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Tirano Banderas. Novela de Tierra Caliente1

Ramón del Valle-Inclán



TIRANO BANDERAS
NOVELA POR
DON RAMÓN DEL
VALLE-INCLÁN



OPERA OMNIA



VOL XVI



COSTE CINCO PESETAS



PEDIDOS AL AUTOR - [[12.]] SANTA CATALINA, [[12.]] - MADRID



OPERA OMNIA



TIRANO
BANDERAS
NOVELA DE TIERRA
CALIENTE



VOL XVI



TIRANO BANDERAS
NOVELA POR
DON RAMÓN DEL
VALLE-INCLÁN



OPERA OMNIA



VOL XVI

[7]




PRÓLOGO

[9]

PRÓLOGO


I

Filomeno Cuevas, criollo ranchero, había dispuesto para aquella noche armar a sus peonadas, con los fusiles ocultos en un manigual, y las glebas de indios, en difusas líneas, avanzaban por los esteros de Ticomaipu.-Luna clara, nocturnos horizontes profundos de susurros y ecos.-




II

Saliendo a Jarote Quemado con una tropilla de mayorales, arrendó su montura el patrón y a la luz de una linterna pasó lista:

-Manuel Romero.

-¡Presente!

-Acércate. No más que recomendarte precaución con ponerte briago. La primera campanada de las doce será la señal. Llevas sobre ti la responsabilidad de muchas vidas, y no te digo más. Dame la mano.

-Mi jefesito en estas bolucas somos baqueanos.

El patrón repasó el listín:

-Benito San Juan.

[10] -¡Presente!

-¿Chino Viejo te habrá puesto al tanto de tu consigna?

-Chino Viejo no más me ha significado meterme con alguna caballada por los rumbos de la feria y tirarlo todo patas al aire. Soltar algún balazo y no dejar títere sano. La consigna no aparenta mayores dificultades.

-¡A las doce!

-Con la primera campanada. Me acantonaré bajo el reloj de Catedral.

-Hay que proceder de matute y hasta lo último aparentar ser pacíficos feriantes.

-Eso seremos.

-A cumplir bien. Dame la mano.

Y puesto el papel en el cono luminoso de la linterna, aplicó los ojos el patrón:

-Atilio Palmieri.

-¡Presente!

Atilio Palmieri era primo de la niña ranchera: Rubio, chaparro, petulante. El ranchero se tiraba de las barbas caprinas:

-Atilio, tengo para ti una misión muy comprometida.

-Te lo agradezco, pariente.

-Estudia el mejor modo de meter fuego [11] en un convento de monjas, y a toda la comunidad, en camisa, ponerla en la calle escandalizando. Esa es tu misión. Si hallas alguna monja de tu gusto, cierra los ojos. A la gente, que no se tome de la bebida. Hay que operar violento, con la cabeza despejada. ¡Atilio, buena suerte! Procura desenvolver tu actuación sobre los límites de media noche.

-Conformo, Filomeno, que saldré avante.

-Así lo espero: Zacarías San José.

-¡Presente!

-Para ti ninguna misión especial. A tus luces dejo lo que más convenga. ¿Qué bolichada harías tú esta noche metiéndote, con algunos hombres, por Santa Fe? ¿Cuál sería tu bolichada?

-Con solamente otro compañero dispuesto, revoluciono la feria: Vuelco la barraca de las fieras y abro las jaulas. ¿Qué dice el patrón? ¿No se armaría buena? Con cinco valientes pongo fuego a todos los abarrotes de gachupines. Con veinticinco copo la guardia de los Mostenses.

-¿No más que eso prometes?

-Y muy confiado de darle una sangría a Tirano Banderas. Mi jefesito, en este alforjín [12] que cargo en el arzón van los restos de mi chamaco. ¡Me lo han devorado los chanchos en la ciénaga! No más cargando estos restos, gané en los albures para feriar guaco, y tiré a un gachupín la mangana y escapé ileso de la balasera de los gendarmes. Esta noche saldré bien en todos los empeños.

-Cruzado, toma la gente que precises y realiza ese lindo programa. Nos vemos. Dame la mano. Y pasada esta noche sepulta esos restos. En la guerra el ánimo y la inventiva son los mejores amuletos. Dame la mano.

-¡Mi jefesito, estas ferias van a ser señaladas!

-Eso espero: Crisanto Roa.

-¡Presente!

Era el último de la lista y sopló la linterna el patrón. Las peonadas habían renovado su marcha bajo la luna.




III

El Coronelito de la Gándara, desertado de las milicias federales, discutía con chicanas y burlas los aprestos militares del ranchero:

-¡Filomeno, no seas chivatón, y te pongas a saltar un tajo cuando te faltan las zancas! [13] Es una grave responsabilidad en la que incurres llevando tus peonadas al sacrificio. ¡Te improvisas general y no puedes entender un plano de batallas! Yo soy un científico, un diplomado en la Escuela Militar. ¿La razón no te dice quién debe asumir el mando? ¿Puede ser tan ciego tu orgullo? ¿Tan atrevida tu ignorancia?

-Domiciano, la guerra no se estudia en los libros. Todo reside en haber nacido para ello.

-¿Y tú te juzgas un predestinado para Napoleón?

-¡Acaso!

-¡Filomeno, no macanees!

-Domiciano, convénceme con un plan de campaña, que aventaje al discurrido por mí, y te cedo el mando. ¿Qué harías tú con doscientos fusiles?

-Aumentarlos hasta formar un ejército.

-¿Cómo se logra eso?

-Levantando levas por los poblados de la Sierra. En Tierra Caliente cuenta con pocos amigos la revolución.

-¿Ese sería tu plan?

-En líneas generales. El tablero de la campaña debe ser la Sierra. Los Llanos son para [14] las grandes masas militares, pero las guerrillas y demás tropas móviles, hallan su mejor aliado en la topografía montañera. Eso es lo científico, y desde que hay guerras, la estructura del terreno impone la maniobra. Doscientos fusiles, en la llanura están siempre copados.

-¿Tu consejo es remontarnos a la Sierra?

-Ya lo he dicho. Buscar una fortaleza natural que supla la exigüedad *exigüidad* de los combatientes.

-¡Muy bueno! ¡Eso es lo científico, la doctrina de los tratadistas, la enseñanza de las Escuelas!... Muy conforme. Pero yo no soy científico, ni tratadista, ni pasé por la Academia de Cadetes. Tu plan de campaña no me satisface, Domiciano. Yo, como has visto, intento para esta noche un golpe sobre Santa Fe. De tiempo atrás vengo meditándolo, y casualmente en la ría, atracado al muelle, hay un pailebote en descarga. Transbordo mi gente, y la desembarco en la playa de Punta Serpiente. Sorprendo a la guardia del castillo, armo a los presos, sublevo a las tropas de la Ciudadela-. Ya están ganados los sargentos-. Ese es mi plan, Domiciano.

[15] -¡Y te lo juegas todo en una baza! No eres un émulo de Fabio Máximo. ¿Qué retirada has estudiado? Olvidas que el buen militar nunca se inmola imprudentemente y ataca con el previo conocimiento de sus líneas de retirada. Esa es la más elemental táctica fabiana: En nuestras pampas, el que lucha cediendo terreno, si es ágil en la maniobra, y sabe manejar la tea petrolera, vence a los Aníbales y Napoleones. Filomeno, la guerra de partidas que hacen los revolucionarios, no puede seguir otra táctica que la del romano frente al cartaginés. ¡He dicho!

-¡Muy elocuente!

-Eres un irresponsable que conduce un piño de hombres al matadero.

-Audacia y Fortuna ganan las campañas, y no las matemáticas de las Academias. ¿Cómo actuaron los héroes de nuestra Independencia?

-Como apóstoles. Mitos populares, no grandes estrategas. Simón Bolívar, el primero de todos fué un general pésimo. La guerra es una técnica científica y tú la conviertes en bolada de ruleta.

-Así es.

[16] -Pues discurres como un insensato.

-¡Posiblemente! No soy un científico, y estoy obligado a no guiarme por otra norma que la corazonada. ¡Voy a Santa Fe, por la cabeza del Generalito Banderas!

-Más seguro que pierdas la tuya.

-Allá lo veremos. Testigo el tiempo.

-Intentas una operación sin refrendo táctico, una mera escaramuza de bandolerismo, contraria a toda la teoría militar. Tu obligación es la obediencia al Cuartel General del Ejército Revolucionario: Ser merito grano de arena en la montaña, y te manifiestas con un acto de indisciplina al operar independiente. Eres ambicioso y soberbio. No me escuches. Haz lo que te parezca. Sacrifica a tus peonadas. Después del sudor, les pides la sangre. ¡Muy bueno!

-De todo tengo hecho mérito en la conciencia, y con tantas responsabilidades y tantos cargos no cedo en mi idea. Es más fuerte la corazonada.

-La ambición de señalarte.

-Domiciano, tú no puedes comprenderme. Yo quiero apagar la guerra con un soplo, como quien apaga una vela.

[17] -¡Y si fracasas, difundir el desaliento en las filas de tus amigos, ser un mal ejemplo!

-O una emulación.

-Después de cien años, para los niños de las Escuelas Nacionales. El presente, todavía no es la historia, y tiene caminos más realistas. En fin, tanto hablar seca la boca. Pásame tu cantimplora.

Tras del trago, batió la yesca y encendió el chicote apagado, esparciéndose la ceniza por el vientre rotundo de ídolo tibetano.




IV

El patrón, con sólo cincuenta hombres, caminó por marismas y manglares hasta dar vista a un pailebote abordado para la descarga en el muelle de un aserradero. Filomeno ordenó al piloto que pusiese velas al viento para recalar en Punta Serpientes. El sarillo luminoso de un faro giraba en el horizonte. Embarcada la gente, zarpó el pailebote con silenciosa maniobra. Navegó la luna sobre la obra muerta de babor, bella la mar, el barco marinero. Levantaba la proa surtidores de plata y en la sombra del foque un [18] negro juntaba rueda de oyentes: Declamaba versos con lírico entusiasmo, fluente de ceceles. Repartidos en ranchos, los hombres de la partida, tiraban del naipe: Aceitosos farolillos discernían los rumbos de juguetas por escotillones y sollados. Y en la sombra del foque abría su lírico floripondio de ceceles el negro catedrático:


   Navega velelo mío
      Sin temol,
Que ni enemigo navío,
Ni tolmenta, ni bonanza,
A tolcel tu lumbo alcanza,
Ni a sujetal tu valol.

[19]








PRIMERA PARTE

SINFONÍA DEL TRÓPICO


[21]


LIBRO PRIMERO

ICONO DEL TIRANO



I

Santa Fe de Tierra Firme -arenales, pitas, manglares, chumberas- en las cartas antiguas, Punta de las Serpientes.




II

Sobre una loma, entre granados y palmas, mirando al vasto mar y al sol poniente, encendía los azulejos de sus redondas cúpulas coloniales, San Martín de los Mostenses. En el campanario sin campanas levantaba el brillo de su bayoneta un centinela. San Martín de los Mostenses, aquel desmantelado convento de donde una lejana revolución había expulsado a los frailes, era, por mudanzas del tiempo, Cuartel del Presidente Don Santos Banderas.-Tirano Banderas.




III

El Generalito acababa de llegar con algunos batallones de indios, después de haber fusilado a los insurrectos de Zamalpoa: Inmóvil y taciturno, agaritado de perfil en una remota [22] ventana, atento al relevo de guardias en la campa barcina del convento, parece una calavera con antiparras negras y corbatín de clérigo. En el Perú había hecho la guerra a los españoles, y de aquellas campañas venía le la costumbre de rumiar la coca, por donde en las comisuras de los labios tenía siempre una salivilla de verde veneno. Desde la remota ventana, agaritado en una inmovilidad de corneja sagrada, está mirando las escuadras de indios, soturnos en la cruel indiferencia del dolor y de la muerte. A lo largo de la formación, chinitas y soldaderas haldeaban corretonas, huroneando entre las medallas y las migas del faltriquero, la pitada de tabaco y los cobres para el coime. Un globo de colores se quemaba en la turquesa celeste, sobre la campa invadida por la sombra morada del convento. Algunos soldados, indios comaltes de la selva, levantaban los ojos. Santa Fe celebraba sus famosas ferias de Santos y Difuntos. Tirano Banderas, en la remota ventana, era siempre el garabato de un lechuzo.

[23]




IV

Venía por el vasto zaguán frailero una escolta de soldados con la bayoneta armada en los negros fusiles, y entre las filas un roto greñudo, con la cara dando sangre. Al frente, sobre el flanco derecho, fulminaba el charrasco del Mayor Abilio del Valle. El retinto garabato del bigote, dábale fiero resalte al arregaño lobatón de los dientes que sujetan el fiador del pavero con toquilla de plata:

-¡Alto!

Mirando a las ventanas del convento, formó la escuadra. Destacáronse dos caporales, que, a modo de pretinas, llevaban cruzadas sobre el pecho sendas pencas con argollones, y despojaron al reo del fementido sabanil que le cubría las carnes: Sumiso y adoctrinado, con la espalda corita al sol, entróse el cobrizo a un hoyo profundo de tres pies, como disponen las Ordenanzas de Castigos Militares. Los dos caporales apisonaron echando tierra, y quedó soterrado hasta los estremecidos ijares: El torso desnudo, la greña, las manos con fierros, salían fuera del hoyo colmados de negra expresión [24] dramática: Metía el chivón de la barba en el pecho, con furbo atisbo a los caporales que se desceñían las pencas. Señaló el tambor un compás alterno y dió principio el castigo del chicote, clásico en los cuarteles:

-¡Uno! ¡Dos! ¡Tres!

El greñudo, sin un gemido, se arqueaba sobre las manos esposadas, ocultos los hierros en la cavación del pecho: Le saltaban de los costados ramos de sangre, y sujetándose al ritmo del tambor, solfeaban los dos caporales:

-¡Siete! ¡Ocho! ¡Nueve!




V

Niño Santos se retiró de la ventana para recibir a una endomingada diputación de la Colonia Española.-El abarrotero, el empeñista, el chulo del braguetazo, el patriota jactancioso, el doctor sin reválida, el periodista hampón, el rico mal afamado, se inclinaban en hilera ante la momia taciturna con la verde salivilla en el canto de los labios-. Don Celestino Galindo, orondo, redondo, pedante, tomó la palabra, y con aduladoras hipérboles, [25] saludó al glorioso pacificador de Zamalpoa:

-La Colonia Española eleva sus homenajes al benemérito patricio, raro ejemplo de virtud y energía, que ha sabido restablecer el imperio del orden, imponiendo un castigo ejemplar a la demagogia revolucionaria. ¡La Colonia Española, siempre noble y generosa, tiene una oración y una lágrima para las víctimas de una ilusión funesta, de un virus perturbador! Pero la Colonia Española no puede menos de reconocer que en el inflexible cumplimiento de las leyes está la única salvaguardia del orden y el florecimiento de la República.

La fila de gachupines asintió con murmullos:-Unos eran toscos, encendidos y fuertes: Otros tenían la expresión cavilosa y hepática de los tenderos viejos: Otros, enjoyados y panzudos, exudaban zurda pedancia. A todos ponia *ponía* un acento de familia el embarazo de las manos con guantes-. Tirano Banderas masculló estudiadas cláusulas de dómine:

-Me congratula ver cómo los hermanos de raza aquí radicados, afirmando su fe inquebrantable en los ideales de orden y progreso, responden a la tradición de la Madre Patria. [26] Me congratula mucho este apoyo moral de la Colonia Hispana. Santos Banderas no tiene la ambición de mando que le critican sus adversarios: Santos Banderas les garanta que el día más feliz de su vida será cuando pueda retirarse y sumirse en la oscuridad a labrar su predio, como Cincinato. Crean, amigos, que para un viejo son fardel muy pesado las obligaciones de la Presidencia. El gobernante, muchas veces precisa ahogar los sentimientos de su corazón, porque el cumplimiento de la ley es la garantía de los ciudadanos trabajadores y honrados: El gobernante, llegado el trance de firmar una sentencia de pena capital, puede tener lágrimas en los ojos, pero a su mano no le está permitido temblar. Esta tragedia del gobernante, como les platicaba recién, es superior a las fuerzas de un viejo. Entre amigos tan leales, puedo declarar mi flaqueza, y les garanto que el corazón se me desgarraba al firmar los fusilamientos de Zamalpoa. ¡Tres noches he pasado en vela!

-¡Atiza!

Se descompuso la ringla de gachupines. Los charolados pies juanetudos cambiaron de loseta. Las manos, enguantadas y torponas, se [27] removieron indecisas, sin saber dónde posarse. En un tácito acuerdo, los gachupines jugaron con las brasileñas leontinas de sus relojes. Acentuó la momia:

-¡Tres días con sus noches en ayuno y en vela!

-¡Arrea!

Era el que tan castizo apostillaba un vinatero montañés, chaparro y negrote, con el pelo en erizo, y el cuello de toro desbordante sobre la tirilla de celuloide: La voz fachendosa, tenía la brutalidad intempestiva de una claque de teatro. Tirano Banderas sacó la petaca y ofreció a todos su picadura de Virginia:

-Pues, como les platicaba, el corazón se destroza, y las responsabilidades de la gobernación llegan a constituir una carga demasiado pesada. Busquen al hombre que sostenga las finanzas, al hombre que encauce las fuerzas vitales del país. La República, sin duda, tiene personalidades que podrán regirla con más acierto que este viejo valetudinario. Pónganse de acuerdo todos los elementos representativos, así nacionales como extranjeros...

Hablaba meciendo la cabeza de pergamino: La mirada, un misterio tras las verdosas [28] antiparras. Y la ringla de gachupines balanceaba un murmullo, señalando su aduladora disidencia. Cacareó Don Celestino:

-¡Los hombres providenciales no pueden ser reemplazados, sino por hombres providenciales!

La fila aplaudió, removiéndose en las losetas, como ganado inquieto por la mosca. Tirano Banderas, con un gesto cuáquero, estrechó la mano del pomposo gachupín:

-Quédese, Don Celes, y echaremos un partido de ranita.

-¡Muy complacido!

Tirano Banderas, trasmudándose sobre su última palabra, hacía a los otros gachupines un saludo frío y parco:

-A ustedes, amigos, no quiero distraerles de sus ocupaciones. Me dejan mandado.




VI

Una mulata entrecana, descalza, temblona de pechos, aportó con el refresco de limonada y chocolate, dilecto de frailes y corregidores, cuando el virreinato. Con tintín de plata y cristales en las manos prietas, miró la mucama [29] al patroncito, dudosa, interrogante. Niño Santos, con una mueca de la calavera, le indicó la mesilla de campamento, que, en el vano de un arco, abría sus compases de araña. La mulata obedeció haldeando: Sumisa, húmeda, lúbrica, se encogía y deslizaba. Mojó los labios en la limonada Niño Santos:

-Consecutivamente, desde hace cincuenta años, tomo este refresco, y me prueba muy medicinal... Se lo recomiendo, Don Celes.

Don Celes infló la botarga:

-¡Cabal, es mi propio refresco! Tenemos los gustos parejos y me siento orgulloso. ¡Cómo no!

Tirano Banderas, con gesto huraño, esquivó el humo de la adulación, las volutas enfáticas. Manchados de verde los cantos de la boca, se recogía en su gesto soturno:

-Amigo Don Celes, las revoluciones, para acabarlas de raíz, precisan balas de plata.

Reforzó campanudo el gachupín:

-¡Balas que no llevan pólvora ni hacen estruendo!

La momia acogió con una mueca enigmática:

-Esas, amigo, que van calladas, son las [30] mejores. En toda revolución hay siempre dos momentos críticos: El de las ejecuciones fulminantes, y el segundo momento, cuando convienen las balas de plata. Amigo Don Celes, recién esas balas, nos ganarían las mejores batallas. Ahora la política es atraerse a los revolucionarios. Yo hago honor a mis enemigos, y no se me oculta que cuentan con muchos elementos simpatizantes en las vecinas Repúblicas. Entre los revolucionarios, hay científicos que pueden con sus luces laborar en provecho de la Patria. La inteligencia merece respeto. ¿No le parece, Don Celes?

Don Celes asentía con el grasiento arrebol de una sonrisa:

-En un todo de acuerdo. ¡Cómo no!

-Pues para esos científicos quiero yo las balas de plata: Hay entre ellos muy buenas cabezas que lucirían en cotejo con las eminencias del Extranjero. En Europa, esos hombres pueden hacer estudios que aquí nos orienten: Su puesto está en la Diplomacia... En los Congresos Científicos... En las Comisiones que se crean para el Extranjero.

Ponderó el ricacho:

-¡Eso es hacer política sabia!

[31] Y susurró confidencial Generalito Banderas:

-Don Celes, para esa política preciso un gordo amunicionamiento de plata. ¿Qué dice el amigo? Séame leal, y que no salga de los dos ninguna cosa de lo hablado. Le tomo por consejero, reconociendo lo mucho que vale.

Don Celes soplábase los bigotes escarchados de brillantina y aspiraba, deleite de sibarita, las auras barberiles que derramaba en su ámbito. Resplandecía como búdico vientre, el cebollón de su calva, y esfumaba su pensamiento un sueño de orientales mirajes: -La contrata de vituallas para el Ejército Libertador.-Cortó el encanto Tirano Banderas: -Mucho lo medita, y hace bien, que el asunto tiene toda la importancia. Declamó el gachupín, con la mano sobre la botarga:

-Mi fortuna, muy escasa siempre, y en estos tiempos harto quebrantada, en su corta medida está al servicio del Gobierno. Pobre es mi ayuda, pero ella representa el fruto del trabajo honrado en esta tierra generosa, a la cual amo como a una patria de elección.

Generalito Banderas interrumpió con el ademán impaciente de apartarse un tábano:

[32] -¿La Colonia Española no cubriría un empréstito?

-La Colonia ha sufrido mucho estos tiempos. Sin embargo, teniendo en cuenta sus vinculaciones con la República...

El Generalito plegó la boca, reconcentrado en un pensamiento:

-¿La Colonia Española comprende hasta dónde peligran sus intereses con el ideario de la Revolución? Si lo comprende, trabájela usted en el sentido indicado. El Gobierno sólo cuenta con ella para el triunfo del orden: El país está anarquizado por las malas propagandas.

Inflóse Don Celes:

-El indio dueño de la tierra, es una utopía de universitarios.

-Conformes. Por eso le decía que a los científicos hay que darles puestos fuera del país, adonde su talento no sea perjudicial para la República. Don Celestino, es indispensable un amunicionamiento de plata, y usted queda comisionado para todo lo referente. Véase con el Secretario de Finanzas. No lo dilate. El Licenciadito tiene estudiado el asunto y le pondrá al corriente: Discutan las garantías y resuelvan [33] violento, pues es de la mayor urgencia balear con plata a los revolucionarios. ¡El extranjero acoge las calumnias que propalan las Agencias! Hemos protestado por la vía diplomática para que sea coaccionada la campaña de difamación, pero no basta. Amigo Don Celes, a su bien tajada péñola le corresponde redactar un documento que, con las firmas de los españoles preeminentes, sirva para ilustrar al Gobierno de la Madre Patria. La Colonia debe señalar una orientación, hacerles saber a los estadistas distraídos que el ideario revolucionario es el peligro amarillo en América. La Revolución representa la ruina de los estancieros españoles. Que lo sepan allá, que se capaciten. ¡Es muy grave el momento, Don Celestino! Por rumores que me llegaron, tengo noticia de cierta actuación que proyecta el Cuerpo Diplomático. Los rumores son de una protesta por las ejecuciones de Zamalpoa. ¿Sabe usted si esa protesta piensa suscribirla el Ministro de España?

Al rico gachupín se le enrojeció la calva:

-¡Sería una bofetada a la Colonia!

-¿Y el Ministro de España, considera usted que sea sujeto para estas bofetadas?

[34] -Es hombre apático... Hace lo que le cuesta menos trabajo. Hombre poco claro.

-¿No hace negocios?

-Hace deudas, que no paga. ¿Quiere usted mayor negocio? Mira como un destierro su radicación en la República.

-¿Que se teme usted una pendejada?

-Me la temo.

-Pues hay que evitarla.

El gachupín simuló una inspiración repentina, con palmada en la frente panzona:

-La Colonia puede actuar sobre el Ministro.

Don Santos rasgó con una sonrisa su verde máscara indiana:

-Eso se llama meter el tejo por la boca de la ranita. Conviene actuar violento. Los españoles aquí radicados tienen intereses contrarios a las utopías de la Diplomacia. Todas esas lucubraciones del protocolo suponen un desconocimiento de las realidades americanas. La Humanidad, para la política de estos países, es una entelequia con tres cabezas: El criollo, el indio y el negro. Tres Humanidades. Otra política para estos climas es pura macana.

[35] El gachupín, barroco y pomposo, le tendió la mano:

-¡Mi admiración crece escuchándole!

-No se dilate, Don Celes. Quiere decirse que se remite para mañana la invitación que le hice. ¿A usted no le complace el juego de la ranita? Es mi medicina para esparcir el ánimo, mi juego desde chamaco, y lo practico todas las tardes. Muy saludable, no arruina como otros juegos.

El ricacho se arrebolaba:

-¡Asombroso cómo somos de gustos parejos!

-Don Celes, hasta lueguito.

Interrogó el gachupín:

-¿Lueguito será mañana?

Movió la cabeza Don Santos:

-Si antes puede ser, antes. Yo no duermo.

Encomió Don Celes:

-¡Profesor de energía, como dicen en nuestro Diario!

El Tirano le despidió, ceremonioso, desbaratada la voz en una cucaña de gallos.

[36]




VII

Tirano Banderas, sumido en el hueco de la ventana, tenía siempre el prestigio de un pájaro nocharniego: Desde aquella altura fisgaba la campa donde seguían maniobrando algunos pelotones de indios, armados con fusiles antiguos. La ciudad se encendía de reflejos sobre la marina esmeralda. La brisa era fragante, plena de azahares y tamarindos. En el cielo, remoto y desierto, subían globos de verbena, con cauda de luces. Santa Fe celebraba sus ferias otoñales, tradición que venía del tiempo de los virreyes españoles. Por la conga del convento, saltarín y liviano, con morisquetas de lechuguino, rodaba el quitri *quitrín* de Don Celes. La ciudad, pueril ajedrezado de blancas y rosadas azoteas, tenía una luminosa palpitación, acastillada en la curva del Puerto. La marina era llena de cabrilleos, y en la desolación azul, toda azul, de la tarde, encendían su roja llamarada las cornetas de los cuarteles. El quitri *quitrín* del gachupín saltaba como una araña negra, en el final solanero de Cuesta Mostenses.

[37]




VIII

Tirano Banderas, agaritado en la ventana, inmóvil y distante, acrecentaba su prestigio de pájaro sagrado. Cuesta Mostenses flotaba en la luminosidad del marino poniente, y un ciego cribado de viruelas rasgaba el guitarrillo al pie de los nopales, que proyectaban sus brazos como candelabros de Jerusalén. La voz del ciego desgarraba el calino silencio:


   -Era Diego Pedernales
de noble generación,
pero las obligaciones
de su sangre, no siguió.

[39]






LIBRO SEGUNDO

EL MINISTRO DE ESPAÑA



I

La Legación de España se albergó muchos años en un caserón con portada de azulejos y salomónicos miradores de madera, vecino al recoleto estanque francés, llamado por una galante tradición Espejillo de la Virreina. El Barón de Benicarlés, Ministro Plenipotenciario de Su Majestad Católica, también proyectaba un misterio galante y malsano, como aquella virreina que se miraba en el espejo de su jardín, con un ensueño de lujuria en la frente. El Excelentísimo Señor Don Mariano Isabel Cristino Queralt y Roca de Togores, Barón de Benicarlés y Maestrante de Ronda, tenía la voz de cotorrona y el pisar de bailarín. Lucio, grandote, abobalicado, muy propicio al cuchicheo y al chismorreo, rezumaba falsas melosidades: Le hacían rollas las manos y el papo: Hablaba con nasales francesas y mecía bajo sus carnosos párpados un frío ensueño de literatura perversa: Era un desvaído figurón, snob literario, gustador de los cenáculos decadentes, [40] con rito y santoral de métrica francesa. La sombra de la ardiente virreina, refugiada en el fondo del jardín, mirando la fiesta de amor sin mujeres, lloró muchas veces, incomprensiva, celosa, tapándose la cara.




II

Santos y Difuntos.-En este tiempo, era luminosa y vibrante de tabanquillos y tenderetes la Calzada de la Virreina. El quitri *quitrín* del gachupín, que rodaba haciendo morisquetas de petimetre, se detuvo ante la Legación Española. Un chino encorvado, la espalda partida por la coleta, regaba el zaguán. Don Celes subió la ancha escalera y cruzó una galería con cuadros en penumbra, tallas, dorados y sedas: El gachupín experimentaba un sofoco ampuloso, una sensación enfática de orgullo y reverencia: Como collerones le resonaban en el pecho fanfarrias de históricos nombres sonoros, y se mareaba igual que en un desfile cañones y banderas: Su jactancia, ilusa y patriótica, se revertía en los escandidos compases de una música brillante y ramplona: Se detuvo en el fondo de la galería. La puerta [41] luminosa, silenciosa, franca sobre el gran estrado desierto, amortiguó extrañamente al barroco gachupín, y sus pensamientos se desbandaron en fuga, potros cerriles rebotando las ancas. Se apagaron de repente todas las bengalas, y el ricacho se advirtió pesaroso de verse en aquel trámite: Desasistido de emoción, árido, tímido como si no tuviese dinero, penetró en el estrado vacío, turbando la dorada simetría de espejos y consolas.




III

El Barón de Benicarlés, con quimono de mandarín, en el fondo de otra cámara, sobre un canapé, espulgaba meticulosamente a su faldero. Don Celes llegó, mal recobrado el gesto de fachenda entre la calva panzona y las patillas color de canela: Parecía que se le hubiese aflojado la botarga:

-Señor Ministro, si interrumpo, me retiro.

-Pase usted, ilustre Don Celestino.

El faldero dió un ladrido, y el carcamal diplomático, rasgando la boca, le tiró de una oreja:

-¡Calla, Merlín! Don Celes, tan contadas [42] son sus visitas, que ya le desconoce el Primer Secretario.

El carcamal diplomático esparcía sobre la fatigada crasitud de sus labios una sonrisa lenta y maligna, abobada y amable. Pero Don Celes miraba a Merlín, y Merlín le enseñaba los dientes a Don Celes. El Ministro de su Majestad Católica, distraído, evanescente, ambiguo, prolongaba la sonrisa con una elasticidad inverosímil, como las diplomacias neutrales en año de guerras. Don Celes experimentaba una angustia pueril ente la mueca del carcamal y el hocico aguazado del faldero: Con su gesto adulador y pedante, lleno de pomposo efecto, se inclinó hacia Merlín:

-¿No quieres que seamos amigos?

El faldero, con un ladrido, se recogió en las rodillas de su amo, que adormilaba los ojos huevones, casi blancos, apenas desvanecidos de azul, indiferentes como dos globos de cristal, consonantes con la sonrisa sin término, de una deferencia maquillada y protocolaria. La mano gorja y llena de hoyos, mano de odalisca, halagaba las sedas del faldero:

-¡Merlín, ten formalidad!

-¡Me ha declarado la guerra!

[43] El Barón de Benicarlés, diluyendo el gesto de fatiga por toda su figura crasa y fondona, se dejaba besuquear del faldero. Don Celes, rubicundo entre las patillas de canela, poco a poco, iba inflando la botarga, pero con una sombra de recelo, una íntima y remota cobardía de cómico silbado. Bajo el besuqueo del falderillo, habló, confuso y nasal, el figurón diplomático:

-¿Por dónde se peregrina, Don Celeste? ¿Qué luminosa opinión me trae usted de la Colonia Hispana? ¿No viene usted como Embajador?... Ya tiene usted despejado el camino, ilustre Don Celes.

Don Celes se arrugó con gesto amistoso, aquiescente, fatalista: La frente panzona, la papada apoplética, la botarga retumbante, apenas disimulaban la perplejidad del gachupín. Rió falsamente:

-La tan mentada sagacidad diplomática se ha confirmado una vez más, querido Barón.

Ladró Merlín, y el carcamal le amenazó levantando un dedo:

-No interrumpas, Merlín. Perdone usted la incorrección y continúe, ilustre Don Celes.

Don Celes, por levantarse los ánimos, hacía [44] oración mental, recapacitando los pagarés que tenía del Barón: Luchaba desesperado por no desinflarse: Cerró los ojos:

-La Colonia, por sus vinculaciones, no puede ser ajena a la política del país: Aquí radica su colaboración y el fruto de sus esfuerzos. Yo, por mis sentimientos pacifistas, por mis convicciones de liberalismo bajo la gerencia de gobernantes serios, me hallo en una situación ambigua, entre el ideario revolucionario y los procedimientos sumarísimos del General Banderas. Pero casi me convence la colectividad española, en cuanto a su actuación, porque la más sólida garantía del orden es, todavía, Don Santos Banderas. ¡El triunfo revolucionario traería el caos!

-Las revoluciones, cuando triunfan, se hacen muy prudentes.

-Pero hay un momento de crisis comercial: Los negocios se resienten, oscilan las finanzas, el bandolerismo renace en los campos.

Subrayó el Ministro:

-No más que ahora, con la guerra civil.

-¡La guerra civil! Los radicados de muchos años en el pais *país*, ya la miramos como un mal endémico. Pero el ideario revolucionario [45] es algo más grave, porque altera los fundamentos sagrados de la propiedad. El indio, dueño de la tierra, es una aberración demagógica, que no puede prevalecer en cerebros bien organizados. La Colonia profesa unánime este sentimiento: Yo quizá lo acoja con algunas reservas, pero, hombre de realidades, entiendo que la actuación del capital español es antagónica con el espíritu revolucionario.

El Ministro de Su Majestad Católica se recostó en el canapé, escondiendo en el hombro el hocico del faldero:

-¿Don Celes, y es oficial ese ultimátum de la Colonia?

-Señor Ministro, no es ultimátum. La Colonia pide solamente una orientación.

-¿La pide o la impone?

-No habré sabido explicarme. Yo, como hombre de negocios, soy poco dueño de los matices oratorios, y si he vertido algún concepto por donde haya podido entenderse que ostento una representación oficiosa, tengo especial interés en dejar rectificada plenamente esa suspicacia del Señor Ministro.

El Barón de Benicarlés, con una punta de ironía en el azul desvaído de los ojos, y las [46] manos de odalisca entre las sedas del faldero, diluía un gesto displicente sobre la boca belfona, untada de fatiga viciosa:

-Ilustre Don Celestino, usted es una de las personalidades financieras, intelectuales y sociales más remarcables de la Colonia... Sus opiniones, muy estimables... Sin embargo, usted no es todavía el Ministro de España. ¡Una verdadera desgracia! Pero hay un medio para que usted lo sea, y es solicitar por cable mi traslado a Europa. Yo apoyaré la petición, y le venderé a usted mis muebles en almoneda. El ricacho se infló de vanidad ingeniosa:

-¿Incluido Merlín para consejero?

El figurón diplomático acogió la agudeza con un gesto frío y lacio, que la borró:

-Don Celes, aconseje usted a nuestros españoles que se abstengan de actuar en la política del país, que se mantengan en una estricta neutralidad, que no quebranten con sus intemperancias la actuación del Cuerpo Diplomático. Perdone, ilustre amigo, que no le acoja más tiempo, pues necesito vestirme para asistir a un cambio de impresiones en la Legación Inglesa.

Y el desvaído carcamal, en la luz declinante [47] de la cámara, desenterraba un gesto chafado, de sangre orgullosa.




IV

Don Celes, al cruzar el estrado, donde la alfombra apagaba el rumor de los pasos, sintió más que nunca el terror de desinflarse. En el zaguán, el chino rancio y coletudo, en una abstracción pueril y maniática, seguía regando las baldosas. Don Celes experimentó todo el desprecio del blanco por el amarillo:

-¡Deja paso, y mira, no me manches el charol de las botas, gran chingado!

Andando en la punta de los pies, con mecimiento de doble suspensión la botarga, llegó a la puerta y llamó al moreno del quitrí *quitrín*, que con otros morenos y rotos refrescaba bajo los laureles de un bochinche: Juego de bolos y piano automático con platillos:

-¡Vamos vivo, pendejo!




V

Calzada de la Virreina tenía un luminoso bullicio de pregones, guitarros, faroles y gallardetes. Santa Fe se regocijaba con un vértigo [48] encendido, con una calentura de luz y tinieblas: El aguardiente y el facón del indio, la baraja y el baile lleno de lujurias, encadenaban una sucesión de imágenes violentas y tumultuosas. Sentíase la oscura y desolada palpitación de la vida sobre la fosa abierta. Santa Fe, con una furia trágica y devoradora del tiempo, escapaba del terrorífico sopor cotidiano, con el grito de sus furias *ferias*, tumultuoso como un grito bélico. En la lumbrada del ocaso, sobre la loma de granados y palmas, encendía los azulejos de sus redondas cúpulas coloniales, San Martín de los Mostenses.

[49]






LIBRO TERCERO

EL JUEGO DE LA RANITA



I

Tirano Banderas, terminado el despacho, salió por la arcada del claustro bajo, al jardín de los frailes. Le seguían compadritos y edecanes:

-¡Se acabó la obligación! Ahora, si les parece bien, mis amigos, vamos a divertir honestamente este rabo de tarde, en el jueguito de la rana.

Rancio y cumplimentero, invitaba para la trinca, sin perder el rostro sus vinagres, y se pasaba por la calavera el pañuelo de hierbas, propio de dómine o donado.




II

El Jardín de los Frailes, geométrica ruina de cactus y laureles, gozaba la vista del mar: Por las mornas tapias corrían amarillos lagartos: En aquel paraje estaba el juego de la rana, ya crepuscular, recién pintado de verde. El Tirano, todas las tardes esparcía su tedio en este divertimiento: Pausado y [50] prolijo, rumiando la coca, hacía sus tiradas, y en los yerros, su boca rasgábase toda verde, con una mueca: Se mostraba muy codicioso y atento a los lances del juego, sin ser parte a distraerle las descargas de fusilería que levantaban cirrus de humo a lo lejos, por la banda de la marina. Las sentencias de muerte se cumplimentaban al ponerse el sol, y cada tarde era pasada por las armas alguna cuerda de revolucionarios. Tirano Banderas, ajeno a la fusilería, cruel y vesánico, afinaba el punto apretando la boca. Los cirrus de humo volaban sobre el mar.

-¡Rana!

El Tirano, siempre austero, vuelto a la trinca de compadres, desplegaba el pañuelo de dómine, enjugándose el cráneo pelado:

-¡Aprendan, y no se distraigan del juego con macanas!

Un vaho pesado, calor y catinga, anunciaba la proximidad de la manigua, donde el crepúsculo enciende, con las estrellas, los ojos de los jaguares.

[51]




III

Aquella india vieja, acurrucada en la sombra de un toldillo, con el bochinche de limonada y aguardiente, se ha hispido, remilgada y corretona bajo la seña del Tirano:

-¡Horita, mi jefe!

Doña Lupita cruza las manos enanas y orientales, apretándose al pecho los cabos del rebocillo, tirado de priesa sobre la greña: Tenía esclava la sonrisa y los ojos oblicuos de serpiente sabia: Los pies descalzos, pulidos como las manos: Engañosa de mieles y lisonjas la plática:

-¡Mándeme, no más, mi Generalito!

Generalito Banderas doblaba el pañuelo, muy escrupuloso y espetado:

-¿Se gana plata, Doña Lupita?

-¡Mi jefecito, paciencia se gana! ¡Paciencia y trabajos, que es ganar la Gloria Bendita! Viernes pasado compré un mecate para me ajorcar, y un ángel se puso de por medio. ¡Mi jefecito, no di con una escarpia!

Tirano Banderas, parsimonioso, rumiaba la coca, tembladera la quijada y saltante la nuez:

[52] -¿Diga, mi vieja, y qué le sucedió al mecatito?

-A la Santa de Lima amarrado se lo tengo, mi jefecito.

-¿Qué le solicita, vieja?

-Niño Santos, pues que su merced disfrute mil años de soberanía.

-¡No me haga pendejo, Doña Lupita! ¿De qué año son las enchiladas?

-¡Mérito *Merito* acaban de enfriarse, patroncito!

-¿Qué otra cosa tiene en la mesilla?

-Coquitos de agua. ¡La chicha muy superior, mi jefecito! Aguardiente para el gauchaje.

-Pregúntele, vieja, el gusto a los circunstantes, y sirva la convidada.

Doña Lupita, torciendo la punta del rebocillo, interrogó al concurso que acampaba en torno de la rana, adulador y medroso ante la momia del Tirano:

-¿Con qué gustan mis jefecitos de refrescarse? Les antepongo que solamente tres copas tengo. Denantes, pasó un coronelito briago, que todo me lo hizo cachizas, caminándose sin pagar el gasto.

El Tirano formuló lacónico:

[53] -Denúncielo en forma, y se hará justicia.

Doña Lupita jugó el rebocillo como una dama de teatro:

-¡Mi Generalito, el memorialista no moja la pluma sin tocar por delante su estipendio! Marcó un temblor la barbilla del Tirano:

-Tampoco es razón. A mi sala de audiencias puede llegar el último cholo de la República. Licenciado Sostenes Carrillo, queda a su cargo instruir el proceso en averiguación del supuesto fregado...




IV

Doña Lupita, corretona y haldeando, fué a sacar los cocos puestos bajo una cobertera de palmitos en la tierra regada. El Tirano, sentado en el poyo miradero de los frailes, esparcía el ánimo cargado de cuidados: Sobre el bastón con borlas doctorales y puño de oro, cruzaba la cera de las manos: En la barbilla un temblor, en la boca verdosa, un gesto ambiguo de risa, mofa y vinagre:

-Tiene mucha letra la guaina, Señor Licenciado.

-Patroncito, ha visto la chuela.

[54] -Muy ocurrente en las leperadas. ¡Puta madre! Va para el medio siglo que la conozco, de cuando fui abanderado en el Séptimo Ligero: Era nuestra rabona.

Doña Lupita amusgaba la oreja, haldeando por el jacalito. El Licenciado recayó con apremio chuflero:

-¡No se suma mi vieja!

-En boca cerrada no entran moscas, valedorcito.

-No hay sello para una vuelta de mancuerda.

-¡Santísimo Juez!

-¿Qué jefe militar le arrugó el tenderete, mi vieja?

-¡Me aprieta, niño, y me expone a una venganza!

-No se atore y suelte el gallo.

-No me sea mala reata, Señor Licenciado.

El Señor Licenciado era feliz, rejoneando a la vieja por divertir la hipocondría del Tirano. Doña Lupita, falsa y apenujada, trajo las palmas con el fruto enracimado, y un trenchete para rebanarlo. El Mayor Abilio del Valle, que se preciaba de haber cortado muchas cabezas, pidió la gracia de meter el facón [55] a los coquitos de agua: Lo hizo con destreza mambís: Bélico y triunfador, ofrendó como el cráneo de un cacique enemigo, el primer coquito al Tirano. La momia amarilla desplegó las manos y tomó una mitad pulcramente:

-Mayorcito, el concho que resta, esa vieja maulona que se lo beba. Si hay ponzoña, que los dos reventemos.

Doña Lupita, avizorada, tomó el concho, saludado y bebiendo:

-Mi Generalito, no hay más que un firme acatamiento en esta cuera vieja: ¡El Señor San Pedro y toda la celeste cofradía me sean testigos!

Tirano Banderas, taciturno, recogido en el poyo, bajo la sombra de los ramajes, era un negro garabato de lechuzo. Raro prestigio cobró de pronto aquella sombra, y aquella voz de caña hueca, raro imperio:

-Doña Lupita, si como dice me aprecia, declare el nombre del pendejo briago que en tan poco se tiene. Luego luego, vos veréis, vieja, que también la aprecia Santos Banderas. Dame la mano, vieja...

-Taitita, dejá sos la bese.

[56] Tirano Banderas oyó, sin moverse, el nombre que temblando le secreteó la vieja. Los compadritos, en torno de la rana, callaban amusgados, y a hurto se hacían alguna seña. La momia indiana:

-¡Chac, chac!




V

Tirano Banderas, con paso de rata fisgona, seguido por los compadritos, abandonó el juego de la rana: Al cruzar el claustro, un grupo de uniformes que choteaba en el fondo, guardó repentino silencio. Al pasar, la momia escrutó el grupo, y con un movimiento de cabeza, llamó al Coronel-Licenciado López de Salamanca, Jefe de Policía:

-¿A qué hora está anunciado el acto de las Juventudes Democráticas?

-A las diez.

-¿En el Circo Harris?

-Eso rezan los carteles.

-¿Quién ha solicitado el permiso para el mitin?

-Don Roque Cepeda.

-¿No se le han puesto obstáculos?

[57] -Ninguno.

-¿Se han cumplimentado fielmente mis instrucciones?

-Tal creo...

-La propaganda de ideales políticos, siempre que se realice dentro de las leyes, es un derecho ciudadano y merece todos los respetos del Gobierno.

El Tirano torcía la boca con gesto maligno. El Jefe de Policía, Coronel-Licenciado López de Salamanca, atendía con burlón desenfado:

-¡Mi General, en caso de mitote, habrá que suspender el acto?

-El Reglamento de Orden Público le evacuará cumplidamente cualquier duda.

El Coronel-Licenciado asintió con zumba gazmoña:

-Señor Presidente, la recta aplicación de las leyes será la norma de mi conducta.

-Y en todo caso, si usted procediese con exceso de celo, cosa siempre laudable, no le costará gran sacrificio presentar la renuncia del cargo. Sus servicios-al aceptarla-sin duda que los tendría en consideración el Gobierno.

Recalcó el Coronel-Licenciado:

[58] -¿El Señor Presidente no tiene otra cosa que mandarme?

-¿Ha proseguido las averiguaciones referentes al relajo y viciosas costumbres del Honorable Cuerpo Diplomático?

-Y hemos hecho algún descubrimiento sensacional.

-En el despacho de esta noche tendrá a bien enterarme.

El Coronel-Licenciado saludó:

-¡A la orden, mi General!

La momia indiana todavía le detuvo, exprimiendo su verde mueca:

-Mi política es el respeto a la ley. Que los gendarmes garantan el orden en Circo Harris. ¡Chac! ¡Chac! Las Juventudes Democráticas ejemplarizan esta noche practicando un ejercicio ciudadano.

Chanceó el Jefe de Policía:

-Ciudadano y acrobático.

El Tirano, ambiguo y solapado plegó la boca con su mueca verde:

-¡Pues, y quién sabe!... ¡Chac! ¡Chac! 

[59]




VI

Tirano Banderas caminó taciturno.-Los compadres, callados como en un entierro, formaban la escolta detrás.-Se detuvo en la sombra del convento, bajo el alerta del guaita, que en el campanario sin campanas clavaba la luna con la bayoneta. Tirano Banderas estúvose mirando el cielo de estrellas: Amaba la noche y los astros: El arcano de bellos enigmas recogía el dolor de su alma tétrica: Sabía numerar el tiempo por las constelaciones: Con la matemática luminosa de las estrellas se maravillaba: La eternidad de las leyes siderales abría una coma religiosa en su estoica crueldad indiana. Atravesó la puerta del convento bajo el grito nocturno del guaita en la torre, y el retén, abriendo filas, presentó armas. Tirano Banderas, receloso, al pasar, escudriñaba el rostro oscuro de los soldados.

[61]








SEGUNDA PARTE

BOLUCA Y MITOTE


[63]


LIBRO PRIMERO

CUARZOS IBÉRICOS



I

Amarillos y rojos mal entonados, colgaban los balcones del Casino Español. En el filo luminoso de la terraza, petulante y tilingo, era el quitrí *quitrín* de Don Celes.




II

-¡Mueran los gachupines!

-¡Mueran!...

El Circo Harris, en el fondo del parque, perfilaba la cúpula diáfana de sus lonas bajo el cielo verde de luceros. Apretábase la plebe vocinglera frente a las puertas, en el guiño de los arcos voltaicos. Parejas de caballería estaban de cantón en las bocacalles, y mezclados entre los grupos, huroneaban los espías del Tirano. Aplausos y vítores acogieron la aparición de los oradores: Venían en grupo, rodeados de estudiantes con banderas: Saludaban agitando los sombreros, pálidos, teatrales, heroicos. La marejada tumultuaria del gentío, bajo la porra legisladora de los gendarmes, abría [64] calle ante las puertas del Circo. Las luces del interior daban a la cúpula de lona una diafanidad morena. Sucesivos grupos con banderas y bengalas, aplausos y amotinados clamores, a modo de reto, gritaban frente al Casino Español:

-¡Viva Don Roque Cepeda!

-¡Viva el libertador del indio!

-¡Vivaaa!...

-¡Muera la tiranía!

-¡Mueraaa!...

-¡Mueran los gachupines!

-¡Mueran!...




III

El Casino Español -floripondios, doradas lámparas, rimbombantes moldurones- estallaba rubicundo y bronco, resonante de bravatas. La Junta Directiva clausuraba una breve sesión, sin acta, con acuerdos verbales y secretos. Por los salones, al sesgo de la farra valentona, comenzaban solapados murmullos. Pronto corrió, sin recato, el complot para salir en falange y deshacer el mitin a estacazos. La charanga gachupina resoplaba un bramido [65] patriota: Los calvos tresillistas dejaban en el platillo las puestas *apuestas*: Los cerriles del dominó golpeaban con las fichas, y los boliches de gaseosa: Los del billar salían a los balcones blandiendo los tacos. Algunas voces tartufas de empeñistas y abarroteros, reclamaban prudencia y una escolta de gendarmes para garantía del orden. Luces y voces ponían una palpitación chula y politiquera en aquellos salones decorados con la emulación ramplona de los despachos ministeriales en la Madre Patria: De pronto la falange gachupina acudió en tumulto a los balcones. Gritos y aplausos:

-¡Viva España!

-¡Viva el General Banderas!

-¡Viva la raza latina!

-¡Viva el General Presidente!

-¡Viva Don Pelayo!

-¡Viva el Pilar de Zaragoza!

-¡Viva Don Isaac Peral!

-¡Viva el comercio honrado!

-¡Viva el Héroe de Zamalpoa!

En la calle, una tropa de caballos acuchillaba a la plebe ensabanada y negruzca, que huía sin sacar el facón del pecho. 

[66]




IV

Bajo la protección de los gendarmes, la gachupia *gachupía* baladrona se repartió por las mesas de la terraza.-Desafíos, jactancias, palmas-. Don Celes tascaba un largo veguero entre dos personajes de su prosapia: Míster Contum, aventurero yanqui con negocios de minería, y un estanciero español, señalado por su mucha riqueza, hombre de cortas luces, alavés duro y fanático, con una supersticiosa devoción por el principio de autoridad que aterroriza y sobresalta.-Don Teodosio del Araco, ibérico granítico, perpetuaba la tradición colonial del encomendero.-Don Celes peroraba con vacua egolatría de ricacho, puesto el hito de su elocuencia en deslumbrar al mucamo que le servía el café. La calle se abullangaba. La pelazón de indios hacía rueda en torno de las farolas y retretas que anunciaban el mitin. Don Teodosio, con vinagre de inquisidor, sentenció lacónico:

-¡Vean no más, qué mojiganga!

Se arreboló de suficiencia Don Celes:

-El Gobierno del General Banderas, con [67] la autorización de esta propaganda, atestigua su respeto por todas las opiniones políticas. ¡Es un acto que acrecienta su prestigio! El General Banderas no teme la discusión, autoriza el debate: Sus palabras, al conceder el permiso para el mitin de esta noche, merecen recordarse:-En la ley encontrarán los ciudadanos el camino seguro para ejercitar pacíficamente sus derechos.-¡Convengamos que así sólo habla un gran gobernante! Yo creo que se harán históricas las palabras del Presidente.

Apostilló lacónico Don Teodosio del Araco:

-¡Lo merecen!

Míster Contum consultó su reloj:

-Estar mucho interesante oír los discursos. Así mañana estar bien enterado mí. Nadie lo contar mí. Oírlo de las orejas.

Don Celes arqueaba la figura con vacua suficiencia:

-¡No vale la pena de soportar el sofoco de esa atmósfera viciada!

-Mí interesarse por oír a Don Roque Cepeda.

Y Don Teodosio acentuaba su rictus bilioso:

-¡Un loco! ¡Un insensato! Parece mentira [68] que hombre de su situación financiera se junte con los rotos de la revolución, gente sin garantías.

Don Celes insinuaba con irónica lástima:

-Roque Cepeda es un idealista.

-Pues que lo encierren.

-Al contrario: Dejarle libre la propaganda. ¡Ya fracasará!

Don Teodosio movía la cabeza, recomido de suspicacias:

-Ustedes no controlan la inquietud que han llevado al indio del campo las predicaciones de esos perturbados. El indio es naturalmente ruin, jamás agradece los beneficios del patrón, aparenta humildad y está afilando el cuchillo: Sólo anda derecho con el rebenque: Es más flojo, trabaja menos y se emborracha más que el negro antillano. Yo he tenido negros, y les garanto la superioridad del moreno sobre el indio de estas Repúblicas del Mar Pacífico.

Dictaminó Míster Contum, con humorismo fúnebre:

-Si el indio no ser tan flojo, no vivir mucho demasiado seguros los cueros blancos en este Paraíso de Punta Serpientes.

[69] Abanicándose con el jipi asentía Don Celes:

-¡Indudable! Pero en ese postulado se contiene que el indio no es apto para las funciones políticas.

Don Teodosio se apasionaba:

-Flojo y alcoholizado, necesita el fustazo del blanco, que le haga trabajar, y servir a los fines de la sociedad.

Tornó el yanqui de los negocios mineros:

-Míster Araco, si puede estar una preocupación el peligro amarillo, ser en estas Repúblicas.

Don Celes infló la botarga patriótica, haciendo sonar todos los dijes de la gran cadena que, tendida de bolsillo a bolsillo, le ceñía la panza:

-Estas Repúblicas, para no desviarse de la ruta civilizadora, volverán los ojos a la Madre Patria. ¡Allí refulgen los históricos destinos de veinte Naciones!

Míster Contum alargó, con un gesto desdeñoso, su magro perfil de loro rubio:

-Si el criollaje perdura como dirigente, lo deberá a los barcos y a los cañones de Norte-América.

El yanqui entornaba un ojo, mirándose la [70] curva de la nariz. Y la pelazón de indios seguía gritando en torno de las farolas que anunciaban el mitin:

-¡Muera el Tio *Tío* Sam!

-¡Mueran los gachupines!

-¡Muera el gringo chingado!




V

El Director de «El Criterio Español», en un velador inmediato, sorbía el refresco de piña, soda y kirs *kirsch*, que hizo famoso al cantinero del Metropol Room. Don Celes, redondo y pedante, abanicándose con el jipi, salió a los medios de la acera:

-¡Mi felicitación por el editorial! En todo conforme con su tesis.

El Director-Propietario de «El Criterio Español» tenía una pluma hiperbólica, patriotera y ramplona, con fervientes devotos en la gachupia *gachupía* de empeñistas y abarroteros. Don Nicolás Díaz del Rivero, personaje cauteloso y bronco, disfrazaba su falsía con el rudo acento del Ebro: En España habíase titulado carlista, hasta que estafó la caja del 7º de Navarra: En Ultramar exaltaba la causa de la [71] Monarquia *Monarquía* Restaurada: Tenía dos grandes cruces, un título flamante de conde, un banco sobre prendas, y ninguna de hombre honesto. Don Celes se acercó confidencial, el jipi sobre la botarga, apartándose el veguero de la boca y tendiendo el brazo con ademán aparatoso:

-¿Y qué me dice de la representación de esta noche? ¿Leeremos la reseña mañana?

-Lo que permita el lápiz rojo. Pero, siéntese usted, Don Celes: Tengo destacados mis sabuesos y no dejará de llegar alguno con noticias. ¡Ojalá no tengamos que lamentar esta noche alguna grave alteración del orden! En estas propagandas revolucionarias, las pasiones se desbordan...

Don Celes arrastró una mecedora, y se apoltronó, siempre abanicándose con el panameño:

-Si ocurriese algún desbordamiento de la plebe, yo haría responsable a Don Roque Cepeda. ¿Ha visto usted ese loco lindo? No le vendría mal una temporada en Santa Mónica.

El Director de «El Criterio Español» se inclinó, confidencial, apagando la procelosa [72] voz, cubriéndola con un gran gesto arcano:

-Pudiera ser que ya le tuviesen armada la ratonera. ¿Qué impresiones ha sacado usted de su visita al General?

-Al General le inquieta la actitud del Cuerpo Diplomático. Tiene la preocupación de no salirse de la legalidad, y eso, a mi ver, justifica la autorización para el mitin... O quizás lo que usted indicaba recién. ¡Una ratonera!...

-¿Y no le parece que sería un golpe de maestro? Pero acaso la preocupación que usted ha observado en el Presidente... Aquí tenemos al Vate Larrañaga. Acérquese, Vate...




VI

El Vate Larrañaga era un joven flaco, lampiño, macilento, guedeja romántica, chalina flotante, anillos en las manos enlutadas: Una expresión dulce y novicia, de alma apasionada: Se acercó con tímido saludo:

-Mero mero, inició los discursos el Licenciado Sánchez Ocaña.

Cortó el Director:

-¿Tiene usted las notas? Hágame el favor. [73] Yo las veré y las mandaré a la imprenta. ¿Qué impresión en el público?

-En la masa, un gran efecto. Alguna protesta en la cazuela, pero se han impuesto los aplausos. El público es suyo.

Don Celes contemplaba las estrellas, humeando el veguero:

-¿Real y verdaderamente es un orador elocuente el Licenciado Sánchez Ocaña? En lo poco que le tengo tratado, me ha parecido una medianía.

El Vate sonrió tímidamente, esquivando su opinión. Don Nicolás Díaz del Rivero pasaba el fulgor de sus quevedos sobre las cuartillas. El Vate Larrañaga, encogido y silencioso, esperaba. El Director levantó la cabeza:

-Le falta a usted intención política. Nosotros no podemos decir que el público premió con una ovación la presencia del Licenciado Sánchez Ocaña. Puede usted escribir: Los aplausos oficiosos de algunos amigos no lograron ocultar el fracaso de tan difusa pieza oratoria, que tuvo de todo, menos de ciceroniana. Es una redacción de elemental formulario. ¡Cada día es usted menos periodista! El Vate Larrañaga sonrió tímidamente:

[74] -¡Y temía haberme excedido en la censura!

El Director repasaba las cuartillas:

-Tuvo lugar, es un galicismo.

Rectificó complaciente el Vate:

-Tuvo verificativo.

-No lo admite la Academia.

Traía el viento un apagado oleaje de clamores y aplausos. Lamentó Don Celes con hueca sonoridad:

-La plebe en todas partes se alucina con metáforas.

El Director-Propietario miró con gesto de reproche al sumiso noticiero:

-¿Pero esos aplausos? ¿Sabe usted quién está en el uso de la palabra?

-Posiblemente seguirá el Licenciado.

-¿Y usted, qué hace aquí? Vuélvase y ayude al compañero. Vatecito, oiga: Una idea que, si acertase a desenvolverla, le supondría un éxito periodístico: Haga la reseña como si se tratase de una función de circo, con loros amaestrados. Acentúe la soflama. Comience con la más cumplida felicitación a la Empresa de los Hermanos Harris. Se infló Don Celes:

-¡Ya apareció el periodista de raza!

[75] El Director declinó el elogio con arcano fruncimiento de cejas y labio: Continuó dirigiéndose al macilento Vatecito:

-¿Quién tiene de compañero?

-Fray Mocho.

-¡Que no se tome de bebida ese ganado!

El Vate Larrañaga se encogió, inhibiéndose con su apagada sonrisa:

-Hasta lueguito.

Tornaba el vuelo de los aplausos.




VII

Sobre el resplandor de las aceras, gritos de vendedores ambulantes: Zigzag de nubios limpiabotas: Bandejas tintineantes, que portan en alto los mozos de los bares americanos: Vistosa ondulación de niñas mulatas, con la vieja de rebocillo al flanco. Formas, sombras, luces se multiplican trenzándose, promoviendo la caliginosa y alucinante vibración oriental que resumen el opio y la marihuana.

[77]






LIBRO SEGUNDO

EL CIRCO HARRIS



I

El Circo Harris, entre ramajes y focos voltaicos, abría su parasol de lona morena y diáfana. Parejas de gendarmes decoraban con rítmicos paseos las iluminadas puertas, y los lacios bigotes, y las mandíbulas encuadradas por las carrilleras, tenían el espavento de carátulas chinas. Grupos populares se estacionaban con rumorosa impaciencia por las avenidas del Parque: Allí el mayoral de poncho y machete, con el criollo del jarano platero, y el pelado de sabanil y el indio serrano. En el fondo, el diáfano parasol triangulaba sus candiles sobre el cielo verde de luceros.




II

El Vate Larrañaga, con revuelo de zopilote, negro y lacio, cruzó las aceradas filas de gendarmes, y penetró bajo la cúpula de lona, estremecida por las salvas de aplausos. Aun cantaba su aria de tenor el Licenciado Sánchez [78] Ocaña. El Vatecito, enjugándose la frente, deshecho el lazo de la chalina, tomó asiento, a la vera de su colega Fray Mocho: Un viejales con mugre de chupatintas, picado de viruelas y gran nariz colgante, que acogió al compañero con una bocanada vinosa:

-¡Es una pieza oratoria!

-¿Tomaste vos notas?

-¡Qué va! Es torrencial.

-¡Y no acaba!

-La tomó de muy largo.




III

El orador desleía el boladillo en el vaso de agua: Cataba un sorbo: Hacía engalle: Se tiraba de los almidonados puños:

-Las antiguas colonias españolas, para volver a la ruta de su destino histórico, habrán de escuchar las voces de las civilizaciones originarias de América. Sólo así, dejaremos algún día de ser una colonia espiritual del Viejo Continente. El Catolicismo y las corruptelas jurídicas, cimentan toda la obra civilizadora de la latinidad en nuestra América. El Catolicismo y las corruptelas jurídicas, son grilletes [79] que nos mediatizan a una civilización en descrédito, egoísta y mendaz. Pero si renegamos de esta abyección jurídico religiosa, sea para forjar un nuevo vínculo, donde revivan nuestras tradiciones de comunismo milenario, en un futuro pleno de solidaridad humana, el futuro que estremece con pánicos temblores de cataclismo, el vientre del mundo.

Apostilló una voz:

-¡De tu madre!

Se produjo súbito tumulto: Marejada, repelones, gritos y brazos por alto. Los gendarmes sacaban a un cholo con la cabeza abierta de un garrotazo. El Licenciado Sánchez Ocaña, un poco pálido, con afectación teatral, sonreía removiendo la cucharilla en el vaso del agua. El Vatecito murmuró palpitante, inclinándose al oído de Fray Mocho:

-¡Quién tuviera una pluma independiente! El patrón quiere una crítica despiadada...

Fray Mocho sacó del pecho un botellín y se agachó besando el gollete:

-¡Muy elocuente!

-Es un oprobio tener vendida la conciencia.

-¡Qué va! Vos no vendés la conciencia. Vendés la pluma, que no es lo mismo.

[80] -¡Por cochinos treinta pesos!

-Son los fríjoles. No hay que ser poeta. ¿Querés vos soplar?

-¿Qué es ello?

-¡Chicha!

-No me apetece.




IV

El orador sacaba los puños, lucía las mancuernas, se acercaba a las luces del proscenio. Le acogió una salva de aplausos: Con saludo de tenor remontose en su aria:

-El criollaje conserva todos los privilegios, todas las premáticas de las antiguas leyes coloniales. Los Libertadores de la primera hora, no han podido destruirlas, y la raza indígena, como en los peores días del virreinato, sufre la esclavitud de la Encomienda. Nuestra América se ha independizado de la tutela hispánica, pero no de sus prejuicios, que sellan con pacto de fariseos, Derecho y Catolicismo. No se ha intentado la redención del indio, que escarnecido, indefenso, trabaja en los latifundios y en las minas, bajo el látigo del capataz. Y esa obligación redentora, debe ser nuestra [81] fe revolucionaria, ideal de justicia más fuerte que el sentimiento patriótico, porque es anhelo de solidaridad humana. El Océano Pacífico, el mar de nuestros destinos raciales, en sus más apartados parajes, congrega las mismas voces de fraternidad y de protesta. Los pueblos amarillos se despiertan, no para vengar agravios, sino para destruir la tiranía jurídica del capitalismo, piedra angular de los caducos Estados Europeos. El Océano Pacífico acompaña el ritmo de sus mareas con las voces unánimes de las razas asiáticas, y americanas, que en angustioso sueño de siglos han gestado el ideal de una nueva conciencia, heñida con tales obligaciones, con tales sacrificios, con tan arduo y místico combate, que forzosamente se aparecerá delirio de brahmanes, a la sórdida civilización europea, mancillada con todas las concupiscencias y los egoísmos de la propiedad individual. Los Estados Europeos, nacidos de guerras y dolos, no sienten la vergüenza de su historia, no silencian sus crímenes, no repugnan sus rapiñas sangrientas. Los Estados Europeos llevan la deshonestidad, hasta el alarde orgulloso de sus felonías, hasta la jactancia de su cínica [82] inmoralidad a través de los siglos. Y esta degradación se la muestran como timbre de gloria a los coros juveniles de sus escuelas. Frente a nuestros ideales, la crítica de esos pueblos, es la crítica del romano frente a la doctrina del Justo. Aquel obeso, patricio, encorvado sobre el vomitorio, razonaba con las mismas bascas: Dueño de esclavos, defendía su propiedad: Manchado con las heces de la gula y del hartazgo, estructuraba la vida social y el goce de sus riquezas, sobre el postulado de la servidumbre: Cuadrillas de esclavos hacían la siega de la mies: Cuadrillas de esclavos bajaban al fondo de la mina: Cuadrillas de esclavos remaban en el trirreme. La agricultura, la explotación de los metales, el comercio del mar, no podrían existir sin el esclavo, razonaba el patriciado de la antigua Roma. Y el hierro del amo en la carne del esclavo se convertía en un precepto ético, inherente al bien público y a la salud del Imperio. Nosotros, más que revolucionarios políticos, más que hombres de una patria limitada y tangible, somos catecúmenos de un credo religioso. Iluminados por la luz de una nueva conciencia, nos reunimos en la estrechez de [83] este recinto, como los esclavos de las catacumbas, para crear una Patria Universal. Queremos convertir el peñasco del mundo en ara sidérea donde se celebre el culto de todas las cosas ordenadas por el amor. El culto de la eterna armonía, que sólo puede alcanzarse por la igualdad entre los hombres. Demos a nuestras vidas el sentido fatal y desinteresado de las vidas estelares, liguémonos a un fin único de fraternidad, limpias las almas del egoísmo que engendra el tuyo y el mío, superados los círculos de la avaricia y del robo.




V

Nuevo tumulto. Una tropa de gachupines, jaquetona y cerril, gritaba en la pista:

-¡Atorrante!

-¡Guarango!

-¡Pelado!

-¡Carente de plata!

-¡Divorciado de la Ley!

-¡Muera la turba revolucionaria!

La gachupia *gachupía* enarbolaba gritos y garrotes al amparo de los gendarmes. En concierto clandestino, alborotaban por la gradería, los disfrazados [84] esbirros del Tirano. Arreciaba la escaramuza de mutuos dicterios:

-¡Atorrantes!

-¡Muera la tiranía!

-¡Macaneadores!

-¡Pelados!

-¡Carentes de plata!

-¡Divorciados de la Ley!

-¡Macaneadores!

-¡Anárquicos!

-¡Viva Generalito Banderas!

-¡Muera la turba revolucionaria!

Las graderías de indios ensabanados se movían en oleadas:

-¡Viva Don Roquito!

-¡Viva el apóstol!

-¡Muera la tiranía!

-¡Muera el extranjero!

Los gendarmes comenzaban a repartir sablazos. Cachizas de faroles, gritos, manos en alto, caras ensangrentadas. Convulsión de luces apagándose. Rotura de la pista en ángulos. Visión cubista del Circo Harris.

[85]






LIBRO TERCERO

LA OREJA DEL ZORRO



I

Tirano Banderas, con olisca de rata fisgona, abandonó la rueda de lisonjeros compadres y atravesó el claustro: Al Inspector de Policía, Coronel-Licenciado López de Salamanca, acabado de llegar, hizo seña con la mano, para que le siguiese. Por el locutorio adonde entraron todos, cruzó la momia siempre fisgando, y pasó a la celda donde solía tratar con sus agentes secretos. En la puerta, saludó con una cortesía de viejo cuáquero:

-Ilustre Don Celes, dispénseme no más un instante. Señor Inspector pase a recibir órdenes.




II

El Señor Inspector atravesó la estancia cambiando con unos y otros guiños, mamolas y leperadas en voz baja. El General Banderas había entrado en la recámara, estaba entrando, se hallaba de espaldas, podía volverse, y todos se advertían presos en la acción de una guiñolada [86] dramática. El Coronel-Licenciado López de Salamanca, Inspector de Policía, pasaba poco de los treinta años: Era hombre agudo, con letras universitarias y jocoso platicar: Nieto de encomenderos españoles, arrastraba una herencia sentimental y absurda de orgullo y premáticas de casta. De este heredado desprecio por el indio se nutre el mestizo criollaje dueño de la tierra, cuerpo de nobleza llamado en aquellas Repúblicas, Patriciado. El Coronel Inspector entró, recobrado en su máscara de personaje:

-A la orden, mi General.

Tirano Banderas con un gesto le ordenó que dejase abierta la puerta. Luego quedó en silencio. Luego habló con escandido temoso de cada palabra:

-Diga no más. ¿Se ha celebrado el mitote de las Juventudes? ¿Qué loros hablaron?

-Abrió los discursos el Licenciado Sánchez Ocaña. Muy revolucionario.

-¿Con qué tópicos? Abrevie.

-Redención del Indio. Comunismo precolombiano. Marsellesa del Mar Pacífico. Fraternidad de las razas amarillas. ¡Macanas!

-¿Qué otros loros?

[87] -No hubo espacio para más. Sobrevino la consecuente boluca de gachupines y nacionales, dando lugar a la intervención de los gendarmes.

-¿Se han hecho arrestos?

-A Don Roque, y algún otro, los he mandado conducir a mi despacho, para tenerlos asegurados de las iras populares.

-Muy conveniente. Aun cuando antagonistas en ideas, son sujetos ameritados y vidas que deben salvaguardarse. Si arreciase la ira popular, deles alojamiento en Santa Mónica. No tema excederse. Mañana, si conviniese, pasaría yo en persona a sacarlos de la prisión y a satisfacerles con excusas personales y oficiales. Repito que no tema excederse. ¿Y qué tenemos del Honorable Cuerpo Diplomático? ¿Rememora el asunto que le tengo platicado, referente al Señor Ministro de España? Muy conveniente que nos aseguremos con prendas.

-Esta misma tarde se ha realizado algún trabajo.

-Obró diligente, y le felicito. Expóngame la situación.

-Se le ha dado luneta de sombra al guarango [88] andaluz, entre buja y torero, al que dicen Currito Mi-Alma.

-¿Qué filiación tiene ese personaje?

-Es el niño bonito que entra y sale como perro faldero en la Legación de España. La Prensa tiene hablado con cierto choteo.

El Tirano se recogió con un gesto austero:

-Esas murmuraciones no me son plato favorecido. Adelante.

-Pues no más que a ese niño torero lo han detenido esta tarde por hallarle culpado de escándalo público. Ofrecieron alguna duda sus manifestaciones, y se procedió a un registro domiciliario.

-Sobreentendido. Adelante. ¿Resultado del registro?

-Tengo hecho inventario en esta hoja.

-Acérquese al candil y lea.

El Coronel-Licenciado, comenzó a leer un poco gangoso, iniciando someramente el tono de las viejas beatas:

-Un paquete de cartas. Dos retratos con dedicatoria. Un bastón con puño de oro y cifras. Una cigarrera con cifras y corona. Un collar, dos brazaletes. Una peluca con rizos rubios, otra morena. Una caja de lunares. Dos [89] trajes de señora. Alguna ropa interior de seda, con lazadas.

Tirano Banderas recogido en un gesto cuáquero, fulminó su excomunión:

-¡Aberraciones repugnantes!




III

La ventana enrejada y abierta, daba sobre un fondo de arcadas lunarias. Las sombras de los murciélagos agitaban con su triángulo negro la blancura nocturna de la ruina. El Coronel-Licenciado, lentamente, con esa seriedad jovial que matiza los juegos de manos, se sacaba de los diversos bolsillos joyas, retratos y cartas, poniéndolo todo en hilera, sobre la mesa, a canto del Tirano:

-Las cartas son especialmente interesantes. Un caso patológico.

-Una sinvergüenzada. Señor Coronel, todo eso se archiva. La Madre Patria merece mi mayor predilección, y por ese motivo tengo un interés especial en que no se difame al Barón de Benicarlés: Usted va a proceder diligente para que recobre su libertad el guarango. El Señor Ministro de España, muy conveniente [90] que conozca la ocurrencia. Pudiera suceder que con sólo eso, cayese en la cuenta del ridículo que hace tocando un pífano en la mojiganga del Ministro Inglés. ¿Qué noticias tiene usted referentes a la reunión del Cuerpo Diplomático?

-Que ha sido aplazada.

-Sentiría que se comprometiese demasiado el Señor Ministro de España.

-Ya rectificará, cuando el pollo le ponga al corriente.

Tirano Banderas movió la cabeza, asintiendo: Tenía un reflejo de la lámpara sobre el marfil de la calavera y en los vidrios redondos de las antiparras: Miró su reloj, una cebolla de plata, y le dió cuerda con dos llaves:

-Don Celes, venciendo su repugnancia, aun a la actitud del Señor Ministro. ¿Sabe usted si ha podido entrevistarle?

-Merito me platicaba del caso.

-Señor Coronel, si no tiene cosa de mayor urgencia que comunicarme, aplazaremos el despacho. Será bien conocer el particular de lo que nos trae Don Celestino Galindo. Así tenga a bien decirle que pase, y usted permanezca.

[91]




IV

Don Celes Galindo, el ilustre gachupín, jugaba con el bastón y el sombrero mirando a la puerta de la recámara: Su redondez pavona, en el fondo mal alumbrado del vasto locutorio, tenía esa actitud petulante y preocupada del cómico que, entre bastidores, espera su salida a escena. Al Coronel-Licenciado, que asomaba y tendía la mirada, hizo reclamo, agitando bastón y sombrero. Presentía su hora, y la transcendencia del papelón le rebosaba. El Coronel-Licenciado levantó la voz, parando un ojo burlón y compadre sobre los otros asistentes:

-Mi Señor Don Celeste, si tiene el beneplácito.

Entró Don Celeste y le acogió con su rancia ceremonia el Tirano:

-Lamento la espera y le ruego muy encarecido que acepte mis justificaciones. No me atribuya indiferencia por saber sus novedades: ¿Entrevistó al Ministro? ¿Platicaron?

Don Celes hizo un amplio gesto de contrariedad:

[92] -He visto a Benicarlés: Hemos conferenciado sobre la política que debe seguir en estas Repúblicas la Madre Patria: Hemos quedado definitivamente distanciados.

Comentó ceremoniosa la momia:

-Siento el contratiempo, y mucho más si alguna culpa me afecta.

Don Celes plegó el labio y entornó el párpado, significando que el suceso carecía de importancia:

-Para corroborar mis puntos de vista, he cambiado impresiones con algunas personalidades relevantes de la Colonia.

-Hábleme de su Excelencia el Señor Ministro de España. ¿Cuáles son sus compromisos diplomáticos? ¿Por qué su actuación contraria a los intereses españoles aquí radicados? ¿No comprende que la capacitación del indígena es la ruina del estanciero? El estanciero se verá aquí con los mismos problemas agrarios que deja planteados en el propio país, y que sus estadistas no saben resolver.

Don Celeste tuvo un gran gesto adulador y enfático:

-Benicarlés no es hombre para presentarse [93] con esa claridad y esa transcendencia las cuestiones.

-¿En qué argumentación sostiene su criterio? Eso estimaría saber.

-No argumenta.

-¿Cómo sustenta su opinión?

-No la sustenta.

-¿Algo dirá?

-Su criterio es no desviarse en su actuación de las vistas que adopte el Cuerpo Diplomático. Le hice toda suerte de objeciones, llegué a significarle que se exponía a un serio conflicto con la Colonia. Que acaso se jugaba la carrera. ¡Inútil! ¡Mis palabras han resbalado sobre su indiferencia! ¡Jugaba con el faldero! ¡Me ha indignado!

Tirano Banderas interrumpió con su falso y escandido hablar ceremonioso:

-Don Celes, venciendo su repugnancia, aún tendrá usted que entrevistarse con el Señor Ministro de España: Será conveniente que usted insista sobre los mismos tópicos, con algunas indicaciones muy especializadas. Acaso logre apartarle de la perniciosa influencia del Representante Británico. El Señor Inspector de Policía tiene noticia de que nuestras [94] actuales dificultades obedecen a un complot de la Sociedad Evangélica de Londres. ¿No es así, Señor Inspector?

-¡Indudablemente! La Humanidad que invocan las milicias puritanas, es un ente de razón, una logomaquia. El laborantismo inglés, para influenciar sobre los negocios de minas y finanzas, comienza introduciendo la Biblia.

Meció la cabeza Don Celes:

-Ya estoy al cabo.

La momia se inclinó con rígida mesura, sesgando la plática:

-Un español ameritado, no puede sustraer su actuación cuando se trata de las buenas relaciones entre la República y la Patria Española. Hay a más un feo enredo policíaco. El Señor Inspector tiene la palabra.

El Señor Inspector, con aquel gesto de burla fúnebre, paró un ojo sobre Don Celes:

-Los principios humanitarios que invoca la diplomacia, acaso tengan que supeditarse a las exigencias de la realidad palpitante.

Rumió la momia:

-Y en última instancia, los intereses de los españoles aquí radicados, están en contra de [95] la Humanidad. ¡No hay que fregarla! Los españoles aquí radicados representan intereses contrarios. ¡Que lo entienda ese Señor Ministro! ¡Que se capacite! Si le ve muy renuente, manifiéstele que obra en los archivos policíacos un atestado por verdaderas orgías romanas, donde un invertido simula el parto. Tiene la palabra el Señor Inspector.

Se consternó Don Celes: Y puso su rejón el Coronel-Licenciado:

-En ese simulacro, parece haber sido comadrón el Señor Ministro de España.

Gemía Don Celes:

-¡Estoy consternado!

Tirano Banderas rasgó la boca con mueca desdeñosa:

-Por veces nos llegan puros atorrantes representando a la Madre Patria.

Suspiró Don Celes:

-Veré al Barón.

-Véale, y hágale entender que tenemos su crédito en las manos. El Señor Ministro recapacitará lo que hace. Hágale presente un saludo muy fino de Santos Banderas.

El Tirano se inclinó, con aquel ademán mesurado y rígido de figura de palo:

[96] -La Diplomacia gusta de los aplazamientos, y de esa primera reunión no saldrá nada. En fin, veremos lo que nos trae el día de mañana. La República puede perecer en una guerra, pero jamás se rendirá ante una imposición de las Potencias Extranjeras.




V

Tirano Banderas salió al claustro, y encorvado sobre una mesilla de campaña, sin sentarse, firmó, con rápido rasgueo, los edictos y sentencias que sacaba de un cartapacio el Secretario de Tribunales, Licenciado Carrillo. Sobre la cal de los muros, daban sus espantos malas pinturas de martirios, purgatorios, catafalcos y demonios verdes. El Tirano, rubricado el último pliego, habló despacio, la mueca dolorosa y verde en la rasgada boca indiana:

-¡Chac-chac! Señor Licenciadito, estamos en deuda con la vieja rabona del 7.º Ligero. Para rendirle justicia debidamente, se precisa chicotear a un Jefe del Ejército. ¡Punirlo como a un roto! ¡Y es un amigo de los más estimados! ¡El macaneador de mi compadre Domiciano [97] de la Gándara! ¡Ese bucanero, que dentro de un rato me llamará déspota, con el ojo torcido al campo insurrecto! Chicotear a mi compadre, es ponerle a caballo. Desamparar a la chola rabona, falsificar el designio que formulé al darle la mano, se llama sumirse, fregarse. ¿Licenciado, cuál es su consejo?

-Patroncito, es un nudo gordiano.

Tirano Banderas, rasgada la boca por la verde mueca, se volvió al coro de comparsas:

-Ustedes, amigos, no se destierren: Arriéndense para dar su fallo. ¿Han entendido lo que platicaba con el Señor Licenciado? Bien conocen a mi compadre. ¡Muy buena reata y todos le estimamos! Darle chicote como a un roto, es enfurecerle y ponerle en el rancho de los revolucionarios. ¿Se le pune, y deja libre y rencoroso? ¿Tirano Banderas-como dice el pueblo cabrón-debe ser prudente o magnánimo? Piénsenlo, amigos, que su dictado me interesa. Constitúyanse en tribunal, y resuelvan el caso con arreglo a conciencia.

Desplegando un catalejo de tres cuerpos reclinóse en la arcada que se abría sobre el borroso diseño del jardín, y se absorbió en la contemplación del cielo.

[98]




VI

Los compadritos hacen rueda en el otro cabo, y apuntan distingos justipreciando aquel escrúpulo de conciencia, que como un hueso a los perros, les arrojaba Tirano Banderas. El Licenciado Carrillo se insinúa con la mueca de zorro propia del buen curial:

-¿Cuál será la idea del patrón?

El Licenciado Nacho Veguillas, sesga la boca y saca los ojos remedando el canto de la rana:

-¡Cuá! ¡Cuá!

Y le desprecia con un gesto, tirándose del pirulo chivón de la barba, el Mayor Abilio del Valle:

-¡No está el guitarrón para ser punteado!

-¡Mayorcito del Valle, hay que fregarse!

El Licenciado Carrillo no salía de su tema:

-Preciso es adivinarle la idea al patrón, y dictaminar de acuerdo.

Nacho Veguillas hacía el tonto mojiganguero:

-¡Cuá! ¡Cuá! Yo me guío por sus luces, Licenciadito.

[99] Murmuró el Mayor del Valle:

-Para acertarla, cada uno se ponga en el caso.

-¿Y puesto en el caso vos, Mayorcito?...

-¿Entre qué términos, Licenciado?

-Desmentirse con la vieja, o chicotear como a un roto al Coronelito de la Gándara.

El Mayor Abilio del Valle, siempre a tirarse del pirulo chivón, retrucó soflamero:

-Tronar a Domiciano y después chicotearle, es mi consejo.

El Licenciado Nacho Veguillas sufrió un acceso sentimental de pobre diablo:

-El patroncito acaso mire la relación de compadres, y pudiera la vinculación espiritual aplacar su rigorismo.

El Licenciado Carrillo tendía la cola petulante:

-Mayorcito, de este nudo gordiano vos estate el Alejandro.

Veguillas angustió la cara:

-¡Un escacho de botillería no puede tener pena de muerte! Yo salvo mi responsabilidad. No quiero que se me aparezca el espectro de Domiciano. ¿Vos conocés la obra que representó anoche Pepe Valero? «Fernando el Emplazado». [100] ¡Ché! Es un caso de la Historia de España.

-Ya no pasan esos casos.

-Todos los días, Mayorcito.

-No los conozco.

-Permanecen inéditos, porque los emplazados no son testas coronadas.

-¿El mal de ojo? No creo en ello.

-Yo he conocido a un sujeto, que perdía siempre en el juego, si no tenía en la mano el cigarro apagado.

El Licenciado Carrillo aguzaba la sonrisa:

-Me permito llamarles al asunto. Sospecho que hay otra acusación contra el Coronel de la Gándara. Siempre ha sido poco de fiar ese amigo y andaba estos tiempos muy bruja, y acaso buscó remediarse de plata en la montonera revolucionaria.

Se confundieron las voces en un susurro:

-No es un secreto que conspiraba.

-Pues le debe cuanto es al patroncito.

-Como todos nosotros.

-Soy el primero en reconocer esa deuda sagrada.

-Con menos que la vida, yo no le pago a Don Santos.

[101] -Domiciano le ha correspondido con la más negra ingratitud.

Puestos de acuerdo, ofreció la petaca el Mayor del Valle.




VII

El Tirano corría por el cielo el campo de su catalejo: Tenía blanca de luna la calavera:

-Cinco fechas para que sea visible el cometa que anuncian los astrónomos europeos. Acontecimiento celeste, de que no tendríamos noticia, a no ser por los sabios de fuera. Posiblemente, en los espacios sidéreos tampoco saben nada de nuestras revoluciones. Estamos parejos. Sin embargo, nuestro atraso científico es manifiesto. Licenciadito Veguillas, redactará usted un decreto para dotar con un buen telescopio a la Escuela Náutica y Astronómica.

El Licenciadito Nacho Veguillas, finchándose en el pando compás de las zancas, sacó el pecho y tendió el brazo en arenga:

-¡Mirar por la cultura, es hacer patria!

El Tirano pagó la cordialidad avinada del pobre diablo, con un gesto de calavera humorística, mientras volvía a recorrer con su anteojo [102] el cielo nocturno. Los cocuyos encendían su danza de luces en la borrosa y lunaria geometría del jardín.




VIII

Torva y esquiva, aguzados los ojos como montés alimaña, penetró, dando gritos, una mujer encamisada y pelona. Por la sala pasó un silencio, y los coloquios quedaron en el aire. Tirano Banderas, tras una espantada, se recobró batiendo el pie con ira y denuesto. Temerosos del castigo, se arrestaron la recamarera y el mucamo, que acudían a la captura de la encamisada. Fulminó el Tirano:

-¡Chingada, guarda tenés de la niña! ¡Hi de tal, la tenés bien guardada!

Las dos figuras parejas se recogían, susurrantes en el umbral de la puerta: Eran, sobre el hueco profundo de sombra, oscuros bultos de borroso realce. Tirano Banderas se acercó a la encamisada, que con el gesto obstinado de los locos, hundía las uñas en la greña y se agazapaba en un rincón, aullando:

-Manolita, vos serés bien mandada. Andate no más para la recámara.

[103] Aquella pelona encamisada era la hija de Tirano Banderas: Joven, lozana, de pulido bronce, casi una niña, con la expresión inmóvil, sellaba un enigma cruel su máscara de ídolo: Huidiza y doblada, se recogió al amparo de la recamarera y el mucamo, arrestados en la puerta. Se la llevaron con amonestaciones, y en la oscuridad se perdieron. Tirano Banderas, con un monólogo tartajoso, comenzó a dar paseos: Al cabo, resolviéndose, hizo una cortesía de estantigua, y comenzó a subir la escalera.

-Al macaneador de mi compadre será prudente arrestarlo esta noche, Mayor del Valle.

[105]








TERCERA PARTE

NOCHE DE FARRA


[107]


LIBRO PRIMERO

LA RECÁMARA VERDE



I

¡Famosas aquellas ferias de Santos y Difuntos! La Plaza de Armas, Monotombo, Arquillo de Madres, eran zoco de boliches y pulperías, ruletas y naipes. Corre la chusma, a los anuncios de toro candil en los Portalitos de Penitentes: Corren las rondas de burlones apagando las luminarias, al procuro de hacer más vistoso el candil del bulto toreado. Quiebra el oscuro en el vasto cielo, la luna chocarrera y cacareante: Ahuman *Ahúman* las candilejas de petróleo por las embocaduras de tutilimundis, tinglados y barracas: Los ciegos de guitarrón cantan en los corros de pelados: El criollaje ranchero-poncho facón, jarano-se estaciona al ruedo de las mesas con tableros de azares y suertes fulleras. Circula en racimos la plebe cobriza, greñuda, descalza, y por las escalerillas de las iglesias, indios alfareros venden esquilones de barro con círculos y palotes de pinturas estentóreas y dramáticas. Beatas y chamacos, mercan los fúnebres barros, de tañido tan triste que recuerdan la tena y el [108] caso del fraile peruano. A cada vuelta saltan risas y bravatas. En los portalitos, por las pulperías de cholos y lepes, la guitarra rasguea los corridos de milagros y ladrones:


   Era Diego Pedernales
de buena generación.




II

El Congal de Cucarachita encendía farolillos de colores en el azoguejo, y luces de difuntos en la Recámara Verde.-Son consorcios que aparejan las ferias-. Lupita la Romántica, con bata de lazos y el moño colgante, suspiraba caída en el sueño magnético, bajo la mirada y los pasos del Doctor Polaco: Alentaba rendida y vencida, con suspiros de érotico *erótico* tránsito:

-¡Ay!

-Responda la Señorita Medium.

-¡Ay! Alumbrándose sube por una escalera muy grande... No puedo. Ya no está... Se me ha desvanecido.

-Siga usted hasta encontrarle, Señorita.

-Entra por una puerta donde hay un centinela.

[109] -¿Habla con él?

-Sí. Ahora no puedo verle. No puedo... ¡Ay!

-Procure situarse, Señorita Medium.

-No puedo.

-Yo lo mando.

-¡Ay!

-Sitúese. ¿Qué ve en torno suyo?

-¡Ay! Las estrellas grandes como lunas pasan corriendo por el cielo.

-¿Ha dejado el plano terrestre?

-No sé.

-Sí lo sabe. Responda. ¿Dónde se sitúa?

-¡Estoy muerta!

-Voy a resucitarla, Señorita Medium.

El farandul le puso en la frente la piedra de un anillo. Después fueron los pases de manos y el soplar sobre los párpados de la daifa durmiente:

-¡Ay!...

-Señorita Medium, va usted a despertarse contenta y sin dolor de cabeza. Muy despejada, y contenta, sin ninguna impresión dolorosa.

Hablaba de rutina, con el murmullo apacible, del clérigo que reza su misa diaria. Gritaba en el corredor la madrota, y en el azoguejo, donde era el mitote de danza, aguardiente [110] y parcheo, metía bulla el Coronelito Domiciano de la Gándara.




III

El Coronelito Domiciano de la Gándara, templa el guitarrón: Camisa y calzones, por aberturas coincidentes, muestran el vientre rotundo y risueño de dios tibetano: En los pies desnudos arrastra chancletas, y se toca con un jaranillo mambís, que al revirón descubre el rojo de un pañuelo y la oreja con arete: El ojo guiñate, la mano en los trastes, platica leperón con las manflotas en cabellos y bata escotada: Era negrote, membrudo, rizoso, vestido con sudada guayabera y calzones mamelucos, sujetos por un cincho con gran broche de plata: Los torpes conceptos venustos celebra con risa saturnal y vinaria. Niño Domiciano nunca estaba sin cuatro candiles, y como arrastraba su vida por bochinches y congales, era propenso a las tremolinas y escandaloso al final de las farras. Las niñas del pecado, desmadejadas y desdeñosas, recogían el bulle-bulle en el vaivén de las mecedoras: El rojo de los cigarros las señalaba en sus lugares. El Coronelito, dando el último tiento a los trastes, escupe y rasguea [111] cantando por burlas el corrido que rueda estos tiempos, de Diego Pedernales. La sombra de la mano con el reflejo de las tumbagas, pone rasgueo de luces en el rasgueo de la guitarra:


   -Preso le llevan los guardias,
sobre caballo pelón,
que en los Ranchos de Valdivia
le tomaron a traición.
Celos de niña ranchera
hicieron la delación.




IV

Tecleaba un piano hipocondríaco, en la sala que nombraban Sala de la Recámara Verde. Como el mitote era en el patio, la sala agrandábase alumbrada y vacía, con las rejas abiertas sobre el azoguejo y el viento en las muselinas de los vidrios. El Ciego Velones -nombre de burlas- arañaba lívidas escalas, acompañando el canto a una chicuela consumida, tristeza, desgarbo, fealdad de hospiciana. En el arrimo de la reja, hacían duelo por la contraria suerte en los albures, dos peponas amulatadas: El barro melado de sus facciones se depuraba con una dulzura de líneas y tintas, en el ébano de las cabezas pimpantes [112] de peines y moñetes, un drama oriental de lacres y verdes. El Ciego Velones tecleaba el piano sin luces, un piano lechuzo que se pasaba los días enfundado de bayeta negra. Cantaba la chicuela, tirante las cuerdas del triste descote, inmóvil la cara de niña muerta, el fúnebre resplandor de la bandejilla del petitorio sobre el pecho:


   -¡No me mates, traidora ilusión!
¡Es tu imagen en mi pensamiento,
una hoguera de casta pasión!

La voz lívida, en la lívida iluminación de la sala desierta, se desgarraba en una altura inverosímil:


   -¡Una hoguera de casta pasión!

Algunas parejas bailaban en el azoguejo, mecidas por el ritmo del danzón: Perezosas y lánguidas, pasaban con las mejillas juntas por delante de las rejas. El Coronelito, más bruja que un roto, acompañaba con una cuerda en el guitarrón, la voz en un trémolo:


   -¡No me mates, traidora ilusión!

[113]




V

La cortina abomba su raso verde en el arco de la recámara: Brilla en el fondo, sobre el espejo, la pomposa cama del trato, y por veces todo se tambalea en un guiño del altarete. Suspiraba Lupita:

-¡Animas del Purgatorio! ¡No más, y qué sueño se me ha puesto! ¡La cabeza se me parte!

La tranquilizó el farandul:

-Eso se pasa pronto.

-¡Cuando yo vuelva a consentir que usted me enajene, van a tener pelos las tortugas!

El Doctor Polaco, desviando la plática, felicitó a la daifa con ceremonia de farandul:

-Es usted un caso muy interesante de metensicopsis. Yo no tendría inconveniente en asegurarle a usted contrata para un teatro de Berlín. Usted podría ser un caso de los más célebres. ¡Esta experiencia ha sido muy interesante!

La daifa se oprimía las sienes, metiendo los dedos con luces de pedrería por los bandos endrinos del peinado:

[114] -¡Para toda la noche tengo ya jaqueca!

-Una taza de café será lo bastante... Disuelve usted en la taza una perla de éter, y se hallará prontamente tonificada, para poder intentar otra experiencia.

-¡Una y no más!

-¿No se animaría usted a presentarse en público? Sometida a una dirección inteligente, pronto tendría usted renombre para actuar en un teatro de Nueva York. Yo le garanto a usted un tanto por ciento. Usted, antes de un año, puede presentarse con diplomas de las más acreditadas Academias de Europa. El Coronelito me ha tenido conservación de su caso, pero muy lejano, que ofreciese tanto interés para la ciencia. ¡Muy lejano! Usted se debe al estudio de los iniciados, en los misterios del magnetismo.

-¡Con una cartera llena de papel, aun no cegaba! ¡A pique de quedar muerta en una experiencia!

-Ese riesgo no existe cuando se procede científicamente.

-La rubia que a usted acompañaba pasados tiempos, se corrió que había muerto en un teatro.

[115] -¿Y que yo estaba preso? Esa calumnia es patente. Yo no estoy preso.

-Habrá usted limado las rejas de la cárcel.

-¿Me cree usted con poder para tanto?

-¿No es usted brujo?

-El estudio de los fenómenos magnéticos no puede ser calificado de brujería. ¿Usted se encuentra libre ya del malestar cefálico?

-Sí, parece que se me pasa.

Gritaba en el corredor la Madrota:

-Lupita, que te solicitan.

-¿Quién es?

-Un amigo. ¡No pasmes!

-¡Voy! De hallarme menos carente, esta noche la guardaba por devoción de las Benditas.

-Lupita, puede usted obtener un suceso público en un escenario.

-¡Me da mucho miedo!

Salió de la recámara con bulle-bulle de faldas, seguida del Doctor Polaco. Aquel tuno nigromante, con una barraca en la feria, era muy admirado en el Congal de Cucarachita.

[117]





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