su lumbre.

Todos fueron de este parecer, y por eso Diana no quiso más contradecirles, sino que, sentándose donde antes estaba, mostró querer complacer en todo a tan principal ayuntamiento. Ismenia entonces dijo a Berardo y Tauriso:

-Pastores, pues la hermosa Diana no os niega su vista, no es justo que vosotros nos neguéis vuestras canciones. Cantad, enamorados zagales, pues en ello mostráis tan señalada destreza y tan verdadero amor, que por lo uno sois en todas partes alabados y con lo otro movéis a piedad los corazones.

-Todos sino el de Diana -dijo Berardo y comenzó a llorar, y Diana a sonreírse. Lo cual visto por el pastor, al son de su zampoña, con lágrimas en sus ojos cantó glosando una canción que dice:



ArribaAbajo   Las tristes lágrimas mías
en piedras hacen señal
y en vos nunca por mi mal.


Glosa

ArribaAbajo   Vuestra rara gentileza
no se ofende con serviros,  5
pues mi mal no os da tristeza
ni jamás vuestra dureza
dio lugar a mis suspiros.
   No fueron con mis porfías
vuestras entrañas mudadas,  10
aunque veis noches y días
con gran dolor derramadas
las tristes lágrimas mías.

   Fuerte es vuestra condición,
que en acabarme porfía,  15
y más fuerte el corazón,
que viviendo en tal pasión
no le mata la agonía.
   Que si un rato afloja un mal,
aunque sea de los mayores,  20
no da pena tan mortal,
mas los continuos dolores
en piedras hacen señal.

   Amor es un sentimiento
blando, dulce y regalado;  25
vos causáis el mal que siento,
que amor solo da tormento
al que vive desamado.
   Y esta es mi pena mortal,
que el amor, después que os vi,  30
como cosa natural,
por mi bien siempre está en mí
y en vos nunca por mi mal.

Contentó mucho a Diana la canción de Berardo, pero viendo que en ella hacía más duro su corazón que las piedras, quiso volver por su honra y dijo:

-Donosa cosa es, por mi vida, nombrar dura la recogida, y tratar de cruel la que guarda su honestidad. ¡Ojalá, pastor, no tuviera más tristeza mi alma que dureza mi corazón! Mas, ¡ay, dolor!, que la fortuna me cautivó con tan celoso marido que fui forzada muchas veces en los montes y campos ser descortés con los pastores por no tener en mi casa amarga vida. Y con todo esto el nudo del matrimonio y la razón me obligan a buscar el rústico y mal acondicionado marido, aunque espere innumerables trabajos de su enojosa compañía.

A este tiempo Tauriso, con la ocasión de las quejas que Diana daba de su casamiento, comenzó a tocar su zampoña y a cantar hablando con el amor, y glosando la canción que dice:



ArribaAbajo   La bella malmaridada,
de las más lindas que vi,
si has de tomar amores,
vida, no dejes a mí.


Glosa

ArribaAbajo   Amor, cata que es locura  5
permitir27, que en las mujeres
de aventajada hermosura
pueda hacer la desventura
más que tú, siendo quien eres.
   Porque estando a tu poder  10
la belleza encomendada,
te deshonras, a mi ver,
en sufrir que venga a ser
la bella mal maridada.

   Haces mal, pues se mostró  15
beldad ser tu amiga entera,
porque siempre al que la vio
a causa tuya le dio
el dolor que no le diera.
   Y así mi constancia y fe  20
y la pena que está en mí,
por haber visto no fue,
mas por ser la que miré
de las más lindas que vi.

   Amor, das a tantos muerte  25
que, pues matar es tu bien,
algún día espero verte,
que a ti mismo has de ofenderte,
porque no tendrás a quien.
   ¡Oh, qué bien parecerás  30
herido de tus dolores!
Cautivo tuyo serás,
que a ti mismo tomarás,
si has de tomar amores.

   Entonces dolor doblado  35
podrás dar a las personas,
y quedarás excusado
de haberme a mí maltratado,
pues a ti no te perdonas.
   Y si quiero reprehenderte,  40
dirás, volviendo por ti,
razón forzarte y moverte,
que a ti mismo dando muerte,
vida, no dejes a mí.

El cantar de Tauriso pareció muy bien a todos, y en particular a Ismenia, que, aunque la canción, por hablar de malcasadas, era de Diana, la glosa de ella, por tener quejas del amor, era común a cuantos de él estaban atormentados. Y por eso Ismenia, como aquella que daba alguna culpa a Cupido de su pena, no solo le contentaron las quejas que de él hizo Tauriso, mas ella, al mismo propósito, al son de la lira dijo este soneto que le solía cantar Montano en el tiempo que por ella penaba:




Soneto


ArribaAbajo   Sin que ninguna cosa te levante,
amor, que de perderme has sido parte,
haré que tu crueldad en toda parte
se suene de Poniente hasta Levante.

   Aunque más sople el ábrego o levante,  5
mi nave de aquel golfo no se parte,
do tu poder furioso la abre y parte,
sin que en ella un suspiro se levante.

   Si vuelvo el rostro estando en la tormenta,
tu furia allí enflaquece mi deseo,  10
y tu fuerza mis fuerzas cansa y corta.

   Jamás al puerto iré ni lo deseo;
y ha tanto que esta pena me tormenta,
que un mal tan largo hará mi vida corta.

No tardó mucho Marcelio a responderle con otro soneto hecho al mismo propósito y de la misma suerte, salvo que las quejas que daba eran no solo del amor, pero de la fortuna y de sí mismo:




Soneto


ArribaAbajo   Voy tras la muerte sorda paso a paso,
siguiéndola por campo, valle y sierra,
y al bien así el camino se me cierra,
que no hay por donde guíe un solo paso.

   Pensando el mal que de contino paso,  5
una navaja aguda y cruda sierra
de modo el corazón me parte y sierra,
que de la vida dudo en este paso.

   La diosa cuyo ser contino rueda,
y amor, que ora consuela, ora fatiga,  10
son contra mí, y aun yo mismo me daño.

   Fortuna en no mudar su varia rueda,
y amor y yo, creciendo mi fatiga,
sin darme tiempo a lamentar mi daño.

El deseo que tenía Diana de ir a la casa de Felicia no le sufría detenerse allí más, ni esperar otros cantares, sino que acabando Marcelio su canción se levantó. Lo mismo hicieron Ismenia, Clenarda y Marcelio, conociendo ser aquella la voluntad de Diana, aunque sabían que la casa de Felicia estaba muy cerca y había sobrado tiempo para llegar a ella antes de la noche. Despedidos de Tauriso y Berardo, salieron de la Fuente Bella por la misma parte por donde habían entrado y, caminando por el bosque su paso a paso, gozando de las gentilezas y deleites que en él había, a cabo de rato salieron de él y comenzaron a andar por un ancho y espacioso llano, alegre para la vista. Pensaron entonces con qué darían regocijo a sus ánimos, en tanto que duraba aquel camino, y cada uno dijo sobre ello su parecer. Pero Marcelio, como estaba siempre con la imagen de su Alcida en el pensamiento, de ninguna cosa más holgaba que de mirar los gestos y escuchar las palabras de Polidoro y Clenarda. Y así, por gozar a su placer de este contento, dijo:

-No creo yo, pastoras, que todos vuestros regocijos igualen con el que podéis haber si Clenarda os cuenta alguna cosa de las que en los campos y riberas del Guadalaviar ha visto. Yo pasé por allí andando en mi peregrinación, pero no pude a mi voluntad gozar de aquellos deleites por no tenerle yo en mi corazón. Pero pues para llegar adonde vamos tenemos de tiempo largas dos horas, y el camino es de media, podremos ir a espacio y ella nos dirá algo de lo mucho que de aquella amenísima tierra se puede contar.

Diana e Ismenia a esto mostraron alegres gestos, señalando tener contento de oírlo, y aunque Diana moría por llegar temprano al templo, por no mostrar en ello sobrada pasión, hubo de acomodarse a la voluntad de todos. Clenarda, entonces, rogada por Marcelio, prosiguiendo su camino, de esta manera comenzó a hablar:

-Aunque decir yo con mal orden y rústicas palabras las extrañezas y beldades de la valentina tierra, será agraviar su merecimiento y ofender vuestros oídos, quiero deciros algo de ella, por no perjudicar a vuestras voluntades. No contaré particularmente la fertilidad del abundoso suelo, la amenidad de la siempre florida campaña, la belleza de los más encumbrados montes, los sombríos de las verdes silvas, la suavidad de las claras fuentes, la melodía de las cantadoras aves, la frescura de los suaves vientos, la riqueza de los provechosos ganados, la hermosura de los poblados lugares, la blandura de las amigables gentes, la extrañeza de los suntuosos templos ni otras muchas cosas con que es aquella tierra celebrada, pues para ello es menester más largo tiempo y más esforzado aliento. Pero porque de la cosa más importante de aquella tierra seáis informados, os contaré lo que al famoso Turia, río principal en aquellos campos, le oí cantar. Venimos un día Polidoro y yo a su ribera para preguntar a los pastores de ella el camino del templo de Diana y casa de Felicia, porque ellos son los que en aquella tierra lo saben, y llegando a una cabaña de vaqueros, los hallamos que deleitosamente cantaban. Preguntámosles lo que deseábamos saber, y ellos con mucho amor nos informaron largamente de todo y después nos dijeron que, pues a tan buena sazón habíamos llegado, no dejásemos de gozar de un suavísimo canto que el famoso Turia había de hacer no muy lejos de allí, antes de media hora. Contentos fuimos de ser presentes a tan deleitoso regocijo y nos aguardamos para ir con ellos. Pasado un rato en su compañía, partimos caminando riberas del río arriba, hasta que llegamos a una espaciosa campaña donde vimos un grande ayuntamiento de ninfas, pastores y pastoras, que todos aguardaban que el famoso Turia comenzase su canto. No mucho después vimos al viejo Turia salir de una profundísima cueva, en su mano una urna o vaso muy grande y bien labrado, su cabeza coronada con hojas de roble y de laurel, los brazos vellosos, la barba limosa y encanecida. Y sentándose en el suelo, reclinado sobre la urna, y derramando de ella abundancia de clarísimas aguas, levantando la ronca y congojada voz cantó de esta manera:




Canto de Turia


ArribaAbajo   Regad el venturoso y fértil suelo
corrientes aguas, puras y abundosas,
dad a las yerbas y árboles consuelo,
y frescas sostened flores y rosas;
y así con el favor del alto cielo  5
tendré yo mis riberas tan hermosas,
que grande envidia habrán de mi corona
el Pado, el Mincio, el Ródano y Garona.

   Mientras andáis el curso apresurando,
torciendo acá y allá vuestro camino,  10
el valentino suelo hermoseando
con el licor sabroso y cristalino,
mi flaco aliento y débil esforzando,
quiero con el espíritu adivino
cantar la alegre y próspera ventura  15
que el cielo a vuestros campos asegura.

   Oídme, claras ninfas y pastores,
que sois hasta la Arcadia celebrados:
no cantaré las coloradas flores,
la deleitosa fuente y verdes prados,  20
bosques sombríos, dulces ruiseñores,
valles amenos, montes encumbrados,
mas los varones célebres y extraños
que aquí serán después de largos años.

   De aquí los dos pastores estoy viendo,  25
Calixto y Alexandre, cuya fama
la de los grandes Césares venciendo,
desde el Atlante al Mauro se derrama;
a cuya vida el cielo respondiendo,
con una suerte altísima los llama  30
para guardar del báratro profundo
cuanto ganado pace en todo el mundo.

   De cuya ilustre cepa veo nacido
aquel varón de pecho adamantino,
por valerosas armas conocido,  35
César romano y Duque valentino,
valiente corazón, nunca vencido,
al cual le aguarda un hado tan maligno28
que aquel raro valor y ánimo fuerte
tendrá fin con sangrienta y cruda muerte.  40

   La misma ha de acabar en un momento
al Hugo, resplandor de los Moncadas,
dejando ya con fuerte atrevimiento
las mauritanas gentes sujetadas;
ha de morir por Carlos muy contento,  45
después de haber vencido mil jornadas,
y pelear con poderosa mano
con el francés y bárbaro africano.

   Mas no miréis la gente embravecida
con el furor del iracundo Marte;  50
mirad la luz que aquí veréis nacida,
luz de saber, prudencia, genio y arte,
tanto en el mundo todo esclarecida
que ilustrará la más oscura parte:
Vives, que vivirá mientras al suelo  55
lumbre ha de dar el gran señor de Delo.

   Cuyo saber altísimo heredando,
el Honorato Juan subirá tanto
que a un alto rey las letras enseñando
dará a las sacras musas grande espanto;  60
paréceme que ya le está adornando
el obispal cayado y sacro manto.
¡Ojalá un mayoral tan excelente
sus greyes en mis campos apaciente!

   Casi en el mismo tiempo ha de mostrarse  65
Núñez, que en la doctrina en tiernos años
al grande Estagirita ha de igualarse
y ha de ser luz de patrios y de extraños;
no sentiréis Demóstenes loarse,
orando él. Mas, ¡ay, ciegos engaños!,  70
¡ay, patria ingrata!, a causa tuya siento
que orillas de Ebro ha de mudar su asiento.

   ¿Quién os dirá la excelsa melodía,
con que las dulces voces levantando,
resonarán por la ribera mía  75
poetas mil? Ya estoy de aquí mirando
que Apolo sus favores les envía,
porque con alto espíritu cantando
hagan que el nombre de este fértil suelo
del uno al otro polo extienda el vuelo.  80

   Ya veo al gran varón que celebrado
será con clara fama en toda parte,
que en verso al rojo Apolo está igualado
y en armas está al par del fiero Marte:
Ausias March, que a ti, florido prado,  85
amor, virtud y muerte ha de cantarte,
llevando por honrosa y justa empresa
dar fama a la honestísima Teresa.

   Bien mostrará ser hijo del famoso
y grande Pedro March que en paz y en guerra,  90
docto en el verso, en armas poderoso,
dilatará la fama de su tierra;
cuyo linaje ilustre y valeroso,
donde valor clarísimo se encierra,
dará un Jaime y Arnau, grandes poetas  95
a quien son favorables los planetas.

   Jorge del Rey con verso aventajado
ha de dar honra a toda mi ribera,
y, siendo por mis ninfas coronado,
resonará su nombre por do quiera;  100
el revolver del cielo apresurado
propicio le será de tal manera
que Italia de su verso tendrá espanto
y ha de morir de envidia de su canto.

   Ya veo, Franci Oliver, que el cielo hieres  105
con voz que hasta las nubes te levanta,
y a ti también, clarísimo Figueres,
en cuyo verso habrá lindeza tanta;
y a ti, Martín García, que no mueres
por más que tu hilo Lachesis quebranta;  110
Innocent de Cubells, también te veo,
que en versos satisfaces mi deseo.

   Aquí tendréis un gran varón, pastores,
que con virtud de yerbas escondidas
presto remediará vuestros dolores  115
y enmendará con versos vuestras vidas;
pues, ninfas, esparcid yerbas y flores
al grande Jaime Roig agradecidas,
coronad con laurel, serpillo y apio,
el gran siervo de Apolo y de Esculapio.  120

   Y al gran Narcís Viñoles, que pregona
su gran valor con levantada rima,
tejed de verde lauro una corona
haciendo al mundo pública su estima.
Tejed otra a la altísima persona,  125
que el verso subirá a la excelsa cima
y ha de igualar al amador de Laura:
Crespí, celebradísimo Valldaura.

   Paréceme que veo un excelente
Conde que el claro nombre de su Oliva  130
hará que entre la extraña y patria gente,
mientras que mundo habrá, florezca y viva;
su hermoso verso irá resplandeciente
con la perfecta lumbre que deriva
del encendido ardor de sus centellas  135
que en luz competirán con las estrellas.

   Ninfas, haced del resto, cuando el cielo
con Juan Fernández os hará dichosas,
lugar no quede en todo aqueste suelo,
do no sembréis los lirios y las rosas;  140
y tú, ligera Fama, alarga el vuelo,
emplea aquí tus fuerzas poderosas
y dale aquel renombre soberano
que diste al celebrado mantüano.

   Mirando estoy aquel poeta raro,  145
Jaime Gazull, que en rima valentina
muestra el valor del vivo ingenio y claro
que a las más altas nubes se avecina;
y el Fenollar que a Títiro comparo,
mi consagrado espíritu adivina  150
que, resonando aquí su dulce verso,
se escuchará por todo el universo.

   Con abundosos cantos del Pineda
resonarán también estas riberas,
con cuyos versos Pan vencido queda  155
y amansan su rigor las tigres fieras;
hará que su famoso nombre pueda
subir a las altísimas esferas:
por este mayor honra haber espero,
que la soberbia Esmirna por Homero.  160

   La suavidad, la gracia y el asiento
mirad con que el gravísimo Vicente
Ferrandis mostrará el supremo aliento,
siendo en sus claros tiempos excelente;
pondrá freno a su furia el bravo viento,  165
y detendrá mis aguas su corriente
oyendo el son armónico y süave
de su gracioso verso, excelso y grave.

   El cielo y la razón no han consentido
que hable con mi estilo humilde y llano,  170
del escuadrón intacto y elegido
para tener oficio sobrehumano:
Ferrán, Sans, Valdellós, y el escogido
Cordero, y Blasco, ingenio soberano,
Gacet, lumbres más claras que la Aurora,  175
de quien mi canto calla por agora.

   Cuando en el grande Borja, de Montesa
maestre tan magnánimo imagino,
que en versos y en cualquier excelsa empresa
ha de mostrar valor alto y divino;  180
paréceme que más importa y pesa
mi buena suerte y próspero destino,
que cuanta fama el Tíber ha tenido,
por ser allí el gran Rómulo nacido.

   A ti, del mismo padre y mismo nombre  185
y misma sangre altísima engendrado,
clarísimo don Juan, cuyo renombre
será en Parnaso y Pindo celebrado,
pues ánimo no habrá que no se asombre
de ver tu verso al cielo levantado;  190
las Musas de su mano en Helicona
te están aparejando la corona.

   Con sus héroes el gran pueblo romano
no estuvo tan soberbio y poderoso,
cuanto ha de estar mi fértil suelo ufano  195
cuando el magno Aguilón me hará dichoso,
que en guerra y paz consejo soberano,
verso sutil y esfuerzo valeroso,
le han de encumbrar en el supremo estado
donde Marón ni Fabio no han llegado.  200

   Al Serafín Centellas voy mirando,
que el canto altivo y militar destreza
a la región etérea sublimando,
al verso añadirá la fortaleza,
y en un extremo tal se irá mostrando  205
su habilidad, su esfuerzo y su nobleza,
que ya comienza en mí el dulce contento
de su valor y gran merecimiento.

   A don Luis Milán recelo y temo
que no podré alabar como deseo,  210
que en música estará en tan alto extremo
que el mundo le dirá segundo Orfeo;
tendrá estado famoso y tan supremo
en las heroicas rimas, que no creo
que han de poder nombrársele delante  215
Cino Pistoya y Guido Cavalcante.

   A ti, que alcanzarás tan larga parte
del agua poderosa de Pegaso,
a quien de poesía el estandarte
darán las moradoras del Parnaso,  220
noble Falcón, no quiero aquí alabarte,
porque de ti la fama hará tal caso
que ha de tener particular cuidado
que desde el Indo al Mauro estés nombrado.

   Semper, loando el ínclito imperante  225
Carlos, gran rey, tan grave canto mueve
que, aunque la fama al cielo le levante,
será poco a lo mucho que le debe;
veréis que ha de pasar tan adelante
con el favor de las hermanas nueve,  230
que hará con famosísimo renombre
que Hesíodo en sus tiempos no se nombre.

   Al que romanas leyes declarando
y delicados versos componiendo,
irá al sabio Licurgo aventajando  235
y al veronés poeta antecediendo,
ya desde aquí le estoy pronosticando
gran fama en todo el mundo, porque entiendo
que, cuando de Oliver se hará memoria
ha de callar antigua y nueva historia.  240

   Ninfas, vuestra ventura conociendo,
haced de interno gozo mil señales,
que casi ya mi espíritu está viendo
que aquí están dos varones principales:
el uno, militar, y el otro haciendo  245
cobrar salud a míseros mortales,
Siurana y el Ardevol, que levantan
al cielo el verso altísimo que cantan.

   ¿Queréis ver un juicio agudo y cierto
un general saber, un grave tiento?,  250
¿queréis mirar un ánimo despierto,
un sosegado y claro entendimiento?,
¿queréis ver un poético concierto
que en fieras mueve blando sentimiento?
Felipe Catalán mirad, que tiene  255
posesión de la fuente de Hipocrene.

   Veréis aquí un ingenio levantado
que gran fama ha de dar al campo nuestro,
de soberano espíritu dotado,
y en toda habilidad experto y diestro:  260
el Pellicer, doctísimo letrado
y en los poemas único maestro,
en quien han de tener grado excesivo
grave saber y entendimiento vivo.

   Mirad aquel en quien pondrá su asiento  265
la rara y general sabiduría;
con este, Orfeo muestra estar contento,
y Apolo influjo altísimo le envía;
dale Minerva grave entendimiento,
Marte nobleza, esfuerzo y gallardía;  270
hablo del Romaní, que ornado viene
de todo lo mejor que el mundo tiene.

   Dos soles nacerán en mis riberas
mostrando tanta luz como el del cielo;
habrá en un año muchas primaveras,  275
dando atavío hermoso al fértil suelo;
no se verán mis sotos y praderas
cubiertas de intratable y duro hielo,
oyéndose en mi selva o mi vereda
los versos de Vadillo y de Pineda.  280

   Los metros de Artieda y de Clemente
tales serán en años juveniles
que los de quien presume de excelente
vendrán a parecer bajos y viles;
ambos tendrán entre la sabia gente  285
ingenios sosegados y sutiles,
y prometernos han sus tiernas flores
frutos entre los buenos los mejores.

   La fuente que a Parnaso hace famoso
será a Juan Pérez tanto favorable  290
que de la Tana al Gange caudaloso
por siglos mil tendrá nombre admirable;
ha de enfrenarse el viento presuroso
y detenerse ha el agua deleznable,
mostrando allí maravilloso espanto  295
la vez que escucharán su grave canto.

   Aquel a quien de derecho29 le es debido
por su destreza un nombre señalado,
de mis sagradas ninfas conocido,
de todos mis pastores alabado,  300
hará un metro sublime y escogido,
entre los más perfectos estimado;
este será Almudévar, cuyo vuelo
ha de llegar hasta el supremo cielo.

   En lengua patria hará clara la historia  305
de Nápoles el célebre Espinosa,
después de eternizada la memoria
de los Centellas, casa generosa,
con tal excelso estilo que la gloria
que le dará la fama poderosa,  310
hará que este poeta sin segundo
se ha de nombrar allá en el nuevo mundo.

   Recibo un regalado sentimiento
en el alma30 de alegría enternecida,
tan solo imaginando el gran contento  315
que me ha de dar el sabio Bonavida;
tan gran saber, tan grave entendimiento
tendrá la gente atónita y vencida,
y el verso tan sentido y elegante
se oirá desde Poniente hasta Levante.  320

   Tendréis un don Alfonso que el renombre
de ilustres Rebolledos dilatando
en todo el universo irá su nombre
sobre Marón famoso levantando;
mostrará no tener ingenio de hombre,  325
antes con verso altísimo cantando,
parecerá del cielo haber robado
el arte31 sutil y espíritu elevado.

   Por fin de este apacible y dulce canto,
y extremo fin de general destreza,  330
os doy aquel con quien extraño espanto
al mundo ha de causar naturaleza;
nunca podrá alabarse un valor tanto,
tan rara habilidad, gracia, nobleza,
bondad, disposición, sabiduría,  335
fe, discreción, modestia y valentía.

   Este es Aldana, el único monarca,
que junto ordena versos y soldados;
que en cuanto el ancho mar ciñe y abarca,
con gran razón los hombres señalados  340
en gran duda pondrán si él es Petrarca,
o si Petrarca es él, maravillados
de ver que donde reina el fiero Marte
tenga el facundo Apolo tanta parte.

   Tras este no hay persona a quien yo pueda  345
con mis versos dar honra esclarecida,
que, estando junto a Febo, luego queda
la más lumbrosa estrella oscurecida;
y allende de esto el corto tiempo veda
a todos dar la gloria merecida.  350
Adiós, adiós, que todo lo restante
os lo diré la otra vez que cante.

Este fue el canto del río Turia, al cual estuvieron muy atentos los pastores y ninfas, así por su dulzura y suavidad como por los señalados hombres que en él a la tierra de Valencia se prometían. Muchas otras cosas os podría contar que en aquellos dichosos campos he visto, pero la pesadumbre que de mi prolijidad habéis recibido, no me da lugar a ello.

Quedaron Marcelio y las pastoras con gran maravilla de lo que Clenarda les había contado, pero cuando llegó a la fin de su razón, vieron que estaban muy cerca del templo de Diana y comenzaron a descubrir sus altos capiteles, que por encima de los árboles sobrepujaban. Mas antes que al gran palacio llegasen, vieron por aquel llano cogiendo flores una hermosa ninfa, cuyo nombre y lo que de su vista sucedió, sabréis en el libro que se sigue.


 
 
FIN DEL LIBRO TERCERO
 
 


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