Tensión de valores (honor-riqueza) en
La prueba de los amigos de Lope de
Vega
Jaime Fernández S.
J.
Sophia University, Tokyo
La tensión existente en la vida de Lope de Vega se proyecta
en su obra dramática. De un lado, sus constantes flaquezas y
caídas quedan plasmadas con realismo y verdad en las diversas actitudes,
apasionadas o egoístas, de las figuras humanas por él creadas. De
otro lado, sus íntimos, sangrantes y continuos esfuerzos por vivir
conforme al elevado ideal en que firmemente creía, aparecen sutilmente,
por medio de la ironía, la contraposición y el paralelismo, a lo
largo de la acción dramática. La tensión creada entre
ambas fuerzas se soluciona siempre a favor de los valores superiores,
enraizados en la dimensión interna de la persona; y ante ellos quedan
descalificados los valores inferiores o superficiales que sólo obedecen
a motivaciones de índole externa o a convenciones meramente
sociales.
En
La prueba de los amigos se encarna dicha
tensión en las figuras principales de Feliciano y Leonarda. Feliciano,
heredero de una inmensa fortuna a la muerte de su padre, hace del dinero el
valor máximo, situándose por ello en la dimensión del
«parecer». En dicha dimensión el tener es, para él,
la perfecta hidalguía, índice de nobleza y motivo de estima.
Así, Feliciano se regirá sólo por su «gusto»,
quedando obviamente la razón ausente y el honor reducido a la mera
«opinión».
—110→
Leonarda, dama primero gozada y, más tarde, rechazada por
Feliciano al heredar su cuantiosa fortuna, hace del «honor» el
valor supremo. Por su heroica tenacidad con que una y otra vez apela a la
obligación que para con ella tiene el ser amado, no obstante las
injurias y desprecios que de él recibe, y por su actitud de
desprendimiento y generosidad motivada por un hondo y genuino amor, Leonarda se
sitúa en la dimensión interna del ser. Su hondo sentido del
«honor-virtud» triunfará en última instancia,
haciendo posible que el ser amado vuelva a regirse por la
«razón», recuperando así su verdadera libertad y su
honor.
En toda sociedad la importancia del dinero como signo estamental
es indudable. En la española del Siglo de Oro, la riqueza constituye uno
de los módulos de jerarquización nobiliaria. Esta realidad del
espacio histórico aparecerá también, una y otra vez, en el
espacio dramático de la comedia de Lope de Vega90.
El mismo Lope supo por propia experiencia de la relevancia del
dinero en las relaciones sociales: por su pobreza se vio privado de Elena
Osorio, «la mujer que le había hecho saborear los placeres y
dolores de una intensa pasión», experimentando así la
derrota del amor ante el interés, tema del que trataría en tantas
comedias y poemas91, y del que sobre todo dejó constancia en ese trenzado de
vida y literatura que es
La Dorotea92, especialmente en los
dímetros yámbicos del «Coro de Interés»:
Más aún, por su afán de figurar, que no por
su pobreza94, se entregó Lope a una dependencia económica del
Duque de Sessa, servil y rayana en lo abyecto, como aparece con tanta claridad
en su Epistolario95, induciendo a algún estudioso a
la sospecha de flaquezas inconfesables en nuestro dramaturgo96. Y todavía más, la misma necesidad le hizo
escribir
en necio un teatro que contentaba al vulgo,
pero que a él le ponía como dramaturgo una serie de limitaciones
artísticas97.
Cierto que Lope claudicó una y cien veces, y no sólo
en este aspecto del dinero, sino también en muchos otros, por ser
enormemente humano y débil98. Pero una cosa es que Lope en su vida
real claudicara, y otra, muy distinta, que desconociera el valor ético
ideal de cada una de las realidades cotidianas cuando entraba en conflicto con
otras. Así, en uno de los sonetos de
Rimas leemos:
Lo mismo se puede probar también por su teatro, donde las
diversas actitudes de las figuras dramáticas frente a la riqueza son un
índice de la estatura moral del individuo, siendo la misma riqueza, en
fin, un valor relativo frente a otras realidades de mayor transcendencia, como
exponemos a continuación.
Que el motivo principal de
La prueba de los amigos sea, como indica H.
Ziomek, el poder del dinero100, es, creemos, una
afirmación válida, aunque un tanto general, y, por ello,
necesitada de ciertas matizaciones, según se podrá apreciar por
el presente estudio.
A lo largo de la acción dramática se hacen varios
juicios de valor sobre el dinero. Los tres más importantes son los
siguientes.
El primer juicio es del gracioso Galindo, criado de Feliciano, y
está en el Acto Primero:
¡Por Dios
que es lindo amigo el dinero!
Gasta, cobra amigos, da;
se liberal, noble, honrrado;
quien da sólo es estimado;
cercado de amigos va:
éstos son mayor riqueza
que el dinero.
(339-346)
El segundo juicio, tantas veces citado101, es de Ricardo, amante
de Dorotea y rival de Feliciano, y está en el Acto Segundo:
No dudes que el dinero es todo, en todo:
es prínçipe, es hidalgo, es caballero,
es alta sangre, es desçendiente godo.
(1140-42)
El tercero aparece en un diálogo entre el indiano Don Tello
y Fabricio acerca de Feliciano, y está en el Acto Tercero:
—113→
DON TELLO.-
¿Es noble?
FABRICIO.-
Vendrá del Cid
mientra gasta.
DON TELLO.-
Sí, vendrá.
FABRICIO.-
Si los que tienen dineros
los dan en toda ocasión,
¿quién no jurará que son
hidalgos y caballeros?
DON TELLO.-
Dices bien: sólo el tener
es la perfecta hidalguía,
porque el dar es cortesía
que está llamando a querer.
(2121-30)
Por todas estas palabras, sobre todo por las contenidas en los dos
últimos juicios, queda subrayada suficientemente la omnipotencia del
dinero y, en consecuencia, despreciada sin duda alguna la nobleza de sangre:
«el dinero es hidalgo», «el dinero es alta sangre»,
«sólo el tener es la perfecta hidalguía». Desprecio
absoluto, ya que tiene lugar una substitución por la que la riqueza
anula incluso a la persona poseedora de dicha nobleza.
No obstante lo que esto pueda tener de realidad y opinión
compartida por muchos españoles en el espacio histórico de
entonces, hay que tener en cuenta que los personajes emisores de tales juicios
valorativos están movidos básicamente por el interés o la
codicia, y pertenecen a un mundo inmoral. Ricardo es, en acertada
expresión de Ziomek, una especie mixta de
gigolo y alcahuete de Dorotea; Fabricio es un
falso e ingrato amigo, un «ladrón», como le llamará
al final Feliciano; y don Tello el indiano es, en realidad, el jefe de una
cuadrilla de bandoleros. Es obvio, por tanto, que no puede ser ésta la
opinión definitiva de Lope sobre la riqueza.
Más cercana al sentir del dramaturgo nos parece la
opinión de Galindo, por varias razones:
Primero, porque la omnipotencia del dinero
respecto a la honra («quien da sólo es estimado»)
está relativizada por la idea de la amistad («estos -los amigos-
son mayor riqueza que el dinero»), cuya importancia, como sabemos, es
fundamental en Lope:
Segundo, porque Galindo, como
«gracioso» de la comedia, aparte de ser fiel al galán, a
quien sirve hasta el último momento, tiene como
—114→
función principal la de ser su «conciencia», o la verdad
expresada en una manera con frecuencia burlesca103.
Tercero, por la posición que su
comentario irónico y reflexión ocupan en la estructura de la
acción dramática, inmediatamente después de la
decisión de Feliciano de gastar pródigamente la fabulosa fortuna
de treinta mil ducados que acaba de heredar de su padre.
Tal decisión es la causa de toda una serie de actitudes de
los personajes de la comedia, no sólo frente al dinero, sino
también frente a su dueño; actitudes que nos interesan
aquí, tanto o más que sus meras opiniones, para captar la mente
del dramaturgo respecto a la riqueza material y también respecto a su
valoración cuando entra en conflicto con el honor.
Pudiera parecer que la actitud de Feliciano de derrochar su
fortuna obedece a la causa remota de la avaricia de su padre, pues, como se
desprende del diálogo con Galindo (96-113), teniendo tan inmensas
riquezas, el joven galán se ha visto sometido a mil privaciones y
necesidades, de las que ahora piensa desquitarse y gozar usando la virtud
contraria al vicio del anciano: «contra avariçia, largueza»
(348). Y no sólo la avaricia; su mismo trato parece haber sido
«áspero», y su natural «riguroso» e
«impertinente» (160, 163, 204), como se queja Leonarda, por haberse
opuesto a su matrimonio con el hijo104.
No obstante, Faustino, viejo tío de Leonarda, nos da una
pintura bastante diferente del anciano:
De tal pintura se desprende, en esa figura ausente de la escena,
un conocimiento experiencial del valor del dinero; y la misma explica, en
cierto sentido, por reacción psicológica, esa
«avaricia» de la que habla Feliciano, quien por su parte
mostrará no haber heredado en absoluto el espíritu de honradez y
trabajo del padre106.
Así pues, no puede concluirse de la actitud del padre ante
el dinero la prodigalidad de Feliciano, sino que más bien la causa de
ésta reside en él mismo, en su carácter inmaduro y
superficial. Porque Feliciano ha determinado vivir según las
únicas leyes de su gusto (2078), en la dimensión de lo
apariencial, en un ambiente en el que el tener es el valor máximo,
«la perfecta hidalguía» (2126-27)107. Y en
esta dimensión va a vivir alienado, no por el dinero en sí, sino
por su ansia desenfrenada de goce y de lujo. Su «largueza» en el
uso del dinero es prodigalidad absurda, que Lope condena en tantas
comedias108.
Este mundo del tener, sin apenas contenido ético,
está formado por máscaras de hipocresía, cuya
aparición coincide significativamente con el mismo comienzo de la
comedia en la escena del pésame (1-68); más caras que irán
adquiriendo, con el desarrollo de la acción, los relieves más
hirientes de la adulación y del fingimiento, denunciados una y mil
—116→
veces por Galindo y desoídos una y mil veces por
Feliciano109, hasta caer al final y dejar al descubierto los verdaderos
rasgos de doblez de sus dueños, los supuestos amigos, cuando ha
desaparecido el dinero (2399-2415 y SS.)110.
Feliciano, que sólo se rige por su «deseo» y
sigue en todo su «apetito» (1107-08), carece, en consecuencia, de
prudencia y discreción, dos virtudes o cualidades de que
irónicamente le dota Fabricio en la escena del pésame (6 1-65),
está ciego para ver la realidad de las cosas, como le gritan Leonarda y
Galindo (206; 1277), y es un loco, en expresión repetida del mismo
Galindo (1397, 1772), de Ricardo (1235, 1703, 1730) y de Faustino (1454).
Así, en Feliciano y en su actitud está totalmente
ausente la razón; y, junto con la razón, el verdadero honor,
ecuación y correspondencia que es una constante en Lope, como hemos
demostrado en nuestra tesis doctoral111. Nadie da lo
que no tiene. Por eso, cuando Leonarda viene al comienzo de la comedia a ver a
Feliciano, para rogarle que cumpla su palabra y le devuelva el honor que ella
le ha fiado, Feliciano le dirá que cuando la gozó estaba sin
seso.
Leonarda es el polo opuesto a Feliciano, porque ella vive en la
dimensión profunda del ser, del honor-virtud. A Leonarda no le interesan
las «prendas» exteriores:
Bien puede venir Leonarda,
con la justa pretensión,
que más de tu obligación
que de tus prendas aguarda.
(145-48)
Leonarda apela así al nivel ético del deber y de la
obligación, suponiendo en Feliciano una libertad que es el fundamento de
todo acto moral:
—117→
Ya no podrás, Feliciano,
huir el rostro a mi honor,
muerto aquel cuyo rigor
fuera combatido en vano.
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Ya quedas libre, señor,
de tu hacienda y tu persona;
mi causa quien soy te abona;
tu deuda, mi propio honor.
(161-64; 169-72)
Pero Feliciano -sus mismas palabras a Galindo lo indican- dice no
poseerse a sí mismo: alega que estaba «fuera de sí»,
«sin seso», y que su alma se vio
forzada a gozar a Leonarda. Galindo, la voz
de la conciencia de su amor, su verdad, desarma el especioso argumento:
«en el albedrío no hay fuerza» (305), es decir, la voluntad
es libre para elegir entre el bien y el mal112. Y así queda
confirmada la responsabilidad moral de los propios actos. La realidad,
expresada sin paliativos por el «gracioso», es que el amo se ha
dejado llevar del apetito sin rienda:
Y aquí no vale dezir
que quitó el seso el amor;
quien jura y quita el onor
ha de cumplir o morir.
(313-16)
Aunque Galindo es terminante en su postura ética de justa
intransigencia: «En llegando a la raçón / no hay amo»
(318-19), comprende que, en este momento de la acción dramática,
la mesura y el control de Feliciano son realidades imposibles y que es
«cosa de sueño» para él «el saberse
reportar» (330-31).
Leonarda, por su parte, preocupada principalmente por el honor del
ser que ama, le avisa con toda claridad de que esta carencia de
dominio de sí, este dejarse llevar por
el propio gusto en el derroche de su hacienda y en el amor envilecido,
significa la ruina y la muerte de su honor:
¡Más estás çiego
del humo, ynfame, del fuego
que abrasar tu onor espera;
que, según ban las ystorias
que de Dorothea oý,
cantarán quiries por ti,
y ella en tu haçienda las glorias!
—118→
Esta sí será la misa
de requien y de dolor
a la muerte de tu onor
de que ya el luto te avisa.
(206-16)
E igualmente se le queja de que el incumplimiento de la palabra
dada es
bajeza:
Por el onor que te di
tu palabra me empeñaste,
No tiene onor, ni es posible,
el que no vuelve a cobralla,
que empeñalla y no quitalla
llaman baxeza terrible.
(239-44)
Las palabras de la joven burlada son en vano. No obstante,
Leonarda vive en la dimensión del ser y seguirá insistiendo hasta
el final. Tendrá que disfrazarse dos veces para poder acceder al inmoral
mundo de apariencias de Feliciano; disfraz necesario, porque, al ser
descubierta su identidad, habrá de sufrir en público el insulto y
el desprecio de un bofetón del ser amado. Pero Leonarda no le
odiará nunca. Frente a la carencia de discreción y a la actitud
irracional de Feliciano, Leonarda representa la discreción y el
autodominio. Y es esta discreción el elemento que hace irreconciliables
las dos vidas. Lo cual se desprende, entre otros pasajes, de éste en que
Leonarda, «tapada», dialoga con él:
LEONARDA.-
¿Qué tiene de malo?
FELICIANO.-
Que a mí
en todo me desagrada.
LEONARDA.-
¿Es mui fea?
FELICIANO.-
No es mui fea.
LEONARDA.-
¿Es necia?
FELICIANO.-
Discreta es.
(1553-56)
Leonarda no puede odiar, porque, valga la perogrullada, ama de
verdad. La exterioridad de la riqueza de Feliciano nada significa para ella; a
su alma sólo le importa en definitiva la vida del hombre a quien
ama:
Porque un verdadero amar
sólo quiere conservar
la vida de lo que quiere.
(1872-74)
Para ella, el dinero es sólo un medio. Venderá sus
joyas para rescatar a Feliciano de la cárcel. Su desinterés, su
grandeza de corazón es lo que acaba por derribar a Feliciano del
pedestal de su gusto. Su amor,
—119→
que anula la ley del talión
en la que cree Feliciano113, hace que éste recobre
la
vista del alma y vuelva a la dimensión
de la
razón. Frente a la codicia y al
interés de casi todos los personajes del
demimonde de esta comedia114, sólo la
generosidad de Leonarda, no basada en el
tener, sino en el desprendimiento, naciendo
del
ser y sustentándose en él,
podrá curar la grotesca enfermedad de Feliciano, al reconocer
éste:
¡Pero quién si tú no fuera!
Débote mi libertad,
el alma misma te debo.
(2988-90)
En una palabra, frente al poder del dinero, el poder de la
virtud, que es el que Lope quiere hacer
destacar y ofrecer a la consideración del espectador y del
crítico lector. Frente al honor basado en la exterioridad de la riqueza,
es decir, frente al honor basado en la opinión, el honor basado en la
virtud, que sale triunfante en último término. Esta
oposición básica de la comedia no es la única, como hemos
mostrado en este breve estudio: frente al interés vil de Dorotea y los
otros personajes de su mundo, la generosidad de Leonarda; frente a la
ingratitud y traición de los falsos amigos, la lealtad incondicional de
Galindo; frente a la prodigalidad alocada de Feliciano, la discreta
magnanimidad de Leonarda. Oposiciones todas que pueden quedar resumidas en
estas palabras de la profesora Weber de Kurlat que, aplicadas a
El sembrar en buena tierra, hacemos
totalmente nuestras: «Pero quizás la oposición más
hondamente significativa, presente en el plano de la expresión y
referida al contenido, consiste en que la comedia muestra la existencia de dos
posibles modos de actuación ante la realidad moral del mundo: uno
superficial, aparente y acomodaticio; otro, profundo que no se atiene a la
letra y desafía las apariencias para atender al
espíritu»115.