Acto II
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La escena representa un vagón-cama visto
longitudinalmente. Toda la parte inferior -ruedas y ejes- permanece
oculta. Sólo está iluminada la parte superior. En
ella se divisan tres departamentos distintos. El pasillo se supone
que cae del lado más próximo al espectador. Los
departamentos reproducen, con la mayor exactitud posible, los
corrientes en los vagones-camas de la Agencia Internacional. Al
comenzar la acción se oye, el ruido del convoy en marcha. En
el departamento de la extrema derecha -siempre se entiende derecha
e izquierda como las del espectador- viaja DON JESÚS. Los otros dos
departamentos están iluminados y vacíos. Sin embargo,
en la redecilla hay colocados diversos equipajes y una
maleta-armario grandísima en el de la extrema
izquierda.
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En el instante de levantarse el telón, DON JESÚS, que da
señales de notoria impaciencia, se decide a levantarse de su
asiento y a llamar al timbre. Al cabo de unos segundos aparece un
EMPLEADO del vagón.
El CAMARERO, de frente al
público, parece entregado a la contemplación del
paisaje.
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EMPLEADO.- ¿El señor desea agua
mineral?
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DON
JESÚS.- No, señor. Todos ustedes creen
que si se les llama es nada más que para pedirles agua
mineral. ¡No, señor!
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EMPLEADO.- El señor me dispensará.
¿Le interesa, tal vez, que le haga la cama?
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DON
JESÚS.- ¡Eso, más tarde!
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EMPLEADO.- Dígame entonces.
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DON
JESÚS.- Quiero decirle que con este ruido no se
puede viajar.
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EMPLEADO.- ¿Algo más desea el
señor?
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DON
JESÚS.- (Un tanto
sorprendido.) Pues no...
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EMPLEADO.- Con su permiso.
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(Hace mutis por el pasillo, hacia la izquierda, y, a los
pocos segundos, el ruido del convoy cesa por completo. DON JESÚS pone un gesto de
complacido asombro.)
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DON
JESÚS.- ¡Caramba! Esto ya es otra
cosa.
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EMPLEADO.- (Reaparece por la
lateral izquierda.) El señor está
servido.
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DON
JESÚS.- Muchas gracias.
(Inquieto.) No será que hemos
parado, ¿verdad?
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EMPLEADO.- De ninguna manera. Seguimos a la
misma velocidad que antes, pero procurando evitarles molestias.
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DON
JESÚS.- Así debe ser. Óigame,
¿a qué hora llegamos a Medina?
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EMPLEADO.- A las doce treinta y cinco.
¿He de despertarle?
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DON
JESÚS.- No, al contrario: tengo especial
interés en pasar dormido por Medina.
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EMPLEADO.- Muy bien.
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DON
JESÚS.- Así, pues, le agradecería
que no me despertase. ¿Y por León, a qué hora
pasamos?
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EMPLEADO.- Este tren no pasa por
León.
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DON
JESÚS.- ¿Ah, no?
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EMPLEADO.-
(Rotundo.) Desde luego que no.
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DON
JESÚS.- Bah, bah... No sé por qué
está usted tan seguro. Lo que no sucede en diez años
sucede en un día.
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EMPLEADO.- Sin embargo, señor...
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DON
JESÚS.- Bien, bien... Si por casualidad
pasamos...
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EMPLEADO.- Pero si ya le digo que no pasamos por
León...
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DON
JESÚS.- (Con cierto aire
conminatorio.) ¡Todo sería
cuestión de dinero!
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EMPLEADO.- No se ponga usted así,
señor. Ya le avisaría si pasáramos.
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DON
JESÚS.- De acuerdo.
(Mutis del EMPLEADO. Al CAMARERO.)
Bueno, ¿quiere usted seguir
contándome el paisaje?
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CAMARERO.- Con mucho gusto, don Jesús. Al
fondo se ve algo así como un pueblecito con unas casas muy
pequeñas.
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DON
JESÚS.- (Mientras lee su
periódico, sin conceder importancia alguna a
nada.) Muy bien.
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CAMARERO.- Cerca de la vía, pues..., como
siempre..., vacas...
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DON
JESÚS.- Perfecto.
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CAMARERO.- Ahora, unos borreguitos...
¿Quiere ver al pastor, don Jesús?
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DON
JESÚS.- (Mientras lee su
periódico.) ¿Tiene algo de particular
ese pastor?
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CAMARERO.- No; es como todos. Lleva una oveja en
los hombros.
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DON
JESÚS.- Será Manelik.
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CAMARERO.-
(Ingenuo.) Pues no sé...
Más vacas, don Jesús; ¡más vacas!
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DON
JESÚS.- Se conoce que ésta es una
región lechera.
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CAMARERO.- Lo que sucede es que ya se
está haciendo de noche, y que casi no se ve nada. Mire,
mire; ¡se han encendido unas luces!...
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DON
JESÚS.- Mírelas usted, que ésa es
su obligación.
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CAMARERO.- A sus órdenes.
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DON
JESÚS.- (Se lleva la mano a los
ojos.) Ay, caramba.
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CAMARERO.- ¿Qué le sucede?
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DON
JESÚS.- Que se ha metido una carbonilla en un
ojo.
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CAMARERO.- (Se le acerca y hace
ademán de soplarle.) ¿Va mejor?
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DON
JESÚS.- Sí, sí, muchas gracias...
¡Estas carbonillas que no respetan nada! Porque lo
lógico era que la hubiera cogido usted, que era quien miraba
el paisaje.
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CAMARERO.- Tiene más razón que un
santo.
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DON
JESÚS.- En fin: ya se fue. Bueno, pues usted
puede retirarse. Y hasta mañana. Y muy bien, me ha contado
usted el paisaje muy bien.
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CAMARERO.- Yo le agradecí mucho al
señor su encargo, porque me hacía falta ir a Madrid;
y fíjese por dónde...
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DON
JESÚS.- Magnífico, amigo mío,
magnífico.
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CAMARERO.- Vaya, a mandar.
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(Y hace mutis por la lateral derecha. En este momento el
ruido del convoy se reproduce con la misma estridencia del
principio. El EMPLEADO
hace la pasada en ese mismo instante.)
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DON
JESÚS.- ¿Otra vez?...
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EMPLEADO.- Disculpe usted, es que han debido
distraerse.
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(Hace mutis precipitadamente por la lateral izquierda. El
ruido cesa, el EMPLEADO
vuelve a surgir y, entonces, sin pararse ya, saluda a la altura de
DON JESÚS, que
sigue sentado en su departamento y que le retribuye con un gesto
agradecido su afortunada intervención. El EMPLEADO hace mutis por la lateral
derecha. Ahora, por la izquierda, penetra el SEÑOR TEJEMÁN. Es un
hombre venerable, de grandes barbas blancas, lentes, guantes y
bastón. Lleva en la mano la Guía de Ferrocarriles. Su
nietecito es un niño, o niña -según convenga-,
de corta edad. El SEÑOR
TEJEMÁN saca del bolsillo del chaleco un gran reloj,
lo acerca al oído para comprobar si marcha, lo mira con
atención y se lo guarda otra vez. En seguida se acerca a
DON JESÚS y le
interpela.)
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TEJEMÁN.- Usted perdone:
¿sería tan amable de decirme la hora exacta?
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DON
JESÚS.- Van a dar las nueve.
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TEJEMÁN.- Discúlpeme: me he
permitido rogarle que me dijera la hora exacta.
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DON
JESÚS.- Ah, perdón. Son las nueve menos
dos minutos.
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TEJEMÁN.- ¡Ajajá!
(Consulta su reloj.) Las nueve menos
dos minutos... (Como si se dispusiera a dar la salida
a los corredores de una prueba atlética.)
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DON
JESÚS.- ¿Decía usted?...
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TEJEMÁN.- Las nueve menos un minuto y...
(Consulta de nuevo su reloj.) Ya
está. Las nueve. (Se dirige a su nietecito y
le besa en la cabeza.) Felicidades, cielo.
(A continuación le sienta en la butaca. A
DON
JESÚS.) Discúlpeme.
(A su nieto.) Estate quietecito.
(Sale al pasillo, busca el timbre de alarma e intenta
hacerlo sonar, pero el timbre de alarma, al parecer, no funciona y
la palanca no desciende. Cuando, después de agotados sus
esfuerzos, comprende su fracaso, se decide a llamar a DON JESÚS.)
Caballero: si usted, generosamente,
fuera tan amable que...
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DON
JESÚS.- Dígame.
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TEJEMÁN.- No encuentro manera de hacer
funcionar este timbre de alarma... Si usted me ayudase...
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DON
JESÚS.- Con muchísimo gusto.
(Intenta, como TEJEMÁN, que funcione, pero
tampoco lo consigue.)
A ver si así....
(Cambia de postura.) Nada, tampoco. Se
conoce que está oxidado y no hay manera...
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TEJEMÁN.- Déjeme un segundo. Tal
vez con las dos manos... ¡Pues no! Es inútil.
(En este instante aparecen LILY, ALFONSO JUNQUERA y NADAL. Llegan por la lateral
izquierda. Al ver a DON
JESÚS y a TEJEMÁN tan atareados, quedan
como en suspenso.)
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NADAL.- (Intérprete de la
curiosidad de los tres.) ¿Qué
sucede?
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DON
JESÚS.- Este timbre de alarma, que no
funciona.
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NADAL.- (Muy
tranquilo.) Permítanme.
(Se dispone a lucirse y aún parece brindar su
éxito a LILY con la
mirada. Va al timbre de alarma, pero fracasa, como todos los
demás. LILY
está a su lado. ALFONSO
JUNQUERA, desde lejos, le observa con cierta
ironía.)
Qué curioso... Si es que
esto... no corre...
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ALFONSO.- Claro, claro.
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NADAL.- (Un poco
agresivo.) ¿Por qué claro?... Te he
dicho que no corre. A ver si tú..., el forzudo de la Escuela
de Ingenieros, puedes hacer algo... (Le
reta.)
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ALFONSO.- Naturalmente que sí.
(Acepta el desafío. Va hacia el timbre de alarma y
lo emboca de diversas maneras, pero sucumbe.)
Pues hombre... La cosa pica ya en
historia.
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NADAL.- ¿Qué? ¿Te das?
Comprende que no se puede presumir tanto...
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ALFONSO.- Si es que...
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DON
JESÚS.- Vamos a llamar al mozo. Él
puede, que lo resuelva todo. ¡Oiga, oiga!
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EMPLEADO.- (Por la lateral
derecha.) ¿Una botella de agua mineral?
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DON
JESÚS.- No, por Dios, no. Este timbre de
alarma, que no funciona. A ver si usted hace el favor de echarnos
una mano.
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EMPLEADO.- Con mil amores.
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(Se dirige al timbre de alarma, rodeado de la curiosidad de
todos. El timbre, rebelde al tratamiento anterior, cede ahora sin
dificultad. Ante el general asombro, la palanca corre hacia abajo.
Hay un rumor de sorpresa. «Ah; pues mira... Vaya quién
iba a decirnos. Coser y cantar...». El EMPLEADO se limpia las manos una con
otra y hace mutis por la derecha. DON JESÚS se mete en su
departamento. El SEÑOR
TEJEMÁN sigue en el pasillo. LILY ocupa el departamento del centro.
NADAL y JUNQUERA se van al de la izquierda.
Transcurren unos segundos brevísimos. Son los precisos para
que cada uno se acondicione en su asiento. DON JESÚS coge un
«ABC»
y lo ojea displicentemente. ALFONSO saca un pitillo y se dispone a
encenderlo, pero, de pronto, un solo resorte parece hacerles saltar
a todos. Acaban de darse cuenta de que han hecho sonar el timbre de
alarma, sin saber por qué. Llenos de zozobra se precipitan
al pasillo. Todos hablan a la vez.)
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ALFONSO.- ¡Pero si es el timbre de
alarma!
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NADAL.- Dios santo, ¿qué es lo que
pasa?
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DON
JESÚS.- ¿A qué viene eso?...
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LILY.- ¿Qué es lo que sucede?
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ALFONSO.- Que hemos hecho sonar el timbre de
alarma. Algo hay que...
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NADAL.- (A DON JESÚS.)
Usted lo sabe. ¿Por qué había que usar el
timbre de alarma?
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DON
JESÚS.- A mí no me carguen culpas. Este
señor (Se refiere a TEJEMÁN.) es el
causante.
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ALFONSO.- (A TEJEMÁN.) Vamos
a ver, señor mío. ¿Por qué ha hecho
usted que tocáramos el timbre de alarma?
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(El señor TEJEMÁN les mira pausadamente
tras sus quevedos. Al fin, llama al niño, que se le acerca
dócilmente.)
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TEJEMÁN.- Señores míos: yo
no quiero ofender a nadie al afirmar que soy un viajero
honesto.
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ALFONSO.- Bien, ¿y qué?
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TEJEMÁN.- Me llamo don Justo
Tejemán, y este rapazuelo es mi nieto. ¿Qué
edad creen ustedes que tiene?
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LLLY.- ¡Huy, qué rico; qué
criaturita...!
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ALFONSO.- Lily, reserva tus mimos hasta el
final. (A TEJEMÁN.) Mire
usted, señor. Lo de la edad del niño lo arreglaremos
después; lo del timbre de alarma es lo que hay que arreglar
ahora. Porque supongo que no tendrá nada que ver una cosa
con otra.
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TEJEMÁN.-
(Solemne.) Está usted
equivocado. He mandado tocar el timbre de alarma porque el
niño que viajaba con medio billete acaba de cumplir siete
años a las nueve, y desde ese momento tiene que pagar
billete entero. Yo no soy un defraudador.
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TODOS.- ¿Cómo, cómo?...
(Asombro general.)
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TEJEMÁN.- He dicho, señores, que
soy un viajero honesto. Pero a ustedes no tengo por qué
informarles de nada.
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(El EMPLEADO hace
una pasada llevando en la mano una botella de agua
mineral.)
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ALFONSO.- Óigame usted, que hemos tocado
el timbre de alarma...
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EMPLEADO.- Sí, claro: ya lo
sé...
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ALFONSO.- Es que ha sido sin motivo
ninguno...
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EMPLEADO.- No se preocupen, no funciona...
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ALFONSO.- Ah, bueno; si es así...
(Descansa.)
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TEJEMÁN.- Óigame, mozo.
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EMPLEADO.- Tenemos Borines y Vichy
catalán.
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TEJEMÁN.- Quiero hablar con usted.
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EMPLEADO.- Usted me dirá.
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TEJEMÁN.- Vamos a ese departamento, si no
le importa.
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EMPLEADO.- A sus órdenes.
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(Hacen mutis los tres por la lateral izquierda. Hay un
segundo de pausa. Todos se miran unos a otros.)
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NADAL.-
(Sentencioso.) Admirable sujeto. El
futuro es de la Renfe. (Larga
pausa.)
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DON
JESÚS.- Bien, bien... ¿Cenó usted
ya, señor Junquera?
|
ALFONSO.- Sí.
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(Le contesta distraído, pendiente tan sólo,
en realidad, de su mujer. No ha entrado en su departamento ni se
atreve a hacerlo en el de LILY. NADAL y ALFONSO están uno al acecho del
otro. En un instante determinado ALFONSO mira a NADAL de una manera casi agresiva.
NADAL se decide, entonces,
a penetrar en su departamento, como si quisiera evitar una posible
pendencia.)
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DON
JESÚS.- Le noto a usted nervioso, amigo
mío...
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ALFONSO.- Sí, no es para menos...
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DON
JESÚS.- Estoy enterado de todo, y debo decirle,
con el corazón en la mano, que no se preocupe: es usted
más simpático que él.
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ALFONSO.- Muchas gracias, señor Garona;
muchas gracias.
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(Un POLICÍA
aparece por la lateral derecha.)
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POLICÍA.- (Muestra, con su
gesto característico, el reverso de la
solapa.) La documentación, si hacen el
favor.
(DON JESÚS
le tiende un carnet, que el POLICÍA examina y le
devuelve.)
Muy bien.
(ALFONSO le
entrega algo así como un pasaporte.)
¿Por qué está
tan borroso?
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ALFONSO.- Por el agua... Es que se me
cayó al agua.
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POLICÍA.- Este pasaporte hay que
renovarlo; caducó ya. No deje de hacerlo.
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ALFONSO.- Sí señor; apenas
lleguemos.
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POLICÍA.- Buenas noches.
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(Va a dirigirse al departamento de LILY.)
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ALFONSO.- La señora es mi esposa.
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POLICÍA.- Ah, perfectamente.
(Va al departamento de NADAL.)
La documentación,
caballero.
(NADAL le muestra
unos papeles, a los que el POLICÍA da su
conformidad.)
Buen viaje, señor.
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(Lanza una mirada a la izquierda, pero no ve viajero alguno
y, entonces, se dispone a retroceder. NADAL, cree, sin embargo, que intenta
pedirla documentación a LILY.)
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NADAL.-
(Presuroso.) Es mi señora.
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(Entonces, el POLICÍA, de espaldas al
público, examina a LILY. A continuación, mira a
NADAL y a ALFONSO. Por último; irritado,
pide una aclaración.)
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POLICÍA.- (Con voz
autoritaria.) ¿Quién es el marido de
esta señora?
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NADAL
y
ALFONSO.- Yo.
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POLICÍA.- ¿Pretenden, burlarse de
mí?... He preguntado que quién es el marido de esta
señora.
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ALFONSO.- Y yo le digo que soy yo.
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NADAL.- Y yo, que soy yo.
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POLICÍA.- Bueno, señora... Usted
sabrá explicarme esto, ¿verdad?
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LILY.- ¿Y qué quiere que yo le
diga? Pues que los dos tienen razón.
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POLICÍA.- ¿Los dos son sus
maridos?
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LILY.- Pues sí... Ya ve usted qué
cosas pasan.
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ALFONSO.- Óigame usted: en igualdad de
méritos se prefiere la antigüedad, ¿no? Pues el
señor es un advenedizo. Se ha casado hace unas horas, y yo
me casé en mil novecientos treinta y cuatro.
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POLICÍA. Oiga, oiga... Mire usted,
señora...
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LILY.- Escuche, agente. ¿No me van a
dejar en paz? Usted no sabe el día que yo llevo, y estoy
cansadísima. ¡Qué caramba! Si una no puede ya
ni descansar...
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POLICÍA.- ¿Y yo qué culpa
tengo, señora? Aquí lo que hace falta...
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DON
JESÚS.-
(Conciliador.) Agente... Un
momento...
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POLICÍA.- (Con
inquietud.) ¿Usted también?
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DON
JESÚS.- No, por Dios. Claro: usted piensa que
no hay dos sin tres, ¿verdad? He aquí, sin embargo,
un caso en el que eso no es cierto.
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POLICÍA.- ¿Qué desea,
entonces?...
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DON
JESÚS.-
(Confidencial.) Yo podría
explicarle, en pocas palabras...
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POLICÍA.- Hágalo, y así me
evitará tener que tomar medidas.
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(Se encierra con DON
JESÚS en su departamento. NADAL y ALFONSO entran en tromba en el de
LILY.)
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ALFONSO.- Ésta es una situación
intolerable.
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NADAL.- La culpa es tuya.
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LILY.- Yo lo que os pido es que, por lo menos
ante las autoridades, decidáis cuál de los dos es mi
marido. Porque yo no sé lo que andará pensando el
policía.
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NADAL.- Ante las autoridades, lo mismo que ante
ti, de momento ya está decidido. El marido soy yo.
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ALFONSO.- ¡Qué gracioso!
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NADAL.- Tú, físicamente,
tendrás la personalidad que quieras; pero legalmente eres
una sombra, una ficción... Búscate en el censo de
electores, en el escalafón de la carrera, en la Guía
de Teléfonos. A ver si te encuentras. Mientras no resuelvas
tu expediente, no eres nadie. Aquí, en este tren, menos que
en ningún sitio.
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ALFONSO.- Mira, cuando se es autor del proyecto
de decoración del Bar Sirena, que es el proyecto más
cursi que he visto en mi vida, lo mejor que uno puede hacer es
callarse.
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NADAL.- ¡Vamos! ¿Y a qué
viene eso ahora?
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ALFONSO.- Siempre es bueno para
decírtelo. Tú no haces edificios, sino tartas.
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NADAL.- Prefiero mi repostería a tu
puente. Acuérdate del de Villanueva.
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ALFONSO.- Aquél se hundió no por
defecto en sus cálculos, sino por los materiales del
contratista: ¡Y tuvo la delicadeza de hacerlo sin causar
desgracias personales! ¡No como la techumbre del cine
Carnaval!
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NADAL.- Dos heridos leves.
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ALFONSO.- ¡Tres y graves!
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NADAL.- Leves.
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LILY.- Bueno, ¿queréis dejarme en
paz con vuestros piques? ¡Vaya un momento para discutirlos el
que habéis elegido!
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ALFONSO.- Todos son buenos para poner los puntos
sobre las íes.
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LILY.- Y a ver si dejáis de pelearos.
Jesús, ¡qué mal os lleváis!
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ALFONSO.- Pero ¿cómo quieres que
nos llevemos?
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LILY.- Sí, ya veo que yo no os uno
nada.
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ALFONSO.- Lily: eres la inconsciencia hecha
carne; lo has sido siempre, y eso es lo grave. Tu nuevo matrimonio
es una prueba más de lo que te digo. Y en cuanto a ti...
(A NADAL.) ¿sabes
lo que pienso? Que daría cualquier cosa porque la vida nos
sirviera ahora en bandeja tres o cuatro situaciones de esas que
ella sabe buscar cuando quiere, sólo para que Lily se diera
cuenta de quién eres tú y quién soy yo.
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NADAL.- Bah, bah...
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ALFONSO.- Pero si además, si no hace
falta. Si no importa que ahora no se presenten esas situaciones; si
se nos han presentado muchas en nuestra vida... De lo primero que
debes acordarte es de que en el colegio de San Antón te
rompí la cara, a los nueve años, por acusica.
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NADAL.- Tú ya demostrabas entonces tu
falta de sentimientos. Cazabas moscas para ponerlas un letrero que
decía: ¡Muera el Prior!
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ALFONSO.- Eras el odiado empollón de
nuestro curso. Las lecciones sabiditas, con puntos y comas; los
reyes godos, de carrerilla; el «musa, musae», los huesos de la
mano y los del pie; de todo estabas al corriente, pero la clase
entera te odiaba.
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NADAL.- Me importaba un bledo.
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ALFONSO.- ¡Eras tacaño, Nadal, hijo
mío; eras tacaño, y de qué manera!... Nadie te
vio gastarte un duro a primeros de mes.
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NADAL.- Todos te vimos a ti pedirlo prestado
antes del quince.
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ALFONSO.- Sí, pero ¡qué
rumbo le daba!
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NADAL.- Ah, eso sí; mucho rumbo. Juergas,
borracheritas...
|
ALFONSO.- Tú, sin vitaminas y sin
pasiones, ratoncito de biblioteca, con tus libros siempre. Y,
además, «Fonsi» des-a-sea-di-to...
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NADAL.- ¿Cómo?
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LILY.- ¿Desaseadito?
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ALFONSO.- Sí, sí; con tus barbas
de dos semanas, tus cuellos arrugados. Pero tú, Lily,
¿no has advertido nada de eso?
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LILY.- No vas a decirme que Fonsi viene mal
vestido.
|
NADAL.- Tú has sido siempre un
señorito muy pagado de su sastre.
|
ALFONSO.- Al contrario, mi sastre muy pagado de
mí.
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NADAL.- Habría que preguntarle al
sastre.
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LILY.- (Se
ríe.) ¡Ah, qué gracioso has
estado, Fonsi!...
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ALFONSO.- ¿Te parece ingenioso
«Fonsi»? No creo que haya hecho un chiste en su
vida.
|
LILY.- (Envanecida de
NADAL.) No,
ni versos tampoco.
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ALFONSO.- Alguna vez he visto unas aleluyas
firmadas por él en uno de esos periodiquillos de pueblo.
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NADAL.- Mejor es que ande el nombre de uno por
esos periodiquillos que no en los juzgados.
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ALFONSO.- ¿En los juzgados?
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NADAL.- Sí, sí...
|
ALFONSO.- ¿Qué pretendes
insinuar?...
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NADAL.- Al buen entendedor....
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ALFONSO.- Ah, ya... Te refieres a mis juicios de
faltas... ¡Vamos, qué divertido! ¿Haberme
pegado con un sereno es deshonroso, no? ¿O es que haber
tenido una bronca en un baile de máscaras ha mancillado mi
reputación?...
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LILY.- Y tú, ¿cuándo has
ido a ese baile, sinvergüenza?
|
ALFONSO.- En Carnavales de mil novecientos
veintitrés, disfrazado de langosta, diez años antes
de conocerte. ¿Tenía derecho o no? (A
NADAL.)
Claro, tú qué ibas a ir a los juzgados, si no
salías de las faldas de tu tía Candelaria para
heredarla. -Anda, Nadal, acompáñanos. -Me espera la
tita. -Te esperaba la tita. Y corrías el riesgo de ser
desheredado si te ponía en falta. A mí me las
ponía el juez municipal, ¡que es mucho más
digno!
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NADAL.- Ser un bala rasa está feo, pero
pavonearse de serlo aún lo es más.
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ALFONSO.- Mira: los tipos como tú yo nos
los he soportado nunca. ¡Los detesto! Sois hipócritas
y antipáticos, zalameros y santurrones. Vais siempre a lo
vuestro, pero nunca habéis sido capaces de crear nada
grande. Para vosotros cuenta tan sólo lo pequeño, lo
pobretón, lo «diminito»...
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NADAL.- ¡Ja, ja! Lo diminito...
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LILY.- ¡Ja, ja! ¡Lo diminito!
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ALFONSO.- Lo diminuto, tonto; o es que crees que
no sé decirlo, aunque me equivoque. A ver, en cambio, si
tú dices esto otro: un tigre, dos tigres, tres tigres.
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NADAL.-
(Serenamente.) El arzobispo de Constantinopla se
quiere desarzobispoconstantinopolizar, el
desarzobispoconstantinopolizador que lo
desarzobispoconstantinopolizare, buen
desarzobispoconstantinopolizador será.
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ALFONSO.- (Como si fuera a pegara
NADAL. En el
paroxismo.) Compadre de la capa parda, qué
poca capa parda gastas; el que poca capa parda gasta, poca capa
parda paga; yo que poca capa parda gasté, poca capa parda
pagué.
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LILY.- (Se interpone a los
dos.) ¡Bueno, basta ya!
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(A los gritos ha acudido el POLICÍA, que hasta entonces
permaneciera hablando con DON
JESÚS.)
|
POLICÍA.- Orden, señores,
orden.
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ALFONSO.-
(Malhumorado.) Déjenos usted en
paz.
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NADAL.- Es este señor, que me está
provocando.
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ALFONSO.- ¡No ha muerto el acusica de San
Antón!
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POLICÍA.- Orden, señores. Yo me
doy cuenta de que su situación es violentísima y
excepcional. Por cierto que yo he visto muchas comedias
iguales.
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ALFONSO.- Iguales, no; dirá usted con el
mismo punto de partida.
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POLICÍA.- Bueno...
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ALFONSO.- Pero no con el mismo desarrollo. Y,
sobre todo, no con el mismo desenlace.
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POLICÍA.- Si usted sigue con ese tono, el
de ésta podría ser el calabozo de la primera
parada.
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ALFONSO.- ¿A mí? ¿Por
qué me iba usted a meter a mí en el calabozo?
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POLICÍA.- Por desacato a mi
autoridad.
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DON
JESÚS.-
(Conciliador.) Tengamos paz,
señores. (Al agente.) Deje
usted que ellos resuelvan sus asuntos como les parezca.
Están un poco excitados y es natural... Ande, véngase
a tomar una copa conmigo en el restaurante.
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POLICÍA.- Muchas gracias, tengo
aún trabajo.
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DON
JESÚS.- Yo le ayudo después, si usted
quiere. Yo pido la documentación de los de primera y usted
de los de tercera.
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POLICÍA.- No, de verdad; no puedo.
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DON
JESÚS.- Bueno, pues como guste. Ya sabe
dónde me tiene. Coche cama número dos, compartimiento
primero, entresuelo: siempre a su disposición.
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POLICÍA.- Encantado.
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(Hace mutis por la lateral izquierda, después de
mirar amonestadoramente a ALFONSO
JUNQUERA y a NADAL.)
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DON
JESÚS.- Bueno, pues que ustedes descansen.
|
ALFONSO
y
NADAL.- (Furiosos.)
¿Eh?
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DON
JESÚS.- Nada, nada; buenas noches...
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(De la lateral izquierda a la derecha pasa un MOZO, que agita una
campanilla.)
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MOZO.- Restaurante, última serie.
(Se le oye hacer mutis por la lateral derecha, repitiendo
cada vez más lejanamente la misma llamada.)
Restaurante, última
serie...
|
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(DON JESÚS
descorre las cortinillas. Su conversación con el
POLICÍA la mantuvo
al principio en su departamento, pero a los pocos segundos lo
abandonó para que el EMPLEADO hiciera la cama. LILY, ALFONSO y NADAL quedan ahora en el pasillo, de
cara al público. Hay una pausa.)
|
LILY.- (Con una voz impersonal,
como si estuviera fatigada del batallar anterior.)
¿A qué hora llegamos a Madrid?
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NADAL.- A las once y veinte es la hora
oficial.
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LILY.- ¡Que tarde!
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ALFONSO.- Eso sino traemos retraso.
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(Hablan todos ahora con una voz muy suave, como si fueran
los mejores amigos del mundo.)
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NADAL.- No, ahora ha mejorado mucho eso.
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ALFONSO.- Pues en mis tiempos...
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LILY.- ¿Y por qué esos retrasos?
¡Jesús, qué lata!...
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NADAL.- Los carbones, que no son buenos; el
material, que está muy trabajado...
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ALFONSO.- Sobre todo, el carbón.
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NADAL.- Ahora, el ministro del Ramo ha dicho que
va a intervenir muy activamente.
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ALFONSO.- Falta hace.
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LILY.- Sí, sí... Oye, pero el
barco a Tánger no lo perderemos, ¿verdad? Porque
podrá enlazar con el exprés de Algeciras.
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NADAL.- Sí, creo.
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LILY.- (Casi infantilmente. A
NADAL.)
¡Era lo único que nos faltaba: perder el barco!
¿Y cómo es Tánger?
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ALFONSO.- Muy interesante.
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LILY.- (Siempre
dirigiéndose a NADAL, que cuando va a contestarse ve
rebasado por ALFONSO.) Y muy
cosmopolita, ¿no?
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ALFONSO.- Enormemente.
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LILY.- (A la que no le sorprende
nada que le conteste ALFONSO, aunque ni le mira, como si
las respuestas se las diera NADAL.) Y con un barrio
moro de novela, ¿eh? (Siempre con el mismo
juego de miradas a NADAL.)
|
ALFONSO.- El barrio moro, más que de
novela es de película.
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LILY.- ¿Y es cierto que las sedas
están baratísimas...?
|
ALFONSO.- Lo que se dice tiradas.
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LILY.- (Siempre a NADAL.) Oye, tú
que lo sabes todo, ¿hay muezines en Tánger?
|
ALFONSO.- Hay cada muezín que quita la
cabeza.
|
LILY.- Claro que tú te conocerás
Tánger como la palma de la mano...
|
ALFONSO.- Yo, no.
|
LILY.- Huy, cállate, Alfonso;
déjale a Fonsi que me siga contando. ¿Decías
que hay muezines...? (A NADAL.)
|
NADAL.- Sí, decía que hay cada
muezín que quita la cabeza.
|
LILY.- Sí, eso ya te lo había
oído.
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NADAL.- Al caer la tarde se asoman a los
minaretes de las mezquitas y convocan al pueblo a la
oración. Entonces el pueblo se reúne en las plazas,
¿comprendes?
|
ALFONSO.- (Le interrumpe y llama
hacia sí la voluble atención de LILY.) Por cierto, no
te he preguntado nada de tu madre. ¿Qué es de
ella?
|
LILY.- Murió, la pobre.
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ALFONSO.- ¿Es posible...? ¿Y de
qué? Tenía una salud de toro.
|
LILY.- ¡Más respeto, Alfonso!
|
ALFONSO.- Mujer: perdóname si te he
faltado. Quise decir que...
|
LILY.- No sé lo que querías decir,
sé lo que has dicho. La pobre murió a consecuencia de
una caída.
|
|
(NADAL ha
continuado su descripción hasta unos segundos antes. Ahora
se da cuenta de que no se le escucha y se apresura a enlazar con el
tema del que ALFONSO y
LILY se
ocupan.)
|
NADAL.- Ah, ¿hablabas de tu madre, que en
paz descanse...?
|
LILY.- Sí, Fonsi. Ella te quería
como a un hijo.
|
NADAL.-
(Aduladoramente.) Tu madre era una
mujer encantadora.
|
ALFONSO.- Mira, Nadal, cállate y no seas
cobista.
|
NADAL.- ¿Quién, yo? Ah, ¿no
era buena?
|
ALFONSO.- Era buena como el pan, pero...
|
LILY y
NADAL.-
(Simultáneamente.) ¿Pero
qué?
|
ALFONSO.- Bueno: mejor será que nos
vayamos a dormir.
|
LILY.-
(Decididamente.) Sí, mejor
será.
|
|
(Entra, decididamente en su departamento. Su
decisión es tan súbita que no hay lugar para
contradecirla. LILY, al
igual que DON
JESÚS, echa las cortinas. ALFONSO y NADAL se miran el uno al otro casi
provocativamente.)
|
ALFONSO.- Óyeme, una sola pregunta.
|
NADAL.- Dime.
|
ALFONSO.- «Mamy» te ayudó
mucho, ¿verdad?
|
NADAL.- Cumplía su deber al hacerlo.
|
ALFONSO.- Sí, Sí...
|
NADAL.- ¿Querías saber algo
más?
|
ALFONSO.-
(Enigmático.) Sí..., algo hay
más, que por saberlo me dejaría cortar una mano.
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NADAL.- Si lo sé yo...
|
ALFONSO.- No, acaso ni tú mismo lo
sabes.
|
NADAL.- Bien. ¿Vas a acostarte, o no?
|
ALFONSO.- Más tarde. Desnúdate
tú. Yo aún he de fumar un cigarrillo.
|
NADAL.- Como gustes.
(Va a meterse en su departamento, pero se siente acometido
por la desconfianza.)
Oye..., ¿y por qué no
te acuestas tú primero?
|
ALFONSO.- ¿Y a qué viene
eso...?
|
NADAL.- No, no... A nada...
|
ALFONSO.- Pues, entonces...
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NADAL.- Escúchame, Alfonso; existen
ciertas cosas que, con derecho o sin él, no estoy dispuesto
a tolerar en mis narices, ¿me entiendes?
|
ALFONSO.-
(Desdeñoso.) Anda, anda, vete a
dormir y estate tranquilo.
|
NADAL.- Bien. Ahora diré que me hagan la
cama. (Otra vez, en el umbral de la
portezuela.) ¿Cuál quieres? ¿La
de arriba o la de abajo?
|
ALFONSO.- La que te dé más
rabia.
|
NADAL.- (Con evidente
malhumor.) Hasta mañana.
|
|
(NADAL se mete en
su departamento. Lo hace receloso y sin perder de vista por
completo a ALFONSO.
ALFONSO se corre un tanto
a la derecha hasta llegar a la altura del departamento de
DON JESÚS. Mira
siempre al de LILY y
parece tramar algo. Por fin se decide a abrir un poco la portezuela
del departamento de DON
JESÚS.)
|
ALFONSO.- (Con voz
queda.) Señor Garona, señor
Garona...
|
DON
JESÚS.- ¿Quién es...?
|
ALFONSO.- Soy Alfonso Junquera.
|
DON
JESÚS.- ¡Ah, Sí!
(Enciende la luz. Entonces se le ve en pijama, metido
dentro de su litera.)
¿Qué le sucede?
|
ALFONSO.- Nada, no se alarme.
|
DON
JESÚS.- No será Medina del Campo,
¿verdad?
|
ALFONSO.- Ca, hombre, aún falta
muchísimo.
|
DON
JESÚS.- ¿Qué le sucede a usted?
¿Cómo va ese match?
|
ALFONSO.- ¿Quiere usted que le sea
sincero?
|
DON
JESÚS.- Sí, Sí...
|
ALFONSO.- Usted le ha llamado match. Tiene gracia la
palabra, y es bastante justa. Bueno, pues si cada match consta de rounds y suponemos que el
del tren es uno, mala cosa, don Jesús; mi impresión
es que lo he perdido por puntos.
|
DON
JESÚS.- Bah..., aprensiones suyas. Su mujer
tiene que quererle a usted. Lo que sucede es que ya sabe usted
cómo son las mujeres y la novedad de siempre, pues,
claro...
|
ALFONSO.- En fin... Ya veremos. Lo que yo le
suplicaría es que usted me permitiera desde
aquí...
|
DON
JESÚS.- ¿Qué quiere...?
|
ALFONSO.- Nada, muy poquita cosa; que me deje
rascar un poquito en este tabique.
|
DON
JESÚS.- Rasque usted lo que le apetezca,
amigo.
|
ALFONSO.- Muchas gracias, don Jesús.
|
|
(Se acomoda y rasca, en efecto, un poco, con cierto aire
felino. Simultáneamente. NADAL, después de unos breves
momentos de duda se decide, también, a dar señales de
vida. Su morse es distinto. Ha sacado una llave del bolsillo y
golpea levemente en el departamento de LILY. Los dos rivales invierten en
esta tarea unos segundos. De improvisto un grito de LILY rasga el silencio del
vagón. Los dos, azorados, como criminales sorprendidos, se
interrumpen. Cada uno se carga en su propia cuenta la alarma de
LILY, pero en medio de su
estupor, el grito de LILY
se reproduce después de una pausa, con tal angustia que
ahora ya son ellos quienes se inquietan. ALFONSO sospecha de NADAL y NADAL de ALFONSO. Salen los dos al pasillo
animados de las peores intenciones.)
|
NADAL.- ¡Perjuro!
|
ALFONSO.- ¡Cállate, cursi!
¡Eres un miserable!
|
NADAL.- ¡Tú eres el miserable!
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ALFONSO.- ¡Basta! ¡Hasta aquí
hemos llegado...!
|
|
(Van a pegarse. DON
JESÚS se apresta a separarlos cuando LILY prorrumpe en un nuevo
grito.)
|
LILY.- (Desde
dentro.) ¡Ayyy! ¡Un hombre, un
hombre!
|
ALFONSO.- (Golpea en la
puerta.) ¿Uno o dos? ¡Abre!
|
|
(Entonces la puerta del departamento se abre y LILY, envuelta en salto de cama, se
lanza al pasillo e inicia la huida por él hacia la
derecha.)
|
LILY.- ¡Un hombre, un hombre!
|
DON
JESÚS.- Serénese, señora.
|
|
(ALFONSO y
NADAL han entrado en
tromba en su departamento, pero no advierten nada. Salen de
él en ademán de pedirle a LILY que se explique. Ahora se ve que
por la ventanilla del departamento de NADAL penetra un hombre que se
descuelga del techo. Viene pobremente trajeado: es un maleante.
Salta con ligereza al suelo, sale al pasillo y echa a correr como
alma que lleva el diablo hacia la izquierda. LILY que lo ve, lo
denuncia.)
|
LILY.- ¡Ahí va, ahí
va...!
(NADAL sale
detrás de él y a continuación ALFONSO. Apenas ha terminado de pasar
ALFONSO cuando otro hombre
gemelo del anterior, penetra por la ventanilla del departamento de
LILY.)
¡Alfonso, Alfonso!...
¡Que hay otro!
|
|
(El otro, en efecto, amenaza a LILY y a DON JESÚS, les obliga a
replegarse para cederle paso, todo en un solo segundo y huye por la
lateral derecha. En el mismo instante, resurge ALFONSO.)
|
ALFONSO.- ¿Qué sucede?
|
LILY.- Otro, otro por ahí...
|
|
(ALFONSO sale de
estampía por la lateral derecha.)
|
DON
JESÚS.- (Internándose en
el departamento de LILY.) Haga usted el
favor de cerrar las ventanillas, que se nos va a llenar esto de
gente. (Acompaña la acción a la
palabra.)
|
|
(Aparece el EMPLEADO por la lateral de su mutis.
Viene con el aire somnoliento y el cuello desabrochado. Trae una
botella de agua mineral en la mano.)
|
EMPLEADO.- (A DON JESÚS.)
¿Se la abro ahora?
|
DON
JESÚS.- ¡Hay dos ladrones en el tren!
|
EMPLEADO.- ¡Córcholis!
(Tira la botella sobre la litera de LILY.) ¿Hacia
dónde han ido?
|
DON
JESÚS.- Cada uno por su lado.
|
EMPLEADO.- ¡Demonio!
|
|
(Se va por la derecha.)
|
ALFONSO.- (Desde
dentro.) ¡venga, venga, que le tengo cogido!
¡Sinvergüenza! (Un poco
jadeante.) ¡Bandido...! Desármelo,
usted, caballero... Ajajá... Listo...
|
|
(Rumor de voces, gritos. Al fin un cierto silencio.
ALFONSO reaparece por la
lateral derecha. Se compone la corbata, se enjuga el
sudor.)
|
LILY.- ¿Qué pasó?
|
ALFONSO.- (Con una imperceptible
petulancia que no atina a encubrir de sencillez, como
quisiera.) Nada. Yo le eché mano y,
después, otros viajeros, uno de ellos militar, por cierto,
le han trincado. A propósito...
|
|
(ALFONSO parece
dispuesto a proseguir su relato, pero en este momento se oye la voz
del POLICÍA por la
lateral izquierda. Casi simultáneamente se persona en
escena.)
|
POLICÍA.- ¡Hombre al agua, hombre
al agua...!
|
ALFONSO.- (Avanza a su
encuentro.) ¿Qué pasa?
|
POLICÍA.- Que este señor que
venía con ustedes..., el marido de la señora, o quien
fuera...
|
LILY.- (Con auténtica
zozobra.) ¿Qué?...
|
POLICÍA.- Que luchando con ese raterillo,
pues... se ha caído a la vía...
|
LILY.- ¡Jesús!
|
POLICÍA.- (Va hacia la
lateral derecha.) ¡Hombre al agua, hombre al
agua...!
|
DON
JESÚS.- (Le alcanza cuando va a
hacer mutis por la lateral derecha.) Óigame,
no diga usted hombre al agua, porque aquí nadie se ha
caído al agua.
|
POLICÍA.- Anda, tiene usted razón,
debo decir: ¡Hombre a la vía!
|
DON
JESÚS.- Pues mire usted, la verdad, no
sé... Porque a lo mejor no ha caído a la
vía.
|
POLICÍA.- (Muy preocupado
con ese problema lexicográfico que se le plantea
inopinadamente.) ¿Cómo,
entonces...?
|
DON
JESÚS.- (Ensaya.)
Hombre a la grava, no... Apenas si causa efecto. Hombre al
balastro... ¿Eh? ¿Qué? A mí, tampoco...
Diga usted, nada más: Un hombre, un hombre; mejor
aún... (Triunfante.) Un
viajero, que se ha caído un viajero...
|
POLICÍA.- Sí, sí, eso es.
¡Un viajero, un viajero, que se ha caído un
viajero!
|
EMPLEADO.- (Por la lateral
derecha.) ¿Un viajero...?
|
|
(ALFONSO ha estado
con un primer esbozo de preocupación y de amargura
sustraído a todo, en el deseo de analizar a LILY. Ahora se incorpora a la
actividad del resto de sus compañeros de
expedición.)
|
DON
JESÚS.- Sí, sí; el señor
Nadal.
|
EMPLEADO.- Hay que parar el tren.
(El subconsciente le empuja al timbre de alarma, pero enseguida se
recupera.) ¡Si está estropeado...! Voy
a tocarlos todos, a ver cuál es el de la suerte...
|
|
(Hace mutis por la izquierda.)
|
ALFONSO.- (Al POLICÍA.)
¿No trae usted pistola...?
|
POLICÍA.- Sí.
|
ALFONSO.- Dispárela.
|
POLICÍA.- Tiene usted razón.
(Se asoma a la ventanilla y la dispara hasta dos
veces. Se vuelve tras el segundo disparo a ALFONSO y le dice.)
Esto no para.
|
ALFONSO.- Dispare otra vez.
(Un tiro más. Pausa.)
Otro.
|
|
(Y, en efecto, dispara de nuevo.)
|
POLICÍA.- ¿Cree usted que hemos
acortado la marcha...?
|
ALFONSO.- Me parece que como no tire usted al
fogonero, ahora que entramos en la curva...
|
|
(Un último disparo, éste
apuntando.)
|
POLICÍA.- Oiga, oiga... Ya vamos
más despacio...
|
DON
JESÚS.- (Se asoma al
departamento de la izquierda, en el que están ALFONSO y el POLICÍA.)
¡El tren frena!
|
ALFONSO.- Sí, sí; así
es...
|
POLICÍA.- Gracias a Dios. Me voy al
vagón de cabeza, para poder decir al maquinista que
retroceda. A ver si damos con ese señor...
|
ALFONSO.- ¿Qué cree usted que ha
podido sucederle...?
|
POLICÍA.- ¡Hum...! íbamos
bastante deprisa, y una caída en estas circunstancias... Si
no le ha cogido el tren, que es poco fácil, un golpe con
fuerza...
|
|
(LILY se acerca a
oír la conversación.)
|
ALFONSO.- (Al POLICÍA.)
Psch... Que viene mi mujer y podría impresionarse...
|
POLICÍA.- Bueno. Hasta ahora.
|
|
(Hace mutis por la lateral izquierda. DON JESÚS va a su departamento,
se asoma a él, siempre en su pijama que una bata protege y
anuncia, mientras el convoy poco a poco se detiene.)
|
DON
JESÚS.- Ya paramos, ya paramos...
(Se oye el chirriar de los
frenos.)
|
LILY.- (Se vuelve hacia
él, con anhelo y siempre, aunque sin saberlo, espiada
escrutadoramente por ALFONSO.)
¿Sí? ¿Usted cree?
|
DON
JESÚS.-
(Eufórico.) Ya lo creo...
(Nuevo chirriar de frenos. Un maletín del
departamento de DON
JESÚS se cae al suelo desde la
redecilla.) ¡Fíjese! ¡Qué
frenazo! (Coge el maletín, lo coloca en el
mismo sitio y vuelve a asomarse a la ventanilla animado por una
curiosidad casi infantil.)
|
LILY.- ¡Ya va el policía a la
máquina!
|
|
(LILY corre al
compartimiento central y se asoma por él. ALFONSO abandona su observatorio, se
sienta frente a LILY y la
mira sin que ella se percate de nada. Está triste y
preocupado. Ausente de cuanto pasa.)
|
ALFONSO.- Lily. (LILY no lo oye. Él, entonces,
se sonríe con cierta melancolía.)
|
DON
JESÚS.- (A un supuesto viajero,
que parece haber descendido a su derecha.) Eh,
caballero, suba que esto arranca enseguida, que vamos a
retroceder... Hale, no pierda tiempo.
|
|
(El convoy da otra arrancada en sentido opuesto, porque
ahora es una maleta que va en el compartimiento de la extrema
izquierda, la que se desploma. Nadie está en él, sin
embargo, y por eso nadie se molesta en recogerla. Todos acusan, eso
sí, con un movimiento imperceptible, el efecto de la
arrancada. DON
JESÚS, además, va hacia su maletín y lo
reafirma en su sitio. Desde ahora hasta el final del acto, se
oirá el mismo ruido de la marcha del tren con que
comenzó, pero muy atenuadamente, más que como un
intento de simular la realidad, como un subrayado casi musical. Por
la izquierda llegan el policía con una linterna en la mano;
y el empleado, con otra. Se colocan en el pasillo, de cara al
público. Antes llaman a DON JESÚS; a LILY y a ALFONSO.)
|
POLICÍA.- No miren por ahí. Se
cayó de este lado...
|
EMPLEADO.- Ya le encontraremos...
|
POLICÍA.- Debe estar a unos seis o siete
kilómetros de aquí...
|
EMPLEADO.- Vamos al estribo, si usted
quiere...
|
POLICÍA.- Perfecto.
|
|
(Mutis por la derecha. Hay un breve silencio entre
LILY y ALFONSO. Los dos apoyados en la barra
del cristal, miran a la vía.)
|
ALFONSO.- Lily...
|
LILY.- Dime...
|
|
(La voz de los dos se ha hecho, de pronto, angustiosa,
íntima.)
|
ALFONSO.- Si yo te dijera...
|
LILY.- ¿Qué...?
|
ALFONSO.- Que, acaso, ni tú misma deseas
con la fuerza, con la vehemencia que yo, el encontrar a Alfonso
Nadal sano y salvo.
|
LILY.- ¿Sí?
(Diríase que está sufriendo mucho desde
hace unos momentos.)
|
ALFONSO.-
(Pesadamente.) Sí.
|
LILY.- ¿Y eso por qué,
Alfonso?
|
ALFONSO.- Porque..., perdóname... Que no
te parezca una estúpida vanidad de mi parte lo que te voy a
decir... Porque yo creo con toda mi alma, Lily, que tú
tienes que quererme a mí mucho más que a nadie en el
mundo, porque..., no es que sea yo mejor o peor que Nadal, no; es
que mis pocas virtudes, si alguna tengo, como mis defectos..., te
van más, Lily, que los de Nadal...
|
LILY.- ¿Te parece a ti?
|
ALFONSO.- Sí, de verdad... Como él
ha luchado por conquistarte en ausencia mía, tú has
podido dejarte confundir por espejismos... Tú me has
olvidado. Tú ya no te acuerdas bien de cómo soy
yo...
|
LILY.- Oh, Alfonso, no es éste el
momento, te lo aseguro.
|
ALFONSO.- No, no lo recuerdas... Y todo mi
empeño es hacerte recordar cómo era,
¿comprendes? Y cuando lo haya logrado, decirte:
Fíjate bien: soy mejor para ti que Nadal.
|
LILY.- Ya.
|
ALFONSO.- Eso estoy seguro de lograrlo si a
Nadal no le ha sucedido nada, si vive... Pero si así no
fuera...
|
LILY.- Cállate, te lo suplico; no seas
agorero...
|
ALFONSO.- Yo tendría que luchar contra
algo mucho peor que contra un hombre...
|
LILY.- ¡No te entiendo, Alfonso!...
|
ALFONSO.- Tendría que luchar contra un
fantasma. Y a mí, luchar contra un hombre no me importa ni
me infunde miedo, ¿comprendes? Pero luchar contra un
fantasma...
|
LILY.- ¿Qué?
|
ALFONSO.- Ah, contra un hombre que aún no
ha perdido nada en el roce de la convivencia diaria, de la
poesía con que le aureola el corazón de la mujer,
ése sería enemigo excesivo, Lily... Lo quiero vivo y
fuerte, para desenmascararlo, para ridiculizarlo, para vencerlo.
Quiero luchar contra sus músculos o contra su ingenio, no
contra su recuerdo en niebla...
|
|
(Se oyen voces.)
|
POLICÍA.- ¡Ehhh! Pare, pare...
|
|
(Las voces vienen de bastante lejos.)
|
LILY.- Fíjate... Algo han visto. Hacen
señas con los faroles...
|
ALFONSO.- ¡Ya paramos de nuevo!
|
LILY.- (Transida.)
Alfonso... (Está a dos pasos de refugiarse en
sus brazos.)
|
ALFONSO.- (Mira hacia arriba, como
si rezase.) ¡Que viva, Santo Dios, que
viva!
|
|
(Cae lentamente el...)
|
|
TELÓN
|