Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
 

31

Toda esta falta de información crea curiosidad e interés en torno al personaje, a la vez que lo erige como eje auténtico de la novela.

 

32

Con la aparición de los nombres-pronombres personales yo/tú y su correspondiente forma verbal en 1.ª y 2.ª persona, deícticos próximos al hablante -éste, aquí, hoy-, palabras con una clara función emotivo-expresiva -¡oh!-, además de verbos y adverbios que indican incertidumbre en el hablante.

 

33

Hay que destacar la aparición de algunos vocablos: «telena», «mezquindosa» (Jiménez Lozano, 1993: 49, 50), en la voz del narrador, que no están recogidos en el Diccionario de la RAE. En la obra también hay vocablos onomatopéyicos: «tic», «chas» (Jiménez Lozano, 1993: 94, 37).

 

34

Es significativa la aparición de diminutivos a lo largo de la novela, más abundantes en pasajes descriptivos. La mayoría de ellos se refieren a elementos que conforman el espacio (Jiménez Lozano, 1993: 48, 55, 90, 91, etc.), o bien se aplican a personajes (Jiménez Lozano, 1993: 92-3, 97) o a animales (Jiménez Lozano, 1993: 98-9). La técnica   —109→   del diminutivo no es exclusiva de esta novela, el autor la ha empleado con anterioridad (Jiménez Lozano, 1985: 14, 15, 19, etc.; 1988: 22, 58, 85, etc.).

 

35

Enclave que el autor en ningún momento indica. No obstante nos hemos atrevido a identificar algunos de los lugares que aparecen: el hotel (Jiménez Lozano, 1993: 98), sin nombre, es el hotel Roma, hoy desaparecido, sito en la calle Alemania, n.º 3; «Villa Esther» (Jiménez Lozano, 1993: 116-17) quizá sea la casa situada en la Bajada a San Nicolás, cerca del hospital -hoy residencia de ancianos-, cerca también del mercado de la fruta -Plaza de Pedro Dávila- y del Seminario -Colegio de San Millán en la actualidad-.

 

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Con el empleo de la 3.ª persona él/ella acompañada de verbos pretéritos, además de deícticos que no indican gran proximidad con respecto a la persona que habla -ése, el día después, etc-; aquí no hay elementos que muestren emotividad por parte del sujeto emisor.

 

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Nótese lo recogido en nota 33, en torno a la figura de mamá y de Tesa, y en nota 37.

 

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En ocasiones, lo entrecomillado reproduce algo escrito, por ejemplo: aludiendo a los panteones, al fragmento de una carta o a una leyenda en latín (Jiménez Lozano, 1993: 30, 97, 87); siempre sin verbum dicendi. Hay que aclarar que en ninguno de estos tres casos el narrador lee el texto escrito, simplemente lo recuerda; ello indica que su pasado ha quedado grabado en él.

Hay un sintagma, «la vieja», que aparece entrecomillado y tiene un valor distinto a todos los demás a los que nos hemos referido. Esta palabra, en el pensamiento del vizconde -yerno de mamá- y en boca de los invitados (Jiménez Lozano, 1993: 9, 8), tiene un fuerte matiz despectivo y, obviamente, es la que emplean para referirse a mamá, con lo que muestra ser poco afectos a su persona.

 

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Aunque se da dentro de un diálogo, mamá se hace la pregunta y se da la respuesta; es ella, no el narrador, quien focaliza su pasado, y deja fluir su conciencia.

 

40

Hay fragmentos en los que no es fácil distinguir los distintos tipos de voces -citada, referida, narrada-; así, el parlamento de uno de los personajes, Luzdivina (Jiménez Lozano, 1993: 45-6), pasa por EI, ED para desembocar en un monólogo, sin olvidar esconder el «yo» tras un monólogo autorreflexivo, por lo que nos encontramos en una situación de heterodiscursividad (Beltrán 1992: 69, 92-3).