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ArribaAbajo6 -Órganos o aparatos de los sentidos

El órgano o el aparato de un sentido especial es instrumento corpóreo que, por lo mismo, debe tratarse en esta nuestra sucinta reseña anatómico-fisiológica: el sentido es de naturaleza psíquica y cuanto de él haya de exponerse tiene en otra parte su apropiado sitio.

Siendo cinco los sentidos especiales -tacto, olfato, gusto, oído y vista-, cinco son también los medios instrumentales, cuya lacónica descripción va seguidamente.

Como el del tacto existe en toda la superficie dermática y en realidad no tiene otros elementos orgánicos que los hilos nerviosos, se explica que para algunos le cuadre la nota de general, más bien que la de especial. Aquellos hilos terminan en expansiones, abultamientos, las papilas, que tocan la cara interior de la epidermis, debilitando ésta el efecto impresional que, íntegro, sólo daría sensación de dolor. No falta quien reputa a las papilas como los genuinos órganos del sentido a que nos referimos, denominándolos corpúsculos táctiles o de Meisner, los que abundosos en las yemas de los dedos, los hacen de gran adaptación para el fin a que sirven, lo propio que acontece al afinarse la epidermis en los orificios de la boca, nariz, etc.

Nada más fácil que explicarse el proceso material y precedente al sentir que nos ocupa; impresionada la papila, sucede inmediatamente la transmisión nerviosa para la recepción cerebral.

Al sentido del olfato está asignado un aparato de cierta complicación, con elemento óseo, en que figuran el maxilar superior, el hueso denominado cornete, el vómer o tabique divisorio de las fosas nasales, y algo del etmoides, del frontal y del esfenoides; y además, partes ternillosa, muscular, mucosa, nérvea y sanguínea.

La membrana pituitaria -llamada así porque la mucosidad que segregan sus glandulitas ha recibido el nombre de pituita- reviste totalmente a ambas fosas nasales y por ella se encuentran distribuidas las múltiples derivaciones del nervio olfativo, que parte del encéfalo en forma de cordón, toma luego figura nudosa, cual el tronco de brochita cuyos hilos atraviesan la lámina cribosa del etmoides y se esparcen por la citada membrana pituitaria.

Para el hecho de la olfación, las partículas odoríferas han de asociarse al aire a respirar, penetrar con éste en las fosas nasales en el acto de la inspiración, adherirse a la mucosidad e impresionar los nerviecitos de la pituitaria, de los que la impresión pasa al nervio olfativo y por éste se dirige a la recepción cerebral -De lo expuesto se infiere que sin medio aéreo que recoja las minutísimas porciones olorosas de cuerpos sólidos o líquidos y las introduzca en las fosas nasales, así que sin cierto grado de humedecimiento en las últimas, la impresión sería de nulo efecto ulterior.

El mecanismo del instrumento gustativo es relativamente sencillo, comprendiendo la lengua, el velo del paladar, las glándulas bucales y los nervios especiales del sentido, que en la lengua son: el lingual, derivado del maxilar inferior, que primero camina por la parte baja del órgano y luego se distribuye por punta y bordes; el gloso-faríngeo, que, cual indica su nombre, recorre la superficie lingual y faríngea, estando reputado como el agente principal del fenómeno gustativo, y el hipogloso, cuyo papel preferente, si no único, es intervenir en la producción de los movimientos de la lengua. Las papilas nerviosas de ésta son caliciformes o cónicas, extendiéndose por la cara mayor; filiformes, existentes en punta y bordes, y fungiformes o en forma de hongos, intercalados entre los anteriores.

A juicio de unos, sólo los nervios linguales son los transmisores de las impresiones gustativas, y según otros, hacen lo propio los del velo del paladar. En todo caso, la materia sápida ha de ser líquida o soluble en la saliva y la mucosidad que segregan las glándulas de que ya nos hemos ocupado y la membrana mucosa de la lengua; en tal estado impresiona los nervios papilares y el gloso-faríngeo transmite al cerebro receptor.

El aparato de la audición es doble, bastante complicado, y consta de tres partes generales: la externa, la media y la interna -La primera se asemeja a una trompetilla acústica, y la componen el pabellón u oreja, cuya depresión céntrica es denominada concha auditiva, a la que sigue inmediatamente el conducto auditivo externo, en el que existen glandulitas secretoras del cerumen o cerilla del oído, interceptador de los nocivos cuerpos extraños -En la parte media existe la caja del tímpano o tambor, cavidad irregular con una abertura en el punto que hace frente al conducto auditivo externo y a la que se adapta la membrana del tímpano: en la pared interna de dicha cavidad, y que es como plano divisorio del oído interno, se hallan dos orificios: la superior ventana oval y la inferior ventana redonda. Dentro de la caja del tímpano hay cuatro huesecillos -martillo, yunque, lenticular y estribo- insistiendo el primero sobre la membrana del tímpano, articulando unos con otros, constituyendo así la cadena del tímpano, y colocándose el último por su base sobre la ventana oval: los cuatro elementos óseos citados están provistos de diminutos ligamentos y motores músculos. Por último, corresponde a la sección media la trompa de Eustaquio, conducto de compleja naturaleza (óseo-muscular-membranosa), que en comunicación con las fosas nasales, renueva el aire de la caja timpánica y por el que, además, se vierten ciertas mucosidades -La parte interna, principal del aparato y cuya complicación le ha merecido el nombre de laberinto, comprende: el vestíbulo, cavidad huesosa y adyacente a la ventana oval; los tres conductos semicirculares, especies de tubitos encorvados, y el caracol, cuyo designativo indica su figura y en el que resulta un conducto triangular ocupado por numerosos filamentos o las fibras de Corti, que algunos fijan en 3.000 y aun en 4.000, reputándolas como derivaciones del nervio auditivo. Reconocense, a más, en el caracol otros conductos o las escalas media, vestibular y timpánica; así que, en el vestíbulo y en los conductos semicirculares, el laberinto membranoso, encontrándose entre éste y el hueso el líquido perilinfa y dentro del primero el llamado endolinfa, y, también, el polvo auditivo. Por fin, mencionaremos el conducto auditivo interno, al que llega el nervio acústico, bifurcándose para subdividir una de sus ramas por el caracol y la otra por el vestíbulo y los conductos semicirculares.

Acerca del proceso auditivo, como no podemos suponer impuestos en Acústica a aquellos a quienes dirigimos nuestra obra, sólo hemos de decir que las vibraciones u ondas sonoras de los cuerpos elásticos se reproducen en medios sólidos, líquidos, y de ordinario, aéreos, también elásticos, y que las hacen llegar al conducto auditivo externo, tocan luego y mueven la membrana del tímpano; este movimiento es transmitido a la ósea cadenita, avanza hasta la ventana oval y el oído interno, acabando por impresionar a las ramificaciones del nervio acústico, que recoge la impresión y la conduce al receptor cerebro.

Doble también el aparato visual, tiene por agente la luz, natural o artificial, y por genuino instrumento, el globo ocular, el ojo con su correspondiente nervio óptico.

Cada ojo consta de córnea, esclerótica, iris, humor acuoso, cristalino, cuerpo vítreo, membrana hialoides, coroides, retina y nervio óptico.

La córnea es una membrana transparente, en forma de casquete esférico, situada en la parte central exterior y delante del ojo, íntimamente adherida a otro elemento membranoso o la esclerótica, encerrando entre ambas a todas las constituyentes del globo ocular -El iris es un diafragma o tabique anular, adherido por su contorno exterior y libre por su borde central, colocado entre la córnea y el cristalino y con una abertura denominada pupila o niña del ojo, circular en el hombre, elipsoidal en ciertos animales y con la propiedad de dilatarse o contraerse, según convenga aumentar o disminuir el paso de los rayos visuales -El humor acuoso es transparente, subsigue a la córnea y precede al cristalino, hallándose el espacio que ocupa dividido por el iris en dos cámaras: anterior y posterior -El cristalino, de notable transparencia, es un humor en forma lenticular y encerrado en la membranosa cápsula de su nombre, adherida por su borde a la corona anular que resulta de los procesos ciliares -El cuerpo o humor vítreo, transparente, como revela su procedencia etimológica, de vidrio, es parecido a la albúmina o clara de huevo, y, encerrado en la membrana hialoides, tiene su asiento detrás del cristalino -La retina es otra membrana que recibe la impresión de la luz y la pasa al nervio óptico, que arranca del mesocéfalo y se distribuye por dicha retina, formando en ella como especie de red: una y otro son tenidos por insensibles ante la acción de los cuerpos vulnerantes o de cometido puramente transmisor -Por último, la coroides es otra membrana, interpuesta entre la retina y la esclerótica, cubierta, sobre todo en la cara interna, de una materia negruzca, al objeto de absorber los rayos luminosos que no ha de utilizar la visión -Los procesos ciliares son prolongación de la parte anterior de la coroides, en figura de saliente repliegue e instalados entre el iris y la cápsula del cristalino.

A cada globo ocular, alojado en su huesosa órbita, corresponden: el peloso arco o ceja protectora, que lleva hacia los lados el sudor o cualquier otro líquido; los párpados superior e inferior, que se cierran completa o parcialmente, según conviene, en cuyos bordes aparecen las pestañas, que detienen, aprisionan lo que, de llegar al ojo, le irritaría, y que se hallan constituidos por tenues capitas cutánea, celulosa, muscular, fibrosa y mucosa; la más interna, o la conjuntiva, en contacto con el órgano ocular.

Existen, además, las glándulas de Meibomio, secretoras de materia grasienta y de cuya condensación resulta la legaña; la cápsula o saco de Tenón, en que muellemente descansa el ojo; el aparato lagrimal, con su glándula, conductos, saco y correspondencia nasal; los seis musculitos que mueven aquel ojo, cada uno en dirección o forma especial, o elevándole, bajándole, internándole o viceversa, así que imprimiéndole cierta rotación, ora alzándole, ora deprimiéndole. Intervienen, por fin, nervios motores o los oculares externo e interno, el patético y algunos otros.

En su efecto puede compararse el ojo a una cámara obscura, sirviendo la pupila de abertura; el cristalino, de lente convergente y la retina, de pantalla en que se retrata el objeto. Cada rayo luminoso que parte del último y penetra en el ojo por la córnea transparente se refracta o dobla, primero en el humor acuoso, después en el cristalino, y luego en el vítreo, estampándose en la retina; y como llegan hilos luminosos de todos los puntos de aquel objeto, resulta la íntegra imagen invertida, que el nervio óptico transmite al cerebro y que se nos da directa en último término de la visión, hecho que, con la unidad de tal imagen, no obstante la duplicidad del órgano, ha tenido varias explicaciones, ninguna plenamente satisfactoria.

Precisa que el foco donde surge la imagen se halle en la retina, lo que no resulta siempre, a causa de la diversidad de distancia, pero que se corrige con medios existentes en el mismo aparato óptico, sobre todo a virtud de la distinta convexidad del cristalino, mayor o menor, según aquél es influido por las contracciones o dilataciones del músculo ciliar, fenómeno a que se da el nombre de adaptación del ojo a las distancias, así como se denomina distancia de la vista distinta a la que deben encontrarse los objetos para percibirlos claramente y que, aunque varía de individuo a individuo, de edad a edad y aun de ojo a ojo, suele fijarse como término medio y sobre pequeños cuerpos, cual los caracteres ordinarios de imprenta, entre 25 y 30 centímetros.

Quienes sólo ven distintamente a menor distancia son miopes, padecen miopía, que procede comúnmente de convexidad excesiva de la córnea, convergiendo demasiado los rayos y formándose la imagen delante de la retina, defecto corregido o atenuado con el uso de lentes divergentes o bicóncavas. Otros, por el contrario, adolecen del viceversa de la miopía, del presbitismo, debido a la falta de convergencia, resultando el foco detrás de la retina: a veces proviene de imperfección o debilidad orgánica y se da en cualquier edad de la vida; pero lo más común es que se presente en el ocaso de la última, deprimida la córnea, cansada la vista; y en todo caso, hace de necesidad lentes convergentes o bi-convexas. Hay sujetos présbito-miopes, a quienes, por tanto, convienen las dos clases lenticulares, bi-cóncavas para el uso ordinario y bi-convexas para las cortas distancias, cual en el acto de leer -Son también vicios del instrumento visual: el estrabismo o mirar del bizco, que puede provenir de defecto ocular o pérdida de su virtud motriz en alguno de sus músculos y resulta más frecuentemente de ignorancia o descuido familiar, teniendo al niño por largos y repetidos espacios de tiempo en actitud que recibe la luz de lado, hacia él se acostumbra a dirigir el ojo y se relaja determinada unidad muscular -La diplopia o visión doble, de dos objetos, existiendo sólo uno; y aun la, triplopia o de triple resultado visual: a veces el vicio no afecta más que a un ojo -Y la acromatopsia, que hace al paciente confundir los colores, que no distinga bien todo o algunos de ellos; dásela, asimismo, el nombre de daltonismo, por haberla sufrido Daltón, físico inglés del siglo XVIII.




ArribaAbajo7 -Movimiento y sus órganos

El movimiento es de tan universal alcance, que no se sustrae a su acción ningún ser de la naturaleza o del arte, ora le produzcan sus propias energías, bien se le transmita, le reciba de agente a él exterior. Pero lo poco que aquí expongamos sobre tan extensivo fenómeno será en exclusivo referente a la entidad humana, como ser orgánico-animal, en cuyo sentido pertenece a la vida de relación, de que venimos ocupándonos.

Son sus órganos generales los músculos y los huesos, sin excluir cartílagos, ligamentos, articulaciones, tendones, etc.

Generalmente, reputanse los músculos como los órganos activos del movimiento, y los huesos como los pasivos; mas reconocido, asimismo, que a todo hecho motriz precede impulso, contracción, acción nerviosa, no se andaría descaminado reconociendo aquella actividad o agencia previa y real en los nervios, y por sus ejecutores, a músculos, nervios, tendones y demás citado, aunque los primeros revistan, al obrar, cambios de forma que no consiente la dura constitución de los segundos.

Cierto que se asevera, y no lo negamos, que la movilidad muscular aparece motivada por numerosos causantes químicos, por otros mecánicos, físicos, cual la luz, el calor, la electricidad, impresiones análogas al choque o punzada...; pero queda por decidir si tales medios originan sus efectos en el elemento nérveo, y éste los transmite al muscular; consideración aplicable a los llamados venenos musculares, unos excitantes (excito-musculares) como el ácido carbónico, y otros atenuantes (paralizo-musculares), el opio y el cloroformo, por ejemplo, soporíferos, entorpecedores, no sólo de lo puramente muscular, según es de notoriedad y ha de tenerse en cuenta para juzgar respecto al punto a que nos referimos.




ArribaAbajo8 -Clasificación

Variadas y numerosas son las clasificaciones que se hacen de los movimientos y de los músculos -De los primeros, y conforme a su dirección, se admiten rectilíneos (verticales, horizontales, inclinados...), curvilíneos (circulares, elípticos, parabólicos...) y aun si se quiere, mixtilíneos -Con respecto a su intensidad relativa, acelerados y retardados, regulares, graduales y bruscos -Por su procedencia, propios y adquiridos; mecánicos, automáticos, espontáneos, instintivos, reflejos, intelectivos, afectivos, volitivos e involuntarios -En cuanto a los músculos, bastantes de ellos tienen sus nombres especiales, de que prescindimos; y, por otra parte, se les considera de la vida animal o estriados y de la vida orgánica o lisos; así que flexores, extensores, elevadores, depresores, rotatorios..., palabras cuyo recto y muy conocido significado nos releva de indicar el sentido en que en tal clasificación se las comprende.




ArribaAbajo9 -Músculos

Un órgano muscular es conjunto de fibras rojizas o de color más bajo o pálido, según corresponda a los de la vida animal o a los de la orgánica. Los primeros obedecen a las excitaciones de los nervios cerebro-espinales, y los segundos a las de los ganglionales, inmediatamente se entiende, pues ya se dijo que estos últimos son procedencia directa de un verdadero sistema único nervioso.

Los músculos son elásticos, y, por tanto, alterada su conformación propia, contraídos, la recobran de por sí, dilatándose, de cuyas contracciones y expansiones resultan sus energías, sus fuerzas, sus impulsos, y de éstos, sus movimientos peculiares, regulados, ajustados a las funciones a que corresponden, los de la vida orgánica; potentes, bruscos, según procede sean, los de la vida animal.

Entre la diversidad de movimientos incluídos en clasificaciones, citaremos: Automáticos o ajustados al agente intrínseco que los motiva, cual los inspiratorios y espiratorios, los de sístole y diástole, cardíacos o arteriales -Instintivos, como el protector cierre de los párpados, y otros, que si podrían ser conscientes, no lo son de ordinario, como los de las partes del aparato oral, para articular o modificar las vocales -Peculiares de la edad, cual la inquietud característica y desarrolladora en la infancia -Que constituyen defectos individuales, como guiñar habitualmente un ojo, mover lateralmente la boca, etc. -Afectivos o emocionales, que ante lo pronunciado y repentino de la sensación o el sentimiento, se producen en el aparato visual, en el respiratorio, en el sanguíneo, en el rostro -Intelectivos, que marcan en la fisonomía el ejercicio de las actividades mentales -Volitivos, principalísimos, libres, conscientes, como que obedecen a los mandatos del alma y actúan para realizar las operaciones por ella dictadas.




ArribaAbajo10 -Conocimientos de la Física indispensables para el tratado formal de la función locomotriz

El tratado formal de la función locomotriz exigiría previo conocimiento de la Mecánica y de las leyes de la gravedad, en cuanto nuestro cuerpo ofrece diversos ejemplares de palancas y el centro de gravedad figura fundamentalmente en las actitudes y en la locomoción -Palanca de primer género, o cuyo punto de apoyo está entre la potencia y la resistencia, lo es, por ejemplo, la cabeza, apoyada en la primera vértebra, obedeciendo al echarla hacia adelante, al impulso o potencia de los músculos posteriores, y habiendo de vencer la resistencia de los anteriores -Palanca de segundo género, o con la resistencia entre el punto de apoyo y la potencia, lo es, verbigracia, el pie cuando marchamos; la punta del último, el punto de apoyo; la potencia, los músculos de la pantorrilla y el tendón correspondiente, resistiendo el cuerpo que ha de avanzar -Palanca de tercer género, o con la potencia entre los otros dos elementos, el antebrazo, sirviendo el codo de punto de apoyo, de potencia el largo músculo existente en la parte anterior, y de resistencia el citado antebrazo.

La gravedad, o fuerza permanente que se ejerce molecularmente y en todos sentidos sobre cualquiera de los cuerpos, y si nada se le opusiera, los llevaría hasta el centro de la Tierra, parece como que se asume, da su resultante en un punto de cada cual de aquéllos, en el centro de gravedad, cuyas leyes determinativas corresponden a las Matemáticas y al que hay que oponer, para contrarrestar el impulso natural a que nos referimos, fuerza u obstáculo bastante y en dirección o posición contraria al derrotero marcado por lo que ha de resistirse. De aquí, la base de sustentación, y según sus condiciones, el que el equilibrio sea estable, inestable e indiferente, sin que podamos añadir acerca de tan importante particular otra cosa sino que mientras la vertical que desde el centro de gravedad del cuerpo se dirige al de nuestro planeta atraviese la base de sustentación, subsistirá el equilibrio, mas no en saliendo de ella, cayendo entonces el cuerpo.




ArribaAbajo11 -Actitudes en la quietud y el movimiento

La actitud o postura del nuestro en un momento dado, llamado también estación, en cuanto implica estado particular del mismo en tal instante, comprende posiciones peculiares de la quietud, así que de la locomoción o tránsito de un punto a otro, o sea el hallarse de pie, de rodillas, sentado o echado, marchar, correr, saltar, trepar y nadar, con múltiples variantes de lo enumerado, como el sostenerse sobre un pie o las puntas de ambos, sobre una o las dos manos, sobre un alambre o cuerda y demás habilidades de equilibristas o saltatrices, de acróbatas, funámbulos, volatineros.




ArribaAbajo12 -Prehensión: la mano

La prehensión o acto de asir, agarrar algo, puede verificarse con distintas partes del cuerpo -con la boca y aun con los dedos de los pies--, pero su instrumento es la mano, uno de los que más bien cumplen los mandatos espirituales.

¿Quién, a poco que observe, apenas discurra, no encontrará en ella el valioso y primordial factor del trabajo, que el alma preside, allana, y ennoblece en el cultivo de la tierra, en la formación de nuestras viviendas y vestidos, como en el predisponer de nuestros alimentos, construir vías comunicativas ...? ¿Quién no se detiene, se ensimisma, se extasía ante los primores de la aguja, del bordado, del encaje, de la pluma, del lápiz; ante las superiores bellezas y sublimidades del buril, del pincel, del arco que arranca suspiros, ayes, perfectísimos signos de los más íntimos y encontrados sentimientos ...; ante la portentosa ejecución manual de las inmortales creaciones del genio artístico? ¡Qué consecuencias no debe sacar, qué aprovechamientos no predisponer el educador; iniciando, adiestrando, acostumbrando a sus tiernos alumnos a que no hagan de la mano torpe manejo y desdichado empleo, que ajan, ensucian, estropean; sino ejercicio sometido a la inteligencia, y así, de efectos correspondientes a los actos de quien no obra sin antes meditar, prever el resultado de la acción!




ArribaAbajo13 -El aparato oral

La mano, es, pues, principalísimo agente en nuestra vida relativa, y no menos el aparato oral, ora se atienda a su inmediata y constante correspondencia con el alma, bien a sus producciones fonéticas, o ya a la estructura, a la conformación de tan complejo, precioso y delicado instrumento corporal -Bajo el primer concepto, los resultados de la actividad psíquica tienen tal intimidad con sus signos orales, que hasta se dice, y no sin fundamento, que pensar es hablar consigo mismo, y hablar, pensar para los demás -Respecto a la segunda consideración, tan no hay aparato musical que iguale al de nuestra voz, como que se le hace producir acabados remedos de la de bastantes animales y de diversos instrumentos artificiales; como que entre los unos y los otros no existe ninguno que iguale en la calidad de sus sonidos a las notas de tiples y tenores, que deleitan, entusiasman, arrebatan a quienes los oyen, cuyos nombres adquieren justa celebridad. En cuanto a la propiedad de las calificaciones que hemos asignado a nuestro aparato fonético, parécenos resultará evidenciada en las siguientes consideraciones.

Constituyen aquel aparato dos partes esenciales: la laringe, comparada a instrumento de viento o de lengüeta variable, donde se produce la voz, y el resonador o caja de resonancia, también de dimensiones variables y en donde aquella voz es reforzada, modificada.

Componen el aparato laríngeo: cuatro cartílagos, el tiroides, el cricoides y los dos aritenoides -La epiglotis, fibro-cartilaginosa, de forma parecida a la hoja de la verdolaga, sujeta a la parte posterior de la lengua, y que, a manera de válvula, permanece abierta para no obstruir el paso del aire, pero se cierra y tapa la glotis u orificio superior, inicial de la laringe, en el momento de la deglución -Y las cuatro cuerdas vocales, con ligamentos por núcleo y encima membrana mucosa.

El resonador o caja de resonancia le dan la faringe, las fosas nasales y la cavidad bucal.




ArribaAbajo14 -Síntesis de su función

Si en el acto de la espiración el aire atraviesa suavemente la laringe, no se percibirá sonido; pero si lo verifica ejerciendo presión que algunos comprenden entre las de 160 y 945 milímetros de agua y las cuerdas vocales se hallan debidamente tensas, éstas vibrarán, las vibraciones serán transportadas por el medio aéreo hasta el aparato auditivo y resultará el sonido -Este laconismo al describir excede a lo compendioso de nuestro tratado, y tenemos que decir algo más.




ArribaAbajo15 -La laringe como instrumento musical

Incluyase o no la laringe entre los instrumentos sonoros de lengüeta, siempre habrá que reconocer en ella notables diferencias de los primeros: su lengüeta no es única, sino cuádruple y susceptible de variar en longitud, grueso, ancho y tensión, propiedades de que carecen todas las lengüetas artificiales conocidas y que contribuyen fundamentalmente para la riqueza de nuestra fonación.




ArribaAbajo16 -Isocronismo, amplitud y número relativo de las vibraciones de los cuerpos sonoros

Las vibraciones de nuestras cuerdas vocales son periódicas, isócronas, o los dobles movimientos de ida y vuelta, del vaivén, se verifican en igualdad de tiempo, dándose el sonido, lo contrario del ruido que resulta de la falta de aquella periodicidad o isocronismo, aunque también puede provenir de la confusión de múltiples sonidos, como los de varios instrumentos musicales, tocados sin orden ni concierto, o las entrecruzadas voces de un café en su plena concurrencia.

Las desviaciones del cuerpo vibrante, la amplitud de su marcha de vuelta y retorno, varían en alto grado, y de aquí la mayor o menor intensidad que origina los sonidos fuertes y suaves, percibidos a distancias relativamente diversas.

El número de las vibraciones a que corresponde el tono en la unidad de tiempo -un segundo, por ejemplo- se diferencia también hasta lo sumo; en la proporción que aquel número, crece la altura del sonido, correspondiendo a los extremos de la escala del último los nombres de grave y agudo; en sentido absoluto, porque en el relativo o concepto ordinario, se compara dicho sonido con los que nos son comunes, y se le aplican los calificativos citados, según nos parece bajo o alto.

Cualquier cuerpo sonoro produce un tono determinado o correspondiente, o concreto número de vibraciones, y sin embargo, siendo iguales el uno y las otras con relación a dos instrumentos artificiales -el violín y la flauta- o a dos personas de distinta edad o sexo, distinguimos su especial y hasta, en lo humano, individual sonar. Esta diferencia constituye el timbre, distintivo, fisonomía de los sonidos de una misma altura en la escala de los tonos y que se explica admitiendo que tales sonidos no son unidad simple, sino compuesto o conjunto de tonos, de predominante fundamental y los accesorios, supertonos, hipertonos, armónicos -que con todos estos vocablos se les denomina-, dando resultante, variable con los instrumentos artificiales, con los organismos específicos, sexuales y hasta individuales.

Lo expuesto sumariamente acerca de la intensidad del tono y del timbre en el sonido, es aplicable al de nuestro aparato oral -De menor longitud relativa las cuerdas vocales en la mujer y en el niño que en el hombre, de aquí lo más grave de la voz del último; distinta también la tensión de las cuerdas de persona a persona, comprendese lo hueco o lo chillón del habla habitual de ciertos individuos; y atendiendo a que nos es dado aumentar o disminuir el impulso de la masa aérea que en un momento haya de salir por la laringe, así que diversificar las dimensiones y la tirantez de las cuerdas vocales, será fácil explicarse cómo modificamos en ocasiones la intensidad o la altura de la voz. Esto implica que hay que cambiar o sostener la una y la otra, o ambas, afectando a las cuerdas vocales en grado digno de ser señalado, y acerca del que dice verdadera autoridad en la materia: «Unos 15 milímetros solamente tiene, disentido, el músculo que, contrayéndose, aumenta él grosor de la cuerda vocal; y este músculo, en su máximo de contracción, no puede reducirse más que hasta 10 milímetros. Hay, pues, únicamente 5 milímetros de margen para los diversos grados de altura de la voz, o, lo que es lo mismo, un cantor de voz ordinaria deberá apreciar para cantar sus notas diferencias de contracción muscular, estimadas por fracciones de milímetros, y apreciarlas de una manera segurísima, para no desafinar. ¿Qué decir de los raros cantantes cuyo voz se extiende a dos y más octavas? Lo mismo cabe manifestar de la tensión. En tan pequeño músculo hay que apreciar de 40 a 50 estados de tensión diferentes.»




ArribaAbajo17 -Sucinto tratado de lo referente a la producción de las vocales, articulaciones..., lenguaje oral articulado

Dejando ya estas difíciles, admirables adaptaciones de nuestro aparato vocal para expresar lo sublime de la inspiración, emitir las grandiosidades del sentimiento y promoverlo en el alma de afectado o entusiasmado auditorio, digamos algo sobre la genuina manifestación de los fenómenos psíquicos, sobre lo que debe conocer bien el Magisterio, sobre el habla.

Si en el tránsito del aire espirado éste presiona las cuerdas vocales lo bastante para que en la unidad de tiempo se produzca el minimum de vibraciones necesarias para que resulte sonido, y no se opone obstáculo a la masa aérea, sale al exterior, sirviendo de medio a aquellas vibraciones, que llegarán al oído, dándose el sonido puro a -Si en el resonador el aire es un tanto detenido, haciéndole como afluir al centro de la cavidad bucal, surgirá la e, y la i acentuando y usando más la concentración -Si al espirar dejamos a la caja de resonancia un pequeño orificio central y un tanto circular, sonará la o, y la u disminuyendo más aquel punto de salida.

Tales son las cinco notas fundamentales de nuestra voz, lo único que, como sonido, se percibe en nuestra habla. Podrían aumentar, diversificando las contracciones entre la e y la i o las obstrucciones u orificios redondeados entre la o y la u, así que también combinando ambas formas de variación. Y, en efecto, algunas más vocales, aunque no muchas, figuran en otros idiomas.

Si con prioridad a la pronunciación de cualquiera vocal, colocamos, articulamos, en forma especial alguna parte del resonador -lengua, mandíbula, labios, etc-, la nota fundamental será detenida en su marcha, modificada directamente; en sentido inverso, si emitida la vocal, lo modificado es su resonancia o débil repetición; en concepto doble, si preceden o siguen dos articulaciones; con juego duplo, de presentarse una antes y otra después; triplo, si dos primero y una luego, o viceversa; cuádruplo, cuando antecede una pareja y sucede otra -De aquí las articulaciones directa e inversa simples, directa o inversa dobles, de juego duplo, triplo y cuádruplo: la, al, tre, ins, pos, tres, cons y trans, aparte de otras denominaciones especiales o de articulaciones continuadas, f, v, s, z y j; explosivas, p, b, d, t, k y g (u); vibrantes, r, l, ll, y nasales, m, n, y ñ, no olvidando la conocida clasificación en labiales, linguales... y sus combinaciones binarias, como las labidentales y linguodentales, etc.

Una o varias vocales, con o sin articulación -a, ai, pie, buey-; una o varias articuladas -ba, an, bra, ins, col, tres, cons, trans-; todo lo resultante de emisión, o, con más propiedad, producción única de voz, constituye la sílaba; ésta o suma de varias, la palabra, y ordenado conjunto de ejemplares de la última, la oración, la cláusula, el período..., el lenguaje oral articulado, el habla, la lectura, la oratoria, la declamación.




ArribaAbajo18 -Lo consciente ejecutado inconscientemente

Importantísimas funciones de la vida de relación son sin duda alguna de naturaleza consciente, y, sin embargo, se ejecutan, bien por desconocer en qué consiste su proceso, ora por no fijarse en él, quedando libre la atención para ser aplicada a otro objeto, cual si correspondieran al orden instintivo, inconscientemente.

Tal sucede respecto a los movimientos en el instrumento y en el resonador de la voz, cuando vocalizamos, articulamos, hablamos. Distintas entre sí las posiciones necesarias para que resulte cada una de las vocales y de las articulaciones; pequeñas las diferencias de colocación orgánica correspondientes a o y u, b y p, v y f; estudiadas, conocidas, descritas y expuestas en grabados; difícil el marcarlas cuando no se aprende insensible y gradualmente en la primera edad, las damos, no obstante, llana e instantáneamente, sin pararnos en ello, los más en completo desconocimiento de las mismas, todos cual si ignorásemos el particular, sin cuidarnos nada del mecanismo de su formación -Lo propio cabe decir acerca de otros actos u operaciones conscientes, por ejemplo, sobre las diversas actitudes que proceden y adoptamos al ascender o descender por una cuesta o escalera, hacer llegar un peso desde el suelo hasta el hombro o soportarlo en la espalda, etc.




ArribaAbajo19 -Distancia entre lo físico y lo psíquico en la vida de relación

Conviene determinar la fiel acepción de algunas expresiones, tomadas comúnmente y hasta exhibidas en los diccionarios, en significados que no son los suyos; faltando a la propiedad y con peligro de inducir a error -Pruebas de nuestro aserto:

Nada más frecuente que considerar a los corpóreos aparatos de los sentidos como estos mismos; cuando uno de aquellos órganos o aparatos es porción de materia conformada para desempeñar especial cometido en la vida animal; y el correlativo sentido, la doble y psíquica potencia, facultad, aptitud de sentir y percibir.

La sensación no es tampoco la impresión, ni la transmisión, ni la recepción cerebral, ni los fenómenos del mundo exterior que suelen precederlas, cual las vibraciones transportadas hasta el oído exterior por medios ponderables elásticos: la sensación es modificación de la sensibilidad anímica, experimentada a virtud de lo que recibió el cerebro, por actos precedentes a dicha sensación, aunque verificados tan inmediatos en el tiempo, que no cabe precisar la duración de cada cual. ¿Cómo de la recepción cerebral, hecho de la materia, surge la sensación, de naturaleza espiritual? -Se ignora.

Lo que, verbigracia, es movimiento fuera de nosotros, en nuestra alma es sensación, ni siquiera de semejanza obligada al objeto externo que la motiva: lo será en muchos casos, tratándose de figuras, dimensiones, de un árbol, un perro; mas en nada se parece el sonido al cuerpo vibrante, ni lo sentido olfativamente a las partículas odoríferas, ni el dardo que nos punza al dolor que nos ocasiona.

De la fragante flor se desprenden partículas, pequeñas hasta lo sumo, que recoge la envolvente atmósfera, las conduce a las fosas nasales; peganse a la pituitaria; el nervio olfativo traslada al cerebro la impresión; el último la recibe, y terminó lo material: movimiento, contacto; la flor no siente ni se aplace por su fragancia; nuestro espíritu por la sensación, sí -Un cuerpo sápido, soluble, se pone en correspondencia íntima con la lengua, y el efecto llega a la masa encefálica; pero ni aquel cuerpo, ni aquella lengua, ni los nervios gustativos, ni el cerebro, notan sabor alguno; nuestro espíritu, por la sensación, sí -Un afamado cantante fue dotado de perfectísimo aparato fonético; sus cuerdas vocales se adaptan a múltiples y muy delicadas variantes en su largo, en su ancho, en su grueso, en su tensión; variantes a que corresponden acabadamente las de la caja resonadora. Sin embargo, de fuera, sólo hay vibraciones más o menos amplias, más o menos numerosas dentro de la unidad del tiempo..., todo de naturaleza corporal: las notas que deleitan, entusiasman, arrancan bravos y aplausos, son sensacionales, se producen en el espíritu del auditor -Sin seres dotados de tal espíritu, habría, pues, en la naturaleza movimientos, contactos, choques, vibraciones...; mas no olores, sabores, sonidos.

Por otra parte, la sensación no es la percepción: poderes, actividades de esencia simplicísima e indivisible, son, sin embargo, tan distintas como distinguibles y distinguidas. La primera, hecho psicológico del género afectivo, la segunda, hecho también psicológico, pero del género intelectual, que implica idea, concepto de algo exterior; la primera subjetiva; la segunda objetivo-representativa: la primera, lejos de formar aquella idea, aquel concepto, aquella representación objetiva, puede desviarlo de la verdad, si no se juzga, si no se discurre bien o si hay deficiencia de medios, de conocimiento: la sensación de un subterráneo, una cueva, es de frío en el verano, y de lo templado en el invierno; y la percepción nos dice que allí la temperatura es aproximadamente constante: mano que por cierto plazo soportó hielo, sumergida en agua fría promueve el efecto sensacional de lo tibio, y aquella agua semejará la templada, bebida inmediatamente después de tomar sorbete; pero la percepción dará el verdadero concepto de la realidad: un bastón, en parte dentro de líquido y transparente depósito, motivará sensación de línea quebrada, y percibiendo bien, será considerado en forma recta, y el fenómeno, como debido a la refracción.






ArribaAbajoCapítulo IV

De la vida racional.



ArribaAbajo1 -El alma humana

Alma humana es el elemento espiritual que, en íntima unión y correspondencia vital con el cuerpo, constituye al hombre.

Su estudio, ni llano ni superficial, en cuanto corresponde a lo de más importancia, trascendencia y sobre determinados puntos, problemático o impenetrable de la Filosofía, ha de aparecer forzosamente entre dificultades y penumbras a los lectores de poco considerable cultura, cual los más de aquellos a quienes consagramos esta obra, y para atenuarlas buscaremos la claridad y sencillez posibles, aun a costa del rigorismo científico.

Tal estudio forma un ramo de nuestro saber, de la ciencia filosófica, la Psicología o tratado especulativo-experimental del alma humana (de psyché, mariposa en el sentido recto y espíritu en el figurado que se ve en la palabra, y logos, discurso o dicho tratado).




ArribaAbajo2 -Sus atributos

Comenzando por las cualidades, atributos o notas características de aquella alma humana, diremos que son: unidad, identidad, perfectibilidad, inmortalidad, receptividad, espontaneidad, actividad, libertad, responsabilidad, personalidad, racionalidad y consciabilidad (pase el neologismo).

La unidad de nuestra alma no es la matemática o cada ejemplar de los componentes del número entero, ni la síntesis de entidad formada por separables y reales partes, sino la unidad de naturaleza, de esencia, la que excluye tales partes, se sustrae a la disgregación, da lo simple e individual. Lo fenomenal, los efectos de la actividad anímica, múltiples, repetidísimos, produciendo incesantes cambios, actos, operaciones, a la manera de rayos de único foco luminoso, no se oponen a que éste, la causa, lo substancialmente factor de las variaciones, sea, cual es, uno en sí y por sí, en esencia y en existencia, que actúa, que se fija, que inquiere, que descubre, que se guarda lo adquirido, que lo contempla, que siente, que se decide..., pero que así despliega en rica diversidad de formas y direcciones, su poder, su actividad, siempre mudando en el obrar, nunca perdiendo su unidad radical, jamás el yo pasando a ser otro, no yo. Esto es tan cierto, como que las clasificaciones psicológicas establecidas son meramente didáctico-convencionales, no responden a orden sobre entidades reales, sino a la facilidad en el estudio: el pensar provoca el sentir y el querer, y, viceversa, cada una de las dos últimas virtualidades, las otras dos; el atender implica percibir, juzgar...; todo ello es coexistente en su único germen productor; para ocuparnos, por ejemplo, de la atención, abstraemos, prescindimos de lo que obra a la vez que ella: como dijimos en otra parte, el alma humana, lejos de sufrir cambios o transformaciones, permanece siempre la misma, no se destruye ni se rehace, no se descompone ni ha de descomponerse.

Esta incontrovertible verdad da ya probado otro atributo fundamental, sin el que no concebiríamos el hábito, ni la memoria, ni el que fuésemos responsables: la identidad o perseverancia en la unidad. El cuerpo experimenta sin cesar destrucciones y reconstituciones; en él subsisten las formas, el organismo, pero se reemplazan de tal suerte sus elementos materiales, que en cierto período de tiempo se verificó la general renovación: en el alma prosiguen inalterables e inalteradas la esencia, la potencia, la actividad, las propiedades, la edificación; el agregado de hechos origina el hábito, en cuanto no se dan desprendimientos, lo propio acontece respecto a la memoria, y la responsabilidad se evidencia sin más que apercibirse de que quien decidió el acto es el mismo, al través del tiempo; no desapareció ni aun en minutísima parte.

Los estados de latencia y perturbación funcional del alma no desmienten su intensidad; sino que patentizan, como por decisión del Hacedor, está acá en obligado consorcio con el cuerpo y éste ha de encontrarse, para el ejercicio regular de la primera, en determinadas condiciones de desarrollo y normalidad, según habremos de exponer en el lugar oportuno.

Permanente lo substancial, activo, lo que busca y halla, lo que inquiere y averigua; lo descubierto, lo adquirido es conservado, contemplado, reflexionado y utilizado por el racional y consciente espíritu; acrece de día en día en cantidad y calidad, el hombre se perfecciona, exterioriza, estampa, imprime carácter de permanencia y difusión a su perfeccionamiento; éste trasciende a nuestros semejantes, la humanidad mejora: somos, pues, perfectibles, progresivos.

Si nuestra entidad anímica es simplicísima, una, contrapuesta a la divisibilidad, al desprendimiento, a la descomposición; no cabe se destruya, perezca, fine; es inmortal, nota que le asigna la fe, nos explica la razón y responde a nuestra aspiración más elevada, a nuestro mayor anhelo. Siempre dispuestos a deshacer lazos, trabas, obstáculos materiales, abstraemos y generalizamos, para, de la sensible cualidad, del concreto hecho, del particular individuo, pasar al concepto universal, al principio, a la ley; de las acciones personales, a las ideas absolutas del bien, de la justicia, de la virtud; de lo fenomenal y corpóreo, a lo general y suprasensible; y nunca nos conceptuamos en más satisfactorio, fecundo y genuino ejercicio de nuestra actividad que a obscuras, en silencio, solos, en suspenso los aparatos sensitivos o de comunicación con lo exterior; el alma, entonces, llega al summum aquí posible de su aislamiento y concentración, al trasunto de ulterior existencia; realizando sus más acabadas y luminosas operaciones, entreviendo aquella fase ulterior, pura, libre; su destino inmortal.

Pero el alma no puede sustraerse íntegramente en esta terráquea esfera a una doble y recíproca correspondencia en que se dan el trabajo y los productos del espíritu: la receptividad y la espontaneidad.

Los órganos de los sentidos son conductores generales de las influencias de fuera hasta el fondo del alma que, a virtud de ellas, encuentra motivos para el ejercicio de su actividad, para pensar, conocer, sentir, querer o decidir. La aptitud receptiva de nuestro espíritu se adapta a la acción de la Providencia, a acoger y desplegar los dones con que Dios distingue y favorece a sus predilectos; a dar cabida y reflexión a superiores intuiciones que en cuanto se elevan sobre el grado máximo de nuestro alcance, corresponden a lo sobrenatural e inspirado.

El alma es espontánea; por su propia virtud, de por sí, con su impulso (sponte sua), se extiende desde su íntimo asiento a todo lo exterior, desde lo ínfimo a lo grandioso, desde el fenómeno a la causa, desde el hecho a la ley: y en este general despliegue, el pensamiento, el sentimiento y la voluntad se dirigen a lo superficial como a lo recóndito, a lo elevado, hasta Dios; atendiendo, observando, meditando, admirando, juzgando, raciocinando..., sintiendo, decidiendo, ejercitando en todas direcciones propios poderes, no sólo fuera del yo, sino sobre este mismo -a cuyo efecto, el alma parece como que se opone a sí propia-, se duplica; en un sentido, es sujeto que atiende, piensa, percibe; y en otro, objeto de la atención, del pensamiento y de la percepción; y así, llegamos a la conciencia de nuestra conciencia.

El alma es activa, pero con actividad sui géneris, consciente y de la misma alma emanada, que en sí contiene el principio de su acción, por lo que Platón dijo que tal actividad es un movimiento que se mueve a sí mismo.

Aptos para atender, pensar, conocer, determinar, justipreciar; la voluntad posee lo suficiente al objeto de resolverse con conocimiento de causa; el alma es libre, y a nuestro arbitrio la volitiva resolución, sin obrar a ciegas, fatal y pasivamente, sino a virtud de lo intrínseco, de lo propio de la espiritualidad; de nosotros proceden nuestros actos o sus previos acuerdos, tomados deliberada y conscientemente; siendo, en consecuencia, responsables.

En cuanto el alma es una y persiste idéntica en la unidad, encierra los medios, suyos, de percibir, justipreciar, resolver; constituye nuestra entidad moral, nuestra personalidad; nos hace sujetos del derecho y del deber.

Si cabe que se presente, se refleje y persista en nuestra alma cuanto acabamos de discurrir, y si lo hemos discurrido, es porque ella posee, al efecto, aptitudes especiales, que nos hacen conscientes y racionales; porque está dotada de conciencia y de razón, superiores y característicos atributos de que tratamos aquí, en atención a que se alzan principales y predominantes sobre todos los despliegues de nuestra potencia espiritual y a que procede estudiarlos aparte de las tres secciones psicológicas que han de ocuparnos, ya que intervienen inmediata, luminosa y decididamente sobre los dominios de la inteligencia, de la sensibilidad y de la voluntad.

Es la conciencia como receptor-reflector que recibe, retiene, ilumina y refleja las adquisiciones racionales; es conciencia (cum scientia), con conocimiento e intuición, presencia, vista mental de lo que posee, adquiere y manifiesta en cualquier instante al pensamiento, al sentimiento y a la voluntad. El alma es sui conscia, se conoce a sí misma y va conociendo lo que no es ella, lo que averigua la razón y exhibe la conciencia, que asisten a todas nuestras operaciones psíquicas, la una para reconocer, la otra para recibir y hacer mentalmente visible.

Si la conciencia no existiere, disiparíanse los resultados obtenidos por la razón no bien se alcanzasen, y, por otra parte, serían objetos dispersos en obscuro fondo, perdidos en la lobreguez de tenebroso espíritu. Pero aquella conciencia recoge y guarda sus obtenciones racionales, así que las verdades innatas; vistas, consultadas, aprovechadas en el momento oportuno, suministrando datos aplicables y aplicados en el operar de la inteligencia, en la regularización del sentimiento, en las resoluciones de la voluntad.

Sólo de las ideas, de las verdades que aparecen en la conciencia como intuiciones, percepciones claras, íntimas, instantáneas, de lo que se mira y ve dentro (intuición procede de intueri, o in, dentro, y tueri, mirar), tenemos conocimiento distinto, fiel y cabal; análoga representación constituye la dicha del justo y la desventura del malvado; nos impulsa a amar lo bueno con fervor creciente, en el grado que se presenta amable, en el máximo consentido por nuestra limitación con respecto a Dios; a aborrecer el mal, aun el mismo que a él se entrega y, groseramente lo utiliza.

Obrar sin conciencia es obrar en desconocimiento y a obscuras: si el malvado pudiera apagar su íntimo luminar, cometería impasible y sereno los delitos más atroces, los crímenes más horrendos, engolfándose, materialmente dichoso, en el lodazal de sus concupiscencias; pero como ello no es hacedero, de súbito la atención se fija en las perversidades estereotipadas en la conciencia, el remordimiento surge, y se suspende el goce de las sensuales satisfacciones.

Por el contrario, obrar a conciencia es proceder con noción y vista de lo que se ejecuta; y en la fría e impávida ejecución consciente del mal está el máximum de la perversidad, como proceder bien, deliberada y perceptiblemente, constituye la inefable dicha del justo: «Sospecha cuanto quisieres, sólo que a mí la mi conciencia no me acuse ante Dios»(SAN AGUSTÍN.) -«Así como ninguna cosa hay que más avive la esperanza que la buena conciencia, así una de las cosas que más la derriba y desmaya, la mala.»(FR. LUIS DE GRANADA.)

La razón es la fuerza, el impulso y la aptitud espiritual que obtiene nuestros conocimientos, que los concluye y ordena, que origina y realiza el estudio y el saber; que nos fundamenta el característico atributo de racionales; que del fenómeno, del hecho, de lo particular, asciende a la causa, al principio, a lo universal; que penetra y comprende, en lo posible, el pensamiento de Dios, o sean las leyes que rigen su obra; que trabaja y obtiene productos en los inagotables veneros de la ciencia, productos cada vez más intensos y extensos, siquiera la conciencia adquirida no haya de igualarse con lo subsistente; aunque siempre hayan de quedar grandes senos a descubrir, habida nuestra limitación y lo infinito del Autor de las leyes a que aplicamos nuestra actividad.

La razón suele recibir el nombre de facultad de las ideas, en cuanto interpreta las universales, los tipos del bien, de la justicia, de la verdad, de causa, de efecto, de objeto...; opera sobre el particular individuo, el gráfico hecho, la concreta cualidad, para llegar al concepto de la especie, del género, del ser, a lo abstracto, general en el sentido que expresan, por ejemplo, las palabras andar, correr, beber, escribir..., maldad, inclinación, santidad, honradez.

La virtualidad y el ejercicio de la razón son de tan indefinido y universal alcance, que no sólo se les descubre en los dominios de la ciencia, si que también en las múltiples, prácticas y beneficiosas deducciones de la última, en los humanos inventos, en los vastos y diversificados espacios del arte. Tras las especulaciones matemáticas, los problemas aritméticos y algebraicos, el dibujo, la medida, la planificación; en correspondencia con las ciencias físico-naturales, el telégrafo, el teléfono, el microscopio, el telescopio, la máquina de vapor, las aplicaciones de los seres de los tres reinos de la Naturaleza a la Agricultura, a la Industria, a la fabricación; en pos de la Astronomía, el determinar los fenómenos del día y de la noche, de las estaciones, de los eclipses.

Sin este doble y correlativo aspecto, las ideas serían como átomos de nebulosa espiritual, y los hechos, los seres, las cualidades, dispersos fragmentos, sin la menor trabazón; la ciencia enorme cúmulo de espesa e impenetrada bruma, y el arte, sin causa, sin punto de partida, sin base ni desenvolvimiento.

La razón se ejercita, según ya indicamos, sobre el sentimiento y la voluntad, como sobre la inteligencia, sobre lo que demanda difícil y laborioso trabajo y vastos y profundos estudios, como las Matemáticas superiores, la Astronomía o la Filosofía, o grandes cálculos, complicados problemas, cual el precisar la posición relativa de determinados astros. Mas también funciona sobre ideas, actos, objetos de alcance o sentido común, de la vida personal, doméstica o social, en una palabra, acerca de cuanto sólo es dado ocuparse al ser racional, y que por lo mismo, la razón es la que sobre ello actúa, inquiere y llega a lo investigado: siempre que pensamos, siempre que hablamos, ya con motivo de llana penetración o bien de abstruso entender, ora en conversación familiar y también en grandilocuente discurso; siempre que la actividad anímica es puesta al servicio del sentimiento o de la voluntad, la razón opera, y de ordinario lo hace en simultaneidad y correlación respecto a ideas universales, abstractas y entidades de índole particular, determinados individuos, concretos hechos o cualidades.

Razonar -ha dicho un notable pensador contemporáneo- es ejercitar una función universalísima, vasta y fecunda del espíritu: se razona acerca de la creación, de la moral, del arte, del derecho, del dogma, de los más grandes intereses de la humanidad. Puede resultar absurdo del pensar, del discurrir, del raciocinar, de cualquier dirección de la actividad del espíritu; pero siempre será noble el encaminarle a la verdad, a la virtud, a la justicia, a la belleza: el razonar -Muchos raciocinan, no razonan; raciocinando, cabe turbar el pensamiento, adulterar la verdad u ofrecer en su lugar el error; razonando, se aspira a comprender el orden del mundo.

Sublime aspiración, propia del gran poder y dilatado alcance de la facultad; mas ni el uno ni el otro son ilimitados: varían con los individuos, con la cultura relativa de cada cual y con el grado de progreso en los sucesivos periodos históricos; pero siempre a la humana razón quedarán senos científicos que explorar, siempre habrá algo superior a su finita penetración; siempre dará en errores, que si no empañan su noble afán de descubrir, patentizan y patentizarán lo característico y perdurable de su falibilidad.




ArribaAbajo3 -Facultades del alma

Admitida desde luego la unidad, simplicidad del alma, se establece, sin embargo, una serie de sus energías, aspectos, modalidades o formas de acción, denominadas facultades generales o Inteligencia, Sensibilidad y Voluntad, que informan la división de la materia psicológica en tres correlativas partes o Noología, Estética y Prasología, de las que sucesivamente hemos de ocuparnos.






ArribaAbajoCapítulo V

Noología.



ArribaAbajo1 -Inteligencia, Noología y Lógica

Inteligencia es la facultad de atender, pensar, percibir, interpretar, conocer, retener y reproducir por nuestra naturaleza anímica.

Noología es la parte de la Psicología consagrada al estudio de la nombrada inteligencia; así como los derroteros que la última ha de seguir, las leyes a que ha de sujetarse y los procedimientos que ha de emplear para su arribo a la verdad, constituyen la materia de la Lógica.




ArribaAbajo2 -Desacuerdo en la manera de reputar y clasificar las modalidades intelectuales

En el mismo concepto supositivo o convencional en que se hace división sobre la unidad del alma, verificase acerca del contenido noológico; y como no se trata de distinguir y ordenar los componentes reales de un todo complejo, y como además, se miran los objetos de la clasificación bajo diferentes puntos de vista, explicanse fácilmente las divergencias advertidas en el particular -Este autor considera, por ejemplo, al juicio cual aptitud comparativa del espíritu, y le denomina facultad; aquél se atiene a que implica ejercicio de actividad y le llama función, y un tercero, apoyándose en que mientras se juzga, se realiza una acción más o menos duradera y complicada, le reputa de operación -Para unos, la inducción y la deducción son dos facultades; para otros, dos formas polares o contrapuestas del razonar, y no falta quien las considera meros procedimientos intelectuales, así que como supuesto mental a la abstracción, que alguien eleva a la categoría de facultad o no ve en ella más que simple variante de la atención.

Desacuerdos son estos de escasa valía, según nuestro pobre entender: lo importante es formarse fiel y claro concepto de cada cual de los constituyentes de nomenclatura sobre la que no se ha llegado a acuerdo, pero constituyentes que interesa exponer y comprender bien, en cuanto su acertada aplicación es de gran conveniencia para el hombre, y conocerlos y guiarlos, asunto primordial para el educador.

No debe olvidarse que el tratado aparte de cada cual de las aludidas facultades, funciones o como quiera llamárselas, responde al ordenamiento, al método, a lo llano y perceptible en el curso de sus respectivas exhibiciones y estudio; pero que presupone verdadera abstracción, toda vez que el movimiento existente en un punto de la unidad espiritual se da en el individuo todo: no atendemos, verbigracia, para embobarnos, en anímico quietismo, sino para pensar, percibir, juzgar...; y hasta afectándose en manera especial la sensibilidad, motivando resolución de la voluntad. Hecho es éste que ha de tener en cuenta el educador, al efecto de la gimnasia simultánea, correlacionada, armónica e íntegra del alma.

Pasaremos ya al tratado de las modalidades de la inteligencia.




ArribaAbajo3 -Atención

Llamase atención al acto y estado intelectuales, mediante los que aquella inteligencia llega a un objeto y permanece fija en él, estudiándole para conocerle, ya por serle del todo ignorado, bien bajo otro particular concepto.

Quienes tienen a la atención como mero hecho volitivo, habrán de admitir que es inconsciente en los albores de la vida; no espontánea y sí obligada mientras el curso de la última, siempre que súbitas y fuertes impresiones la ocasionan irremisiblemente: nadie deja de llevarla, por ejemplo, hacia donde sonó cercana e inesperada detonación. Ínfimo sería, por otra parte, como simple acto, el valor de la atención: lo que se le fundamenta, y sumo, es el ser hecho subjetivo de la inteligencia, que se encamina a un objeto, se extiende (ad tendere) sobre él y permanece mirándole, con el propósito de al fin verle, conocerle.

Bajo este respecto, se reviste de tal importancia, que sin atención no cabe el conocimiento; donde ella no concurre, falta la inteligencia; la más acabada explicación profesional pasa en desapercibimiento para el escolar distraído, así como es nulo el resultado del estudio cuando se lee y relee sin anímica concentración.

Aunque no precisa en absoluto el previo acuerdo volitivo para atender, conviene mucho al éxito satisfactorio la doble concurrencia de la razón y de la voluntad: así, el acto se prolonga por el tiempo necesario, predominando en él lo intensivo o lo extensivo, según se trate de abarcar gran espacio y con diversidad de puntos o parciales fases a observar, a comprender, o de conocimiento difícil, profundo, que demanda compenetración.

El efectivo valor de la atención consiste en que sea aplicada de acuerdo con las circunstancias: maestro que se entregara de lleno al aleccionamiento de un grupo infantil, no se apercibiría del quehacer del resto de la masa escolar, con riesgo y daño para la disciplina; frente a aparato complicado, atender con demasía a uno de sus resortes, expondrá al desarreglo del conjunto y a fiasco en el resultado, y quien escasea o no aplica oportunamente su mirada espiritual a las incontables variantes, a los múltiples detalles que sin cesar van y vienen en el trato social, incurrirá en la nota de desatento, no guardará a los demás las debidas atenciones. En cambio, los grandes cálculos de las ciencias exactas llegan a absorber la dirección y la actividad mental hasta el grado de que el resto del yo y del no yo sea como si no existiera: el célebre Arquímedes, completamente embargado por la elaboración de uno de tales cálculos, no se apercibió de la toma de Siracusa por los romanos, hasta tener frente a sí la enfurecida soldadesca; y nosotros, minutísimo cuerpo opaco, con relación al luminoso ingenio de aquel sabio, trabajamos junto a la familia, sin que nos distraiga; dándonos por enterados de lo que, en ocasiones, nos advierten o encomiendan, pero sin recordar luego lo más mínimo de ello; como que no fue recibido por nuestra entonces plenamente embargada conciencia.

Infierese, pues, que las cualidades asignadas a la atención con caracteres de generalidad, o el que sea pronta, duradera, enérgica, penetrante, concentrada..., tienen mucho de relativas, en cuanto aquella función ha de adaptarse a las circunstancias, al dictado de la razón, al mandamiento de la voluntad.

El acertado empleo del atender se logra gradualmente con el ejercicio: en los comienzos se va cuesta arriba y entre dificultades; pera éstas amenguan y aun desaparecen con propósito firme, deliberado y sostenido de vencerlas, terminando por la adquisición del hábito, merced al que apenas nada pasa desapercibido por las personas a quienes suele apodarse cien ojos, mientras que otras, indolentes, flojas, débiles para el sostén de sus resoluciones -si es que las adoptan en el particular-, recorren su vital camino sin conseguir mediana atención, dentro del conjunto de los que no se fijan.

Entre los últimos, figura alta cifra de escolares, tormento de sus maestros, siempre de dislate en dislate, siempre refractarios al aprovechamiento; porque, si la ignorancia es aminorada con la acción propia y el auxilio profesional, la distracción sólo el mismo distraído podrá vencerla, transformándose, y en tanto no venga a este cambio, siempre estará muy en riesgo de error, de equivocación, de fracaso; en los ejercicios ortográficos de nuestra clase gramatical, nada más frecuente que barbarismos sintácticos u ortográficos, deshechos no bien se pregunta o se llama a pizarra al desarmador, se le obliga a atender, haciendo muy luego de por sí la corrección y dando el no me había fijado por toda explicación del disparate.

No es raro, por otra parte, que el maestro, falseando su ministerio, prescindiendo de que el discípulo es el agente directo e inmediato de su cultura, que ha de realizar con el ejercicio de sus propias facultades, aunque auxiliadas y guiadas por su profesor, esterilice la educación, haga memoriosa y rutinaria la enseñanza, no logre comprensión ni placer en el estudio, no impulse a observar y reflexionar, habituando, sí, mas para la distracción.

La atención tiene deficiencias, hijas de la edad o de las circunstancias, como el revuelo en el atender infantil, que a todo llega y en nada se para lo bastante; el escape de la inteligencia juvenil desde el recinto del aula o desde el libro a punto distanciado, pero en el que reside el objeto de demasías imaginativas, de exuberantes pasiones, de amorosos ensueños; la inmersión de la actividad mental en la desgracia sufrida, en la contrariedad, en el mal que se tiene como inminente; todo ello transitorio, obra de las circunstancias, y, por tanto, susceptible de desaparición. -También suelen obedecer a alguno de los motivos indicados, o a otros sus análogos, el atolondramiento o saltos de la atención de objeto en objeto y sin detenerse lo necesario sobre ninguno, y el ensimismamiento o el posarla con exceso y exclusivismo en uno solo, exterior o interior. El atolondramiento es común en la infancia y hasta en la juventud, así como ordinario signo de la sorpresa, de la precipitación, del aprieto y de otras anormalidades: la súbita pérdida de ser querido o de posición desahogada abisma de tal suerte en la sombría reflexión de lo sufrido, que ni los paseos, ni los espectáculos públicos, ni nada de lo que constituye general motivo de esparcimiento o alegría, deja de ser abstracción para el ensimismado en su desdicha. Cuando cualquiera de ambos defectos es característica nota individual, la educación podrá debilitarlos, mas no extinguirlos.

El empleo excesivamente continuado de la atención, sobretodo con poca variedad de objetivo, altera la regularidad funcional de la vida orgánica, atenúa la reparación del sueño con el soñar acerca de lo mismo que preocupó en la vigilia, produce enfermedades al cuerpo y perturbaciones al alma, más aún si el abusivo ejercicio a que nos referimos procede, no de tareas peculiares que engendran hábito, sí de las grandes desgracias a que suceder suelen la alteración de la salud, los accidentes epilépticos y hasta la locura: el mejor antídoto, la distracción, aunque siempre recomendado, no para todos eficaz.




ArribaAbajo4 -Sus gradaciones

Hay vocablos que expresan conceptos de algo más que la mera atención, pero de predominante referencia a ella; y como es difícil, si no imposible, ocuparse de la misma sin que intervengan otras fases de la realmente indivisible actividad anímica, expondremos aquí los aludidos conceptos, ajustándonos a la manera que de tratarlos tienen autores de nota en las materias psicológicas y lingüísticas.

Admiración, hecho y efecto de admirar (ad, y mirare), mirar y remirar, de cerca, con insistencia, penetración y grato sentir, lo extraordinario, bello y hasta sublime.

Sorpresa, presa sobre el ánimo, hecha por lo extraño e inesperado.

Asombro, hecho y efecto de asombrarse (a y sombra); en sentido recto-etimológico, asustarse de su sombra, y en el figurado, a que nos referimos, admirarse mucho, por lo que el asombro es avance en la progresión creciente de la admiración.

Absorción (hecho y efecto de absorber); metafóricamente, la atención, por algo que la encierra en sí y deja absorto al individuo.

Considerar (de cum o con y siderens, o lo perteneciente a los astros) fue en su origen contemplar la bóveda sidérea para colegir el horóscopo, la constelación o estrella del nacimiento; y después se aplicó a expresar hechos mentales, significando lo mismo que reflexionar, «entrar en consejo consigo mismo», de donde se infiere que el hombre reflexivo estudia previamente sus resoluciones y es considerado o da a cosas y personas lo que juzga les corresponde: la reflexión se relaciona principalmente con el orden filosófico, y la consideración se dirige con particularidad al dogmático-moral.

Contemplación, es la mirada deleitosa y como embebecida en lo grande, maravilloso, que se encierra en el templo del alma, en la conciencia, o se ostenta en lo que de la obra de Dios nos es externo, cual la bóveda del firmamento.

Meditación es el atender y pensar profunda y continuadamente con respecto a lo que merece sumo esfuerzo de nuestra actividad anímica, cual los arcanos de la Naturaleza; y pues lo primero o que no cabe en nuestro limitado espíritu es la idea de un Ser Supremo, no hay fondo en que pueda sumirse la meditación, segura de que nunca terminaría el recorrerlo, como el concepto de Dios.

«La contemplación no es tan mental, pero es más poética, expansiva y espléndida que la meditación. El que medita, piensa, comprende y adora, comprendiendo; el que contempla, ve, admira y adora, admirando -Ambas encuentran el pensamiento de su Supremo Artífice: la meditación, por el estudio, y la contemplación, por el entusiasmo -La meditación llega a Dios, pasando por el hombre; la contemplación, pasando por el Universo -El sabio medita la doctrina de Platón, para comprender un sistema filosófico; el creyente contempla la bóveda celeste, sembrada de estrellas, para levantarse al sublime pensamiento de un Dios -El que medita, apoya la cabeza en la mano; el que contempla, mira al cielo; el que medita busca la verdad; el que contempla, un prodigio, un consuelo, una esperanza -La meditación no se separa del raciocinio: el sabio medita -La contemplación puede llevar hasta el éxtasis: el santo contempla.»

Ya que hemos nombrado el éxtasis, añadiremos que se encamina con extraordinario empeño a la abstracción de las abstracciones, a prescindir del mundo exterior, a que el alma no atienda a llamamiento alguno de los órganos sensorios, a que se sumerja en lo suprasensible, a que el sentir se inflame con la llama del amor divino, a que la conciencia, en el apogeo de su luminosidad, únicamente se ocupe de la contemplación de Dios, a que la voluntad sostenga lo intenso y el durar del estado en que el espíritu se halla en éxtasis, fuera de base, aflojadas, ya que no rotas, las ligaduras que en modo inmediato le unen al cuerpo, mientras la vida terrena; en transporte hacia las célicas regiones.

El arrobamiento (de a por ad, cerca, y la acción de robar) tiene correspondencia sinonímica con el éxtasis y significa sacar, llevarse, arrebatar el ánimo desde su centro al objeto que lo atrae con potentísima fuerza.

En las gradaciones de tales estados extraordinarios, figura el embeleso (de embeleñar o adormecer con beleño) o como suspensión sensacional, mas no de lo espiritual y menos del sentimiento placentero; y el pasmo (del griego spasmos o contracción), que hasta en concepto psíquico, parece como que contrae la fisonomía y deja parado el ánimo.

«El éxtasis y el embeleso son más pausados y duraderos; el arrobamiento y el pasmo, más repentinos y fugaces -En el éxtasis y el arrobamiento, sale el alma de su estado ordinario y queda el cuerpo, a veces, privado de todo sentido, como si el cuerpo y el alma fueran arrebatados más allá de su propia naturaleza -El embeleso da lugar a que el alma contemple y el cuerpo sienta. Lejos de sacar de su naturaleza al individuo, en ella misma busca éste el fundamento de sus goces -El éxtasis y el arrobamiento pueden no reconocer ninguna causa material, sino solamente el pensamiento -El embeleso y el pasmo, por el contrario, son siempre producidos por objetos materiales, y el primero requiere quietud y contemplación, se recrea en el objeto material que lo causa, tal cual es este objeto, y acaso cesaría si el último dejara de ser como es -Podremos mirar con estas cuatro voces de que tratamos una perfecta graduación de ideas. Del pasmo puede seguirse el embeleso; de éste, el arrobamiento, y del arrobamiento, el éxtasis, que es el último grado de exaltación a que puede llegar el alma y en ninguna situación de la vida se efectúa esta gradación más sensiblemente que en la pasión del amor. Los solitarios de la Tebaida, los anacoretas, Santa Teresa y, en general, todos los santos de imaginación ardiente y exaltada, y de corazón sensible y dispuesto a amar, tenían ciertos éxtasis frecuentes en que gozaban de las delicias celestiales que muchos de ellos mismos nos refieren. El amor que producía estos éxtasis era divino; pero, al fin, no por ser divino, dejaba de ser amor.»




ArribaAbajo5 -El proceso intelectivo

Puesta la inteligencia en algo existente en el mismo fondo del alma, del yo, de la conciencia, o fuera del espíritu, ora corresponda el exterior objeto al cuerpo del que actúa psíquicamente, bien al mundo material, no se atiende para permanecer en inactividad anímica, sino para que aquel algo vaya presentandose a la conciencia, o tenga lugar la percepción; para traducirle, interpretarle, entender, a cuyo fin hay que poner en ejercicio la potencia mental, hay que pensar; para concebir lo que dicho algo u objeto es en sí; para conocer; para conservar las adquisiciones, adicionarlas ordenadamente a las que les precedieron, constituyendo así el indefinido, aunque siempre limitado saber humano.

El proceso intelectivo indicado en sumarísima forma implica el empleo de las aptitudes de nuestro yo, el ejercicio de determinadas funciones, la realización de ciertos actos, diversidad de metódicas marchas y de prácticos procedimientos, de todo lo que habremos de ocuparnos.




ArribaAbajo6 -Reflexión

Cuando ha de actuarse sobre lo interior al yo, la conciencia -según ya dijimos- parece como que se opone a sí misma, se duplica; bajo un aspecto es sujeto que atiende, piensa y percibe; en otro, objeto de la atención, del pensamiento y de la percepción; de la conciencia emana la actividad, y a ella regresa con el fruto de su labor; verificase como un acto reflejo, que, en consecuencia, recibe el nombre de reflexión.




ArribaAbajo7 -Percepción

Si la operación ha de tener lugar sobre objeto externo, precisan medios corpóreos de correspondencia entre el sujeto y el objeto a conocer, vías materiales de comunicación que, cualesquiera que sean, afluyen a la encefálica estación central para que, incontinenti, se realicen los fenómenos anímicos; correspondencia íntima, tiempo instantáneo, inconmensurable, y, sin embargo, entre la recepción cerebral y aquellos fenómenos anímicos existe la inmensidad distancia de lo material a lo espiritual y el misterio de lo ignoto, en cuanto desconocemos cómo se verifica el tránsito de la recepción física a la función psíquica, y parecenos que no ha de llegarse a la intuición de la cópula y de sus resultados, la percepción, que ahora nos ocupa, y la sensación, que habremos de tratar después.

Así como el que escucha pretende oír y el que mira, ver, quien atiende aspira a conocer, aspiración cuyo logro tiene su punto de partida cuando el objeto comienza a representarse en el luminoso foco de la conciencia, cuando en ésta se inicia el percibir, el pretender, el apropiarse, más o menos completamente, el citado objeto del conocimiento.

Si bien percibimos lo externo como lo interno, la percepción es siempre de la última calidad; siempre se percibe en el interior fondo del yo, por más que lo percibido se encuentre, ora dentro, ora fuera de él: admitamos, pues, percepción de lo externo y de lo interno, no exterior e interior.

A la palabra percepción corresponde gradual escala de significado, desde el simple apercibimiento de la tenue envoltura o superficie del objeto hasta el mayor número de sus constituyentes; y si, etimológicamente, el vocablo equivale a abrazar, ceñir, rodear, sujetar por todas partes una cosa, no llega a tanto la limitada potencia humana.




ArribaAbajo8 -Sentidos

Volviendo a lo respectivo a la percepción de lo externo, añadiremos que si de lo que ha de apercibirse el alma es del estado de su acompañante corpóreo, los correspondientes hilos nerviosos de entre el numerosísimo conjunto al servicio del sentido general o común vital transmiten las impresiones al receptáculo central, al cerebro, e inmediatamente el espíritu percibe el hambre, la sed, el calor, el frío, el cansancio, los dolores en sus múltiples grados de intensidad, de localización..., lo referente a la vida orgánica, para decirlo de una vez, sin que, a pesar de este su peculiar carácter, deje de ser abundoso foco de conocimiento, rico venero de saber.

Tenemos ya manifestado que son cinco los aparatos específicos cuyo destino es transmitir impresiones a virtud de las que el alma ha de obrar intelectiva y sensitivamente, ora con relación al mundo exterior, bien acerca del cuerpo correspondiente al yo en función, viendo así nuestro exterior epidérmico, oyendo nuestras propias palmadas, diferenciando táctilmente la dureza relativa de nuestras uñas y yemas de los dedos.

De entre aquellos aparatos, los hay que intervienen exclusivos en fenómenos anímicos, cual el gusto para el sabor, el olfato para el olor, el oído para el sonido y el tacto para la temperatura, al paso que cabe llegar a ciertas ideas mediante varios de los instrumentos orgánicos, como a las de las posiciones relativas por el tacto y por la vista, y determinados objetos se ofrecen en un aspecto a un órgano y en otro a distinto: el canario, al oído por su canto, y a la vista por su plumaje y colorido. Así, caben rectificaciones y comprobaciones, y viendo, verbigracia, nos informamos de si tal persona es la cuya voz nos ha parecido oír; así, calculamos aproximadamente el peso de un objeto, mirándole, del propio modo que por la presión táctil; así, cuando falta el órgano visual, se recurre al medio epidermático.

En todo caso, las percepciones y las sensaciones, que exigen la intervención privativa de cierto instrumento orgánico, son absolutamente desconocidas para quien siempre careció del último: si del gusto, de los sabores; si del olfato, de los olores; si del oído, de los sonidos; si de la vista, de los colores.

Lo peculiar de un aparato sensorio no puede substituirse por lo de otro: lo demuestra la razón, lo comprende el sentido común y lo comprueba la experiencia sobre ciegos de nacimiento y que, ya adultos, recobran la vista: durante cierto plazo no llegan a la diferenciación visual y, aunque miran, no distinguen, verbigracia, la cuchara del tenedor o el guante del sombrero, lográndolo no bien recurren al tacto.

La falta de un instrumento sensitivo no implica de por sí mayor perfección en el que, en su defecto, actúa: si la persona privada de la vista manifiesta superior alcance y delicadeza en lo táctil y auditivo, debese a que usa más atenta y frecuentemente del tacto y del oído, y la resultante de las impresiones está en razón directa con lo habitual de las mismas, si la costumbre va constantemente asociada a buen empeño de atención: las percepciones, como fenómenos psíquicos, se tornan tanto más fáciles y valiosas cuanto más interesada se pone el alma sobre el objeto, debido a que aquellas percepciones, conservadas en la memoria y reproducidas por la imaginación, con atender máximo y extraordinario repetir, dan hábito, facilidad, perfeccionamiento, especial aptitud para marcar las diferencias, aptitud sutilísima, admirable en el ciego acerca del tacto y del oído, en el sordo respecto a la vista, notando el primero variantes de superficies o disonancias musicales, completamente desapercibidas por los dotados de vista, así que el segundo se inicia en el asunto de que se trata por los movimientos labiales o manuales, cambiantes fisionómicos, lenguaje de acción de los interlocutores y otros detalles a que atendemos poco los no sordos, en cuanto nos es más fácil y producente escuchar y oír.

Los que algunos llaman sentidos no son sino meros instrumentos materiales; varios, así que única el alma que de ellos se vale, y los errores que suceden a su empleo, no son de sensibilidad, sino que, en cuanto tales errores, caídas de la inteligencia, a ésta corresponden: cuando sumergido un bastón, se nos presenta en forma angulosa o de línea quebrada, dase un fenómeno de refracción; el que un objeto aparezca tanto más amenguado en dimensiones cuanto más diste del observador, debese a los efectos del ángulo óptico, del propio modo que no hay verdad en el concepto vulgar de que ciertos subterráneos se hallan en verano a baja temperatura y viceversa en el invierno: razonese bien y se concluirá afirmando que el bastón, antes que a la forma angulosa, llegaría a la rotura; que las dimensiones reales del objeto no varían, y que apenas si cambia tampoco la temperatura en los aludidos subterráneos, superándola la exterior atmosférica que dejamos para penetrar en ellos en el verano, lo contrario de lo que acontece en el invierno. Prescindiendo de esta racional intervención, como es indefinida la serie de las dimensiones, de las figuras..., de los motivos de impresión sobre el sistema nervioso, el alma, si existe deficiencia o desacierto en el ejercicio de su actividad, toma una cosa por otra, percibiendo y afectandose divorciada de la realidad, según ha bien poco la nuestra, que tuvo -hasta la posterior rectificación visual- por agudísimo pinchazo en un dedo lo debido al contacto con el mismo de chispita desprendida del cigarro.




ArribaAbajo9 -Pensamiento o el pensar

Si, conforme ya dijimos, la percepción admite multiplicidad de grado, extensiva e intensivamente; si tal escala gradual puede advertirse en infinidad de ejemplos, uno de ellos la muy diferente representación anímica de hombre en el párvulo, en el adulto de escasa cultura, en el maestro primario, en el facultativo catedrático de Ciencias naturales..., en el filósofo de gran nota; si según el fin con que se estudia un objeto, habrá que diversificar el trabajo intelectual sobre el mismo, infierese que ha de precisar el esfuerzo de la última, el empleo de su actividad, el hecho de pensar, el pensamiento; nombre éste que se aplica también a la designación del efecto de aquella actividad -Mío es el PENSAMIENTO de la obra y tuya la ejecución- y a la potencia racional, que nos es característica, cual en El pensamiento humano es limitado y falible.




ArribaAbajo10 -Entendimiento o el entender

En el transcurso del pensamiento, como acción, se inquiere, se averigua, se interpreta, se va entendiendo, funciona el entendimiento, voz que se toma, además, en significado de inteligencia y hasta de razón -Asimismo se persiguen las ideas, se procura cogerlas, prenderlas con los medios del espíritu, llegar a comprender (de cum o con y prehendere, ceñir, rodear por todas partes una cosa) -De otro lado, la potencia anímica se interna en el objeto, va apercibiendose de lo que encierra, penetra (de penetrare o penitus, ir ganando espacio hacia el interior).

Entender, comprender y penetrar o entendimiento, comprensión y penetración, son tres fases de única entidad, tres aspiraciones al pensar, cualquiera de las que predomina en cada caso, según las circunstancias y propósitos, y cuyos distintos valores ideológicos resaltan en las frases comunes y aun populares siguientes: Expresese más claro, que no lo ENTIENDO; COMPRENDE admirablemente, coge al vuelo; Es un hombre de mucha TRASTIENDA y en cuya intención suele ser difícil penetrar.

Recurrimos a estos gráficos ejemplos, según hemos recurrido antes y recurriremos cuando proceda, a fin de que nos entiendan quienes presumimos han de constituir la generalidad de nuestros lectores; en el convencimiento de que nuestra aptitud no se presta a pretender en las regiones de lo eminente, ni a penetrar lo recóndito de las muy profundas; y además, porque opinamos que las llanas consideraciones son de aplicación más práctica y extensiva que el abstracto discurrir; porque en ciertos tratados de la materia que nos ocupa parece como si palabras, frases, giros, todo fuera signo de expresión adecuada para formar el velo propio de lo misterioso, y porque no nos place habituarnos a lo que aparta de la vida real y en fuerza de moverse el espíritu entre sombras y nebulosidades, quién sabe si acabaría por anublar la razón.




ArribaAbajo11 -Conocimiento o el conocer

El fin, la resultante de los actos anímicos a que venimos refiriendonos, es el conocer, el conocimiento, lo que llega a la conciencia como trabajo y producto del pensar; verdad, si coincide con lo que en sí sea el objeto a que se refiera; error, en caso contrario -La palabra conocimiento suele aplicarse también para denominar a la virtualidad psíquica que lo obtiene, y no en otro sentido decimos, por ejemplo: Seamos benévolos con el niño; que aún no tiene conocimiento, esto es, razón en estado de madurez.






ArribaAbajoCapítulo VI

Más sobre Noología.



ArribaAbajo1 -Comparación

Necesita la razón, para arribar al conocimiento, recurrir incesantemente a la comparación, en busca de relaciones de semejanza o de diferencia y de contraste, entre la causa y el efecto, el antecedente y el subsiguiente, o viceversa; entre el todo y la parte, el continente y el contenido, o al contrario...; comparación rica en variedades que ofrecen datos para dos operaciones del espíritu: el juicio y el raciocinio.




ArribaAbajo2 -Juicio

Juicio es la aptitud anímica por que determinamos o pretendemos determinar la relación subsistente entre los términos comparados.

En numerosísimos casos, tal relación es percibida fácil e instantáneamente, por lo que los nada versados en el particular no se dan cuenta de la comparación, que jamás deja de verificarse. Así acontece, por ejemplo, en cuanto a advertir que el color blanco corresponde a la nieve; mas el esfuerzo intelectual respectivamente necesario para llegar al conocimiento de la relación, se diversifica hasta lo sumo, cual en Pedro es veraz; Elvira es honrada; Este anillo es de oro; El alma es simple, una, idéntica; y en ocasiones, se presenta tan difícil ganar la determinación de la correspondencia citada, que precisa desistir, definitiva o temporalmente, del propósito, como cuando se acuerda el sobreseimiento, por falta de pruebas bastantes al objeto, de fallar si Fulano es culpable o inocente.

Puesto el espíritu sobre los términos acerca de cuya correspondencia o exclusión ha de decidir; conociéndolos previamente, debe compararlos, descubrir sus relaciones, decidir con acierto (jus dicere, con justicia), con verdad, resultando entonces lo que también se llama juicio verdadero, como de otro modo será falso -Vemos, pues, que la operación y su resultado tienen el mismo nombre.

La razón comparando, inquiriendo, y la conciencia recibiendo y presentando, pasan desde el desconocimiento, la ignorancia, por la duda, por la probabilidad, hasta ganar el pináculo de la certeza, objetivo de la psíquica marcha, pero en el que no debemos declararnos sin plenitud de garantías y seguridades contra el error: las apariencias engañan, sobre todo cuando hemos de juzgar acerca de los sentimientos, del valor moral, de lo que está en el impenetrable santuario de la conciencia individual; la ley de las probabilidades resulta frecuentemente fallida; de cien motivos, uno solo impulsa a determinada conclusión, que, sin embargo, es la verdadera; cabe se escape el único, pero decisivo dato: todo se creía predispuesto para la prueba de la fidelidad de la sirviente doméstica, y la prueba condujo al castigo de una inocente, viendo después que no se había contado con ladrona urraca, que no necesitaba de puerta franca para su entrada y salida de cierto aposento, que bastabale abierta ventana para sus furtivas excursiones, llevándose a su escondrijo las alhajas cuya desaparición se achacó a la inculpable, pero penada doncella.

Si el riesgo de equivocarse fuera tenido más a la vista; si, además, estuviéramos más sobre aviso contra los impulsos de las pasiones, en el comercio social no tendrían la general y gran salida que alcanzan la murmuración, la maledicencia y aun la calumnia, y al juzgar de las acciones de los demás, comúnmente adaptables a dos opuestas decisiones, no se vendría al elogio o la censura, al brillo o al desdoro moral de un sujeto o por un solo hecho, según el grado y la naturaleza del sentimiento que se experimenta hacia el primero.

Infierese de lo expuesto que se ha juzgado cuando se da en la afirmación o en la negación; que la obra anímica está en la cópula; que en la expresión de ésta tiene el juicio su signo peculiar; y explicase a la vez la teoría del verbo único (ser), así como el que el verbo en general, con el nombre sustantivo, estén considerados como las palabras en cualquier idioma más importantes, más ricas en representación.

Pero si se reconoce el fundamento del verbo único, hay asimismo que admitir la posibilidad, la realidad y la conveniencia de poseer varios; ser, como signo en las relaciones de carácter permanente -Juan es serio-; estar, en las de índole transitorio -Juan está serio-, y otros, para incluir, a más de lo esencial, algo incidental, de detalle o particularidad, cual en Luis VA triste, Pedro VIENE bueno.

Tenemos, además, las formas verbales sintéticas, en las que una sola palabra exterioriza la cópula y el atributo del juicio, y a veces algo más; los numerosos verbos atributivos, como los que intervienen en La casa CORRESPONDE (es correspondiente) a mi padre; Roque CALUMNIA (es calumniador de) a Antonio; El niño LLORA (está vertiendo lágrimas); Llueve, por El agua está descendiendo a la tierra desde la atmósfera, en forma de gotas -Bueno será, sin embargo, observar, que de la descomposición de los verbos atributivos en uno sustantivo y una expresión de idea de modo suelen resultar giros fuera de uso o de significado distinto del de la palabra descompuesta: ni circula en nuestro lenguaje Yo soy bebedor de agua, por Yo bebo agua, ni Tú escribirás la carta es expresión de idéntico valor ideológico que Tú estarás escribiendo la carta.

De la definición del juicio se deduce que éste ha de constar de tres términos esenciales: los dos que se relacionan (sujeto y atributo) y su cópula, pero en muchos de éstos resulta necesaria otra, que completa el significado, y que por lo mismo es denominado complemento.

Ni todos los juicios constituyen afirmación, ni se refieren en exclusivo a la inteligencia, sino que pueden también obedecer a motivos de sensibilidad o de voluntad; ni, en fin, dejan de revestirse de formas expresivas que dificultarán la interpretación; todo lo que cabe advertir fácilmente en los ejemplos que siguen: Yo no estoy satisfecho, ¿Juan es médico?, ¿Él no era administrador?, ¡Cuán amada eres!, ¡Esté usted quieto!, ¿Qué hora es?, ¡Quién fuera rey!, ¿Si Pedro estará enfermo?, ¡Si será turco!, ¡Qué infamia!, ¡Ay de mí! ¡Arre!, ¡Guarda, Pablo!, ¿Estarás presente? -Justo, sí; ¿Serás otra vez el pagano? -No, ni por pienso.

Notase sin dificultad que en lo que venimos exponiendo, unas veces nos referimos al juicio como operación intelectual, otras como resultado de la misma, y también, a la forma expresiva del último.

Si los términos comparados se encuentran fuera del yo que compara, el juicio, como resultado de la operación, se llama directo, y reflejo cuando aquéllos residen en la conciencia y ésta ha de oponérselos para examinarlos, volviendo a la misma el efecto de su actividad: El día está frío es un juicio directo, y reflejo Yo te aprecio.

En el supuesto de que al comparar dos términos, podemos encontrar que se corresponden o que se excluyen, fundamentan algunos la división de los juicios como resultado de la operación o de jugar, en afirmativos o negativos; pero no falta quien sostiene que tal resultado es siempre una afirmación intelectual, siquiera la exteriorice forma negativa; que en lugar de Petra no está buena o Yo no acepté el obsequio, cabe decir Petra está enferma o Yo rehusé el obsequio, y que, cuando obligue el giro negativo, ello obedecerá a deficiencia del lenguaje, que carece de no pocas formas de representación o la falta de uso las ha hecho extrañas, inaceptables.




ArribaAbajo3 -Idea

La idea, el genuino y peculiar elemento del juicio, es como lo visto por el alma, conforme a la procedencia o valor etimológico de la dicción (en griego de videin o ver, y en sánscrito, de vid, también ver).

Resulta, pues, el fundamento con que la razón es tenida por facultad de las ideas: las elabora y las aporta a la conciencia, donde se estereotipan, permanecen, fulguran y constituyen como un segundo mundo ideal, pero real, de entidades positivas, verdaderas, si concuerdan con los objetos a que corresponden.

Suele tomarse la idea en identidad con el concepto; mas éste se dará únicamente considerando a la primera en estado rudimentario, de embrión que ha de desenvolverse a virtud de la savia, del calor y del cultivo espiritual.

La idea es como la totalidad sintética del conocimiento, sólo bien perceptible en la conciencia, si se presenta en su conjunto: así resultarán distintos, claramente determinados, los seres que pueblan nuestra alma, que componen el mundo de nuestro espíritu; de otra suerte, se cruzarían y confundirían en el último dispersos fragmentos de múltiples entidades, produciendo el caos, la polvareda mental.

La palabra idea es también aplicable a diversas acepciones, como las de imaginación (Idea del cuadro); modelo o tipo (Tomado de tal o de cual original); intención (Me tiene mala idea); ingenio o talento (¡Qué idea tan feliz suele ser siempre la suya!), y hasta de razón (El hecho es gravísimo, atendiendo a la idea que informó su resolución).




ArribaAbajo4 -Raciocinio

El raciocinio apenas si se distingue esencialmente del juicio, sino en manera análoga a como se diferencia la suma de sus sumandos: es la aptitud (y también el resultado) de ordenar, relacionar, eslabonar ejemplares de aquel juicio, produciendo el encadenamiento, el tejido, la rica, extensa y significativa labor del pensamiento.

Tomada la operación por el operador, la palabra raciocinio sustituye frecuentemente a razón, como raciocinar a razonar; pero no olvidemos la inmensa superioridad de la aptitud sobre lo que resulta de ejercitarla: quien razona realiza siempre hermosa y noble empresa, persigue el inmaculado bien de la verdad; quien raciocina aspira en ocasiones al logro de impuros y bastardos fines, a que el error triunfe, hábilmente disfrazado con los ropajes del sofisma.




ArribaAbajo5 -El discurrir

Cuando nos fijamos en el interior contenido de nuestro yo, circulando la atención por la conciencia, cual recorremos determinado espacio en busca de lo que queremos encontrar, estudiar y utilizar, tiene lugar una como excursión anímica, el discurrir por el espíritu, sin el que no se arribaría a la explicación de los hechos, al hallazgo de las causas, a la deducción de las consecuencias, a la demostración del teorema, al descubrimiento del recíproco y del corolario, a la resolución del problema.

Como de otro lado, la conciencia al proceder así, opera sobre lo que encierra y tiene que oponérselo en forma de objeto, verifícase un acto reflejo, la reflexión, sin la que el error y el desacierto suelen ocupar el sitio propio de lo verdadero y procedente en los espacios especulativos, como en el terreno de la práctica.

Merece notarse el doble aspecto bajo que se considera lo que nos ocupa: en el uno, la idea es subordinada del juicio y éste del raciocinio, como naturalmente lo está la parte al todo; en el otro, el raciocinio es el juicio repetido, hallándose en el último lo mayor de la dificultad y de la importancia de la operación; así como la idea es la cosecha intelectual, la suma de los frutos obtenidos juzgando y raciocinando -Y es que todo ello, aspectos de lo simple e indivisible, si objeto de consideraciones aparte para la más fácil, clara y productiva obra espiritual, se funde e identifica en la unidad a que corresponde, de lo cual procede la aparente divergencia de acepciones, así que el que un solo poder del alma, como la razón, sea denominado pensamiento, entendimiento, idea, juicio y raciocinio.




ArribaAbajo6 -Métodos racionales: análisis y síntesis

La razón necesita método (vía o camino) que seguir en su marcha hacia el conocimiento, y que, en sentido general, es de dos clases: el método analítico y el sintético, el análisis y la síntesis.

La limitación de nuestros poderes mentales nos somete a ir gradualmente, pasito a paso, hasta encontrarnos en la cumbre de la verdad; a seguir un derrotero en más o menos largo plazo de ascensional avance: no en otra cosa consiste el método analítico, la obligada ruta para quien ha de aprender, de lo conocido a lo desconocido, del objeto a la idea, del fenómeno a la causa, de los componentes a su todo. Así caminamos, así subimos, así ganamos la cima del conocimiento, así obtenemos el dominio de un ramo cualquiera del saber humano, así constituimos la idea general de la materia analíticamente recorrida, examinada, conocida.

Mas, una vez en la cúspide ideal, presentasenos nueva línea que hollar, opuesta a la del arribo, la descendente, la sintética, por la que se baja de lo general y abstracto a lo particular y concreto, del todo a las partes, del principio al fenómeno, a la deducción, a las consecuencias, a las aplicaciones.

La indicada cima racional es considerada por algunos como el punto común de convergencia, el vértice del ángulo formado por ambas líneas viarias, la analítica con su punto término, y la sintética con el de su partida, estando los otros dos extremos a igual altura, en la base de donde salimos para inquirir y en la que se está de retorno al finalizar el proceso deductivo. No hacen, por ejemplo, otra cosa maestro y discípulo en sus respectivos cometidos de enseñar e instruirse, y el resultado no sería completo y productivo sin seguir alternativa y acertadamente una y otra vereda: exponiendo el profesor y estudiando el alumno, recaba éste los conocimientos, los enlaza, ordena y asienta en su conciencia; pero ni los percibiría con claridad y distinción, ni acertaría a exteriorizarlos, si desde las ideales eminencias de la síntesis no observara y diferenciase las partes del conjunto. Bien confirmado nos está lo anterior por el desempeño de nuestro ministerio docente: discípulos de despejo, aplicación y aprovechamiento, que adquirieron en manera satisfactoria determinada materia, dan muy en breve como hecha exposición oral o escrita, que habría de ser extensa; no aciertan a ampliarla, todo ello por no contemplar y distinguir desde la altura, ni al retornar, percibir y señalar las partes que cabe tocar en el descendente viaje.

El símil por otros establecido, y que hemos consignado, del ángulo con el vértice en lo más superior, y uno de cuyos lados es la analítica línea ascensional, así que el restante la del descenso, no es de constante o precisa producción: a veces sólo se verifica la subida con el correlativo procedimiento inductivo, y en ocasiones, únicamente lo sintético-deductivo, a cuyo efecto, la razón se coloca en tiempo instantáneo sobre la respectiva altura: lo exacto es que en el estudio, cual en la vida común, análisis y síntesis aparecen en frecuentísimo y ordinario ejercicio.

No falta quien opina que la síntesis es la dirección natural del alma hacia el conocimiento, y que, así, el niño sólo se apercibe del conjunto: cierto, en cuanto por deficiencia de aptitud, de voluntad o de necesidad, haya de adquirirse la noción superficial del objeto; mas no, si el fondo, que no es dominado sino de acuerdo con la limitación de nuestra potencia racional, de parte a parte, sucesivamente, ascendiendo por el plano inclinado del análisis.

Las palabras análisis y síntesis sirven también para designar la operación, el procedimiento utilizado al objeto de dar con los elementos de un todo o con éste, conjuntando aquéllos convenientemente: analiza el químico cuando deshace el agua y obtiene aparte sus dos constitutivos, el hidrógeno y el oxígeno; sintetiza cuando, recurriendo a medios y prácticas que no es del caso expresar, combina ambos gases y se encuentra con el compuesto ácueo.

Sin duda que en este último y doble concepto, el análisis implica descomposición y composición la síntesis; mas no cabe aseverar en firme lo propio, si se les considera como vías seguidas por la razón en su avance hacia la verdad: en el transcurso de la analítica marcha, va recabando conocimientos con que se compone el saber, y en el sintético descenso, aunque parándose ante las partes, lejos de descomponer, se agranda la riqueza intelectual -Esto considerado, no se terciará en polémica sobre qué es lo correlativo al análisis y qué a la síntesis, la composición o la descomposición.




ArribaAbajo7 -Procedimientos racionales: inducción, deducción, abstracción y generalización

El entendimiento recorre la metódica línea con un fin preconcebido, para cuyo logro tiene que obrar, que proceder en determinados sentidos: el procedimiento es al método lo que la marcha, el hecho y el resultado de la primera son al camino -A cada método general corresponde un procedimiento: el inductivo o la inducción, al análisis, el deductivo o la deducción, a la síntesis.

La inducción consiste en atender, observar, adquirir, determinar, conocer, mientras la progresiva ascensión analítica, desde lo más simple, sencillo, rudimentario, concreto, particular del hecho, del fenómeno, a lo más general del ser, del principio, de la ley, de la verdad universal.

A impulsos de excepcional talento, en alas del genio, a partir del bajo suelo en que se mueve y sucede lo individual, se asciende a las mayores eminencias, a lo más superior y trascendental del humano saber: veinte años contaba Newton cuando en 1666, entregado a plácido descanso, respirando el embalsamado ambiente de su jardín en Woolsthorpe, la caída de una manzana le fue hecho inicial de procedimiento inductivo, a merced del que había de penetrar su privilegiada razón la pesantez de los cuerpos, las leyes a que obedecen en su caída y movimientos, sirviendo de centro los unos a los otros, girando los sidéreos por sus orbitales vías.

Con vuelo incomparablemente más limitado, alcance y efectos muy inferiores, en proceso y obra adaptables hasta a la débil y embrionaria potencia espiritual de la niñez, ésta es encaminada hacia su instrucción, y al haber, por ejemplo, de multiplicar un número entero por la unidad seguida de un cero, advierte que ello equivale a hacer al primero diez veces mayor, y también que, adicionando a su derecha la cifra desprovista de valor absoluto, habráse conseguido el propósito, puesto que cada guarismo de tal número gana un lugar hacia la izquierda, y quedan, por tanto, las partes y el todo hechos diez veces mayores; aserto que fácilmente se verá extensivo a cualquier caso en que la unidad presente a su derecha los ceros que se quieran, y que para los efectos de la multiplicación, bastaría adicionarlos al otro factor -Dense dos triángulos con un lado respectivamente igual, así que los ángulos cuyos vértices están en sus extremos, y partiendo de estos supuestos, se imagina la oportuna superposición de ambas figuras, arribando al convencimiento de que ellas y cuantas reúnan las circunstancias expresadas, se confundirán en todos sus puntos, se hallarán comprendidas en uno de los casos generales de la igualdad de triángulos.

Del propio modo que a lo especulativo, científico, la inducción es aplicada a lo práctico, a la vida social; las frases Todo induce a afirmar o negar esto o lo otro y Obra así por estar mal inducido, revelan que existe el inducir siempre que la razón obra con el objeto de llegar a conocimiento, resolución, fin; valor extensivo que concuerda con el lexicográfico de la palabra inducir (instigar, decidir a alguien a proceder, a moverse en concreta dirección), y con el etimológico o inducere (de in o en, dentro o hacia, y ducere o conducir).

Adiestrando en el empleo de la inducción, se proporcionan preservativos contra el error, el fracaso, el desagradable azar, lo mismo en lo abstracto de la ciencia que en lo positivo del arte y de la vida: induciendo bien, se consigue dar con lo demasiado oculto, y el juez, ante un cadáver, sin más hecho conocido que el de la muerte, de pesquisa en pesquisa, de indicio en indicio, detiene al delincuente y termina por ofrecerle en la condición de convicto y confeso.

Ha, sin embargo, de procederse muy circunspectamente; que las apariencias se revisten en ocasiones con todos los caracteres de la realidad: a aquel ensangrentado cadáver no acompañan el reloj, el dinero, el anillo, la aurífera botonadura que el exánime usaba; con tales objetos es sorprendido un individuo de pésimos antecedentes, ex-presidiario por robo y a cuya vestidura salpican manchas de sangre; y a pesar de todo, ellas no proceden de la víctima y los objetos fueron astutamente colocados en donde muy en breve habría de encontrarlos, a su paso y guardándoselos, el ex-penado; despistando así a la justicia el que asesinó en realización de venganza.

Como la inducción da procedimiento peculiar al análisis, a la síntesis se le proporciona la deducción, seguida por el espíritu en su descendente retorno desde las verdades fundamentales, desde las leyes, desde las causas a las consecuencias, a los fenómenos, a los efectos, para averiguar si concuerdan con las primeras y obtener las subsiguientes aplicaciones, los correlativos y posibles beneficios.

Magno el valor e inmensa la eficacia de la inducción en la hermosa obra de recabar nuestros conocimientos, no ceden el uno y la otra en orden a la deducción: si Newton, partiendo del superficial hecho, subió a las eminencias de las leyes naturales, Leverrier, puesto sobre ellas a virtud de ascenso analítico, emprendió el regreso sintético, discurrió, dedujo hasta formular el aserto, comprobado, de la existencia de un planeta, con el que aún no había dado la observación.

También la deducción, como la inducción, se adapta al aprovechamiento infantil y común, para notar y reconocer los recíprocos y corolarios matemáticos, para fundamentar y dictar el dibujo, la topografía, la agrimensura; para uniformar numerosas prácticas y utilísimas aplicaciones, para recelarse de ciertas personas, para no confiarse en absoluto de ninguna, para interpretar bien y no echar en saco roto Escarmienta en cabeza ajena; Quien mal anda, mal acaba; Dime con quién andas y te diré quién eres; A iguales causas, idénticos efectos...

Insistimos sobre estos aspectos de la inducción y de la deducción, porque nos parecen los más adecuados a la labor de los educadores, al ministerio de quienes han de modelar tiernos espíritus, en la forma y con los resultados conducentes al fructífero y acertado empleo de las aptitudes racionales, a la práctica del bien con uno y otro elemento de los de nuestra doble naturaleza, a verificar las progresivas jornadas de nuestra marcha terrena, de tal suerte que resulte, en lo posible, cumplido el destino, realizado el fin para que hemos sido criados.

Terminamos consignando que la inducción y la deducción, en lo sublime como en lo llano, en lo especulativo como en lo práctico, recíprocamente se ayudan, se confirman y se ratifican.

Otro de los procedimientos intelectuales es la abstracción, que en la procedencia etimológica de su nombre (de abs y trahere, traer hacia sí, sacando para afuera) da su significado general.

Abstraer es, en cierto sentido, consagrar la actividad anímica a alguna o algunas de las modificaciones correspondientes a un objeto, considerando al resto de ellas cual si no existiera, para de este modo facilitar el penoso y gradual acceso al total conocimiento, o con otro móvil cualquiera: sabese que la naranja es esferoidal, de superficie granulosa, de cierto tamaño, ácida...; pero conviene atender sólo a una, a dos de las cualidades, prescindiendo de las demás, y se está en el convencionalismo intelectual, en el procedimiento de la abstracción.

Constanos que las ideas de modo son parte de las de substancia o las cualidades, de los seres que las asumen, y que no subsisten separada e independientemente. Mas se las reconoce en supositiva manera aquella separación, aquella independencia, y así nos representamos la propiedad en apartamiento de todo objeto a que pueda modificar: la leche, la nieve, la cal... son blancas, y con el doble fin de no nombrar tales objetos al ocuparnos de su cualidad común, y de contemplar la idea en su forma peculiar, general, la sacamos mentalmente de las entidades que la poseen, concebimos la blancura, «esencia hecha en la oficina de un espíritu» -Innegable, notorio que el hecho implica obligadamente tiempo y persona, realización antes, ahora o después por quien usa, a quien se dirige o de lo que se ocupa la palabra, prescindimos de estos caracteres y se graban en el espíritu. los conceptos abstractos de estudiar, escribir, comer...

Abstraemos en lo respectivo a lo más ordinario de la vida individual o social, como al decir: Prescindamos de los devaneos amorosos de Antonio, y dejaremos en él un hombre verdaderamente formal -Hagamos abstracción de la oda de Álvarez «A la Luna», y no habrá hecho nada de mérito en literatura.

Los productos de la abstracción son entidades, ideas de substancia, expresadas con su signo peculiar, con el sustantivo; pero sólo existentes en la conciencia, sin ser correlativo en la naturaleza: hay cuerpos blancos, mas no blancura; hombres probos, mas no probidad; mujeres castas, mas no castidad.

Pero, aunque las aludidas entidades no figuran sino en las regiones intelectuales, son de alta estima y virtualidad; acrecen grandemente nuestros conocimientos; les prestan la nota típica de la idea, la de generalidad; dilatan y fecundan los espacios de la ciencia. Así, al número, verdadera modalidad, determinación extensiva y que, por tanto, se reviste de la forma de adjetivo, lo suponemos como no referido a clase alguna de seres y lo llamamos abstracto. La abstracción queda, no obstante, incompleta: cinco, seis... prosiguen, como palabras, adjetivos, y como ideas, de modo, referentes a unidades -No cabe, pues, la integridad en la abstracción del número, tal y como le considera la Aritmética, y de aquí el que las demostraciones en ésta no dejen plenamente convencida a la razón; la duda de si aquellas demostraciones sobre concretos números, resultarían con otros, merecerán la obligada condición de universalidad. Pero crece, se perfecciona, se termina la abstracción; las correspondencias entre la cantidad y la unidad, las expresiones de lo afirmativo y de lo negativo se llaman a, b...; -a, -b...; y se está en la serie, en el proceso de lo abstracto, en la ciencia de las abstracciones, en el Álgebra, que tanto ha facilitado el profundizar y el extenderse por los dominios de las Matemáticas, de la Astronomía, de la Física, de la Química.

Imprimiendo ciertas variantes a la abstracción, resulta la generalización, procedimiento por el que se dejan a un lado las diferencias de individuo, de fenómeno; se saca mentalmente para afuera, se abstrae y agrupa lo común y surge la entidad ideal.

La generalización, el generalizar, es, en sentido etimológico, como engendrar (de generare), motivar generación intelectual, comprensiva de número más o menos crecido de seres o fenómenos, pero siempre con carácter general, lo contrapuesto al singularismo del objeto y del hecho, que no se amoldan a la universalidad de la ciencia.

Tenemos a la vista un ser material que, por su constitución, por su fruto y por otras notas características, nos persuade de que es un olivo -Fijémonos únicamente en que le son propios raíz, tronco, ramas, hojas de cierta figura y duración y que la aceituna constituye su fruto; prescindamos de cuanto le individualiza, asociemos lo mentalmente extraído, las abstracciones de raíz, tronco, ramas, hojas y fruto, y habremos generalizado, tendremos entidad específica, aunque con la misma denominación de olivo -Abstraigamos y relacionemos únicamente lo de raíz, tronco y ramas con hojas, y surgirá conjunto más numeroso, más extensivo, pero menos comprensivo, porque la extensión está en razón inversa de la comprensión: árbol -Atengámonos a que es un ser dotado de vida exclusivamente orgánica, de funciones destinadas a conservar vitalmente al individuo e indefinidamente a la especie, y aquella extensión acrecerá más todavía, y aquella comprensión aparecerá diminuida: la generalización llegó al vegetal.

Los productos de la última, al igual con los de la abstracción, son síntesis de notas comunes a grupos de objetos; pero, en cuanto cada cual de éstos asume, además, otras modificaciones peculiares suyas, que le diferencian del resto del conjunto, que le individualizan; sus productos expresados, las ideas en que se resuelven no tienen fuera de nuestro yo su correspondiente entidad -Las ideas abstractas, generales, moradoras del mundo espiritual que puebla la razón y acomoda la conciencia, ofrecen perfecto ajuste con la ciencia, con lo que nos es necesario sobre gran número de nuestros conocimientos y con la posibilidad del lenguaje -En efecto: la Historia natural, por ejemplo, no podría ocuparse de incontables seres, apenas nacidos cuando ya finados o en confusión recíproca; pero lo hace del tipo genérico o específico, y esto nos basta para conocer lo que de cada cual de los sumandos de la agrupación ordinaria nos precisa saber: los idiomas no se prestan a un nombre para cada cual de la infinitud de objetos que sin cesar produce el arte, de los que hormiguean, se pierden, se confunden, se ignoran en la Naturaleza; mas tenemos los sustantivos comunes, y al querer designar con ellos, individualizando, nos valemos de los adjetivos determinativos y decimos: Mira UNA hormiga; Trae EL canario; Llévate ESTE perro; Dame MI bastón; Quiero CINCO duros.

La tendencia a generalizar se remarca en los individuos y en los pueblos incultos, en la infancia del hombre y de la humanidad, siempre que son escasos el desarrollo y el poder de la razón: para el parvulito suele ser padre cualquiera varón; agua, el líquido cuyo pronunciado color no le distingue en extremo; higuera, si existe en el corral o huerto de su casa, cualquier otro árbol; no percibe las notas diferenciales y se atiene a los más salientes caracteres comunes; por más que, en la medida en que aumenta el poder racional, disminuye aquella temporal generalización.

Prosigue, no obstante, su múltiple y frecuente empleo, no sólo en lo didáctico y especulativo, sino en el curso de la vida individual y común: observamos que al exceso de cortesanía, al lujo de tratamientos y arqueos de espinazo, suele corresponder la falsía, el astuto y bastardo móvil de engañar y explotar; y es formulada la idea general, extensiva a cuantos exageran tales exterioridades.

Ha, sin embargo, de llegarse a ella con aplomo y circunspección: no asentar, verbigracia, que la mujer es plaza inexpugnable; mas tampoco que sólo no se rinde cuando adolece de torpe, irresoluto o inconstante el sitiador: hay hombres cuya timidez, falta de atractivos y pobreza de recursos amatorios constituirán firme garantía de seguridad al sexo débil; mientras que a otros podrían, por sus groseros atrevimientos, torpes osadías e injustos conceptos, aplicarse estos conocidos versos: No hay nada aquí que me choque: -el que habla solamente -con cierta clase de gente, -¿qué extraño es que se equivoque?

La generalización puede conducir y conduce a error, por prescindir del mayor número de las modificaciones que individualizan y concretan, con riesgo de no tener en cuenta precisamente la particularidad o las particularidades que excluyen a algunos seres o fenómenos del grupo a que equivocadamente se les lleva. Primero que generalizar, hemos, por tanto, de hacer detenida y madura labor de observación y de reflexión.




ArribaAbajo8 -El saber

La virtud concentradora y penetrante del alma o la atención, su fecunda e inagotable actividad o el pensar, su potencia investigadora o la razón, y su capacidad recipiente y luminosa o la conciencia; todo ello sería de pasajero efecto e instantánea duración, si a la vez no poseyésemos la doble aptitud de conservar (memoria) y de reproducir (imaginación).

Para llegar a conocer en lo posible el yo y el no yo, precisa que desde la idea inicial hasta la última formada durante la existencia terrena se fijen, representen y eslabonen las unas con las otras, se completen recíprocamente, vayan formando la suma de los conocimientos, el saber (de sapere o saborear), lo que provechosa y deleitosamente regala al gusto psíquico, lo cuyo sabor es del más preciado y precioso de los manjares: el del espíritu.

Este aduna en el hombre la superior y doble calidad de la retención y de la exhibición: nuestro yo, sin desmentir jamás la identidad personal, acrece incesantemente el acopio de sus elaboraciones, y en tanto marcha activo y productivo por la línea del tiempo; elaboraciones que se asientan y fulguran en la conciencia, pudiendo correlacionarlas, reexaminarlas, representarlas, utilizarlas en los procesos inductivo y deductivo, resultando así la ciencia adquirida y el inventado arte en sus múltiples y fructíferas ramificaciones.




ArribaAbajo9 -Memoria

Facultad tan luminosa, fecunda y esencial es la de la retentividad o memoria, como que sin ella, ni la razón formaría el tejido de sus producciones, ni a la conciencia llegarían sino conceptos sueltos e inconexos, cual fugaces meteoros: ni aun nos conoceríamos ni tampoco a lo que nos es exterior -Etimológicamente, memoria vale tanto como pensar, conocer y persistir en lo pensado y conocido, por lo que autoridades psicológicas la llaman eco de la racionalidad, que entre el incesante cambiar en el tiempo, pregona lo inmutable de nuestra superior naturaleza, y también conciencia continuada y hasta la conciencia misma, con relación a aquel tiempo.

Adviertase, no obstante, que si la memoria fuera sólo hecho y estado de conciencia, a virtud de los que conservara su ideal contenido, le buscase y le hallase, le mirase y le viese clara, distinta, directa e inmediatamente o en intuición perfecta, los irracionales poseerían conciencia o carecerían de memoria, cuando es tan inadmisible el que se de en ellos ni lo más rudimentario de la primera, como innegable el que están dotados de la última: no cabe, pues, aseverar con verdad en absoluto que la memoria es eco de la racionalidad y la conciencia misma con relación al tiempo.

Luego, ¿qué es? -En los animales, aptitud de por sí; en el hombre, modalidad. ampliativa de otra, de la conciencia; en todos, facultad, merced a la que, conforme a la más o menos limitada naturaleza del ser que la posee, revisten caracteres de duración y presentación cuantos fenómenos se verifican en la esfera del espíritu, en el orden intelectual, en el sensitivo y en el volitivo, ora en manera consciente, bien inconscientemente.

Recordamos las impresiones y el afectarse del alma, lo mismo mediando el sentido general que cualquiera de los específicos; recorda-mos la índole y la intensidad del sentimiento que nos embargó en un momento dado; recordamos nuestras voliciones, y recordamos con las notas características de la conciencia de lo recordado; mas también fuera de ellas, cual quien repite al pie de la letra aquello cuya significación ignora o que pertenece a idioma que no posee; cual quien canta lo que cogió por oído sin distinguir las notas musicales: con el concurso único del sentido de la vista, el niño lee a veces lo que no entiende o repite con fidelidad suma lo que aprendió mecánicamente, y que, no entendiendolo, mal lo poseerá a conciencia; pero, en fuerza de ejercitar su visión y su pronunciación, llega a la memoria de los signos relacionados, asociados, de las impresiones de lo exterior y de las correlativas sensaciones, tan en ausencia de fondo ideológico, en orden tan rigoroso de lo material, que nada altera, que repite con exactitud, que si la forma es interrogativa, ligera, variante en la estructura o en la entonación de la pregunta, bastará para que no acierte a contestar o trastrueque las respuestas, incurriendo en el quid pro quo con que no es raro excite la infancia la hilaridad de los mayores.

La memoria inconsciente, sin eco, sin reflejo alguno en la conciencia, de que carecen; sin más alcance que lo referente a los sentidos, es la única que poseen los irracionales, siquiera revista, en su género, sorprendente delicadeza diferencial, como la del corderillo, que en numeroso conjunto específico, a la llegada del rebaño materno, cada cual encuentra muy en breve a la que le dio el ser y ha de amamantarle; como la del perro, que descubre la ruta de su amo, sin otro indicador que las minutísimas partículas odoríferas que del último hayan quedado en la vía. Memoria tan perfecta, dura, sin embargo, sólo mientras subsiste la relación con el objeto que la provoca o es necesaria para que se cumpla el fin de la naturaleza: separese al perro de su amo, y pasado cierto plazo, le desconocerá por completo; al cordero, al pajarillo..., una vez en suficiente desarrollo, se les borra todo vestigio de correspondencia filio-paternal, y si la casualidad les pone junto a sus progenitores, cooperan con ellos para la reproducción específica -La memoria irracional, por tanto, no demuestra y sí desmiente atributo privativo del hombre, la identidad anímica.

¡Cuán otra es en el último la facultad que nos ocupa! Octogenario, recuerda hechos de su infancia, de la manera más clara, fiel, fresca, y como recientes; lo que en vano procuramos descubrir ahora en el receptáculo memorioso, surge de súbito, inesperada o involuntariamente; respetables psicólogos sostienen que nada se nos borra o extingue en absoluto, que los datos se cruzan y hacen recíproca sombra, que en éste o en el otro momento, se exhiben de por sí o manifiestos por asociación de ideas, que en cabal integridad, serán percibidos en vida ulterior e inmortal, así que las representaciones imaginativas, contribuyendo para la satisfacción inmaculada, la inacabable dicha de quien en la vida terrena realizó el bien; para el tormento sin fin del que enlodazó su planta en las nefandas veredas del mal.

La memoria racional es tan distinta de la orgánica, como que bastantes aprenden mecánicamente y repiten con gran facilidad, sin conciencia del significado, citándose ejemplos de perturbaciones de la memoria de lo sensible, hasta el punto de discurrir bien, funcionar con regularidad el elemento espiritual, pero en olvido del habla y no de la lectura.

El caudal memorativo no es mera aglomeración de objetos incoherentes, sino en correspondencia tal, que, puesta la atención sobre uno de ellos, provoca la presencia de otro u otros con él relacionados, resultando la asociación de ideas: por el enlace de coexistencia, la parte llama al todo, y viceversa; por el de sucesión, el antecedente al consecuente, o al contrario; por el de semejanza o de contraste, cualquiera entidad a su análoga o antitética: quien posee en no común grado esta fecunda virtud asociadora, hace rico, abundoso, extenso el tratado de tema a desenvolver, del propio modo que, con deficiencia de la indicada virtualidad, muy luego se agota la materia.

También los elementos de la memoria orgánica guardan correspondencia, pero de índole mecánica, exteriorizándose por la palabra, inalterado el orden con que se adquirieron, cual vemos fijos los componentes de un grabado. En general, la infancia realiza con ligero esfuerzo esta especie de estereotipia intelectual, y asimismo, en las edades sucesivas, ciertos individuos, prodigios de la retentividad a que nos referimos. Hay quien a la primera lectura se asimila largos párrafos o capítulos enteros; sujetos conocemos que lo verifican hasta sobre la trama de largas y complicadas demostraciones matemáticas; Mitrídates repetía, según la referencia histórica, por su orden, mil nombres de soldados, sin haberlos oído más de una vez, y poseía veinte idiomas de otros tantos pueblos sometidos a su soberanía; Simplicio, amigo de San Agustín, recitaba la Eneida al revés, y sabía de memoria las obras de Cicerón; José Scalígero aprendió todo el Homero en veintiún días, y los demás poetas griegos en cuatro meses; Jorge Cuvier nunca olvidaba lo que leía, citando el texto literal de los pasajes, cuando le era necesario, recordando el tamaño del libro, si la página era par o impar y hasta el número ordinal de la línea; Temístocles recordaba los nombres de todos los habitantes de Atenas y echaba de menos un arte de olvidar, apercibido sin duda de que tal hipertrofia de la memoria mecánica ha de atrofiar la racional, empequeñecer o esterilizar la originalidad, conducir a la paráfrasis o al plagio, apartar de la propia elaboración personal.

Muy diferentes y aun antitéticos son los empleos y valoraciones sobre la memoria orgánica mecánica, de por sí subordinada y subsiguiente a la racional. Por luengo período histórico imperó el magister dixit, y la servidumbre intelectual, el sumiso y literal aprender y repetir se amoldaba al régimen o disciplina social, imposibles cuando y donde se reconocen y ejercitan las superiores notas y prerrogativas de la personalidad humana: aún tropezamos con quien encuentra en otro todo un talento, sin más que asignarle memoria que no pierde nada de lo oído o leído, que se adapta a recitar sin vacilación ni alteración y a la carrera; no observando que tanta facilidad en adquirir, tanta rapidez y exactitud en emitir, no se armonizan con la reposada y laboriosa obra del conocimiento, con el mirar y el ver en la conciencia, con la memoria racional; sobran, por otra parte, aleccionadores poco idóneos o demasiado inactivos, que desatan aprietos, salen de perplejidades, evitan dislates y amenguan su quehacer con el socorrido y cómodo desde aquí hasta allí, que el discípulo ha de aprender sin auxilio ni guía profesional, siquiera no logre entenderlo y sí embotar las más preciosas y fecundas actividades de su espíritu.

En exageración de criterio, opuesto a lo que acabamos de anotar, incurren quienes tienen la memoria mecánica por funesta y a combatir casi hasta aniquilarla: ella es, sin embargo, precediéndola la comprensión, beneficiosa en el aprendizaje de la niñez, la que débil en el empleo del idioma, no acierta a exponer lo que sabe, y olvida, si el signo no contribuye a la conservación del significado; ella precisa aun con respecto a las materias cuyo predominante es el cálculo, pues lo teoremático ofrece enlace, orden sucesivo, marcha puntualizada e indispensable para arribar al término de la demostración; ella, en fin, es sin reemplazo en materia de hechos, fechas, articulados..., que sólo por la misma cabe retener.

Lo recomendable, lo producente está en la armonía, en el acierto al marcar la importancia relativa, así que la aplicación de cada variedad: predominio de la memoria racional, buen concurso de la mecánica y fácil palabra, son trinidad cualitativa de valiosos efectos, tanto mayores cuanto la retención resulte más duradera y surja sin extraordinario esfuerzo: memoria íntegra, armónica, fiel, persistente y relativamente pronta.




ArribaAbajo10 -Imaginación

Si la conciencia tiene en la memoria un particular aspecto o fase ampliativa de su índole receptora y conservadora, dásela de su carácter representativo la imaginación (de imaginatio o representación), que dibuja y exhibe a nuestra vista espiritual la estampa de los objetos y de los hechos sensibles, que puebla los espacios del alma con los trasuntos de lo que le es exterior, que conjunta en ella un segundo cosmos, de constituyentes más numerosos que los del retratado, toda vez que a las reproducciones de los seres del último adiciona lo en él inexistente, ora sea fantástico, bien admita ulterior realidad.

Considerase a la imaginación como nexo directo, inmediato y genuino, en el que se compenetran y confluyen recíprocamente el espíritu y la materia, nuestro yo y lo fuera de él, así como si se espiritualizara lo corpóreo y se corporalizase lo espiritual, concretándose, individualizándose hasta lo más abstracto y general de la conciencia.

Semejanse las notas características del espacio, de la extensión, de la figura, y percibimos con la vista del alma las personas, las cosas materiales y los hechos sensibles; de tal suerte, que sin más datos que los de aquella psíquica mirada, con sólo atender a lo presente en la imaginación, el artista retrata con gran parecido lo que o a quien conoce y no tiene delante -Nos referimos a cualquier fenómeno auditivo, y parecenos percibir la detonación de la escopeta o del cohete, el sonar de la campana, la voz del padre, del amigo, de la guitarra, del violín...; ejercitamos la facultad que nos ocupa sobre algo del dominio del olfato, del gusto, del tacto o del sentido general, y respectivamente se semejan la impresión, el sentir y el percibir determinados olores, sabores, dolores o placeres sensuales, llegando hasta la provocación o iniciación de las correlativas predisposiciones y funciones: la boca se hace agua al delinearse en la aptitud representativa sabrosos y dulces manjares; despiertase el deseo correspondiente si lo dibujado es un líquido alcohólico, y para los dominados por torpes pasiones, la soledad resulta peligrosa.

En su otro aspecto, la imaginación determina, retrata, concreta lo más indeterminado, indimensional y abstracto del alma en los dominios de la inteligencia, de la sensibilidad y de la voluntad, y, semejando la corporalidad de lo incorpóreo, presta luz, colorido, forma, vigor, temple a lo nebuloso, débil, frío en el riguroso concepto del espiritualismo puro: el bien, el mal, el derecho, la justicia, la fe, la esperanza, la caridad, la nobleza, la ruindad, el amor, el odio, la lealtad, la traición, la vanidad, el orgullo, la soberbia, la modestia, la humildad, la ambición, la gloria, la decisión, la perplejidad..., surgen como tangibles, personalizadas, en entidades supuestas en actos, sentimientos, pasiones, grandezas, miserias, inspirando simpatías o repulsiones con irresistible impulso hacia particular dirección, siendo en tal sentido de mucho mayor y más rápido efecto un esquema, un símbolo, una gráfica representación, que todos los argumentos, consideraciones de índole meramente racional.

La imaginación se dice reproductora cuando nos pinta nuestro cuerpo, sus elementos, funciones y actos, así que los seres y fenómenos del mundo material. Guarda tales afinidades con la memoria orgánica, que en innumerables casos es difícil o imposible separarlas, en cuanto, verbigracia, con el recuerdo del segoviano Acueducto se nos presenta su estampa imaginativa, coexistencia que ocasiona la general confusión de los dos atributos anímicos que vienen ocupándonos, hasta de parte de quienes habrían de diferenciarlos bien y asignan a la memoria la distinción individual de las personas, de éste y el otro animal, etcétera, debiéndose a la imaginación, puesto que, comparando su contenido con los respectivos originales, es como se llega a aquella distinción.

Llamase productora o creadora otra fase imaginativa, a virtud de la que, combinando elementos existentes en la conciencia, resulta el existir de nuevas entidades espirituales, ora para no pasar de este ideal aspecto, bien para encontrarlas después positivas, reales en el transcurso de la vida, en los vastos y ricos espacios del arte.

Son universales y constantes la aplicación y la trascendencia de la imaginación reproductora, en todas nuestras edades y situaciones. Desde la infancia nos representamos los seres conocidos, las sensaciones experimentadas, los hechos..., y los correspondientes relatos son tanto más fieles y cabales cuanto mejor vemos mentalmente los acontecimientos, los paisajes y demás objetos a describir. La imagen reviste, a veces, fuerza incontrarrestable, hasta el grado de anular el fallo de la razón y el acuerdo de la voluntad: la vista psíquica de algo repugnante opone resistencia y aun constituye imposibilidad para deglutir lo con ello relacionado; la caída de una mosca o el encuentro de un pelo en el plato causa repulsión análoga; que se nos persuada de que hemos comido gato por liebre y acaso nos producirá indisposición gástrica, lo que, ignorado, habríamos digerido normalmente; y no son excepcionales quienes en modo alguno se servirían líquidos o sólidos en recipiente de deyecciones, sin estrenar, acabada de ver su salida del horno fabril; la representación anímica de la catástrofe personal ha tiempo acaecida, de las cruentas amputaciones, de la efusión de sangre, motiva escalofríos, estremecimientos, convulsiones nerviosas -¡En qué manera tan inmediata, pronunciada, dolorosísima, nos consta esta clase de imágenes o influencias! Durante nueve años hicimos estudio cotidiano, atentísimo, del poco conocido proceso desenvolvedor de la infancia, en nuestro único y malogrado hijo; cerca de tres lustros transcurrieron desde su temprana muerte hasta nuestro intento de consultar ahora las anotaciones, y al iniciarlo, la imagen del perdido brote del corazón ha surgido vivísima, fiel, expresiva, con la espaciosa frente, con la fulgurante mirada, con la boca emanando raudales de ternura, con la extraordinaria y arrebatadora manifestación externa de quien pensó tan precozmente, cual si se le hubiera anticipado el funcionar del alma en la medida en que había de verificarse el expirar del cuerpo; pero aquella imagen anubla nuestra inteligencia, arrasa en llanto nuestros ojos, rinde nuestra voluntad, nos hace desistir de la consulta y volvemos las anotaciones al lugar donde posaban y posarán, al legajo de «Documentos luctuosos», de donde por nosotros no serán exhumadas jamás.

No menos aplicación ni trascendencia que la imaginación reproductora reviste la productora «en todas las edades y situaciones de la existencia humana». El pequeñuelo se regocija y entusiasma ante la perspectiva de los juegos, entre infantiles compañeros; de las bufonadas del payaso, de las grotescas gesticulaciones del mono, de las habilidades del perro, del rotatorio galopar del caballo, de lo que constituye el espectáculo ecuestre que muy luego va a presenciar -El pastor de la agreste serranía, el labriego de la aldea, el dueño, el director y el operario de las artes más comunes, adjuntan, coordinan, diseñan en su imaginación el éxito de sus empresas, el fruto de su laboriosidad -En más elevadas esferas, el panorama se agranda, las figuras se destacan bellas, realzadas. El poeta invoca fervoroso y anhelante a su deidad, a la inspiración; la pide sus dones, le abre su alma, y si se digna otorgárselos, reputase venturoso poseedor del esquema, del símbolo, del ideal que ha de exteriorizar, engalanar, hacer perceptible a los sentidos, con vida, movimiento, conceptos, pasiones, resoluciones, actos..., incluídos en la fábula, en la oda, en la epopeya, en la tragedia, en el drama. De tal suerte concreta, que el pintor podría, con celebridad, trasladarlo al lienzo, cual la hermosa creación en que se pide a la lóbrega noche fatídicos colores con que, al terrible fulgor de vengadora tea, trazar el inmenso dolor nacional, el de la madre España, en enlutado arreo, junto al frío sepulcro de los héroes del Dos de Mayo, al pálido lucir de opaca luna, entre fúnebres cipreses, trémula, yerta, el manto desceñido, secos los ojos, por negarles el cielo el rocío del llanto; y, junto a la transida Patria, entre el polvo y sin brillo el cetro de dos mundos y el león lanzando rugido lastimero -El genio musical agita también sus alas, se aleja de mundanales ruidos, se sume en los espacios imaginarios, en ellos recibe la inspiración, oye, recoge, combina notas que sólo su extasiado espíritu percibe; trasladalas al papel y tienen ser el canto, el himno, la ópera, la plegaria, la misa -Iguales abstracciones de la común masa social, los mismos tránsitos realizan el pintor, el escultor, el arquitecto; así que todos ellos se esfuerzan porque su obra sea expresión fiel del imaginario tipo, que contemplan atentísimos, y que antes de imprimir el toque de pincel, el golpe cincelador o el paso del buril, han de ver con el ojo de su alma el ulterior efecto, si ha de resultar la variante apetecida, y no falseamientos o desfiguraciones: el autor dramático necesita contemplar su producción mientras la da forma, trasladarse anticipadamente al salón teatral, figurarse espectador, preconocer lo que luego experimentará el público; para que, así, no sea burla lo que previó riente muestra de agrado, silba el esperado aplauso, fracaso el éxito con que contaba.

La figura destacada en la imaginación productora, al igual que la de la reproductora, «reviste, a veces, fuerza incontrarrestable hasta el grado de anular el fallo de la razón y el acuerdo de la voluntad». Bien frecuentes y notorias son las resistencias de los niños contra el quedarse a solas y a obscuras, el miedo y aun terror que les domina, sus gritos y su llanto, sobre todo, si se les refirieron necias patrañas y temen a fantásticas apariciones; sin que deban achacarse en absoluto tales sustos y medrosidades, a falta de madurez de razón y sobra de excitación en la sensibilidad; puesto que personas adultas experimentan fenómenos análogos, especialmente en períodos, pueblos e individuos de escasa cultura y excesiva superstición; hubo muchos, y todavía existen no pocos, que atravesando valerosos, serenos, lo en verdad arriesgado, no se sustraen a la medrana en solitaria y nocturna excursión por cementerio o iglesia; ven muertos aparecidos en la fatua luminosidad, oyen en cualquier ruido el ay del alma en pena, son presa de alucinaciones y, en tal estado, el chirrido o el cruzar de la lechuza, el casual y extraño choque, tropiezo o enganche, bastará para el escalofrío, el estremecimiento, la convulsión o la pérdida del sentido. Cuando la conciencia guarda el registro y el diseño de pecaminosos hechos, es más difícil o es imposible escapar a las hórridas siluetas del delito, del crimen, de la víctima; se tiene a la soledad como infernal y tenebroso antro, quebrantase la salud, se debilita o perturba la razón, se llega a la espontánea confesión de la culpa, para aligerar el abrumador peso moral y se baja prematuramente al sepulcro, cual descendió Carlos IX de Francia, a los veinticuatro años de edad y sin que hubieran transcurrido más de dos desde la hecatombe de San Bartolomé, otras tantas eternidades de tormento, en que, según la referencia histórica, exclamaba espantado el pobre monarca: Se me presentan en todo instante, despierto como en sueño, cuerpos destrozados y chorreando sangre; miradas que me aterran, ayes que desgarran mis entrañas.

Hemos procurado evidenciar la gran eficacia de la imaginación para aclarar y determinar las ideas, hacer más exactas y detalladas las expresiones, ofrecernos perceptibles los horizontes del porvenir, dibujarnos los objetivos que hayamos de perseguir, acrecentar nuestras actividades y energías mediante la contemplación de lo anhelado; hemos expuesto algunas de las aberraciones, quimeras y anomalías de aquella facultad; hemos visto cómo coopera principalísima en el tormento del malvado, y hemos, en fin, de advertir que, aun dentro de lo posible, suele encaminar hacia lo opuesto a lo soñado, cual patentiza la fábula de La Lechera, cual evidencian no pocos jóvenes del uno y del otro sexo, seducidos por falsos espejismos, malperdiendo el presente y labrando la desventura para lo por venir.

Ateniéndonos a tales extravíos de la imaginación, se la denomina la loca de la casa o del alma, y como la locura es estado fuera de razón, la misma frase indica el remedio de su significado: que en la marcha imaginativa se obedezca al freno racional, que juzguemos dentro de la verdad sobre los datos coordenados en las creaciones de la fantasía; que en la conciencia no se graben ni fulguren siniestros el vicio, la perversidad, el mal.

El genio artístico -sea dicho de paso- se cierne, punto menos que de continuo, por los etéreos espacios de la imaginación, distanciado de la prosa, del canto llano, del árido realismo de la vida individual y común, por lo que no hemos de extrañar y sí explicarnos ciertas disonancias o desacuerdos del artista con el conjunto social en que vive: no posee dos naturalezas, funcionando cada cual en su oportuno momento y sin mutuas reacciones y recíprocas correspondencias, sino que a veces se entrega al vuelo imaginativo cuando habría de atender fría y reflexivamente a los detalles de la vida ordinaria, o, por el contrario, la fuerte atracción de los últimos pliega las alas de su fantasía y debilita los resplandores de su inspirador numen.

La imaginación varía con los individuos (el artista nace para tal), con las condiciones topográficas y climatológicas, con el trato doméstico mientras la infancia, etc.

Para concluir: los irracionales poseen imaginación, y de ello estará persuadido quien se haya fijado siquiera en los saltos y aullidos con que el perro manifiesta cómo entrevé las perspectivas de la caza al ataviarse su amo para emprenderla; en el relincho del hermoso alazán, que se mira en paseo no bien se apercibe de que van a colocarle la montura; en el canario, que canta a la provisión y a la limpieza, no bien descubre a quien ha de verificarlas en su jaula. Pero semejante imaginación yace dentro del círculo de lo sensible y orgánico; es de naturaleza análoga a la de la memoria estrictamente animal, y, como ella, revela que los seres a que corresponden carecen de las características notas de nuestra superioridad: de la conciencia y de la razón.