Escena I
|
|
LEONOR que
entra de la calle; BÁRBARA.
|
BÁRBARA.-
Que
no la engaño a usted. No está. |
LEONOR.-
Sí
que está... Pásele recado. (Con altanería.)
|
BÁRBARA.-
Pero señora... (Aparte.) ¡Qué
modos! |
LEONOR.-
A mí no puede negarse. Dígale
usted que soy Leonor... (Bajando la voz.) Leonor. Sé
que está enfermo, y por eso he venido. Tengo que hablarle
con precisión. |
BÁRBARA.-
Vaya, le diré
la verdad. (Bajando la voz y señalando a la derecha.)
Está, sí... pero se ha echado un rato... Creo
que ha cogido el sueño. Pasó muy mala noche,
y por nada del mundo le despertamos. |
LEONOR.-
¿Pero qué
tiene?... Tu abandono... falta de asistencia. No saben ustedes
cuidarle. |
BÁRBARA.-
¿Que no? Anoche, mi hermana y
yo no hemos pegado los ojos... Tacitas de té y de
tila, copas de Jerez, cucharaditas de cloral, qué
sé yo... Con nada se calmaba. Delirando toda la santa
noche. Ya nos decía frases cariñosas, ya palabras
malsonantes que
—92→
la avergüenzan a una. Y a lo mejor
se echaba de la cama, se vestía de prisa y corriendo,
y andaba por toda la casa hablando con... con nadie, porque
nadie había; pero él hablaba como si viera
fantasmas, o personas figuradas por su imaginación.
Pues esta mañana... crea usted que partía el
corazón. |
LEONOR.-
¿Qué... qué hacía?
|
BÁRBARA.-
En su alcoba, junto a la cama, tiene un
retrato de su mamá, en un cuadro magnífico
¡cosa buena!, así como de un palmo. Pues hoy, serían
las nueve, después de hacer y decir mil disparates,
descolgó el retrato, y abrazándole como se
abraza a un niño, le daba besos y le decía
cosas... ¡Ay!, mi hermana y yo nos echamos a llorar, y estábamos
todos en casa como sí se nos hubiera muerto alguien.
|
LEONOR.-
¡Pobrecito! |
BÁRBARA.-
(Acercándose
de puntillas a la puerta de la izquierda.) Me parece que
está despierto y levantado, sí... |
LEONOR.-
¡Ah!, sí... aquí está. (Entra FEDERICO
por la derecha leyendo en un devocionario.) |
BÁRBARA.-
Aquí tiene una visita. (FEDERICO no contesta, absorto
en la lectura.) |
LEONOR.-
Pero chico... que estoy yo aquí.
|
FEDERICO.-
¡Ah!... Leonorilla. (Vuelve a leer.) |
BÁRBARA.-
Por las trazas, tenemos en casa a la mismísima Peri.
(Vase.) |
Escena II
|
|
LEONOR; FEDERICO.
|
LEONOR.-
Aquí
me tienes. Te escribí... no me contestaste, ni fuiste
por allá. (Observando que FEDERICO, sin hacerle caso,
se sienta con muestras de cansancio, y vuelve a fijar
—93→
su
atención en el libro.) ¡Pero, hijo, qué manera
de recibir visitas! |
FEDERICO.-
¡Ah!, sí, dispensa...
Leía... Éste es el libro de oraciones de mi
madre... el recuerdo más vivo que conservo de ella...
Mi madre fue una santa, Leonor, una mártir. (LEONOR
hace un movimiento para coger el libro.) No, no... quita.
Esto es sagrado, y no puede ir a tus manos. |
LEONOR.-
¡Ay!,
es verdad. |
FEDERICO.-
Te permito tocarlo... nada más
que aplicar la punta de los dedos... (LEONOR lo toca.) |
LEONOR.-
A ver si se me pega algo. |
FEDERICO.-
Basta... |
LEONOR.-
No... verás cómo no se me pega nada. |
FEDERICO.-
¡Ah!, antes que se me olvide. (Deja el libro sobre la mesa,
y abre un cajón de la misma, saca billetes y se los
enseña.) Mira. |
LEONOR.-
¡Billetes! ¡Ay! Déjame
que los toque... Me muero por ellos. |
FEDERICO.-
Para ti
los quería. |
LEONOR.-
¡Chico!... ¿Qué?, ¿te
ha soplado la musa? |
FEDERICO.-
Con un poco de suerte, y
algo que me dio mi padre ayer, al partir para Inglaterra,
he reunido eso, que es para ti. No te doy la cantidad completa
que me prestaste. El resto... cuando se pueda. |
LEONOR.-
(Cogiendo los billetes.) ¡Ay, hijo de mi alma! Dame acá.
Me hace una falta atroz. ¡Qué bonito es tener dinero!
Él será todo lo vil que se quiera; pero ¡qué
aburridos vivimos cuando no le vemos la cara! |
FEDERICO.-
¿Venías por él? |
LEONOR.-
No; es que tenía
que hablar contigo de un asunto. (Aparte.) No me atrevo a
decírselo. Me da mucha pena. (Alto.) Por lo que veo,
nadas en la opulencia.
|
—94→
|
FEDERICO.-
¿Nadar yo? Di más
bien que pataleo. Ya no tengo salvación. Cuando salgo
de un compromiso, casi de milagro, viene otro, y después
otro. Corren hacia mí, pisándose la cola. No
veo ni aun probabilidades de evitar la insolvencia y la deshonra.
(Sombríamente.) Soy hombre perdido. |
LEONOR.-
No te
aflijas, tontín. Confía en Dios. Puede que
te caiga una herencia. |
FEDERICO.-
(Agitado.) ¡Una herencia!
Leonor... tus bromas me lastiman. |
LEONOR.-
Pues yo también
ando mal. Tengo que inventar algún negocio. Debo más
que el Gobierno, y ese condenado gaditano va a dar con mis
pobres huesos en un hospicio. Ahora está conmigo hecho
una confitura. Como que necesita cuartos. Pues dice que soy
yo otra como La Traviatta (Riendo.) , y que él me va
a redimir, a volverme honrada, y qué sé yo
qué... ¡qué risa! Parece que ahora va a venir
su padre, para quitarle de mí y llevársele,
y él pretende que, cuando su papá venga a verme,
haga yo el papel de tísica arrepentida, tosiendo con
sentimiento, y pintándome ojeras... vamos, como La
Traviatta, para que el buen señor se ablande y nos
eche su santa bendición... ¡qué risa! Con estas
pamplinas, ello es que me está dejando por puertas.
(FEDERICO se muestra triste y caviloso, sin prestarle atención.)
¿Pero qué tienes hoy? ¿Estás enfermo...?, ¿qué
te pasa?... |
FEDERICO.-
Ya puedes figurarte... ¡Me pasan
tantas cosas... tantas...! |
LEONOR.-
A mí no me la
pegas tú. ¿Por qué no me confías tus
secretos? Sé lo que son penas, y en lo tocante a penas
de amor, no hay quien me gane. Podría poner
—95→
cátedra
de esto en la Universidad, y saldría yo con mi birrete
color de rosa, y mi toga de batista, a explicar a los chicos
el tratado de fatigas de amor. |
FEDERICO.-
¡Qué mona
eres!... Figúrate cómo estaré, que ni
con tus gracias puedo reírme. |
LEONOR.-
(Aparte.)
Malo está el pobre... No, no se lo digo... me volveré
a casa sin decírselo... |
FEDERICO.-
¿Y...? |
LEONOR.-
¿Qué? |
FEDERICO.-
¿No tenías algo que decirme?
|
LEONOR.-
Sí... pero no... no era nada. (Aparte.)
Pues sí, más vale que lo sepa, aunque le duela.
(Alto.) Escucha... ¿te lo digo? |
FEDERICO.-
Sí, mujer.
|
LEONOR.-
Sí, aunque te desagrade, es mejor, para
que estés prevenido. Anteanoche, en casa, Malibrán
se desbocó. |
FEDERICO.-
¿De veras? |
LEONOR.-
El condenado
vació de golpe el saco de las picardías, y
allí saliste, chico, allí salió también
ella... En fin, que lo sabemos todo. Basta de comedias conmigo.
|
FEDERICO.-
¿La nombró? (Con vivo interés.)
¿Pero la nombró?... |
LEONOR.-
Claro que sí.
Los nombres son la salsa de estos guisos. |
FEDERICO.-
Repíteme
todo, todo lo que hablaron, aunque sea lo más indigno,
lo más... |
LEONOR.-
¿Todo, todo?... Pero mira, no
te enfades. Son cosas que dicen los hombres cuando hablan
unos de otros... borricadas, simplezas. Ya puedes comprender.
Es de clavo pasado que, tratándose de señora
rica y galán pobre, lo primero que se ha de decir
es que ella le paga las trampas.
|
—96→
|
FEDERICO.-
No, no dirían
tal atrocidad. |
LEONOR.-
Sí que lo dijeron. Me parece
que fue el marqués... |
FEDERICO.-
¿Y tú te
callaste? |
LEONOR.-
Buena soy yo para callarme, tratándose
de tu honor, que es lo mismo que el mío... (Desdiciéndose.)
digo, no... como el mío no, porque yo no lo tengo.
En fin, te defendí como una leona, sosteniendo que
tú no eres capaz de tomar dinero de ninguna mujer.
Claro, había que decirlo así. |
FEDERICO.-
Sigue.
¿Y qué más? |
LEONOR.-
Pues dijo Cornelio...
te advierto que se le fue un poco la mano en la bebida...
dijo que se había propuesto averiguar... ya me entiendes...
y que después de andar muchos días hecho un
polizonte, os descubrió el burladero. |
FEDERICO.-
¿Y dónde... a ver... dónde dijo?... |
LEONOR.-
Se lo calló muy bien callado, por más que los
otros le marearon para que cantara. |
FEDERICO.-
Es que no
lo sabe. |
LEONOR.-
¡Ay!, no seas tonto. Lo sabe; se le conoce
en la manera de decirlo. |
FEDERICO.-
Pues mejor. |
LEONOR.-
Mira, niño, ándate con tiento, porque es muy
fácil que te veas envuelto en una cuestión
muy mala. Por eso he querido prevenirte. |
FEDERICO.-
Prevenido
estoy, suceda lo que quiera. |
LEONOR.-
No te envalentones.
Mira que... ¿No temes a Orozco?... Dijo Malibrán que
ese señor tiene cataratas, y que él se las
va a quitar. |
FEDERICO.-
Pues que se las quite. Mejor...
|
LEONOR.-
No digas tal. |
FEDERICO.-
(Exaltado.) ¿Pues qué
piensas tú, si siento vivos deseos de enterarle yo
mismo?
|
—97→
|
LEONOR.-
¿Qué dices? Chico, tú no
tienes tu cabeza buena. ¡Tú! ¿De manera que tú
mismo dejarás al descubierto a la que te quiere tanto?
|
FEDERICO.-
Tienes razón... Tú conservas el
sentido claro de las cosas, y yo lo he perdido completamente.
Siento, pienso y digo los mayores despropósitos...
(Con amargura.) Leonorilla... ¡Ay!, tú eres la única
persona que veo con gusto en esta ruina de mi espíritu.
Entre tantas caras que me ponen un ceño antipático
y hosco, sólo la tuya resplandece. ¿Verdad que es
raro? Pero siempre ha de haber algo que no se entiende, y
lo que no entendemos, adviértelo, es lo que más
consuela. Las cosas muy sabidas y muy estudiadas, hastían
el alma. Las que se nos presentan en términos vagos,
confundiendo nuestra razón, son las que nos confortan
y nos alientan. |
LEONOR.-
(Aparte.) No tiene la cabeza buena,
no. (Alto.) Pues para consuelo, para medicina de tu alma,
aquí me tienes. Sigue mis consejos y verás.
No te amilanes. Entre tú y Manolito Infante, cogéis
a Malibrán y le metéis el resuello en el cuerpo.
Yo puedo deciros de él cosas muy feas, pero muy feas...
No tenéis más que amenazarle con publicarlas
si no calla, y callará como un plato de habas... Así
se hacen las cosas... y pecho a los runrunes, y no hagas
caso. Sigues, seguís achantaditos, y quién
sabe si al fin, lo que hoy parece un peligro, será
tu salvación. |
FEDERICO.-
¡Salvarme yo! No lo esperes.
|
LEONOR.-
Monín, tú estás mal, mal,
mal, y el gusano que más te roe por dentro, es ese
pícaro... vamos, el no tener... (Señal de dinero.)
Si pudieras arreglarte... Si llegaras a contar con un tanto
fijo...
|
—98→
|
FEDERICO.-
No hay posibilidad de que cambie mi
manera de vivir. |
LEONOR.-
Pues sí que la hay... ¿Te
la digo? Pero no te me enfades. Pues... allá voy...
Me parece una barbaridad que pases tantas amarguras, teniendo
esa amiga tan ricachona. |
FEDERICO.-
¡Leonor! ¡También
tú! |
LEONOR.-
No, miquito, yo no digo que tú
le pidas... digo que de ella debiera salir el ofrecerte una
cantidad gorda, para que de una vez... |
FEDERICO.-
(Irritándose.)
Quita, quita. Déjame en paz. |
LEONOR.-
Anda... tonto.
Fuera remilgos. (Remedándole.) El honor... ¡la diznidaz!...
Vamos, que buenos miles podría darte... y algo me
había de tocar a mí. |
FEDERICO.-
(Con tristeza
y desaliento.) ¿Por qué me lastimas, por qué
me hieres así? |
LEONOR.-
¿Te incomodas? Pues tómalo
a broma. |
FEDERICO.-
Te lo tolero como chiste. |
LEONOR.-
Eso, como chiste. ¿Sabes lo que dice mi marqués? Que
el chiste de hoy es la seriedad de mañana. |
FEDERICO.-
O en otra forma: que arrojas a la calle un chascarrillo,
y sin saberlo has plantado la simiente de una tragedia.
|
BÁRBARA.-
(Entra por el fondo.) Un señor...
|
FEDERICO.-
¿Quién?... (Aparece OROZCO en la puerta
del fondo.) |
LEONOR.-
(Aparte.) ¡El marido de la de Orozco!
Yo me las guillo. (Alto.) Quédate con Dios. (Aparte.)
Se armó la gorda. (Vase.) |
Escena III
|
|
FEDERICO;
OROZCO.
|
FEDERICO.-
(Con sorpresa y espanto, al ver avanzar
a OROZCO.) ¡Otra vez!...
|
—99→
|
OROZCO.-
(Con asombro.) Soy yo.
|
FEDERICO.-
(Desvariando, excitadísimo.) Tú...
sí... ¿qué quieres?... ¡Otra vez ante mí!...
déjame, déjame. |
OROZCO.-
(Inquieto.) ¿Qué
es esto?... ¿Qué te ocurre? |
FEDERICO.-
Por tercera
vez me visitas... Basta, basta. Ya te dije que no quiero,
que no puedo... |
OROZCO.-
(Confuso.) ¡Por tercera vez! ¿Pero
cuándo...? |
FEDERICO.-
Anoche... |
OROZCO.-
¡Anoche!
Tú deliras... ¡Pobre amigo! Si no nos hemos visto
desde anteayer, cuando estuvo tu papá en casa...
|
FEDERICO.-
¡Que no nos hemos visto!... (Turbado.) Tomás...
tú no eres tú; no estás realmente aquí...
Lo que veo es tu sombra, tu imagen, hechura de mi pensamiento,
de esta idea infame, que habiendo agotado dentro de mí
sus formas de suplicio, sale y me atormenta desde fuera.
|
OROZCO.-
¡Qué disparate! Soy yo... Mírame,
tócame. (Le abraza cariñosamente.) Soy tu amigo,
que te quiero, que deseo salvarte de la miseria, de la deshonra...
|
FEDERICO.-
¡Ah!... (Dejándose abrazar, vencido de
la emoción.) Perdóname... no sé lo que
digo... Estoy enfermo... (Despejándose.) Anoche...
efecto sin duda de las dificultades que me agobian... tuve
horas de cruelísimo insomnio... después intensa
fiebre... te vi... entraste en mi alcoba... salté
del lecho... hablamos... te dije... |
OROZCO.-
Vamos, que
he venido a ser tu idea fija... |
FEDERICO.-
Y al romper el
día, después de un breve sueño en este
sillón... entraste con la claridad del alba... |
OROZCO.-
¡Con el alba yo!... (Jovial.) ¡Qué madrugador me he
vuelto! Vaya, chico, no más... basta. Acabarás
por marearme a mí también... Conste que no
nos hemos
—100→
visto... realmente, desde anteayer, y que ahora
vengo a tratar contigo... ya supondrás de qué...
|
FEDERICO.-
Lo adivino... lo sé... y es inútil...
|
OROZCO.-
(Sentándose a su lado.) Aquel día,
después de comer, te manifesté... ya lo sabes.
Me respondiste que lo pensarías. Y anoche, Augusta
me ha llenado de asombro diciéndome que te mostrabas
inclinado a rechazar lo que te ofrecemos. |
FEDERICO.-
Le
dije... yo creí habértelo dicho también
a ti... anoche... Pero pues aseguras que soñé...
te lo digo ahora. Tomás, no puedo aceptar. |
OROZCO.-
¿Pero qué razón...? Dame una razón...
|
FEDERICO.-
Que no quiero, que no puedo... |
OROZCO.-
Advierte
que es una herencia, herencia un poco extraño en la
forma... |
FEDERICO.-
Sí, la forma es hábil,
exquisita, como invención de tu ingenio sublime, tan
grande como tu generosidad. |
OROZCO.-
No se hable de generosidad...
No saques ahora el fastidioso argumento de tu delicadeza.
|
FEDERICO.-
Es mi razón suprema... y el único
capital del pobre. |
OROZCO.-
Eso es ya ingratitud, orgullo
satánico. |
FEDERICO.-
Es que yo sostengo que Satanás
era un ángel... muy delicado. |
OROZCO.-
Pase como
chiste... Ea, al grano. Dime, ¿cómo te rebaja el beneficio
otorgado por un amigo, y no te envilecen otras cosas? Tus
expedientes angustiosos y degradantes para vivir no te sonrojan,
¡y en cambio...! |
FEDERICO.-
Es que son hábitos, y
ya no puedo vivir sin ellos. Tomás, Tomás,
me duele mucho decírtelo; pero te lo diré.
Soy vicioso. La idea de una vida sosa y correcta,
—101→
con el
bienestar acompasado de un modesto rentista, me causa horror.
No quiero esa vida, no la quiero. El veneno se ha adaptado
a mi naturaleza, y ya no puedo existir sin él. |
OROZCO.-
¡Palabrería, farsa! ¿Cómo pretendes hacerme
creer que prefieres esa vida de sobresaltos...? |
FEDERICO.-
Créelo, sí. Detesto la tranquilidad. No sé
cómo hacértelo comprender. Los conflictos diarios,
las angustias, el no respirar, el no vivir, la excitante
lucha, prodúcenme placer insano. Soy como el borracho
incorregible que se siente envenenado por el alcohol, y lo
apetece con todas las energías de su naturaleza. Yo
apetezco el mal, el picor terrible de las dificultades pecuniarias,
las emociones del azar, con sus desmayos hondos y sus alegrías
delirantes. |
OROZCO.-
Nada de eso pertenece a la realidad.
O es un desvarío de enfermo, o tus argumentos sirven
para ocultar alguna poderosa razón, que ignoro. Hazte
cargo de que tu padre, de un modo inconsciente, es quien...
|
FEDERICO.-
No nombres a mi padre. Obra tuya es esta idea,
esta combinación que tiene una cara divina y un reverso
diabólico. Te conozco bien. Tomás, despréciame,
no hagas caso de mí. Yo no merezco ni que me mires
siquiera. |
OROZCO.-
No salgas ahora por ese registro de las
alabanzas para aturdirme. No hables de generosidad. ¿Te molesta
mi protección? Pues nada verás en mí
que te la recuerde. ¿Quieres mostrarte ingrato? Mejor. A
mí me gusta la ingratitud... Y si las anomalías
de tu carácter te llevan a pagar este beneficio con
alguna acción fea, aunque sea de las más villanas,
a mí no me importa... Mejor. Me agrada recibir
—102→
mal
por bien. Así se purifica nuestra voluntad; así
se templa nuestro espíritu para adquirir firmeza y
vigor, que lo hacen inconmovible ante los peligros de que
le cerca la miseria humana; así nos aproximamos un
poco a la Divinidad, que si nos parece tan grande, es por
la indiferencia con que mira impávida, desde su altura,
a los que continuamente la desprecian, la ultrajan o la escupen.
|
FEDERICO.-
(Con exaltación.) Tomás, si te
digo que me pareces sobrenatural, no expreso todo lo que
siento... Déjame: tengo que añadir que... tu
perfección me lastima... Yo también... a mi
modo... quiero ser perfecto... yo también quiero acercarme
a la divinidad... No me gusta que nadie suba más que
yo... |
OROZCO.-
Pues te dejaré. (Aparte.) ¡Infeliz,
qué pena dejarlo así! (Alto.) ¿De modo que
no hay manera de reducirte? |
FEDERICO.-
No, no discurras
más. ¿Para qué? Convéncete de que anhelo
ser pobre. (Con sarcasmo.) Me ha dado por ahí... La
riqueza te sirve a ti de escala para remontarte a la perfección;
pues yo quiero que mi escala sea la indigencia. Penuria,
vergüenza, mortificación, sufrimientos: eso es
lo que necesito para regenerarme. |
OROZCO.-
(Con humorismo.)
¿Santidad tenemos? |
FEDERICO.-
¿Por qué no? ¿Es que
quieres tú monopolizarla? |
OROZCO.-
De ningún
modo. |
FEDERICO.-
¿Te molesta la competencia? |
OROZCO.-
(Aparte.)
¡Perturbado está de veras! (Alto.) Dime, ¿te irrita
la protección que hemos dado a tu hermana y a su novio?
|
FEDERICO.-
Sí... tal vez... ésa es la causa
de que no podamos entendernos.
|
—103→
|
OROZCO.-
Vamos, no sé
cómo tengo paciencia para oírte. Lo que a ti
te hace falta, bien lo sé yo... |
FEDERICO.-
Una camisa
de fuerza. |
OROZCO.-
No: reposo, expansión, salir
de Madrid. Vaya, te propongo una cosa. Vente conmigo a las
Charcas. |
FEDERICO.-
¿Al campo? ¿Vas de caza? |
OROZCO.-
Sí,
esta tarde. Pasaremos allí los días de fiesta.
|
FEDERICO.-
¿Quién va contigo? |
OROZCO.-
Hasta ahora
cuento con Aguado, con Calderón... También
va Malibrán. |
FEDERICO.-
¿Le has convidado? |
OROZCO.-
Se ha invitado él mismo. Hace tres días que
no me deja a sol ni sombra. En fin, ¿vienes o no? |
FEDERICO.-
No puedo, no. |
OROZCO.-
Sí... con los quehaceres que
te agobian... |
FEDERICO.-
Tengo una cita. |
OROZCO.-
Mujeres...
¡Oh!, siempre en malos pasos. |
FEDERICO.-
¿Qué es
eso de... mujeres? Habla con más respeto... Es una
dama. |
OROZCO.-
Peor para ti. ¿Ésa es la santidad
y ése es el ascetismo de que me hablabas antes? |
FEDERICO.-
¿Y qué tiene que ver? El amor no quita los principios...
Yo tengo principios. |
OROZCO.-
Que nadie entiende. |
FEDERICO.-
Los entiendo yo, y basta. |
OROZCO.-
Si soy lo que dices,
tu idea representada en una sombra, debo entenderlos. |
FEDERICO.-
(Irritado y nervioso.) Sombra o realidad, tu presencia, tus
visitas me mortifican horriblemente. Si me hicieras el favor
de marcharte... |
OROZCO.-
Sí, hombre... |
FEDERICO.-
Y de no volver... |
OROZCO.-
Como gustes. (Estrechándole
la mano y contemplándole
—104→
cariñosamente.) Quédate
con Dios... (Aparte.) No le entiendo... Carácter indomable,
cabeza perdida. (Alto.) Que descanses. |
FEDERICO.-
Descuida.
¡Descansaré!... |
Escena VI
|
|
FEDERICO; INFANTE.
|
INFANTE.-
Temí no encontrarte. |
FEDERICO.-
¿Eres
tú de verdad? Sí... |
INFANTE.-
Dos palabras,
nada más que dos palabras, y me voy... ¿Pero estás
malo?
|
—106→
|
FEDERICO.-
Sí. |
INFANTE.-
(Mirándole
fijamente, alarmado.) ¿Qué tienes? |
FEDERICO.-
Nada...
la cosa más tonta... Que no duermo. |
INFANTE.-
¡Bah!
Lo de siempre. Dificultades de... Porque tú quieres.
|
FEDERICO.-
Verás qué pronto las resuelvo ahora.
|
INFANTE.-
¿Sí?... ¿Cómo?... |
FEDERICO.-
Poniéndome
en salvo. |
INFANTE.-
¡Huir tú!, no me parece propio
de tu carácter. ¿Huir? ¿Y adónde te vas? |
FEDERICO.-
Lejos, lejos. |
INFANTE.-
¿Pero adónde? |
FEDERICO.-
A un país muy bonito. Es lejano y próximo.
Dista mucho, y se llega en un soplo... El país del
sueño, tonto. Verás cómo las dificultades
no me siguen allá. Y si alguno de mis atormentadores
va y me llama... verás como no despierto. |
INFANTE.-
¡Oh! Ten juicio... (Aparte, alarmadísimo.) ¡Pero qué
malo está! (Ve el revólver sobre la mesa, y
con rápido movimiento lo coge y se lo guarda. -Alto.)
Mira, chico no hagas tonterías. (Con cariño.)
Federico, por Dios, entrégate a mí, y te salvaré.
|
FEDERICO.-
No puedes. |
INFANTE.-
¿Quieres que te traiga
un médico? |
FEDERICO.-
¿Médico?, ¿para qué?
|
INFANTE.-
Tienes fiebre. Métete en la cama... No,
mejor será que salgas, para que se te despeje la cabeza.
Ahí tengo mi coche. Ven, y paseando hablaremos. |
FEDERICO.-
Hablemos aquí. No puedo salir. |
INFANTE.-
Pues...
dos palabras. ¿No sabes que ese majadero de Malibrán
se ha permitido inventar una historia infame?... |
FEDERICO.-
¡Una historia infame!
|
—107→
|
INFANTE.-
Sí, y contarla en
casa de Leonor, en el Círculo, en todas partes. ¿Has
visto mayor vileza? ¡Pretender empañar la limpia fama
de mi prima con tan brutal calumnia! ¡Calumniarte también
a ti!... Cuando lo supe, mi primer impulso fue buscarle,
pedirle la retractación inmediata y categórica,
y si a dármela se negaba, volverle la cara del revés.
|
FEDERICO.-
Vuélvesela... lo merece... |
INFANTE.-
No puedo soportar a ese hombre. La antipatía que me
ha inspirado siempre, es ya un odio mortal. Si no se retracta,
le abofeteo, le escupo... No es digno de que se guarden por
él las formas que impone el fuero del honor. |
FEDERICO.-
(Excitado.) Mejor es matarle... matarle como a un perro con
hidrofobia. |
INFANTE.-
Pero antes de dirigirme en su busca
he querido verte, porque me entró un recelo... Nuestra
flaca naturaleza, la corrupción que respiramos nos
inclinan siempre a la duda... Dudé, dudo, no te ofendas...
He querido que disipes hasta la última sombra de recelo,
que asegures en mí la confianza, la fe. Cuanto ha
dicho ese infame... es mentira. (Con interrogación
solemne.) |
FEDERICO.-
(Con calma y acento firme.) Cuanto
ha dicho ese miserable... es verdad. |
INFANTE.-
(Aterrado.)
¡Verdad... verdad! Tú deliras... Por Dios, amigo querido...
dime que deliras, dímelo; dime que sueñas.
|
FEDERICO.-
¡Ojalá soñara! |
INFANTE.-
¿Es cierto
lo que escucho?... ¡Tú!... No, me engañas,
te engañas tú mismo. Ese trastorno... ese mirar
sombrío, demuestran que no eres dueño de tus
propias ideas. Federico, tú estás demente,
tú no
—108→
eres responsable de las graves palabras que
has pronunciado. |
FEDERICO.-
No, mi razón está
aquí todavía. Si no estuviera, no padecería
yo lo que padezco. No es demencia, no; es revelación
deliberada y sincera, es descargo de un espíritu que
no puede soportar ya el peso inmenso de sus propios errores...
Anda, corre, ve y cuéntale esta verdad terrible a
tu amigo, al que también a mí me distinguió
y me distingue con amistad generosa que no merezco... cuéntale
todo, y añade que no temo la muerte, que la deseo,
que la necesito... |
INFANTE.-
(Con emoción.) Basta.
|
FEDERICO.-
Y en cuanto al indigno Malibrán, ahora...
|
INFANTE.-
(Vivamente.) Creyendo falso lo que decía,
pensé castigar su grosero lenguaje. (Con rabia.) Ahora
que sé que es verdad, y por lo mismo que es verdad,
juro que... ha de pagarme la infamia de haberla dicho. |
FEDERICO.-
Va con Tomás a las Charcas. |
INFANTE.-
No irá,
yo te lo aseguro. |
FEDERICO.-
Descarga tu furor en mí,
guardián caballeresco del honor de aquella casa.
|
INFANTE.-
No me corresponde ese papel. No faltará
quien te pida cuentas. |
FEDERICO.-
Y las daré... o
no las daré. |
INFANTE.-
Pues, por la calidad de la
persona ofendida, por la amistad que te profesaba, por los
beneficios... |
FEDERICO.-
No he querido recibirlos... |
INFANTE.-
No has querido; pero... lo hecho, hecho se queda. Bien enterado
estoy de los planes de Tomás... Desgraciado, no tienes
más que una solución... |
FEDERICO.-
¿Cuál?
|
INFANTE.-
(Saca el revólver que antes guardó
en su bolsillo, y lo
—109→
pone sobre la mesa.) Toma. (Se aleja,
ocultando su emoción.) |
FEDERICO.-
¡Ay!... Manolo...
¿Te vas... sin darme un abrazo...?, ¿el último...?
|
|
(INFANTE vuelve. Abrázanse cariñosamente
sin pronunciar palabra. Retírase INFANTE muy conmovido.)
|
Escena VII
|
|
FEDERICO; AUGUSTA que entra por el fondo
al marcharse INFANTE.
|
AUGUSTA.-
¿Solo ya? |
FEDERICO.-
¡Augusta! |
AUGUSTA.-
Yo, sí... no me riñas...
Llegué hace un momento. Dijéronme que tenías
visita... Esperé. (Con inquietud.) Dime, ¿qué
hablabas con Infante? |
FEDERICO.-
Nada. Manolo, como siempre,
tan bromista... ¡Pero tú... en mi casa! |
AUGUSTA.-
Sí; ¿te contraría? Imposible dejar de venir...
Oye: Tomás, en el momento de salir para la estación
con sus amigos, díjome que acababa de separarse de
ti, dejándote en un estado lastimoso... que padecías
horriblemente, que... Figúrate mi ansiedad... Nada,
no he podido contenerme... y aún me costó trabajo
esperar a que obscureciera un poco más. Tomé
un coche, y aquí me tienes... Dime, dime pronto, ¿qué
es esto?... ¿qué te pasa...? |
FEDERICO.-
(Afectando
serenidad.) Nada... si estoy bien... estoy mejor. |
AUGUSTA.-
¿De veras? ¡Ah!, Tomás exageraba... |
FEDERICO.-
Sin
duda. Cuando él estuvo aquí no me sentía
yo tan bien como me siento ahora. |
AUGUSTA.-
Cuéntame.
Quizás disputasteis. Ya, ya entiendo... la terrible
cuestión. Su bondad y tu delicadeza, no pueden concordarse,
no ajustan, no casan bien. Yo espero que al fin...
|
—110→
|
FEDERICO.-
Sí, sí, yo también lo espero... |
AUGUSTA.-
Luego, ya no estás tan intransigente. |
FEDERICO.-
No... ya no... ¿para qué? |
AUGUSTA.-
(Con alegría.)
¡Ah!, al fin te sometes a mi voluntad. ¡Qué alegría
me das! Te convences de la necesidad de cambiar de vida...
|
FEDERICO.-
¡Oh!, sí cambiaré de vida muy pronto.
El cansancio de ésta es ya intolerable. |
AUGUSTA.-
Pues mira (Recorriendo la habitación y examinándola
rápidamente.) lo primero que tienes que hacer, con
la herencia de tu papaíto, es tomar otra casa. ¡Qué
mala y qué fea es ésta, querido! |
FEDERICO.-
La tengo buscada ya. |
AUGUSTA.-
¿Y dónde? ¿Como ésta,
piso bajo? |
FEDERICO.-
Sí... más bajo todavía...
digo, no... alto, altísimo. |
AUGUSTA.-
Pero que sea
bonito, alegre... |
FEDERICO.-
Sí, muy alegre... y
ahora... verás cómo ya no tendrás que
reñirme, ni llamarme orgulloso. |
AUGUSTA.-
(Recelosa.)
¡Oh!, tú me engañas... No sé qué
noto en ti. (Mirándole fijamente.) Federico, mírame.
|
FEDERICO.-
Ya te miro. |
AUGUSTA.-
No, tú no estás
bien. (Suspirando.) ¡Qué sobresalto... cuando entré
en esta casa, sentí una angustia...! ¡Ay qué
mal vives aquí! (Examinando lo que hay sobre la mesa.)
Déjame, déjame revolverte todo. ¡Ah!, ¿qué
librito de misa es éste? |
FEDERICO.-
El libro de oraciones
de mi madre. Suelo leerlo cuando siento depresión
del ánimo y aburrimiento del vivir. Me consuela mucho.
|
AUGUSTA.-
Es precioso. ¡Pobre Josefina! Bien lo usaba la
pobre... ¡qué estropeadito está! (FEDERICO
hace un movimiento para tomar el libro de sus manos.) Déjame,
déjame que lo examine bien. (Hojea el libro.) Y aquí
—111→
hay algunas palabras apuntadas por ella con lápiz.
|
FEDERICO.-
Me gusta leer aquí, porque me parece que
en estas páginas se esconde, para acecharme, el espíritu
de aquella santa mujer. Razón tiene mi padre en decir
que salgo a ella... a él no. Mi hermana es la que
sale a él. Dime que no me parezco nada a mi padre;
dímelo... (Con exaltación.) |
AUGUSTA.-
Sí,
hombre, te lo diré. |
FEDERICO.-
Cuidado, no se te
caigan unas florecitas que hay entre las hojas. |
AUGUSTA.-
Sí, aquí hay una... mira... una espuelita de
caballero. (Mostrando la flor.) ¡Qué monada! ¿Y dices
que sueles leer aquí? |
FEDERICO.-
Sí... alguna
vez... cuando estoy triste. |
AUGUSTA.-
Pues no será
muy divertido. Aquí veo latín y castellano...
(Lee con entonación solemne.) Ossa arida, audite verbum
Domini... Y esto, ¿qué quiere decir? |
FEDERICO.-
Huesos
áridos, oíd la palabra del Señor. |
AUGUSTA.-
¡Ay, me da escalofríos...! |
FEDERICO.-
Refiérese
a la resurrección de los muertos... |
AUGUSTA.-
El
día del juicio... sí... (Le da el libro.) Toma.
|
FEDERICO.-
Para mí, este libro es la cosa de más
mérito que existe en el mundo. Ni las piedras preciosas
de más valor, ni las obras de arte más perfectas
se igualan a esta incomparable joya. |
AUGUSTA.-
¡Ah!, sí.
|
FEDERICO.-
Pues bien: para que veas si te estimo, Augusta...
te lo regalo. |
AUGUSTA.-
Sí... lo acepto... (Mirándole
receloso.) Pero... no sé... |
FEDERICO.-
Y cuando yo
esté ausente, lees en él y te acuerdas de mí.
|
AUGUSTA.-
Pues mira, yo también te haré a
ti un regalito. |
FEDERICO.-
¿Qué?
|
—112→
|
AUGUSTA.-
Quiero
sorprenderte. No te lo digo. |
FEDERICO.-
Dímelo.
|
AUGUSTA.-
Esta tarde estuvieron en casa unos hombres... ¡qué
tipos tan ordinarios y repugnantes! Tomás los citó,
y allí dejaron unos papeles llenos de garabatos, con
tu firma. |
FEDERICO.-
¡Mis pagarés! |
AUGUSTA.-
Sí;
ya estás libre de esas horribles cadenas. |
FEDERICO.-
Augusta, vida mía, márchate. Yo te ruego que
me dejes. (Excitado.) |
AUGUSTA.-
¿Por qué?... ¿Temes?
|
FEDERICO.-
Sí; temo que venga... |
AUGUSTA.-
¿Quién?
|
FEDERICO.-
(Delirante.) Tomás viene... le siento...
le veo. |
AUGUSTA.-
(Aterrada.) ¿Estás loco? |
FEDERICO.-
(Señalando a la izquierda.) Por allí... La
puerta se abre... ¿Pero no le ves?, ¿no le ves? |
AUGUSTA.-
¡Deliras, pobrecito mío! |
FEDERICO.-
Que entre. Mejor.
|
AUGUSTA.-
No hay nadie... Ni el más ligero rumor
se siente. |
FEDERICO.-
¡Ah!, lo mismo que anoche. Entró
sin hacer ruido. Pero yo le oigo y le veo, aunque no quiera
verle ni oírle, porque le tengo aquí (En la
frente.) , cara, voz, ojos, cuerpo y vida del hombre que ultrajé,
¡y aquí se juntan su afrenta y mi gratitud, mi infamia
y su generosidad! |
AUGUSTA.-
¡Por piedad, querido mío!
|
FEDERICO.-
(Con brío, adelantándose hacia
la puerta, como para recibir a alguien.) No te vuelvo la
cara. Aquí estoy, aquí estamos... Entra...
Se retira. Pero sabe que no le temo, y volverá. |
AUGUSTA.-
Por tu vida, ¿qué dices? |
FEDERICO.-
¿Pero no le ves?
Sale... va por allí... se aleja,
—113→
se pierde en la
obscuridad... Pero volverá. |
AUGUSTA.-
(Abrazándole.)
Cálmate... No me asustes. Me muero de miedo. |
FEDERICO.-
(Se desprende de sus brazos, y saca del bolsillo el revólver.)
¡Cuando vuelva, no me encontrará! |
AUGUSTA.-
(Aterrorizada.)
¿Qué es eso? ¿Qué haces? (Quiere abrazarle
de nuevo, y él la rechaza.) Federico, amor mío...
|
FEDERICO.-
Sé lo que debo hacer. |
AUGUSTA.-
¿A dónde
vas? (Deteniéndole por un brazo.) |
FEDERICO.-
(Rechazándola.)
A donde debo ir. A la paz de mi alma, al descanso de mis
huesos. ¡Pido a Dios que me perdone! (Entra precipitadamente
en la alcoba, y cierra la puerta por dentro.) |
AUGUSTA.-
(Corriendo hacia la puerta y tratando de abrirla.) ¿Qué
es esto? Cierra. ¡Federico! (Suena un tiro.) ¡Jesús!
(Cae sin sentido.)
|