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Testimonios autobiográficos de escritoras andaluzas en el exilio

José Romera Castillo

Apostillas iniciales

Ante todo, quisiera expresar mi satisfacción, por estar, una vez más, en esta cosmopoética (por el evento celebrado hace pocos días) ciudad cordobesa y, sobre todo, en esta Universidad -también algo mía-, a la que tengo, por razones profesionales, un especial cariño, ya que, en 1991, obtuve en ella la Cátedra de Literatura Española, desde la cual concursé a la de la Universidad Nacional de Educación a Distancia (Madrid), que ocupo en la actualidad. No es la primera vez que tengo la oportunidad de intervenir en un encuentro, realizado en el marco de esta Universidad. Si la memoria no me falla, han sido siete las ocasiones en las que he participado en diversos Congresos y encuentros científicos, en los que, en dos de ellos, lo autobiográfico fue el centro de mis exposiciones. De nuevo he sido invitado a dar una sesión plenaria sobre el mismo tema, por lo que agradezco a mis queridos amigos y colegas Blas Sánchez Dueñas y María José Porro Herrera su generosa llamada.

Apuntaré, además, que la Universidad de Córdoba ha contribuido en gran parte al desarrollo tanto de la escritura autobiográfica como en el estudio de la misma. Pondré dos botones de muestra al respecto. El primero, basado en las excelentes contribuciones de uno de sus miembros, el catedrático Carlos Castilla del Pino, quien, además de sus aportaciones al estudio del género, lo ha practicado en dos memorables volúmenes autobiográficos: Pretérito imperfecto y Casa del olivo1. El segundo, referido al magno Congreso Internacional sobre Autobiografía en España: un balance (celebrado en esta ciudad, del 25 al 27 de octubre de 2001), cuyas Actas, editadas por las profesoras Celia Fernández Prieto y María Ángeles Hermosilla, son una referencia imprescindible para el estudio del tema en nuestro país2.

Asimismo, antes de abordar el tema, haré un pequeño paréntesis para dar cuenta de algo que quizás muchos conozcan y del que estoy muy orgulloso y satisfecho. Me refiero al ahora denominado Centro de Investigación de Semiótica Literaria, Teatral y Nuevas Tecnologías, fundado y dirigido por mí, desde los inicios de los años noventa, cuya historia y trayectoria puede verse en nuestra página electrónica: <http://www.uned.es/centro-investigacion-SELITEN@T>. El mencionado Centro, a través de los años, ha desarrollado varias líneas de investigación. De entre ellas destacaré tres: una, sobre semiótica teatral, centrada en la reconstrucción de la vida escénica en España y la presencia del teatro español en Europa (Italia y Francia) y América (México); otra, sobre la relación de la literatura y el teatro con las nuevas tecnologías; y, finalmente, nos interesa mucho la literatura española, la actual, principalmente. Pues bien, dentro de este último espacio, estamos llevando a cabo una serie de investigaciones sobre lo biográfico y autobiográfico en España, fundamentalmente desde 1975, a través de diversas actividades, como he tenido la oportunidad de estudiar en un trabajo anterior3. Destacaré algunas: la realización de cuatro4 de los XVII Seminarios Internacionales, la inclusión de diversos trabajos sobre el tema en los dieciséis números de la revista Signa (editada en formato impreso por la UNED y electrónico: <http://www.cervantesvirtual.com/portales/signa/>), las cuatro tesis de doctorado (todas ellas publicadas)5, llevadas a cabo bajo mi dirección (dos ellas, relacionadas con el que tema que ahora me ocupa, como señalaré después) y las numerosas investigaciones tanto mías como de otros colaboradores. Pues bien, este trabajo se inserta en esta línea de investigación, dentro de la producción crítica, llevada a cabo en España, en estos últimos años, de la que me siento muy ufano al haber sido uno de sus pioneros6 y complementa otro sobre «Las mujeres del 27, en el exilio, escriben sus memorias» (al que me referiré después).

Como he escrito en otro lugar, el espacio autobiográfico, según ha establecido la crítica, además de estar condicionado siempre por circunstancias históricas constituye, por una parte, una entidad de escritura (la del yo) con características propias: narrativas y formales (con identificación del autor-narrador y personaje principal, como rasgo pertinente), semánticas (el emisor da testimonio de su propia vida) y pragmáticas (por las que es necesario un explícito pacto de lectura para recrear las obras como tales), que la diferencian de otras modalidades textuales; y, por otra, está diversificado en una serie de ramas que, a su vez, tienen unas marcas propias. Me refiero, claro está, siguiendo el aserto platónico format dat esse rei, que no es lo mismo escanciar el líquido de las vivencias en una vasija con forma de memorias y autobiografías, que verterlo en otros recipientes en forma de diarios, epistolarios o autorretratos, además de la autoficción, terreno híbrido donde los haya. A algunas de estas modalidades de escritura me referiré en este trabajo

Añadiré que, en nuestra historia, el cultivo de la escritura autobiográfica por las mujeres merece una atención más profunda, aunque en los últimos años se está reivindicando paulatina y vigorosamente. No puedo pormenorizar ahora la inmensa bibliografía que ha generado la escritura, relacionada con el feminismo, en general, y la referida a la escritura autobiográfica de mujeres, en particular, tanto en España7 como fuera de ella.

Es cierto que esta modalidad de escritura ha sido practicada por mujeres, aunque con menor intensidad si la comparamos con la producida por los hombres (al igual que sucede con el resto de la creación literaria)8; pero también lo es que la mayoría de las mujeres modernas, surgidas en los años veinte en España -que constituyeron la primera avanzadilla en la inserción en la vida social y cultural, y se vieron, como consecuencia de la guerra civil, abocadas al exilio-, produjeron tanto en diferentes órdenes como en lo autobiográfico textos muy significativos. Nunca antes las mujeres plasmaron sus vivencias en tan abundantes obras, donde el recuerdo de lo vivido y perdido -muy especialmente durante la fratricida guerra de 1936, con sus terribles consecuencias- aflorará con recio vigor testimonial, en algunas ocasiones y calidad artística, en otras, como ha examinado la crítica9.

María Zambrano, una filósofa eminente

En el ámbito de la filosofía, reservado históricamente a los hombres, destaca el nombre de una gran escritora: María Zambrano Alarcón (Vélez- Málaga, 1904-Madrid, 1991)10, discípula de Ortega y Gasset, Zubiri y García Morente, con una formación liberal, de cuya extensa obra no puedo ocuparme en estas páginas. Señalaré, según el objetivo que ahora me ocupa, que el exilio (en París, Nueva York, La Habana, Puerto Rico, México, Roma y Ginebra hasta su regreso a Madrid, en 1984) se encuentra estrechamente unido a su labor filosófica y literaria, siendo el generador de sus obras más sobresalientes, muy especialmente el ensayo teórico que daría origen a su opera magna autobiográfica.

En efecto, destacaré que son dos mujeres, discípulas de Ortega y Gasset, pertenecientes al círculo de la Revista de Occidente, las que, por vez primera en España, hacen una sistemática reflexión teórica sobre el género autobiográfico, además de practicarlo. Me refiero a la vallisoletana Rosa Chacel (1971) con La confesión, y a María Zambrano (1941) con La confesión, género literario, quien contribuyó ampliamente a la teoría de esta modalidad de escritura, a cuyo estudio, fundamentalmente, dedicó su tesis de doctorado, bajo mi dirección, en 1994, dentro de una de las líneas de trabajo de nuestro Centro de Investigación, mi alumna María Luisa Maillard11, a la que remito. La filósofa Zambrano, tras acuñar el concepto de la razón poética -creación de la persona a partir de una metodología que se articula en torno a ese tipo de razón, como alternativa a la crisis del racionalismo europeo de los inicios de siglo XX-, había reflexionado en otros escritos sobre el sujeto (el yo) y la confesión, la existencia, el tiempo y otras tantos aspectos relacionados con el género autobiográfico.

La escritora malagueña -que junto con Rosa Chacel y Maruja Mallo forman el trío de las «modernistas», como las llama S. Mangini- practicó, a su vez, esta modalidad de escritura de forma más o menos pura. Traeré a colación, en primer lugar, sus textos autobiográficos como la reedición de Dos escritos autobiográficos (el nacimiento) (Zambrano, 1981) -que incluirá después en su ópera magna autobiográfica (Zambrano, 1989a: 15-33 y 113-125)- y la reunión de una serie de apuntes autobiográficos -a medio camino entre la novela testimonial y el ensayo-, escritos en La Habana, en 1952, publicados, cuando ella está ya en España (volvería en 1984), con el título de Delirio y destino. Los veinte años de una española (Zambrano, 1989a)12, en donde, a partir de hechos importantes de su vida -como el conocimiento de Ortega, Lorca o Juan Ramón, el final de la dictadura de Primo de Rivera, la Segunda República, la guerra civil, etc.-, la autora de La agonía de Europa hace unas trascendentes reflexiones filosóficas sobre la colectividad española en la que se halla inserta.

En efecto, la malagueña, a raíz de la publicación de La confesión, género literario, se decide a recuperar la memoria traumatizada por la guerra y el exilio y confesarse en Delirio y destino, como una terapia para sí misma y para los otros, aun sirviéndose del uso narrativo de la tercera persona. La obra se abre con el periodo que va desde 1929 hasta la proclamación de la Segunda República en 1931, un tiempo de «destino soñado» -como lo llama la autora-, pleno de esperanzadoras utopías, que, sin embargo, se frustra por la guerra y el exilio. El texto es, ante todo, una autobiografía de la filósofa, en la que da muestra de su propia experiencia como sujeto, que fuera de su país, siente la soledad y la nostalgia. Además, en la segunda parte (a modo de epílogo) plasma una serie de «delirios» -redactados en París, a los pocos días de la muerte de su madre-, relacionados con mujeres, que constituyen los sueños y quimeras de la escritora. Pero, además de la autorreflexión, Zambrano proporciona en la obra un esclarecedor análisis tanto de lo español, muy especialmente de lo que significa el desarraigo del exilio, como de lo europeo, inmerso, entonces, en una trágica guerra. Lo personal se extiende a lo colectivo y el yo queda trascendido en los otros. Del documento sobre la trayectoria de su vida pasa a una reflexión filosófica, en la que, reviviendo el pasado, atisba un «destino» soñado y esperanzador, que se sobreponga a la tragedia vivida, frente a un nihilismo de corte existencial. A esta metafísica «auroral», se unirá, después, una proyección mística -muy apta para la introspección «sobre y desde el vivir»- que incitará a María Zambrano bacía la creación poética, entendida esta como un amplio espacio generador de vida.

La labor autobiográfica de la malagueña -que prologó el volumen de Concha Méndez: Memorias habladas, memorias armadas, al que me referiré después-, se completa con Cuaderno de María Zambrano (1904-1991) (Zambrano, 2003); además de una serie de breves escritos como «Confesiones de una desterrada. Una voz que sale del silencio» (Zambrano, 1940), «A modo de autobiografía» (Zambrano, 1987a), «Fragmentos autobiográficos» (Zambrano, 1993) y otros: «Adsum», «La multiplicidad de los tiempos» y «Blas J. Zambrano», su padre (Zambrano, 1987b), el fragmento diarístico, recogido en el número monográfico de la revista vallisoletana Un Ángel Más (Zambrano, 1989b), etc.

Merecen también especial atención los epistolarios, recogidos en diferentes volúmenes (además de las cartas editadas en revistas y otras publicaciones, que aquí no recojo)13, como las Correspondencias (Zambrano-Simons, 1993) entre María Zambrano y Edison Simons; las Cartas de La Pièce. Correspondencia con Agustín Andreu (Zambrano-Andreu, 2002); las de José Bergamín (2004), Dolor y claridad de España: cartas a María Zambrano; el Epistolario (1960-1989) con Reyna Rivas (Zambrano-Rivas, 2004); la Correspondencia entre José Lezama Lima y María Zambrano y entre María Zambrano y María Luisa Bautista (Zambrano-Lima-Bautista, 2006), etc.

Para otros testimonios vivenciales -una especie de autobiografía dialogada-, podemos recurrir al volumen de Joaquín Verdú de Gregorio (2000), La palabra al atardecer. Diálogos con María Zambrano y otras entrevistas sueltas14. Asimismo, en la pieza dramática La tumba de Antígona, incluida inicialmente en la edición chilena de Los intelectuales en el drama de España y escritos de la guerra civil, y posteriormente como volumen independiente (Zambrano, 1967), generada en el exilio en París, de matiz autobiográfico, la figura principal de la pieza de Sófocles, Antígona, la retoma Zambrano para simbolizar tanto a ella misma, como a su madre y hermana (los dos se llamaban Araceli), víctimas inocentes del exilio.

En su obra ensayística encontramos también referencias autobiográficas sublatentes. Como el tema ocuparía demasiado espacio me referiré a Los intelectuales en el drama de España y escritos de la guerra civil, publicado inicialmente en Santiago de Chile en 1937 y posteriormente como Senderos. Los intelectuales en el drama de España (Zambrano, 1986), donde encontramos una serie de artículos, escritos entre 1936 y 1939, en los que hay huellas de sus vivencias y un certero análisis de las relaciones de los intelectuales y el fascismo, tanto en general, como en España en particular, muy especialmente ante la terrible guerra civil que sabía perdida, además de evocaciones de figuras del momento («La guerra de Antonio Machado» y «Un testimonio para Esprit»). No faltan, también, referencias existenciales en los artículos y ensayos de la autora de España: sueños y verdad (Zambrano, 1994) de índole feminista -como en La aventura de ser mujer (Zambrano, 2007)-, a su tierra andaluza -en Andalucía, sueño y realidad (Zambrano, 1985)15-, a su estancia en Cuba (Zambrano, 1996), a su vuelta a España (Zambrano, 1995), etc.

La creación filosófica y autobiográfica zambraniana está muy ligada a la literatura, por sus reflexiones filosóficas de la razón poética -un eje nuclear de su pensamiento-, por sus ensayos sobre diversos escritores (Cervantes, Pérez Galdós, Rosalía de Castro, etc.), y, sobre todo, por su teoría y práctica de escritura (culminada en Delirio y destino, un libro, a su vez, pleno de literariedad)16.

María Enciso, poeta almeriense

La maestra María Pérez Enciso (Almería, 1908-México, 1949), conocida como María Enciso, fue otra destacada mujer que, en su estancia en Barcelona, frecuentó la tertulia de la Residencia de Estudiantes, y que tuvo que huir al ocupar la ciudad Condal las tropas franquistas. Militante política y poeta tuvo un incesante peregrinar, como exiliada, por países europeos, según ha dejado constancia en su obra Europa fugitiva. Treinta estampas de guerra (Enciso, 1941). En dicha obra señala: «Salí de España en enero de 1939, con una misión oficial, Delegada de Evacuación en Bélgica. Por razones de mi cargo, presencié y acompañé la evacuación española. Recorrí todos los campos de concentración de Francia, para formar un grupo de niños que Bélgica acogía cariñosamente. Me acompañó en esta triste peregrinación, una delegación del gobierno belga, presidida por la diputada Isabelle Blume [...]. En Bélgica residí, vinculada al Cuerpo Diplomático Sudamericano, hasta que fue invadida. El día 13 de mayo de 1940, salí del país, hacia Francia. Más tarde crucé Inglaterra y embarqué en Liverpool, en un barco inglés hacia las playas americanas».

Instalada en Colombia, publica algunas de sus obras (Europa fugitiva, Cristal de horas), escribiendo para diversos periódicos y revistas. Tras una breve estancia en Cuba, se asienta en México, donde moriría todavía joven. En este país, trabó estrecha amistad con Manuel Andújar y colaboró en diversas publicaciones, muy especialmente en la revista Las Españas, donde se puede encontrar el artículo «Almería, ciudad arábigo-andaluza» -tierra siempre presente en su nostálgico recuerdo-, que publicó en su sección «España en el recuerdo» -incluido en su obra de matiz autobiográfico Raíz al viento17-, además de una serie de poemas («Abril», «El aire», «Ocre», etc.) y el poemario, de título machadiano, De mar a mar18, publicado en la editorial de Manuel Altolaguirre.

Arturo Medina Padilla, en María Enciso, escritora almeriense del exilio (Estudio y antología)19, constata que el transcurrir de María Enciso en México no fue fácil, como se deduce en un comentario de la autora sobre de la capital federal, recién llegada a ella: «México es tierra que no se deja conocer fácilmente, la vida es dura, cuesta aprisionar su alma, es escurridiza como gran ciudad, recelosa y activa, pero a medida que nos vamos adentrarnos en ella, capta nuestra sensibilidad. El color y la música son su fisonomía esencial, el ruido y la promiscuidad su otra destacada fisonomía. Como en todas las grandes ciudades la vida en ella es múltiple y distinta. Más que en otras ciudades su espíritu es impenetrable».

Antonina Rodrigo, en «María Enciso ignorada en el olvido»20, explica que su caso «es el de muchas mujeres de la Guerra Civil y la República, que lucharon por sus derechos civiles, consiguiendo grandes avances que más tarde se malograron. Ellas mismas fueron represaliadas, o se fueron al exilio». Asimismo, tanto Altolaguirre como Manuel Andújar emitieron juicios muy favorables sobre ella.

Isabel de Oyarzábal, autobiógrafa y novelista testimonial

Isabel Oyarzábal Smith (Málaga, 1878-México, 1974)21 -conocida como Isabel de Palencia, al tomar el apellido de su marido, el crítico Ceferino Palencia-, hija de padre eminente y madre escocesa, educada en un ambiente liberal, miembro de la dirección del Lyceum Club y militante en el PSOE, embajadora de España en Suecia durante la República, que destacó, además de como traductora, en el terreno del feminismo con diversos escritos, en el ámbito periodístico22 -donde firmaba con el seudónimo de Beatriz Galindo- y en el literario (la novela y el teatro)23, ha dejado testimonio de su vida en dos obras, publicadas en inglés: I Must Have Liberty (Debo tener libertad)- (Oyarzábal, 1940), en la que revive su infancia y adolescencia en el férreo internado en el que se formó, y Smouldering Freedom: The Story of the Spanish Republicans in Exile -Rescoldos de libertad- (Oyarzábal, 1945), en donde recrea las andanzas del exilio republicano en el sur de Francia, las aventuras de los maquis franceses y españoles.

Practicó, asimismo, la novela autobiográfica. No voy a entrar en un terreno en el que las mujeres se han refugiado, literariamente hablando, cual es el de la autoficción, utilizando la novela como altavoz de su intimidad y las circunstancias históricas que les rodearon, como ponen de manifiesto, por ejemplo, muchas novelas de Rosa Chacel, María Teresa León y otras escritoras. Por lo que se refiere a las escritoras andaluzas, me referiré a una novela testimonial, escrita por la malagueña, en el relato En mi hambre mando yo (Oyarzábal, 1959) -tomado del dicho de un campesino alpujarreño a su explotador-, publicado originalmente en México, en el que la escritora -según Inmaculada de la Fuente24- «funde su conocimiento del campo con la dramática lucha de intereses económicos e ideológicos que llevó a los españoles al enfrentamiento. Más allá de su valor literario, en la novela afloran de modo transparente las diversas hambres que aguijoneaban a los españoles: el hambre real de los jornaleros y el ansia de justicia de los idealistas. La historia gira en torno a la evolución de Diana, una joven viuda de la clase acomodada andaluza que permanece en Madrid durante la contienda por amor a su antiguo novio, Ramón, republicano de procedencia burguesa y líder de los sindicatos campesinos. De ese modo, el hambre de amor y el ansia de justicia se entrecruzan, bajo el telón de fondo de un Madrid que resiste a las bombas, habitado por mujeres que hacen de la retaguardia una trinchera moral».

Isabel García Lorca, la hermana de un gran poeta

Entre los casos de mujeres muy ligadas con el mundo literario que han escrito sus memorias, traeré a colación el nombre de Isabel García Lorca (Granada, 1910-Madrid, 2002) -maestra como su madre25, dedicada al cultivo de la memoria de su hermano, Federico García Lorca, y de su obra, presidiendo la Fundación, fundada en 1984, con este fin-, quien en Recuerdos míos (I. García Lorca, 2002)26, da cuenta de sus ricas vivencias tanto con su familia (muy especialmente las vividas en compañía de su hermano) como del contexto bélico y exilio (en Bruselas y Estados Unidos) que le tocó vivir, volviendo a España en 1951, donde sería repuesta en su cátedra del Instituto Pardo Bazán de Madrid.

En defensa del feminismo; el contradictorio caso de Victoria Kent

Es cierto que a finales del siglo XIX se había iniciado el movimiento en defensa de los derechos de la mujer -con voces preclaras como las de la penalista y socióloga Concepción Arenal (Ferrol, 1820-Vigo, 1893), la periodista Sofía Casanova (Almeiras, Culleredo, 1861-Poznan, Polonia, 1958) o las de las escritoras Emilia Pardo Bazán (La Coruña, 1851-Madrid, 1921), Concha Espina (Santander, 1877-Madrid, 1955) y otras, con escritos memorialísticos de algunas de ellas-, pero también lo es, que ha sido el siglo XX el que ha dado el impulso mayor a este empeño, gracias a una formación liberal. Por lo que respecta al periodo que estudiamos, es preciso señalar que fueron dos las instituciones que se destacaron en defensa de la equiparación de los derechos del hombre y de la mujer, fundadas por María de Maeztu Whitney (Vitoria, 1881-Mar del Plata, Argentina, 1948), hermana del escritor Ramiro de Maeztu (Vitoria, 1874-Madrid, 1936), intelectual de derechas, fusilado en 1936. La primera, la Residencia de Señoritas -equivalente a la Residencia de Estudiantes de Jiménez Fraud-, creada en 1915, en Madrid, en colaboración con la Institución Libre de Enseñanza, bajo la orientación ideológica del Krausismo27. Y la segunda, el Lyceum Club Femenino, fundado en 1926, también en Madrid, a semejanza de los ya existentes en Europa (París y Londres) y Nueva York, al que se adhirieron 150 socias, bajo la presidencia de María de Maeztu, como Isabel de Oyarzábal -Isabel de Palencia- y Victoria Kent (Vicepresidentas), Zenobia Camprubí (Secretaria), Amalia Galágarra (Tesorera), María Martos de Baeza (Bibliotecaria), además de María de la O Lejárraga, María Teresa León, Ernestina de Champourcín, Concha Méndez, Margarita Nelken, Elena Portón, Matilde Huici, María Luisa Navarro de Luzuriaga, Concha Peña y otras28. Pues bien, la mayoría de las mujeres, que tendremos en cuenta en este trabajo, estuvieron muy ligadas a las mencionadas instituciones (especialmente a la segunda), que tanto impulsaron el feminismo en España. A las que se les unieron, entre otras, Carmen Baroja y Nessi (Pamplona, 1883-Madrid, 1950) con Recuerdos de una mujer de la generación del 9829 y Carmen de Zulueta (Madrid, 1916) con La España que pudo ser: memorias de una institucionista republicana30.

Varias fueron las andaluzas que destacaron en este ámbito31. Además de las pioneras Carmen de Burgos y Seguí (Rodalquilar, Almería, 1867-Madrid, 1932), conocida por el seudónimo de Colombine -autora de una gran obra periodística y literaria- y de la aristócrata María Campo Alange (Sevilla, 1902-Madrid, 1996) -de nombre María de los Reyes Lafitte, condesa de Campo Alange, tras su matrimonio- con una obra memorialística importante como Mi niñez y su mundo (1906-1917) (Campo Alange, 1956) -donde rememora sus quince primeros años en su Andalucía natal- y Mi atardecer entre dos mundos. Recuerdos y cavilaciones (Campo Alange, 1983)32-continuación del anterior, escrito desde la madurez33-, figura Victoria Kent Siano (Lagunillas, Málaga, 1898-Nueva York, 1987)34, mujer muy trabajadora y de gran carácter, perteneciente al Lyceum Club, que se destacó como abogada, haciéndose famosa, en 1930, al defender -y lograr la absolución- ante el Tribunal Supremo de Guerra y Marina a Álvaro de Albornoz, miembro del Comité Revolucionario Republicano, a raíz de la sublevación de Jaca, siendo la primera mujer en el mundo en intervenir ante un consejo de guerra. Pero, además, en su trayectoria política35, durante la República destacan dos hechos significativos. De un lado -la cara-, su labor al frente de la Dirección General de Prisiones (1931-1934)36, nombrada por Alcalá Zamora, al establecer medidas de rehabilitación de los presos, muy adelantadas para su época, siguiendo la estela de su precursora Concepción Arenal, que le dieron mucha popularidad, como se constataba en un famoso chotis, cantado por Celia Gámez, en Las Leandras: «Se lo pues decir / a Victoria Kent, / que lo que es a mí / no ha nacido quién». Y de otro -la cruz-, se opuso como parlamentaria en las Cortes, por disciplina de partido, a que la mujer obtuviera el derecho a ejercer el voto, ya que al no tener una debida preparación votaría a favor de las posturas más conservadoras, en detrimento de las de la izquierda. Hecho que ocasionó una fuerte polémica con su colega de partido Clara Campoamor (Madrid, 1888-Lausanne, Suiza, 1972), autora de El voto femenino y yo (Campoamor, 1936)37, y una gran impopularidad. Durante la guerra civil se hizo cargo de la creación de refugios para niños y de las guarderías infantiles. El gobierno de la República la envió a Francia como Primera Secretaria de la Embajada de España en París, para que se encargara de las evacuaciones de los niños, donde permanecería hasta el final de la II Guerra Mundial, colaborando en la salida de los refugiados españoles hacia América. Sin embargo, ella no pudo seguir el mismo camino, al ser sorprendida por la invasión nazi en 1940.

Pues bien, su obra autobiográfica no se centra en las dos grandes actuaciones de su carrera política, sino que en sus memorias, Cuatro años en París (1940-1944) (Kent, 1947)38, se ocupa de esta última tarea, como refugiada, primero, en la embajada de México, durante un año, y, después, viviendo con una identidad falsa (la de Madame Duval) para no ser entregada por el gobierno de Vichy a la policía franquista. De sus actividades durante estos cuatro años dará cuenta en esta obra autobiográfica. Tras la liberación de Francia, emigró primeramente a México y en 1949, gracias a un encargo de las Naciones Unidas, se instaló en Nueva York, donde fundó la revista Ibérica (1954-1974), junto con su compañera Louise Crane. Pudo viajar a España, en 1977, aunque murió en la ciudad de los rascacielos diez años después.

Dos apostillas más sobre ella: de un lado, le faltó sinceridad para poner de manifiesto su lesbianismo -hecho del que nunca trató, quizás porque el tema no estaba en el debate de entonces-; y de otro, son significativos sus choques con otras mujeres39.

María Lejárraga, parlamentaria por Granada

María de la O Lejárraga García (San Millán de la Cogolla, Logroño, 1874-Buenos Aires, 1974)40, conocida también por María Martínez Sierra, tras casarse en 1900 con el dramaturgo y empresario teatral Gregorio Martínez Sierra (Madrid, 1881-Madrid, 1947)41, a cuya obra contribuyó en gran medida, como han estudiado Antonina Rodrigo y Patricia W. O'Connor, entre otros críticos. La Legárraga -exiliada en Francia y México-, que destacó en el terreno literario, como dramaturga, libretista, narradora, poeta y traductora, nos ha dejado una buena muestra de escritura autobiográfica. Esta eclipsada mujer, que por amor o conveniencia perdió sus apellidos para tomar los de su marido, en una actitud contradictoria con sus planteamientos, al ser una gran defensora del feminismo42 -como se constata indirectamente en la biografía autobiográfica, Gregorio y yo. Medio siglo de colaboración (Martínez Sierra, 1953)43-, dejó plasmadas sus vivencias, como militante política, en Una mujer por caminos de España, recuerdos de propagandista (Martínez Sierra, 1952)44 -obra fechada en Niza, en 1949-, en donde narra su campaña electoral, en una empobrecida y retrasada Andalucía, que le llevó a ser elegida diputada por Granada45, en las listas del PSOE, en 1933.

Juan Ramón Jiménez, Zenobia y Ernestina de Champourcín

La escritura autobiográfica de Zenobia Camprubí Aymar (Malgrat, Barcelona, 1887-San Juan de Puerto Rico, 1956) hay que ponerla en parangón con los escritos autobiográficos de su marido, el andaluz Juan Ramón Jiménez (Moguer, Huelva, 1881-San Juan de Puerto Rico, 1958) y otros textos autobiográficos, centrados en la figura del de Moguer, como he estudiado más ampliamente en otro trabajo, al que remito46. Zenobia -además de su labor como traductora y algo creadora- cultivó extensamente el género autobiográfico47. Además de su epistolario (Camprubí, 2006b)48 y Vivir con Juan Ramón (Camprubí, 1985) -escrito a los veintinueve años, en 1916-, destaca como diarista. Graciela Palau de Nemes ha editado la ópera magna de Zenobia en tres entregas, redactadas alternativamente en español e inglés: Diario. Cuba (1937-1939) (Camprubí, 1991)49, Diario, 2. Estados Unidos (1939-1950) (Camprubí, 1995)50 y Diario 3- Puerto Rico (1951-1956) (Camprubí, 2006a)51, que a la vez que son una obra autobiográfica de la hija adoptiva de Moguer (según acuerdo de su corporación municipal, tomado el mismo día 28 de octubre, al conocerse la noticia de su muerte), constituyen una biografía de Juan Ramón, que se convierte en protagonista conjunto de los mismos, y una muy rica fuente histórica y documental sobre la trágica historia de unos exiliados como ellos.

La mujer del poeta Juan José Domenchina (Madrid, 1898-México, 1959), Ernestina de Champourcín (Vitoria, 1905-Madrid, 1999)52 poeta y narradora, secretaria del Lyceum Club -donde conoció a Juan Ramón Jiménez y a su mujer Zenobia Camprubí, Emilio Prados, Juan de la Encina (seudónimo de Ricardo Gutiérrez Abascal), Rafael Alberti y demás socias-, en su obra La ardilla y la rosa (Juan Ramón Jiménez en mi memoria) (Champourcín, 1981)53, escrita con motivo del centenario del nacimiento del poeta onubense, evoca recuerdos -y publica cartas- de su trato con Juan Ramón y Zenobia.

Carlota O'Neill, hija de una jienense

Carlota O'Neill de Lamo (Madrid, 1905-México, 1990)54, hija del diplomático mexicano Enrique O'Neill Acosta y de la jienense Regina de Lamo Ximénez -colaboradora de Lluis Companys-, esposa del capitán Virgilio Leret Ruiz -inventor del motor a reacción-, republicana progresista, periodista (en prensa, radio y televisión) y escritora (narradora -bajo el seudónimo, en algunas de sus novelas, de Laura de Noves tomado para no ser reconocida por el franquismo-, poeta y dramaturga), en Una mujer en la guerra de España (O'Neill, 1979)55, plasmó sus vivencias durante los años 1936-1940, en Melilla, donde le sorprendió el inicio de la guerra civil, siendo encarcelada durante cinco años, exiliándose en Venezuela (1949) y México, donde tomó su nacionalidad. En el relato Los muertos también hablan (O'Neill, 1971), segunda parte de sus memorias, cuenta las peripecias que tuvo que hacer para que los papeles en los que se plasmaba el invento del motor de reacción, debido a su marido, el capitán Leret -fusilado en 1936-, no cayeran en manos de los franquistas, entregándolos en la embajada de Inglaterra con el fin de que fueran útiles a los aliados en la Segunda Guerra Mundial.

Las «maridas» de maridos andaluces

En un trabajo mío anterior, sobre el teatro y la escritura autobiográfica a principios del siglo pasado56, al ocuparme de diversos aspectos relacionados con los autores dramáticos, traía a colación el testimonio de Concha Méndez (1990: 49), en Memorias habladas, memorias armadas, quien, al referirse al Lyceum Club -«una asociación de señoras que se preocupaban por ayudar a las mujeres de pocos recursos, creando guarderías y otras cosas», pero que era, sobre todo, «un centro cultural, con bibliotecas y un salón para espectáculos y conferencias», al que acudían «las maridas de sus maridos», y que, a su vez, practicaron el arte de la escritura de diferente enjundia57, porque «como ellos eran hombres cultos, ellas venían a la tertulia a contar lo que habían oído en casa».

En esta nómina de frívolas y perversas -como titulaba su obra Andrés González Blanco58- me referiré, en primer lugar, a algunas de ellas, casadas con escritores andaluces, muy brevemente59. Tales son los casos de María Teresa León Goyri (Logroño, 1903- Madrid, 1988) -destacada escritora en el terreno del teatro, la novela, la poesía y las biografías noveladas60, además de ejercer como traductora-, casada con el poeta gaditano Rafael Alberti (El Puerto de Santa María, Cádiz, 1902-1999), produjo una magnífica obra, Memoria de la melancolía (León, 1970)61, escrita en Roma, hacia 1966, una historia tanto personal como de la España del siglo XX en todos sus órdenes, que enriquece y complementa los tres volúmenes memorialísticos de Alberti, La arboleda perdida62, al transitar hechos paralelos de vida. La obra de María Teresa León es una pieza espléndida tanto en el terreno del intimismo como en el de la literariedad. En ella encontramos «una síntesis de todas sus inquietudes, es el punto de encuentro de muchos de sus temas preferidos, se hace permanente crónica en el libro de lo que fue su vida y su obra, se retratan amigos presentes y desaparecidos, se habla de sí y -venerosamente- de los otros, mucho de los otros», según Torres Nebrera en su edición de la obra (León, 1999: 45). Un libro en el que quiso volcar sus recuerdos, a través de «la memoria, cuando su autora intuía que pronto iba a verse desahuciada de todos los recuerdos». En suma, estamos ante una gran pieza, en la que se pone de manifiesto cómo la historia de su vida se convierte, a su vez, en una muy buena producción literaria.

Concepción Méndez Cuesta (Madrid, 1898-México, 1986)63, conocida como Concha Méndez -destacada poeta del 27, dramaturga, traductora y guionista de cine-, casada en 1932, con el poeta e impresor Manuel Altolaguirre (Málaga, 1905-Burgos, 1959)64 -del que se separará en 1944-, exiliada en París, La Habana (1939-1943) y México, además de algunos testimonios autobiográficos en sus poemas, nos ha dejado sus Memorias habladas, memorias armadas (Méndez, 1990)65, articuladas por su nieta Paloma Ulacia Altolaguirre, fruto de unas entrevistas, recogidas en unas cintas, grabadas, antes de su muerte, en su casa de Coyoacán -en la que moriría Luis Cernuda-, cuando su marido la había abandonado por la cubana María Luisa Gómez Mena. A través de la memoria oral y viva de la autora, las memorias se arman tanto en la dispositio del texto como en su contenido semántico, al exponer sus vivencias en luchas diferenciadas, que van desde el papel que configuraron estas guerreras mujeres en el terreno del feminismo y del cultivo de lo literario, como integrantes del grupo del 27, hasta las dramáticas situaciones vividas en la guerra civil y en el exilio66.

Compañeras y amantes

Por otra parte, otras mujeres se referirán en sus escritos autobiográficos a diversas facetas de sus relaciones con destacados escritores andaluces como la periodista, novelista y dramaturga Luisa Carnés Caballero (Madrid, 1905-México, 1964)67 -compañera sentimental del poeta cordobés Juan Rejano (Puente Genil Córdoba, 1903-México, 1976), en la etapa del exilio-, además de escribir una novela sobre los maquis, Juan Caballero68 -cuyo protagonista, que lleva su segundo apellido, lo personifica un guerrillero andaluz-, dejó testimonio de su vida y exilio, reflexionando sobre la identidad del exiliado y los conflictos entre padres e hijos de la guerra, emigrados a México, de una manera novelada, en El eslabón perdido (Carnés Caballero, 1956).

Pilar de Valderrama Alday (Madrid, 1899-Madrid, 1979) -que cultivó también la escritura literaria (poesía y teatro)- en Sí, soy Guiomar. Memorias de mi vida (Valderrama, 198l)69, se descubre públicamente como la musa de otro exiliado andaluz, Antonio Machado (Sevilla, 1905-Collioure, Francia, 1939)70, dedicando la primera parte de la obra (Valderrama, 1981: 23-99) estrictamente a sus recuerdos y la segunda (Valderrama, 1981: 103-367) a la reproducción de cartas del poeta, dirigidas a ella; además de otras publicadas posteriormente (Machado, 1994)71.

Punto y seguido

He trazado un breve panorama de andaluzas ilustres que sufrieron el exilio y que practicaron la escritura autobiográfica. La relación se podría completar con las memorias de algunas luchadoras republicanas que sufrieron el rigor de las cárceles franquistas por defender sus ideales y su activismo político72 en algunos lugares de Andalucía -como es el caso, por ejemplo, de Soledad Real López (Barcelona, 1917-Barcelona, 2007), presa en la cárcel de Málaga, según atestigua en sus memorias73-; con la publicación de textos todavía inéditos74; con los testimonios orales de algunas de ellas recogidos en libros, etc. En suma, estarnos ante un conjunto de mujeres andaluzas -que sumadas a tantas otras, silenciadas durante tanto tiempo como me propongo estudiar en otros trabajos75- produjeron un ramillete de textos autobiográficos dignos del mayor encomio.

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