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ArribaAbajo- VI -

Estoy en el valle de Buelna, a orillas del Besaya, en la jurisdicción de Los Corrales, en el corazón de las montañas de Santander.

Imagínate cien casas desparramadas sin concierto a lo largo del valle; es decir, imagínate entre casa y casa todo un prado, y a las veces dos o tres huertas con árboles frutales. -He allí la Iglesia, sola en extenso campo, como un monasterio, y rodeada de castaños, nogales e higueras. -Las Casas Consistoriales se levantan en remoto paraje pintoresco, donde ya parecía que la aldea había terminado. -Aquella otra casa de campo que se ve a lo lejos es la Botica. -Aquel cortijo, cercado de portales llenos de vacas, acaso será el Estanco... -Pero no extiendas más la vista, que la casa inmediata pertenece ya a otro pueblo. -¿Qué te parecen estas poblaciones, a ti que estás acostumbrado a las apiñadas villas y aldeas andaluzas o castellanas? ¿No te parece mucho más propio para gozar de la vida campestre este caserío diseminado, que aquel colmenar de tristes e insalubres casuchas, donde se vive en forzosa vecindad con la grosería, la estupidez y el desaseo?

Pues sigue oyendo la descripción de mi retiro... -Si quieres cazar, a la puerta de tu casa tienes liebres y perdices; en el monte de la derecha, jabalíes y osos... (a los cuales preparamos una batida); en el monte de la izquierda, corzos y venados, que ya han aparecido sobre mi mesa en varios guisos. -Si optas por la pesca, el río te brinda con anguilas, truchas y hasta exquisitos salmones. -¿Eres herborizador? Trepemos al monte de Caldas, y encontrarás plantas de todos los climas, inclusos el té y el tabaco. -¿Quieres flores? Paséate por el campo, y la pródiga naturaleza te dará mil variedades de rosas y mirtos silvestres, enredaderas, amapolas, lirios, madreselvas, violetas y jazmines. -¿Deseas frutos? Desde el delicado griñón, que no conoces, hasta la sabrosa pavía, desde la avellana hasta la pera de manteca, y variadas manzanas, ciruelas riquísimas, uvas, membrillos, melocotones, nueces y castañas, todo lo hallarás en sazón. -Porque aquí reinan a un mismo tiempo las cuatro estaciones, según que subas o bajes, o que camines al Norte o al Mediodía. En ciertos sitios escarcha todas las noches; en otros hace calor. Arriba, el viento seca y orea la tierra; abajo, la humedecen constantes rocíos...

Pero la especialidad, la maravilla de este valle es la leche. Que tengas tisis o tengas asma; que Madrid te haya secado la médula de los huesos, o debas al estudio o a la disipación una gran frialdad de estómago... ¡nada te importe! Bebe leche por la mañana, al mediodía y a la noche, recién ordeñada, como la toma el ternero, o trasnochada y cubierta de crema, cocida o cruda, líquida o en requesones o en quesos... ¡Mama a todas horas, te digo, y te nutrirás, te refrescarás, sacudirás todas las ruindades madrileñas, y remudarás tu sangre, tu color, tu vida, todo tu ser!

No creas que exagero: ¡éste es el paraíso18!

Aquí no quema el sol; aquí no moja la lluvia... (Es decir, aunque moja, no da reumas ni calambres). -Ahora estamos en agosto, y salgo sin sombrero a las once del día a coger fruta o a matar gorriones, y ni me da un tabardillo ni me duele siquiera la cabeza... -Ayer he sufrido a pie quieto un aguacero de una hora, buscando en el río el nido de un salmón, un aguacero de una hora, a la orilla del río, y no me he baldado...

¡Oh, sí! La benignidad de este clima es prodigiosa. Todos los elementos pierden aquí su rigor, y todas las bellezas del mundo ofrecen sus encantos... ¡Porque nada falte, hasta puedes ver el mar, sólo con subirte al próximo monte de Collados!...


Sin embargo, la mujer, sublimada por el cristianismo a esfera muchas veces superior a la del hombre; la mujer, objeto siempre en nuestra patria del culto de los caballeros, de las trovas de los poetas, de los agasajos de los rondadores nocturnos; la mujer, reina de su casa en Andalucía, lujosa, petimetra y holgazana a expensas del sudor del marido, lleva aquí la parte más dura de los trabajos agrícolas. Ella ara, ella siembra, ella coge, ella guía el carro, guarda las vacas y sufre todos los rigores de la intemperie... Véselas, pues, ajadas, feas, sucias, andrajosas, con el cuévano a la espalda y el niño dentro, encorvadas contra la tierra, sin aliño alguno en su traje ni asomos de tocado, mientras que el hombre se pasea ufano y compuesto, colorado y robusto, ocupado en pescar o en llevar las reses a las ferias...

¡Triste condición la de un pueblo que no rinde culto a la hermosura y donde el amor no se levanta sobre el egoísmo del más fuerte!


El día de San Roque he asistido a las fiestas de Somahoz y regaládome con la música y el baile del país.

La música es una especie de jota menos bulliciosa que las de Aragón y de una melancolía infinita. -El baile se distingue por la seriedad y circunspección con que se mueven las parejas.

No hay más instrumento que un pandero.

La copla corre a cargo de una cantora-bastonera, cuyo pulmón es infatigable.

Pues bien: aun en estas horas de expansión y esparcimiento, nótase la frialdad o desdén con que el hombre del campo mira a su compañera. -Parece como que el baile es un deber en tales días, un rito sagrado, algo que ya se vio en el mundo antiguo. Ni sonrisas, rendimiento, ni obsequiosos mimos; nada hay en esta danza que se parezca al fandango ni a la jota. Los hombres tienen los ojos fijos en tierra, y las mujeres en el rostro de su señor.

¡Ah! ¡Pobres pasiegas! ¡Cómo me explico ahora el que sus esposos las envíen a Madrid a desempeñar el papel de vacas de leche, convirtiendo la bendición conyugal y sus frutos en un oficio o granjería! ¡Y cuánto siento haber tenido que retratarlas, en conciencia, hace pocas noches, de la cruel manera siguiente, en una epístola que dirigí a nuestro amigo Cruzada!



    Lánguido el Pas las hortalizas riega
Que cultiva y se come a dos carrillos
La famosa en Madrid hembra pasiega.
    Viérasla aquí, entre chotos y novillos,
Arar, sembrar, coger...,¡siempre a la espalda
El cuévano cargado de chiquillos!...
    O, bailando en los campos de esmeralda,
Los domingos y fiestas, la hallarías,
Con las trenzas más largas que la falda,
Recios los huesos, las miradas frías,
Y rebosando del corpiño el pecho,
Rica promesa de robustas crías.
    Mas ¡oh cálculo vil!... ¡Sólo provecho
Buscando en el amor, franco de porte,
Abren a estos gaznápiros el lecho,
    Y, sin que el hijo luego les importe,
Anuncian leche fresca en el DIARIO,
A las bellas madrastras de la corte!