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Rubén Darío o el proceso creativo de «Prosas Profanas»

Alberto Acereda


Arizona State University

Cumplidos ya los cien años de la primera publicación de Prosas profanas y otros poemas, y también de Los raros, Rubén Darío conserva todavía la frescura de entonces y su lectura nos invita a la reflexión y al estudio de su obra. Por la condición de «clásico» con que se viene juzgando a Darío, por la inexistencia todavía hoy de una edición rigurosamente crítica de sus poesías completas y aun de sus libros poéticos, hoy más que nunca Rubén Darío sigue necesitando más estudios y una mayor dedicación crítica. El valor permanente y moderno de la poesía de Darío requiere tal esfuerzo crítico, de ahí que por encima de homenajes sólo testimoniales y a veces meramente anecdóticos, y como aportación para los estudios darianos, a continuación expondré algunas ideas en torno al proceso creativo de los poemas que constituyen Prosas profanas y otros poemas, desde la triple visión del proceso de creación textual, temática y formal. En el ámbito del proceso creativo textual, se ofrecerán unas curiosas palabras autógrafas del propio Darío, hasta hoy apenas tenidas en cuenta, respecto a la publicación de Prosas profanas y, en el proceso creativo temático se señalarán las posibles razones para la exclusión de dos poemas eróticos de Darío en la primera edición del libro. Por este camino, mi intención no es otra que ofrecer una visión del texto y del contexto que guió al Darío de Prosas profanas.






ArribaAbajoEl proceso creativo textual

El proceso creativo textual de la primera edición de Prosas profanas cuaja en diciembre de 1896 en Buenos Aires, en la conocida imprenta porteña de Pablo Coni e Hijos. La edición tuvo una tirada de quinientos ejemplares, aunque no se distribuyó hasta mediados de enero de 1897, y fue pagada por Carlos Vega Belgrano, patrocinador y amigo de Darío, que por entonces dirigía el diario El Tiempo. A mi juicio, y a la espera de nuevas investigaciones, el apoyo que Darío encontró en Buenos Aires, y el sufragio de su libro por Vega Belgrano habrá de explicarse dentro del mundo oculto de la masonería, a la que Darío perteneció como lo muestran algunos de sus poemas y su temprana amistad con masones como Eduardo de la Barra, José Victorino Lastarria o el mismo Bartolomé Mitre. Manuel Mantera (1989) ya demostró documentalmente cómo Darío fue iniciado formalmente en la masonería en enero de 1908 en Nicaragua, pero ya años antes estuvo en contacto con el mundo masón. De los treinta y tres poemas incluidos en la edición de 1896, diez de ellos fueron escritos entre 1889 y la llegada a Buenos Aires en agosto de 1893, el resto fueron compuestos en Buenos Aires, desde su llegada hasta finales de 1896. Darío había visitado Nueva York, había viajado a España como delegado de la Delegación de Nicaragua para las fiestas del IV Centenario del Descubrimiento; había pasado unos meses en París y, finalmente, había desembarcado en Buenos Aires el 13 de agosto de 1893 en condición de cónsul general de Colombia, gracias a la ayuda de su amigo el expresidente colombiano Rafael Núñez, quien algo después moriría perdiendo Darío su cargo. Al llegar a Buenos Aires, Rubén tiene veintiséis años y en la capital argentina encuentra una tradición cultural y un medio favorablemente abierto para desarrollar sus intereses estéticos y poéticos. Allí Darío alterna la composición de sus poemas con la redacción de artículos en prosa que luego constituirán también el volumen de 1896 titulado Los raros. De esta parte de la vida de Darío ya han dado buena cuenta los biógrafos del poeta (Torres, Watland o Torres Bodet, por citar sólo algunos) así como otros comentaristas y estudiosos (entre ellos, y por citar a algunos, Loprete, Carilla, Barcia o Arrieta).

La primera edición de Prosas profanas se estructura en un prólogo, «Palabras liminares», y cuatro secciones: «Prosas profanas», con dieciocho poemas a los que sigue otro independiente, aunque sin ser sección, el «Coloquio de los centauros». Viene luego la sección «Varia» agrupando nueve poemas; y después la sección «Verlaine», incluyendo dos poemas; luego «Recreaciones Arqueológicas» con dos composiciones y, finalmente, «El reino interior», poema independiente que aparece como sección en el texto pero no en el índice. El poema más antiguo del libro es «Sinfonía en gris mayor» y el más reciente hasta el momento de publicación de la primera edición es «El reino interior». El dedicado investigador argentino Eduardo Héctor Duffau fue el primero en establecer en 1958 dónde y cuándo se publicaron la mayoría de estos poemas, y sus datos los reprodujo igualmente Arrieta (1967) y la práctica totalidad de los editores modernos de las Prosas profanas de Darío, desde Méndez Planearte y Oliver Belmás (1968) hasta Zuleta (1983).

Según testimonio de Rafael Alberto Arrieta (1967), parece que los poemas fueron compilados por los poetas Leopoldo Díaz, Ángel Estrada y Miguel Escalada, amigos de Darío en el grupo inicial del modernismo porteño. A Estrada dedica Darío la sección «Verlaine» y a Miguel Escalada el poema «Canto de la sangre», aun cuando la dedicatoria a éste último aparece con errata en la primera edición de Prosas profanas al recogerse «A Miguel Estrada», por error del editor y acaso por confusión con el apellido del también amigo y poeta Ángel Estrada. El ejemplar de la primera edición de 1896 es una rareza bibliográfica. Existe, no obstante, una edición facsímil de 1979 de esta edición de 1896 de Prosas profanas, a cargo del impresor Franz Wolf de Heppenheim, Alemania, con tirada limitada a trescientos ejemplares, y publicada por System Verlag, Vaduz, Liechtenstein, en la colección «Scripta Manent», y con prólogo de Juan Carlos Ghiano fechado en Buenos Aires en enero de 1978.

En 1897 Darío sigue en Buenos Aires y con el estallido en 1898 de la guerra de Cuba entre España y los Estados Unidos, Darío escoge ser enviado a España como corresponsal de La Nación. Embarca el 3 de diciembre y llega a Barcelona en el año nuevo de 1899 yendo tres días después a Madrid, donde conocerá a Francisca Sánchez. En febrero de 1900, debe ir a París para informar a La Nación de la Exposición Universal. Desde septiembre viaja por Italia y regresa a la capital francesa a fin de ano. En estos viajes ha seguido escribiendo de forma que la primera edición de 1896 quedará ampliada en 1901 con veintiún poemas más que constituyen la segunda edición de Prosas profanas, publicada precisamente en París en enero de 1901, en la Librería de la viuda de Charles Bouret, y dedicada también a Carlos Vega Belgrano. En esas mismas fechas y en la misma capital francesa, Darío publica dos libros en prosa: Peregrinaciones (en la misma editorial de la viuda de Bouret), y España contemporánea (en la editorial de los Hermanos Garníer, también en París). La edición de Prosas profanas de 1901 incluyó un estudio preliminar fechado en 1899 y sin firma, por descuido del editor, aunque ya sabemos que su autor fue José Enrique Rodó. El orden de las secciones y poemas de la primera edición se respeta en la segunda edición, añadiéndose los poemas «Cosas del Cid», «Dezires, layes y canciones» (agrupando dentro de este título varias piezas) y «Las ánforas de Epicuro» que, aun cuando no aparece propiamente como sección ni en el índice final ni en el interior del libro agrupa a su vez doce sonetos y el poema «Marina». El orden de redacción de los poemas añadidos se inicia con «Marina» en 1897 y llega hasta 1901 con «Yo persigo una forma» y «Alma mía». Al parecer Darío quiso inicialmente publicar «Las ánforas de Epicuro» como libro autónomo y como exposición de poesía filosófica.

Las diferencias textuales entre una y otra edición son mínimas y se limitan básicamente a signos suprasegmentales (signos exclamativos, mayormente), a una reducción de espacios en blanco en la segunda edición, así como a un mayor lujo y decoración en las páginas de la edición de 1901, agregando guardas y encabezando cada poema. De ahí que la edición de 1901, al contener ya todos los poemas, es la que se tiene como definitiva, a pesar de seguir incluyendo la errata en la dedicatoria «A Miguel Estrada» en lugar de «A Miguel Escalada». Las ediciones posteriores de Prosas profanas, como ocurre también con las de Azul..., han sido muchas. De hecho, se puede afirmar que estos dos libros poéticos han sido los que más y mejor se han editado del conjunto total de los publicados por Darío. Modernamente, y en cuanto al particular de Prosas profanas, hay que elogiar la edición preparada en 1983 por Ignacio Zuleta, con texto bastante cuidado y bien anotado en cuanto a las variantes entre el texto definitivo de ambas ediciones de Prosas profanas y el texto de la primera publicación de cada poema en concreto (en revistas y diarios de la época).

El paradero de los manuscritos de los poemas que constituyen Prosas profanas es un misterio todavía por resolver pues nadie da demasiada noticia de cada uno de ellos y parecen haber desaparecido de los archivos. Conocemos el manuscrito del «Coloquio de los centauros», que reprodujo Marasso (1954: 69) y analizaron Méndez Plancarte y Oliver Belmás (1968: 1183-1184), y el manuscrito de «Cosas del Cid», estudiado por Zamora Vicente (1973) y Zavala (1979). En la Biblioteca del Congreso de Washington, D.C. (Estados Unidos) se conserva la colección Juan Ramón Jiménez, que el poeta español por intermedio de Juan Guerrero Ruiz donó en 1949 a la Embajada de los Estados Unidos en Madrid, y de ahí a los fondos de la biblioteca norteamericana, y de la que ya se ocupó Antonio Sánchez Romeralo (1991). En esa colección se hallan manuscritos de poemas de Darío, casi todos pertenecientes a lo que luego será el libro Cantos de vida y esperanza. Los cisnes y otros poemas (1905). Sin embargo, resultan curiosos respecto a Prosas profanas, algunos documentos autógrafos del propio Darío, que hasta hoy no han llamado la atención de los estudiosos de Darío, y en lo que tampoco se detuvo Sánchez Romeralo. Se trata de dos páginas de la edición de 1896 de Prosas profanas, concretamente del poema «Garçonnière» en las que Darío agrega una dedicatoria «A G. Grippa», y al dorso Darío corrige un error del tipógrafo, que puso «brujo» en lugar de «bruno» en el verso 11 de ese mismo poema. El interés de estos dos detalles muestra a un Darío preocupado con la pulcritud de sus libros, muy diferente al del poeta despreocupado que tradicionalmente se ha presentado. Pero todavía hay más: junto a estas correcciones la colección recoge también los manuscritos de tres cartas de Darío al editor Pablo Coni, que confirman la publicación del volumen de Prosas profanas a mediados de enero de 1897, y que plantean la posibilidad de que existiera una edición anterior a la que se tiene generalmente como «primera edición», y que conforme a las instrucciones de las cartas manuscritas de Darío, debían ser destruidas.

La primera carta autógrafa de Darío a su editor está fechada el 1 de enero de 1897 y dice así:

Mi estimado Sr. Coni, Sírvase ordenar un nuevo tiraje de la página adjunta, con las correcciones hechas. Una de ellas fue ya corregida por mí en mi primera prueba. El tiraje es necesario, de cualquier manera. Su atto... R. Darío.



La segunda carta lleva el membrete del «Director General de Correos y Telégrafos. República Argentina» y está fechada el 16 de enero de 1897 con estas palabras:

Distinguido Sr. Coni, Sírvase enviarme el resto de los ejemplares negros de Prosas profanas. Su atto... R. Darío.



Finalmente, la tercera carta, con el mismo membrete, y fechada el 21 de enero de 1897 se lee:

Estimado Sr. Coni, Puede ud. enviar los libros al Ateneo, calle de Florida. Su atto... R. Darío.



¿Son esos «ejemplares negros» de los que habla Darío los restos de aquella primera edición perdida de Prosas profanas que se publicaría en 1896 con erratas y que Rubén no quiso que viera la luz reclamando un nuevo tiraje? La paginación del poema «Garçonnière» en las pruebas corregidas por Darío y conservadas en la Biblioteca del Congreso, no coincide con la paginación definitiva de ese mismo poema en la supuesta «primera edición» de 1896 de Prosas profanas, y la distribución tipográfica es diferente dada la nueva inclusión de la dedicatoria. En definitiva, parece, por tanto, que pudo existir una edición de Prosas profanas anterior a la comúnmente tenida como primera edición, o en todo caso que el pliego correspondiente al agregado y la corrección fue destruido y sustituido por otro.




ArribaAbajoEl proceso creativo temático y formal

Tras el apuntamiento del proceso creativo textual y la posibilidad de una primitiva edición de Prosas profanas, procede acercarse brevemente a detallar lo que, a mi juicio, es el proceso creativo temático y formal del libro. Junto al siempre necesario prólogo de José Enrique Rodó (recogido luego en 1967: 169-192), de este libro ya han tratado con amplitud y conocimiento varios críticos, entre los que vale la pena destacar los clásicos estudios de E. Anderson Imbert (1967: 77-103), de J.C. Ghiano (1968), y A. Marasso (1954: 33-36), así como las iluminadoras introducciones de E. Mejía Sánchez (1977: LX-LXIII) e I. M. Zuleta (1983: 9-54), en sus respectivas ediciones.

Temática y formalmente Prosas profanas supone la confirmación poética de Darío y el anuncio de su consagración que culmina en 1905 con la publicación de Cantos de vida y esperanza. Las «Palabras liminares» que abren Prosas profanas constituyen el primer prólogo poético de los tres que Darío escribiría en el Corpus total de sus libros de poesía, y en el que expresa sus propósitos al tiempo que instaura una nueva sensibilidad en toda la poesía hispánica. El libro muestra al Darío de intereses múltiples, con poemas en torno a la poesía misma y al poeta en libertad, en torno al amor, al pasado, al paganismo y al cristianismo. Darío destaca en algunos casos la aristocracia del poeta visto casi como un guerrero o un héroe, la originalidad y personalidad del artista simbolizado frecuentemente por el cisne (así en poemas como «El cisne» o «La fuente») o la idea del poeta en soledad y en búsqueda interiorizada de sí mismo (como en «Yo persigo una forma...»). El erotismo es igualmente clave en este libro, bien por vía del culto a la feminidad (así en «Era un aire suave...»), por vía del ansia femenina de amor y la expresión del alma humana (como en «Sonatina»), el color como fundamento amoroso (en «Alaba los ojos negros de Julia»), el amor y la muerte, o bien por un sexualismo ocultista e iniciático (de «Ite, missa est») que alterna, como en el título mismo del libro, sacralidad y profanidad. El tema del pasado, anunciado ya en el prólogo del libro, se observa como aspiración y presencia respecto al siglo XVIII (en el citado «Era un aire suave...») o como pasado de España (en lo medieval de «Cosas del Cid»). Lo pagano y lo cristiano se alternan también con frecuencia bien mediante lo mitológico, condicionado siempre por el tema, bien por la búsqueda de un marcado optimismo («Coloquio de los centauros») o por el contraste de la carne y el espíritu («Responso» a Verlaine). En Prosas profanas hallamos, por tanto, algunas de las más conocidas composiciones de Dario, y en ellas se contiene también desde una perspectiva estilística toda una variedad de ejemplos de libertad estrófica, y en lo fónico se constata la presencia del verso libre abriendo ya el camino a esta modalidad versal tan empleada en toda la poesía hispánica del siglo XX. También es recurrente en este libro el empleo del endecasílabo, especialmente en el serventesio en busca de lo musical, así como del alejandrino. Estróficamente, Prosas profanas recoge composiciones en romances con versos dodecasílabos y alejandrinos, sonetos con versos de seis, ocho, once y catorce sílabas, cuartetas endecasílabas, serventesios de gaita gallega, cuartetas-serventesios de versos dodecasílabos, tercetos monorrimos y toda una espléndida variedad estrófica que Darío sabe combinar con la recreación de metros castellanos antiguos. Por todo ello, en fin, Prosas profanas va todavía más allá que Azul... en la renovación poética formal en lengua española y supone uno de los más altos logros de la trayectoria poética dariana.

Especialmente interesante en el proceso creativo temático de este poemario es la obsesión de Darío por lo erótico, el amor y la mujer, y se puede afirmar que en Prosas profanas hallamos ya al Darío más erótico, más entusiasmado por el sexo y por la mujer. En conexión directa con el erotismo, no se puede olvidar el gusto dariano por la bohemia. Sus biógrafos reiteran sus andanzas nocturnas, de prostituta en prostituta. Oliver Belmás (1960), por ejemplo, cuenta de una de las épocas de París:

en el ambiente de la Exposición no faltó alguna parisiense fácil que se le acercara en las noches de disipación, mas fueron compañías a flor de piel.


(93)                


Jaime Torres Bodet (1966), por su parte, escribe al respecto:

Sació su delirio erótico como pudo, donde pudo, y con quienes pudo, adorando en los cuerpos vencidos (y no pocas veces, también, vendidos) la prestancia de una belleza que, en ocasiones, inventaba su fantasía.


(221-222)                


Al hilo de esto, resulta interesante observar que en relación con el corpus total de la poesía de Darío, sorprende la exclusión de algunos poemas de estos mismos años del conjunto total de los incluidos en Prosas profanas. En particular me refiero a las composiciones tituladas «La negra Dominga» y «Florentina». En «La negra Dominga» aparece el motivo de la felinidad como elemento erótico femenino, motivo recurrente en otros poemas sí incluidos en Prosas profanas. «La negra Dominga», se escribió en 1892 y poetiza a la bailarina Dominga, de raza negra, descrita por Rubén en estos términos felinos (cito por la edición de Méndez, Planearte y Oliver Belmás, de 1968):


Serpentina, fogosa y violenta,
con caricias de miel y pimienta
vibra y muestra su loca pasión:
....................
Vencedora, magnífica y fiera,
con halagos de gata y pantera
tiende al blanco su abrazo febril

(951, vv. 7-9, 13-15)                


El poema, al parecer, fue resultado de una visita de Darío a cierto lugar de diversión en La Habana en compañía del poeta Julián del Casal. Darío se hallaba en La Habana a fines de julio de 1892 donde había sido homenajeado por los intelectuales cubanos, y desde allí partió destino a España con motivo de las Fiestas Colombinas del IV Centenario. Extraña la no inclusión de «La negra Dominga» en Prosas profanas porque este poema lleva la fecha del 30 de julio de 1892 y se publicó en La Caricatura de La Habana dos semanas después, el 14 de agosto. Se escribió, pues, casi a la vez que los poemas «Para una cubana» y «Para la misma», composiciones ambas sí incluidas en Prosas profanas y dedicadas a María Cay, la cubana-japonesa, prometida entonces del general Lachambre. Ambos aparecieron publicados en El Fígaro de La Habana, el 31 de julio de 1892, y parece que se escribieron también en presencia de Julián del Casal durante la referida escala de Darío en La Habana camino de España.

El segundo de los poemas excluidos de Prosas profanas es «Florentina», texto que refleja aún más diáfanamente las andanzas nocturnas de Darío con mujeres de toda condición. Sabemos que «Florentina» y «La negra Dominga» no son muy lejanas en el tiempo porque «Florentina» es de la época parisiense, en 1893, si pensamos en su parentesco con el contenido de algunos versos de «Era un aire suave...» o «El faisán», ambos de 1893. «Florentina» (título que se debe a Méndez Plancarte) apareció inicialmente en la revista Buenos Aires, el 7 de junio de 1896 con el titulo «Rosas profanas». Esto lleva a pensar que acaso sea una errata de «Prosas profanas» y que Darío inicialmente, unos meses antes de la publicación del libro, tuviese la intención de incluirlo en Prosas profanas. Ignacio Zuleta (1983) lo recoge en un apéndice de su citada edición y, años antes, Monner Sans (1948) había publicado una reproducción facsímil del poema. En definitiva, resulta muy significativo, a mi entender, que ambos poemas no se incluyeran finalmente en Prosas profanas. La razón esté acaso, y sobre todo en el particular de «Florentina», en el contenido mismo de sus versos: la poetización del acto sexual de Darío con una prostituta florentina que conoció en su bohemia por París. El poeta llega a la habitación de esa mujer y se dispone el encuentro físico:


Sobre el diván dejé la mandolina.
Y fui a besar la boca purpurina,
la boca de mi hermosa florentina.

(vv. 1-3)                


A continuación, los seis tercetos siguientes relatan el encuentro carnal siendo la mujer el centro de la descripción: su dulzura, boca, labios, dientes, lengua..., todo ello bajo el símbolo de la mujer serpiente, la mujer sabia, la dominadora en la que el poeta, finalmente, encuentra el placer carnal y a la vez la conciencia del acto como veneno:


Y ese cáliz hallé de mieles lleno,
y él el placer y el mal puso en mi seno,
y en él bebí la sangre y el veneno.

(vv. 22-24)                


Aunque se puede suponer, sin falta de razón para ello, que la exclusión de estos poemas se debe a los compiladores del libro, los citados Ángel Estrada, Miguel Escalada y Leopoldo Díaz, Darío estuvo al corriente de las pruebas de imprenta del libro, como se ha demostrado, y, en este sentido, si no los incluyó debió ser, en último término, decisión personal suya. Acaso la intimidad o la carga de falta que Darío pudo encontrar en estas andanzas nocturnas pudieron llevarle a no incluir finalmente «Florentina» en el libro Prosas profanas. Acaso también se deba a que Darío vio estos poemas más circunstanciales y no juzgó que aportaran nada nuevo a su estética. Sea como fuere, todo este proceso detallado de creación textual, temática y formal de Prosas profanas muestra lo mucho que queda aún por descubrir en el mundo de Rubén Darío como testimonio de un poeta sacrificado por el arte, preocupado por la limpieza textual de sus textos y, en último término, el poeta que todavía hoy sigue necesitando una continua revalorización.






ArribaAbajoObras citadas

  • Anderson Imbert, Enrique. La originalidad de Rubén Darío, Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1967.
  • Arrieta, Rafael Alberto. «Rubén Darío y la Argentina», La Torre XV 55-56 (1967), 373-394.
  • Barcia, Pedro Luis. «Rubén Darío en la Argentina». Escritos dispersos de Rubén Darío recogidos de los periódicos de Buenos Aires, La Plata, Universidad Internacional de La Plata, 1968. (13-78).
  • Carilla, Emilio. Una etapa decisiva en Darío, Rubén Darío en la Argentina, Madrid, Gredos, 1967.
  • Darío, Rubén. Prosas profanas y otros poemas, Buenos Aires, Imprenta de Pablo E. Coni e Hijos, 1896.
  • ——. Prosas profanas y otros poemas, París - México, Librería de la Viuda de C. Bouret, 1901.
  • ——. Obras completas, Madrid, Afrodisio Aguado, 1950-1955. 5 vols.
  • ——. Poesías completas, Eds. Alfonso Méndez Planearte y Antonio Oliver Belmás, Madrid, Aguilar, 1968.
  • ——. Poesía, Ed. Ernesto Mejía Sánchez, Caracas, Ayacucho, 1977.
  • Duffau, Eduardo Héctor, «Dónde se publicaron primeramente las piezas que constituyeron Prosas profanas y otros poemas (1896)», Boletín de la Academia Argentina de las Letras XIII, 88 (1958), págs. 265-287.
  • Ghiano, Juan Carlos. Análisis de «Prosas profanas», Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1968.
  • Loprete, Carlos Alberto. La literatura modernista en la Argentina, Buenos Aires, Poseidón, 1955.
  • Mantero, Manuel. «¿Era masón Rubén Darío?», Heterodoxia 6 (1989), págs. 167-172.
  • Marasso, Arturo. Rubén Darío y su creación poética, Buenos Aires, Kapelusz, 1954.
  • Oliver Belmás, Antonio. Este otro Rubén Darío, Barcelona, Aedos, 1960.
  • Rodó, José Enrique, «Rubén Darío. Su personalidad literaria. Su última obra». Obras completas, ed. E. Rodríguez Monegal, Madrid, Aguilar, 1967. (169-192).
  • Sánchez Romeralo, Antonio, ed. Juan Ramón Jiménez. Mi Rubén Darío (1900-1956), Moguer, Ediciones de la Fundación, 1991.
  • Torres, Edelberto. La dramática vida de Rubén Darío, Barcelona, Grijalbo, 1966.
  • Torres Bodet, Jaime. Rubén Darío, Abismo y cima, México, Fondo de Cultura Económica, 1966.
  • Watland, Charles. Poet-Errant, A Biography of Rubén Darío, New York, Philosophical Library, 1965.
  • Zamora Vicente, Antonio. «Un manuscrito de Rubén Darío». Homenaje a la memoria de Antonio Rodríguez Moñino (1910-1970), Madrid, Castalia, 1975. (637-349).
  • Zavala, Iris M. «Sobre la elaboración de "Cosas del Cid" de Rubén Darío», Hispanic Review XLVII (1979), págs. 125-147.
  • Zuleta, I., ed. Rubén Darío. Prosas profanas y otros poemas, Madrid, Clásicos Castalia, 1983.



ArribaGarçonnière

A. G. Grippa





Como era el instante, dígalo la musa
Que las dichas trae, que las penas lleva:
La tristeza pasa, velada y confusa;
La alegría, rosas y azahares nieva.

Era en un amable nido de soltero,
De risas y versos, de placer sonoro;
Era un inspirado cada caballero,
De sueños azules y vino de oro.

Un rubio decía frases sentenciosas
Negando y amando las musas eternas:
Un bruno decía versos como rosas,
De sonantes rimas y palabras tiernas.

Los tapices rojos, de doradas listas,
Cubrían panoplias de pinturas y armas,
Que hablan de bellas pasadas conquistas,
Amantes coloquios y dulces alarmas.

El verso de fuego de D'Anunzio era
Como un son divino que en las saturnales
Guiara las manchadas pieles de pantera,
A fiestas soberbias y amores triunfales.

E iban con manchadas pieles de pantera,
Con tirsos de flores y copas paganas.



Carta1

Carta2

Carta3



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