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Notas para una historia de la Egiptología en España (II)1

Francisco J. Martín Valentín



[Texto publicado en Instituto de Estudios del Antiguo Egipto.]




ArribaAbajoAbstract

This paper is the second of the series «Notes for a history of the Egiptology in Spain» and collects various data and news of travellers and Spanish personalities related to the ancient Egypt until the XIXth century, from Emperor Trajanus to Eduardo Toda y Güell.



El mundo del Egipto antiguo ha estado vinculado a la tradición española más de lo que vulgarmente se conoce, aunque sensiblemente menos de lo que, por afinidades culturales e históricas, hubiera sido de razón. Es este el motivo para llevar a cabo un corto paseo por la memoria histórica de los españoles de todos los tiempos hasta las postrimerías del siglo XIX, y mostrar que España también estuvo, a su modo, presente en la gran aventura del amor y conocimiento por el antiguo Egipto y su grandiosa civilización.






ArribaAbajoLos españoles y Egipto en la Antigüedad

No es demasiado sabido que dos célebres emperadores romanos nacidos en Hispania, Marcus Ulpius Traianus (Trajano, 53-117 de C.) y su primo y sucesor, Traianus Hadrianus Augustus (Adriano, 117-138 de C.), fueron dos enamorados del país del Nilo, dejando a lo largo y ancho del Valle y el Delta monumentos e inscripciones dedicados a los, ya entonces, antiquísimos dioses de Egipto.

Trajano desarrolló una muy activa labor constructiva, sin visitar materialmente el suelo de Egipto.

Sabemos que bajo sus órdenes se reabrió un antiguo canal que unía el Nilo con el mar Rojo2. Aunque sólo se han encontrado inscripciones con su nombre en cartuchos faraónicos en Ajmin3 y en el templo de Deir El Sheluit4, cerca de la actual Malkata sur, sus obras se pueden considerar como de gran envergadura, pues construyó la célebre fortaleza de Babilonia cerca del futuro Cairo, que eclipsaría los restos de la ya muy decadente Heliópolis5.

Trajano fue especialmente activo en la zona de Dush6 y agrandó el templo de Kalabsha dedicado al dios meroítico Mandulis7. En la antigua Tebas ordenó construir un templo a Serapis, aunque su auténtica obra emblemática fue el célebre kiosco que conocemos con el nombre de nuestro emperador, existente en el recinto de la Isla de Filé, junto al templo de la diosa Isis8.

Allí, Trajano está representado con atuendo faraónico oficiando ante la santa familia de Filé, Osiris, Isis y Horus. De igual modo, se puede leer su nombre en el muro exterior del recinto interior del templo de Kom Ombo, dedicado a Sobek, el dios cocodrilo y a Horus el Grande (Haroeris)9.

El Kiosco de Trajano

El llamado Kiosco de Trajano. Isla de Filé

El templo de la diosa Hat-Hor de Denderah acogió la asimilación cultural de la emperatriz Plotina, su esposa, a la diosa Hat-Hor, mientras que el propio Trajano era asimilado a Ihi, el hijo divino, en el Mammissi de esta sagrada edificación10. El templo del dios Jenum en Esnah también se benefició de la piedad del emperador Trajano por los dioses de Egipto11.

Con ser grande la atención dedicada por Trajano a la parte de su Imperio que representaba el Valle del Nilo, su sucesor, Adriano le superó, si no en monumentos, sí en su especial devoción por lo egipcio, que le llevaría a transportar a Tívoli desde Egipto numerosas obras de arte para ornato de su Villa imperial.

Más concretamente, sabemos que Adriano visitó Egipto en el año 130 de C., desembarcando en el mes de agosto en Pelusium12, uno de los puertos de la ciudad de Alejandría. Es muy conocido que mandó edificar la ciudad de Antinoópolis (actualmente Sheij Abadé), en honor de su favorito Antínoo13.

Los Colosos de Memnón

Los Colosos de Memnón

De su estancia egipcia hay que destacar la visita del emperador al llamado Coloso de Memnón; la enorme estatua norte del rey Amen-Hotep III que, con su pareja, está situada delante de los restos del fabuloso templo funerario que el rey se había hecho construir en la zona hoy denominada Kom el-Heittan14.

Sabemos con precisión que esto sucedió el día 19 de noviembre del año 130 de C.15, aunque los textos parecen contradecirse, a propósito de si el emperador consiguió o no consiguió oír cantar a la estatua que, creían, representaba al hijo de la Aurora.

Sabemos con certeza que la Emperatriz Sabina, esposa de Adriano, oyó los lamentos del Coloso norte, el día 20 de noviembre del 13016.

Así nos lo reseñan diversas inscripciones hechas con tal motivo en uno de los Colosos:

«Julia Balbilla, (cuando Augusto Adriano oyó a Memnón).

Memnón el egipcio, había oído decir, calentado por los rayos del sol, hacía oír una voz que salía de la piedra tebana. Lo oyó Adriano, soberano rey, antes que brille el sol, y le saludó como podía. Pero cuanto Titán, lanzándose en los aires con sus blancos caballos, mantenía en la sombra la segunda división de las horas, se hubiera dicho que se golpeaba un instrumento de cobre, y Memnón emitió de nuevo un grito agudo; como saludo, emitió de nuevo un sonido por tercera vez. Entonces el Emperador Adriano prodigó los saludos, él también, a Memnón, y, sobre la piedra dejó para la posteridad versos que muestran todo lo que él había visto y oído. Apareció claramente a todos que los dioses le amaban».


Ver Bernard, A., y E., op. cit. 1960. Inscrip. n.º 28.                


O esta otra:

Día 20 de noviembre del 130.- «Ya que el primer día no hemos oído a Memnón. Ayer Memnón ha guardado silencio para recibir al esposo, a fin de que la bella Sabina vuelva aquí. Pues estás encantado por la belleza digna de amarse de nuestra reina. Pero a su llegada, lanza un grito divino por temor de que el rey no vaya a irritarse contra ti: demasiado largo tiempo, en tu audacia, habías retenido a su augusta y legítima esposa. También Memnón, temiendo el poderío del gran Adriano, emitió rápidamente un grito, que ella escuchó, no sin regocijo». Ver Bernard, A., y E., op. cit. 1960. Inscrip. n.º 30.

En estas inscripciones se revela la fascinación que los Colosos de Tebas ejercían sobre los emperadores y su séquito, y el respeto con el que se acogían los relatos de los últimos sacerdotes egipcios que conocían a través de los escritos de tradición milenaria, depositados en las bibliotecas de los templos, las historias y mitos que rodeaban a estos mágicos restos del pasado esplendor de Egipto.

Una vez escuchado el prodigio, el emperador y su esposa abandonaron la antigua Tebas a finales de noviembre, para encaminarse a Oxyrrhyncos y Tebtynis, yendo después a Alejandría de donde partirían para Siria a principios del año 131.

El emperador dejó sus inscripciones y monumentos en Armant17, Athribis18, Bubastis19, Oasis del Jarga20, Deir es Sheluit21, Denderah22, Esnah23 y Filé24, mandando construir en el año 137 la llamada «Vía Adriana», para unir Antinoópolis con la ciudad de Berenice25.

Alrededor del año 382 de C. otro personaje de origen hispano visitó Egipto. Se trata de la monja Egeria26 que, desde la provincia de Gallaecia, en el noroeste de la Península Ibérica había partido unos años antes de viaje hacia Costantinopla y Jerusalén. Debió emprender el viaje hacia el valle del Nilo después de pasar la Cuaresma en la ciudad santa27.

Llegó a Alejandría por mar desde Cesarea. Allí parece que se detuvo unos días partiendo después hacia Nitria y la Tebaida. De camino, paró en el Uadi Natrum para contemplar la vida monacal que allí se practicaba entonces. Es seguro que llegó hasta la antigua Tebas y contempló monumentos faraónicos de la ciudad aunque no nos ha dejado relato de sus experiencias en este sentido. Desde el Sinaí, su siguiente etapa, volvió a Egipto, a Pelusium28, para embarcar desde allí de nuevo hacia Cesarea.




ArribaAbajoEl siglo XVIII

Con posterioridad a estos acontecimientos, habría que esperar hasta la baja Edad Media para recuperar la presencia de españoles en Egipto y, dado que aquí se trata únicamente de considerar dicha relación desde el punto de vista de la egiptología, debemos obviar las propias y específicas personalidades del Islam español, muy vinculadas en ciertas zonas como el reino de Murcia a la ciudad de Alejandría, (pensemos a título de ejemplo en el venerado santón murciano Abu el Abbas el Mursi, que se encuentra enterrado en la mezquita que lleva su nombre en esta ciudad egipcia), o las de esporádicas visitas de embajadores de los reyes de Castilla y León, o de Aragón al Sultán de Egipto.

Desde el expresado punto de vista, será ya en el siglo XVIII, cuando aparece en nuestra historia un curioso personaje, el Conde de Esneval, General del Rey de Dinamarca, que ofreció a la Corona de España, tras haberlo hecho sin éxito en la Corte Pontificia, el proyecto de anexión de las regiones del Alto Egipto, para controlar las rutas del mar Rojo con todo su comercio29.

En efecto, el 16 de marzo de 1743, obtuvo una autorización para armar buques y navegar con bandera española, y una carta credencial del Rey Felipe V dirigida al Emperador de Etiopía, en la que se reconocía a Esneval la condición de embajador30.

Tras múltiples dificultades, (pues antes de zarpar y ya armados dos buques fue detenido e ingresado en la cárcel), se hizo a la mar, pero en lugar de dirigirse al mar Rojo, optó por dedicarse al corso, siendo capturado primero y, después, puesto en libertad por los ingleses.

De este modo se terminó una aventura que lamentablemente nunca debió haberse emprendido. Sin embargo, no podemos dejar de pensar que, de haber sido bien concebida y ejecutada, habría puesto a España en privilegiada situación de salida para ocupar posiciones en el mundo de la egiptología que estaba por nacer.

En nuestro país hubo también intentos de investigación del mundo misterioso de los jeroglíficos, cuando otros investigadores y eruditos buscaban, a su vez, la solución al enigma en diversos lugares de Europa. Así debemos mencionar a Lorenzo Hervás y Panduro, filólogo y jesuita (1735-1809), quien en sus obras consideró el mundo del Antiguo Egipto, asumiendo la teoría, ciertamente errónea, del origen alfabético de la escritura egipcia que, suponía derivada de la utilizada por los hebreos31.




ArribaLos españoles y Egipto en el siglo XIX

De otra parte, el siglo XIX, vio con su nacimiento la presencia del primer español, que sepamos, en tierras de Egipto, que observa y describe, aunque sea muy someramente, algunos monumentos faraónicos de Alejandría y de las inmediaciones de El Cairo. Se trata de Domingo Badía y Leblich, quien bajo el seudónimo de Ali Bey El Abbassí, visitaría diversos países del Norte de África y del Medio Oriente. Ali Bey nos dejó sus impresiones en su diario de viajes, publicado bajo el título de época «Viajes del Príncipe Ali Bey El Abbassí en Marruecos, Trípoli, Chipre, Egipto, Arabia, Siria y Turquía, etc... »32.

También en el mundo de los buscadores de antigüedades, los excavadores y traficantes que, durante la primera mitad del siglo XIX, practicaron sin rebozo el despiadado saqueo de las necrópolis y ruinas del antiguo Egipto, existió una representación española. Nuestro hombre, un judío sefardita, llamado Salomón Fernández33, que residió en Egipto entre los años 1830 al 1860, se dedicó de modo intensivo a la búsqueda de restos egipcios que poder vender luego a buen precio. Competidor de Mariette, nos cuenta Eduardo Toda, habitaba una casa en Guiza que estaba «llena de esfinges, dioses y lápidas», fruto de sus rapiñas en la necrópolis de Sakara34.

De hecho, se cree que fue Fernández, y no Mariette, quién descubrió y vendió a este último en el año 185435, el célebre Escriba Sentado del Museo del Louvre por el módico precio de ciento veinte francos franceses de la época, sin duda pagados en buenas monedas de oro36. En todo caso su colección de antigüedades fue famosa y ponderada por eminentes egiptólogos como John Gardner Wilkinson, quien la examinó en 1830, o Karl Richard Lepsius, quien lo hizo en 184537.

Además, hubo una serie de viajeros que, durante la segunda mitad del siglo XIX, visitaron la tierra de las pirámides con motivo de la apertura del Canal de Suez. Esta espectacular obra de ingeniería llamaría vivamente la atención y despertaría la codicia de las potencias europeas. En este contexto ciertos integrantes de la burguesía española viajaron a Egipto para presenciar la fastuosa inauguración de la vía de unión entre los dos mares, el 17 de noviembre de 1869, bajo el reinado de Jedive Ismail, a la que, por cierto, acudió en representación de la Armada española la fragata de combate La Berenguela38. Estos viajeros dejaron reflejadas sus impresiones en libros de viajes cuyo contenido no recoge, en general, excesivos datos de importancia en relación con el mundo de la egiptología, pero que, no obstante ello, tienen el interés documental suficiente como para reconocerles su hueco y lugar en el relato de la presencia española en Egipto39. Por ejemplo, La Novela del Egipto, viaje imaginario á la apertura del Canal de Suez, editado en Madrid en 1870, recoge de forma novelada el viaje de don José de Castro y Serrano al valle del Nilo en el año 1869. Con idéntico motivo y en el mismo año apareció editado también en Madrid el libro de don Lárazo Bardón y Gómez, titulado «Viaje a Egipto con motivo de la apertura del Canal de Suez... »40.

Otro viajero que refleja abundantes impresiones de Egipto, incluso del Egipto faraónico fue don Narciso Pérez Reoyo, quien en su obra Viaje a Egipto, Palestina y otros países de Oriente (Lugo, 1882), relató las impresiones de su experiencia egipcia durante el año 187541.

Pérez Reoyo nos describe las ruinas de la antigua Heliópolis con las siguientes palabras: «... esta aldea está situada en el centro de verde y feraz llanura cerca de las ruinas de la antiquísima An de los egipcios, la On de los hebreos, la sacerdotal Ra, la ciudad del sol por excelencia, la magnífica Heliópolis de los griegos, cuna de... Manethón, historiador de Egipto. En su insigne colegio estudiaron Pitágoras, Solón, Platón, Eudoxio y otros sabios y filósofos ilustres, y verosímilmente Moisés, que fue iniciado en toda la sabiduría de los egipcios. Créese que Sesostris decoró la entrada de su gran templo, dedicado al culto del astro rey, con dos obeliscos de 120 codos de altura por 8 de base, que Augusto llevó a Roma. Cambises la anuló casi completamente. La reja del arado, nivel de tantas ruinas, allí amontonadas por la depredación de cien conquistadores, ha borrado hasta el cimiento de sus ostentosos templos y palacios, sobre cuyos solares verdeguea al sol inmenso manto de legumbres y gramíneas. Restos de muros, de problemático origen, y una preciosa aguja monolita de granito rojo, de 20'75 metros de altura, y ancha de 1'84 por lado en la base, firmemente asentada, es cuanto queda de tantos esplendores. Dicha aguja, la más antigua del Egipto, remóntase a más de cuarenta centurias, y, según la inscripción repetida en sus cuatro frentes, fue erigida por Osortasen I, de la segunda dinastía tebana (la XII de Manethón)». Pérez Reoyo, N., op. cit. 1882, 128-129.

Nos describe también las pirámides de Gizeh con extremados detalles de sumo interés; así, refiriéndose a la de Kheops nos cuenta:

«Una hilada de frente N. nos condujo al ingreso de la pirámide, formado de enormes piedras en la línea central de sus aristas a unos 20 metros de la base, y, tras reposo breve a la fresca sombra, penetramos en sus antros misteriosos, precedidos de los árabes que, con antorchas nos alumbraban, y llevando cada cual la nuestra. Descendimos desde luego por una galería extensa, cuadrada, lóbrega, angosta y resbaladiza, con pendientes de 45 grados, que conduce a un pozo, perforado en el seno de la roca en que el coloso se asienta, y desde la base de éste subimos por otra más declive a la cámara del Rey, nominada asimismo cámara del sarcófago.

Dicha sala, admirablemente construida en planos rectos de brillante granito rojo, constituye un rectángulo de 10'33 metros por 5'34 y 5'8 de altura, y se abre a 43'50 de la base y a 94'50 de la cúspide, pasando contiguo a su entrada el eje vertical de la pirámide. En el centro contiene un inmenso sarcófago de igual materia que los muros, con la tapa rota, y, como estos, absolutamente desprovisto de jeroglíficos y adornos...

Perpendicularmente sobre esa cámara y entre sí hay cinco más pequeñas, en las cuales el coronel Vuse encontró el nombre de Jufu, que equivale al de Cepos, y debajo a 21'50 metros, más desviada al N., la llamada, sin que se sepa la razón, cámara de la Reina, que jamás contuvo sarcófago».


Pérez Reoyo, N., op. cit. 1882, 146                


Sus observaciones se centran también en las otras dos pirámides de Gizeh, en las de Abusir, la de Médium, la de Dashur y la escalonada. Visitó el Serapeum, y parte de la necrópolis norte de Sakara42. En suma, sus notas de viaje reflejan una muy interesante serie de datos arqueológicos, no desdeñables para la época en que se dieron a la publicidad en nuestro país.

Pérez Reoyo, llegó a conocer personalmente a Mariette Bey de quien trasladó las siguientes impresiones: «Holgámonos de haber conocido a tan simpático e ilustre personaje (se refiere a Tonino Salomone Bey, privado del Jetif de Egipto, Ismail), y acreció nuestra satisfacción cuando, al salir, vimos á Mariette-Bey, que llegaba á visitar al Jedive. El sabio egiptólogo es grueso y de mediana estatura, mas de hermosa cabeza con barba y cabello blanquísimos... ». Pérez Reoyo, N., op. cit. 1882, 176.

Resulta especialmente curioso el Plano de las Pirámides que, dibujado de su propia mano, inserta el autor en su obra.

El nacimiento de la egiptología en España se produciría, no obstante, apenas dos años más tarde, cuando en el año 1884, llega a Egipto D. Eduardo Toda y Güell. Este hombre, diplomático y abogado, realizaría durante su estancia en el país del Nilo, entre los años 1884 y 1886, una labor de observación y exploración de la mano de su buen amigo, el francés Gaston Maspero, que le llevaría a participar en el hallazgo y apertura de una de las poquísimas tumbas intactas que se han descubierto en Egipto. Se trataba de la tumba de Sen-Nedyem, Jefe de Artesanos y padre de una numerosísima familia, que vivió en la ciudad de Deir El Medina, durante el reinado de Ramsés II, el célebre faraón de la Dinastía XIX43.

Toda captó perfectamente la esencia del antiguo Egipto, que estaba presente en el propio mundo egipcio que este español conoció a finales del siglo pasado.

Casi al término de su obra A través del Egipto, donde resume sus reflexiones y experiencia, se encuentra este hermoso pasaje que reproduzco:

«... Así siguió Philae hasta el año 560. Justiniano quiso destruir la religión egipcia, y al efecto envió a la isla al general Narsés de Persamenia para que arrebatara las imágenes de Isis que había en aquellos templos y las remitiera a Constantinopla. La orden fue cumplida, y entonces acabó oficialmente el culto de los dogmas osirianos en Egipto. Pero, ¿ha sido desterrada su religión de la conciencia popular?

Ligereza sería el afirmarlo. Preguntad al nómada beduino de la región de Xellal por qué crece el río en determinadas épocas del año, y oiréis que Isis llora desde el cielo su ausencia de la pintoresca isla. Decidle qué destino cree le está reservado a la hora de la muerte, y os responderá que el tribunal de los jueces con su misericordia le permitirá navegar en la barca del Sol. Vivas están aún todas las tradiciones, perennes muchos recuerdos, arraigadas algunas creencias de los antiguos dogmas. Que no se extingue fácilmente en la tierra una religión que vivió siete mil quinientos años».


Toda y Güell, E., op. cit. 1889, 417.                


Con la presencia de Toda se cierra la serie de personajes que, desde España miraron hacia la luminosa tierra de Egipto, con la visión naif y romántica de los pioneros de la egiptología. Ciertamente, detrás vinieron y siguen haciéndolo personalidades como D. José Ramón Mélida y muchos otros que se incorporaron en nuestro país al mundo del estudio del Antiguo Egipto, su civilización y sus costumbres, pero el relato de sus trabajos excede del límite de este artículo. Estas breves líneas tienen la intención de ayudar a descartar nuestra idea de la total ausencia de España e indiferencia de los españoles respecto de este maravilloso mundo.

Tan solo nuestras seculares cuestiones internas y la preocupación sentida por el desmoronamiento de las colonias americanas (el fin de un mundo antiguo para la antigua España), fueron los responsables del aparente alejamiento de nuestro país (ocupado en resolver su decadencia interna) de la investigación del mítico mundo de los faraones. Esto sucedió en los años que vieron el nacimiento y desarrollo de la egiptología en manos de otras naciones más jóvenes y vigorosas que la nuestra.





 
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