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Esta mayor nitidez viene compensada en las lenguas que conozco por una mayor rareza; los sistemas morfológicos suelen comportar menor número de posibilidades y mucho más fijas que los sintácticos: es significativo a este respecto que, pese a la mayor facilidad de distinción en el campo morfológico. Coseriu, frente a tres facetas en el sintáctico, no presenta en aquél más que una sola -y, por cierto, muy discutible en la mayor parte de los no escasos ejemplos aducidos, dado que se refieren, más que a hechos de norma, a limitaciones del sistema central por otros, marginales.

 

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La productividad me parece característica fundamental de lo sistemático central, con preferencia a su generalidad. Cierto es que en las lenguas usuales suelen darse juntas: aunque especulativamente se podrían suponer sistemas productivos menos extensos que los marginales (que el número de indefinidos como estuve fuese mayor que los del tipo amé), esto no suele suceder. Como tampoco es corriente la escisión de un sistema central en dos o más, todos ellos igual o aproximadamente productivos. Cuando esto ocurre, todos ellos están muy amenazados de cambio (cf. la competencia audiam/audibo en latín tardío). Y hay razones para dicha coincidencia de productividad y generalidad: fundamentalmente, los sistemas se abstraen de las hablas que se oyen, y es natural que sea el tipo que más extensamente se oye el que logre fijar sus características como convenciones sistemáticas en quien, oyendo, aprende a hablar.

 

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Que suelen ser, o restos de sistemas anteriores (así, los indefinidos que aquí mencionaré lo son de los perfectos latinos con acento radical), o gramaticalización de anteriores diferencias en el habla o en la norma, como digo más abajo: futuro «van a ser» ≠ futuro y probabilitivo «serán» (cf. «ahora serán las doce», insubstituible por «ahora van a ser las doce», sin perder sus notas de probabilidad presente).

 

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Discrepo, por tanto, del tratamiento de Coseriu, o. c., pp. 75-76.

 

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Del mismo modo que los semimarginales esté, está, estás (cf. dé, da, das) salvan la peligrosa homonimia con los deícticos este, esta, estas.

 

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«¿Abuelo yo?» no puede ser entendida normalmente en castellano como «¿acaso yo derogo?», sino como «¿dicen que soy abuelo?» o «¿pretenden que yo haga (o me porte o me porto como un) abuelo?».

 

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Se exceptúan, como es sabido, los casos de equivalencia al irreal: querría, habría querido son normalmente substituibles sólo por quisiera, hubiera querido. En cuanto a las diferencias de habla, me perece percibir incluso una de carácter fonético, a saber, debida a una disimulación preventiva: opto muchas más veces quisiera que quisiese; en tanto que yo no diría, por descuido, comparara antes habitualmente que comparase.

 

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Éste fue, si no me equivoco, el matiz con que primeramente fue descubierta la «norma», a saber, al postular D. Alonso en su Curso de poesía española la existencia de una Estilística de la lengua, a la cual se sometía, en último término, la de cada autor. Curso que fue profesado con anterioridad a la reunión de 1951, aludida por Coseriu al comienzo de su o. c., como una primera formulación de la distinción tripartita lengua-norma-habla.

 

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La necesidad de acomodar la lectura del texto a un tiempo tasado me ha impuesto una exquisita avaricia de ejemplos en aquél; el haber querido compensar la premura mediante la presentación de una sinopsis gráfica, me ha aconsejado seleccionarlos en cada caso muy cortos; de aquí, en parte, el haberlos preferido latinos en la Sintaxis. Pero apenas necesito decir que los hay abundantes en cualquiera de las lenguas que conozco o que nos han sido descritas. Ciñéndome a los más interesantes para la justificación de la dificultad de distinción en lo sintáctico, que constituye la línea directriz de este trabajo, piénsese en la gran cantidad que el propio latín presenta de pequeños sistemas marginales, como consulere aliquemc. olicui (cf. cauere oliquemc. alicui, etcétera), Romamad Riomam, Romaa Roma, el que citaré entre ut temporal y consecutivo, etc.

 

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Muchas más que las en el morfológico, en las lenguas que conozco, por lo menos; por cada verbo defectivo latino, se contarían docenas o quizás centenas de verbos de régimen posible en el sistema, pero eliminado en la lengua o en la norma.

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