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El autor en profundidad


Francisco Nieva





Lo que menos se me ocurriría en un artículo de estas características, sería tratar de convencer a nadie con argumentos que denuncien una proximidad afectiva -yo he sentido un real afecto hacia Buero- sino de un modo objetivo y externo, para mejor definir la base material sobre la que se asienta su incuestionable popularidad.

Un corpus dramatúrgico tan dilatado y unitario como es la obra de Buero Vallejo, tiene escaso parangón en nuestros días. En un momento dado, Antonio Buero Vallejo decide exclusivamente ser autor teatral, no se desvía ni un ápice de la línea marcada, y comienza a construir su Escorial, tallado piedra a piedra. La voluntad vocacional de Buero parece inflexible a lo largo de toda su vida. En las letras dramáticas contemporáneas -pero no en la actualidad- existen parecidos ejemplos en Anouillh, en el propio Ionesco, pero Buero es de los últimos en un género muy específico de escritor teatral, que tiende por completo a desaparecer. No es el caso de los novelistas. En el mundo actual, un dramaturgo carece del apoyo social o mercantil necesario para realizar bajo especie teatral una obra que totalice su pensamiento y su estética, al modo que hubo de producirse en Scribe, Ibsen, Labiche, Shaw, Ghelderobe, Benavente... Obras fluviales de muy ancho y largo recorrido. En este sentido parece ser el último clásico español, que ha hecho profusa y exclusivamente teatro desde su mesa de escritor, proveedor de una sociedad que lo siguió con plausible constancia hasta lo último. Su esfuerzo le costó, pero vivió en la tesitura de un escritor anterior y en una sociedad que ya no es la nuestra -por desgracia en muchos aspectos, podríamos decir- donde un autor con no pocos éxitos brillantes a sus espaldas no se puede ver a sí mismo como proyecto vocacional único y exclusivo. En Buero, el caso tiene perfiles un tanto heroicos. Su magnífica resistencia ha sido para todos ejemplar.

Es oportuno decir que en la actualidad el autor que logra mantener en su obra semejante unidad, se dobla o se triplica en empresario, intérprete o director. Exclusivo proveedor de teatro escrito ha sido Buero. Oficio que para él era intuición. Buero ha sido esa figura de «el autor» que cada vez más echaremos de menos, porque nuestra sociedad le escatima inexorablemente un terreno precioso a las letras dramáticas. Nada parece que lo pueda remediar de inmediato.

Hoy, Buero es una dichosa realidad, su teatro una suerte de universidad dramatúrgica, una domada selva argumental, iluminada de pasión dialéctica. Sin Buero, las letras dramáticas españolas del siglo XX carecerían de un hito fundamental en su evolución. Buero encadena de manera muy natural y evolutiva con el mejor teatro del siglo XIX, sin drásticas rupturas de forma -es un clásico por voluntad- pero con un fuerte nexo en la modernidad de temas y conceptos. Se hace entender por un público muy vasto a través de obras de no escasa complejidad. ¿Puede jamás ser un defecto que no hay experimentado nunca frívolamente? Es proverbial su seriedad, muy a pesar de que en su intimidad no careciera de un gran sentido del humor. Hizo conmoverse y reflexionar a un público cuya proclividad a superar la tragedia viene a ser la jarana o el rigodón. Y más tras las conflictivas sacudidas sociales que el país padeció, la desgarradura cultural que estaba sufriendo con el exilio republicano. De no haberse dado la figura de Buero, ¿qué testimonio artístico, de carácter formal, nos hubiera quedado de ese momento de tan lamentable orfandad en las letras hispanas y del teatro en particular? El peso y el volumen de la obra teatral de Buero es, por encima de críticas y rechazos, una inconmovible realidad, cuya referencia histórica ya es bien difícil de eludir.

Cuando una gran figura desaparece, bien nos podemos esperar que se canten a voz en grito, o con oficial desgarramiento de túnica, sus alabanzas, cosa que al susodicho le hubiera estimulado y consolado mucho más en vida. Pero mejor homenaje o recuerdo es analizar la «necesidad» que un público específico tuvo de él en un determinado momento. Ni la crítica más cicatera lo puede excusar. Ese acuerdo es historia y es realidad. Ya no es el autor el que se manifiesta aquí, sino el público. Su público, su sociedad. Y ese público de Buero -el que hizo a Buero- reaccionó ante la situación y a los hechos con extrema nobleza y dignidad. Dignidad estética y juego limpio con el teatro, pasión y sensorialidad hábilmente encauzadas. Cuando un artista hace cuerpo con la historia de su país, y en ella ha dejado su impronta, es cuando mejor descubre su propia dimensión social dentro del arte. «Los tiempos de Buero» fueron tiempos de ventura para el teatro español.

Jamás hizo trampa alguna ni pirueta literaria que lo desviase del generoso propósito de ser «él mismo», bajo especie teatral y serlo «como un grande», en un serio y constante trabajo material, con una absoluta y excluyente dedicación, lo que ha conformado una obra de muy considerable valor y un sólido puntal de nuestra escena contemporánea.





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