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ArribaAbajoEl signo en el nacimiento de la gramática general: de Platón al Brocense80

Manuel Breva-Claramonte



Universidad de Deusto


Introducción

Tratados de teoría gramatical, con raras excepciones, se ocupan de la naturaleza del signo y de su dimensión semasiológica. Pero en la creencia que aspectos fundamentales de la lingüística sólo son susceptibles de entenderse históricamente dentro del ámbito más amplio de la semiótica, me he propuesto emprender la tarea de indagar temas semasiológicos que han desempeñado un papel importante en el desarrollo de la gramática universal o general. Esta cuestión es pertinente para el estudio de algunos aspectos de la semiótica y de la lingüística en España, dado que Francisco Sánchez de las Brozas (1523-1601), catedrático de Humanidades en la Universidad de Salamanca, contribuyó de manera significativa a establecer los parámetros de la gramática universal o general, con las ideas sobre los signos heredadas de la tradición gramatical.

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Otros aspectos semasiológicos dentro de la tradición española, como el del signo desde una perspectiva filosófica más amplia, el de los signos escritos o gestuales de los sordos y el de la comunicación con las manos de los monasterios medievales, se hubieran podido tratar aquí, pero caerían fuera de los límites de este trabajo. Por ello, me he limitado a la historia de la gramática filosófica, es decir, al estudio de los signos mentales reflejo de la realidad, que nos ayudan a comprender la naturaleza de los signos del lenguaje humano y de sus rasgos universales o generales. Para tratar este tema, he dividido mi trabajo en tres partes:

1. La tradición greco-romana.

2. La gramática medieval y los precursores del Brocense.

3. Francisco Sánchez el Brocense.




1. La tradición greco-romana

En la Antigüedad clásica, la polémica en torno al origen natural o convencional del lenguaje estaba íntimamente ligada a la investigación sobre los signos. En el Cratilo, Platón (427-347 a. de J. C.) aborda esta cuestión y se centra en el posible origen natural o convencional de las palabras, afirmando que los nombres corresponden naturalmente a las cosas. Platón pone en boca de Sócrates que «el nombre [es] una representación del objeto hecha por medio de sílabas y letras» (Míguez et al. 1966: 431d). En cuanto al tipo de imitación que encierra el nombre, había diversas opiniones expresadas en el Cratilo81, aunque Platón da por descontada la hipótesis de que los nombres tienen origen onomatopéyico (Míguez et al., 1966: 423b-423c). De estas afirmaciones, se deduce que las palabras significan   —459→   las cosas de la naturaleza y que existe una semejanza natural entre las palabras y las cosas que representan.

En el Sofista, Platón examina las mismas cuestiones con relación a las oraciones o expresiones de un pensamiento completo:

Extranjero.- Para representar las cosas de la naturaleza por medio de sonidos, existen dos tipos de expresiones.

Extranjero.- A lo que expresa las acciones lo llamamos verbo.

Extranjero.- Pero, al signo vocal, impuesto a los que realizan estas acciones, se le denomina nombre.

Extranjero.- Ahora bien, los nombres enunciados solos uno a continuación de otro no constituyen nunca una oración, como tampoco una serie de verbos enunciados sin la compañía de ningún nombre.

Extranjero.- Cuando alguien dice: homo discit, ¿no dirás, acaso, que se trata de la oración más elemental y pequeña que existe?


[cf. Míguez et al. 1966: 261e-262d.]                


Aquí Platón explica en qué sentido los nombres y los verbos simbolizan nuestros pensamientos y representan el mundo real. Los nombres en función de sujeto son signos vocales impuestos a los que realizan acciones, y los verbos son expresiones que denotan acción. La palabras de Platón nos proporcionan una definición lógica de la oración como expresión de un pensamiento completo; es decir, como signo de la naturaleza, la oración lógica está constituida por un nombre y un verbo.

La polémica en torno al origen del lenguaje continuó durante mucho tiempo. Aristóteles (384-322 a. de J. C.) rechaza el carácter natural de las palabras y aboga por el origen convencional de éstas. Investiga la relación entre los signos escritos, hablados y mentales en De la interpretación, cap. 1 (véase Samaranch, 1964), donde afirma:

Las palabras habladas son símbolos o signos de las afecciones o impresiones del alma; las palabras escritas son signos de las habladas. Al igual que la escritura, tampoco el lenguaje [los sonidos del discurso] es el mismo para todas las razas de hombres. Pero las afecciones mentales en sí mismas, de las que esas palabras son primariamente signos, son las mismas para toda la humanidad, como lo son también los objetos, de los que esas afirmaciones son representaciones, semejanzas o copias82.


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El convencionalismo de Aristóteles se apoya en que las palabras de las distintas lenguas no comparten los mismos signos fónicos, ni los mismos signos escritos. Pero dicha postura queda matizada al señalar que los conceptos o afecciones mentales y las cosas de la naturaleza que esas afecciones mentales representan son iguales para toda la humanidad. Así pues, aquí se adivina cierta relación universal entre el lenguaje (plano semántico) y la realidad.

Con relación a la oración o unidad mínina capaz de expresar un pensamiento completo, Aristóteles en De la interpretación, cap. 4 (Samaranch, 1964), sostiene que toda oración adquiere significado por convención, y en la Poética, cap. 20 (Samaranch, 1964), indica que la oración no siempre consta de nombre y verbo, puede formarse sin verbo. Al contrario de Platón, Aristóteles acepta la posibilidad de que los nombres por sí solos representen realidades o pensamientos completos que tienen su contrapartida en la naturaleza (cf. Robins, 1951: 20). Aquí Aristóteles estudia el lenguaje no desde una perspectiva lógica, sino desde el punto de vista de lo observable. Su opinión sobre los verbos no es tan clara, puesto que define el verbo como «un signo de algo que se dice o afirma de alguna otra cosa», implicando con ello que el verbo tiene que ir acompañado de un nombre (De la interpretación, cap. 3 [Samaranch, 1964]). En este lugar, donde se refiere a la expresión de un juicio, las partes no tienen significado independiente para expresar una proposición afirmativa. Así pues, en estos casos toda oración está formada por un nombre y un verbo.

Algunos fragmentos en De la interpretación se acercan bastante al pensamiento de Platón, pero esto no ocurre en otros lugares de esta obra y en partes de la Poética. La opinión de Platón acerca de que las «sílabas y letras» del lenguaje son signos naturales de nuestras ideas como reflejo de la realidad y su concepción de «oración lógica» son la base del desarrollo posterior de la gramática universal o general. La postura de Aristóteles sobre afecciones mentales o conceptos en el sentido de que estos signos son iguales para todos los seres humanos y su opinión sobre la expresiones relativas a los juicios también ayudan a configurar este modelo lingüístico. Sin embargo, las afirmaciones de Aristóteles en el sentido de que los sonidos del lenguaje eran convencionales y diferentes en las distintas lenguas y su opinión sobre la unidad mínima del discurso sobre la base de lo observable hubieran podido ser impedimentos para la formulación posterior de un modelo lingüístico de carácter universal.

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Marco Fabio Quintiliano (hacia 35-95 d. de J. C.), Apolonio Díscolo (siglo II d. de J. C.) y Prisciano (hacia 500 d. de J. C.) también propusieron estructuras lógicas en sus análisis gramaticales. Quintiliano siguió y compendió las ideas de la tradición anterior ligada a los estudios de dialéctica y de retórica, que ya procedían, por lo menos, de los estoicos Zenón (333-261 a. de J. C.) y Crisipo (282-206 a. de J. C.), quienes trataron la oración lógica o natural en contraposición con la ilógica o figurada, según se desprende de los títulos de algunas de sus obras citadas por Diógenes Laercio (s. III a. de J. C.) en Vitae et placita clarorum philosophorum (Libro VII: 44, 59, 63-68 y 191-193 [Hicks 1931, vol. 2; cf. Sandys, 1903, vol. 1: 147-148]). También influyeron en la tradición posterior L. Elio Stilo (hacia 154-hacia 74 a. de J. C.), maestro de Varrón, Quinto Cosconio (s. I a. de J. C.) y el propio Marco Terencio Varrón (hacia 116-27 a. de J. C.). En su retórica o Institutio oratoria, una obra enciclopédica que recoge los conocimientos anteriores, Quintiliano reinterpreta la noción de «nivel lógico» de Platón y de Aristóteles, proponiendo la descripción del lenguaje con un nivel natural de significación y de estructuras sintácticas, es decir, lo que él llamaba la manera lógica (ratio) y sencilla de expresar las cosas. Igualmente, equipara el nivel natural del lenguaje con una etapa histórica anterior a partir de la cual se desarrollaría el lenguaje alterado o figurado (los tropos y las figuras). En las secciones sobre tropos y figuras (Libro I, cap. 5: 34-35, Libro VIII, cap. 6 y Libro IX, caps. 3-4 [véase Butler, 1961-1966]), Quintiliano proporciona abundantes ejemplos de adición o pleonasmo, omisión o elipsis y transposición o anástrofe, y afirma que, al hacer un cotejo del lenguaje antiguo con el nuestro, prácticamente todo lo que se habla hoy en día es ya figura (Libro IX, cap.3: 1). Según el retórico de Calahorra, esas figuras que al principio se consideraban vicios ahora tienen el respaldo de la autoridad de los mejores escritores, de la antigüedad, del uso y, muchas veces, de cierta lógica (ratio). Además, tales figuras presuponen un alejamiento del lenguaje sencillo y directo, debiéndose aceptar si ya tienen un precedente en la lengua.

Quintiliano define el nivel lógico como la expresión sencilla y natural, es decir, como la lengua antigua o primera de donde ha evolucionado el lenguaje figurado. Sin embargo, como maestro de retórica en Roma, su interés se centra sobre todo en el estudio del lenguaje figurado o nivel de uso, ya que las figuras añaden variedad y belleza al estilo (Libro IX, cap. 3: 2-3). Las ideas de Quintiliano permanecerán escondidas, como las aguas del Guadiana, durante toda la Edad Media   —462→   en el convento de Saint-Gall hasta que Juan Francisco Poggio Bracciolini (1380-1459) descubriera el manuscrito de su Institutio oratoria en los albores del Renacimiento y se incorporaran a la cultura Europea del Renacimiento.

Apolonio Díscolo escribió su peri\ sunta/cw≤ en Alejandría, probablemente durante el siglo II d. de J. C. En su obra, explica ciertos fenómenos sintácticos del griego mediante la formulación de niveles abstractos. Apolonio distingue entre la oración lógica y el uso (Householder, 1981). Algunas de las ideas de Apolonio reaparecen en Prisciano (hacia 500 d. de J. C.), un gramático latino, a quien, estando en Constantinopla, le pidieron que resumiera, en latín, una gramática griega. Las Institutiones granunaticae de Prisciano constan de dieciocho Libros, de los cuales el XVII y XVIII sobre sintaxis son los más extensos. Utilizando a Apolonio y a su propio maestro Teoctitus como fuentes, Prisciano (Libro XVIII: 55-56 [Keil, 1859, vol. 3]) mantiene que todo verbo impersonal lleva necesariamente sobrentendido un nominativo, que es afín al contenido del verbo. Así, en el impersonal de pasiva curritur, hay un supósito implícito: curritur se analiza como cursus curritur o cursum curritur. Resoluciones o derivaciones tales como pudet me tui, provenientes de la oración natural pudor me habet tui (Libro XVII: 57), también se encuentran en Prisciano. Observamos, pues, la presencia de la sintaxis lógica en Prisciano, aunque este gramático, por las razones que sean, no estudia las causas del lenguaje a partir de los conceptos simples o compuestos y, en último término, de la propia naturaleza. Sin embargo, las causas del lenguaje son fuente de importantes debates en las gramáticas teóricas de la época medieval, que estudiaremos a continuación.




2. La gramática medieval y los predecesores del Brocense

Los gramáticos universalistas de los siglos XII, XIII y XIV consideran el lenguaje como el fiel reflejo de nuestros pensamientos. Éstos intentan esclarecer y ahondar en los modelos platónico y aristotélico del lenguaje. Juan Aurifaber, en Determinatio de modis significandi (ms.: Erfurt, Wiss. Bibl., 4.º 267.f.136r-137v [A] [Pinborg, 1967: 226]), parafrasea a Aristóteles (De la interpretación, cap. 1) de la siguiente manera:

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...duplex est signum, scilicet quod per naturam est signum, et quod per nostram voluntatem est signum, scilicet quia nos ipsum accipimus pro alio. Primum signum est idem apud omnes, et hoc est conceptus primario rei sive similitudo in anima, que apud Aristotelem vocatur passio. Sed secundum signum est vox, que de se est libera et per usum nostrum pro alio... Ista distinctio patet principio peryermenias.


Puesto que las voces o significantes de las palabras son signos que varían en las distintas lenguas, muchos gramáticos de la época escolástica pensaban que el componente fónico no debía formar parte del estudio del lenguaje, y, por ello, dicho componente se estudió muy poco en la época medieval. La ciencia del lenguaje se ocupaba exclusivamente de lo que era general y necesario83. Ésta trata de la dictio y de las frases y oraciones, o sea, del significado y de la representación de dicho significado en las propias palabras (consignificación). La gramática se centra en el estudio de los modi significandi, seres de razón o conceptos de los cuales proceden las partes de la oración con sus propiedades y accidentes84. La gramática también examina los conceptos compuestos y la manera como éstos se plasman formalmente en frases y oraciones.

La teoría de los modi significandi, tan importante para la modelación de una gramática universal o general, tiene antecedentes platónicos y aristotélicos, aunque los modistas normalmente sólo citan De la interpretación de Aristóteles, dado que el pensamiento de Aristóteles llega a predominar con el auge del tomismo en el siglo XIII. Es una teoría dinámica, en la que el lenguaje es el resultado de un proceso (naturaleza conceptos simples y compuestos dictiones, frases y oraciones), fundamentada en el modelo clásico del debate sobre el origen del lenguaje. Una lectura rápida de Thurot (1868) y de Pinborg (1967) nos muestra que los gramáticos de la época escolástica recurren frecuentemente a vocablos asociados con el estudio del origen del lenguaje, tales como impono, impositio, invenio, inventio.

El fragmento de Aristóteles en De la interpretación, cap. 1 (Aristóteles, Sección 1) se reinterpretó en el sentido platónico. De hecho, si la representación   —464→   del significado en las palabras (consignificatio) hubiera sido completamente arbitraria, no resultaría posible la ciencia lingüística. La idea de que las figurationes (o marcas morfológicas dentro de las palabras) habían sido creadas por convención (ad placitum) habría impedido la identificación de los modi significandi en las formas de las palabras.

Bursill-Hall (1972: 42) menciona acertadamente que la idea del lenguaje como espejo de la realidad es fundamental para la teoría gramatical de Tomás de Erford (hacia 1300). Por otro lado, un comentarista anónimo parece reconciliar la convención de Aristóteles con el modelo platónico, cuando afirma que los modi significandi (las partes de la oración con sus propiedades y accidentes, o sea, los modos de significar expresados formalmente en el lenguaje) no son el resultado de la convención humana, sino que proceden de una causa necesaria:

...Scilicet quod modi significandi non causantur ab intellectu, quia omne causatuni ab intellectu significat ad placitum. Sed modi significandi non significant ad placitum, cum de eis non sit scientia, sed habent causam necessariam, et quia habent causam necessariam, non habent se ad placitum.


(Ms: Erfurt, Wiss. Bibl., 8.º 73, f. 88r-91r (L) [Pinborg, 1967: 277.]                


Los gramáticos de la época medieval habían censurado a Prisciano por no haber estudiado las causas del lenguaje. Guillermo de Conches (hacia 1080-1154) se lamentaba de que no hubiera tratado las causas de las distintas partes de la oración y de sus accidentes (Wallerand, 1913: 37 y 39; Robins 1951: 78 y 1968: 75-76), es decir, las causas de las palabras (incluyendo el origen o las causas del género, el número, el caso, etc.) y las causas de las oraciones. La opinión de Guillermo de Conches presupone que la relación semiótica entre las figurationes o «significantes» morfológicos de las palabras, su significado y la naturaleza no es completamente arbitraria:

Dico quod vox significativa significat ad placitum et etiam quo ad impositionem absolutam consignificat ad placitum. Sed in ordinatione ad proprietatem rei comprehensam in re non significat ad placitum. Unde si intellectus deberet consignificare proprietatem rei comprehensam in re, si tunc intellectus vellet significare veram proprietatem, necessario consignificaret illam et non aliam.


(L 58 [Pinborg, 1967: 191])                


Así, el significante morfológico (que recoge las propiedades de las palabras o sus valores gramaticales) no significa conforme a la   —465→   voluntad humana (ad placitum); sólo el significante absoluto (que corresponde al valor semántico de la raíz) tiene un origen convencional. La profundización en las ideas de Platón y de Aristóteles llevaron a una reelaboración de la hipótesis sobre el origen del lenguaje, hipótesis que finalmente dio como resultado la teoría medieval de los modi significandi.

También nos recuerda a Platón las distinción que hacen los modistas entre lo concreto y permanente de la realidad (simbolizado por nombres y pronombres) y el devenir de las cosas (representado por verbos y participios). En la sintaxis de los gramáticos de la época escolástica encontramos el debate clásico sobre los componentes que se necesitan para que una frase u oración exprese un pensamiento completo o perfecto. El pensamiento «perfecto» constituye el cuarto principio o causa final de la sintaxis de los modistas. Con relación a la sintaxis o diasynthetica de los modistas, existe un fragmento que sugiere la universalidad de la sintaxis: «Constructibilia et principia materialia constructionis et eorum principia essentialia eadem sunt apud omnes. Eadem enim substantia est huius elementi apud Grecos et apud Latinos et omnes» (V. Sorb 900; cf. Thurot, 1869: 25 y Pinborg, 1967: 27-30), por razones semejantes a las utilizadas en defensa del carácter universal de las partes de la oración, es decir, porque los conceptos compuestos son los mismos en todas las lenguas.

En el proceso que explica la producción de las oraciones en el uso a partir de los conceptos compuestos, por lo general, los modistas no se sirven ni de la elipsis, ni de la transposición, ni de la sustitución, ni de la adición. Estas figuras sacadas de la retórica se reincorporan, con renovado vigor, a la teoría gramatical con el descubrimiento del manuscrito de la Institutio oratoria de Quintiliano y ocuparán un puesto importante en la teoría del Brocense. Tomás de Erford emplea el mecanismo de la adición para explicar la congruitas o los fenómenos de la concordancia o de la propiedad entre las palabras. Así explica que el adjetivo no recibe el género y el número de sus propiedades inherentes, sino del sustantivo al cual va unido. Esta idea, que ya aparece en Apolonio (cf. Egger, 1854: 246), también se repite en el Brocense (cf. Bursill-Hall, 1972: 103-104 y Pinborg, 1969:238).

La elipsis es uno de los mecanismos importantes para explicar estructuras lógicas de carácter universal. En la Edad Media, probablemente los mejores ejemplos de oraciones lógicas basadas en la elipsis aparecen en algunos fragmentos de la Glossa Admirantes (siglo XIII), donde el glosador (véase R 73 personas genera [Thurot, 1868: 260]),   —466→   comentando las Institutiones grammaticae de Prisciano, escribe «ego et Petrus legimus, quam si diceretur ego lego et Petrus legit». En otras palabras, ego lego et Petrus legit es la estructura lógica que, a través de una serie de operaciones como la sustitución y la elipsis, se ha transformado en ego et Petrus legimus. En la misma Glossa, se considera ecce magister como el equivalente de ecce magister venit, y ecce magistrum como procedente de ecce video magistrum. Aquí el nombre va regido «non ab adverbio per se, sed ad verbo subintellecto ex vi demonstrationis vel executionis» (véase R 77 ecce tibi [Thurot 1868: 270]). El comentarista intenta, pues, reconstruir la oración lógica, que incluye un nombre y un verbo. El análisis sintáctico de la Glossa Admirantes sigue a Prisciano en su intento de reconstruir estructuras lógicas.

Los gramáticos de la época escolástica, en general, no comparaban lenguas entre sí para extraer reglas comunes a todas ellas. Creían que la gramática era la misma en todas las lenguas en que fue inventada, «grammatica sit eadem in omnibus y diomatibus in quibus inventa est, scilicet in ebraico, greco, latino et chaldalco» (Pinborg, 1967: 165). Los modistas se circunscribían al latín. También atribuyen a la gramática el carácter de ciencia racional del discurso, Grammatica sit scientia sermotinalis [sic] rationalis (cf. Robins, 1951: 77 y Pinborg, 1967). En la tradición de la Europa occidental, el estudio comparativo de las lenguas se originó más tarde que en otras tradiciones lingüísticas, debido, en parte, al peso de la tradición clásica. A partir del Renacimiento esta situación cambia, dado que, por un lado, las grandes transformaciones económicas y sociales de la época incrementaron el prestigio de las lenguas nacionales y, por consiguiente, su estudio, y, por otro lado, los descubrimientos geográficos abrieron el camino al conocimiento de las lenguas del mundo.

Ya en el Renacimiento hubo una reorientación hacia los autores clásicos. El gramático inglés Tomás Linacre o Linacro (1460-1524) compuso su De emendata stroctura Latini sermonis en 1524. El enfoque de Linacre sobre la elipsis, orientado al estudio práctico de los testimonios de los autores clásicos, influyó en el Brocense y le proporcionó numerosos ejemplos en los que aplicar sus ideas lingüísticas. Las repercusiones de la obra de Quintiliano en Linacre son evidentes, pues este último se refiere a Quintiliano en numerosas ocasiones, sobre todo en la sección dedicada a la elipsis y a la aposiopesis. Linacre divide la sintaxis en dos clases: la justa, en la que no falta nada, ni hay nada redundante, ni fuera de lugar, ni alterado; y la figurata, en la que falta   —467→   algo, hay redundancias, cosas fuera de lugar o cambiadas. Afirma que la sintaxis figurada se halla en los mejores autores de la lengua latina y utiliza sus testimonios para explicar el lenguaje figurado (1557, Libro 3: 56). Para el gramático inglés, la noción de elipsis no es tan poderosa como para el Brocense, puesto que en su formulación consciente sólo cubre casos en los que los elementos elididos se encuentran documentados, es decir, que no están elididos en los testimonios de los autores clásicos.

Una obra que tuvo una influencia considerable en el Brocense fue De causis linguae Latinae (1540) del erudito italiano Julio César Escalígero (1484-1558), que pertenecía a una generación posterior a Linacre. Escalígero, cuyas ideas tienen un fuerte arraigo en la tradición clásica y medieval, intenta explicar la causación del lenguaje a partir de la naturaleza. Busca lo que las palabras, o sea, sus marcas formales representan con relación a su significado y a la naturaleza. Así, admite seis accidentes en el nombre y explica el proceso de causación de éstos a partir de la realidad (1584, Libro IV, cap. 76: 164-169). Estudia las causas de los nombres, de los verbos y, en menor grado, de las construcciones o sintaxis. En su modelo, encaja perfectamente las distinción que efectúa entre caso y declinación; el primero lo utiliza para referirse al fenómeno natural, mientras que la declinación es la marca o signo de dicho fenómeno representado en el lenguaje. El caso es un signo o metatérmino que fue inventado para explicar cómo percibimos las cosas de la naturaleza, mientras que la declinación se refiere a la marca gramatical. La causa del caso está en la realidad natural y la causa de la declinación está en el caso (cf. 1584, Libro III, Cap. 70: 161 y Libro IV, cap. 80: 180-186). En Escalígero, la mayoría de las veces, causa equivale a origen, es decir, el proceso de derivación del discurso a partir del pensamiento y del pensamiento a partir de la naturaleza en el sentido medieval, o el «origen» de algo como resultado del devenir de la historia. Siguiendo a Aristóteles, Escalígero afirma que el lenguaje es convencional, pero muestra el influjo de Platón cuando expone el paralelismo entre el lenguaje y la naturaleza para dar cuenta de las causas de los distintos rasgos o marcas que aparecen en las «letras» o voces de las palabras.

Desde la perspectiva más amplia de la semiótica, no resulta difícil comprender los fundamentos filosóficos que condujeron a la formulación de un modelo de gramática universal o general basado en el estudio casi exclusivo de una sola lengua como el latín. Platón relacionó el lenguaje y la naturaleza mediante signos. El planteamiento   —468→   de Aristóteles podía traer como consecuencia el desarrollo de una gramática general a partir de una única lengua, si el énfasis principal residía en la preponderancia del estudio del significado sobre otros componentes del lenguaje, tal como ocurrió en la tradición gramatical. La consecuencia de estas ideas para los modistas es que los modi significandi son universales y susceptibles de estudiarse como tales al nivel de la dictio en cada lengua de modo independiente y sin tener que recurrir a comparaciones, aun cuando su manifestación lingüística en la vox sea un fenómeno específico y distinto en cada lengua. Los gramáticos medievales examinaron las causas del lenguaje, que implicaba, entre otras cosas, ver cómo el significado se expresaba formalmente en la dictio. Escalígero, continuador de la corriente medieval, también estudió el lenguaje siguiendo el mismo esquema filosófico.




3. Francisco Sánchez el Brocense (1523-1600)

El modelo filósofico descrito anteriormente influyó en el Brocense, quien tuvo la virtud de ahondar en las ideas formuladas por sus predecesores y de explicar los principios lógicos mediante la utilización de un abundante corpus lingüístico. Propuso un modelo más detallado y completo dentro del ámbito de la gramática universal o general85. Es probable que el Brocense no tuviera conocimiento directo de los modistas, dado que la gramática modista fue sobre todo un fenómeno radicado en el norte de Europa, sobre todo en París, a no ser que algún estudiante hubiera traído algún manuscrito a Salamanca. Ahora bien, era conocedor de De causis linguae Latinae de Escalígero, que se fundamentaba en el esquema teórico de la gramática medieval. El título de la gramática del Brocense, Minerva seu de causis linguae Latinae, está tomado del erudito italiano, aunque el catedrático salmantino añadió deliberadamente la palabra Minerva para recalcar el hecho de que el lenguaje fue inventado por la razón humana, una facultad que emanaba del entendimiento divino (es decir, Minerva en la mitología romana) para beneficio de la humanidad.

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El Brocense pensaba que la lengua primordial era natural y, a tal efecto, escribe (1587: Libro I, cap. 1) que defendería de buena gana, junto con Platón, que los nombres y los verbos significan la naturaleza de las cosas, si Platón afirmara esto, sólo, de la primera de todas las lenguas. Esta premisa le lleva a realizar un esfuerzo por recuperar la lengua lógica, o sea, los principios generales o universales, que subyacen al nivel del uso. La lengua primera o lógica incluye tanto componentes lógicos como históricos, que forman un nivel histórico-lógico. Este nivel histórico-lógico, que está muy presente en sus análisis lingüísticos, también se puede inferir de la sección donde rechaza la postura de los gramáticos, que le critican el excesivo poder que otorga a la elipsis. Aquéllos mantienen que no hay que sobrentender nada, pues, si se completara *ego amo Deus, esta frase podría considerarse gramaticalmente aceptable, al poderse argüir que las palabras quae praecepit estaban implícitas en ese ejemplo, de tal manera que *ego amo Deus se derivaría correctamente de ego amo quae Deus praecepit. A estos gramáticos les responde que sólo se completan con la razón aquellos elementos que añadían los antiguos o aquellos que nos permiten explicar los fundamentos lógicos de la gramática (grammaticae ratio [1587: Libro IV, 164v])86.

El Brocense (1587: Libro I, cap. 1 y Libro III, cap. 1) indaga la relación existente entre el lenguaje y la realidad, reconstruyendo las causas de la lengua latina, es decir la lengua antigua o lógica, porque era al principio cuando el lenguaje reflejaba la naturaleza. Los signos lingüísticos (palabras y oraciones) eran naturales por proceder de la razón humana. Como animal racional, el hombre no haría, ni diría, ni ingeniaría cosa alguna sin el auxilio de la razón y de la lógica. Frases como ésta debieron ser del agrado de los gramáticos de Port-Royal, como Antoine Arnauld y Claude Lancelot, quienes titularon su obra Grammaire générale et raisonnée. En el devenir de la historia, el lenguaje se hace figurado o convencional; sin embargo, con la ayuda del significado, las afecciones mentales, la ratio o lógica, la autoridad de los escritores antiguos -tal como aparece en el corpus lingüístico que nos han transmitido- y otros criterios, el Brocense cree en la posibilidad de recuperar los principios de la lengua antigua o lógica. La consecuencias   —470→   de esta recuperación o reconstrucción son la simplificación del análisis lingüístico, así como la reducción y el mayor poder generalizador de las reglas gramaticales. En este sentido, el Brocense, citando a San Pablo, escribe que una regla es lo que nos explica, de modo breve, un fenómeno con detalle, y continúa afirmando que es preciso desechar la costumbre de quienes proponen reglitas que expresan disconformidad o excepciones (1587: Libro I, cap. 2). Es decir, que aplica la misma metodología que en la ciencia moderna. Así pues, si una teoría se complica, como es el caso de la teoría de la relatividad, que pasa a necesitar varias fórmulas para explicar un fenómeno natural, surge una nueva explicación más adecuada con la física cuántica, que da cuenta del mismo fenómeno con una sola fórmula.

Una pregunta que se nos podría formular es qué entiende el Brocense por signos lingüísticos naturales. Parece indicar que las palabras eran signos de los conceptos básicos de la realidad (una palabra para cada cosa; así la homonimia y la sinonimia eran el resultado de la evolución histórica (cf. 1587: Libro IV: 233v). Las palabras incluían marcas formales que mostraban las propiedades de las cosas en el mundo real. Lo que los gramáticos medievales llamaban causas necesarias cuando manifestaban que los modi significandi no procedían de la convención humana, sino que tenían una causa necesaria. De modo semejante, el valor sintáctico de los casos revela cómo los objetos se relacionan entre sí en el mundo real. La sintaxis, igualmente, nos muestra cómo las cosas permanentes se manifiestan lingüísticamente como supposita y cómo la noción de devenir se realiza lingüísticamente como verbo. El estudio del lenguaje como signos de conceptos y los conceptos como signos de la realidad es importante en la gestación de la noción de gramática universal o general en la tradición europea. Este esquema semiótico sirve de sustento al modelo lingüístico del Brocense.

El marco teórico descrito anteriormente explica por qué el catedrático salmantino centró su atención en determinadas cuestiones gramaticales y no en otras. Así, analiza el genéro gramatical buscando estructuras primeras basadas en criterios que reflejan la propia realidad. Sólo admite el masculino y el femenino; el género neutro no es un género propiamente dicho, sino la neutralización (negatio) de los otros dos. En consecuencia, elimina de su nivel lógico o natural el género común y el ambiguo, e interpreta el género epiceno como un fenómeno irregular que se observa en el uso o en el lenguaje figurado. Nombres epicenos, dice, son aquellos que por su configuración (facies) son de un solo género, pero que a veces figuran en el habla con   —471→   otro distinto. Explica este rasgo anómalo, señalando que, si, por ejemplo, sacerdos, que lleva la marca del masculino -os, también aparece como femenino, se debe a que la forma lógica era sacerdos foemina. Los antiguos no tenían nombres epicenos, continúa el Brocense, ya que normalmente añadían mas o foemina en nombre de la naturaleza. Utiliza el mismo criterio de lo natural para mostrar que los adjetivos no poseen género, pues el género del adjetivo proviene de una regla de adición. La marca de género se añade al adjetivo, una vez se conoce el género del nombre. Es decir que después de que sepamos el género de paries, se dirá necesariamente paries albus, ya que, en albus, -us es la desinencia del masculino (1587: Libro I, cap. 7 y Libro II, cap. l).

Dentro del mismo esquema semiótico y siguiendo el criterio de «lo natural», también analiza los casos sobre la base de criterios semánticos universales. Afirma (1587: Libro I, cap. 6) que, al ser la división de los casos natural, es necesario (el mismo término que utilizaba el glosador anónimo medieval y que se repite en el Brocense) que en todas las lenguas se encuentre el mismo número de casos. Al nivel lógico o semántico, según él, todas las lenguas tienen seis casos, a pesar de que formalmente puedan tener más o menos marcas de caso. Por eso, señala que el griego posee el sexto caso igual que el latín, aun cuando en su estructura el griego no tenga el signo formal de ablativo. La constatación gramatical se observa en el testimonio de Cicerón (Epistulae ad Atticum, Libro XVI), «Nunquam in majore œ pori\a?? fui» donde el ablativo latino majore acompaña al dativo griego œ pori\a??, lo que revela que la palabra griega es un ablativo en cuanto a su significación, a pesar de que la distinción formal de caso falte en la citada lengua.

Su análisis de las clases de palabras que rigen genitivo es otro ejemplo que muestra que las relaciones significativas son primordiales para reconstruir estructuras lógicas, estructuras que luego tienen consecuencias gramaticales importantes. En el Libro II, cap. 3, explica que los verbos significan el acto de poseer, pero nunca posesión. Al pasar por alto dicho matiz semántico, los gramáticos habían establecido varias species de verbos que regían genitivo. Ahora bien, según su distinción semántica, los verbos no rigen genitivo, pues éste siempre depende de un nombre. Por consiguiente, en magni emi está suprimido pretio, siendo la construcción lógica emi hoc magni aeris pretio. De modo semejante, en gubernare est regis, la estructura lógica es gubernare est officium regis (cf. Prisciano, Sección 1). Así, el Brocense propone estructuras lógicas que reducen las clases de verbos y que confirman las relaciones semánticas que existen entre las palabras.

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La lógica que utiliza va más allá de su modelo semiótico y explica hechos internos del lenguaje. Esto lo observamos en el análisis que realiza de algunas preposiciones anómalas. La preposición debería ir siempre antepuesta, ya que la naturaleza de dicha categoría gramatical es que se coloque delante del nombre. Ahora bien, una vez que a los hablantes latinos les pareció correcto decir mecum, nadie usó cum me. Desde una perspectiva lógica, la combinación mecum debe derivarse de cum me, mediante una regla de transposición o anástrofe. Así, la definición de preposición guarda su validez, y tanto cum como me se pueden seguir considerando preposición y pronombre, respectivamente. Aquí, el criterio lógico tiene primacía sobre el de antigüedad, pues no es posible encontrar testimonios del uso de cum me en los antiguos (1587, Libro III, cap. 12, 147 y Libro IV, 232)87. Con una regla sacada del campo de la retórica, busca simplificar la descripción de la preposición y mostrar la regularidad de un fenómeno lingüístico que a simple vista parece anómalo.

Otro ejemplo todavía más claro de la utilización de la lógica interna del lenguaje para explicar hechos lingüísticos complejos se advierte en su estudio de la construcción de relativo. Según el Brocense, el relativo se coloca entre dos casos del mismo nombre, como en vidi hominem qui homo disputabat (caso + relativo + caso). Tras esto, pasa a dar pruebas de que esta estructura lógica se encuentra atestiguada en Cicerón. Posteriormente presenta, mediante reglas, todas las derivaciones o modificaciones que se pueden obtener, en el uso, de la primera estructura:

1. Puede faltar el primer caso del nombre (antecedente).

2. A veces está implícito el segundo caso del nombre (consecuente).

3. Pueden estar suprimidos los dos casos del nombre. Por último, justifica dichas reglas con los testimonios de los autores clásicos.

Después de haber formulado la estructura lógica del relativo, vuelve a ella para solucionar otros problemas lingüísticos, extendiendo de ese modo la generalización de la regla. Así, la estructura lógica del relativo explica como algo regular la silepsis o falta de concordancia de quae en la frase de las Sagradas Escrituras, Lunam & stellas, quae tu fundasti. Los gramáticos anteriores analizaban la citada oración,   —473→   afirmando que el género neutro quae absorbía los femeninos lunam & stellas. El Brocense propone otra solución, afirmando que la estructura lógica del relativo en el ejemplo antedicho es negotia (C1) + quae (relativo) + negotia (C2); es decir... negotia quae negotia tu fundasti. Luego, mediante una regla de sustitución, negotia (C1) se convierte en la frase... Lunam & stellas, dando la derivación... Lunam & stellas, quae negotia tu fundasti. Finalmente, por la regla 2, citada anteriormente, negotia (C1), que explica la presencia de quae en el género neutro, se suprime. El referido negotia (C2) no se encuentra documentado en ningún testimonio de los autores, pero debe estar sobrentendido porque así lo exige la grammaticae ratio. También aduce otro ejemplo, donde negotia, de modo independiente a la construcción de relativo, se supone que está implícito, mostrando de ese modo como fenómeno regular otro quebranto de las reglas de concordancia en el lenguaje figurado o nivel del uso. Así, en Pater & mater sunt vilia prae lucro, un negotia que esta presente al nivel lógico explica por qué vilia aparece en género neutro (15 87: Libro II, cap. 9 y Libro IV, 191v-192r y 226r).




4. Conclusiones

En este trabajo se constata que la aparición de la gramática universal o general en Europa guardaba relación con el debate en torno al origen natural o convencional del lenguaje, que se situaba dentro del esquema: naturaleza - conceptos - palabras y oraciones. Los griegos ya nos proporcionaron afirmaciones lingüísticas de tipo universal debido, en parte, a su interés por los signos del lenguaje, los signos mentales, y la relación de dichos signos con el mundo real. Los gramáticos de la época romana, del Medievo y del Renacimiento profundizaron en el marco de la gramática universal, basándose en el mismo esquema. Aquí, las expresiones gramática universal; y general se refieren a los modelos teóricos que indagan cómo nuestras experiencias, que se creen ser comunes a toda la humanidad, se manifiestan en el lenguaje. Se entiende, pues, por qué en este modelo adquiere singular importancia, como en la gramática tradicional, el estudio del significado y de las relaciones significativas, por un lado, y de cómo este componente semántico se expresa formalmente en las propias palabras, por otro.

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El Brocense desarrolló el modelo más completo para su tiempo. Tuvo la ventaja de fundir el modelo medieval a través de Escalígero con el modelo que propugnaba la Institutio oratoria de Quintiliano. Quintiliano también menciona una gramática metódica y otra histórica (cf. Sánchez, 1587: Libro I, cap. 2), que igualmente pudieron haber inspirado el contenido histórico-lógico de lengua primera del Brocense (con estructuras morfológicas y sintácticas, que reflejaban la naturaleza). El modelo del Brocense servía para simplificar la descripción gramatical y reducir el número de reglas. Sin embargo, hay que criticarle que, a veces, sus análisis lingüísticos están demasiado encorsetados por el excesivo poder de sus presupuestos universales.

Hasta ese momento la gramática universal todavía no recurría a los estudios comparativos a gran escala para desvelar los rasgos comunes en las distintas lenguas. La tradición que hemos esbozado aquí y el Brocense en concreto tuvieron un gran peso en el desarrollo posterior de la gramática filosófica y en la escuela francesa de Port-Royal (Breva, 1980). Claude Lancelot (1616-1715), en el prefacio de la tercera edición de su Nouvelle méthode (1653), escribe que el Brocense trata la:

SYNTAXE, qu'il explique de la maniére du monde la plus claire en la reduisant à ses premiers principes & à des raisons toutes simples & naturelles, en faisant voir que se qui paroist construit sans aucune règle & par un usage entièrement arbitraire de la Langue, se rapelle aysément aux loix générales de la construction ordinaire.



Estas líneas revelan que Lancelot comprendió los aspectos fundamentales del modelo del Brocense. Si al estudio lógico del lenguaje, basado y fundamentado en el signo y en un marco semasiológico amplio, tal como lo hemos esbozado aquí, unimos las observaciones empíricas de carácter comparativo realizadas sobre las distintas lenguas del mundo en los siglos XVIII, XIX y XX, veremos claramente el camino seguido por la gramática universal para llegar a la modernidad. A esta modernidad contribuyeron los misioneros españoles y el propio Lorenzo Hervás y Panduro con sus estudios y análisis morfosintácticos de lenguas indígenas. La relación lógica-gramática la utilizaron en el siglo XIX Guillermo Humboldt, Franz Bopp y Rasmus Rask, aunque la rechazarían Heymann Steinthal y August Schleicher. Pero, en la actualidad, esta relación todavía perdura en los estudios de gramática, de universales lingüísticos y de tipología lingüística.



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