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Aunque destinado a un Coloquio estructuralista, el carácter abierto de sus sesiones y la noticia de que los trabajos leídos en él estaban destinados también a la publicación, me ha aconsejado servirme, en la redacción del presente, de una terminología lo más difundida posible, siempre que no resultase falsa o peligrosamente equívoca, renunciando voluntariamente a los tecnicismos no estrictamente necesarios.

 

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Sistema, norma y habla, ahora en Teoría del lenguaje y Lingüística general, Madrid, 1962, pp. 80-85.

 

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Una de ellas, las «frases fijas», de Saussure, la deja Coseriu sin ejemplificar, de seguro que por ya suficientemente conocida.

La tercera es fuertemente discutible: la diferencia «querer un criado ≠ querer a un criado», más que hecho de norma, constituye un caso de sistema marginal, de gramaticalización reducida, a que más adelante me referiré. Viceversa, en la segunda faceta, señalar que el orden «l'etrus Paulum amat» era la construcción normal, en tanto que las restantes variaciones aducidas, «Paulum l'etrus amat», etc., o no eran normales o tendrían particulares valores estilísticos, es saltar por encima de su propio concepto de norma, que bien puede comportar amplitud para valores estilísticos particulares variados; parangonar estas construcciones con la evidentemente anormal en castellano «me se ha dado» no parece oportuno. «Me se ha dado», posibilidad del sistema, es rehuido sin más por la norma; «Paulum Petrus amat» no sólo es correcto, sino que puede corresponderse sistemáticamente con otros muchos giros parecidos, hasta el punto de resultar cuasi gramaticalizado (como lo tiene el francés equivalente «c'est Paul que Pierre aime».

 

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Lo lamento porque, aparte de haber dado este campo la pauta para el estudio de los restantes, por la prioridad cronológica de su elaboración, la mayor seguridad que esta misma prioridad confiere a los resultados obtenidos en él resulta muy valiosa a la hora de intentar corroborar hechos que uno propone reconocer en los demás campos.

 

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Hay de ello una comprobación sencilla: oír hablar un idioma completamente exótico puede producir hasta la impresión de algo extraño al lenguaje humano (series de ladridos, etc.); pero inmediatamente se sentiría el oyente capacitado para reproducir onomatopéyicamente la impresión recibida mediante series de sus propios fonemas.

 

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Lo que en otras palabras equivale a decir que, mientras lo aberrante fónico fácilmente puede serlo sólo como variante anormal de las realizaciones normales de los fonemas del sistema, en cambio, lo aberrante morfológico puede ser aberrante de la norma, si, como, el caso de *agredo: pero muchas veces lo será de la lengua, como lo sería un indefinido *querí, e incluso del sistema, como un superlativo con per en castellano («perbueno» sería sencillamente ininteligible como tal superlativo para todo hablante que no conociera latín o nomenclatura química).

 

7

No se me oculta que, para Mjelmslev, la forma de la frase es también objeto de la Morfología, morfema en suma; pero ya he indicado en la nota 1 mi propósito de adaptación a lo largo de este trabajo. Por lo demás, esta restricción no afecta a los demás ejemplos que pongo en orden a la rección y a la concordancia.

 

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Que entendería, naturalmente, el propósito formulado por Ovidio en un orden de palabras inteligible en latín, con sólo hacer castellana el orden de estos mismos términos que las traducen, a saber «(mi) intención (me) lleva (a) narrar formas cambiadas en cuerpos nuevos».

 

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Aquí incluso cabría el peligro de una mala inteligencia (= «más dulces si se ponen encima de la miel y del panal»), si no fuera porque el contexto («las justicias del Señor son rectas, alegran los corazones; y sus juicios, etc.») lo excluye.

 

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