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Clarín en 1898 o la inteligencia día al día

Jean-François Botrel






La circunstancia personal y la historia

«Clarín en 1898» y no «Clarín y el 98 o la crisis de fin de siglo», ya que sobre aquel que «estuvo presente en todos los frentes políticos, sociales, literarios para desenmascarar lo que le parece inauténtico o peligroso y para oponer a lo que considera falsas o apresuradas soluciones el alto ideal de sus convicciones ético-liberales» (Lissorgues, 1998, 165), disponemos de los decisivos trabajos de Yvan Lissorgues (1979, 1981, 1987, 1989, 1996, 1998) y de los, sobre aspectos más particulares, de Adolfo Sotelo (1993, 1994, 1998) o de Antonio Ramos Gascón (1973). Clarín en 1898, pues, y la inteligencia día al día, o sea cómo vivió y pudo al mismo tiempo pensar su circunstancia y la historia, expresando o dando a conocer en los 287 efímeros y periódicos artículos publicados entre enero de 1897 y diciembre de 18991, en un marco muy poco favorable a la formulación de un sistema coherente, pero también en «acciones» y reflexiones privadas o íntimas (disponemos por ahora de unas 20 cartas), su reflexión de ciudadano más que su sentimiento de hombre.

He optado, pues, por vivir con Clarín el tiempo del pre-Desastre, del Desastre y del post-Desastre, por seguir casi día tras día, lo que va observando desde su atalaya ovetense (a 218,6 metros sobre el nivel del mar en la estación de ferrocarril), haciendo una lectura cronológica de todas las expresiones orales, manuscritas, impresas en periódicos, libros, cartas, etc., sobre todos los campos (cultura, política, filosofía, etc.) que pude encontrar.

Porque si es Clarín «principalmente periodista» según él mismo afirma (El Esp., 28-X-1899), si es legítimo e importante buscar la unidad o la coherencia en la dispersión de textos efímeros (o al contrario concluir que no pudo haberla), no menos importante resulta no disociar la idea expresada de la práctica que la acompaña y que puede ser tanto o más reveladora de la auténtica actitud de Leopoldo Alas y Clarín frente a lo que resultará ser nuestro 1898 o el de algunos más, como puede ser la voluntad pública o la pretensión (no siempre realizada) de «dominar la crisis», de no sentirse afectado ni determinado por ella, con, a veces, una expresión pública y un pensamiento callado o un comportamiento secreto.

Es importante poder examinar el contenido, la manera y la intención observables en los textos y en los no textos, en un momento determinado, pensando que para los historiadores del 98 hay en total más expresiones dispersas por sistematizar que sistemas expresados y recogidos en libros, tener en cuenta la dispersión cronológicamente obrada para poder dar sentido a las insistencias o a los silencios, comprender cómo funciona la intertextualidad periodística, en un diálogo con la actualidad, con el «acontecimiento», o más prosaicamente, cuál es el peso de la inercia/rutina que puede conllevar, con mucha conciencia y a veces dolor en el caso de Clarín, el quehacer periodístico, considerado como acción -una manera de actuar-, y por consiguiente revelador, tanto como el discurso proferido, del pensamiento de Clarín.

Para los historiadores es una cuasi cuestión de deontología: cuestionar la manera de cómo nos llega la información, cómo la seleccionamos, lo que tenemos que simplificar o sintetizar, construyendo en alguna medida un sistema que no existió; dar protagonismo y relevancia al modo de producción de la inteligencia día al día. Para el Clarín político, el intelectual, el hombre y el periodista, podrá ser un homenaje: aunando y contrastando historia, microhistoria y biografía, se intentará observar y comprender -muy específicamente entre abril y julio de 1898- cómo en esta crisis de fin de siglo y de vida, con muy hondo pensar y sentir y olvido de sí mismo -de su humana y ya muy degastada envoltura-, se inscribe en un continuum y se proyecta en un porvenir del que sabe no va a participar, Leopoldo (Alas) Clarín.




Leopoldo Clarín por sí mismo

Es conocida la reflexión de septiembre de 1897, cuando después del desafío lanzado a la circular del fiscal Puga en el «Palique» publicado en el Madrid Cómico del 21-VIII-18972 queda Clarín denunciado por la justicia y no quiere «aparecer responsable»: «Si fuera más joven iría a Madrid (...) -escribe a Sinesio Delgado- y entre M. Álvarez y yo, entre los dos, bueno pondríamos a Puga. Pero yo soy viejo para esas bromas. Además tengo mucho que hacer; una novela, si acaso un drama, y preparar un curso breve para el Ateneo, sección de estudios superiores. ¡Y cien artículos al mes! ¡Y la cátedra! ¡Y dormir once horas! ¡Y no trabajar ni antes ni después de cenar! ¡Y distraerme! ¡Y meditar! ¡Y pasear mucho! No me queda tiempo para ser reo» (apud Botrel, 1997, 45).

No resulta muy difícil ilustrar la desordenada regla de tan ajetreada vida: la novela sería la «novelita» Elegía («la muerte de un hijo mezclada con noticias de la guerra triste», según escribe a Galdós, el 31-VIII-1898 (apud Ortega, 1964, 286)); el drama sería La Millonaria (existe una caricatura de Clarín «en estado interesante» al lado de María Guerrero); el curso breve son sus conferencias en la Escuela de Estudios Superiores (9, 16, 23, 30-XI, 4, 7, 15-XII-1897); los paseos son los que hace con Juan Ochoa hasta la muerte de éste. Al margen de las actividades lectivas, es además «agente electoral» de Menéndez Pelayo para la senaduría por la Universidad (cf. Alas, 1951, 102), es amigo de las conversaciones del casino evocadas en algún «Palique»3 y, por supuesto, es autor no de cien artículos al mes, sino al año, para los cuales tiene que estar permanentemente sobre aviso.

Es costumbre atender más a la producción o al producto que a la génesis; por esto me parece importante recordar que Clarín vive con y como el telégrafo, el telégrafo es decir Mencheta con su «terrible gramática eléctrica» (Lunes, 5-VI-99) y el laconismo con que anuncia a los «provincianos», por ejemplo la bofetada del Duque de Tetuán a Comas (M.C., 29-V-97 -o la confirmación de Cánovas como jefe del Gobierno (Pub., 11-VI-97); que está en interacción física e intelectual permanente con un fárrago de papeles impresos o manuscritos: la prensa local, regional, nacional y extranjera que recibe y/o lee -tiene que leer- en su Tusculum de Oviedo desde Cosmopolis o El Liberal hasta El Mundo naval ilustrado o la Revista de Extremadura. Así es cómo se entera que «un italiano ha matado a Cánovas» el 8 de agosto de 1897 (M.C., 14-VIII-97), cómo sigue la gira de María Guerrero por Francia en septiembre-octubre de 1898 o lee una crítica de Agua, azucarillos y aguardiente de Arimón en El Liberal (cf. M. C., 3-VII-97); las numerosísimas (¿y desaparecidas?) cartas recibidas de niñas «redentoras», de un seminarista, de amigos, de lectores a las que contesta o no contesta; todos los libros que lee porque los recibe o porque los encarga. Entre todo esto se mueve el personaje público -el Sr. Clarín como le llaman algunos-, con la consecuencia directa de los 7 artículos al mes, e indirecta de la experiencia acumula, pero también el cansancio de quien «lleva un cuarto de siglo de cansar las prensas», 25 años de periodismo y palique, la rutina del oficio de escribir, este «inflar el perro viejo», que hace que a veces le entren «tentaciones de mandar telegramas a (sus) periódicos diciendo «Clarín ha muerto. Se ha pegado un tiro en el seudónimo. Ya no hay Clarín».

Y dedicarme exclusivamente a la filosofía. Con firma entera (...) ¿No habrá por ahí un millonario, mi admirador (...) que me diga: «le regalo a Vd. una porción de miles de duros, para que usted pueda descansar y dedicarse a la filosofía, olvidado de los paliques. No le impongo a usted más obligación que la de escribir antes de cinco años una Crítica de la razón que eclipse la de Kant?

Y la escribo. Vaya si la escribo, con eclipse y todo.

Escribo la Crítica de la razón purísima.

¡Cualquier cosa antes que el palique número 999.999!» (M. C., 30-X-97).

El cansancio y la enfermedad que hacen que con sus 44-46 años se sienta viejo: lo confía a Galdós en agosto de 1898: «por la mañana no soy una inteligencia con vida por órganos sino un vientre afligido por molestias nerviosas» (apud Ortega, 1974, 285), pero también lo publica con amarga autoironía: forma parte de los que tienen «que sacar los garbanzos del estómago para volver a meterlos... de los que leendo leendo y escribiendo sin fin, a costa del estómago que se pierde, ganamos los garbanzos que después el estómago se niega a digerir» (M.C., 26-III-98), hasta el 28-VII-1898 en que evoca los tristes casos en que se opera a un cáncer, por animar al enfermo, pero con la seguridad de que volverá a reproducirse y la terrible frase: «No soy médico de España; soy enfermo».

Creo que no tener en cuenta la presencia en el Clarín de aquellos años de la idea de la muerte, perceptible en las cada vez más frecuentes evocaciones de los años de juventud y alusiones biográficas -a su fealdad, por ejemplo («Guapo no me lo ha llamado ninguna hija de Eva. Fuera de las justas nupcias, nada»)-, nos impediría entender el hondo sentido de lo que hace y dice desde:

-la autoridad conferida por la experiencia y los años del maestro como le llaman algunos: la vejez es su «porvenir» y analiza con seriedad su posición con respecto a la juventud en Vida literaria del 6-VII-99, por ejemplo4. Pero tanto o más emblemática de esta inscripción puede ser su actitud a propósito del «J'accuse» de 13 de enero de 1898: la primera reacción oficial de Clarín, en El Heraldo del 31-1-98 («Abajo los judíos») se prolonga el 12-11 en el Madrid Cómico cuando se dirige a los jóvenes dejándoles la acción física la iniciativa -«consejos en los cuales no faltará quien note la frialdad y no el buen propósito», puntualiza- y el 15-III en El Heraldo donde observa que «los jóvenes no acaban de hacer la proyectada manifestación»5.

-su estatuto de personaje público con firma y caricaturas en la prensa a «mantener» con un evidente deseo de evolución.

-su profundo deseo de ser filósofo, de «estudiar directamente la filosofía verdadera», sabiendo que «la utilidad de la filosofía es letra que se cobra a muchos días vista».

-un sentimiento de cansancio, la cansera de Medina evocada con motivo de la necrología de Juan Ochoa quien «a pesar de su fe profunda, sentía la cansera... del cuerpo y de la vida prosaica. ¿quién no la siente un poco?

Pero hay que seguir... no hay que echarse con la carga... ¡Qué diantre! Este mundo no parece muy divertido... Pero acaso es que tomamos un falso punto de vista... "este mundo el mejor de los posibles". Pero no por eso debemos engañarnos a lo Pangloss; no, la gracia está en vivir sin protesta, a pesar de ver cara a cara, y como son, las tristezas de la vida. Por eso no es inmoral la poesía triste y sin tesis como la de Medina. Hace sentir, hace compadecer, hace meditar... y eso ya edifica» (Lunes, 5-VI-99).

-su voluntad de proyectarse, por mucho que le cueste, en el futuro, incluso con armas o herramientas tan desgastadas como el Madrid Cómico al que piensa asociar a «jóvenes menos cansados de la comedia, porque han visto menos actos», valiéndose para (sobre)vivir de aquellos «valores altruistas» (Lissorgues, 1998, 165) que le ayudan a dar sentido a la prosa de la vida.




La prosa de la vida

En la prosa de la vida, entra -cara al público- el periodismo, la rutina de la producción periodística, día al día o semana tras semana, con este cínico -y conocido- autodesprecio por el escribir por escribir del que «cobra por decir algo» (M. C., 17-VII-97), sin que llegue, no obstante, a compararse su actividad con la de un Vicente Blasco Ibáñez o de un Alfredo Calderón, por ejemplo6. Con la necesidad de adaptarse al ritmo del periódico, de pensar en el público (de Barcelona, de Norteamérica -hasta el 18-11-1897) y de acatar las orientaciones o prescripciones del órgano7 aun cuando alguno como El Heraldo le deja cierta libertad y aparente contradicción- «soy republicano y El Heraldo no y allí escribo» (Her., 5-VIII-97). ¿Valga como ilustración de esta condición esta oportuna reflexión sobre lo que dice y lo que le importaría decir a los estadounidenses? «Son estas revistas puramente literarias, y por eso me abstengo de hablar en ellas de lo que es natural que ahora sea pensamiento principal de todo buen español, a saber, las delicadas cuestiones internacionales a que da ocasión la malhadada guerra de Cuba. Crece el deseo de tratar tal asunto considerando que este periódico, aunque español, se publica en la ciudad más importante de esos Estados Unidos con quienes precisamente tenemos pleito pendiente, que ojalá acabe sentenciado por la razón que es lo que nos conviene» (apud Sotelo, 1994, 153): dejará de colaborar después del 18-XI-1897.

Se ha de recordar, como obsesión vital, la necesidad de garantizarse un número suficiente de tribunas (de 2 a 5)8, con un afán que para Maeztu es de «acotamiento y monopolio» (apud Sotelo, 1988, 125)9 y para Clarín tal vez sea imperiosa necesidad para imprescindibles ingresos.

Con un abanico no muy abierto de modalidades de expresión, muy codificadas (y casi osificadas) donde predomina la forma breve y fragmentada del palique que puede llegar a constar de 9 elementos, con sus 6.000/11.000 caracteres, o de la revista mínima10, aun cuando en la repetición «esperada» y apetecida por el público (el estilo, las «cosas» de Clarín) puede existir una preocupación por variar el tono, los registros y procedimientos11, e incluso puede llegar a una innovación muy del momento como es la forma dialogada (cf. Her., 29-V-97, Lunes, 5-VII-97 («Faust»), Her., 9-VII-99) y la subversión del palique como género al llegar a tratar en él unos temas muy serios.

Para el periodista Clarín, la prosa de la vida es también la necesidad de encontrar/escoger asunto (o asuntos), dialogando con el público y la actualidad como telón de fondo, para una expresión en eco, para la construcción de «otro» discurso. Ahí va esta reflexión muy profesional de Clarín sobre estas dimensiones de su actividad periodística: «hay asuntos que, comparados con la tremenda cuestión de la guerra, pierden la importancia que tendrían si viviéramos en santa paz, y tuviéramos humor para dedicarnos a las labores de nuestro sexo» (M. C., 6-VIII-98) y hay los que son «insignificantes en días de paz como en días de guerra» y esta: «cuando ese monstruo de la actualidad se posesiona de un hombre, éste es cosa perdida».

¿Qué duda cabe que muchas colaboraciones tienen su punto de partida en la actualidad corriente porque es una preocupación «nacional» (cf. M.C., 26-III-1898: «No me atrevo a decir que creo que va a haber guerra (...)»), pero también porque se trata del movimiento bibliográfico de cada día, por muy escaso o relevante que sea12, y menos cuando como «Hoy en España estamos por el suelo y a nadie puede importarle que haya un majadero más que... escriba desatinos» (M. C., 31-XII-98).

Pueden ser meras respuestas a lo leído, a la crítica, con a veces polémicas (con Gil Blas de Santillana, Gedeón/Calínez, Agius en marzo de 1898, Maeztu en 1899), «acontecimientos» importantes en la época pero efímeros, como la bofetada al Sr. Comas del 21-V-1897 (M.C., 29-V-97), la enésima crisis de gabinete o el cambio «pronosticado» de Gobierno13, el centenario de Velázquez (en Esp., 20-VII-1899) o los grillos puestos a la estatua de Elguayen (M.C., 20-VIII-1898), la prisión del director de El Nacional (M.C., 29-XI-98), el Congreso católico de Burgos de 1899 con su catolicismo «hidráulico», con referencias, explícitas o alusivas y a menudo agresivas, a nombres como Puga (cf. M.C., 9-X y 25-XII-97) y personajes (orador amellado (de Vázquez de Mella), padre Cámara... agrícola, el Obispo de Sión, Jaime Cardona, «tal vez el primer orador sagrado de su tiempo», etc.), con el peligro, hoy, de no entender14 o de sólo entender a medias.

De ahí una expresión en constante resonancia con una contextualidad y un intertextualidad a menudo olvidada o difícil de reconstituir.

Hasta aquí la prosa de la vida periodística reveladora de no poca conciencia y de muchas ilusiones.

La conciencia, por ejemplo, de las ventajas e inconvenientes relativos de la prensa como medio privilegiado de expresión: «los grandes diarios son en rigor ahora los árbitros de las corrientes del gusto en el vulgo», son una «gran tribuna para la enseñanza popular»... En el artículo publicado en El Español del 28-X-1899 (apud Lissorgues, 1989, 11, 32-35) se encontrará un buen desarrollo de su concepción del periodismo y la prensa en aquel entonces.

Ya que «no le falta brújula para guiarse en el mar de las confusiones» (Lunes, 13-II-99), Clarín se preocupa por no dejarse llevar por la actualidad, privilegiando el tiempo largo, preocupación muy explícita en su carta a Galdós de 31-VIII-1898 -nótese la fecha-: «Dígame lo que hace, lo que proyecta. Yo nada más que el garbanceo. Escribiría con mucho gusto de filosofía lo más literariamente que pudiera, pero aquí ¡quién lee eso!» (apud Ortega, 1964). Para él, muy claramente, con los «versos y artículos de encargo» pierde el patriotismo y pierde la literatura (apud Sotelo, 1994, 155) y no escasean comentarios cara al futuro ya que Clarín sabe, pero sobre todo quiere proyectarse más allá del momento. De ahí unas bastante frecuentes prognosis, como sobre los empréstitos («cuando llegue el día de pagar las ganancias que estos empréstitos producen... ¿de dónde saldrán las misas de los intereses», escribe en el Madrid Cómico del 24-VII-1897) o con los artículos con trasfondo como aquél en el que comenta el asesinato de Cánovas:

«Leo en un periódico que un italiano ha matado a Cánovas.

Excuso decir que lamento el suceso.

Porque es un crimen.

Porque es la muerte de un hermano; porque Cánovas era nuestro hermano, según la buena religión.

Y porque será la muerte de otro hermano: el asesino de Cánovas» (M. C., 14-VIII-97).

Su preocupación por ahondar -se incluye entre «los que por oficio tenemos la obligación de ahondar un poco» (Pub., 28-VI-99)- más que por sistematizar (critica el prurito sistemático) traducida en su aspiración a hacer «otras cosas» -artículos de mayor alcance-, le llevará a crear un alter ego: Don Leonardo, para comentarios didáctico-amenos de temas del momento15. Cotéjese dichas preocupaciones con su frustración al tener que simplificar (como en las conferencias para la Escuela de estudios superiores del Ateneo o para la Extensión universitaria). Son aspiraciones no totalmente incompatibles con las exigencias de la práctica tal como es y tal como ha de ser, porque existe una clara y reiterada voluntad por parte de Clarín de ser práctico, útil, altruista y de reflexionar sobre su propia práctica desde preocupaciones de tipo deontológico y operacional a la vez.

Se recordará su voluntad de marcar distancia consigo mismo, con su práctica, para mantener incólume su «segura honradez estética» (Lunes, 24-V-97). De ahí la reflexión periódica sobre su quehacer crítico, sobre la crítica dogmática, la crítica de actualidad, su defensa de la crítica menuda o de su contribución a la crítica del léxico oficial con Valbuena y Pedro de Múgica (M. C., 30-I-97) y la justificación de un nuevo «género» o de su evolución y adaptación como en el momento de empezar la serie «Vivos y muertos» (Her., 17-VI-97) o de adoptar una nueva modalidad de revista literaria después del Desastre.

Su voluntad, también, de no dejarse llevar por la pasión, preguntándose con ayuda de otras autoridades si su juicio resulta certero (como en el caso de Ochoa donde acude a la autoridad de Pereda), si no se muestra injusto con la gente nueva16, reconociendo incluso públicamente que se ha equivocado con Ramón Menéndez Pidal... (cf. infra).

No cabe duda que más por conciencia que por inercia inconsciente Clarín supo darle sentido a la insistencia, a la recurrencia y hasta a la redundancia: cabe distinguir el caso de las dos alusiones a una reflexión de Menéndez Pelayo sobre Fortunata y Jacinta obviamente debidas a que Carín no quiere olvidar que le pertenece la idea expresada en Mezclilla17 o de las mismas frases repetidas en distintos artículos fabricados en el mismo horno, en el mismo momento para distintos periódicos18 y la repetición de artículos sobre un mismo tema (cf. infra): a esto le tenemos que dar un sentido «añadido» como indicador de una preocupación mayor y de un posible acrecentado impacto.

No menos significativas me parecen las opciones negativas de Clarín, que consisten en ignorar (hay silencios atronadores, difíciles de tener en cuenta por cierto), llegando incluso a distinguirse de sí mismo al ignorar una provocación y decirlo, por supuesto19.

También es significativa la yuxtaposición cronológica, aunque no se trate del mismo periódico, como reveladora de la coexistencia de prácticas y aspiraciones antinómicas y por ello sintomáticas de la dificultad de vivir, del esfuerzo que ha de hacer Clarín por imponerse a sí mismo el altruismo: me parece ejemplar al respecto el caso suministrado por dos artículos seguidos el «Palique» de 3-XII-98 en el Madrid Cómico sobre la asamblea de las cámaras agrícolas en Zaragoza -la «asamblea de la cuenta corriente»20- y «Desiderata. Revista española de filosofía» en Los Lunes de El Imparcial del 15-XII-9821, con tanta convicción y verosimilitud y precisión programática en sus «buenos deseos» que, a pesar de que «bien claro se veía que todo era una broma» (M.C., 24-XII-98), dice que le escribió un afamado librero de Madrid pidiéndole suscripciones y números... o, de manera más íntima, las sucesivas y coincidentes muertes de Juan Ochoa «confidente de (sus) intimidades en las melancólicas mañanas de Abril y Mayo que pasábamos juntos hablando mucho de Dios, del amor y de la muerte» (Lunes, 5-VI-1899) y de Emilio Castelar: «¡Otra vez la muerte!» (Pub., 28-VI-99).

De una carta a Armando Palacio Valdés del 12-XI-1899 se deduce que Clarín se vería entonces como un dilettante del criticismo (lo cual consistiría para él en «buscar eternamente las cosquillas a las ideas»), cuando para Palacio Valdés Clarín es un humorista-místico por el estilo de D. Francisco de Quevedo (Alas, 1941, 159).

A la hora de valorar (para cometidos de investigación) la producción y el producto periodísticos de Clarín, conviene no olvidar esta frustración y tampoco la circunstancia de estas prácticas simultáneas, periodísticas o paraperiodísticas (dirigir un periódico como el Madrid Cómico) y sobre todo que sus palabras (sus artículos) e incluso sus silencios (sus no artículos) son actos, como el desafío a Puga después del asesinato de Cánovas (21-VIII-1897) o su «colaboración» simbólica en La Lucha de clases (1-V-99) y El Socialista (1-V-99).




Vivir y pensar: el discurso y la práctica

En unos momentos en los que se acredita la idea de que se está muriendo un mundo con el siglo y se pretende oponer una visión modernista y futura, la dialéctica entre lo viejo (veterano) y lo nuevo (joven) por lo general22, entre historia y proyección o preparación del porvenir es un tema y una práctica constante en Clarín.


Sangre vieja y gente nueva o novísima

No voy a referirme a la posición muy comentada de Clarín con respecto al modernismo pero sí recordar con Yvan Lissorgues algo fundamental y es la idea de que no se puede construir el porvenir haciendo «tabla rasa del pasado» (1998, 168) y sacar a colación la famosa carta de Unamuno de 9-V-1900 donde con dureza y no poca acrimonia critica el afán de Clarín -«hombre de tanto talento»- «por sostener los seniles productos de los más de los consagrados (no de todos) y su actitud de «reserva frente a los jóvenes de empuje», censurando la «poca importancia concedida a aquel brioso y originalísimo Ganivet», etc.

Más que la crítica/denuncia por Clarín del gusto por los «artículos de París averiados» o «falsificados en Ultramar» etc. o los silencios a propósito de la gente nueva, aspectos al fin y al cabo anecdóticos y tal vez sobrevalorados, me parece interesante destacar la duda fundamental acerca del valor, cara al futuro, de los que protagonizan esta corriente y, por otra parte, como por reacción, la idea «positiva» de que hay que «robustecerse con sangre vieja... pero buena» (Sotelo, 1988, 121) y la demostración que hace Clarín de esta convicción con su práctica, con su acción y convicción periodísticas.

Para él, en la «república, hoy anarquía de las letras» (apud Sotelo, 1994, 164), es necesario referirse a la historia, a los veteranos, a los valores seguros o averiguados cuando no perennes vs efímeros y superficiales, defenderlos (y observar el silencio con la gente nueva), y lo explicita y justifica (cf. Lunes, 1-III-97), denunciando al mismo tiempo la falta de conciencia moral de la crítica: «el verdadero español de hoy se encuentra en las comedias de Ramos, Vega, Burgos, Aza, Echegaray» (M. C., 12-VI-97), el futuro temido es «cuando falten Valera, Campoamor, Balart, Castelar, ya viejos del todo, ¿qué va a ser de nosotros?», pregunta Clarín (Sotelo, 1994, 171).

De ahí el impresionante número de artículos dedicados a necrologías, no sólo porque entre 1897 y 1899 se mueren Castelar, Pérez Escrich (Her., 3-V-97), Feliu y Codina (Pub., 15-V-97, Her., 26-V-97), Federico Moja y Bolívar (Pub., 17-V-97), Bardón (Her., 28-VI-1897), Luis Vidart (Her., 3-X-97), José Soler y Miguel (Pub., 12-IV-98), Tamayo (Cor., 1-VII-98, Pub., 8-VII-98) (1837), Marcos Zapata (Esp., 25-IV-99), Mario (Her., 5-IX-99 «otro Emilio irreemplazable» (con Castelar), incluso Francisco Ayuso, «uno de nuestros pocos tuertos» (cf. Her., 3-VI-97) -y «basta de difuntos» puntualiza el propio Clarín consciente de su «excesiva» necrolatría-, sino porque «nuestro público literario vive al día (...) Pasma y entristece observar lo pronto que se olvida, lo mucho que ignora de lo que pasó ayer por la tarde esta juventud que se dice aficionada a las letras... Por eso cuando muere alguno de los veteranos de la literatura, de los que no escribían en estos últimos meses, las necrologías tienen que dar al vulgo explicaciones análogas a las que se dan cuando se descubren datos biográficos y bibliográficos de un autor antiguo» (apud Sotelo, 1994, 165). Será la iniciada serie de «Vivos y muertos» (Her., 17-VI-97).

De ahí también su preocupación por valorar a la gente vieja ya que «nuestros autores viejos no dan las boquadas» (Vida lit., 27-VII-99). Esto le lleva a observar, lamentándolo, que no hay nada, por ejemplo, en los teatros de Madrid para el centenario de Bretón de los Herreros (apud Sotelo, 1994, 156), a dedicar nada menos que un palique, una revista mínima, dos entregas de revista literaria a Horizontes de F. Balart, a defender a Menéndez y Pelayo contra los seudo castizos (jóvenes pero no precisamente modernistas) que empiezan a profanar su patriótica labor o a la Cleopatra de Sellés, a dar cuenta de Genio y figura de Valera (Lunes, 5-IV-97) y de La Alegría del Capitán Ribot de Palacio Valdés (cf. Lunes, 9-IV-99), de Zarzamora de Ramos Carrión, de cada novela de la tercera serie de Episodios Nacionales desde Zumalacárregui, en pleno conflicto (M.C., 11-VI-1898), a insistir en acordarse de Zola.

Su puntual interés por lo que va a ser de las vacantes en la Academia, sus hipótesis o recomendaciones, pueden ser síntoma de un inconsciente y frustrado deseo de reconocimiento personal pero también obedece a una preocupación aparentemente paradójica por fortalecer una institución representante de unos valores al fin y al cabo más averiguados que los seudos, que la gente nueva.

En lo demás, de sobra conocido -es a saber su dificultad a encontrar nuevos valores y su reticencia a hablar de ellos sino de pasada en sus paliques para criticar o censurarlos por insignificantes-, me parece interesante destacar la lucha muy ideológica por el control de la palabra, de su sentido, o sea su intento de rebatir la noción y el término de gente nueva (siempre escrita con itálica) por todos los medios o procedimientos corrientes como son: la ironía, la burla («La gente nueva como se llama a sí misma, dando con esto a entender: quítate tú para ponerme yo, piensa que si no se va a los extremos no se va a ninguna parte» (Her., 12-IV-97)), el antífrasis (Luis Taboada (no tan nuevo ni joven) es un gente nueva que llegará... chico listo magüer que nuevo e inédito ni es socialista tabernario, ni tiene querida notoria no se emborracha ni es satánicamente escéptico y sardónico. ¡ja! ¡ja! ¡ja! ¡ja!) (M.C., 5-VI-97), la cuchufleta (la «gentecilla nueva»), o el ataque aún más procaz a un tal Menéndez Pidal23. Esta crítica bajo forma de puesta en duda sistemática y a priori de la validez de lo nuevo por ser nuevo, la hace extensiva a la ideología (los «socialistas de levita») y a la política (su opción pro-Menéndez Pelayo contra otro candidato «liberal» en las elecciones a senaduría por la Universidad de Oviedo es significativa), los comentarios sobre el nuevo gobierno de abril-mayo de 1898 (cf. M.C., 18-VI-98), porque gente nueva no se aplica sólo a la literatura. La misma actitud la aplica lo mismo que a los escritorzuelos (los de «ripios en ristres»), a los patrioteros de la literatura («agiotistas de la necedad y el mal gusto» (apud Sotelo, 1988, 97), a «esas rémoras de sabiucos anticuados y retrógrados» (M.C., 6-III-97) que impiden que la Revista moderna lo sea de veras o todos aquellos que se creen monstruos de erudición», pero también a los positivistas que como el señor Lagarrique «sólo dicen misa por su misal» (Pub., 15-I-99).

Después de un fallido intento de resemantizar el término con su definición de gente nueva24, intentará acreditar -huida hacia adelante- el de gente novísima25. Juan Ochoa, Carlos Luis de Cuenca, José E. Rodó. Sin mucho éxito... Queden para críticos más expertos el comentario de las valoraciones que hace de Martínez Ruiz, de Medina (Vida lit., 20-VII-99), de Ganivet (M.C., 19-XI-98), de los Hermanos Quintero, de Aguilaniedo y muy fugazmente de Blasco Ibáñez (sólo hay una alusión a Unamuno durante estos tres años), con buen pronóstico para todos. Sólo observemos que se atreve a echarle la buena ventura a Benavente «si antes no le engaña una queridanga, llena de postizos, pintada de modernismo, alcafoirada con humo de carbón decadentista y otras suciedades de droguería seudo estética» (M. C., 5-VI-97).

No cabe duda que el momento personal y nacional (con trasfondo europeo) lleva a Clarín, quien se siente viejo y autoridad, a ser aparentemente, visto desde el canon de hoy, muy conservador, tal vez (¿cómo apreciarlo? ¿desde el canon de ahora, de entonces?). Pero, puesto a pensar en el legado al futuro, lo contante y sonante es este diagnóstico: «no hay ciencia española como labor colectiva (...), hay sabios esporádicos (como Ramón y Cajal) pero (...) olvidados casi todos» (Her., 3-VII-97). Y una característica del quehacer de Clarín es que quiere leer la actualidad pensando en el porvenir de España, intentando librarse de lo coyuntural, de la espuma de las cosas, de las apariencias para encontrar la fecunda esencia.

Lo vemos con su actitud y reflexión a propósito del Desastre, con todos sus humanos límites -sus tristezas- y su final e individual sursum corda antes de la muerte.




Vivir y pensar el desastre

Con respecto a lo que Lissorgues dejó sentado sobre Clarín, Cuba y el problema colonial hace años (1979) y últimamente (1998), sólo se puede confirmar su análisis es a saber que la posición de Clarín no se aparta de la tendencia general de la burguesía liberal que quiere conceder la autonomía pero considera que «Cuba es España» y que la guerra es necesaria para oponerse al separatismo, afirmando la «supremacía de los lazos culturales sobre los imperativos coloniales de tipo económico», y apelando siempre a la ética (Lissorgues, 1998, 170).

Muy representativo de esta actitud me parece la siguiente reflexión: «cuando las guerras concluyan; cuando España pueda pensar un poco en sí misma, atender a sus intereses más altos, ¿no habrá un hombre de Estado liberal que nos ponga al nivel de los pueblos realmente civilizados en materia de vida universitaria? (Pub., 4-I-98) y, de hecho, fuera de los meses del acmé, vemos cómo entrevera artículos sobre educación entre los dedicados a la guerra, conducta sintomática de no quererse llevar por lo «anecdótico» o circunstancial. No se puede probar que existió en él la convicción desde el año 1897 de que la cosa iba para mal y que la pérdida de las colonias era necesaria. Lo cierto, no obstante, es que desde el principio se proyecta, pesimista, después del fin de la guerra: «¿cómo quedará España después de vencer en Cuba y en Filipinas aun suponiendo lo mejor, que eso acabe bien; y no nos cueste mucha más sangre y mucho más dinero que hasta ahora? Cuando el país no pueda con su alma, cuando acaben (no dice cómo) las guerras de Cuba y Filipinas» (M. C., 20-III-97).

Para ilustrar la manera que tiene Clarín de vivir y pensar 1898, he optado por centrarme en el período y en la secuencia de artículos y otras expresiones que van del 16-IV al 28-VII o sea justo antes de la declaración de guerra de los Estados Unidos hasta después de la rendición de Santiago de Cuba, pasando por Cavite.

Para él es un período de hiperactividad compensatoria: después de haber hecho de agente electoral de Menéndez Pelayo (febrero-abril) y trabajar en un proyecto de edición de un Día de fiesta de Zabaleta, justo antes de la declaración de guerra, se decide a aceptar dirigir el Madrid Cómico (aunque sea un «director que no dirija nada», añadiendo, sin embargo: «No niego que tengo mi plan, hasta mis ilusiones») y en seguida se vale de su flamante autoridad para denunciar para el pueblo inexperto, con un palique serio (cf. M.C., 16-IV-98) el «final de tercer acto que algunos quisieran preparar, la seudo-opinión, la patriotería que conlleva la literatura averiada, procedente de empeños líricos, novelescos y dramáticos fracasados illo tempore» analizando muy seriamente la posición de España para con las 6 potencias. La semana siguiente (M. C., 23-IV-98), propone «embarcar a los diputadotes para Cuba; a ver si disparaban discursos contra barcos yankees y los echaban a pique a fuerza de solecismos sin humo» y además a Vázquez de Mella para «mellar las armas del enemigo». El 7-V pronostica que «la comenzada guerra es el principio, la primera escena del drama en que han de entrar muchos personajes»; el 11-V es su «respuesta» a la «sibila positivista» Salisbury (el primer ministro británico de entonces) y a sus «pedantescas prognosis», con evocación de los mártires de Cavite y la afirmación de su certidumbre de que «en el pueblo tenemos virtudes profundas». El 14-V afirma ya: «por el abismo abajo vamos; volver arriba es imposible; lo que es posible, aunque difícil, es caer de pie» pero más pesadilla sería «jugar al Sedán» y vitupera las municiones de retórica los que están armados en ripio proponiendo, a propósito de la gran suscripción nacional «freír a contribuciones a los que han hecho de oro en Cuba», hasta llegar el 21-V, ante el bloqueo de Cuba, a sugerir que se utilice a los toros «en el servicio de la guerra» embarcando a todos esos Miuras, Veraguas, etc. y soltarlos en los muelles de las ciudades norteamericanas. Pero no lidiar a los señores de la cerda como dice un patriota de esos que ni siquiera consiente en elevar al enemigo a la categoría de jabalí: «No, yo no creo que los yankis sean cerdos», con otro arbitrismo más serio: tomar la iniciativa de unas conferencias públicas en todas las ciudades, villas y aun aldeas dadas por intelectuales sobre la Historia de España para «enterar a los que principalmente contribuyen al sacrificio (al pueblo que se bate) de los motivos sabios, espirituales de la empresa, modelo de valor, de abnegación y nobleza, sin pretensiones de erudición o pedantería» (Cor., 25-V-98).

El 28-V opone la actitud de los «discretos» -«hay quien continúa trabajando»-, a la de la «chusma intelectual y de gárrula patriotería o de estúpido antipatriótico pesimismo». Después de dos semanas sin referencia directa a la guerra, llega el 20-VI, y esta frase: «Momentos críticos, sin duda, son los actuales para la noble y triste España... Asistimos acaso al reparto de los últimos despojos de nuestro manto de púrpura... Lo que vale describir es el valor real, objetivo de este manto» y viene lo de «Producir las Indias en casa»: «más vale el cultivo intenso, sabio del terruño que se tiene a mano, sobre el que se vive», siendo ya un lujo el dominio colonial, Entonces toma «pretexto» del «espontáneo movimiento de la opinión nacional en favor de Emilio Castelar» para convencerse que ha llegado el momento de la República y que «todo esto, dígase lo que se quiera, es rayo de luz que no procede del fogonazo del cañón, sino de los esplendores de la paz futura que debemos esperar como un sol que pronto asomará en el horizonte»...

Es aleccionador comparar el «Palique» publicado en el Madrid Cómico el 9-VII «sin saber palabra del desastre de la escuadra» -la salida de Cervera es del 3-VII-, y el del 16-VII -día de la rendición de Santiago de Cuba- en el Madrid Cómico también: en el primero su posición es seguir en la guerra («vamos a continuar la guerra (a menos que se dé una paz "en condiciones muy honrosas"), hacer indefinida la defensa de Cuba», con «mucho dinero y más hombres» para hacer ver con evidencia a los enemigos que «la guerra de Cuba es inacabable». Pero llega la derrota y entonces exclama, «antes y después de la pérdida terrible, y que hace temblar de ira, mi criterio era y es este: si es verdad que cuatro cruceros eran la última carta de España... entonces ¿a qué hablar de defensa indefinida? Si el heroísmo español existe... la paz pedida por España con pérdida de todo lo disputado... y más, esta paz está todavía muy lejos; los recursos heroicos de España no están agotados. Pero si no hay tal heroísmo si las ubres nacionales no dan más jugo heroico que el que se ve... entonces venga la paz contentémonos con lo que haya Guerra de la reconquista... agrícola e industrial. Seamos todo lo agrícolas que podamos. ¡A la siembra! ¡A la siembra!». A continuación se intercalan -así lo exige el quehacer periodístico- dos artículos sobre Tamayo (Cor., 1-VII-98, Pub., 8-VII-98). Y llegamos el 28-VII con aquella Revista mínima de tanto alcance donde evoca las «tristezas por que está pasando España» (cf. Lissorgues, 1989, 447-452), mezclando su situación personal con la nacional: «a dejarme llevar por mis aprensiones de enfermo, declaro que me creería, desde el punto de vista nacional, no en peligro de muerte, pero sí de incurable enfermedad que puede ser perdurable agonía», con unas manifestaciones de profundo pesimismo y desengaño en primera persona (cf. Her., 1-VIII-98 y M.C., 6-VIII-98).

Es interesante, patético incluso, ver cómo el eco explícito al motivo de la actualidad («Han puesto a precio la cabeza de Aguinaldo»): y el comentario: «¡Malo! Señal que la tiene. Nosotros no tenemos pies ni cabeza. O si tenemos cabeza la tenemos liada en una manta nacional» (M.C., 18-VI-98), o implícito (meramente referencial) al mismo, e incluso la «ignorancia» de la misma actualidad -del ultimatum del 18 de abril, por ejemplo- traducen, sin que la periodicidad semanal pueda ser una plausible explicación, el desamparo de Clarín, su voluntad de no ceder a su pesimismo, de creer sin unir su voz a los jingoístas (cf. Palenque, 1998), distinguiéndose, sufriendo con aparente serenidad lo que está pasando cuyas consecuencias finales ya adivinó, recelándolas.

A pesar de su dignidad, su reacción de Español creo que se hace sentir a través de la «subversión» del palique (con su autoridad de flamante director del Madrid Cómico) con contenidos políticos y serios -prescindiendo de efectos fáciles, con un ritmo apretado, sin que haya lugar ya para cuentos a pesar de su «honda tristeza».




El sursum corda: nuevas estrategias y nuevos temas

Después de agosto de 1898, Clarín deja de hablar de la gente nueva y de Cuba26. Su sursum corda de enfermo va a consistir primero en refugiarse en sus Asturias, con el tradicional relajamiento del verano, a inventar el personaje portavoz Leonardo Iglesia, en proyectarse en nuevas formas de periodismo27, en acompañar la necesaria regeneración con denuncias de las falsas soluciones como Silvela «segundo» conservador (M.C., 14-VIII-97), de la amenaza de dictadura de Polavieja/Paraiso, del regeneracionismo «hidráulico»28, de la fuerza reaccionaria de la Iglesia sin esperar el Congreso católico de Burgos que le merece varios artículos29, el regionalismo y el peligro separatista, más que nunca (VIII-99) y con propuestas y construcciones (la solución Castelar un mes antes de la muerte de éste (cf. Pub. 27-V-99, Pueblo, 26-V-99), la «reconquista» con el Madrid Cómico (M.C., 7-X 99) -opciones poco viables vistas desde hoy-), con una especial insistencia sobre la universidad y la educación, convicción y alma mater a la vez30, sugiriendo lo que podría ser una auténtica regeneración, dialogando ya abiertamente con los socialistas (hasta en sus publicaciones) pero no con El País (cf. Pub., 26-X-97) ni con los ácratas a propósito de la llamada cuestión social (cf. Lissorgues, 1998, 167).

Y llegamos al final de 1899: ya en principios del año se había preguntado Clarín: «¿De qué hablar? - ¿Agotamiento? Oh, no; a Dios gracias, las ideas bullen en magín... Pero... ¿de qué hablar? ¿Qué decir que no sea triste?» (Pub., 1-II-99), y sigue hablando, cada vez más contra ácratas, prepara tal vez una nueva edición de Su único hijo, menudean las referencias a Nietzsche, sigue exaltando a Galdós (quien, desde el 23-XI, ha aceptado escribir un prólogo a la nueva edición de La Regenta), y a Fecundidad de Zola dedica casi el último artículo del año...

En el momento de entrar en el nuevo siglo las referencias son clara y conscientemente del siglo pasado, su siglo.






El yo altruista y el catarro del alma

Esta evocación precisa y «parcial» de la vivencia de un momento álgido de la Historia de España por una inteligencia bastante excepcional pero también por un hombre -un viejo con sus «40 años muy cumplidos», con conciencia y exigencia para consigo mismo, dolor y sufrimiento físico y moral, permite confirmar este elemento esencial de su personalidad como es el «yo altruista» según Tolstoi: «lo esencial en nuestra vida, lo que no es engaño, apariencia y en definitiva dolor es el olvido del yo para dedicarnos al bien de los demás» (apud Lissorgues, 1998). Sin ser «político matriculado» (Her., 10-I-98), Clarín nos aparece como más político que nunca, pero más humano que nunca también. Con una visión global -internacional (con su apoyo a «J'accuse» o su análisis del papel de los Estados Unidos de América), «nacional» (con su visión del Desastre), local (con el refugio de Asturias)- desde Oviedo, con una modernidad que estribaría en una exigencia de autenticidad, con preocupaciones que van mucho más allá de la espuma del modernismo o de la congoja del Desastre, mucho más allá del momento y de la vida propia. Está como el por mal nombre llamado Ventura del cuento «Las dos cajas» sintomáticamente reeditado por Clarín en la «modernista» Biblioteca Mignon, está tal vez con el «alma presa de un catarro de desencantos», pero al mismo tiempo, como diría en 1898 Mallarmé del Zola de «J'accuse», antes después del Desastre, es «l'intuition limpide donnée en spectacle», que me atrevo a traducir como la «límpida intuición dada a leer» -y a pensar.






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