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ArribaAbajo José Enrique Martínez Fernández: La intertextualidad literaria

José Manuel Trabado Cabado


(Madrid: Cátedra, 2001, 215 págs.)

El libro de José Enrique Martínez se mete de lleno dentro de una de las características más apasionantes de la literatura: su capacidad de convertirse en laberinto infinito en el que unos pasillos conducen a otros en un viaje que acaso no busque ítacas finales sino periplos infinitos por los archipiélagos que la lectura traza. Que la literatura no deja de ser una red de textos en los que se habla de otros textos es ya una idea que viene de antiguo y que Séneca supo cifrar espléndidamente en la metáfora del escritor como una abeja que liba de distintas flores para forjar su quintaesenciada miel. La elección, pues, del tema constituye en sí ya un acierto.

Es necesario advertir la relevancia de la concepción que se plantea de la intertextualidad en la presente obra, desde una perspectiva restringida, en una época como la actual, en la que ciertos términos amenazan con una dispersión semántica que anula su operatividad. Constituye este intento de cercar el objeto de estudio un paso previo que facilitará y explicará lo llevado a cabo en la segunda parte del libro: su ejemplificación. Quizás esto sea, a mi modo de ver, una característica importante del libro del profesor José Enrique Martínez: aunar la explicación teórica del concepto con su refrendo en la   —322→   práctica. Se huye así de lo que ocurre con otros discursos teóricos que se fagocitan a sí mismos en alardes de retórica autorreferencial. La necesidad de que el discurso teórico surja de la reflexión sobre los propios textos literarios y vuelva sobre ellos para explicarlos mejor es algo que no siempre se cumple para escándalo de los que aman la literatura por encima de los discursos secundarios.

En la aplicación práctica del concepto de intertextualidad el método utilizado aclara convenientemente cómo siendo una estrategia textual afín a la poesía social y la poesía novísima implica una diferencia intencional de gran importancia. Mientras que el intertexto en la poesía social es mucho más fácilmente reconocible por el lector y se decanta por afianzar esa vertiente comunicativa, los novísimos se valen de una tradición mucho más culta en la que el poema se muestra como fragmento del discurso infinito tejido sobre las constantes citas que se ofrecen a modo de pasadizos hacia textos menos conocidos. Funciona más como algo intelectual que como la vivificación de discursos heredados que proponía la poesía social. Este doble enfoque en la ejemplificación sirve para ver cómo este estudio trasciende el punto de vista formal a la hora de detectar las citas y alusiones, ayudando así a entender la manera en que se produce esa invasión de los discursos ajenos. Por otra parte, en ese muestrario de ejemplos se hacen convenientes precisiones sobre los presupuestos tácitos que exige el intertexto para funcionar como tal: el reconocimiento de este por parte del lector (pp. 1 40 y ss). En este sentido todo intertexto presupone un lector colaborador capaz de iniciar segundas lecturas que imposibiliten una linealidad en el proceso de recepción. El texto deja de ser así ergon para convertirse en energeia.

Resulta también de interés, dentro del encuadre del término, la explicación de la afinidad de la intertextualidad con otros como son los de fuente o influencia, instrumentos ambos utilizados y revisados desde el campo de los estudios de literatura comparada, o el de huella o interferencia lo que da buena muestra de cómo los distintos movimientos teóricos no han podido permanecer ajenos al hecho de que un texto está conformado también por elementos ausentes que ayudan a la producción de un sentido. En buena parte el interés que el estudio de la intertextualidad plantea es que no sólo afecta al proceso de escritura bajo la forma de citas, alusiones, imitaciones -término este último que cuadra mejor a los estudios situados dentro de las lindes de la poética clasicista-, sino que también acaba relacionándose, como ya se ha dicho, con la actividad lectora y, como no podía ser menos, con la actividad hermenéutica. Es una práctica habitual la de interpretar un texto atendiendo al corpus global de la obra del autor creando así un mapa que arroja luz sobre determinados lugares. Esto aparece reflejado en el epígrafe que se dedica a la intratextualidad (pp. 151 y ss) donde se hace ver cómo la obra ofrece un contexto   —323→   valioso en el que los discursos poéticos acaban ofreciendo las claves para desentrañar su hermetismo.

También es de agradecer la contextualización histórica en la que surge el término y en qué medida es hijo también de las circunstancias y las ideas imperantes sobre cómo se entendía la literatura. Tras la crisis que afecta al optimismo estructuralista se hace necesario revisar la ontología del texto literario. Ya no sólo va a ser una serie de sintagmas convenientemente relacionados por oposiciones que crean una gramática suficiente para comprender el texto. Este es visto también como un mecanismo de alusiones y referencias que llevan a entenderlo bajo un empuje centrífugo como algo que está constituido por una multitud de voces tal y como había señalado el magisterio de Bajtín. Surgen así conceptos valiosos como la heteroglosia y la polifonía que redundan en una visión del texto como producto creado en el seno de una cultura y una ideología. La intertextualidad en cierta manera participa también de esa importancia que la ideología adquiere en el análisis de los textos, tras la descomposición de las maneras del frío bisturí estructuralista. También está la concepción más nihilista de la deconstrucción y su conciencia pan-intertextualista que acaba por convertir la escritura en laberinto sin final y sin acceso al sentido con el peligro que eso conlleva. En esta tesitura se sitúa el estudio planteado por José Enrique Martínez, cuyo discurso cobra conciencia del cambio que lleva a la sustitución del «texto» por «discurso» tal y como había advertido Barthes. Una vez constatada la ruptura de los limites férreos del texto, no se pasa por alto el hecho de que la literatura no sólo se nutre de sí misma, sino que también absorbe otros discursos. Esto es lo que ha denominado el profesor José Enrique Martínez como «intertextualidad exoliteraria» (pp. 168 y ss.).

También es de reseñar el intento de sistematización de las distintas formulaciones bajo las que se muestra la práctica intertextual: alteración del orden de elementos lingüísticos del texto citado, omisión de alguno de sus elementos, sustitución o ampliación de estos (pp. 105 y ss. y pp. 174 y ss.), así como la elaboración de una tipología de la intertextualidad que se acrisola en el esquema de la página 81 y que es una buena guía para navegar por el libro. Lógicamente no es un inventario cerrado, ni creo que es lo que se persiga en el presente libro, sino que constituye una ordenación válida para explicar la operatividad de este concepto tan manido en los últimos tiempos. Puede decirse en consecuencia que este libro está reclamando continuaciones que sigan el excelente camino propuesto por el profesor José Enrique Martínez.

Para terminar, me gustaría resaltar de esta monografía la concreción del concepto heredero en este sentido de las virtudes del espíritu de Gérard Genette en su propuesta restringida de intertextualidad. Hay que valorar también   —324→   de forma positiva la constante ejemplificación en un afán por sistematizar las fórmulas de reelaboración y reinterpretación del texto anterior que conlleva todo proceso intertextual y su aprovechamiento de las ideas fundamentales de los grandes maestros como pueden ser Lotman o Bajtín, que supieron encuadrar el discurso literario dentro de una ideología y cultura de la cual se nutren para crear, aunque esto no sea otra cosa que la pugna por glosar otras palabras desde nuestra atalaya presente. Sabido es que todo gran autor acaba por plagiarnos y que Borges se vanagloriaba no tanto de lo que había escrito sino de lo que había leído. He ahí una de las conclusiones fundamentales que se pueden extraer del problema de la intertextualidad: la frontera difusa entre las lecturas y la escritura.