Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
Indice
Abajo

Vicente Medina, ¿poeta dialectal?

Francisco Javier Díez de Revenga





La pregunta que figura en el título de esta ponencia tiene mucho que ver con el profesor homenajeado en este Curso de Lingüística Textual1. ¿Era Vicente Medina un poeta dialectal? ¿Qué entendemos por poeta dialectal? ¿Puede existir realmente un poeta dialectal? ¿Qué objetivos persiguió Medina escribiendo poemas en los que afloraban rasgos lingüísticos de las hablas murcianas? Y circunscribiéndonos a Murcia, podríamos hacernos otras preguntas más ambiciosas: ¿Existe el dialecto murciano? ¿Qué diferencia hay entre un dialecto y un habla? ¿Qué distancia hay entre el habla, es decir la lengua oral, y la literatura, como una de las posibles realidades de la lengua escrita? Naturalmente, quien esta ponencia expone es profesor de Literatura, y ha de servirse del estudioso de la lengua para contestar medianamente bien a algunas de las preguntas que nos hemos hecho.

En 1994 escribía José Muñoz Garrigós, a propósito de la relación entre lengua oral y lengua escrita y en relación con la Región de Murcia, que

las diferencias existentes en el idioma común entre esas dos modalidades de expresión comunicativa se ven muy ampliadas cuando se trata de entidades de escasa codificación, como puede ser el caso de las hablas murcianas.



Y continuaba el maestro Muñoz Garrigós con una serie de reflexiones que consideramos del más absoluto interés para el propósito de este trabajo2:

En efecto, los rasgos dialectales que perduran residualmente lo hacen de modo casi exclusivo en la lengua oral, y no sólo, como parecería lógico, en lo que a pronunciación se refiere, sino también en la morfosintaxis y aun en el léxico; así, en la oralidad pueden encontrarse, junto a variantes fonéticas, arcaísmos morfológicos, truje, vide, entre otros, o variantes léxicas como ababol, binzón, y otras muchas.



Se extendía posteriormente Muñoz Garrigós sobre la presencia de tales rasgos dialectales en la lengua literaria, señalando que, desde luego, eran muy escasos, y que en casi todas las ocasiones estaban reducidos al vocabulario. Ponía ejemplos de escritores murcianos actuales que permitían la entrada en sus textos literarios de términos de uso local, aunque escasos, y citaba escritores nada dialectales, aunque nacidos en la Región, como Francisco Sánchez Bautista y José Luis Castillo-Puche3.

Situación muy diferente es la de los escritores que deforman la lengua con efectos puramente caricaturescos, creando ellos mismos un dialecto artificial, un nuevo sistema lingüístico que se aleja de la realidad, para convertirse el invento en una acumulación de rasgos dialectales, de carácter jocoso, satírico e hiperbólico, que constituye la esencia del lenguaje utilizado en las fiestas «huérfanas» de la ciudad de Murcia. Y en concreto, se refirió, en otra parte de esta misma obra4, al «panocho», como deformación de las hablas mediterráneas. Muñoz Garrigós, hay que proclamarlo sin ningún tipo hipérbole, fue muy valiente a la hora de enfocar el problema del panocho, y lo respetó siempre que quedase circunscrito a la fiesta popular, y no se quisiese hacer de él una lengua del imperio, una especie de entidad regional.

Por otro lado, en sus análisis de los textos escritos por panochistas actuales, solía ser muy exigente a la hora de no permitir la entrada en el lenguaje caricaturesco de elementos extraños o inventados, y solía ser muy castizo y purista a la hora de valorar en los panochistas actuales, su relación directa con la tradición literaria, o la incorporación de formas y términos lingüísticos al texto literario, si realmente eran procedentes de la realidad y del uso de las hablas murcianas, y en concreto de las hablas circunscritas al espacio geográfico de la comarca denominada «Huerta de Murcia».

Hay que decir también que Muñoz Garrigós cuando defendía sus ideas en este sentido no actuaba con un punto de vista foráneo o con un perspectivismo distanciador, ya que él mismo, nacido en Orihuela, y por lo tanto, dentro de la comarca de la Huerta del río Segura, conocía muy bien las particularidades del habla de la zona. Por si fuera poco, era muy devoto y fue editor del Vocabulario de dialecto murciano, de Justo García Soriano5, que también, como Muñoz Garrigós, era natural de Orihuela, y como nuestro catedrático de Gramática Histórica, residió bastantes años en Murcia. Por añadidura, era discípulo de José Guillén García, su profesor de Instituto en Orihuela, quien, nacido en Albacete había vivido en Espinardo, estudiado Filología en Murcia y había realizado la tesis doctoral con Dámaso Alonso sobre El habla de Orihuela6. Por si fuera poco, Muñoz Garrigós fue estudioso y admirador de su paisano Miguel Hernández, que, como sabemos, cuando se ejercitaba como poeta en su primera infancia, escribía poemas en el habla de la Huerta, poemas que pueden leerse en sus obras completas7.

Pero lo más interesante de la postura de Muñoz Garrigós, en torno a todos estos asuntos, es que su opinión coincidía totalmente con la de Vicente Medina, que no solo cultivó la poesía con rasgos dialectales sino que además teorizó y con muchos aciertos intuitivos sobre su propia condición de poeta dialectal. Pero, sobre todo, lo que unía el espíritu del profesor y el del poeta era su lucha común por la conservación de un patrimonio, el patrimonio de la lengua, en cuya defensa justa y razonable, coincidieron, sin admitir los despropósitos de algunos, los excesos de otros. Muchos fueron los que advirtieron que algo se perdía, debido al descuido de estos y de aquellos. Emilio Díez de Revenga8, en un texto muy poco recordado, expresó ideas que aún tienen validez, a pesar de estar escritas en 1927:

Cuando los de la generación actual hablamos de nuestras cosas murcianas parece que impregnamos las palabras en una ráfaga de melancolía y que experimentamos espasmos silenciosos de adiós, de despedida, y de dolor. Es que nos asalta el temor de que nuestros cantares populares, los trajes típicos y tradicionales del país, el habla de la Huerta, el espíritu palpitante en los sentimientos de nuestro pueblo, desaparezcan y se esfumen en los piélagos grises de la uniformidad. Es que somos presa del doloroso sentimiento causado por la desaparición próxima de los hombres representativos de una restauración de energías latentes en el alma murciana: porque cuando esa restauración parecía iluminarse con resplandores de aurora, tornose en crepúsculo vespertino y los cantos matinales en elegías de ruiseñores que al atardecer se mecen en una rama de laurel.



Hemos de volver a Vicente Medina, que en los últimos años ha recibido una atención aceptable por parte de la crítica especializada. Digamos que un libro imprescindible, desde el punto de vista de los estudios literarios y lingüísticos, lo llevó a cabo María Josefa Díez de Revenga9, que yo mismo he realizado algunos estudios10 y ediciones11, y que, por último, que Pilar Díez de Revenga12 ha planteado nuevas cuestiones lingüísticas en un ensayo científico de reciente aparición. Mariano de Paco13, por su parte, ha estudiado el teatro, y también se ha planteado serios problemas lingüísticos, mientras que Juan Torres Fontes ha defendido la historicidad de los enfrentamientos ciudad-huerta que dan origen sociológico al nacimiento de la literatura en lengua dialectal14. Por último, entre otros muchos estudiosos15, Manuel Medina Tornero16 ha realizado una completa biografía de Vicente Medina, recogiendo las opiniones de sus contemporáneos sobre sus ideas lingüísticas, aspecto este del máximo interés, no solo por la consideración que Medina recibiera de sus contemporáneos, sino además por lo fructífero del intercambio de ideas.

Vicente Medina estuvo siempre preocupado por la cuestión lingüística y hay en sus obras juicios suyos muy conocidos por haber sido publicados en diferentes ocasiones, y por el propio Medina el primero. Quien tenga interés en conocer sus preocupaciones en este campo, desde fecha muy temprana, puede leer la polémica que se mantuvo con F. Bautista Monserrat, por cuestiones lingüísticas en 1899, y que está reproducida en su edición de Aires murcianos de Rosario de Santa Fe17. Se explicaba así Medina, en palabras, que también recordó en alguna ocasión Muñoz Garrigós18, dado su interés para la cuestión que nos ocupa:

Esa ternura y delicadeza desaparecerían en cuanto yo emplease «icillo, zagaliquio, ambustia» y otra infinidad de palabras que a mí me parecen de marcado sabor cómico y de mal gusto para la nota general de mis composiciones: prefiero emplear términos delicados y tiernos porque así lo requiere la labor artística porque es misión sagrada la de ennoblecer el lenguaje, poniendo de relieve sus bellezas, y, sobre todo, porque la generalidad del pueblo murciano se expresa así como V. mismo dice en lo que seguidamente copio: «Hay en el lenguaje de sus Aires murcianos, algo del huertano de hoy en día, transformado en su habla como en su indumentaria, hasta casi confundirse con el obrero de la ciudad: algo también del huertano típico, de "monteriquia" y zaragüelles en todo el apogeo de sus viejas costumbres».

Pues sí, señor: ese es el lenguaje que yo trato de copiar: el habla murciana tal y como es hoy, sacando una nota general de color de toda la región murciana.

Yo no trato de imitar siquiera el anticuado «panocho» de bandos y «soflamas», a que V. sin duda se refiere. Ese «panocho» no es el habla murciana del día y creo además que, aún remontándose a su tiempo, bien analizado por quien entonces le hablara, o le oyese hablar, resultaría plagado de infinidad de exageraciones que se le atribuían buscando el efecto cómico, grotesco, bufo, único en fin de los que tal habla cultivaron.



Vicente Medina mezclaba en sus observaciones teóricas dos conceptos que nos parecen perfectamente compatibles. De un lado la reproducción del lenguaje del pueblo, de la huerta, porque él lo consideraba genuino, original, lleno de fuerza vital y de entereza humana, porque era un lenguaje sin alambiques y por lo tanto era un lenguaje natural. Y en segundo lugar la condición estética de este lenguaje: eso que él denomina dulzura o valor artístico. Naturalmente en su carácter genuino y en su originalidad llevaba aparejada esa calidad artística, en cierto modo presidida por el sentido de la moderación, por el sentido de la medida. Por ello rechaza, con firmeza, las exageraciones y los excesos propios del lenguaje carnavalesco de las «soflamas» y de los «bandos», que, además de no corresponder a la realidad, llevaban aparejada una burla de los modestos hablantes dialectales. Esto es tan absolutamente cierto como que, hoy día, este tipo de poemas sirven para hacer reír a la gente, junto a un buen plato de longanizas y morcillas mientras se escancia un agresivo vino viejo de Jumilla.

Vicente Medina, que quería cantar a la huerta de Murcia en su realidad, con su vida cotidiana, con sus pesares, con sus calamidades, huía de este tipo de lenguaje y lo rechazaba. Él mismo confesaba, muchos años después, cuando grabó para el Archivo de la palabra su voz, que sus Aires murcianos nacieron para esto, aunque restringe el objetivo de sus poemas, que intentaremos más adelante aclarar. Escribía en 193219:

En mi tierra se cultivaba un lenguaje llamado panocho. Lenguaje de soflamas carnavalescas que, imitando el habla regional, la ridiculizaba con acopio de deformaciones y disparates grotescos. Me indignaba por eso este lenguaje «panocho».

Tal indignación engendró mi ansia de reivindicar el lenguaje de mi tierra que no era, ni es, otra cosa que un castellano claro, flexible y musical, matizado con algunos provincialismos de carácter árabe, catalán y aragonés.



No solo empezó a escribir como ha asegurado en más de una ocasión Vicente Medina sus Aires murcianos para defender el lenguaje regional de Murcia. Sin duda, sus objetivos iban más allá. De acuerdo con lo que dejé establecido en mi edición de la Antología poética20, Vicente Medina ha sido juzgado como poeta regional, debido a los usos de las hablas murcianas en su poesía, y debido a que canta una zona particular de España, la huerta de Murcia. Se aplica entonces un criterio geográfico o lingüístico para caracterizarlo o para denominarlo y no está mal que así se haga, porque son verdades históricas incontrovertibles: vivió en Murcia, cantó a Murcia desde Murcia y desde la emigración y usó el lenguaje de Murcia. Pero también hay que aplicarle un criterio histórico-literario, como hizo de forma pionera José María de Cossío21, y buscar entonces más allá. Vicente Medina, de acuerdo con las corrientes de la literatura de su tiempo, que se desarrollaron más ampliamente en la novela y en el teatro, quiso, sobre todo, representar la realidad de su tierra, con sus miserias, con sus verdades, y eso era, sin duda ninguna, naturalismo. Medina lo escribió con toda claridad en su libro La canción de la vida, en «De mi vida»22:

Desde entonces quedó definido claramente mi carácter literario. Géneros: la poesía y la dramática. Escuela: la naturalista. Asuntos: la vida actual, sus luchas, sus dolores, sus tristezas. Tendencias, radicales. En mi labor, dos literaturas al parecer: regional y general; a mi entender, una sola: la popular.



Quizá Medina utilizaba grandes palabras sin apreciar muy certeramente su alcance. Mariano de Paco23 y Manuel Alvar24 han comentado esta frase y han dudado de que Medina supiese exactamente lo que era el naturalismo. Y Alvar ha señalado las muchas características del naturalismo que están ausentes de la poesía y del teatro de Medina, sobre todo aquellas más radicales. Pero Medina también quería ser radical, como él mismo dice, porque quería estar muy cerca del pueblo más deprimido, de aquellos que sufrieron directamente todas las calamidades de las diferentes crisis del siglo XIX que culminaron en el Desastre del 98: caciquismo, mala administración, corrupción, atrasados sistemas de producción agrícola, desastres naturales como las inundaciones o la sequía, contra la que no había ni planes hidráulicos ni soluciones socioeconómicas, porque el atraso del país era absoluto.

La huerta de Murcia, que ha sido evocada muchas veces como un espacio idílico y arcádico, aseguran los historiadores más rigurosos que era muy rica, pero que estaba sometida a muchos agentes negativos, incluso de tipo sanitario. Las aguas que servían para el riego no eran muy salubres para el consumo, el clima era agresivo, excesivamente húmedo y propiciaba las enfermedades y la mortalidad infantil, presente muy agudamente en tantos Aires murcianos. Quizá Medina no conocía las teorías sobre el naturalismo de Emilio Zola y no había leído La cuestión palpitante de Emilia Pardo Bazán, pero sí era un consumidor de la literatura de su tiempo y adoraba a escritores como Valera, Pereda, y sobre todo Galdós o Clarín, que le enseñaron que la manifestación de la realidad no era solo realismo. Que había algo más. Y el mundo rural, que tanto juego había dado en la novela naturalista y en el teatro de la misma tendencia, a través del drama rural, ese mismo mundo rural era el que a Medina le había ofrecido un terreno donde practicar el naturalismo, y hablarnos de enfermedades y de muerte, de desánimo, de hastío, de desesperación, de pasión en los amantes, de sensaciones primarias, de sentimientos exacerbados...

Pero volvamos a la cuestión que ahora nos ocupa. Vicente Medina como poeta dialectal. Vicente Medina incluso como dialectólogo. Hay un texto suyo que para mí tiene un valor extraordinario y que no ha sido muy utilizado por la crítica y que quiero ofrecer y comentar para este Curso de Lingüística Textual en homenaje a José Muñoz Garrigós. Es un texto escrito por Medina en 1927, fecha del comienzo de la impresión de su recopilación de Aires murcianos, aparecida en 1929:

Comienza con una proclamación y justificación de su estilo:

Todas mis obras regionales, «Aires murcianos», teatro y prosa, son castellanas en su lenguaje: lenguaje popular con aire provinciano -no exclusivo de la región murciana, sino de Albacete, Alicante, Almería en sus límites y contacto con la provincia de Murcia... Además en Aragón se usa mucho el ico: los aragoneses con su castellano llevaron el «ico» a Murcia cuando la conquistó el rey don Jaime.

Soy espontáneo en mi producción literaria sin que me aten y preocupen consideraciones de esta índole; pero hoy, ya en los finales de mi vida y de mi obra, me he puesto a cotejar mis Aires murcianos con el Diccionario de la Academia (1925) y veo que son pocas las palabras que empleo que no están incluidas en él. Y estas pocas yo creo que son castellanas como todas las del Diccionario, únicamente que falta incorporarlas a él como han hecho con otras en 1925 y están haciendo para la edición siguiente.

Aporto mi grano de arena a la gran obra de las lenguas empleando términos que no tienen nada de exóticos ni de anticuados, ni de inventados, desde que son de un buen pedazo de España y desde que están tan vivos que son de uso común y corriente.

La labor de examinarlos y aceptarlos o no para el Diccionario oficial, corresponde a los académicos.

De cada palabra empleada en este libro no incluida todavía en el Diccionario de la Academia (1925), doy, con llamadas, la acepción o la palabra sinónima de dicho Diccionario y, al final del tomo, un prontuario de todas ellas.

Haré, si puedo, esto también con mis demás libros, nuevos o reeditados, y, al final, si las fuerzas me alcanzan, un resumen de estos prontuarios. Un vocabulario. ¿Merece la pena? Creo que sí.

A los sesenta años me he puesto a estudiar un poco de francés, y en algunas lecturas de esa lengua encuentro con ingenua sorpresa (¡yo pobre ignorante de tantas cosas!) bastantes de mis término pueblerinos (¡siento no haberlos anotado!) y quizá muchos no incorporados al Diccionario oficial teniendo como tienen, posiblemente, una etimología latina o de otras lenguas madres.

Si los años me ayudan, puede que haga de esto algún trabajito de espigueo.

Con los grandes adelantos y facilidades que hay ahora en enseñanza, libros y revistas, es lástima que los jóvenes no se dediquen a labores curiosas de éstas y que no se establezcan concursos (en los juegos florales, por ejemplo, ya que son tan aceptados por aquello de lucirse y de lucir trapitos y otras cosas), concursos, digo, encaminados al aporte de éstas y otras investigaciones de refinada cultura.

¡Tan necesario que les va siendo a los jóvenes, cada día más, aprender idiomas a fondo y tan útil que es para ello conocer bien el propio lenguaje!

Tan necesario, que por lo menos el francés, creo que debe saberlo toda persona medianamente instruida.

Aparte de la directa y corriente utilidad, ¡cuánta otra más fina de honesto e interesante entretenimiento, encontrando a nuestra vida una finalidad de cultura, de ciencia, de trabajo (no por lucro solamente) finalidad en la cual pongamos ilusión y una satisfacción desinteresada!

A propósito de esto, voy a terminar contando un detalle, inocente si se quiere, de estos entretenimientos.

En mi tierra abunda a la orilla de los ríos la «sisca». Yo empleo esta palabra en una de mis composiciones y, al cotejarla con el Diccionario oficial, me encuentro con que no está en él, pero encuentro la sinónima «jisca» y dice: Del céltico «sesca». ¿No es curioso? ¿No es bonito?

¿No habrá muchos vocablos empleados por el pueblo, sobre todo en los rincones de tierra adentro, en que todavía está viva una lengua legendaria? Más que «jisca» se aproxima «sisca» o «sesca».

Con las tradiciones (costumbres, oficios, fiestas, vestimentas, muebles, alfarería, telares, etc.) se va la lengua... ¡Adiós ilusión de mi vida!

Recojamos los restos posibles de ese tesoro que irá a diluirse en ese mar gris del cosmopolitismo vulgar...

¿Cosmopolitismo? Lo amo y lo deseo en el sentido de humanitarismo, de gran comprensión y amor entre los pueblos; pero es triste ver perderse el carácter de los pueblos, que es su gracia...

El día que todo el mundo sea igual, cada uno se quedará en su casa... ¿a qué viajar? Y entonces nacerán nuevos localismos...



Tras la lectura de este texto, que se comenta por sí solo, y que nos revela una afición filológica en la madurez de Medina nada despreciable, como ya señalamos en nuestra edición de Aires murcianos25, vamos a comentar algunos ejemplos de palabras utilizadas por Medina en su vocabulario que merecen nuestra atención a la hora de valorar la condición de poeta «dialectal» de Vicente Medina. Utilizamos para ello nuestra edición de la Antología poética de Castalia26, y veremos el interés que tienen como conservación de un vocabulario alusivo a una sociedad rural y popular, ya desaparecida en gran parte, aunque muchos de los rasgos que manifiesta Medina, aun hoy se utilizan como modismos peculiares de las hablas murcianas.

Para ello hay que tener en cuenta que Medina, en sus Aires murcianos, hace interpretaciones filológicas, o más estrictamente, lingüísticas muy personales a la hora de anotar voces que se apartan del castellano normalizado, así como otras que ofrecen dificultades de comprensión. Como señala Pilar Díez de Revenga, se debe observar que «en esas aclaraciones, probablemente por lo familiar que le resultaba el léxico, emplea unos murcianismos para explicar otros; es el caso de leja: vasar, anaquel (DRAE, 1992, s. v. leja)»27.

Para esta revisión de algunas palabras muy interesantes, recogemos y respetamos la peculiar transcripción gráfica que Medina emplea y ofrecemos las voces en la forma en que aparecen en los textos, sean plurales, diminutivos o distintas formas verbales. También respetamos su muy personal forma de transcribir el sonido final de algunos monosílabos, que en la pronunciación murciana correspondería a una aspiración final con alargamiento de la vocal precedente, tipo «pas», «crus», «vos», etc. (También en palabras polisílabas como «felís», «jasminero»), cuya -s final es impronunciable en murciano. De esta manera, como señala María Josefa Díez de Revenga28, a pesar de alterar la ortografía llevado por el deseo de ser fiel al uso regional de la lengua, no refleja en su obra dos fenómenos característicos del murciano: la apertura de -e y -o finales en las terminaciones de plural para suplir la -s y la aspiración sorda e intensa de la -s en posición final, a la vez que también emplea -s para representar la aspiración de la z en posición implosiva o posnuclear. Es posible, recuerda Pilar Díez de Revenga, que Vicente Medina «hubiera considerado que si era un murciano quien recitaba su poesía habría podido suplir esa deficiencia»29. Damos, en todos los casos, las definiciones, también muy personales, que Vicente Medina anota a pie de página en su edición de 1929. Las anotamos como (VM). Completamos estas con las aportadas por Justo García Soriano (GS) en su Vocabulario del dialecto murciano, (Madrid, 1932)30, por Alberto Sevilla (AS) en su Vocabulario murciano (Murcia, 1990)31 y por María Josefa Díez de Revenga (MJD) en La poesía popular en Vicente Medina32, así como por el Diccionario de la Real Academia Española, en su última edición (DRAE)33.

Muchos de los sustantivos definidos por Medina pertenecen a ese mundo que él quería conservar, y que manifestó en sus Aires murcianos en todo su esplendor, empezando por la propia naturaleza. Así, en lo que se refiere al paisaje rural son muchos los vocablos que aporta a su descripción, y que define en las anotaciones: Ejemplos: cejo: cornisa saliente sobre un cortado a pique en la montaña (VM); cenajo: despeñadero, derrumbadero. ¿Afinidad con el «cejo»? (VM); traspillás: resecas (VM); quijero: lado en declive de la acequia o brazal (DRAE); leganizos: pendientes gredosas y resbaladizas, en los cerros, a veces muy empinadas. De légano, légamo (VM); brazal: hijuela de una acequia (GS). Cauce de riego que toma el agua de una acequia (AS); chentas: crestas de los cerros (VM). Coronamiento de rocas en los picachos, enhiestas o inclinadas hacia adelante (VM); corrental: la corriente (VM). Riachuelo (VM); correntales: correntadas (VM).

O de la vegetación, explicada con términos muy castizos o deformados de acuerdo con el habla: sisca: jisca (VM). Cisca, jisca, carrizo (GS); ababol: amapola flor (VM); alábegas: albahaca. GS y AS dan alhábega. DRAE también como murc.; alcazabas: arcazabas, cañas de maíz; azadares: azadar, flor del naranjo y del limonero (AS).

La vida rural facilita a Medina numerosos vocablos que él explica detalladamente, refiriéndose a ingenios o a trabajos propios del mundo de la Huerta: agüetas: alpechín (GS). Vino que se hace con el hollejo, echándole agua. Aguachirle (AS); almazareta: alpechín (VM); balsa: alpechinera (VM); irse al tallo: modismo con el que se significa la esterilidad de las plantas y árboles, cuando echan poco o ningún fruto, llenándose, en cambio, de frondoso follaje, en el que se va toda la fuerza de la savia (VM); esmuñe: de ordeñar (VM); ñora: noria, máquina de elevar agua (DRAE, murc.); pasturea: pace - de pacer (VM); piñuelo: herraj (chispe en Hellín) (VM); ceñas: noria movida por una o dos caballerías. Aféresis de aceña (AS). Aceña, azuda. Lo mismo que cenia (GS); cornicabra: una variedad de la aceituna (VM).

El mundo de la vivienda también es muy rico, y Medina se emplea en la utilización de términos, ya en desuso. Explica algunos, aunque otros los da como sabidos: alcabor: habitación sobre el horno (AS). Hueco de la campana del horno o de la chimenea (DRAE, murc.); barraca: vivienda rústica construida con atobas y cañas, cubierta de albardín o de cisca, para preservarla de la lluvia (AS); cantarero: poyo de obra que sirve para poner los cántaros con agua (AS); camaranchones: desvanes.

El mundo del trabajo: plato de pie: plato de pie, de barro ordinario (VM); pleita: faja o tira de esparto trenzado en varios ramales, o de pita, palma, etcétera, que cosida con otras sirve para hacer esteras, sombreros, petacas y otras cosas (DRAE); tendío: especie de mantel (VM). Paño de lienzo que cubre la tabla del pan cuando se lleva la masa al horno para que se cueza (AS); tablas: las tablas de los carniceros: grandes mesas donde exponen y venden la carne (VM).

O los enseres del hogar: marguales: aventador de esparto (VM); hogaril: fraile. Canaleta cónica en la pared bajo la chimenea, destinada a chupar el humo (VM); lebrillo: vasija de barro; jarrero: sitio donde se colocan las jarras. Ordinariamente en una armadura de madera (GS); zafa: jofaina (DRAE, murc.), palangana (GS); espetera: tabla de garfios en que se cuelgan carnes, aves y utensilios de cocina, como cazos, sartenes, etc. (DRAE); platera: especie de leja para colocar, de canto, los platos y las fuentes, junto al fregadero. (AS); cobertor: manta o cobertura de abrigo para la cama (DRAE). También los juegos: zompo: peonza (VM).

O el vestido: apargaticos: de alpargate, alpargate (VM); babero: delantal (VM). Pero más bien guardapolvos infantil, babi en DRAE; zaragüelles: especie de calzones anchos y afollados en pliegues, que se usaban antiguamente, y ahora llevan las gentes del campo de Valencia y Murcia (DRAE). Zaragüeles. En la Huerta de Murcia, como en la de Valencia, se usó tal prenda de vestir hasta el último tercio del siglo XIX; pero en la región murciana se empleó la ele y no la elle (AS); rosé: tela del chaleco masculino huertano floreada. No lo da DRAE. Cierta tela de seda (GS).

También es muy rico el campo de los estados de ánimo y el de las acciones, ya que las palabras utilizadas por Medina revelan su variedad y multiplicidad, e incluso dificultad, que él intenta, en muchos de los casos explicar. Es lo que ocurre con actitudes humanas, comenzando por su palabra más famosa: cansera: cansancio excesivo, agotamiento de fuerzas (AS). Cansancio y desaliento grande (GS). Pero también, pesaömbre: pesadumbre (VM); petera: obstinación y cólera en la expresión de algún deseo y principalmente terquedad y rabieta de los niños temosos (DRAE); murria: fam. especie de tristeza (DRAE); fachenda: vanidad, jactancia (DRAE); emperejilá: emperejilar, adornar a una persona con profusión y esmero (DRAE).

Y entre los verbos, en las más diversas formas: llampea: relampaguea (VM); cuajäo: cuajar, granar, nacer y formarse el fruto en árboles y plantas (GS); entapizar: cubrir o revestir una superficie con alguna cosa como cubriéndola con un tapiz (DRAE); esculle: desliza, escapa (VM); hacerla quina: deshacerla, hacerla añicos (VM); perdió: perderla, deshonrarla, desflorarla (VM); esvariando: esvariar, desvariar, delirar (MJD); privá: cautivada (VM): privaba: cautivaba (VM); acöraos: sacrificados (VM). Dar de puñaladas (AS); afincas: De afirmarse (VM). Apoyar, reafirmar (GS); arremanecer: aparecer de súbito. Prótesis de remanecer (AS); blinca: blincar, brincar (GS); carleando: de carlear, jadear (los perros); siente: oye; vido: vio; tresmanan: de rezumarse (VM). De trasminar, rezumar (VM); tuviá: tuviera; resculles: resbalas (VM).

Una de las características más personales y definitorias del estilo de Medina, particularmente en Aires murcianos, es el uso constante del diminutivo que él mismo explica en muchas oportunidades: chispica: en AS chispuja, partícula insignificante de cualquier cosa; mesmico: mismito, de mismo (VM). También mesmo, mesmos; pelufica: pelusita (VM); piacico, piazos: piazo, pedazo (GS); pesaïco: pesadito; pomporicas: de pompa, ampolla de agua y aire (VM); miajica: diminutivo de miaja, pequeña parte del pan o de otra cosa, migaja (DRAE); chavicos: de «ochavo» - llamaban «del moro» a una moneda, morisca según se decía. Toda moneda falsa o extraña pasaba por «ochavo». «Por "chavo" tó pasa» (VM); rejunticos: rejuntos, muy juntos (GS); arrechucico: arrechucho, arrechuzo (VM); abajico: diminutivo, abajo; abonico: en voz muy baja (VM). En voz baja. La Academia lo anota «bonico» (VM); rebonica: rebonico, muy bonito, lindísimo (GS); aislaïca: diminutivo, aislada; alzaïca: de guardar (VM); alantaïca: adelantada, estado avanzado de preñez (VM); arriscaïco: diminutivo, encrespado, enfurecido; asolaïca, asuela: de asolar, exponer al sol (MJD); bonicas: bonico, bonito, lindo (GS); callaïco: calladito; vececica: diminutivo, de vez; tóico: todo (VM); sonico: diminutivo de son.

Los adverbios, las locuciones adverbiales y todo tipo de partículas adquieren también una riqueza muy expresiva, sobre todo cuando leemos las definiciones de Medina: asina: paragoge de así (AS); empués: después (MJD); enantes: antes (GS); entanimientras: en tanto y mientras (VM). Mientras tanto (GS); entavía: todavía (GS); dista: hasta (VM); orre: en orre, a granel (MJD).

También son muy llamativas las expresiones coloquiales o hipérboles: belenes: belén, sitio en que hay mucha confusión. DRAE lo da como fig. y fam. boqueás: boqueada, abrir la boca los que están a punto de morir; encanándose: El «encanarse» se aplica también a la risa y al trompo cuando baila tan veloz que parece inmóvil (VM); azogue: DRAE da «ser un azogue», como fig. y fam., ser muy inquieto, pero en Murcia se dice: «tener azogue», para indicar lo mismo; demontre: interjección, fam. demonio. Para evitar decir demonio; releñe: interjección, releche; de leñe, para evitar decir leche. No lo da el DRAE. risera: risotada, risa prolongada (GS). Más bien, risa colectiva.

Y otras muchas palabras de corte muy popular: esjince: rasguño, herida (VM); espamentera: aspaventera (VM); estrá: desatino (VM); galpá: almorzada, o sea lo que cabe en las dos manos juntas (VM). Almuerza (GS); gelepa: pizca (VM); geta: jeta, fam. cara humana (DRAE); ínten: ínter, ínterin (GS). Instante (VM).

Son estas unas muestras de una actitud y de una intención que hemos de considerar positiva en Vicente Medina. Pero hay que concluir, como señaló Manuel Alvar hace ya muchos años, que la lengua empleada por Medina34 no es dialectal en sentido lato sino castellana con dialectalismos en sentido estricto, como lo es el resto de la poesía española dialectal en nuestro siglo.

Consiguió el autor de Aire murcianos conservar unas formas ya perdidas y las recreó artísticamente, contribuyendo a enriquecer, con esta paciente labor de salvaguarda, el patrimonio lingüístico de la región. Además, dio cuenta de un estado de lengua y anotó a pie de página, cuidadosamente aunque de forma rudimentaria en muchos casos, pero siempre con aciertos intuitivos, todas aquellas palabras que merecían su atención. Y, para completar la tarea, teorizó sobre la lengua y su realidad, de manera que sus juicios, por su indudable autoridad, se convirtieron, como ha asegurado José Perona, en «la voz de un clásico»35. Y terminamos con palabras de Muñoz Garrigós36 que valoró, con rigor científico y con justicia, las aportaciones de Vicente Medina:

Esto es lo que hizo nuestro poeta con el dialecto de su tierra y lo que muy pocos han acertado a hacer después, bien sea porque han buscado su vehículo expresivo fuera de su entorno, bien sea porque lo han tergiversado hasta el punto de despersonalizarlo y restarle autenticidad.



Dicho queda como colofón de este trabajo.





 
Indice