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Las escuelas sanatorios


El ministro de la Gobernación -dice un diario madrileño- ha dirigido una real orden al Ministerio de Instrucción pública, participándole que se han habilitado los Sanatorios de Oza (Coruña) y Pedrosa (Santander), para albergar durante el verano niños tuberculosos.

Estos irán acompañados de médicos y maestros para ser atendidos en su salud y recibir al aire libre la instrucción necesaria.

Comprendo que, comentando esta noticia, rebaso un poco el límite de mis informes; pero se trata de un asunto tan simpático que no resisto a la tentación.

La escuela al aire libre durante el buen tiempo, la escuela bajo la sombra de los árboles, se multiplica en Europa en beneficio de los niños enfermos o débiles, y durante los dos meses más crudos del verano se identifica con otra institución verdaderamente piadosa: la de los sanatorios infantiles a la orilla del mar.

Mucha gente ilustrada contribuye asimismo a enviar a los niños de las barriadas pobres a alguna playa donde almacenen oxígeno y salud para contrarrestar su ñoñez y su raquitismo.

En días pasados, Francia inauguraba una escuela al aire libre, y dando cuenta de ello un importante diario, decía entre otras cosas lo siguiente, que traduzco:

«Bajo los árboles amigos, en el vasto parque en que canta su canción, entre los rayos de oro, la fiesta del estío, las cabecitas infantiles se inclinan atentas sobre los libros escolares. Y las voces se llevan, alegres, hacia las frondas verdes.

Hay allí ochenta niñas y niños de siete a doce años, en el antiguo establecimiento de los padres de Santa Cruz, en el Vesinet. Bajo la benévola y dulce mirada de cuatro institutrices: las señoras Pilon, Pognon, Martinet y Oyhambedeu, aprenden la bella armonía de nuestra lengua y las aventuras inauditas de nuestra historia.

Son frágiles alumnos y alumnas de la Demarcación 16.ª de París, venidos de la gran ciudad donde los alojamientos son estrechos, donde la atmósfera está viciada, hijos de obreros la mayor parte, que desfallecían en el horno ardiente de la capital, y que ahora, al aire libre, bajo las ramas donde ríe el sol, piden a las plantas erguidas hacia el cielo azul la savia vigorosa de la vida robusta.

-Estamos instalados aquí desde el 30 de mayo -nos decía monsieur Dubois, el director de la escuela al aire libre-. Esta institución, fundada por la Caja de escuelas de la decimasexta Demarcación, posee ochenta pensionados que efectúan una estada de treinta y cinco días.

Pasado este lapso de tiempo, otros vendrán que gozarán a su vez de todos los beneficios de este higiénico sistema de enseñanza.

Aquí practican una verdadera cura de aire, en un paisaje reposador, lleno de verdura y de luz, y siguen estudiosamente los trabajos escolares.

El pizarrón es la calzada arenosa en que la institutriz traza figuras geométricas y plantea problemas.

Gracias a monsieur Antonio Pinson, profesor del Liceo Janson-de-Sailly, y adjunto del alcalde de la decimasexta Demarcación, hemos podido crear esta escuela, en la cual nuestros hijos podrán hacer estudios provechosos y gozar de una floreciente salud.

¡Las cuatro de la tarde! Se oye la señal para el recreo y se produce una loca desbandada a través de las calles de árboles.

Alegres chicuelos trepan a los troncos. Al pie de una encina una niñita rubia sueña con los ojos abiertos hacia el infinito...».

*  *  *

Hay que conceder a los alemanes buena parte del honor que deriva de este entusiasmo por las escuelas al aire libre y por los sanatorios marítimos.

En Charlottenburg, ciudad importante de Prusia, sabemos, por ejemplo, que todo el año se lleva a los niños de las escuelas al campo, a educarse y a higienizarse.

Hay escuelas cubiertas, cobertizos para las meriendas, sitios deliciosos donde los niños estudian prácticamente la Historia Natural.

Y como en España parajes como éstos abundan, el ilustre doctor Tolosa Latour, que tanto ha trabajado por la infancia, no se cansa de proponer la fundación de escuelas-sanatorios a la orilla del mar, como las dos de que hablamos al principio, destinadas a los niños débiles de las escuelas, hospicios y asilos.

»Bosques frondosos -dice-, playas admirables existen en toda la Península española que pudieran competir con las extranjeras; lo que falta es que se avive el amor a la infancia, que se sienta el amor a la patria.

»No desmayen los que desde altas o pequeñas, esferas han contribuido a este movimiento regenerador; no les importen los desvíos de las muchedumbres, ni la indiferencia de los poderosos, ni se lamenten de no obtener la debida recompensa, ni siquiera el testimonio de la pública simpatía; hay que insistir, hay que perseverar. Nada hace tan fuerte al hombre como sentir en el fondo del corazón la certidumbre de haber cumplido con su deber, pudiendo levantar la cabeza y mirar al infinito, de donde viene la luz que alienta y vivifica los cuerpos y las almas humanas».

Hablando el mismo doctor Tolosa Latour de la indiferencia con que se lucha en España respecto de las expresadas fundaciones, dice que se debe al modo como se planteó aquí la lucha antituberculosa:

«En la famosa Asamblea convocada en el Teatro Real no se hizo resaltar lo suficiente la importancia incuestionable que tienen los sanatorios marítimos de toda Europa para destruir en sus comienzos el veneno tuberculoso. Se habló del adulto, se recordaron estadísticas, se proclamó el miedo como elemento defensivo de la sociedad española, y ésta no se percató entonces, ni lleva camino de percatarse, de que lo que convenía hacer era modificar el terreno humano, en vez de combatir exclusivamente el germen.

»De la existencia o no existencia del bacilo de Koch en los enfermos se deducía toda la terapéutica, y especialmente el pronóstico, y se olvidaron un tanto de los centenares de niños que, sin parecerlo, eran tuberculosos, estaban condenados a morir y podían ser peligrosos para cuantos le rodeaban.

»Se preconizaron los dispensarios como el más eficaz y rápido elemento de combate, y al instalarse, con la oportunidad y celo de todos conocidos, colocáronse bajo el patronato de los Reyes y otras insignes personalidades, inaugurándolos el ministro señor La Cierva. Ilustres médicos pusiéronse al frente; jóvenes profesores trabajaron con entusiasmo, y puede decirse que esa forma de policía sanitaria, análoga a la gubernativa, que también se creó con grandes elementos, puso de manifiesto la extensión del mal, las hondas raíces que tenían en la familia y en la sociedad.

»Y de igual modo que con los casilleros policíacos se averigua el número, género, especie y variedades de la gente maleante, sin que por ello se pueda conseguir disminuir la criminalidad, ni aun prevenirla, en tanto que otros organismos no se encarguen de remediar la miseria, perseguir la vagancia, y purificar las costumbres, de igual modo las Juntas de damas y los celosos clínicos, al ver la importancia para atajar el mal, se desesperaron. Se decía a los enfermos: «Tened cuidado de vuestra prole, alimentaos bien, respirad buen aire, tomad determinados medicamentos»; pero el reposo necesario, el aislamiento indispensable, la vivienda sana y los alimentos reparadores, no se les podían proporcionar.

»Nunca se estimará bastante, ni habrá quien pueda elogiar debidamente, los esfuerzos de cuantos cooperan a la labor santa del dispensario. Acusarle de deficiencia es una injusticia. A quienes hay que llevar a diario para que se enteren de lo que ocurre en las clases proletarias es a las insignes personalidades que asistieron a la inauguración.

»Verán niños que viven enfermos y contagiados por padres casi moribundos; observarán casos que causan dolorosos espasmos de angustia en el ánimo de los médicos, que sienten cómo se llenan sus ojos de lágrimas y cómo instintivamente se crispan sus manos ante esos espectáculos lamentables.

»Es, pues, necesario distribuir esas criaturas donde les dé el aire y el sol: llevar la mayoría a las orillas del mar, donde a fuerza de paciencia se curan las gravísimas lesiones orgánicas que ahora no pueden ser admitidas en esos sanatorios que acaban de crearse.

»Los que desde hace diez y ocho años vienen luchando en la oscuridad, sin elementos apenas, amparados por la caridad cristiana, sufriendo desdenes de todo género al tratar de crear estos centros benéficos en España, reciben a diario, en la actualidad, peticiones para numerosos enfermitos que no pueden admitir por falta de medios en el modesto sanatorio fundado en la costa gaditana.

»¿Cómo han de tenerlos, cuando el Estado tiene que apelar a la cooperación de los hombres de buena voluntad?

»Hora es ya, pues, de que sin lamentaciones estériles ni recriminaciones enojosas, volvamos la vista a la realidad y se diga a los españoles de toda procedencia, ricos, pobres, obreros e intelectuales, que la salvación de la raza estriba en llevar a los niños al aire, al sol, al mar».

*  *  *

¿Y en México, los pobres niños de los barrios, la infinidad de criaturas tuberculosas, raquíticas, ñoñas, en quienes la degeneración ancestral produce efectos tan lastimosos, tendrán sus sanatorios algún día?

Estoy seguro de que pronto podremos responder afirmativamente a esta pregunta.

Sé que, además de la solicitud que a usted, señor ministro, le merece todo aquello que se refiere al idóneo acondicionamiento de los edificios para escuelas y a las escuelas al aire libre, el señor vicepresidente de la República y ministro de Gobernación, señor Corral, se preocupa también de la importante parte que en este asunto le concierne, y, por lo tanto, no está lejano el día en que algo bello y práctico se haga en favor de los miles y miles de niños en quienes está en botón el mañana de la Raza.