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Río Moro

Jorge Isaacs



Dedicado al señor José Joaquín Ortiz







Tu incesante rumor vine escuchando
desde la cumbre de lejana sierra;
los ecos de los montes repetían
tu trueno en sus recónditas cavernas.
Juzgué por ellos tu raudal, fingíme  5
tras vaporoso velo tu belleza,
y ya sobre tu espuma suspendido,
gozo en ahogar mi voz en tu bramido.

¡Qué mísera ficción! Quizá en mis sueños
he recorrido tus hermosas playas,  10
en esas horas en que el cuerpo muere
y adora a Dios en su creación el alma;
que sólo dejan en la mente débil
pálidas tintas y memorias vagas;
pero te encuentro grande y majestuoso,  15
rey ponderado del desierto hermoso.

Bajo el techo de musgos y de pancas
abrigo del viajero solitario,
el rudo y fatigoso movimiento
de tus ondas veloces contemplando,  20
del fondo de las selvas me traían
las auras tus perfumes ignorados,
mezcla del azahar y del canelo,
gratos aromas de mi patrio suelo.

Entonces una lágrima rebelde  25
humedeció mi pálida mejilla
dulce como esas que a los ojos piden
caros recuerdos de felices días;
elocuente, si hay lágrimas que encierren
la historia dolorosa de una vida;  30
aquí llevola indiferente el río,
murió como las gotas de rocío.

Eres hermoso en tu furor: del monte
lanzado en tu carrera tortüosa,
vas sacudiendo la melena cana  35
que los peñascos de granito azota;
y detenido, de coraje tiemblas
columpiando al pasar la selva añosa.
Las nieblas del abismo son tu aliento
que en leves copos despedaza el viento.  40

¿De dó vienes así desconocido
con tu lujo y misterios? ¿Gente indiana
hacia el Oriente tus orillas puebla
en verdes bosques y llanuras vastas,
cuyo límite azul borran las nubes  45
que en el confín del horizonte vagan?
Dime, ¿esas tribus que do naces moran
viven felices o miseria lloran?

Pienso que a orillas del raudal velado
por grupos de jazmines y palmeras,  50
púdica virgen de esmeraldas ciñe
su negra y abundante cabellera;
y acaso el homicidio sangre humana
a los cristales de tus linfas mezcla,
y al odio y al amor indiferente  55
confunde sus despojos tu corriente.

Vi al pescador de los lejanos valles
tus peñas escalando silencioso,
la guarida buscando de la nutria
y el pez luciente con escamas de oro;  60
contome hazañas de su vida errante
sentado de mi hoguera sobre el tronco;
le vi dormir el sueño de la cuna
y envidié su inocencia y su fortuna.

La fúnebre viragua repetía  65
sus trinos que saludan al invierno
y luces de topacio y de diamante
te daba del relámpago el reflejo;
en las cavernas tu rumor ahogando
tristes gemidos modulaba el viento:  70
así admiré tu pompa y hermosura
entre las sombras de la noche oscura.

Viajero de regiones ignoradas,
¡Ay!, ni una sola de tus ondas crespas
a encontrar volveré, ni de mis pasos  75
en tus orillas durará la huella.
Más celosa que el tiempo que convierte
ricas ciudades en llanuras yermas,
guarda natura su secreto al hombre
y do escribirle osó, borra su nombre.  80

Como burbujas en tu manto llevas,
irán los soles sobre ti pasando,
y te hallarán los de futuros siglos
como hoy undoso, transparente y raudo.
No existirá ni la ceniza entonces  85
de mí, que rey de la creación me llamo,
y si guarda mi nombre el mármol frío,
lo hollará con desdén el hombre impío.

Más felices las flores de tu orilla,
nacen, al aire su perfume exhalan,  90
marchitas ya, se mecen en la espuma,
y mil, más bellas, sus capullos rasgan;
más felices tus ondas, al océano
van a gemir en extranjeras playas;
y yo con mi ambición, pobre y proscrito,  95
de mi raza infeliz purgo el delito.





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