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«Cristóbal Colón. Historia del descubrimiento de América», por D. Francisco Serrato1

Cesáreo Fernández-Duro





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El informe que la Dirección general de Instrucción pública ha pedido á la Academia respecto del libro cuyo título y nombre del autor pongo por cabeza, podría limitarse (con una sola reserva) á la confirmación del juicio favorable emitido en el prólogo por D. Roque Chabás, canónigo de la metropolitana de Valencia y literato conocido.

Es obra, la del Sr. Serrato, ajustada á las exigencias de la crítica histórica moderna; discurrida sin otra pretensión que la de formar un compendio popular verídico; compuesta, por tanto, con vista de las primitivas relaciones en parangón de lo más ó de lo principal que últimamente se ha dado á luz al celebrarse el centenario de la invención indiana, y escrita en estilo conciso y llano, sin descender á lo vulgar, pero sin ínfulas retóricas tampoco; sin exageración y sin sentimentalismo; huyendo del terreno sistemático del panegírico como de la sima de la detracción apasionada, lo mismo en lo que atañe á la figura principal grandiosa de la historia del descubrimiento, que en lo respectivo á los auxiliares ó cooperadores que tuvo en la empresa célebre.

El Sr. Chabás rechaza excepcionalmente y corrige una de las deducciones del texto; la de las relaciones amorosas del Almirante con la dama cordobesa, reconociendo, sin embargo, que el autor ha aceptado la creencia general; de modo que es con ésta con la que no se conforma el padrino del libro, «no pareciéndole posible que Colón, á quien vemos religioso toda la vida, protegido por frailes y prelados y ennoblecido por los Reyes, viviese en el fango que se supone, mayormente en los últimos años de su vida, y que tan cercano ya á la muerte dejase de casarse con Doña Beatriz   —536→   Enríquez, ya que, según dice, tanto pesaba para su alma lo que no era lícito escribir en el testamento, y esto lo creía pagado y borrado con proveer que pudiese vivir honestamente.»

En la censura estriba la reserva al principio apuntada. El autor examinó sin duda la controversia larga, en que, no coincidiendo con el juicio del Sr. Chabás, han fallado peritos en Derecho civil y canónico, y filósofos conocedores de las pasiones humanas, á cuyo imperio tiránico no siempre se sustraen la edad, la sabiduría, ni la virtud acendrada. No cabe, pues, tildarle por adoptar opiniones respetables, siquiera las haya opuestas y también dudosas en admitir solución definitiva para el caso, mientras no parezcan documentos con que demostrarla.

Tan injusto fuera señalar como defecto de la obra el modo de narrar el cuarto y último viaje del descubridor, acomodándolo igualmente á lo sabido y dejándolo por consecuencia envuelto en la vaguedad que, por raro que parezca, nadie hasta ahora ha procurado destruir, con ser el estudio ilustrado que de tal exploración pudiera hacerse, de tanto interés para la ciencia, para el conocimiento de los sucesos y de la persona del navegante jefe; porque el Sr. Serrato no se ha propuesto hacer investigaciones nuevas, sino vulgarizar las que están comprobadas, enmendando errores con que muchas se fantasearon.

No hay que decir que errores, ó mejor lunares, se encontrarían ejercitando la paciencia en buscarlos; algunos han de imputarse á la autoridad de historiadores precedentes que les dió arraigo, por ejemplo, el supuesto viaje de Colón á Lisboa el año 1488; otros de apreciación no existieran, de seguro, si la Colección de la Sra. Duquesa de Alba, que tan peregrinos documentos contiene, y la monografía con que el Sr. Altolaguirre ha dado nueva luz á los principios marineros del héroe, se hubieran impreso antes.

Así y todo, como el escrito es, nada, en puridad, neutraliza la impresión simpática que con la sobriedad de la palabra y la rectitud del juicio produce su lectura. El Sr. Serrato ha formado un libro genuinamente español, siendo esta condición que lo distingue y recomienda como obra popular, notable, más que por la dicción castellana, por el criterio opuesto sin jactancia á la   —537→   exótica propensión de deprimir ó infamar á nuestros hombres y á nuestros ideales.

A mi juicio está, por tales razones, comprendido en los preceptos del Real decreto de 12 de Marzo de 1875; la Academia, no obstante, lo decidirá con su elevada estimación.





Madrid, 26 de Mayo de 1893.



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