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Shelley en verso castellano

Ricardo Gullón





Shelley

Shelley

La figura de Percy Bysshe Shelley tiene un encanto singular. Su vida ha sido divulgada en varias obras de diverso mérito: la escrita por André Maurois es la más conocida y frecuentada, la de Blunden la más reciente de que tengo noticia. La crónica de sus aventuras constituye una triste historia: es la crónica de un combate continuado y falaz entre el poeta y el mundo, la reseña de la heroica generosidad y locura del genio, a quien sus próximos tratan como extravagante y más bien peligroso personaje. Pero el tema, demasiado fácil y tentador, debe ser soslayado. No es de la vida de Shelley, sino de su poesía y, más concretamente, de su elegía a la muerte de Keats, de la que quiero tratar.

La influencia de Shelley en España fué precaria, casi inexistente. Para los románticos españoles, deslumbrados por la leyenda de Lord Byron, influidos por su poesía, pasó inadvertida la obra de aquel. Fue Menéndez Pelayo quien le hizo al fin justicia, dedicándole algunas páginas de crítica serena y aguda: «imperecedero canto elegíaco», dice del Adonais, situando a su autor por encima de Byron y del mismo Keats, a quien don Marcelino trata un tanto a la ligera. Posteriormente, los poetas de la generación de la Dictadura iniciaron un retorno a Shelley, que en la actualidad se acentúa con más firmeza. En Salinas o en Alonso Quesada hallamos menciones esporádicas, citas de versos shelleyanos; Manuel Altolaguirre tradujo parte del Adonais.

En los años últimos, Leopoldo Panero ha publicado versiones -magníficas versiones- de varios poemas del poeta inglés; Mariano Manent, en su Antología de «Románticos y victorianos», incluye traducciones de la oda «A una alondra», de un fragmento de la primera escena del segundo acto de «Prometeo libertado», del «Orfeo» y de otras piezas menores. En 1942, Carlos Obligado dio en Argentina un volumen dedicado íntegramente a «Lírica de Shelley» con traducciones en verso, acaso demasiadamente personales. Elisabeth Mulder tradujo asimismo varios poemas hasta componer un tomito de la serie «Poesía en la mano». En el pasado año se editó en Madrid un pequeño volumen con la primera traducción española íntegra del Adonais, debida a Vicente F. Muñoz, y ahora, en la colección publicada bajo la advocación de la grácil figura juvenil de John Keats, aparece una nueva versión completa de la famosa elegía, llevada a cabo por Vicente Gaos1.

Como es bien sabido, al conocer Shelley la noticia de la muerte de Keats, entendiendo que el prematuro fin del autor de Sueño y Poesía era imputable a los ataques de críticos descomedidos e incapaces de sentir la belleza, concibió la idea de escribir un largo poema elegíaco para exaltar la figura del joven poeta. Este había muerto el 27 de diciembre de 1820 y unos meses después el Adonais estaba dispuesto. El primer ejemplar de la edición fue remitido al pintor Severn, íntimo amigo de Keats, que le había asistido con infatigable delicadeza durante la enfermedad; en el prefacio hacíase constar la noble actitud de Severn, y en carta de 29 de noviembre de 1821 ofrecíale Shelley la obra como testimonio de admiración y respeto por su conducta para con el malogrado amigo.

Gracias al Adonais, los nombres de Shelley y Keats figuran eviternamente unidos. En las oscilaciones de valoración a que están sujetos, dentro de ciertos límites, los grandes nombres de la poesía y la literatura, se consideró en un tiempo que el autor del Orfeo era superior al de Endimyón; hoy parecen invertidos los términos y la obra pura y quintaesenciada de este es más apreciada que la del primero. Existe en los poemas extensos de Shelley una profusión de alegorías detonantes, arrebatos candorosos y frecuentes caídas de la inspiración -una inspiración harto confiada en sí misma- que les hace desmerecer. El encanto de sus versos, impetuosos, admirables de ritmo y de gracia, oscurece aquellos defectos, mas es en la etérea vaguedad de sus poemas cortos, en los juegos de luces de su fantasía, donde su poesía supera a la de Keats. Cuando, declamatorio y discursivo, pierde calidad, mas cuando al contacto de la naturaleza olvida sus metafísicas, cantando a la alondra o al viento del Oeste, sus versos se hacen música y suben como sube la alondra o vuelan como vuela la trasparente brisa mañanera.

El Adonais es un maravilloso canto, algunos de cuyos fragmentos son -en opinión de Robert Bridges- «de insuperable belleza». El original inglés se compone de cincuenta y cinco estrofas de nueve versos y de un breve prólogo; consérvase el borrador de cuatro estrofas más, inacabadas y no incluidas en el poema. La versión de Gaos suprime el prólogo de Shelley y lleva, en cambio como preliminares, unas cuartillas del profesor Walter Starkie, y una nota del traductor explicativa de sus propósitos, de las dificultades con que luchó en el curso de su trabajo y de sus técnicas como tal traductor.

Decía Enrique Díaz Canedo que «Nos esforzamos a menudo, tras la lectura de una poesía, en considerarla como un retrato del poeta», y añadía con verdad: «Nunca lo conseguimos tan espontáneamente como después de leer a Shelley. Cada verso nos da un matiz de aquella alma tan rica; ninguno acaba de dárnosla por entero.» Y acaso fue en el Adonais donde el hombre se reveló con más nitidez bajo la fluida emoción del verso. Aquí Shelley es una fuerza de la Naturaleza, una gracia viva derramada en la poesía, espíritu cuyo tránsito deja una estela de pureza esencial, ajeno a la pesada servidumbre y gravamen de la realidad, poeta en todo y fatalmente poeta. En estos versos hállase justamente el batir de la sangre, una palpitación de la gran personalidad shelleyana.

La versión recién publicada es excelente. Gaos tiene oído y voz de poeta, aunque sus bien medidos versos sacrifican a veces el matiz de la composición original. Ya en la primera estrofa, las catorce sílabas que necesitó Muñoz para decir:


no deshagan la escarcha que cubre su cabeza



redúcense a un buen endecasílabo:


no deshagan la escarcha que le cubre



pero variando un punto el verso de Shelley, donde figura la palabra cabeza (head), con un giro que no recoge exactamente ninguno de los traductores del poema:


Thaw not the frost which binds so dear a head!



El verso anterior:


Llorad por Adonais, aunque las lágrimas



no tiene once sílabas, sino doce. Incorrecto es también en la estrofa segunda


permanecía en escuchar los ecos



donde el gerundio escuchando se sustituye por ese malsonante en escuchar.

Los nueve versos de que se compone cada estrofa del original crecen en la traducción de Gaos hasta doce, trece, catorce, quince y aun dieciséis, como ocurre, por ejemplo, en la LII. La necesidad de superar el número de versos, al poner en castellano el verso inglés, viene impuesta por el genio de ambos idiomas y no puede ser controvertida. Pero dieciséis versos a trueque de nueve, son demasiados. Si


La luz del cielo brilla eternamente



es buena traslación de


Heaven's light forever shines



poco después hállanse algunos añadimientos que prolongan la estrofa más de la cuenta: «el deslumbrante y azul cielo», en Shelley es «azul cielo» a secas. Al verso


Flowers, ruins, statues, music, words, are weak



lo alarga anteponiendo artículos a los sustantivos: «Las» flores, «las» ruinas, «las» estatuas, «la» música, y a are weak lo redondea con un todo y un bien que no aparecen en el original.

En la estrofa XXXV, el sexto verso debiera ir unido, como en el original, al interrogante de los tres anteriores, y en la XL vuelve a incluir artículos innecesarios que restan fuerza a los versos:


Envy and calumny and hate and pain







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