142.
Juan de la Cueva, Tragedia de la Muerte de Virginia y Apio
Claudio. Representáse esta tragedia en la huerta de
Doña Elvira por el excelente e. ingenioso representante
Pedro de Saldaña, etc. La escena es en Roma y en Algido:
la duración de la fábula indeterminada y de
pocos días: la acción acaba en la tercera jornada,
y se dilata inútilmente en la que sigue, con detrimento
de la unidad y del interés: la pintura de los afectos
es generalmente débil: Marco Claudio, confidente del
decenviro, habla a veces con el decoro que corresponde al
género trágico, y a veces incurre en bajezas
imperdonables. Entre los personajes hay un escribano que
ni por el nombre que se da a su oficio, ni por el estilo
que usa en sus escritos, pertenece a la tragedia ni a las
costumbres romanas. Véase como se explica:
Preguntado Apio Claudio, que presente
está en la cárcel en prisiones puesto,
si
conoce a Virginio que está ausente,
dice que sí:
y replicando en esto
qué tiempo habrá, responde
llanamente.
que no te fue tal hombre manifiesto,
sino
desde que Marco su criado
la esclava ante él por
pleito ha demandado.
Tornado a preguntar si conocía
a Virginia, declara que en su vida
la vio, etc.
Sentencian
los jueces que Apio Claudio muera en la prisión, y
después sea arrojada su cuerpo al Tíber, y
cometen la ejecución de la sentencia no menos que
a un edil. Esto supone demasiado olvido de la historia y
de las costumbres de las naciones. A pesar de estos y otros
defectos puede asegurarse que esta tragedia es la menos mala
de las cuatro que existen de Juan de la Cueva.
Comedia
de El Príncipe tirano
143. Comedia de El Príncipe
tirano. Representose esta comedia la primera vez en la huerta
de Doña Elvira en Sevilla por Pedro de Saldaña,
etc. Fábula llena de atrocidad y absurdos Las parcas hilan la vida de la princesa en un rincón del jardín,
mientras el príncipe hace a Trasildoro que abra una
sepultura profunda para enterrar en ella a su hermana luego
que la mate. Viene la princesa, el príncipe le da
de puñaladas, las parcas cortan el hilo de su vida,
pero no se acuerdan de hilar ni cortar el de Trasildoro,
que muere también a manos del príncipe y le
entierra con su hermana, todo a vista del espectador: la
furia Aleto, los tormentos que da el príncipe a su
amo y a su ayo para que declaren lo que ignoran, la mina
que hace Gracildo en pocas horas para salir por ella de la
prisión, las sombras de la princesa y Trasildoro que
persiguen al rey y al príncipe, los conjuros de Cratilo
(mágico y grande del reino de Colcos), que las hace
declarar a qué son venidas, todo es atropellado, inconsecuente,
inverosímil, imposible, horrendo, ajeno del teatro:
el rey manda que saquen de la prisión al príncipe,
y puesto en un serón tirado de dos caballos le lleven
arrastrando por las calles de la ciudad con el pregonero
delante, y llegado al suplicio de corte el verdugo los pies,
las manos y la cabeza, que le descuartice, y dejando clavada
en un palo la cabeza en medio de la plaza, se coloquen los
cuartos en los caminos públicos de donde nadie pueda
quitarlos pena de la vida. Después de arreglado por
el rey este ceremonial se escapa el príncipe de la
cárcel: los grandes instan al rey en su favor, y éste
por no quedar sin sucesión todo lo olvida, le perdona
con imprevista clemencia, y le hace jurar como heredero legítimo
del trono: agri somnia.
Tragedia de El Príncipe
tirano
144. Tragedia de El Príncipe tirano. Esta
tragedia representó Pedro de Saldaña la primera
vez en Sevilla en la huerta de Doña Elvira, etc. Esta
pieza es una segunda parte de la anterior: en ella se abandonó
el autor a todo género de extravíos: el carácter
del príncipe es uno de aquellos que no existiendo
en la naturaleza, no son admisibles en el teatro. «Los retratos
del vicio (dice Montiano hablando de este personaje fantástico)
han de ser adaptables a lo que se ve, a lo que se oye o a
lo que puede haberse leído; porque si trascienden
de estos límites conocidos y trillados, todo lo que
se arrima al exceso o a la ponderación hace perder
la justa medida que requiere la fábula en sí
y en cualquiera de sus partes para ser proporcionada a las
respectivas pasiones de lástima y terror, sin cuyos
requisitos corre aventurada la tragedia, y expuesta a que
se malogre su fin, engendrando en lugar de aquellos afectos
incredulidad e indiferencia, que son los contrarios que más
la destruyen». La aparición del reino de Coleos es
uno de los delirios más absurdos en que pudo incurrir
el autor, usurpando esta ficción a la poesía
física y aplicándola al teatro, en donde nada
se sufre que sea imposible de suceder. Si en otras piezas
de Juan de la Cueva suele hallarse entre muchos defectos
alguna cosa digna de elogio, en la presente todo está
mal imaginado, mal combinado y mal escrito. Adviértase
que en Colcos se usaban pajes, contadores, maestresalas,
secretarios y letrados: al rey se le daba el título
de majestad; se celebraban cortes cuando convenía,
y en palacio había besamanos. ¿Por qué había
de respetar la historia el poeta que atropelló con
todo lo demás?
Comedia de El Viejo enamorado
145.
Comedia de El Viejo enamorado. Esta comedia representó
Pedro de Saldaña la primera vez en Sevilla en el corral
de Don Juan... Es comedia digna de mucha memoria, considerada
la moralidad de ella, etc. Las primeras escenas de esta comedia
anuncian una fábula regular, pero antes de acabarse
la primera jornada ya se echa de ver que el autor perdió
el tino y acudió al acostumbrado registro de sus nigromantes,
furias, deidades y fantasmas alegóricas, encantos,
vuelos, transformaciones, hundimientos y cuantos desatinos
de este género pudo sugerirle su destemplada fantasía.
Las desigualdades y extravíos del estilo corresponden
perfectamente a la irregularidad de la pieza.
Tragedia
de Atila furioso
146. Cristóbal de Virués.
Tragedia de Atila furioso. Se divide en tres jornadas. La
reina, mujer de Atila, perdida de amores por Flaminia (dama
del rey en traje varonil con nombre de Flaminio): Gerardo,
amante de la reina: otra reina prisionera, llamada Celia,
de quien Atila se enamora: Flaminia, que trata de perder
a la reina mujer de Atila para casarse con él después:
diálogos de amor y situaciones cómicas, ronda
nocturna, balcón y escondites. Atila, avisado por
Flaminia, sorprende a la reina en un mal paso, y a ella y
a Gerardo los mata, casándose inmediatamente con Celia
su prisionera: Flaminia celosa da un veneno al rey que lo
vuelve loco, y en sus primeros furores mata a Celia su nueva
esposa: sale frenético a la escena, ahoga a Flaminia
y él cae muerto. De estas situaciones y afectos se
forma el complicado enredo de esta fábula, que ni
es comedia, no obstante las muchas ridiculeces que contiene,
ni es tragedia, aunque en el curso de ella perecen unas cincuenta
y seis personas, sin contar en este número la tripulación
de una galera quemada, de la cual no se dice cuántos
individuos iban en ella. El carácter de Atila es de
aquello que no se ve jamás: al capitán y tripulación
de una galera apresada por los suyos los manda meter en otra
galera y que le peguen fuego en medio del río para
que sirva de diversión al pueblo; a un gobernador
de Ratisbona, que había sido visitador de Nuremberga,
le manda ahorcar de una almena: a tres hermanos que habían
hallado medio de sacar a su padre de la cárcel, donde
hacía seis años que estaba por no poder pagar
seis mil ducados que debía a la real cámara,
los manda descuartizar: a un embajador romano que le había
hablado con poco respeto le manda cortar las orejas y las
narices, y a unas cuarenta y cinco mujeres que se habían
defendido en un fuerte hasta que el hambre les obligó
a rendirse, las manda atar de dos en dos y ponerlas en lo
alto de una torre para que se mueran allí de necesidad.
Presentándolo a Guillermo, rey de Esclavonia, vencido
y prisionero, Atila, deseoso de que muera como corresponde
a su alta dignidad, manda que le echen a los leones: Guillermo
le pide misericordia, pero inútilmente, y el alcalde
le conduce a la leonera. A estos rasgos de brutalidad y a
los ridículos e indecentes amores de la reina, de
Flaminia, de Gerardo y de Atila, sigue la furia de este,
que a Montiano pareció que está pintada con
viveza y naturalidad, siendo a mi entender lo más
necio de todo. El que entienda el arte podrá decir
si los siguientes versos declamados en el teatro, no son
más a propósito para excitar la risa de los
oyentes, que para inspirarles maravilla y terror.
Formados escuadrones representen
al enemigo la batalla, y talen
el campo todo donde están
las naves,
y la caballería en tropas trote
por
el inmenso globo de la luna...
Mis entrañas son
fuego del infierno,
el vino es el amor de nuestras bodas,
la dulce copa ya no es copa, es capa,
Escapase del alma
y del infierno,
y del ruego, y de amor, y de la boda...
Armas son esas para mí ridículas:
¿Víboras
me arrojáis, culebras y áspides?
Con el aliento
solo yo consúmelas.
Ministros fuertes de la esfuerzo
y ánimo,
capitanes, soldados, armas, máquinas,
militares, bravísimos ejércitos,
antrófagos,
lestrigones y cíclopes,
mundos, infiernos, manos
mías sólidas
mas que diamantes, y mas fuertes
y ásperas,
dadme aquí montes de pesantes
pórfidos
con que sepulte estos gigantes pérfidos.
Viértase, corra la sangre,
no quede persona viva:
todos mueran, nadie viva:
todo el mundo se desangre.
No dude el lector que en trecientos cincuenta versos que
recita el furibundo Atila, hallará iguales o mayores
disparates que los que acaban de citarse.
1581
Comedia de La Libertad de Roma por Mucio Scévola
147. Juan de la Cueva. Comedia de La Libertad de Roma por
Mucio Scévola. Esta farsa representó Alonso
de Capilla, ingenioso representante. en las Atarazanas en
Sevilla, etc. De cuatro jornadas que tiene esta comedia sobran
las tres: por consiguiente la aparición del dios Quirino,
las furias, el desafío de Espurio y Bruto, la operación
de cortar a Sulpicio, coran, populo, las orejas, una mano
y las narices; su muerte, la quema de su cuerpo (que se hace
en el teatro), la conservación, de sus cenizas en
una urna de oro, los viajes del rey Tarquino y aun su existencia,
todo es inútil. Mucio Scévola, protagonista,
de la fábula, no aparece hasta la cuarta jornada,
y en ella se precipita la acción y se concluye. El
estilo unas veces toca en gigantesco y ampuloso, y otras
en prosaico, desaliñado y ridículo.
Tragedia,
La infeliz Marcela
148. Cristóbal de Virués.
Tragedia, La infeliz Marcela. Está dividida en tres
partes, que así llamó el autor a las jornadas.
Parte primera. Una tempestad hace varar en la costa de Galicia
el navío en que iba Marcela, prometida esposa del
príncipe Landino: saltan entierra Marcela, el conde
Alarico, Tersilo su amigo e Ismeno: éste por orden
de Alarico va a Compostela a buscar un coche para llevar
a la princesa, la cual se queda dormida en unos peñascos.
Entre tanto apartándose a un lado Alarico dice a Tersilo
que está enamorado de Marcela, y que espera que en
aquella ocasión le ayude: Tersilo le reprende su mal
proceder, sacan las espadas y queda Tersilo herido de muerte,
al ruido despierta Marcela, huye, y Alarico va detrás
de ella. Tersilo, en vez de quejarse de sus heridas, se pone
a recitar una jácara moral de más de cien versos
llena de metáforas ingeniosas y reflexiones profundas:
llega Ismeno su hermano que trae un carro para llevar a Marcela,
halla a Tersilo moribundo, y le conduce, al carro, prometiéndole
el herido que por el camino le contará todo el suceso:
sale Alarico persiguiendo todavía a la princesa, con
la cual hubiera logrado su dañada intención,
si las voces de los salteadores de aquel monte no se lo estorbaran:
suelta a Marcela y huye: los salteadores corren tras de él:
Formio, capitán de todos ellos, llama a Felina (mujer
perdida que vive con él), le encarga que cuide de
Marcela, y se va con los demás en busca del conde
fugitivo: quedan solas Marcela y Felina, y está al
ver las galas de la princesa se alegra infinito, y dice:
FELINA
Muy a mi gusto ha venido
la presa esta vez a fe:
con ella renovaré
este
mi viejo vestido:
¿Y de joyas y dinero
cómo va
la bolsa, dama?
Conforme la gala llama,
en gran cantidad
le espero.
MARCELA
Solo lo que ves, amiga,
es lo que pude
sacar
de una tormenta del mar
con harta pena y fatiga.
FELINA
Esa es muy grande mentira,
y yo sé que de
ella habré
mas de dos joyas a fe.
MARCELA
Toda
me busca y me mira.
FELINA
Ahora bien, en mi presencia
se desnudo en carnes luego,
que esotro buscar es juego.
Ea, dama, diligencia.
Quite la ropa, y no crea
que
es donaire el desnudar,
que no me he de contentar
hasta
que en carnes la vea.
Después de este diálogo,
poco digno de Melpómene, sale muy a propósito
Oronte, señor de un castillo que está en aquellas
montañas: Marcela le pide protección, y él
llevándosela consigo, amenaza a Felina y a los salteadores
que viven con ella: los incidentes de esta primera parte
son imitación del episodio de Isabela, que se halla
en el canto XIII del Orlando de Ariosto. Parte segunda. Landino,
seguido de unos criados, se lamenta en tercetos elegantes
de la tardanza de Marcela: los criados te determinan a que
se vuelva a la ciudad, y al retirarse les advierten unos
pastores el camino que han de llevar para no encontrarse
con los salteadores que andan por aquellas asperezas: después
de una escena inútil de los pastores, vienen los ladrones
que traen atado al conde Alarico, y dicen:
FORMIO
Por cierto muy buen galán:
dejar la dama y huir.
FRACASO
Digo que puede servir
la
hija del Preste Juan.
BRANDO
Si le ha de servir huyendo,
nadie en el mundo mejor.
ZAMBO
Y podrá alcanzar
su amor,
si le ha de alcanzar corriendo.
RUMBO
¡Oh hideputa
el hidalgo
y qué ligero es de pies!
TRINCO
Cierto,
gran lástima es
que el señor no sea galgo.
Acabadas estas necedades, Formio encarga a los pastores
que les lleven la comida por la boca de la cueva que cae
al mar: promete a Felina que traerá preso a Oronte,
y la deja en compañía de Alarico: éste
le cuenta que es conde y muy favorecido del príncipe
Landino, con el cual hizo un viaje a Inglaterra, en donde
el príncipe se casó con Marcela, hija del rey
inglés: que Landino hubo de volverse a España
a combatir con los moros, y que habiéndolos vencido
le envió a él para que trajese a la princesa:
que a su vuelta tuvieron una gran tempestad, y en esto llega
Formio trayendo presos a Oronte y Marcela. Después
de una escena inútil, quedándose a solas con
ella (y escuchando Felina escondida) hace Formio a la princesa
una declaración amorosa: ella le llama fiero monstruo
y fiera dura, y él a ella loca altiva, arrogante,
bárbara, indiscreta e ingrata: Felina en un monólogo
resuelve envenenar a Formio con una rosquilla o mazapán
para entregarse después a Alarico, de quien está
perdidamente enamorada: sale éste, ella le pregunta
si querrá pagarle el cariño que le tiene, él
se la promete y se dan la mano de amigos. Formio, que lo
ha visto, todo se desespera, y en otro monólogo (ni
más ni menos que el anterior de Felina) se propone
darle veneno, con la diferencia de que no será en
mazapán, sino en un frasco de agua fría: los
pastores determinan ir a Compostela a dar aviso al príncipe
de que Marcela está en poder de los salteadores. Parte
tercera. Diálogos inútiles entre Formio y su
gente: queda solo y dice que ya tiene prevenido el tósigo
para Felina; llega ésta, le dice amores, saca la rosquilla
emponzoñada y le insta a que se la coma: él
por su parte le convida a beber del frasco, altercan sobre
ello, y por último ni ella bebe ni él come,
y lo dejan para mejor ocasión. Sigue un soliloquio
del pastor Montano: el príncipe Landino, acompañado
de criados y pastores, determina asaltar la cueva en que
se recogen los bandidos. Otro soliloquio de Formio, que trae
el frasco de agua envenenada, y al irse lo deja a un lado:
halla a Marcela y te presenta la fatal rosquilla que le dio
Felina, exhortándola a que se la coma, y añade:
Que es cordial medicina
para el triste corazón.
Quedando sola Marcela,
empieza a comerse la rosquilla: ve el frasco, se echa unos
cuantos tragos, y con este motivo trae a la memoria aquel
tiempo dichoso en que
Una dama de este lado
y otra de estotro tenía,
cuando en mi estrado quería
deber, comiendo un bocado.
Que el menino, que la dueña
que el mayordomo acudía
a cuanto yo apetecía
haciendo sola una seña.
Que con tanta reverencia
le traían a Marcela
con el agua de canela
las
conservas de Valencia.
Hechas estas consideraciones, apurada
la rosquilla y bebida la pócima del frasco, le da
un sueño profundo del cual no vuelve la desventurada
princesa. Suena dentro gran rumor de pelea, y es el caso
que el príncipe Landino con los que le acompañaban
ha vencido y muerto a cuantos había en la cueva, esto
es, Alarico. Felina, Oronte, Formio, Fracaso, Brando, Trineo,
Zambo y Rumbo, y otros ladrones anónimos, añadiéndose
a tantas muertes la de Marcela, cuyo cadáver se lleva
el príncipe para darle honrada sepultura. Esta composición
no es una tragedia, es una novela en diálogo escrita
en versos buenos y malos, heroicos y ridículos: personajes
inútiles, episodios inconexos, ripio y distracciones.
continuas, y el agua de cabeza, y la rosquilla, y las conservas,
la dueña, el monino, el mayordomo, el Preste Juan,
y el hidalgo, y el galgo, y el hideputa.
Tragedia de Elisa
Dido
149. Tragedia de Elisa Dido. Está dividida
en cinco actos. Acto primero. Dido, acompañada de
senadores y grandes de Cartago, da respuesta en el templo
de Júpiter a Abenamida, embajador de Yarbas, prometiéndole
que se casará con el rey su amo. Ido el embajador
se disputa a presencia de la reina sobre si es acertada o
no su resolución: Fenicio y Falerio la aprueban, Carquedonio
y Seleuco la contradicen: estos últimos, enamorados
ambos de Dido, quieren estorbar su casamiento con Yarbas;
pero Seleuco, más tímido que el otro, nadie
resuelve. Delbora, prisionera en Cartago, pregunta a Ismerla
los sucesos de Dido, y ella en ciento diez y siete versos
le refiere la muerte de Siqueo por Pigmalión, el sueño
de Dido en que se le apareció su esposo, lo aconsejó
que huyese con sus riquezas, etc. Carquedonio interrumpe
la narración, y se queja con Ismeria de lo mal que
la reina paga el amor que le tiene: ruega a Ismeria que interceda
por él, y ella promete hacerlo: concluye el acto con
el coro. Acto segundo. Seleueo determina declarar su amor
a la reina: Ismeria (que está enamorada de él
le pregunta la causa de sus melancolías, y él
después de varios rodeos le dice haber sido fingido
el cariño que hasta entonces le había manifestado,
que está prendado de la reina, y ruega a Ismeria que
le mate en castigo de su perfidia, pero ella no quiere matarle,
y se va desesperada. Del hora declara en un soliloquio que
está enamorada de Carquedonio, al cual parece que
se lo ha dicho ya algunas veces, pero sin fruto, y trae después
a la memoria como la hizo prisionera, le ofreció libertad
y ella la rehusó, y como por último vino a
Cartago. Después hablando con Ismeria vuelve a sacar
la conversación de Dido, y la otra, sin hacerse mucho
de rogar, le cuenta lo que Dido respondió a su esposo
cuando le vio en sueños. Carquedonio las interrumpe,
y quedándose a solas con Delbora le insta ella a que
declare el pesar que su semblante manifiesta, y él
la desengaña, diciéndole que no puede corresponderte,
porque está enamorado de Dido, y con este motivo le
refiere parte de la historia de aquella reina, empezándola
precisamente en el punto en que Ismeria la dejó. Delbora
le oye hasta que él mismo se cansa de hablar y se
despide: acaba el acto con el coro, que pondera en cultos
versos los peligros de amor.
¡O míseros mortales
que seguís del amor el bando injusto,
por infinitos
males
pasando, tras un breve y falso gusto!
¿Dónde
vais tras un ciego
sino a dar una mísera caída?
¿A qué dulce sosiego
quien vuela alado tristes
os convida?
¿Qué premio soberano
esperáis
de un desnudo y de un tirano?
Insufribles
tormentos
los premios son que el fiero amor reparte:
mil varios descontentos
son los sosiegos de que os hace
parte
siguiéndole es muy cierto
ir do no hay quien
levantarse pueda
sin quedar preso ó muerto;
y
al que menos mal que esto le suceda
será virtud
divina,
que solo contra amor es medicina.
El
favor empleando
de virtud fuerte, fuertemente armada,
huid del fiero bando,
de esta furia infernal que disfrazada
en blando niño afable,
tras sus falsos halagos
y dulzuras,
con vida miserable,
con amargas y tristes
desventuras,
duramente persigue,
al desdichado que su
bando sigue.
Virtud divina emplee,
pidiendo al cielo su favor de veras,
quien arrastrar se
ve
tras las falsas divisas y banderas
del falso amor
tirano,
si verse libre de su imperio quiere;
que no menos
que mano
de tal virtud importa y se requiere,
según
es de gigante
la fuerza del desnudo y tierno infante:
solo virtud divina
al fiero mil de amor es medicina.
Acto tercero. Abenamida vuelve del campo de Yarbas, y presenta
en nombre de éste a la reina una espada, una corona
y un anillo: admite Dido agradecida estas dádivas,
y quedando a solas con Ismeria, recuerda las memorias de
Siqueo. Ismeria en un monólogo dice que la noche anterior
la luna estaba sangrienta, que se apareció un cometa
y tembló la tierra: ruega a los dioses que aparten
de Cartago la desgracia que aquellos prodigios anuncian:
viene Delbora, y sin aguardar Ismeria a que la otra se lo
suplique, vuelve a tomar el hilo de la historia comenzada,
y lo refiere como la reina huyó de Tiro con sus riquezas.
Pirro corta la relación y les dice que Carquedonio
y Selcueo, seguidos de varias tropas, han embestido los reales
de Yarbas, donde se ha trabado gran pelea, sin conocida ventaja
de una ni otra parte: el coro da fin al acto. Acto cuarto.
Escena inútil entre Mangordio y Clenardo. Ismeria,
de orden de la reina, manda abrir las puertas de la ciudad
para que introduzcan a Yarbas, y le encaminen al templo:
Delbora e Ismeria alaban la prudencia de Dido, que admite
a Yarbas por esposo, a fin de procurar la paz a su pueblo:
Ismeria concluye felizmente la interrumpida narración
de los hechos de Dido: avisa el coro que se retiren, porque
viene mucha gente hacia aquel sitio. Abenamida cuenta a Clenardo
cómo después de un reñido combate han
quedado muertos Seleuco y Carquedonio, recurso plausible
del autor para deshacerse de personajes tan inútiles:
coro. Acto quinto. Ismeria y Delbora anuncian los preparativos
de la reina para recibir a Yerbas: hacen gran sentimiento
por la muerte de Carquedonio y Seleuco avisan los coros que
Yarbas ha entrado: ellas se retiran, los coros se quedan
para abrir las puertas de la estancia de Dido, y en tanto
dan gracias al cielo por la paz que envía a su nación,
y anuncian prosperidades a Cartago y a su reina. Viene Yarbas:
se abren las puertas, y aparece Dido muerta con la espada
de Yarbas, la corona que le envió arrojada a sus pies,
y un papel en la mano. Léese el escrito en que dice
haber jurado eterna fidelidad a Siqueo, y que por no faltar
a ella se ha dado la muerte. Ismeria y Delbora lloran la
desgracia de su señora: Yarbas las consuela, dispone
dar sepultura al cuerpo, deja en libertad a Cartago, propone
a sus moradores que adoren por diosa a su difunta reina,
y se despide de ella, para siempre. Coro final.
Lampillas,
arrebatado del furor apologético, no dudó asegurar
que ésta era una tragedia perfecta. Montiano halló
en ella muy poco que censurar. En mi opinión es la
tragedia menos defectuosa de cuantas se habían escrito
hasta entonces en España: el autor supo sujetarla
a las unidades de lugar, de tiempo y de acción, que
tanto se han recomendado después. Las dos primeras
están observadas sin violencia, pero la última
padece muchas excepciones, y tantas, que de cinco actos de
que consta la tragedia (sin que la integridad de la fábula
se alterase) pudieran reducirse a dos. ¿Qué tienen
que ver con ella los amores episódicos, insípidos,
idénticos de los dos capitanes Selenco y Carquedonio?
¿De qué sirve el ataque del campo de Yarbas sino,
como ya se ha dicho, de hacer que desaparezcan aquellos dos
personajes que nunca debieron existir? ¿De qué sirven
Ismeria y Delbora sino de helar toda la pieza con sus amores,
sus exclamaciones, sus quejas, y sobre todo con la inoportuna,
enfadosa y larga relación de las aventuras de Dido,
la cual entre los varios trozos de que se compone llega a
cuatrocientos veintisiete versos? Los demás personajes
con sus monólogos y sus sentencias contribuyen a entorpecer
el movimiento dramático y prolongar el fastidio: Dido,
figura principal, despacha todo su papel en ciento setenta
versos poco más o menos, cuando las otras subalternas
y enteramente inútiles se lo hablan todo y no saben
dejarlo: Yarbas solo sirve de leer la carta de Dido y de
disponer el entierro. En el primer acto, en el tercero y
el quinto hay situaciones interesantes, acompañadas
de la pompa y aparato escénico que son convenientes
a la tragedia la catástrofe es de mucho efecto teatral
el estilo, aunque no siempre llega a la grandeza que necesita
este género, es sin duda mucho más decoroso
y correcto que el de las otras piezas del mismo autor: en
los coros hay buen lenguaje, facilidad y armonía.
Cristóbal de Virués nació en la ciudad
de Valencia poco antes del año de 1550: fue hijo de
un docto médico, a quien debió una esmerada
educación literaria: siguió la carrera militar,
se halló en la batalla de Lepanto, obtuvo el grado
decapitan, y sirvió después en el estado de
Milán con gran reputación de valor y prudencia.
Dice él mismo en el prólogo de sus tragedias
(impresas mucho tiempo después de haberse escrito
y representado) que él fue el primero que las redujo
a tres actos de cuatro que antes tenían. Cervantes
empezó a hacer lo mismo en sus comedias, y Juan de
la Cueva, contemporáneo de los dos, adoptó
igualmente esta novedad, aunque no se conserva ninguna de
las piezas en que la practicó. Andrés Rey de
Artieda solicitó este honor para sí, y mucho
antes que todos le obtuvo Francisco de Avendaño, como
puede verse en el número 84 de este catálogo.
Las tragedias de Virués no se imprimieron hasta el
año de 1609 juntamente con varias poesías del
autor. Su muerte debió de verificarse poco después.
Comedia de El Infamador
150. Juan de la Cueva. Comedia
de El Infamador. Fue representada esta comedia la primera
vez en Sevilla por el excelente y gracioso representante
Alonso de Cisneros en la huerta de Doña Elvira, etc.
La escena es en Híspalis (que otras veces se llama
Sevilla) y en los montes Cimerios de Escitia: las costumbres
y los personajes pertenecen a tiempos muy modernos, y tanto
que se citan las novelas dramáticas de Celestina y Claudina, las espadas de Joanes, las obras del arcipreste
de Talayera y las de Cristóbal de Castillejo. A pesar
de esta suposición la pieza es toda mitológica,
interviniendo en ella Némesis, el Sueño, Morfeo,
el río Betis, Diana y Venus: Leucino es una especie
de Don Juan Tenorio, y Eliodora una santa virgen, a cuyo
favor se hacen milagros, perseguida de Venus y protegida
de Diana. Véase un trozo de buen estilo cómico
en boca de la alcahueta Teodora, refiriendo el mal despacho
que recibió de sus tercerías:
Pensando el caso contar
se me renuevan mis penas,
y la sangre por las venas
siento de temor helar.
Mas siendo de ti mandada,
aunque
huye la memoria
renovar la triste historia,
de mí
te será contada.
Sabrás, Leucino, qué
fue.
Voime a casa de Eliodora,
y siendo oportuna hora
a hablar con ella entré,
halléla en un
corredor
de muchas dueñas cercada,
ricamente aderezada,
revuelta con su labor.
Levantáronse en el punto
que yo entré, y ella alargando
su mano y la mía
tomando,
me sentó consigo junto.
Quedando sola
con ella
(que era lo que deseaba),
queriendo hablar no
osaba,
y osando paraba al vella.
Al fin sacudi el temor
y apresté la lengua muda,
viendo que al osado
ayuda
Fortuna con su favor.
Díjela: Bella Eliodora,
mi bien y señora mía,
perdonalde esta osadía.
A vuestra sierva Teodora.
Yo vengo a solo deciros
que
deis lugar que Leucino
(pues cual sabéis es tan
dino)
oso ocuparse en serviros.
Notoria es su gentileza,
discreción y cortesía,
su donaire y bizarría,
su hacienda y su franqueza.
No tenéis en que dudar,
bien podéis corresponder,
que tan ilustre mujer
tal varón debe gozar.
Ella que estaba aguardando
el fin de mi pretensión,
en oyendo esta razón
dio un grito al cielo mirando.
Y dijo: Dime, traidora,
¿Qué has visto en mí, qué has oído,
o qué siente ese perdido
del nombre y ser de Eliodora?
Si las cosas que contemplo
no impidiesen mi ira fiera,
a bocados te comiera,
dando de quien soy ejemplo.
En
diciendo esto se fue,
y las dueñas acudieron,
y de mi todas asieron,
que sola entre ellas quedé.
Las unas me destocaban,
las otras me descubrían,
otras recio me herían
con mil golpes que me daban.
Después de estar muy cansadas,
de tratarme como
digo,
dijeron: Este castigo
no nos deja bien vengadas.
Los cabellos me cortaron
con crueza que da espanto,
y sin tocado ni manto
en la calle me arrojaron.
Esta
misma vieja alcahueta, acompañada de otra comadre
suya, hace un conjuro en favor de Leucino, y entrambas hablan,
no como conviene a dos mujercillas miserables del pueblo,
sino como pudieran explicarse Medea, Circe o Armida,
TEODORA
Pon la vista al oriente
en tanto que aderezo
estos lizos mojados en la onda
de Flegeton ardiente,
y pongo el aderezo
para que el
triste Averno me responda.
Si de la estancia honda
donde
tiene su asiento
del Erebo la reina poderosa
espíritu
saliere u otra cosa,
ten cuenta, y mira al viento
si
cuervo o si paloma pareciere,
o siniestra corneja se ofreciere.
TERENCINA
Con prósperas señales
de fatídico
agüero
se nos demuestra el cielo generoso
en ocasiones
tales;
si en esto es verdadero
el disponer del hado venturoso,
hoy será victorioso
Leucino desdeñado:
que en este punto con ligero vuelo
dos palomas bajar
vide del cielo
que Venus ha enviado,
y sobre un verde
mirto se pusieron,
y cogiendo dos ramos de él, se
fueron.
TEODORA
Tiende entorno esos lizos
por donde yo
derramo
estas cenizas del trinacrio monte,
y con fuertes
hechizos
a responderme llamo
los espíritus negros
de Aqueronte,
antes que el horizonte
se cubra, ¡o triste
Huerco!
A quien con ronca voz fuerzo y apremio,
dale
a mis obras el debido premio,
y ponme en este cerco
una
señal que el fin que intento aclare
por donde yo
lo que será declare
TERENCINA
Por la virtud que tiene
esta esponjosa piedra,
desde el nevado Cáucaso
traída,
que en este vaso viene;
por esta blanda
hiedra,
que en la cumbre del Hemo fue cogida,
que luego
sea movida
tu voluntad al ruego,
¡Oh Plutón! ¡O
Prosérpina hermosa!
Y sin negarnos al intento cosa,
nos deis aviso luego
si la demanda mía y de Teodora
moverán hoy el pecho de Eliodora.
Si a estos dos
trozos bien escritos entrambos, aunque tan diferentes entre
sí, y el último tan impropio de la buena comedia,
se, añadiesen otros enteramente prosaicos, sin corrección
ni armonía, y afeados con descuidos imperdonables,
se llegaría a conocer la precipitación y el
abandono con que el autor compuso sus piezas dramáticas,
en las cuales son casualidades los aciertos.
Juan de la
Cueva nació en Sevilla de la familia ilustre en el
año de 1550 con poca diferencia. Dotado de ingenio
y afluente vena compuso varias obras líricas, épicas
y dramáticas que le adquirieron general estimación:
muchas hizo imprimir y algunas quedaron manuscritas, que
se conservaban pocos años hace en poder del conde
del Aguila. Publicó la primera parte de sus comedias
en la misma ciudad en el año de 1588, y sin duda se
proponía dar a luz las demás que había
compuesto, pero no parece que llegó a verificarlo.
Murió en su patria pasado el año de 1694: puede
verse en el tomo VIII de El Parnaso español la noticia
que allí se da de este célebre poeta y de sus
escritos.
Los Amantes
151. Andrés Rey de Artieda.
Los Amantes. Tragedia.
Amadís de Gaula
152. Amadís
de Gaula. Comedia.
El Príncipe vicioso
153. El
Príncipe vicioso. Comedia.
Los Encantos de Merlín
154. Los Encantos de Merlín. Comedia.
Micer Andrés
Rey de Artieda, infanzón de Aragón, nació
en Valencia en el año de 1549: estudió en aquella
universidad y en las de Lérida y Tolosa, y graduado
de doctor enseñó astronomía en Barcelona.
Dejó la carrera de las letras y siguió la de
las armas, se halló en el socorro de Chipre, recibió
tres heridas en la batalla naval de Lepanto, y en otra ocasión
pasó a nado el Elba con la espada en la boca a vista
del ejército enemigo: obtuvo el grado de capitán
de Infantería, y murió en su patria en el año
de 1613: publicó sus obras sueltas en Zaragoza, año
de 1605, con este título: Discursos, epístolas
y epigramas de Artemidoro. De las dramáticas (y entre
ellas la tragedia de Los Amantes, impresa en Valencia año,
de 1581) sólo ha quedado la noticia. Véanse
las notas de Cerdá a la Diana enamorada de Gil Polo,
y los Escritores del reino de Valencia por Jimeno.
1582
Los Tratos de Argel
155. Miguel de Cervantes Saavedra.
Comedia. Los Tratos de Argel. En cinco jornadas, escrita
en octavas, redondillas, quintillas, liras, tercetos, verso
suelto y rima encadenada. Jornada primera. Zara, mujer del
renegado Izuf, está enamorada de Aurelio, cautivo
español; pero ni sus ruegos ni los de su amiga Fátima
pueden reducir al esclavo, que llora la ausencia de su querida
Silvia. Saavedra se lamenta de los trabajos que pasa en la
esclavitud: Pedro Álvarez está contento en
ella, es amigo de su ama y le va muy bien: los siguientes
versos puestos en boca de Saavedra son de los mejores de
esta comedia:
Cuando llegué vencido en esta tierra
tan nombrada en el mundo, que en su seno
tanto pirata
encubre, acoge y cierra,
no pude al llanto detener el freno,
que a pesar mío sin saber lo que era
me vi el
marchito, rostro de agua lleno.
Ofreciendo a mis ojos la
ribera
y el monte donde el grande Carlos tuvo
levantada
en el aire su bandera,
y el mar que tanto esfuerzo no sostuvo,
pues movido de envidia de su gloria,
airado entonces
mas que nunca estuvo.
Y estas cosas volviendo en mi memoria,
las lágrimas trujeron a los ojos,
forzadas de
desgracia tan notoria;
pero si el alto cielo en darme enojos
no está con mi ventura conjurado,
y aquí
no lleva muerte mis despojos;
cuando me vea en mas feliz
estado,
o si la suerte o si el favor me ayuda
a verme
ante Filipo arrodillado
mi temerosa lengua cuasi muda
pienso mover en la real presencia,
de adulación
y de mentir desnuda,
diciendo: Alto señor, cuya
potencia
sujetas trae las bárbaras naciones
al
desabrido yugo de obediencia...
Todos de allá, cual
yo, puestas las manos,
las rodillas por tierra, sollozando,
cercados de tormentos inhumanos,
poderoso señor,
te están rogando
vuelvas los ojos de misericordia
a los suyos que están siempre llorando;
y pues
te deja agora la discordia,
que tanto te ha oprimido y
fatigado,
y a mas andar te sigue la concordia,
haz, buen
rey, que por ti sea acabado
lo que con tanto audacia y
valor tanto
fijé por tu amado padre comenzado.
Con solo ver que vas pondrás espanto
a la bárbara
gente, que adivino
ya desde aquí su pérdida
y quebranto.
Sobreviene otro cautivo, y en una relación
de cerca de doscientos versos les cuenta el martirio que
acaban de dar los moros a un clérigo valenciano. Jornada
segunda. Izuf encarga a Aurelio que se vea con una hermosa
esclava española llamada Silvia, y que le persuada
a que sea menos esquiva con él: Aurelio disimula y
se encarga de hacerlo así. Saca el pregonero a la
plaza dos muchachos llamados Juan y Francisco juntamente
con su padre y su madre: los pregona, los vende a dos mercaderes,
y despidiéndose de sus padres se ya cada uno de ellos
con su amo. Jornada tercera. Procura Izuf vencer con halagos
y promesas el desden de Silvia presentándosela a su
mujer Zara, y está quedando a solas con ella le refiere
como está enamorada de Aurelio, y lo ruega que sea
medianera en sus amores. Jornada cuarta. Pedro Álvarez,
que al principio de la fábula estaba regalado y contento
con su suerte, ha resuelto escaparse y encaminarse a Orán:
con esta determinación se despide de su camarada Saavedra.
Ignorábase que Fátima fuese hechicera, pero
en efecto lo es, y hace un conjuro en favor de su amiga Zara
para que Aurelio le corresponda: luego que ha dicho estos
versos, que deben de ser muy eficaces para el caso,
Rápida, ronca, run, ras, parisforme,
grandura, denclifaz, pantasilonte;
Sale una Furia, y le
dice que la indiferencia de Aurelio solo la podrán
vencer la Necesidad y la Ocasión. Fátima le
manda que se las envíe cuanto antes y tratará
con ellas lo que debe hacerse. Se ven a solas Aurelio y Silvia,
y hallándose ella solicitada de Izuf y él de
Zara, acuerdan lisonjear con alguna esperanza al moro y a
la mora en tanto que escriben a España para solicitar
su rescate. Pedro Álvarez, fatigado, roto y hambriento,
va caminando a Orán: echase, a dormir a la sombra
de unas matas, y cuando despierta se halla con un leen a
su lado que le está haciendo compañía:
levántase lleno de miedo, sigue andando, y el león
se va detrás de él como un perrito. Jornada
quinta. Álvarez prosigue su viaje en compañía
del león, y se halla felizmente muy cerca de Orán:
la Necesidad y la Ocasión, invisibles a Aurelio, le
van persuadiendo a que corresponda agradecido al amor de
Zara, pero sin saber por qué lo dejan solo, y no lo
aciertan, porque entonces cobra él todo su esfuerzo
y se propone no ceder jamás a las instancias de la
mora. El muchacho Juan sale vestido de turco, muy contento
de serio y de que ya no se llama Juanito sino Solimán:
su hermano Francisco se horroriza, y Aurelio lamenta la suerte
de los niños cristianos que viven en poder de moros.
Silvia y Aurelio se encuentran, se dan un abrazo, y Zara
e Izuf los sorprenden: Zara acusa a la esclava, Izuf al esclavo
y ellos se disculpan de mala manera. El rey de Argel en audiencia
pública manda a Izuf que lo entregue al cautivo y
a la cautiva que tiene en su poder: él lo repugna
mucho, y el rey dispone que le lleven de allí y le
harten de palos: traen a su presencia a un malagueño
que se había escapado, y el rey dice:
¡Oh tú! Rajá Caud, dalde
seiscientos
palos en las espaldas, muy bien dados,
y luego le daréis
otros quinientos
en la barriga y en los pies cansados.
Y responde el malagueño
¿Tan sin ley ni razón tantos tormentos
tienes para el que huye aparejados?
Y añade el
rey:
Chito. Chifuz, Breguede, al punto atalde,
abrilde, desollalde y aun matalde.
Decretadas estas palizas,
se presentan Silvia y Aurelio: el rey les indica el rescate
que han de enviarle desde España, y les concede libertad
bajo su palabra: dan aviso de que ha llegado un navío,
y en él Fray Juan Gil, religioso trinitario que viene
a rescatar: los cautivos regocijados en extremo dan gracias
a la Virgen por su infinita misericordia.
Esta comedia es
un drama episódico, en el cual si se quiere decir
que hay una acción, sólo puede hallarse en
los amores pareados y simétricos del renegado Izuf
y su mujer Zara que solicitan a Silvia y Aurelio, sirviendo
de atropellado desenlace la paliza de Izuf. Lo restante todo
es personajes y situaciones sueltas sin enlace ni composición
dramática: los conjuros de Fátima, la Furia,
la Ocasión y la Necesidad, y el león que sirve
de escudero a Pedro Álvarez, son desatinos imperdonables:
el estilo, que a veces tiene algún decoro y corrección,
es en general desaliñado y prosaico.
Comedia Salvaje
156. Joaquín Romero de Zepeda. Comedia Selvage (en
cuatro jornadas), en la cual por muy delicado estilo y artificio
se descubre lo que de las alcahuetas a las honestas doncellas
se les sigue, en el proceso de lo cual se hallarán
muchos avisos y sentencias. Por Joaquín Romero de
Zepeda. Sevilla, 1582. En la primera y segunda jornada no
hizo el autor otra cosa que extractar en versos fáciles
(y no desnudos de elegancia) los cuatro primeros actos de
la Celestina. En la tercera jornada apartándose de
aquel excelente original, atropelló los incidentes,
añadiendo no pocas extravagancias. Lucrecia, acompañada
de la vieja alcahueta Gabrina, abandona la casa de sus padres
y se va a la de Ana creo, su amante: los padres de Lucrecia
echándola menos van a casa de Gabrina con la justicia,
y de allí a la de Anacreo, pero éste y Lucrecia
han huido descolgándose por una ventana. Presos Gabrina
y el criado Rosio los llevan a la plaza: allí aparece
la horca a vista del auditorio, suben al reo y le cuelgan:
a Gabrina la empluman, le ponen una coroza, y sentándola
en la escalera del suplicio queda abandonada a merced de
los muchachos, que a porfía le tiran brevas, berenjenas
y tomates, le remesan los pelos y le dan puñadas:
hecho esto dice el juez:
Quiten luego a esa mujer,
y entierren al ahorcado.
En la cuarta jornada sale por
un monte Lucrecia con arco y saetas, y llora la mala ventura
de sus amores: luego que se retira, sale por otro lado Anacreo
lamentándose igualmente de la desdicha en que se ve.
Salen después Albina y Arnaldo, padres de Lucrecia,
vestidos de peregrinos en busca de su hija: descansan un
rato de la fatiga del camino, y al querer proseguirle los
sorprenden dos ladrones llamados Tarisio y Troco: el viejo
Arnaldo quiero defenderse y muere a sus manos: sobreviene
al ruido Anacreo y mata a Tarisio: su compañero Troco
se va huyendo: sigue el reconocimiento de Anacreo y Albina,
y cuando tratan de enterrar el cadáver de Arnaldo,
vienen dos salvajes entre los cuales se ve Anacreo en mucho
peligro de perder la vida; pero Lucrecia, que se aparece
muy oportunamente, dispara una flecha y cae muerto uno de
los salvajes. Anacreo en tanto consigue matar al segundo:
la madre y el amante sin reconocer a Lucrecia le agradecen
el socorro que les ha dado: ella al fin se descubre, y con
el regocijo de los tres acaba la fábula. Composición
romancesca, mal ordenada y llena de inverosimilitud. Existe
un ejemplar en la librería del convento de Santa Catalina
de los dominicos de Barcelona.
1583
Tragedia de Numancia
157. Miguel de Cervantes Saavedra.
Tragedia de Numancia. Véase la lista de los interlocutores
de esta pieza. Escipión, Yugurta, Cayo Mario, embajador
primero, embajador segundo, soldado primero, soldado segundo,
Quinto Fabio, España, el río Duero, Teógenes
su mujer, un hijo suyo, Corabino, numantino primero, numantino
segundo, numantino tercero, numantino cuarto, Marquino, Morandro,
Leoncio, sacerdote primero, sacerdote segundo, uno del pueblo,
Milvio, un cuerpo muerto, Lira, mujer primera, mujer segunda,
mujer tercera, una madre, un hijo, un hermano, la Guerra,
la Enfermedad, el Hambre, Viriato, Servio, Emilio, la Fama. Está dividida la obra en cuatro jornadas, escrita
en tercetos, octavas, redondillas y verso suelto. Jornada
primera. Escipión reprende a sus soldados la vida
regalada, lasciva y glotona que traen, advirtiendo con sobrada
razón y poquísimo decoro trágico,
Que mal se aloja en las marciales tiendas
quien gusta de banquetes y meriendas.
A estos vicios atribuye
el no haberse ganado a Numancia después de dieciséis
años de guerra: manda que salgan del campo las meretrices,
que se reformen las cocinas y se destierre todo regalo y
blandura. Dos embajadores numantinos proponen a Escipión
paz y amistad, pero él se niega a cuanto no sea entregarse
a discreción: dispone que se cerque a Numancia con
grandes fosos, y en la escena siguiente ya está concluida
toda la obra. España, viendo rodeados a los numantinos
con trincheras y fosos profundos, exceptuando sólo
la orilla del Duero, habla con el río invocándole
en los siguientes versos, que son de los mejores de toda
la pieza:
Duero gentil que con torcidas vueltas
humedeces gran parte de mi seno,
ansí en tus aguas
siempre veas envueltas
arenas de oro como el Tajo ameno
y ansí las ninfas fugitivas sueltas,
de que está
el verde prado y bosque lleno,
vengan humildes a tus ondas
claras,
y en prestarte favor no sean avaras;
Que
prestes a mis ásperos lamentos
atento oído,
o que a escucharlos vengas,
y aunque dejes un rato tus
contentos,
suplícote que en nada te detengas.
Si tú con tus continuos movimientos
de estos fieros
romanos no me vengas,
cerrado veo ya cualquier camino
a la salud del pueblo numantino.
El Duero (acompañado
de tres muchachos que son otros tantos riachuelos que desaguan
en él) anuncia a España que la ruina de Numancia
es infalible, pero que su gloria será inmortal, y
en los siglos futuros Atila, Borbón y el duque de
Alba la vengarán de Roma. Añade también
que los reyes de España adquirirán el dictado
de Católicos, y que en tiempo de un rey llamado Felipe
II (sin segundo), el girón lusitano que se cortó
de los vestidos de Castilla, ha de zurcirse de nuevo y unirse
a su estado. Jornada segunda. En una asamblea de numantinos
se resuelve que Corabino salga a desafiar a cualquier romano
que se atreva a combatir con él, pactando primero
que si Corabino vence, los romanos levantarán el sitio,
y si él queda vencido, se entregará la ciudad:
proposición muy imprudente y poco numantina. Resuelven
también que se hagan sacrificios a Júpiter,
y que el mago Marquino por medio de sus hechizos y conjuros
averigüe los hados de Numancia. Leoncio reprende a Morandro
viéndole muy enamorado de Lira en tiempo de tanta
calamidad, y en efecto Leoncio tiene sobrada razón.
Se empieza el solemne sacrificio con tristes agüeros:
la llama arde mal, se ven águilas en el aire que persiguen
a otras aves, las acosan y las cercan: suena ruido subterráneo:
cruza una centella por el templo, y al ir a degollar la víctima
sale un demonio, se la lleva y trastorna de paso las aras
y utensilios. Después de un diálogo inútil
entre Leoncio y Morandro sale Marquino y hace sus conjuros
sobre una sepultura, invocando a los ministros infernales,
llamándolos canalla vil, y a Plutón cornudo:
echa de sí la sepultura un cuerpo muerto, al cual
hace hablar el nigromante a fuerza de aspersiones y latigazos:
el muerto anuncia la ruina que amenaza a la ciudad, y Marquino
desesperado al oírle se arroja con él a la
sepultura, quedando enterrados los dos. Jornada tercera.
Corabino desde el muro de Numancia propone el desafío
de que ya se ha hecho mención; pero Escipión
no asiente a ello y te vuelve la espalda. Corabino, irritado
de aquel desprecio, se desahoga en injurias contra los romanos
llamándolos cobardes, pérfidos, tiranos, villanos,
fementidos, ingratos, feroces, revoltosos, desleales, crueles,
mal nacidos, codiciosos, infames, pertinaces, adúlteros,
canalla y liebres. Teógenes quiere asaltar los atrincheramientos,
pero las mujeres con sus reflexiones y lágrimas se
lo estorban: resuélvese quemar en la plaza todo lo
más precioso que cada uno tenga, descuartizar los
romanos que están prisioneros, e írselos comiendo.
Morandro, siempre lleno de amor, requiebra a Lira, y ella
le dice que se está muriendo de hambre y es imposible
que viva una hora según lo desfallecida que se siente:
él determina escalar aquella noche las trincheras
del enemigo para traerle algo que cenar, y su amigo Leoncio
se ofrece a acompañarle. Dos numantinos refieren que
en la hoguera de la plaza (cuyas llamas suben hasta la cuarta
esfera) se están quemando todas las riquezas de la
ciudad: dicen también que se ha mandado quitar la
vida a las mujeres y a los niños: sale una mujer con
dos chiquillos que no cesan de pedirle pan, y ella se aflige
sin poder hacerles entender que no le tiene ni sabe dónde
hallarle. Jornada cuarta. Penetran en el acampamento de los
romanos Morandro y Leoncio: este último queda muerto
en la empresa, el otro vuelve a Numancia con un poco de bizcocho
en una cestilla: se le presenta a Lira para que coma y cae
muerto de resultas de las muchas heridas que ha recibido.
Un niño, hermano de Lira, sale cayéndose de
hambre, dice que su padre y su madre acaban de morir, y él
no teniendo ya fuerzas para mascar ni tragar el pan, espira
a los pies de su hermana. Se presentan el Hambre, la Enfermedad
y la Guerra: está excita a las otras dos a que apresuren
la total asolación de Numancia, incidente inútil
como los personajes de él. Teógenes lleva a
su mujer, dos hijos y una hija al templo de Diana y allí
los mata: vase después a la plaza y se tira a la hoguera:
el humo que sale de Numancia y el silencio que se observa
en ella determinan a Escipión a enviar exploradores,
que vuelven refiriendo la mortandad y ruina espantosa que
han visto. De toda la población sólo queda
un muchacho que aparece en lo alto de una torre: Escipión
le promete vida y libertad pero él desprecia sus ofrecimientos
y se tira de la torre al suelo: viene la Fama por el aire
y elogia la heroicidad de Numancia.
La elección de
argumento en esta pieza es poco feliz: la destrucción
de una ciudad con la de todos sus habitantes presta materia
a la narración épica, pero no es para el teatro.
En él no se deben presentar como objeto primario las
empresas militares, sino las acciones y afectos heroicos:
en toda fábula escénica se promueve el interés
concentrándole: si se divide se debilita: Cervantes
creyó producir mayor efecto trágico poniendo
a la vista muchas situaciones de calamidad y aflicción,
y no advirtió que resultaría necesariamente
una acción episódica, dispersa y menuda. Los
personajes fantásticos que introdujo lo acaban de
echar a perder.
Si es contraria esta opinión a la
que formaron de esta pieza los alemanes Bouterwek y Schlegel,
puede considerarse cuál habrá sido mi sentimiento
no pudiendo suscribir a los elogios que de ella hicieron
aquellos doctos críticos: resulta necesaria de la
absoluta imposibilidad de conciliar sus principios con los
míos acerca de la composición dramática.
Comedia de la Batalla naval
158. Comedia de la Batalla
naval. Nada se sabe de esta obra sino el título. Si
el argumento que desempeñó el poeta fuese (como
parece muy probable) la célebre victoria naval de
Lepanto, es de inferir que nuestra literatura no habrá
perdido nada en perderla: la escribió en tres jornadas.
Comedia de la gran Turquesca
159. Comedia de la gran
Turquesca. Cervantes la citó: nadie la ha visto hasta
ahora, y no es posible conjeturar lo que sería.
Comedia de la Jerusalén
160. Comedia de la Jerusalén.
Habiendo escrito el mismo autor un drama trágico del
sitio y ruina espantosa de Numancia, no sería mucho
que hubiese caído en el error de poner en acción
teatral la destrucción de Jerusalén por Tito,
o que fuese argumento de esta comedia la conquista de aquella
ciudad por los cruzados. A estas conjeturas da lugar la falta
de noticias que tenemos acerca de esta composición
dramática.
1585
Tragedia de la Isabela
161. Lupercio Leonardo de Argensola.
Tragedia de la Isabela. Se divide en tres jornadas: está
escrita en octavas, verso suelto, quintillas, tercetos y
estrofas líricas: la Fama hace el prólogo.
Jornada primera. Alboncen, rey moro de Zaragoza, enamorado
de Isabela, doncella cristiana, manda salir desterrados a
todos los cristianos, creyendo por este medio humillarla
y atraerla a su voluntad. Muley, amante favorecido de la
misma doncella (que acaba de recibir el bautismo en el campo
enemigo), se propone dilatar la ejecución del decreto,
y facilitar entre tanto los medios convenientes para que
el rey Don Pedro se apodere de Zaragoza. El viejo Audalia
en un monólogo da parte al auditorio de que él
también está enamorado de Isabela, y luego
que lo ha dicho se va. Sospechoso el rey de la conducta de
Muley hace que le prendan. Jornada segunda. Lamberto y Engracia,
padres de Isabela, Ana su hermana y muchos cristianos vienen
a pedirle que interceda por ellos con el rey. Véanse
(prescindiendo de la poca delicadeza del padre de Isabela)
las prendas del lenguaje, estilo y armonía que embellecen
esta situación:
ISABELA
¡O padres a quien debo reverencia!
¡O santa perseguida compañía,
postrada sin
razón en mi presencia,
espectáculo triste
de este día!
¿De qué manera puedo dar audiencia
(ni quien seso tuviese la daría)
viendo vuestros
aspectos venerados
a mis indignos pies así postrados?
Las rodillas alzad del duro suelo,
o revolved los ojos hechos ríos
al sumo plasmador
de tierra y cielo,
y dirigid allá los votos píos,
y pues que mis entrañas no son hielo,
ni los hireanos
tigres padres míos,
probad a conquistar otra dureza
con estos aparatos de tristeza.
Que
yo sin espectáculo presente,
cuando fuese mi muerte
necesaria,
padeceré las penas obediente.
¡Obediente!
¿qué dije? Voluntaria;
y por el bien común
de nuestra gente
y daño de la pérfida contraria,
una muerte, mil muertes, y si puedo
muchas mas pasaré
sin algún miedo.
LAMBERTO
Pues oye. Bien sabemos
cuán rendido
en amorosas llamas al rey tienes,
y cuán desesperado y ofendido
con tus castas repulsas
y desdenes;
pero si tú con un amor fingido
sus
locos pensamientos entretienes
y cebas la esperanza lisonjera,
al yugo volverá la cerviz fiera.
Así
que con hacer lo que te digo,
queda la voluntad del rey
por tuya;
harás que no prosiga su castigo
ni de
la dulce patria nos excluya.
Puedes así vencer al
enemigo,
o darnos ocasión que se atribuya
a sola
tu dureza nuestra pena,
y digan: Isabela nos condena.
Al rey por cierto tiempo fingir puedes
precisa castidad tener votada,
y que cuando del voto
libre quedes
la prenda le darás tan deseada.
En
este medio tiende astutas redes,
suspiros, llantos, vistas
regaladas,
palabras tiernas, cebo de estas cosas,
y lágrimas
si puedes amorosas.
Si ves la perdición
de los cristianos
no basta, que bastar sola debía,
ni la muerte cruel de tus hermanos,
la de tu vieja madre,
ni la mía:
por el que puso en cruz las santas manos
(Hijo del Padre Eterno y de María)
te conjuro,
te ruego, pido y mando
que muestres a mis ruegos pecho
blando.
ENGRACIA
¿Por qué dilatas tanto la respuesta?
¿Aguardas por ventura que te pida,
besándote los
pies y descompuesta,
merced a voces de mi corta vida?
¿O gustas de mirar ante ti puesta
esta mísera gente
perseguida?
Dí, que solemnidad del pueblo quieres
que tanto la respuesta nos difieres.
Mira
que si salimos de los muros,
por el segundo César
fabricados,
(A mas que no saldremos muy seguros
de ser
todos o muertos o robados,
porque jamas los bárbaros
perjuros
observan ley ni pactos concertados)
La sagrada
ciudad queda desierta
y nuestra religión en ella
muerta.
El templo de la Virgen quedaría,
si no por los cimientos derribado,
a lo menos con vicios
cada día
de los odiosos moros profanado,
y todo
su tesoro se daría
en manos del sacrílego
malvado,
reliquias y devotos simulacros,
todos los ornamentos
al fin sacros.
Harán
de las dalmáticas jaeces
a los fieros caballos andaluces,
con las borlas pendientes, que mil veces
acompañaron
clérigos y luces,
y para refirmar los pies soeces
el oro servirá de nuestras cruces,
haciendo de
él labradas estriberas
quizá con las historias
verdaderas.
¿Será posible pues
que tú permitas
con daño de los tuyos infelices,
que solas permanezcan las mezquitas
y que sus ignominias
autorices?
Tú, tú de la ciudad sagrada quitas
la religión cristiana y sus raíces;
tu
dura pertinacia nos destierra,
y no la del tirano de la
tierra.
ISABELA
No más, no más, queridos padres,
basta
si no queréis sin vida verme luego,
que
donde la razón así contrasta
poca necesidad
hay de tal ruego.
Yo pues con intención sincera
y casta
(sólo por procurar nuestro sosiego)
al
fiero rey daré de amor señales
fingidas,
si fingirse pueden tales.
LAMBERTO
La bendición de
Dios omnipotente
y la nuestra también recibe ahora.
Tu nombre se dilate y acreciente
en cuanto mira el cielo
y el sol dora;
y si es ya de creer que alguna gente
debajo
del ignoto polo mora,
allá tus alabanzas se dilaten
y con admiración todos la traten.
ENGRACIA
Estos
maternos brazos lo primero
recibe por señal de lo
que siento,
sirvante de collar, bien que grosero,
pero
lleno de amor y de contento:
que en otro tiempo más
feliz espero,
con mayor aparató y ornamento,
mejorar
estos dones, y tu cuello
ceñirle del metal de tu
cabello.
UN VIEJO
Tus obras cantaremos excelentes
si bien
a la desierta Libia vamos,
o bajo de la zona los ardientes
y no sufribles rayos padezcamos;
y nuestra sucesión
y descendientes
darán las mismas gracias que te
damos:
los niños con su lengua ternezuela
repetirán
el nombre de Isabela.
Después de esta afluencia
épica, Adulce, moro valenciano, sale a contar a los
árboles, en muy buenos versos, como habiendo venido
a Zaragoza a pedir socorros para recuperar el trono que le
han usurpado, se enamoró de la infanta Aja, hermana
del rey, y que hace ya tres años que él se
lamenta y ella no le escucha.
Tres veces os he visto, verdes plantas,
de vuestras frescas hojas adornadas:
tres veces descompuestas,
y otras tantas
de flores y de frutos coronadas,
después
que la soberbia sobre cuantas
han sido por hermosas celebradas,
Aja cruel (origen de mi pena)
a mi dura cerviz puso cadena.
El rey se entristece viéndose precisado a quitar
la vida a Muley, pero su confidente Andalla procura tranquilizarle,
y lo anima a que apresure la ejecución. Isabela pide
al rey que revoque el decreto de destierro contra los cristianos:
el rey se disculpa diciéndole que ha consultado sobre
ello a un santo alfaquí, del cual hace esta bella
pintura:
Yo vi con apariencia manifiesta
que no fue la respuesta por él mismo,
mas por algun
espíritu compuesta,
como si alguna furia del abismo
al sabio las entrañas le royera,
o como que le
toma parasismo.
Con los mismos efectos y tal era
la presencia
del vicio cuando vino
a darme la respuesta verdadera.
Andaba con furioso desatino
torciéndose las manos
arrugadas.
Los ojos vueltos de un color sanguino.
Las
barbas, antes largas y peinadas,
llevaba vedijosas y revueltas
como de fieras sierpes enroscadas.
Las tocas que con
mil nudosas vueltas
la cabeza prudente le ceñían,
por este y aquel hombro lleva sueltas.
Las horrendas
palabras parecían
salir por una trompa resonante,
y que los yertos labios no movían.
Si quieres
que tu dios, ¡o rey! levante
la rigurosa diestra, dijo,
mira
el medio que será solo bastante.
Isabela,
oyendo decir al rey que la muerte de Muley está decretada,
se ofrece a morir por su amante, lo cual sólo sirve
de irritar la cólera del rey, que la manda llevar
a una prisión. La infanta Aja sale a decir en un soliloquio
que está enamorada de Muley, a quien el rey su hermano
va a quitar la vida. Llega Adulce, y ella reconociendo cuán
ingrata ha sido a su amor, le pide que liberte a Muley del
peligro que le amenaza, y Adulce promete complacerla. Jornada
tercera. El viejo Audalla, despreciado de Isabela, acelera
su muerte y la de Muley: la hoguera en que han de ser quemados
está ya dispuesta, ella le pide que le permita ver
a sus padres y a su hermana: Audalla se lo concede, y se
descubren tres cadáveres, que son los de Lamberto,
Engracia y Ana, sobre los cuales hace Isabela extremos de
dolor. Aja, desde un aposento de las torres del alcázar,
descubre a lo lejos el lugar del suplicio y el gentío
que acude a ver morir a Muley e Isabela: todavía espera
que Adulce cumplirá su palabra, pero sobreviene un
nuncio y lo refiere la muerte de los amantes. Aja desesperada
premedita matar al rey. Azan y Zancala se cuentan el uno
al otro la muerte de Audalla por haber sabido el rey que
estaba enamorado de Isabela: Azan descubre la cabeza de Audalla
destinada a ser pasto de los lebreles: Aja sale por un lado
con un puñal y una luz en los manos, y por otra parte
Selin, que le refiere como su señor Adulce acaba de
matarse, no habiéndose atrevido a ser ingrato a los
beneficios del rey, ni volver a la presencia de Aja sin haber
cumplido lo que le prometió. Dicho esto presenta la
cabeza de Adulce para que no dude la infanta de que su relación
es verdadera: ella en cambio le cuenta que acaba de matar
a puñaladas a su hermano el rey y que está
resuelta a morir, para lo cual ruega a Selin que se encargue
de ejecutarlo; pero al ver que de ninguna manera quiere prestarse
a ello, corre precipitada y se tira desde lo alto de una
torre a un profundo estanque. Aparécese glorioso el
espíritu de Isabela: dice que ha renacido como el
fénix, y pide aplauso.
Carece esta fábula
de unidad, sencillez, distribución y verosimilitud,
y por consecuencia de interés. El rey, Audalla y Muley
enamorados de Isabela; Aja e Isabela enamoradas de Muley;
Adulce enamorado de Aja, complican y embrollan la acción:
ni el suplicio, ni la hoguera, ni tres cadáveres y
dos cabezas sangrientas en el teatro, ni el furor recíproco
de morir y matar que reina en todo el drama, son medios suficientes
a producir la compasión trágica: sólo
pueden excitar el repugnante hastío del horror. Algunas
escenas están muy bien escritas, pero en composiciones
de esta naturaleza el lenguaje castizo, el estilo elegante,
la versificación fluida y numerosa, aunque son partes
muy necesarias, no son las únicas.
Tragedia La Alejandra
162. Tragedia La Alejandra. La escribió el autor
en verso suelto, quintillas, tercetos, cuartetas y octavas.
La Tragedia hace el prólogo. Los antecedentes de la
acción son estos. Acoreo, capitán de Tolomeo,
rey de Egipto, se rebeló contra su señor, le
mató y se apoderó del reino: pudo escapar felizmente
del estrago el niño Orodante, hijo de Tolomeo, a quien
crió Rémulo, y llegado a edad juvenil le introdujo
en palacio y le hizo copero de Acoreo: éste habiendo
hecho morir a su primera esposa, se casó con Alejandra,
mujer dotada de singular hermosura, de oscura familia y depravadas
costumbres. Lupercio, íntimo privado de Acerco y esclarecido
capitán, adquirió gran poder en el reino: Alejandra
estaba enamorada de él, pero Lupercio despreciaba
su amor por el de la princesa Sila, hija de Acoreo y de su
primera esposa. Jornada primera. Rémulo y Ostilo se
proponen hacer caer a Lupercio de la gracia en que está:
Alejandra le solicita, él se resiste, ella le acosa,
y sólo la fuga puede salvarle de las instancias poco
decentes de la reina. Ostilo y Rémulo declaran al
joven Orodante su nacimiento ilustre con todas las circunstancias
de la muerte de Tolomeo su padre, cuya camisa ensangrentada
le presentan: Orodante jura venganza y dice:
Por, bandera real, por estandarte
llevar quiero contino esta camisa.
Jornada segunda. Ostilo
y Orodante hablan de concierto a Acoreo: el primero le hace
creer que Lupercio junta sus parciales para rebelarse y quitarle
la corona: el segundo le dice que Alejandra le ha encargado
que cuando sirva la copa le dé un veneno en ella:
Rémulo confirma a Acoreo cuanto los otros le han dicho.
Lupercio va a entrar al cuarto del rey y le detienen a la
puerta, le hacen entregar la espada y le atan las manos con
un cordel. Sale Acoreo, le habla sañudo y manda a
los guardias que se le quiten de allí: luego que se
recitan diez versos de ocho sílabas viene el nuncio
refiriendo la muerte de Lupercio, con tales circunstancias
que para verificarse hubieran sido menester muchas horas:
allí traen la cabeza y los cuartos de Lupercio envueltos
en un paño y la sangre en un cangilón. Hace
Acoreo que llamen a Alejandra, y luego que viene le dice
que ha tenido sueños terribles, y que acaba de sacrificar
un toro a los dioses para tenerlos propicios: dicho esto,
le hace que se lave las manos en la sangre que contiene el
barreño: alzan el paño y reconoce Alejandra
la cabeza de Lupercio juntamente con el cuerpo hecho tajadas.
Vase Acoreo y envía a Orilo su criado con un puñal,
un cordel y una ponzoña para que Alejandra escoja
lo que más le convenga: toma el veneno y se lo bebe:
Orilo avisa a Acoreo que viene inmediatamente para ver morir
a la reina: ella le dice mil injurias, se parte la lengua
con los dientes, se la escupe al rostro y muere. Suena rumor
de guerra: Orilo cuenta al rey que Ostilo y Rémulo
han amotinado al pueblo: Acoreo se dispone a la defensa:
aparécesele el alma de Tolomeo y lo anuncia próxima
muerte. Jornada tercera. Sitiado Acerco en el castillo degüella
con su espada a vista del auditorio unos niños (no
se sabe cuantos) hijos de los principales ciudadanos de Menfis,
y tira las cabezas a los sitiadores. Dado el asalto se rinde
el castillo: Orilo y Fabio matan a Acoreo y llevan la cabeza
a Orodante, el cual los manda morir por traidores. La princesa
Sila se asoma a una torre: Orodante le dice desde abajo que
está enamorado de ella, y le ruega que le admita por
esposo: Sila le dice que suba: él va en erecto lleno
de dulces esperanzas, y cuando llega a abrazarla, cae muerto
a puñaladas por ella: hecho esto y viendo la princesa
que los parciales de Orodante van subiendo a la torre y que
no le quedan medios para la fuga, se precipita de la torre
abajo. La Tragedia vuelve a presentarse: recuerda a los espectadores
la moralidad de la fábula y pide aplauso.
Esta pieza
es aun peor que la antecedente, porque a la irregularidad
de su plan y a la inverosimilitud de sus atroces caracteres
y situaciones, se añade mayor desaliño en el
estilo y en los versos: tan mala es, que Lampillas no se
atrevió a disculparla en su Ensayo apologético,
no obstante haber aplicado todo su ingenio sofístico
a defender los desaciertos de la Isabela. Sedano y Signorelli
hablaron con imparcialidad de estas dos piezas en el Parnaso
español y en la Historia de los teatros.
Tragedia
La Filis
163. Tragedia La Filis. No ha visto la luz pública
todavía: si llegase a parecer serio de desear hallarla
menos imperfecta que las otras dos, y más digna de
los elogios que a todas tres prodigó Cervantes.
Lupercio
Leonardo de Argensola nació en Barbastro de noble
familia en el año de 1565: estudió juntamente
con su hermano Bartolomé, y en sus obras líricas
manifestó su mucho talento, su erudición y
delicado gusto. Fue secretario de la emperatriz María
de Austria, gentilhombre de cámara del archiduque
Alberto, y coronista de Aragón. Pasó a Nápoles
con su familia y su hermano, sirviendo al lado de Don Pedro
Fernández de Castro, conde de Lemos, la secretaria
de estado y guerra de aquel virreinato: allí murió
en el año de 1613. Sus composiciones poéticas
corren impresas con las de Bartolomé, y unas y otras
son de lo mejor que han producido las musas españolas.
Tenía veinte años cuando en el de 1585 se representaron
en Zaragoza y en Madrid las tragedias de que se ha hecho
mención, pero no se imprimieron entonces. Sedano,
en la citada colección de El Parnaso español,
tomo VI, da más larga noticia de la vida y circunstancias
de este poeta, y a él se debe la publicación
de la Isabela y la Alejandra, que hasta su tiempo estuvieron
desconocidas.
1586
Comedia de la Amarante o la de Mayo
164. Miguel de Cervantes
Saavedra. Comedia de la Amarante o la de Mayo. Es una de
las veinte o treinta comedias que compuso el autor antes
del año de 1588.
Comedia de El Bosque amoroso
Comedia de El Bosque amoroso. Pertenece a la misma época,
y sólo nos ha quedado la noticia de su título.
1587
Comedia de la única y bizarra Arsinda
166. Comedia
de la única y bizarra Arsinda. Nada se sabe tampoco
acerca de esta comedia. Cervantes hizo mención de
ella como de las otras.
Comedia La Confusa
167. Comedia
La Confusa. De esta comedia dijo su autor que podía
tener lugar por buena entre las mejores de capa y espada
que hasta entonces se habían representado, y en otra
parte dijo también hablando de sí:
Soy por quien la Confusa, nada fea,
pareció en los teatros admirable,
si esto a su
fama es justo que se crea.
Tales elogios (aunque en boca
del mismo autor) hacen muy probable que si no era una composición
excelente, sería a lo menos la mejor de todas las
comedias que dio al teatro. Las que imprimió en el
año de 1615 no pertenecen al presente catálogo.
Miguel de Cervantes Saavedra nació en Alcalá
de Henares en el año de 1547, y murió en Madrid
en el de 1616: estudiante en la corte, soldado en Lepanto,
cautivo en las prisiones de Argel, soldado otra vez en Portugal
y en las Islas Azores; papelista, recaudador, pretendiente
desatendido, escritor ingenioso, ameno y elegante, en una
palabra, autor del Quijote; vivió en habitual pobreza,
y lleno de años, de achaques, de obligaciones, de
pundonor y de justos resentimientos, dejó muriendo
a su patria ingratísima una acusación de que
no han podido sincerarla los esfuerzos tardíos con
que la posteridad ha querido honrar su memoria. En el siglo
anterior se ocuparon en reunir y publicar las noticias de
su vida algunos beneméritos literatos, y entre ellos
Mayans, Ríos y Pellicer. Después de ellos Don
Martín Fernández de Navarrete ha dado a luz
con el auxilio de nuevos documentos la vida de aquel célebre
novelista, obra de mucha erudición, que ha merecido
justamente el aprecio de los aficionados al estudio de nuestra
historia literaria, y de cuantos admiran el ingenio y los
escritos del inmortal Cervantes.
Tragedia. La honra de
Dido restaurada
168. Gabriel Laso de la Vega. Tragedia.
La honra de Dido restaurada. Se infiere por el título
que el autor, siguiendo el ejemplo de Virués, se atuvo
a la historia comúnmente recibida de aquella reina,
apartándose de la ficción de Virgilio.
Tragedia
de la Destrucción de Constantinopla
169. Tragedia
de la Destrucción de Constantinopla. No he visto esta
pieza ni la anterior. Montiano dio noticias de entrambas:
se imprimieron en Alcalá de Henares, año de
1587, en una colección intitulada: Romancero de Gabriel
Laso de la Vega.
Poca noticia se conserva de este autor:
sólo se sabe por lo que dice Don Nicolás Antonio
en su Biblioteca, que fue natural de Madrid, que además
del libro citado ya, publicó un poema épico,
intitulado Cortés valeroso o la Mejicana, y que también
escribió otras obras elocuentes e históricas,
de las cuales la mayor parte quedó manuscrita.
«Entró
luego el monstruo de naturaleza, el gran Lope de Vega, y
alzose con la monarquía cómica, avasalló
y puso debajo de su jurisdicción a todos los farsantes:
llenó el mundo de comedias propias, felices y bien
razonadas... y si algunos (que hay muchos) han querido entrar
a la parte y gloria de sus trabajos, todos juntos no llegan
en lo que han escrito a la mitad de lo que él solo».
-CERVANTES.
Orígenes del teatro español
Colección de piezas dramáticas anteriores
a Lope de Vega
Parte segunda
Rodrigo de Cota
Diálogo
Obra de Rodrigo Cota a manera de diálogo entre
el Amor y un Viejo, que escarmentado de él, muy retraído
se figura en una huerta seca y destruida, do la casa del
placer derribada se muestra, cerrada la puerta en una pobrecilla
choza metido, al que súbitamente pareció el
Amor con sus ministros, y aquel humildemente procediendo,
y el Viejo en áspera manera replicando, van discurriendo
por su fabla, fasta que el Viejo del Amor fue vencido.