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Un faro en el camino


Juan Carlos Pérez de la Fuente





No es casual que la última representación de La Fundación tuviera lugar en tierras galaicas. Que la palabra del viejo maestro castellano quisiera desembocar en los furiosos mares de D. Ramón, en este final de siglo, que a diferencia de aquél, una Constitución democrática marca los parámetros de nuestra convivencia.

Los espejos cóncavos que reflejaban el carnaval hispano han devenido con el paso del siglo en formidables cristales nítidos desenmascaradores de nuestras conciencias o de nuestras vergüenzas. No es tampoco casual que D. Antonio Buero Vallejo nos haya acompañado hasta el umbral de un nuevo siglo. El que tanto gustó de los signos convierte su partida en otro más: Yo me voy con este tiempo, parece decirnos, pero os dejo mi palabra. Palabra dramática, generadora de conflictos y acciones que nacen de lo profundo del ser y nos enfrenta violentamente con la verdad de nuestra existencia. Palabra trágica española, apasionada y obsesiva, contaminada de Cervantes, de Calderón, de Unamuno, de Valle-Inclán, de Lorca, de Max Aub, de Miguel Hernández, de Gómez de la Serna... y de atmósferas velazqueñas y visiones goyescas. Siglos de España.

No es el teatro de Buero de otro tiempo. Es un teatro escrito en otro tiempo que nos puede alumbrar caminos para nuestros días. Es un teatro de seres humanos, para cualquier ser humano que no tenga miedo a mirarse en un espejo y reconocerse y admitirse activamente en sus limitaciones. Es un teatro para acompañar al hombre en la construcción de su destino individual y colectivo. Teatro de ceremonia y teatro para iniciados en la gran aventura de la vida. Teatro con palabras imprescindibles como verdad, justicia, decencia, dignidad, lucidez, libertad o esperanza.

¿Acaso no continuarán siendo imprescindibles estas mismas palabras en un nuevo mundo conducido por el Dios del Progreso?

¿Acaso ese nuevo Deus ex machina conquistará una sociedad en la que no exista el dolor, la enfermedad, el hambre, la violencia, la opresión, el racismo, la incultura, la intolerancia, la manipulación o la marginación?

No es un teatro realista y mucho menos costumbrista, por mucho que se empeñen ciertos teóricos en encasillar en esta corriente a nuestro dramaturgo. Es un teatro que nace del compromiso del autor con la realidad y que se proyecta a todas las realidades que viven los seres humanos más allá del tiempo y las circunstancias sociales o políticas. Y también teatro para inquietar, para remover las conciencias o para lanzar interrogantes a todos y cada uno de los espectadores que no tengan miedo a subirse al viejo tablado del mundo para convertirse en actores de su propia existencia.

A lo largo de 14 meses hemos representado La Fundación en distintos teatros de España e Iberoamérica. Les puedo asegurar que han sido los jóvenes quienes se han apropiado de la palabra de Buero. Ellos, sin telas de araña en el corazón y sin nostalgias de otro tiempo han vivido activa y apasionadamente la tragedia esperanzadora de unos personajes en busca de la verdad y, por lo tanto, de la auténtica libertad. No ha sido el teatro de Antonio Buero Vallejo cómodo para los inmovilistas; tampoco ahora lo es para aquéllos que se empeñan en vivir inmersos en una atolondrada burbuja de felicidad y de espaldas a la auténtica realidad. Montar a Buero o representarle o ser espectador en su teatro, continúa siendo un acto de subversión en un mundo que se empeña en permanecer maquillado las 24 horas del día.

Durante los cuatro meses que estuvo la obra en cartel en el Teatro María Guerrero, Buero no faltó ningún sábado a la cita con su público. Allí tuve la ocasión de hablar muchas horas con el viejo maestro y conocerle un poco mejor. Comprobé su inquietud por la humanidad, por los problemas que padece nuestra moderna sociedad de final de siglo. Hablábamos de la terrible guerra de Kosovo, del terrorismo, de la pena de muerte en un país que tiene como símbolo la estatua de la libertad, de la intolerancia... Mientras, en el escenario, Tulio con su voz rota decía a Tomás y a sus compañeros de celda: «Es un error soñar».

Me gustaría terminar este recordatorio con la palabra del humanista Buero, nuestro dramaturgo más importante en la segunda mitad del siglo XX y un hombre honrado: «Se escribe porque se espera, pese a toda duda. Pese a toda duda, creo y espero en el hombre, como espero y creo en otras cosas: en la verdad, en la belleza, en la rectitud, en la libertad. Y por eso escribo de las pobres y grandes cosas del hombre; hombre yo también de un tiempo oscuro, sujeto a las más graves pero esperanzadoras interrogaciones».

Descanse en paz este quijote español.





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