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III

Como Su Santidad retardase la sanción de los Estatutos, fray Rodrigo creyó conveniente emprender viaje a Roma, y se embarcó en el Callao por octubre de 1671, dejando en Lima como superior o hermano mayor a Andrés de San José, y nombrando para la casa de Guatemala a Francisco de la Trinidad. Pero éstos, mal aconsejados, se propusieron seguir el ejemplo de los jesuitas, y fundaron escuelas. Algo más: rompiendo   —64→   con los Estatutos, se ordenaron de sacerdotes ellos y algunos de sus partidarios.

Con la noticia de lo que ocurría púsose fray Rodrigo en viaje para América, y empezó por enviar desterrado a Guatemala al revoltoso de Lima; y como allá éste, unido al hermano Francisco, siguiese conspirando, cortó por lo llano expulsando a ambos de la orden. Fray Rodrigo llevaba bien puestos los pantalones, y con él no había tiquis-miquis. Era hombre acostumbrado a mandar y a hacerse obedecer.

Después de las de Lima y Cuzco, fray Rodrigo hizo una fundación en Chachapoyas, la cual se suprimió en 1721. Casi a la vez que ésta realizó las de Cajamarca, Piura, Trujillo y Huanta, adonde fueron llamados los belethmitas por el obispo de Huamanga don Cristóbal de Castilla y Zamora, hijo natural del rey.

Hechas estas fundaciones, se dirigió nuevamente el infatigable fray Rodrigo a España y Roma, y obtuvo de Inocencio XI la bula reformadora, según la cual la elección de prefecto general se ejecutaría cada seis años, determinándose que en un período la elección se hiciese en Lima, y en el siguiente en Méjico. Los votantes debían hacerlo en cedulillas idénticas en la forma a las que emplean los cardenales en cónclave.

En esta íntima concesión o prerrogativa fincaban su orgullo los belethmitas; pues su prefecto general era el único superior, entre los de todas las órdenes religiosas de la cristiandad, cuya elección se asemejara en algo a la de un Papa.

En 1696 emprendió fray Rodrigo viaje de regreso. Nada le quedaba ya por obtener de Roma, y creía afianzada sobre bases sólidas la vida de su instituto.

Llegado a Lima, el virrey se negó a darle el tratamiento que como a prefecto general le correspondiera, obstinándose en considerarlo sólo como a provincial, y privándolo de asiento en algunos actos de oficial publicidad. Esto provocó un proceso o querella, que en 27 de junio de 1700 decidió el monarca en favor de fray Rodrigo.

El prefecto general, después de hacer fundaciones en Potosí, Huaraz y Quito, pasó a Méjico, en cuya ciudad murió por consecuencia de un ataque de gota el 23 de septiembre de 1716.




IV

A los indios del Cuzco les hizo creer algún bellaco que los belethmitas degollaban a los enfermos para sacarles las enjundias y hacer manteca para las boticas de Su Majestad (sic). Así, cuando encontraban en la calle a un belethmita, le gritaban ¡Naca! ¡Naca! (degolladores o verdugos),   —65→   lo colmaban de injurias, le tiraban piedras, y aun sucedió que por equivocación mataran a un religioso de otra orden.

Fray Rodrigo fue en cierta ocasión a un pueblo situado a cinco leguas del Cuzco. Al pasar por una calle, un indio albañil empezó a gritar:

-¡Maten a ese naca!

Y al lanzar una piedra, resbalose del andamio o pared y se descalabró.

Con este trágico acontecimiento empezó el pueblo a mirar con aire de supersticioso temor a los hospitalarios, y fue preciso otro suceso casi idéntico, para que el temor se cambiase en respeto y aun en cariño popular por los belethmitas.

Aconteció que unas hembras de esas de patente sucia iban por la calle en compañía de unos mozos tarambanas, echando por esas bocas sapos, lagartos y culebrones, cuando acertaron o desacertaron a pasar dos belethmitas.

-Cállate, mujer -dijo uno de los calaveras-, y deja pasar a estos santos.

-¡Qué santos ni qué droga! -contestó la moza-. ¡Bonita soy yo para cuidarme de estos perros nacas!

Y no habló más; porque se le torció la boca, y rostrituerta habría quedado para siempre si los nacas no hubieran hecho el milagro de curarla.

Es incuestionable que ninguna fundación habría alcanzado en América mayor importancia y popularidad que la de los belethmitas; pero después de la muerte de fray Rodrigo, los mismos hermanos se encargaron de desacreditarla con sus frecuentes querellas sobre inteligencia de las Constituciones y Breves, con sus motines y simonías y con escándalos de otro género en Guadalajara, Puebla de los Ángeles, Habana, Méjico y Guatemala. Las cosas llegaron a extremo de que muchos belethmitas colgaron los hábitos y... se casaron en toda regla. Verdad que podían hacerlo; pues no eran sacerdotes, ni sus votos de los más solemnes.

Sólo la cuestión de si los capítulos debían llamarse congregación, junta o dieta, motivó grandes tumultos; y así, por cuestión de una palabrita, empezó la ruina de los hospitalarios en Guatemala.

Mas a fuer de justiciero cronista quiero también dejar consignado que los belethmitas del Perú distaron mucho de parecerse a sus hermanos de los otros países de América, en cuanto a poca pureza de costumbres, y que por su caridad para con los pobres enfermos se hicieron siempre merecedores de cariñoso elogio social y de bendiciones de los agradecidos convalecientes.

En sus mejores tiempos, los belethmitas peruanos asistían en el hospital del Refugio o de Incurables hasta a cincuenta infelices al cargo de   —66→   ocho religiosos, y en la casa grande de Barbones hubo ocasión en que cuarenta hermanos atendieron a ciento sesenta enfermos. Y en el Cuzco, donde la enfermería tuvo capacidad para admitir hasta ciento veinte tarimas, llegaron a veintiocho los conventuales.

Aquí deberíamos dar por terminada nuestra crónica; pero no lo haremos sin consagrar un rápido y final capítulo al tan famoso nacimiento de Barbones, pintándolo tal como tuvimos la suerte de conocerlo en la niñez y ateniéndonos a nuestras reminiscencias de muchacho.




V

Uno de nuestros más gratos recuerdos de la ya lejanísima infancia es el del nacimiento que los padres Barbones exhibían desde el 24 de diciembre hasta el 6 de enero en la capilla de su convento. En la Lima antigua, aquellos eran quince días de fiesta y jolgorio perenne. ¿Qué madre limeña dejó de llevar a su nene al nacimiento? Contesten las que hoy son bisabuelas. Originariamente, el convento de belethmitas estuvo en la vecindad del Cercado; pero destruido por el terremoto de 1687, se trasladó a los terrenos de Barbones.

Motivo de gran embeleso infantil eran las figuras de automático movimiento, para cada unas de las cuales tenían una copla las pallas que bailaban frente al nacimiento, o la banda de cantores y músicos dirigida por el maestro Hueso o el maestro Bañón, y de la que formaban parte la china Mónica, la Candelita del muladar, la Sin-monillo, el Niño Gato, ño Pan-con-queso y ño Cachito, personajes muchos de ellos inmortalizados por el lápiz caricaturesco de Pancho Fierro, el Goya limeño.

Allí estaban la Virgen, San José y el Niño que movía la manita como para bendecir a los rapazuelos que lo contemplábamos boquiabiertos, mientras la china Mónica, alentada por un vasito de orines del Niño, que así llamaba el pueblo a la dulcísima aloja o chicha morada con que los religiosos agasajaban a la concurrencia, cantaba:


   «A los niños formales
      Dios los bendice;
y a los que no son buenos
      les da lombrices.
   A la nana, nanita
      de San Vicente,
que el Niño de la Virgen
      ya tiene un diente».



Allí se veía a los reyes magos, el blanco, el indio y el negro, lujosamente ataviados, descendiendo de un cerro sobre el portal de Belén y   —67→   seguidos de un perro que movía la cola, y al que le cantaba ño Pan-con-queso:


«El perro de San Roque
   no tiene rabo,
porque unos escribanos
   se lo han robado.
      ¡Mira, perrito!,
cuídate de escribanos,
   que están malditos».



Allí se contemplaba el musgoso pesebre con la vaquita mugidora; el gallo de cartón que quiquiriqueaba como un verdadero sultán de gallinero, y la gigantilla a quien el Niño Gato endilgaba estos piropos:


   «Mariquita, María,
      flor de romero,
no le digas a nadie
      que yo te quiero.
   Niña, si te preguntan
      a quién adoras,
primero morir mártir
      que confesora.
   ¡Cuándo querrá la Virgen
      de las Angustias
que tu ropa y la mía
      se laven juntas!
   Ven conmigo a la sierra,
      serás serrana:
te enseñaré la lengua
      chachapoyana.
   No me diga usted, niña,
      que es de alta esfera:
también para las torres
      hay escalera».



Allí estaba Judas haciendo zapatetas, pendiente de un árbol y cantándole las pallas:


   «¿Quién sería la madre
      que parió a Judas?
¡Qué hijos tan desgraciados
      paren algunas!».



  —68→  

Y el fraile del rosario callejero, seguido de beatas y tapadas de saya y manto, por las que canturreaba la Sin-monillo:


    «Arrímate a los frailes,
      niña, si puedes;
porque llevan corona
      como los reyes.
   Las mujeres que llegan
      al cuatro y cero,
quedan para comparsa
      del callejero».



En primer término del nacimiento se veían dos muñecos representando al Rosita Pitiminí y a Guzarrapo, que eran un matrimonio de enanos y dos tipos populares de Lima en tiempos del virrey Abascal. Los cantores festejaban a la raquítica pareja con esta seguidilla:


«Chiquitita la novia,
   chiquito el novio,
chiquitita la sala
   y el dormitorio;
      chico el salero,
chiquitita la cama
   y... el mosquitero».



Allí estaban Chepita la Capullo, con su saya de tiritas; Cantimplora, el alguacil del Cabildo, con su alguacilesca vara, y el teniente Ajiaco, guardián del orden; y el monigote Sopas-en-leche, botella en mano, a quien le aplicaban esta copla:


   «Santa Rosa de Lima,
      ¿cómo consientes
que en tu tierra se beba
      tanto aguardiente?
   ¡Que sí, que sí! ¡Que no!
Por la falta de cabuya
   no bailo mi trompo yo».



Y en fin, casi todos los tipos populares de la ciudad figuraban en efigie en el nacimiento de Barbones.

Había -recuerdo como si la estuviera viendo- una costurerita muy   —69→   mona, con su delantal de olán, y muchos jazmines y aromas en el peinado de trenzas, a la que le cantaban:


    «¡Ojalá que ojalaras,
      muchacha, ojales!,
me ojalaras la... chupa
      con alamares».



Y una pescadora de bagres y camarones, que en el extremo del anzuelo mostraba a un currutaco de la época. Por aquella prójima decía la Candela del muladar:


    «Para pescar a un hombre
      se necesita
una caña bien larga
      con mucha pita.
   A los hombres de ahora
      quererlos poco,
y en ese poco tiempo
      volverlos locos».



Interrumpiéndola con estos versos ño Cachito el mentado bailador de zamacuecas en Amancaes:


    «A tu puerta, pelona,
      perdí dos reales.
¡Ay! ¡Pelona, pelona!
      tú no los vales.
   Los limeños no beben
      chicha en botella,
y a la mujer mañosa...
      ¡golpe con ella!».



Desisto de la tarea de seguir describiendo el tan célebre nacimiento de Barbones, porque la posdata me resultaría más larga que la carta, y este capítulo no es sino incidental en la crónica belethmítica de Lima. Las coplas que se cantaban, siempre regocijadas y picarescas, eran hijas de la musa popular, así española como limeña. Guardo en mi cartera de apuntes, para utilizarlas un día en trabajo de índole más literaria, muchas, muchísimas de esas rimas, acaso pobres de arte, pero incuestionablemente ricas de ingenio y travesura. Oírlas cantar por las cantoras y cantores criollos constituía el principal atractivo para el crecido concurso que se arremolinaba en Barbones, y así lo comprendieron los benditos hospitalarios,   —70→   que probaron ser de manga ancha al no oponer su veto a ciertas jácaras licenciosas.

Y aquí pongo punto, remate y contera a mi mal hilvanada crónica, diciendo, como diría cualquiera de los parrandistas de cuando entró la patria:


   «En la calle en que vivo
      (¡maldita sea!)
viven cuatro muchachas
      a cual más fea.
   Apaguemos la vela:
      se acabó el baile.
Por la puerta, señores,
      se va a la calle».



Ilustración





  —71→  

ArribaAbajoLa victoria de las camaroneras


[I]

Hombre que estaba muy lejos de tener los tres defectos del cuerno -duro, vacío y torcido-, y que por el contrario, tenía sus tres virtudes -firme, limpio y agudo-, era del todo al todo, allá por los tiempos del excelentísimo e ilustrísimo don Diego Ladrón de Guevara, obispo de Quito, virrey y gobernador del Perú, el señor don Gaspar Melchor de Carbajal y Quintanilla, procurador general de los naturales de estos reinos, alguacil mayor de rastros y mercados de la ciudad de los reyes y cuñado de leche de un oidor de la Real Audiencia, por cuanto era hermano de leche de la esposa de su señoría.

Habitaba el tal unos cuartuchos en la baranda de Mundo, Demonio y Carne, que así llamaban nuestros abuelos a la que forma el ángulo de las calles del Arzobispo y Pescadería. Rodeado de procesos, infolios y papelotes, y dando de rato en rato un sorbo a la jícara de chocolate, hallábase en su escribanía cierta mañana del año de 1716, cuando se armó un belén de todos los diablos bajo sus balcones. El procurador, alzándose las gafas sobre la frente, empezó por asomar la nariz, receloso de que lloviesen pelotas de arcabuz; mas convencido de que todo no pasaba de bullanga populachera, cobró ánimo, levantó la celosía o rejilla, y sacando medio cuerpo fuera del antepecho gritó:

-¡Ea, ea! Que la ciudad no es aldea, y cada renacuajo aténgase a su cuajo; que el mercado no ha de ser como costal de carbonero, sucio por fuera, sucio por dentro. Yo os digo, muchachas, lo que dijo el asno a las coles: pax vobis.

Y don Gaspar Melchor, que era otro Sancho Panza en la condición refranesca y que no hablaba de corrido, sino hilvanando refranejos, interrumpió su discurso porque en este instante el rebullido calentaba, y tanto que un camotillo disparado con pretensiones de pedrada, vino a dar a su merced en plena calva.

-¡Jesucristo! -exclamó nuestro hombre, tocándose el chichón y recogiendo del suelo el proyectil-. ¡Para mi santiguada, que si es de los de a cinco en libra me desequilibra! Bueno está el chiquitín para el puchero; que lo que no ha costado, bien llegado. Vamos a meter paz, como es de mi obligación, antes que me digan: Lucas, ¿por qué no encucas? Que todo no ha de ser cama de novios, blanda y sin hoyos, ni copo, condedura y cebada   —72→   para la mula. Con razón dicen que cada mosca tiene su sombra, y que aquí como en Huacho, todo borrico es macho.

Y tras calarse el chambergo, tomar la capa y coger la alguacilesca vara, bajó a escape la escalera, canturreando estos dos refranes:


    «Hijo, no comas lamprea,
que tiene la boca fea.
¡Ay! Madre, casar, casar,
que el zarapico me quiere picar».






II

No recuerdo en cuál de mis tradiciones he apuntado que hasta después de entrada la patria, era la plaza Mayor el sitio donde se hacía el mercado, y tanto que hasta el rastro, camal o matadero se hallaba situado a las inmediaciones, en terreno sobre cuya propiedad andan hoy niños zangolotinos en litigio con el Cabildo.

Así el virrey conde de Castellar como sus sucesores, duque de la Palata, conde de la Monclova y marqués de Castelldosríus, designaron para el gremio de camaroneros y pescadores de bagres el espacio, en la calle que aún se conoce por la de la Pescadería, desde la reja de la cárcel de corte (hoy Intendencia) hasta la puerta de palacio, que dista sesenta varas de aquélla. Las indias, mujeres de los camaroneros, eran las encargadas de vender el artículo; pero de pronto las expendedoras de pescado, no obstante tener sitio señalado en la acera fronteriza al de las camaroneras, empezaron a invadir el terreno de éstas, surgiendo de aquí frecuentes peloteras y teniendo siempre que acudir gente de justicia para que el olivo de la paz diese fruto de aceitunas. Ambos bandos gastaban luego en papel sellado, con gran provecho de tinterillos y escribanos, y los virreyes, como hemos dicho, terminaban por decretar en favor de las camaroneras. Las provisiones que comprueban esta afirmación mía se encuentran en uno de los tomos de manuscritos de la Biblioteca Nacional.

Aquella mañana, las camaroneras se habían congregado en la esquina del Arzobispo, acaudilladas por Veremunda, la más guapa mulatilla de Lima, según decir de los condesitos y currutacos de la época.

Era Veremunda una mozuela de veinte años bien llevados, color de sal y pimienta, que no siempre ha de ser de azúcar y canela; ojos negros como el abismo y grandes como desventura de poeta romántico, de esos ojos que parecen frailes que predican muchas cosas malas y pocas buenas; boca entre turrón almendrado y confitado de cerezas; hoyito en la barba tan mono, que si fuera pilita, más de cuatro tomaran agua bendita; tabla   —73→   de pecho toda esperanza, como en vísperas de boda; pie de relicario y pantorrillas de catedral. Al andar, unas veces titubeábanla las caderas, como entre merced y señoría, y otras se balanceaba como barco con juanetes y escandalosa en mar de leva. Vestía faldellín listado de angaripola de Holanda, medias color carne de doncella, zapatitos negros con lentejuelas de plata y camisolín de hilo flamenco con randas de la costa abajo, dejando adivinar por entre el descote un par de prominencias de caramelo coralino.

Veremunda era la florista más favorecida entre las que sentaban sus reales en la vecindad del Sagrario, lugar bautizado con el nombre de Cabo de Hornos, porque todo galán que por ahí se arriesgaba a pasar, a buen librar salía con un cuarto de onza menos en el bolsillo, gastado en un ramo de flores o un pucherito de mixtura. Fuese por simpatías de vecindad, o porque las camaroneras se habían propiciado su apoyo con regalos de los mejores bagres y más suculentos camarones, lo cierto es que Veremunda era tenida y acatada por capitana del gremio. Es fama que el seriote don Gaspar Melchor de Carbajal y Quintanilla se hacía flecos por los encantos de la mixturera y andaba tras ella como mastín piltrofero, diciendo:


   «No tienes tú la culpa,
      ni yo te culpo,
de que Dios te haya hecho
      tan de mi gusto».






III

El señor alguacil mayor, metiéndose en un grupo de pescadoras, las arengó de esta manera:

-¡Arrebuja, arrebuja!, que aquí está quien desburbuja. Calma, muchacha, que la lima lima a la lima, y la pera no espera, mas la manzana espera. No os parezcáis a los perros de Zurita, que eran pocos y mal avenidos, y lo peor de todo pleito es que de uno nacen ciento, y el que levanta la liebre, siempre es para que otro medre. Quita tú allá, pájaro granero, que no entrarás en mi triguero.

Y blandiendo la vara, dirigíase a algunas de las revoltosas:

-Cállate tú, ovejita de Dios, antes que el diablo me despabile, y en la cárcel te trasquile. Silencio tú, gran zamarro, que al buen callar le llaman Sancho, y al bueno bueno, Sancho Martínez. Déjame pasar, arrapiezo, y no me vengas con tilín tilín, como el asno de San Antolín, que cada día era más ruin.

  —74→  

Y penetrando en medio de las arremolinadas camaroneras, se expresó así:

-¡Cuerpo, cuerpo! Que Dios dará paño. Déjense de daca el gallo toma el gallo, porque se quedarán con las plumas en la mano, y todo será como el desquite de Perentejo, que perdió un ducado y ganó un conejo, o resultar con el ajuar de la ventera, tres estacas y una estera. Hijas, el que pleitea no logra canas ni quijadas sanas. Más apaga buena palabra que caldos de agua, y a las querellas hay que decirles: marmolejo, aquí te hallé y aquí te dejo. A la mar, a la mar, chirlos mirlos a buscar; que pato, ganso y ansarón, tres cosas suenan y una son. No hay para qué tentarle el pulso al gato ni meterse en cosas de justicia, que ella es como mi compadre el del molejón, que a quien quiere amuela y a quien no quiere non. Quieta tú, Manonga Pérez, que te pareces a Daroca la loca, grande cerco y villa poca, o al sonso Tinoco, mucha fachada y seso poco.

Y aproximándose a Veremunda le dijo muy a la oreja: «Dios te salve, vida y dulzura, que tuyo soy con todas mis coyunturas.


    »¡Salero, viva lo tuyo!
¡Salero, viva mi amor!
Salero, viva la madre,
la madre que te parió».



El alguacil mayor de rastros y mercados era de los que dicen: ciertas frutas en adviento, los sermones en el templo y la mujer en todo tiempo.

-Bueno, bueno, bueno -contestó la rapaza-: mas guarde Dios mi burra de tu centeno, que aquí y en la Magdalena, hijito, el que no trae no cena.

-¿No tiene toca y pide arqueta, la dargadandeta? Anda, conciencia de Puertoalegre, que vendes gato por liebre.

Y la china, que no era de las que se muerden la lengua, sino muy criolla y decidora, repuso poniéndose las manos en la cintura como asas de jarra filipina:

-¿Cómo te va, Mendo? Ni llorando ni riendo. Rebuzno de asno sin pelo, no llega al cielo; y sin pedernal y estrego, ni salta chispa ni brotafuego.

-Con la que lo dices, lo atices, grandísima arrastrada; que ya dirá la gata al unto, te barrunté y te barrunto.

Y el alguacil mayor se alejó, murmurando:

-Coces de yegua, amor para el rocín. ¡Santa Librada! ¿Si será la salida como la entrada?

Paréceme que los refranes de don Melchor Gaspar tenían para la chusma más elocuencia que todos los discursos y catilinarias de Demóstenes   —75→   y Cicerón; porque se apaciguaron los ánimos, cesaron las hostilidades y hubo formal armisticio entre camaroneras y pescadoras.




IV

¿Cómo se las compuso el procurador general de los naturales para que los decretos de cuatro virreyes dejasen de ser, como hasta entonces, letra muerta? No sabré decirlo. Lo que sé es que a la vista tengo la siguiente provisión:

«Mando a vos, D. Dionisio López de Prado, teniente de la compañía de a caballo de mi guardia, sostengáis a las indias camaroneras en la posesión del sitio que va desde la puerta del real palacio, que cae a la Pescadería, hasta la reja de la cárcel de corte, y las demás indias negras y mulatas no las inquieten ni perturben, y que en ningún tiempo se sienten ni pongan canastos en dichos sitios, y que guardéis y cumpláis esta provisión, castigando con severidad a los que la contravinieren.- Fecha en los Reyes, a los 2 días del mes de marzo de 1717 años.- Diego, obispo de Quito.- Por mandato de su excelencia, Manuel Francisco de Paredes».



El teniente don Dionisio López de Prado empezó por meter en la cárcel un par de hembras leguleyas, que pretendieron afirmar la bandera de rebelión con tres silogismos y cuatro autoridades; y realizado este acto de energía administrativa, no hubo ya quien osase levantar moño contra las camaroneras.

Añade la tradición (que a las veces miente más que politiquero de portal) que Veremunda, para celebrar el triunfo de sus protegidas, dio un cachazpari, como dice el nuevo Diccionario de la Lengua, en Amancaes, con mucho de arpa, cajón y guitarra, y copas de alegría líquida, vulgo chicha y aguardiente.

Estopeño o cañameño, cual me lo dieron lo vendo. Dicen (yo no lo digo, que no soy mala lengua para desprestigiar a nadie y menos a la autoridad) que el procurador Carbajal y Quintanilla, dejando en casa y bajo siete llaves la gravedad, echó una cana al aire, y tomando por pareja a la florista, bailó una sajuriana o mozamala, de esas en que hay cintureo de culebra cascabelillo.

Y con esto, lectores míos, y romo para pan y cebolleta no es menester trompeta, paz y muerte con penitencia.





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