Si hay quienes
deseen complacer a muchos varones principales sin ofender a nadie,
el poeta mándase contar por uno de ellos. Y si alguno
hubiere a quien le parezca que le han ofendido gravemente de
palabra, téngalo por respuesta y no por ofensa, pues
él picó primero. El cual, trasladando muchas y
zurciéndolas mal, de buenas comedias griegas hizo malas
latinas. Ese mismo dio a la escena no ha mucho El
fantasma, de Menandro, y en la comedia El Tesoro
representó que aquél a quien le pedían el oro
había de probar cómo era suyo, antes que el
demandante mostrase de dónde tenía aquel tesoro, o
quién lo había puesto en la sepultura de su
padre.
De hoy más,
no se engañe a sí mismo, ni diga entre sí:
«Yo ya estoy bien acreditado: sus críticas no me
alcanzan». Que no se engañe, le digo; y deje ya de
provocar a Terencio. Muchas más cosas podría decirle,
que por ahora callaré; mas si persevera en herir, como lo
viene haciendo, las descubriré después.
Escena
I
|
|
FEDRO,
PARMENÓN.
|
FEDRO.- ¿Pues qué haré?
¿Será bien que vaya ahora que ella de su voluntad me
llama, o será mejor que me esfuerce a no sufrir afrentas de
rameras? Echome y ahora me torna a llamar: ¿Volveré?
No, así me lo ruegue.
|
PARMENÓN.- A fe, a fe que si tú
pudieses hacer eso, nada mejor ni más propio de un hombre.
Pero si lo emprendes y no perseveras en ello firmemente, cuando no
pudiéndolo tú sufrir, sin llamarte nadie y sin hacer
las paces, vinieres a su casa mostrando que la amas y que no puedes
soportar su ausencia, acabado has, no hay más que hacer,
perdido eres. Burlarse ha de ti cuando te sintiere rendido.
|
FEDRO.- Por tanto, tú, ahora que es
tiempo, míralo muy bien.
|
PARMENÓN.- Señor, cuando la cosa
en sí no tiene consejo, ni manera ninguna, nadie puede
regirla ni tratarla con consejo. En el amor hay todas estas faltas:
agravios, sospechas, enemistades, treguas, guerras, luego paces.
Quien cosas tan inciertas pretendiese regirlas con razón
cierta, sería como quien quisiese hacer el loco con buen
seso. Y todo eso que tú ahora piensas entre ti, muy
colérico y airado: «¿Yo... a una mujer que al
otro... que a mí... que no...? Poco a poco;
¡más quiero morir! Ya verá quién soy
yo»; todas estas palabras las pagará ella, a buena fe,
con una falsa lagrimilla, que, a fuerza de restregarse los ojos,
hará ella salir por fuerza, y te acusarás a ti mismo,
y tú voluntariamente le darás de ti entera
venganza.
|
FEDRO.- ¡Oh, qué indignidad! Ahora
entiendo yo cuán gran bellaca es ella, y yo cuán
mísero: y me enfado, y me abraso en su amor, y a sabiendas,
en mi juicio, vivo, y viéndolo yo, me pierdo, y no sé
qué me haga.
|
PARMENÓN.- ¿Qué has de
hacer, sino, pues estás cautivo, rescatarte por lo menos que
pudieres; y si no pudieres por poco, por lo que pudieres, y no
afligirte?
|
FEDRO.- ¿Eso me aconsejas?
|
PARMENÓN. Sí, si eres cuerdo. Y
que no aliadas más pesadumbres a las que el mismo amor se
trae consigo, y que las que él trae, las sufras con valor.
(Indicando a TAIS, que en este momento sale de su
casa.) Pero hela dónde sale la piedra de
nuestra granja; pues lo que nosotros habíamos de medrar ella
lo rapa.
|
Escena
II
|
|
TAIS, FEDRO, PARMENÓN.
|
TAIS.- (Sin
verlos.) ¡Desdichada de mí!
¡Qué recelo tengo no haya sentido mucho Fedro el no
haberle ayer dejado entrar en casa, y no lo haya tomado a otro fin
del que yo lo hice!
|
FEDRO.- (A PARMENÓN.) Todo
estoy temblando, Parmenón, y erizado después que he
visto a ésta.
|
PARMENÓN.- Ten buen corazón, y
allégate a este fuego, que tú te calentarás
más de la cuenta.
|
TAIS.- ¿Quién habla aquí?
¡Ay, Fedro, alma mía!, ¿aquí estabas
tú?, ¿por qué te parabas?, ¿por
qué no entrabas sin llamar?
|
PARMENÓN.-
(Aparte.) Pero del no haberle
admitido, ni palabra.
|
TAIS.- ¿Por qué no me
respondes?
|
FEDRO.- (Con
ironía.) Sí, por cierto; pues tu
puerta me está siempre abierta; en tu casa yo soy el
más cabido.
|
TAIS.- Déjate ahora de eso.
|
FEDRO.- ¿Qué dejar? ¡Oh,
Tais, Tais! ¡Ojalá tú y yo corriésemos
parejas en el amor, y fuésemos iguales en que, o tú
sintieses esto como yo lo siento, o a mí no se me diese nada
de lo que tú has hecho!
|
TAIS.- ¡No te atormentes, te ruego, alma
mía, mi Fedro!, que, en buena fe, no lo hice por amar ni
querer a otro más que a ti, sino que se ofreció
así el caso y no se pudo evitar.
|
PARMENÓN.- Yo creo que de tanto quererle,
como sueles, le echaste a la calle. ¡Pobrecita!
|
TAIS.- ¡Ay, Parmenón!, ¿y
con ésas me vienes? ¡Corriente! (A
FEDRO.)
Pero óyeme a qué fin te mandé llamar
aquí.
|
FEDRO.- Sea.
|
TAIS.- Dime, cuanto a lo primero, ¿este
mozo puede callar?
|
PARMENÓN.- ¿Yo? Muy bien. Pero
mira, con tal condición te lo prometo, que lo que entiendo
ser verdad lo callo y lo retengo muy bien; pero si es cosa falsa o
vana o fingida, luego la digo. Por tanto, si tú quieres que
yo calle, di verdad.
|
TAIS.- Mi madre era de Samos y vivía en
Rodas.
|
PARMENÓN.- Callarse puede esto.
|
TAIS.- Un mercader regalole allí una
muchacha que había sido robada en tierra de Atenas.
|
FEDRO.- ¿Ciudadana?
|
TAIS.- Pienso que sí: cosa cierta no
sabemos. A su padre y a su madre ella nombrábalos; mas su
tierra y las demás señas, ni las sabía, ni
tenía aún años para ello. Decía el
mercader que de los corsarios de quien la había comprado,
había entendido que la habían robado de Sunio. Mi
madre, así que la recibió, comenzó a
enseñarle cuidadosamente toda cosa y criarla con la misma
diligencia que si fuera su hija propia. Los más
creían que era hermana mía. Yo, con aquel con quien
sólo tenía entonces amores, que era un forastero,
víneme aquí; el cual me dejó todo esto que
poseo.
|
PARMENÓN.- Lo uno y lo otro es mentira:
fuera saldrá.
|
TAIS.- ¿Cómo mentira?
|
PARMENÓN.- Porque ni tú te
tenías por contenta con uno, ni él sólo te lo
dio; que mi amo ha traído también a tu casa buena y
grande parte.
|
TAIS.- Así es; pero déjame venir a
lo que quiero. En esto, el soldado, que había comenzado a
ser mi galán, fuese a Caria. Entonces te conocí, y
bien sabes tú después acá cuán en mis
entrañas te tengo, y cómo fío de ti todos mis
secretos.
|
FEDRO.- Tampoco lo callará eso
Parmenón.
|
PARMENÓN.- ¿Qué hay que
dudar en ello?
|
TAIS.- Óyeme, por mi amor. Mi madre
murió allí poco ha. Su hermano es algo codicioso del
dinero; y como vio la moza de buena gracia, y que sabía
tañer, confiando sacar de ella dinero, pónela luego
en venta, y véndela. Por fortuna estaba casualmente
allí mi amigo el capitán, y comprola para
regalármela, sin saber nada de estas cosas y sin tener de
ello noticia. Ahora ha venido, y como ha sentido que también
contigo tengo trato, busca muy de veras achaques para no
dármela. Dice que si él estuviese seguro de que yo le
querré más que a ti, y no temiese que en
teniéndola en mi poder, le deje, holgaría de
dármela; pero que se recela de esto. Aunque, a lo que yo
sospecho, él ha puesto su afición en la doncella.
|
FEDRO.- ¿Ha pasado más
adelante?
|
TAIS.- No: estoy bien informada. Ahora, amor
mío, hay muchas razones por donde yo deseo
atrapársela. Primeramente, por haber sido tenida por hermana
mía. Además, por restituirla y volverla a sus deudos.
Soy mujer sola; no tengo aquí ni amigo ni pariente, y por
esto, Fedro, querría con esta buena obra ganar algunos
amigos. Ayúdame tú, por mi amor, para que mejor se
haga. Deja que por unos pocos días sean del capitán
las primeras veces en mi casa. ¿No me respondes?
|
FEDRO.- ¡Malvada! ¿qué he de
responderte yo con esos hechos?
|
PARMENÓN.- ¡Oh, mi señor,
muy bien! Al fin escociote; eres todo un hombre.
|
FEDRO.- ¡Como si yo no supiera
dónde ibas a parar! Robáronla de aquí
pequeña; criola mi madre como hija propia; fue tenida por
hermana mía; deseo quitársela por volverla a sus
deudos... Todas tus razones vienen a parar en que yo soy el
despedido, y el otro el recogido. ¿Y por qué, si no
porque le quieres más que a mí, y te recelas que
ésa que ha traído te quite un tal amigo?
|
TAIS.- ¿Yo me recelo de eso?
|
FEDRO.- ¿Pues qué otra cosa te da
pena? Di, ¿por ventura sólo él te hace
presentes? ¿Has visto jamás que en cosa que a ti te
tocase haya sido escasa mi liberalidad? Cuando me dijiste que
deseabas una negra de Etiopía, ¿no lo dejé
todo y la busqué? Dijísteme luego que querías
un eunuco, porque no le tienen sino las reinas; hele habido. Ayer
di por arribos esclavos veinte minas. Y con haberme
tú tenido en poco, no me he olvidado de ti; y en pago de
todo esto me desdeñas.
|
TAIS.- No más, amor mío, Fedro;
que, aunque deseo quitársela, y por esta vía entiendo
que se pudiera hacer fácilmente, con todo eso, por no
enojarte, haré lo que tú mandes.
|
FEDRO.- Ojalá tú dijeses de
corazón y con verdad eso de por no enojarte; que si
yo creyese que lo dices con llaneza, a todo me pondría.
|
PARMENÓN.-
(Aparte.) Ya cae; ¡qué
presto le ha vencido con una palabrilla!
|
TAIS.- ¡Ay, triste de mí!,
¿y no lo digo yo de corazón?, ¿qué cosa
me has pedido, aun en burlas, que no la hayas alcanzado? Y yo no
puedo recabar de ti que me concedas siquiera dos días.
|
FEDRO.- ¡Si no fuesen más de
dos!... Pero temo que esos dos días se me vuelvan
veinte.
|
TAIS.- No serán en buena fe más de
dos, o...
|
FEDRO.- ¿O...? No escucho más.
|
TAIS.- No serán más; hazme
solamente esta merced.
|
FEDRO.- En fin, ha de ser lo que tú
quieres.
|
TAIS.- Con razón te quiero mucho. Muy
bien haces.
|
FEDRO.- Yo me iré a la granja, y me
afligiré estos dos días. Resuelto estoy. Debemos
complacer a Tais. Tú, Parmenón, haz que
aquéllos (Aludiendo a los dos
esclavos.) se traigan.
|
PARMENÓN.- ¡A maravilla!
|
FEDRO.- Tais, pásalo bien estos dos
días.
|
TAIS.- Y tú, mi Fedro. ¿Mandas
otra cosa?
|
FEDRO.- Lo que yo quiero es que estando presente
con ese soldado, estés ausente de él; de día y
de noche me ames; me desees, me sueñes, me aguardes, pienses
en mí, en mí confíes, conmigo te huelgues,
toda estés conmigo: finalmente, haz que tu corazón
sea todo él mío, pues el mío es todo tuyo.
|