111
Conocimiento y expresión de la Argentina, pp. 28-30.
112
Meditación en la costa, pp. 99 ff.
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This process especially impresses Roberto Ricarte, who exclaims, in La torre, pp. 308-309: «¡Dios! ¡Pero, todo el país no había sido esto, sino construcción! Y lo que echaba él de menos era aquella sazón, aquella construcción. No lo construido -sino el espíritu, el espíritu de construir. Y el trasunto, en las almas, de esa rara y dura voluntad. ¿Dónde estaba la gente así?»
«Nada lo sugestionaba tan radicalmente como aquel rapto épico de su tierra. Primero fueron las navegaciones; luego el país empezó a andar por dentro. Desde la punta del Sur, helada, hasta el cálido extremo Norte, tan verdoso de selva, de tabacal, de yerbal; desde el Atlántico a los Andes, todo empezó a andar, a suscitarse, y en menos de un centenar de años, aquella intención se hizo del todo acto. Una larga cadena de arreos surcó entonces la nación, de parte a parte; y por mesetas y por serranías, la dulce voz del tiempo apacentó al ganadero y al agricultor. Y después, el acto se hizo ensueño, mito: gruesos vuelos humanos, migraciones, bajaron a instalarse en tanta tierra; la inmensidad fue dividiéndose, acercándose; tensa como tambor, la llanura pagó en ecos, en siembras, en crepúsculos, la soledad de los más solos, a quienes, aislándolos en su cultivo, sólo rodeaban leguas y más leguas. ... Nacieron como flores las poblaciones. Esperas, inmensas distancias verdes separaban entre sí las ralas casas de cal y canto. Luego las casas fueron apretándose, acercándose -y ciudades se hicieron las poblaciones. Vacas curiosas, paradas, como eternas, presenciaron un acrecentarse de ferrocarriles; de la Pampa al Litoral, breves puentes surcaron los angostos ríos; del Litoral al Norte subían, entre el verde, los grandes caudales de agua. Por leguas y leguas: ganados y ganados, pastos, cereales; y en la bucólica vicisitud de las cosechas, la riqueza al fin cristalizó en metrópolis comunicadas. Crecieron, insospechadas, soberbias, caudalosas: Rosario, Córdoba, Tucumán, Santiago, Salta, Jujuy, La Rioja, Corrientes, San Juan, San Luis, Santa Fe, Paraná, Mendoza, la Capital. La poderosa magnitud de las metrópolis fue la adultez del robusto país. Pero entre tanta cosa construida, siempre marchaban, esperando tácitos su turno, algunos oscuros, aislados, solitarios constructores...»
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La bahía de silencio, pp. 22, 197; Historia de una pasión argentina, p. 56.
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La torre, p. 189: «Y, respecto de la capital, ¡no digamos! Es como una criatura terriblemente muda, terriblemente pálida, que nos mira, nos atrae, nos dispersa, sin decirnos nunca nada. ¿Has visto alguna vez un plano de Buenos Aires? Míralo con atención; piénsalo. Todo su contorno, su línea exterior, su dibujo asumen la forma de la cabeza de un niño, con su leve perfil, su mentón parvular y su suave frente tocada de una especie de ligera envoltura o turbante, lo que todavía le presta aristocracia, dignidad, lejanía. Y esa criatura está callada, tácita, y no se sabe lo que quiere de nosotros, si que seamos esta indiferenciación hecha entre todos, sin matices, sin vocablos, sin variedades verbales, o si que nos individualicemos y separemos para hacer con la palabra de cada uno el lenguaje completo que a la criatura le falta...»
116
Meditación en la costa, p. 100.
117
Ibid., pp. 111-112; La bahía de silencio, pp. 394 ff., 486.
118
La torre, p. 316; La ciudad junto al río inmóvil, pp. 15-16.
119
La bahía de silencio, p. 31.
120
Historia de una pasión argentina, p. 56; Conocimiento y expresión de la Argentina, pp. 37-38.