Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
Indice


Abajo

Brillantes

Antonio Buero Vallejo





No sé si será mi primer recuerdo; tal vez un día emerja otro aún más temprano. Es, desde luego, muy remoto: tendría yo unos cuatro años. Lo conté ya, hacia 1979, en una revista americana, pero no, hasta hoy, en España. Lo rememoro ahora con otras palabras. A mi lado, me parece, dormitaba el «Trueno»: un perrillo fraterno con el que yo hablaba a menudo. Ambos, tumbados en el suelo alfombrado. Mi padre escribe en la mesa camilla bajo la luz de una lámpara. Desde el hueco de su cuerpo superior, en la mesa de despacho que mi padre no utiliza en ese momento, refulge en la penumbra la antigua escribanía plateada de dos tinteros, entre los cuales se yergue la estatuilla de un viejo timonel ante un calado respaldo de volutas. Terminan dos de ellas en redondos resaltes extrañamente relucientes y me los quedo mirando, fascinado. Pues veo -no imagino, lo veo con nitidez- que esas dos bolitas son dos pequeños diamantes de facetas exquisitamente talladas. «Papá, súbame» -suplico: yo era muy pequeñín-. «Quiero esos brillantes». Mi padre pregunta: «¿Qué brillantes?» Entre palabras vehementes le señalo la escribanía. Me niega el que tenga dos brillantes engastados. Pero yo los veo con absoluta precisión. Tanto insisto que me levanta en sus brazos y me acerca a las dos mágicas joyas. Las contemplo detenidamente y las toco, desengañado: no son sino dos remates de metal... El incidente es trivial y curioso. Guardaba la primera lección de la realidad correctora de la fantasía. Pero, al tiempo, la insinuación de que el arte es fantasía creadora. Desde entonces he intuido, creo, que, si la verdad de los molinos debe sustituir a la ensoñación de los gigantes, también hay que rastrear incansablemente los fantásticos brillantes que aquéllos esconden. Lo presentí en unos minutos imborrables y comprendo ahora que todo recuerdo es asimismo pertinaz creación.





Indice