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ArribaAbajoGonzalo Fernández de Oviedo y Valdez

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ArribaAbajoBiografía de Gonzalo Fernández de Oviedo y Valdez

Es sin disputa el más antiguo y respetable de los cronistas de Indias y el que más importantes datos nos ha dado sobre las tierras recientemente descubiertas y sobre los acontecimientos ocurridos en ellas. Baste recordar que le debemos la narración del descubrimiento del Amazonas escrita por fray Gaspar de Carvajal, de la Orden de predicadores, e incorporada por Oviedo en su obra histórica. Hasta que en el año de 1894 don Toribio Medina publicó el Descubrimiento del Río de las Amazonas, según la relación de fray Gaspar de Carvajal, edición que la hizo en Sevilla a expensas del señor Duque de T' Serclaes de Tilly, no teníamos del magno acontecimiento otro relato que el que podíamos leer en la Historia natural y general de las Indias del gran Oviedo. Dijo a este propósito don Toribio Medina en la página XIII de su magno libro:

Fernández de Oviedo, que mejor que nadie estaba en situación de apreciar lo que aseveraba el padre   —224→   Carvajal, se hace solidario de su relato, expresando, no sin asomos de burla de críticos descontentadizos: «E digo que holgara de verle e de conocerle mucho, porque me parece que este tal es digno de escribir cosas de Indias, e que debe ser creído en virtud de aquellos dos flechazos, de los cuales el uno le quitó o quebró el ojo: e con aquel solo, demás de lo que su auctoridad e persona meresce, que es mucho según afirman los que le han tractado, creería yo más que a los que con dos ojos, e sin entenderse ni entender qué cosa sea Indias, ni haber venido a ellas, desde Europa hablan e han escrito muchas novelas».



El cuarto centenario de la muerte de Oviedo y Valdez dio ocasión para que los investigadores de temas históricos americanos volvieran sus miradas a esta insigne figura de las letras y las ciencias de España. No es del caso enumerar aquellos estudios, en un trabajo como el presente que es de mera vulgarización. Nos hemos de limitar a señalar dos trabajos, anteriores a la fecha cuatro veces centenaria, pero de valor perdurable. Son ellos: las páginas que escribió don Marcelino Menéndez y Pelayo sobre Oviedo y Valdez, en su estudio Los historiadores de Colón, publicado en la Revista El Centenario que con ocasión del Cuarto Centenario del Descubrimiento de América vio la luz en capital de España, y la monografía que sobre nuestro cronista dio a luz don Ernesto Chinchilla Aguilar, en la notable Revista de Historia de América, órgano del Instituto Panamericano de Historia y Geografía, número vigésimo octavo, correspondiente a diciembre del año 1949. Es interesante resumir aquellos dos autorizados trabajos, porque en ellos se contiene lo que en esencia hay que conocer, sobre Oviedo.

Nació este historiador y naturalista español, vástago de una estirpe de hidalgos, en Madrid, hacía el mes de agosto, de 1478 y falleció en Valladolid en 1557, según Amador de los Ríos, el más autorizado de sus biógrafos. Don Julio César García, miembro de la Academia de la Historia de Colombia, en su estudio   —225→   sobre Oviedo con que ingresó en tan docto cuerpo, anota que la revista Clio, órgano de la Academia Dominicana de la Historia, publicó una partida de defunción, según la cual habría fallecido nuestro autor en Santo Domingo, el día 26 de junio del ya citado año de 1557.

La familia de Oviedo, era oriunda de Asturias. Le crió y educó el duque de Villahermosa, don Alonso de Aragón, y a los trece años entró al servicio del príncipe don Juan, hijo de los Reyes Católicos, como mozo de cámara, lo que le dio ocasión para recibir con él las lecciones de los latinistas, historiadores y moralistas que del palacio real hicieron un centro de estudios en que la misma Reina Isabel aprendió el latín. Oviedo aprovechó de este período, para componer el que llamó: El libro de la cámara real del príncipe Juan y oficios de su casa y servicios ordinarios, hechos y costumbres de su época (1534).

Tenía catorce años de edad en 1492, cuando asistió a la toma de Granada. Conoció y trató a Colón, fue amigo de Diego, Fernando y Luis Colón, así como de Vicente Yanez Pinzón. Murió don Juan en setiembre de 1497 y Oviedo partió a Italia, en donde fue testigo de las hazañas de Fernández de Córdoba, el Gran Capitán.

Marchó al Nuevo Mundo con el título de veedor de las fundiciones de oro de Tierra Firme, en 1514; tenía entonces treinta y seis años de edad. Volvió a España por poco tiempo, en varias ocasiones, como quiera que atravesó el océano doce veces. Contrajo matrimonio por tres ocasiones, porque según él mismo lo dijo no quería tener mancebas, como otros amigos suyos las tenían.

Decidió escribir una Historia natural y general de las Indias, dividida en cincuenta libros, de la que en Sevilla se imprimieron por vez primera diecinueve, en 1535. Estos componen la primera parte de su magna obra. Oviedo logró también imprimir el libro vigésimo   —226→   en Valladolid. La muerte le impidió publicar los demás, que se guardaron inéditos hasta los años de 1851-1855 en que la Academia de la Historia de Madrid dio a luz la obra completa, en edición magnífica, precedida de un estudio sobre el autor por Amador de los Ríos.

Antes de imprimir la primera parte de la Historia natural y general de las Indias, había ya publicado Oviedo en Toledo, en 1526, el Sumario de la Natural Historia, que es cronológicamente la primera obra escrita con fin determinado sobré la naturaleza de América y sobre su historia. En este aspecto Oviedo y Valdez tiene primacía sobre todos los otros escritores, pues, en efecto nadie antes de él había tratado de dar a conocer los productos del suelo americano, sus plantas y animales. Es el primer botánico del Nuevo Mundo; el primero de sus observadores y de sus naturalistas. Nadie como él conoció el territorio americano, pues, sus viajes le dieron ocasión para ello. Hemos señalado cómo desde 1514 hasta 1556, atravesó el Océano doce veces. Nada extraño, pues, que su Historia general de las Indias se haya traducido a los principales idiomas conocidos y que se la haya vuelto a reeditar en nuestros días, agotada como se halla la edición de la Academia de Madrid, desde hace muchos años, la misma que alcanza en el mercado precios altos.

Son numerosas las obras inéditas de Oviedo. Así la Biblioteca del Escorial conserva el manuscrito del Catálogo Real de Castilla, escrito en 1532 y en la de la Universidad de Alcalá de Henares se guarda el Memorial de la vida y acciones del cardenal Francisco Jiménez de Cisneros.

Citamos antes el estudio que sobre Oviedo nos diera el insigne polígrafo don Marcelino Menéndez Pelayo. Dijo en efecto este infatigable investigador que la vida de Oviedo, de monstruosa actividad física e intelectual, da la medida de lo que podían y alcanzaban aquellos sublimes aventureros españoles, colocados   —227→   en el umbral de la historia moderna. Fue testigo presencial de la toma de Granada; de la expulsión de los judíos; de la entrada triunfal de Colón en Barcelona; de la herida del Rey Católico; de las guerras de Italia; de los triunfos del Gran Capitán; de la cautividad de Francisco Primero, y todo lo registró y puso por escrito. No siendo bastante para su curiosidad aventurera el espectáculo maravilloso de la Europa del Renacimiento, volvió sus ojos al Nuevo Mundo, pasó doce veces el Océano, conquistó, gobernó, litigó, pobló, administró justicia, disputó con fray Bartolomé de Las Casas, intervino en explotaciones metalúrgicas, tuvo bajo su mando y custodia fortalezas y gentes de armas. Se sentó como regidor en los más antiguos cabildos de América; arrastró las iras de los poderes y hasta el puñal del asesino. Fue gobernador de Cartagena de Indias; alcalde de la fortaleza de Santo Domingo, veedor de las fundiciones de oro del Darién y con todo esto encontró tiempo, en los setenta y nueve años que vivió, para escribir más de veinte volúmenes de historia, de cosas vistas por él o que sabía por relación de los que en ella intervinieron. Todos los compuso en estilo familiar. Según Menéndez Pelayo, no hay entre los primitivos libros sobre América ninguno tan interesante como la Historia natural y general de las Indias. En su obra acumuló todo género de detalles, sin elección ni discernimiento, lo que permite ahora conocer cosas que habríamos ignorado de otra suerte. Fue el primero que describió la fauna y la flora de regiones nunca imaginables por Plinio y el que fundó en verdad la Historia natural de América.

En punto a la historia civil, el eminente erudito don Marcelino Menéndez Pelayo dice que hay que distinguir lo que Oviedo pudo ver por sí mismo, durante sus repetidos viajes por el Nuevo Mundo, y lo que supo por relaciones de conquistadores y viajeros, parte esta última que puede contener errores. Y en punto a imparcialidad no hay duda de que escribió con   —228→   ánimo favorable a los conquistadores, a cuyo número pertenecía, pero tiene en su abono el hecho de haber sido pobre en todo tiempo, cuando todos hacían fortuna a río revuelto.

Logró que llegara al trono de Carlos Quinto la queja de las víctimas de la tiranía cruel de Pedrarias y ciertamente no mereció los terribles dicterios con que le flageló sin piedad alguna, fray Bartolomé de Las Casas, su enemigo. Oviedo no fue hombre de entendimiento superior, pero al menos no escribió su Historia bajo la obsesión de una idea dominante. Dijo Alejandro de Humboldt en su Cosmos: «El fundamento de lo que se llama hoy física del globo, dejando aparte las consideraciones matemáticas, está contenido en la obra del Jesuita José de Acosta, intitulada Historia natural y moral de las Indias, así coma en la de Gonzalo Fernández de Oviedo, que apareció veinte años solamente después de la muerte de Colón.».

Por su parte, don Ernesto Chinchilla Aguilar anota que en la obra de Oviedo, lo puramente histórico llenará las dos terceras partes de su obra total, sin olvidar, desde luego, de anotar fielmente sus observaciones acerca, del suelo, la fauna y la flora.

Oviedo ha conocido personalmente a muchos actores principales del descubrimiento y de la conquista y a su experiencia de América une vasto contacto con el mundo intelectual de su época, por ello al escribir su historia, tiene plena, conciencia de que cumple un deber ante la humanidad. Escribe, ante todo, por vocación definida de escritor, no por conseguir fama o dinero. La posición de Oviedo frente a la naturaleza americana fue de admiración por esta, y cuando la comparó con la del Viejo Mundo no pudo menos de hallar que la primera superaba a la segunda en variedad y riqueza de especies. Frente al habitante primitivo de América, expresó su desencanto: le halló lleno de defectos y juzgó que con dificultad llegaría a asimilar la civilización cristiana. Su polémica con   —229→   Las Casas se origina precisamente de la diversa manera como cada uno de ellos considera al indio. No sería justo decir que Oviedo hubiera visto con satisfacción el inhumano trato dado a los aborígenes americanos y que no lo hubiera denunciado llegado el caso, por ello hay que confesar que Las Casas le incluyó sin razones válidas entre los verdugos y opresores de la raza indígena.

Fue Oviedo cronista oficial, más no Cronista Mayor de Indias, como supusieron muchos. El cargo lo sirvió con profundo sentido de responsabilidad y acopió datos, documentos y relaciones de todo orden, para darnos una obra sin prejuicios, a diferencia de otros que escribieron para defender ideas, principios e intereses particulares. Concluye su valioso estudio sobre Oviedo Chinchilla Aguilar, del Colegio de México, y dice:

Fue uno de los grandes prosistas españoles del siglo XVI, y, ante todo, el primer descubridor del tema de la naturaleza de América, ya que llamó la atención sobre ella sistemáticamente. A su obra hemos de acudir perpetuamente no sólo en busca del dato curioso y de la información copiosa, lo hemos de considerar también como historiógrafo severo y original, hombre representativo del Renacimiento español y moderno, porque rompe con muchas tradiciones del pensamiento clásico. Como Plinio había dedicado su obra a Vespasiano, Oviedo la dedica al emperador Carlos Quinto. Sería un error querer circunscribir a sólo Plinio las influencias que Oviedo recibiera: otras fuentes puras del Renacimiento sirvieron también para que él bebiera en ellas y además de esto, el entusiasmo que le produjo la empresa del descubrimiento y conquista del Nuevo Mundo le lleva a hablar de ella en forma muchas veces elocuente.

En sus numerosos viajes a diversas partes del Nuevo Mundo, Oviedo recogió datos de primera mano, así sobre sus habitantes como sobre la fauna y la flora y los fenómenos naturales. De su libro se desprende   —230→   que poseía amplios conocimientos de astronomía, cosmografía, geología, física, botánica, zoología. Sus noticias son de primera mano y adquiridas por él. Se indigna con los que escriben sobre América relaciones fantásticas, sin haberla visitado jamás. No escribo, dice él, de autoridad de algún historiador o poeta, sino como testigo de vista en la mayor parte de cuanto aquí trataré, y agrega que lo que no hubiere visto, lo dirá por relación de personas fidedignas, no dando crédito a un solo testigo, sino a muchos en aquellas cosas que por sí mismo no hubiere experimentado.

Oviedo tuvo marcada influencia sobre los designios de la Corona española, así como sobre las ideas de sus contemporáneos. La historiografía de las Indias siguió muchas brechas abiertas por él.



No sería aceptable esta modesta noticia sobre Oviedo, ese que Julio Cejador llamó «el Plinio americano» y al que calificó como «el más transparente historiador de la época más importante de la vida de la nación española, que supo detenerse en pormenores que otros menospreciaran», si dejáramos de hablar, así sea brevemente, de lo que constituye una de las muestras mejores de su afán por las cosas del Nuevo Mundo: la Carta al cardenal Bembo sobre la Navegación del Amazonas, documento importante y particularmente precioso para nosotros los ecuatorianos, en cuanto en él, con fecha tan remota como la del 20 de enero de 1543, es decir hace más de cuatro centurias, ya se deja constancia expresa y clara de cómo desde la provincia de Quito, partió la expedición que había de descubrir el río-mar, el más grande de todo el universo.

De la carta de Oviedo se tenía ciertamente noticia. La mencionó el erudito chileno don José Toribio Medina, en ese libro fundamental para la historia de América: el Descubrimiento del río de las Amazonas, del que se ha hecho una versión al inglés, publicada en Nueva York en 1934.

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Dijo Medina: El cronista de Indias tomó, pues, la pluma, y en una larga carta, lo anunció a Italia al Cardenal Bembo, que entonces gozaba de los favores de la célebre Lucrecia Borgia, carta que el compilador Bautista Ramusio insertó en un corto extracto en tomo III de su colección Delle navigationi e viaggi, publicado en 1555: extracto que Don Gabriel Cárdenas Cano vertió a su vez al castellano, y cuyo manuscrito se conservaba en la librería de Barcia, según el autor de la Biblioteca oriental y occidental(Obra citada, página XXXVIII).

El original de la carta de Oviedo, se creía definitivamente perdido, por suerte un investigador español benemérito, don Eugenio Asensio, tuvo la fortuna de encontrarlo en la Biblioteca Vaticana, en la Miscelánea Barbeniniana Latina, Número 3619, dentro de esa sección nobilísima de la gran Biblioteca, adquirida por León XIII para la Vaticana, que como veremos oportunamente guardaba también inédito otro tesoro incomparable: la obra completa manuscrita de fray Antonio Vázquez de Espinosa, el Compendio y descripción de las Indias occidentales.

Don Eugenio Asensio ha reproducido la carta de Oviedo en copia fotográfica, en cinco páginas y nos ha dado también de ella la respectiva versión en español antiguo, con la puntuación y abreviaturas del autor. Todo ello consta en el tomo primero de la Miscelánea Americanista, editada por el Consejo Superior de Investigaciones Científicas de Madrid, el año de 1951, como «Homenaje» digno de don Antonio Ballesteros Beretta, con motivo de su fallecimiento ocurrido en el año de 1949. Asensio ha escrito en esa miscelánea la monografía titulada: La carta de Oviedo al cardenal Bembo sobre la navegación del Amazonas. El autor cita la opinión de un especialista en estudios amazónicos, don Emiliano Jos, sobre la importancia de este documento. Dice Jos:

Ofrece esta carta algo que no vemos registrado ni en la Historia general de las Indias, ni por los   —232→   demás tratadistas, como lo de serle imposible a los nautas tornar a Gonzalo Pizarro, porque no era hacedero ganar ni tres leguas al día en contra de la corriente; y que el móvil de esta entrada no fue tanto la canela cuanto encontrar al príncipe dorado.



Por su parte, don Eugenia Asensio dice:

A mi entender el rasgo más curioso de la carta, es la firme creencia de Oviedo en que Orellana, lejos de traicionar a Gonzalo Pizarro, se había alejado de él forzado por la dura necesidad. Esta convicción, nacida del diario contacto con los supervivientes del Amazonas, se había apagado -ignoramos por qué- cuando en su grande obra, reseñando la misma expedición, escribía: «Otros dicen que pudiera tornar, si quisiera, adonde Gonzalo Pizarro quedaba, y esto creo yo.»



He juzgado oportuno insertar toda la carta de Oviedo, poniéndola en español de nuestros días, porque si como dice don Ciriaco Pérez Bustamante, «en Historia no hay ningún dato, ninguna noticia, ninguna referencia que deba despreciarse», tratándose del descubrimiento del Amazonas, la gran empresa de Quito, que para ella dio no sólo los doscientos treinta vecinos de que habla Oviedo, si no cuatro mil indígenas y todos los víveres y vituallas que fueron necesarios, no podemos dejar de difundir y hacer conocer, por godos los medios a nuestro alcance, los documentos que se relacionan con la misma. Lo contrario equivaldría a despreciar el esfuerzo y afanes de los que nos precedieron en la vida; sería olvidar lo que a ellos les debemos y hacer poco caso de los títulos que, fundados en la historia, más auténtica y más pura y libre de pasiones, nos asignan derechos indiscutibles en el «Río de San Francisco de Quito». El descubrimiento y la navegación del Amazonas son esfuerzos de la gente de Quito, y de ello debemos vanagloriarnos siempre.

La carta de Oviedo al cardenal Pedro Bembo, es del tenor siguiente:

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Reverendísimo e Ilustrísimo Señor: Paréceme que de una cosa tan nueva a los cristianos y tan grande y maravillosa como es la navegación del grandísimo río llamado el Marañón, que yo incurriera en mucho descuido y culpa, si no diera noticia de ella a Vuestra Señoría Reverendísima que como más doctísimo y experto en las cosas de historia, más se gozará que otro alguno de oír un caso que no es de menor admiración que el de la nave Victoria que voló y anduvo todo lo que la redondez del universo contiene por aquel paralelo y camino que ella lo anduvo, entrando por el estrecho de Magallanes hacía occidente y llegó a la especiería, y cargada allí de clavo y otras especias, volvió por el oriente al Cabo de Buena Esperanza y fue a Sevilla. De esto de aquella nave ya Vuestra Señoría Reverendísima está bien avisado, oiga ahora sumariamente esta otra navegación y después que la haya oído juzgue si es de más estimarse y espantar, puesto que yo no diré aquí muchas particularidades, porque no tengo tiempo al presente para explicar lo que en XXIIII hojas tengo escrito, en la continuación de la General historia de las Indias, pero en suma diré alguna parte de lo más sustancial de este descubrimiento.

El capitán Gonzalo Pizarro, hermano del marqués don Francisco Pizarro, gobernador del Perú, partió de la Provincia de Quito, con 230 españoles de a pie y de a caballo, en busca de la canela; la cual no es como la que se trae de la Isla de Bruney que es en los Maluocos, pero aunque en la forma es diferente, cuanto al sabor es tan buena o mejor queda primera que todos sabemos que usan en Europa y Vuestra Señoría Reverendísima puede ver, aquella es de forma de cañutos y esta otra es que hay unos árboles grandes y hermosos y la fruta de ellos es unas bellotas gruesas y mayores que las de los robles, y aquél vasillo en que está esa bellota es la canela y das hojas todas del árbol son muy buena canela, pero la bellota o fruto no es bueno; la corteza del árbol no es de tan perfecto sabor como aquella vasillo u hoja que he dicho, más no es del todo   —234→   mala, antes en algunas partes la estimarían esa corteza. Alguna canela de estos vasillos, de mano en mano de indios había alegado a Quito y a otras partes del otro polo donde los españoles andan y era muy deseada, y en busca de esta y de los secretos de la tierra, salió el capitán y españoles que he dicho, y bajando por un río supieron que la tierra adelante era falta de mantenimientos y en ciertas sierras y partes muy fragosas hallaron algunas árboles de esta canela, pocos y no cultivados, sino producidos de la natura y muy desviados uno de otro de tal manera que no respondía el efecto con el deseo de los conquistadores, porque aquella canela que vieron era muy poca y no para hacerse mucho caso de ella, y como la hambre que padecían los nuestros era muy grande, acordó este capitán de enviar al capitán Francisco de Orellana con cincuenta compañeros, a buscar de comer y para que viesen la disposición de la tierra y el Gonzalo Pizarro quedó con toda la otra gente de su ejército en cierta parte, hasta saber lo que el Francisco de Orellana hallaba. El cual con sus cincuenta compañeros, el segundo día de la natividad de Cristo Nuestro Redentor, del año de 1542, salieron del real del dicho Gonzalo Pizarro por un río abajo en un barco y ciertas canoas y llevaron algunas cargas de ropa y algunos enfermos y la munición de la pólvora y algunos arcabuceros y ballesteros del número de los cincuenta hombres que he dicho. Aquel río nace en una provincia que se llama Atubquijo, a treinta leguas de la mar Austral y en el otro polo Antártico, el cual río ya le habían pasado el dicho Gonzalo Pizarro y todos los de su ejército. Así que procediendo con la corriente del río este capitán Francisco de Orellana, siempre el río se hacía mayor y más veloz por causa de otros muchos ríos que en ambas costas se juntaban con el que es dicho, de manera que por su mucha corriente y con no poca fatiga de los que remaban cada día andaban veinticinco leguas o más y así caminaron tres días sin hallar poblado, ni qué comer; y como vieron que se habían alejado tanto del real y   —235→   que se les había acabado esa poca comida que llevaban, platicaron este capitán y sus compañeros en la dificultad de la vuelta a su campo y ejército, la cual en ninguna manera era posible hacer, más porque les pareció que ya no podría ser que no hallasen alguna población de indios para tomar de comer, prosiguieron otro y otro día y tampoco hallaron pueblo ni vestigio humano y conocieron su perdición, porque si volvían no tenían qué comer ni bastaban las fuerzas de todos para remar en un día tres leguas al contrario, por la mucha fuga del agua; por tierra menos era posible, por muy cerrada y espesa de arboledas y ciénegas y otros muchos inconvenientes; su hambre era ya excesiva y el peligro de la muerte palpable y no se podía excusar por otra vía sino por la que escogieron, que fue determinarse a más no poder de seguir el río abajo, en confianza de la misericordia de Dios hasta la mar de este otra polo nuestro Ártico donde aquellas aguas pensaban que iban a lanzarse, en lo cual no se engañaron y entre tanto que otra cosa no tenían, a falta de mantenimientos comían cueros de sillas y arciones y también algunos de venados de las petacas o cestas que forradas en ellos usan los soldados en aquella tierra austral, en que traen su ropa, y algunos cueros de dantas y, cuantos tuvieron, de sus zapatos y suelas y en algunas partes comieron muchas yerbas no conocidas, por sustentar su miserable vida. Decir a Vuestra Señoría otros trabajos que esta gente padeció sería largo, y dejarlo he, como he dicho, ahora, mas, por lo que está dicho se puede comprender que no podrían ser sino muy grandes, allende de los cuales, ya que toparon gentes muchas y de diversas generaciones y lenguas, les convino por fuerza de armas ganar la comida las más veces que la hallaron, y en esto hay mucho que decir y que loar esta nación española, y hubo trances muy notables, de los cuales se cree que fuera imposible salir ni escapar hombre alguno de todos estas nuestros españoles, si Dios de su poder absoluto no les ayudara y, con la ayuda divina, en cierta parte hicieron un buen bergantín, donde hallaron   —236→   indios pacíficos que les dieron de comer y sin tener clavos ni los otros aparejos que para ello eran necesarios, mediante Dios y la buena industria que estos españoles se dieron, acabaron su obra sin la cual ellos se acabaran muchos días antes de llegar hasta el agua salada. Los unos hacían carbón, sin ser carboneros, y otros cortaban la leña y otros la traían a cuestas; y del hierro que llevaban y de estriberas y otras cosas hicieron clavos y otros pez para brear y en fin acabaron su bergantín y prosiguieron con él, con el barco su viaje, encomendándose a Dios, el cual era su piloto porque otro no lo tenían, ni aguja, ni carta, ni noticia alguna del camino, ni sabían a dónde iban ni habían de parar. En algunos reencuentros y batallas, que tuvieron muchas, les mataron algunos españoles, y ellos a muchas más indios, porque los arcabuces y ballestas, tanto cuanto a los indios les eran menos conocidas tales armas, tanto más descuidados padecían por ellas una muerte; que algunos de ellos pensaban que aquellos tiros y estrépito y olor del arcabuz eran rayos del cielo, y como veían el daño, luego huían en muchas partes y en otras esperaban y se ponían con mucho denuedo a su defensa; y tierra hubo en donde los indios se presentaron a la batalla con muy buenas pavesinas y targones de cuero de manatí y tales que las ballestas no los pasaban.

En algunas provincias los naturales eran flecheros y en otras peleaban con lanzas y con varas cerrojadizas, y en parte con hondas. En fin en todo el mundo se usa la guerra, y entre los indios pocas veces la paz; viéronse muy grandes poblaciones y muchas y grandes islas y muy pobladas; provincias con innumerables gentes y tuvieron noticia, por lengua de indios, que cierto número de cristianos estaban poblados en una provincia, los cuales se perdieron días ha, de la armada de un capitán llamado Diego de Ordás, con los cuales estos no pudieron haber habla, porque más aína se puede decir que estos venían huyendo de la muerte, que a buscar como se redimiesen   —237→   los otros, ni eran tantos que a ello pudiesen bastar hasta que el tiempo y el aparejo venga de la mano de Dios, y en cierta parte tuvieron una batalla muy reñida y los capitanes eran mujeres flecheras que estaban allí por gobernadores, a las cuales nuestros españoles llamaron amazonas, sin saber porqué. Como Vuestra Señoría Reverendísima mejor sabe, este nombre, según quiere Justino, se les da por falta de la teta que se quemaban aquellas que se dijeran amazonas; en lo demás no les es poco anexo el estilo de su vida, pues, estas viven sin hombres y señorean muchas provincias y gentes, y en cierto tiempo del año llevan hombres a sus tierras, con quienes han sus ayuntamientos y después que están preñadas los echan de la tierra, y si paren hijo o le matan o le envían a su padre, y si es hija la crían para aumento de su república; y en esto hay mucho que decir y todas esas mujeres obedecen y tienen una reina muy rica y ella y sus principales señoras se sirven en vajillas de oro, según por oídas y relaciones de indios se sabe. Así que, por abreviar, estos españoles con el capitán Francisco de Orellana que en estas naos va a dar relación particular de lo que vio a la Cesárea Majestad, dicen que desde aquella boca del río Marañón, por donde salieron a esta mar, hasta Cubagua, la cual isla la llamamos de las perlas, en la costa de la Tierra Firme, hay cuatrocientas leguas, y en el agua dulce, antes de topar la salada, navegaron mil setecientas y más, y no obstante este río tiene muchas bocas, todas se incluyen en más de cuarenta leguas de agua dulce y otras tantas y más en la mar; se coge agua dulce, y cincuenta leguas el río va sobre la marea, y de la dicha boca crece en alto más de cinco brazas, pero todavía dulce. Y cuando llegaron estos españoles a la mar fue a los veintiséis días de agosto; así estuvieron en su navegación de agua dulce ocho meses. Y salidos a la costa fueron a Cubagua y desde allí vino el capitán Francisco de Orellana y con él hasta trece o catorce de su compañía de esta nuestra ciudad de Santo Domingo de la isla española, con el cual y con los otros yo he tenido larga comunicación, informándome de lo dicho y de   —238→   lo que por su prolijidad y falta de tiempo no digo aquí; y porque, como digo, en esta historia lo verá Vuestra Señoría Reverendísima, más enteramente, la cual parece que mis pecados dilatan de salir a luz, porque a causa de esta guerra de Francia yo no puedo al presente dejar esta fortaleza, por servir al Emperador mi señor, que yo tenía gracia para ir a España y por este impedimento cesa mi partida hasta que Dios mejore la paz y los tiempos, mediante la Santidad del Papa Nuestro Señor, en quien yo tengo mucha esperanza; que Dios dará la quietud que es razón que haya entre los cristianos, según su santo celo y obras de verdadero Vicario de Cristo. Lo dicho en suma es cuanto al capitán Francisco de Orellana y sus consortes, de que se colige que por el dicho río que es dicho que nace en el polo Antártico, con tan grande discurso como está dicho, vinieron a buscar y hallar este otro Ártico, atravesando la equinoccial; y ha de saber Vuestra Señoría Reverendísima otra cosa, que después que está aquí en nuestra ciudad de Santo Domingo, han venido letras de la provincia de la Nueva Castilla, alias Perú, en que dicen que después que el capitán Gonzalo Pizarro vio gire este otro capitán Orellana no volvía, ni le enviaba de comer, se tornó de hambre constreñido a Quito, y con tanta necesidad que él y su gente se comieron más de cien caballos y mucho perros que tenían consigo, y de doscientos treinta hombres que sacó, no volvieron ciento y muy maltratados y enfermos. Así que estos y los que escaparon con Francisco de Orellana, se pueden contar por vivos, y los demás por muertos, y fueron treinta y siete. Y de esta manera acaece por estas partes, a los que con mucho afán buscan este oro, porque a la verdad, por la mayor parte se ha tornado en lloro a muchos, y esta demanda de la canela no era ella sola la que movió a Gonzalo Pizarro a buscarla, cuanto por topar junto con esa especia o canela, un gran príncipe que llaman El Dorado, del cual hay mucha noticia en aquellas partes. El cual dicen que continuamente anda cubierto de oro molido, o tan menudo como sal muy molida, porque le parece a él que ningún otro vestido   —239→   ni atavío es como éste, y que oro en piezas labradas es cosa grosera y común y que otros señores se pueden vestir y visten de ellas, cuando les place. Pero polvorizarse de oro es cosa muy extremada y más costosa, porque cada día nuevamente se cubre de aquel oro y en la noche se lava y lo deja perder, y porque tal hábito no le da empacho ni le ofende, ni encubre su linda disposición, ni parte alguna de ella; y con cierta goma o licor oloroso se unta por la mañana y sobre aquella unción se echa aquel polvo molido y queda toda la persona cubierto de oro desde la planta del pie hasta la cabeza, tan resplandeciente como una pieza de oro labrada de mano de un muy buen platero o artífice, de manera que se colige de esto y de la fama, que hay una tierra que es de riquísimas minas de oro. Así que Reverendísimo Señor mío, este Rey Dorado es lo que iban a buscar y su camino y diseños sucedieron como he dicho.

Dejo por falta de tiempo de decir otras muchas cosas que no se pueden oír sin dar gracias a Dios con mucho deleite, pues, que en nuestros tiempos tan grandes cosas se descubren en la buena ventura de César, para quien Dios tenía guardados tantos y tan grandes tesoros, pues, por su mano tan bien se desprende y los emplea en la defensa de la república cristiana, la cual sin él estaría a mal partido, según Mahoma y sus secuaces han aumentado, por culpa de la poca conformidad del pueblo cristiano.

A Vuestra Señoría Reverendísima beso millares de veces las manos, por las mercedes que me ha hecho y siempre me hace a cerca de las indulgencias de mi capilla, y de otras maneras. Plega a Nuestro Señor que yo pueda servir y merecerle alguna parte de lo que debo a su servicio. El cual ese mismo Señor y Dios Nuestro prospere y guarde su Reverendísima, y muy ilustre persona y estado, largos tiempos a su santo servicio.

De esta casa real fortaleza de la ciudad y puerto   —240→   de Santo Domingo de la Isla Española, a 20 de enero de 1543 años.

Reverendísimo y muy Ilustre Señor.

Las manos de Vuestra Señoría Reverendísima besa,

Gonzalo Fernández de Oviedo.



Oviedo debió haber conocida y tratado en Italia, en la que residió por algún tiempo, al gran humanista cardenal Pedro Bembo (1470-1547), cronista oficial de la República de Venecia y uno de los letrados y poetas más célebres del siglo décimo sexto en la Península. El que Oviedo hubiera mantenido correspondencia con tan conspicuo personaje es demostración de la valía de nuestro historiador. El cardenal Bembo es una de las figuras históricas y literarias sobre la que no ha caído el manto del olvido y que aún atrae la atención de los escritores de nuestros días.



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ArribaAbajoHistoria general y natural de las Indias islas y Tierra Firme del mar Océano por el capitán Gonzalo Fernández de Oviedo y Valdez

Tercera parte de la general y natural historia de las Indias islas y Tierra Firme del mar Océano. Libro XLIX


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ArribaAbajoCapítulo I

En que se trata como e por quien fue fundada la cibdad de Sanct Francisco en la provincia e gobernación de Quito: e como el capitán Sebastián de Benalcázar, que allí estaba por mandado del Marqués don Francisco Pizarro, se fue sin licencia de la tierra a España, donde fue proveído por gobernador de Popayán; e como el Marqués envió a Gonzalo Pizarro, su hermano a Quito, e cómo fue en demanda de la Canela e del rey o cacique que llaman el Dorado. E como fue acaso descubriendo e navegando por la parte interior del río Marañón, desde sus nascimientos hasta la Mar del Norte, por el capitán Francisco de Orellana con ciertos compañeros, cuyos nombres se dirán, e otras cosas que convienen a la historia.


El capitán Diego de Ordás tuvo la empresa del descubrimiento e población del famoso e grandísimo río del Marañón, e de su mal subceso se tractó en el libro XXIV destas historias. Más para que se entienda lo que después se ha sabido deste río e por qué vía, conviene y es de notar que después quel marqués don Francisco Pizarro e sus hermanos quedaron victoriosos de aquella batalla mal pensada e peor efetuada, en que fue vencido e maltractado don Diego de Almagro e los de su opinión, quedaron muy orgullosos los que se vieron señores del campo; pero oso afirmar, según lo quel tiempo después ha mostrado, que esa victoria fue tanto o más dañosa para los vencedores como para los vencidos, y en los unos y en los otros cuadran bien aquellas palabras que Francisco Petrarca finge que pasaron entre él e Sophonisba, cuando ella respondió: «Si África lloró, Italia no se riyó: preguntadlo a vuestras historias».

Así que, si a Almagro injustamente e de hecho lo mataron los pizarros, en su muerte granjearon la perdición de los mesmos matadores; e antes que así fuese, yo se lo escribí al marqués con tiempo, cuando supe sus diferencias para que las dejase e se conformase con el adelantado e con la paz, porque me parecía que   —246→   los vía ir claramente a perderse. Pero si mis cartas rescibió, yo no fui respondido, y si no me creyó, de la ganancia que sacó verán si mal le consejaba. En fin, él estaba determinado de obedescer a su apetito, y a los tales incorregibles sus malos deseos les dan el pago a proporción de su seso, e con esos mesmos concuerda e ha lugar aquella sanctidad de la Sagrada Escriptura: «Quando el loco va por su vía, piensa que cada uno que ve, est loco como él». Yo no he lástima solamente destos dos compañeros don Francisco Pizarro e Diego de Almagro, que en un tiempo tracté e conoscí bien pobres e después los vi muy sublimados en títulos e señorío e grandísimas riquezas; pero téngola muy grande de los muchos pecadores cristianos que tras ellos e por ellos se han perdido.

Dejemos esto e tornemos a nuestro propósito de la gobernación de Quito, que fue el señorío quel gran rey Guaynacava dejó a su hijo Atabaliba. A la cual provincia envió por su capitán el marqués don Francisco Pizarro a Sebastián de Benalcázar, del cual en el libro XLV de la gobernación de Popayán se tracta. Y este fue en seguimiento de Orominavi, capitán de Atabaliba, que se fue con mucha parte del tesoro suyo, después que le vido preso; y en demanda dese oro fue Benalcázar, e hizo mucha guerra a los indios de Quito e sus comarcas. Y este fundó la cibdad de Sanct Francisco, ques el primer pueblo que hubo de cristianos y el principal, que al presente hay en la dicha provincia de Quito: e aqueste Benalcázar desde entonces tuvo noticia mucha de la canela, e aun según él me dijo en esta cibdad de Sancto Domingo, cuando tornaba de España proveído por gobernador de Popayán, su opinión era que hacía el río Marañón la había de hallar, e que aquella canela se había de llevar a Castilla e a Europa por el dicho río, porque según los indios le habían dado noticia del camino, pensaba él que no podía faltar, si su información no fuese falsa; la cual tenía por cierta e de muchos indios. Cuando fue de aquí este capitán, pensamiento llevaba de la ir a buscar; pero como ya Gonzalo Pizarro era ido mucho antes (o en tanto que Benalcázar por acá andaba   —247→   ) en la mesma demanda de la canela, siguiose de buscarla el descubrimiento della e del río Marañón por la parte interior de la tierra, e de sus nascimientos de aquel gran río, de la manera que se dirá en el siguiente capítulo.




ArribaAbajoCapítulo II

En continuación de lo ques dicho e apuntado en el título del capítulo precedente, e de la noticia que se tiene del rey Dorado, e como e por qué vía no pensada se descubrió el río Marañón por el capitán Francisco de Orellana, e con quinientos españoles le navegó hasta la Mar del Norte; e cómo el capitán Gonzalo Pizarro se tornó a Quito con mucha pérdida de la mayor parte de los cristianos que había llevado al descubrimiento de la Canela, e asimesmo se tocarán algunas cosas, demás de lo ques dicho, que son convinientes al discurso de la historia.


Estando el capitán Sebastián de Benalcázar en la provincia de Quito debajo de la militar obidiencia que debía tener al marqués don Francisco Pizarro, que allí le envió, porque no se perdiese e deteriorase la mala costumbre que otros capitanes han tenido en las Indias de faltar a quien los elige e pone en tales cargos, e seguir otras derrotas e camino por donde no se llamen segundos sino primeros, e procurar para sí los mesmos oficios en ofensa de sus superiores, y tener manera cómo se entiendan con el Rey e pierda las gracias quien los puso en tales capitanías; así esto, como se sentía hombre más hábil quel Marqués, o por otra causa cualquiera que sea, salió de la cibdad de Sanct Francisco con cierta gente de pie e de caballo, e discurriendo por   —248→   la tierra adentro, fue a parar a los Alcázares e Nueva Reino de Granada, donde ya otros españoles tenían descubiertas las minas de las esmeraldas. Así que, iba alzado de su capitán general. Y con la mesma intención, apartándose del suyo, el capitán Fedreman había dejado a su gobernador en la provincia de Venezuela, llamado Jorge Espira; y cada uno de estos dos capitanes alterados se recogieron con la gente de Sancta María, que hallaron poblada en los Alcázares con el licenciado Gonzalo Ximénez (teniente del adelantado Pedro de Lugo), con el cual concertados todos tres se fueron a España cargados de nuevas trazas y deseos, e con el oro y esmeraldas que pudieron haber, como más largamente se dijo en el libro XXVI, capítulo XII, e dese viaje negoció cada uno en diferente manera, e Benálcazar volvió con la gobernación de Popayán. Pues cómo el marqués don Francisco Pizarro supo que Benálcazar se había partido de Quito sin su licencia, envió allá al capitán Gonzalo Pizarro, su hermano, y enseñoreose de aquella cibdad de Sanct Francisco e de parte de aquella provincia, e desde allí determinó de ir a buscar la Canela e a un gran príncipe que llaman el Dorado (de la riqueza del cual hay mucha fama en aquellas partes).

Preguntando yo por qué causa llaman aquel príncipe el cacique o rey Dorado, dicen los españoles, que en Quito han estado e aquí a Sancto Domingo han venido (e al presente hay en esta cibdad más de diez dellos), que la que desto se ha entendido de los indios es que aquel gran señor o príncipe continuamente anda cubierto de oro molido e tal menudo como sal molida; porque le paresce a él que traer otro cualquier atavío es menos hermoso, e que ponerse piezas o armas de oro labradas de martillo o estampadas o por otra manera, es grosería e cosa común, e que otros señores e príncipes ricos las traen, cuando quieren; pero que polvizarse con oro es cosa peregrina, inusitada e nueva e más costosa, pues que lo que se pone un día por la mañana se lo quita e lava en la noche e se echa o pierde por tierra; e esto hace todos los días del mundo. E es hábito que andando, como anda de tal forma vestido o cubierto, no   —249→   le da estorbo ni empacho ni se cubre ni ofende la linda proporción de su persona e dispusición natural, de quél mucho se prescia, sin se poner encima otro vestido ni ropa alguna. Yo querría más la escobilla de la cámara deste príncipe que no la de las fundiciones grandes que de oro ha habido en el Perú o que puede haber en ninguna parte del mundo. Así que, este cacique o rey dicen los indios ques muy riquísimo e gran señor, e con cierta goma o licor que huele muy bien se unta cada mañana, e sobre aquella unción asienta e se pega el oro molido o tan menudo como conviene para lo ques dicho, e queda toda su persona cubierta de oro desde la planta, del pie hasta la cabeza, e tan resplandeciente como suele quedar una pieza de oro labrada de mano de un gran artífice. Y creo yo que sí ese cacique aqueso usa, que debe tener muy ricas minas de semejante calidad de oro, porque yo he visto harto en la Tierra Firme, que los españoles llamamos volador, y tan menudo que con facilidad se podría hacer lo ques dicho.

Creía Gonzalo Pizarro que yendo aquel camino, había de resultar de su viaje una próspera e rica navegación, que con grandísima utilidad de las rentas reales e aumentación del estado e patrimonio de la Cesárea Majestad e de sus subcesores, e para quedar muy ricos los cristianos que se hallasen en la conclusión de la empresa, para este efeto, con doscientos e treinta hombres de caballo e de pie, fue la vuelta de los nascimientos del río Marañón, e hallaron árboles de canela; pero fue poca y en árboles muy lejos unos de otros y en tierra áspera e deshabitada, de forma que la calor desta canela ese enfrió, e perdieron esperanza de la hallar en cantidad (a lo menos por entonces) Pero aunque pensaron algunas que en aquello se hallaron, otros de los mesmos me han dicho a mí que no creen que la canela es poca, pues que se lleva a muchas partes. Y caso que los árboles que vieron desta especie, son salvajes e que por si los produce naturaleza, los indios dicen que la tierra adentro los cultivan e labran, e son muy mejores, e dan más e más perfeto fructo.

  —250→  

Siguióseles tanta necesidad de bastimento, qué la hambre los hizo aflojar en los otros cuidados; e para buscar de comer envió el capitán Gonzalo Pizarro con cincuenta hombres al capitán Francisco de Orellana, e aqueste no pudo volver por ser tan frío un río por donde fue que en dos días se hallaron tan apartados del ejército de Gonzalo Pizarro, que le convino a este capitán e sus compañeros proceder adelante con la corriente a buscar la Mar del Norte, para escapar con las vidas. Así me lo dio él a entender; pero otros dicen que pudiera tornar, si quisiera, adonde Gonzalo Pizarro quedaba; y esto creo yo, por lo que adelante se dirá. Esta compañía, que así fue con el capitán Francisco de Orellana y él fueron los que hallaron e vieron el discurso deste río Marañón, e navegaron por él más que nunca otros cristianos que en él hayan andado, como se dirá más puntual e largamente en el libro último destas historias en el capítulo XXIV. La cual navegación e acaescimiento se principió impensadamente, e salió a tanto efeto, ques una de las mayores cosas que han acaescido a hombres; e porque donde he dicho estará escripto este viaje e descubrimiento del Marañón ad plenum, no me deterné aquí en ello, excepto en algunas particularidades que, demás de lo que escribió como testigo de vista un devoto fraile de la Orden de predicadores; yo he sabido después en esta cibdad de Sancto Domingo, del mesmo capitán Francisco de Orellana e de otros caballeros e hidalgos que con él vinieron. Las cuales el dicho fraile no escribió en su relación, porque no se acordó, o no le paresció que se debía ocupar en ellas; y decirlo he como deste capitán e sus consortes lo entendí. E aunque no vayan tan ordenadas las materias como convenía, irán tan ciertas e a la llana como a mí me las dijeron: algunas así como yo preguntaba, e otras como les venía a ellos a la memoria.

Y porque de un acaescimiento tan peregrino, tan largo e tan peligroso viaje, no es razón que se olvide ni se callen los nombres de los que en ellos se hallaron, los porné aquí, pues que algunos vi desos en esta nuestra   —251→   cibdad, adonde allegaron el capitán Orellana e diez o doce dellos un lunes veinte días del mes de diciembre de mil e quinientos e cuarenta y dos años más porque demás de los cincuenta compañeros que salieron del real de Gonzalo Pizarro con el capitán Orellana, hobo otros que se metieron en el mesmo barco para ir a esperar el restante ejército en cierta parte, donde el dicho capitán Gonzalo Pizarro había de ir luego, contaré todos los que en esta navegación se hallaron, los cuales son los siguientes:

    El número de la gente con que el capitán Francisco de Orellana salió del Real de Gonzalo Pizarro e discurrió por el gran río Marañón

    Primeramente:


  1. 1.- El capitán Francisco de Orellana, natural de la cibdad de Trujillo en Extremadura.

  2. 2.- El comendador Francisco Enríquez, natural de la cibdad de Cáceres.

  3. 3.- Cristóbal de Segovia, natural de Torrejón de Velasco.

  4. 4.- Hernánd Gutiérrez de Celis, natural de Celis en la montaña.

  5. 5.- Alonso de Robles, natural de la villa de don Benito, ques tierra de Medellín, alférez de esta jornada.

  6. 6.- Alonso Gutiérrez, de Badajoz.

  7. 7.- Johan de Arnalte.

  8. 8.- Johan de Alcántara.

  9. —252→
  10. 9.- Cristóbal de Aguilar, mestizo, hijo del licenciado Marcos de Aguilar e de una india, en quien le hobo en esta Isla Española, e valiente mancebo por su persona e hombre de bien.

  11. 10.- Johan Carrillo.

  12. 11.- Alonso García.

  13. 12.- Johan Gutiérrez.

  14. 13.- Alonso de Cabrera, natural de Cazalla.

  15. 14.- Blas de Aguilar, asturiano.

  16. 15.- Johan de Hempudia, natural de Hempudia, el cual mataran los indios.

  17. 16.- Antonio de Carranza, vecino de Frias, que asimesmo mataron las indios.

  18. 17.- García de Soria, vecino de Soria, que también le mataron indios.

  19. 18.- García de Aguilar, natural de Valladolid: murió en el viaje.

  20. 19.- Otro Johan de Alcántara, del Maestrazgo de Santiago: murió asimesmo en el viaje.

  21. 20.- Johan Osorio, del Maestrazgo: así mesmo murió en el viaje.

  22. 21.- Pedro Moreno, natural de Medellín: murió también de enfermedad.

  23. 22.- Johanes, vizcaíno, natural de Bilbao: también murió de enfermedad.

  24. 23.- Sebastián de Fuenterrabia: murió enfermo en el viaje.

  25. 24.- Johan de Rebolloso, natural de Valencia del Cid: murió de enfermedad.

  26. 25.- Alvar González, asturiano, de Oviedo: murió de enfermedad.

  27. —253→
  28. 26.- Blas de Medina, natural de Medina del Campo.

  29. 27.- Gómez Carrillo.

  30. 28.- Hernand González, portugués.

  31. 29.- Antonio Hernández, portugués.

  32. 30.- Pedro Domínguez, natural de Palos.

  33. 31.- Antonio Muñoz, de Trujillo.

  34. 32.- Johan de Yllanes, natural de la villa de Yllanes en Asturias.

  35. 33.- Perucho, vizcayno del Passage.

  36. 34.-Francisco de Ysasaga, vizcayno, escribano del armada, natural de Sanct Sebastián.

  37. 35.- Andrés Martín, natural de Palos.

  38. 36.- Johan de Palacios, vecino de Ayamonte.

  39. 37.- Matamoros, vecino de Badajoz.

  40. 38.- Johan de Arévalo, vecino de Trujillo.

  41. 39.- Johan de Elena.

  42. 40.- Alonso Bermúdez, de Palos.

  43. 41.- Johan Bueno, natural de Moguer.

  44. 42.- Ginés Hernández, de Moguer.

  45. 43. Andrés Durán, de Moguer.

  46. 44.- Johan Ortiz, del Maestrazgo.

  47. 45.- Mexia, carpintero, natural de Sevilla.

  48. 46.- Blas Contreras, del Maestrazgo.

  49. 47.- Johan de Vargas, de Extremadura.

  50. 48.- Johan de Mangas, del Puerto de Sancta María.

  51. 49.- Gonzalo Díaz.

  52. 50.- Alexos González, gallego.

  53. 51.- Sebastián Rodríguez, gallego.

  54. —254→
  55. 52.- Alonso Esteban, de Moguer.

  56. 53.- Fray Gaspar de Carvajal, de la Orden de los predicadores, natural de Trujillo.

  57. 54.- Fray Gonzalo de Vera, de la Orden de la Merced.

Que son todos, con el capitán Francisco de Orellana, cinquenta y cuatro personas: de los cuales los cincuenta, como es dicho, salieron con él para buscar de comer e mirar la tierra; e los frailes e los demás iban en el mesmo barco para esperar al ejército, donde el capitán Gonzalo Pizarro mandó, y él había de ir desde a pocos días. Y del número ques dicho mataron los indios tres, o se murieron ocho: así que los defunctos fueron once hombres.

Por cartas que vinieron después que este capitán Orellana llegó a esta cibdad de Sancto Domingo, escriptas en la cibdad de Popayán, a trece de agosto de mill e quinientos e cuarenta y dos años, hay noticia quel capitán Gonzalo Pizarro, envió a este capitán Francisco de Orellana adelante con los dichos cincuenta hombres a buscar de comer para todos, a una laguna que está muy poblada, donde se dice que está grandísima riqueza, para que mirase la dispusición de la tierra, e que le mandó esperar allí; e que desde a pocos días el mesmo Gonzalo Pizarro, con el restante de su gente, llegó allí donde le mandó esperar, cuasi tan presto como el Orellana. E como no halló a él ni a la gente, pensó que maliciosamente el dicho Orellana e sus compañeros se habían ido por un río muy poderoso a sus aventuras con un barco o bergantín que llevaban (a buscar la Mar del Norte); e que así quedó burlado el Gonzalo Pizarro, porque en el dicho barco iba la pólvora e toda la munición que tenía para su armada, e aún se ha escripto que también se llevaron los del barco mucha riqueza de oro e piedras. Si esto fue asó, como estas cartas dicen, adelante con el tiempo se sabrá.

Aquí este capitán e sus consortes publicaban que venían pobres, e que no fue en su mano volver al dicho   —255→   Gonzalo Pizarro, aunque quisieran, por la velocidad del río e por las caras que más largamente se declararán en la relación del fraile. Por manera que como quiera que lo pasase le fue forzado al Pizarro, desque se vido perdido, dar la vuelta para Quito; e hasta verse allí, por la falta de no hallar bastimento, se comieron más de cient caballos e muchas perros que llevaban; e así tornó a la cibdad de Sanct Francisco. Y escriben asimesmo que se decía que Gonzalo Pizarro dejaba poblado en alguna parte, e que fingía necesidades para recoger gente e caballos; e que su vuelta a Quito era por saber qué tal estaba la tierra, y entender las cosas del presidente Vaca de Castro e de don Diego de Almagro; pero túvose por más cierto queste capitán Gonzalo Pizarro volvió perdido, porque de doscientos e treinta hombres, que llevó, no tornaron sino ciento, maltractados y enfermos los más; y esos e los que con Francisco de Orellana escaparon por el río se tienen por vivos, e todos los demás por muertos, que según la verdad fueron más de ochenta e siete; porque en el barco entraron con el Orellana más de los questos compañeros han dicho, cuyos nombres no me acuerdo.

Visto este siniestro; que se siguió a Gonzalo Pizarro, escriben asimesmo que se daba mucha priesa el capitán Sebastián de Benalcázar en se armar e proveer para ir en busca del Dorado: lo que en ello subcediere el tiempo lo dirá, para que se acomule y escriba donde especialmente se tracta de aquella su gobernación de Benalcázar; e para allí se quede e tornemos a nuestra historia de Quito e a la relación queste capitán Francisco de Orellana e sus consortes dan de aquellas tierras.



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ArribaAbajo Capítulo III

En que se da la relación de la calidad de la tierra e gente de la provincia de Quito, e que cosa son los árboles de la canela quel capitán Gonzalo Pizarro e los españoles vieron, e de la grandeza del río Marañón, e de las islas muchas que en el hay.


La tierra de Quito es fértil e muy poblada, e la gente natural de aquella provincia es sus comarcas belicosa e de buena dispusición, e la cibdad de Sanct Francisco, ques el principal pueblo de cristianos en aquella gobernación, está en algo menos de cuatro grados de la otra parte de la línea equinocial.

En sus batallas e guerras usan los indios traer banderas, y escuadras bien ordenadas, e muchas trompetas e gaitas o ciertos instrumentos musicales, que suenan muy al propósito como gaitas e atambores e rabeles; e sus personas con hermosos penachos: pelean con varas y estoricas e lanzas de treinta palmos e con piedras e hondas.

Supe deste capitán Orellana e sus consortes que la tierra de los árboles de la canela está de Quito septenta leguas al Oriente, e al Poniente de Quito está la Mar del Sur e la isla de la Puna cinquenta leguas, poco más o menos. La hoja destos árboles es muy buena especia, y el vasillo de la bellota que echa por fructo; pero ni la bellota ni la corteza del árbol no es tan buena. Son árboles tan altos como olivos, e la hoja como de laurel, algo más ancha: la color de la hoja es más verde que la del olivo, e vuelve sobre color amarilla. Los árboles que los españoles vieron en este viaje de Gonzalo Pizarro, fueron pocos e bien lejos unos de otros, en sierra estéril e fragosa; de la cual especia quedaron, muy satisfechos cuanto al sabor e bondad della, de muy fina canela, puesto que de otra hechura que la que hasta aquí suele llevarse a España e Italia de Levante e usa por el mundo.   —257→   La forma de aquesta, digo de aquellos vasillos del fructo, ques lo mejor della, ya yo lo escribí en el Libro IX, capítulo XXXI, y aun debujé la forma dellos. Pero muy descontentos los dejó a estos milites la poca cantidad que hallaron desta canela, e de aquí resultó que algunos han dicho ques muy poquita, e otros dicen lo contrario, porque se lleva a muchas partes e provincias; pero mucha o poca el tiempo lo mostrará, como mostró el oro en esta nuestra Isla Española, donde pasaron algunos años después que los españoles acá vinieron, que no hallaron sino poco oro, e después se descubrieron e hay muchas minas riquísimas y en muchas partes de la isla, e se han sacado innumerables millares de pesos de oro o nunca se agotará ni acabará hasta la fin del mundo; y con esto podría ser que también acaezca en la abundancia de aquesta canela.

De la grandeza del río Marañón me certificaron el capitán Francisco de Orellana e sus consortes, que aquí vinieron, que mil e doscientas leguas antes que allegue a la mar trae de anchura dos e tres leguas en partes; e así como venían por él abajo, siempre se ensancha e aumenta su latitud, a de causa de otras muchas aguas e ríos que de una e otra parte en ambas sus castas se lanzan en él; e que septecientas leguas antes de llegar a la mar tiene la latitud diez leguas e más. E de ahí adelante cresce su anchura más e más hasta la mar, donde entra por muchas bocas, haciendo muchas islas, el número de las cuales ni destas islas estos descubridores no supieron ni pudieron por entonces comprender. Pero todos afirman que en las bocas todas hasta la costa firme al Oriente e Poniente, lo que queda enmedio se puede decir ques el río, e son cuarenta leguas o más de boca e agua dulce, y ésta entra rompiendo la salada; e apartados de la costa más de otras veinte e cinco leguas se coge agua dulce de la que sale del dicho río.

Hallaron e vieron innumerables islas pobladas e llenas de gente de diversas armas, e unas que pelean con varas y estoricas e macanas, y en otras con arcos e flechas; pero los flecheros no tienen hierba hasta los que   —258→   están doscientas leguas de la mar, porque de allí abajo tiran con ella e la usan de diabólica e pésima ponzoña.

Todas aquellas gentes son idólatras, e adoran el sol, e ofrécenle palomas e tórtolas e chicha, ques el vino que beben fecho de maíz e de cazabi e otros sus brebajes: e pónenlo delante sus ídolos, que son unas estatuas e personajes de grandes estaturas. Sacrifican de sus enemigos algunos de los que toman en la guerra desta manera: córtanles las manos por las muñecas e a otros por los cobdos, e así los tienen hasta que se mueren; e después de muertos ásanlos en barbacoas o parrillas, e hácenlos polvos y échanlos al viento; e también de sus prisioneros reservan algunos, para se servir dellos por esclavos. No comen carne humana en todo el dicho río hasta los flecheros de la hierba, que son caribes e la comen muy de grado.

Cuando se mueren los naturales (en las provincias más arriba de los flecheras) amortájanlos en mantas de algodón, y entiérranlos en sus mesuras casas. Son gente bien proveída, e guardan los bastimentos para entretanto que cogen, e tien[en] otros en cámaras altas o barbacoas levantadas sobre tierra un estado e como les place que sean altas; e tienen allí su maíz e bizcocho, que hacen de maíz e de cazabi revuelto o junto de una pasta, e mucho pescado asado, e muchos manatís, e carne de venado.

En sus casas son ataviados, e tienen esteras muy gentiles de palma e mucha loza e muy buena. Duermen en hamacas: las casas están muy barridas e limpias e son de madera e cubierta de paja. Esto de las casas es en la costa o cerca de la mar; y en algunas partes el río arriba son de piedra: las puertas de las casas las tienen hacia donde sale el sol, por algún respecto cerimonioso.

La tierra de Quito es fértil de los mantenimientos ya dichos e asimesmo de todas las fructas que se saben de la Tierra Firme; y es sana e de buenos aires e buenas aguas e templada, e los indios bien dispuestos e de mejor color o no tan loros como los de la costa de la Mar   —259→   del Norte. Hay muchas e buenas hierbas e algunas como las de nuestra España; e las questos españoles compañeros de Orellana y él dicen que han visto son hierba mora, hervena, verdolagas, albahacas; mastuerzo, cerrajas, cardos de comer, poleo e zarzamoras; e otras muchas se cree questos no conocen e quel tiempo las manifestará. De los animales dicen que hay muchos ciervos, e gamas, e vacas, beoris, e osos hormigueros, e conejos, e pericos ligeros, e tigres; e leones, e todos los otros que son comunes en la Tierra Firme, domésticos e salvajes (así como de aquellas, ovejas grandes del Perú e de las otras menores), y encubertados, e zorrillas de las que hieden, e churchas, e de los perros de la tierra, que no ladran.




ArribaAbajoCapítulo IV

En el cual se tracta del señorío de la reina Conori e de las amazonas, si amazonas se deben decir, e de su estado e mucha potencia e gran señorío, e de los señores e príncipes que le son subjetos a la dicha reina; e del gran príncipe llamado Caripuna, en cuyo señorío dicen que hay mucha abundancia de plata e de otras cosas, con que se da fin a la relación de los descubridores, que navegaron el río Marañón con el capitán Francisco de Orellana.


En aquella relación que he dicho que escribió fray Gaspar de Carvajal, que está puesta en el capítulo XXIV del último libro destas historias de Indias entre otras cosas notables dice que hay señorío de mujeres que viven por sí sin varones, e militan en la guerra, e son poderosas e ricas e poseen grandes provincias. Ya en   —260→   algunas partes de aquesta General historia de Indias, se ha fecho memoria de algunas regiones, donde las mujeres son absolutas señoras, e gobiernan sus Estados, e los tienen en justicia, y ejercitan las armas, cuando conviene, así como aquella reina llamada Orocomaya, como lo dije y escrebí en el libro XXVI, capítulo X. E asimesmo en lo de la gobernación e conquista de la Nueva Galicia, como queda dicho en el libro XXXIV, capítitulo VIII del señorío de Ziguatan, e allí se pueden llamar amazonas (si a mí me han dicho verdad); pero no se cortan la teta derecha, como lo hacían las que los antiguos llamaron amazonas, según lo testifica Justino, el cual dice que se quemaban la teta derecha, porque no les estorbase al tirar con el arco. Lo uno e lo otro que en estas mis historias se ha tocado de los señoríos de Orocomay e de Ziguatan es poco, a respecto de lo questos que vinieron por el río Marañón dicen que se platica de las questos llaman amazonas. De un indio queste capitán Orellana trujo (que después murió en la isla de Cubagua), tovieron información que en la tierra questas mujeres son señoras, se contienen e incluyen más de trescientas leguas pabladas de mujeres, sin tener hombre consigo: de lo cual todo es reina e señora una sola mujer, que se llama Conori: la cual es muy obedescida e acatada e temida de sus reinos e fuera dellos, en los que le son camarcanos; e tiene subjetas muchas provincias que la obedescen e tienen por señora e la sirven, como sus vasallos e tributarios: los cuales están poblados, así como aquella región, que señorea un gran señor, llamado Rapio. E otra que tiene otro príncipe, que se dice Toronoy. E otra provincia que tiene otro señor que llaman Yaguarayo . E otra que tiene otro, que se dice Topayo. E otra que señorea otro varón Güenyuco. E otra provincia, quella, o el señor, cuya es, se llama Chipayo; e otra provincia que tiene otro señor que se dice Yaguayo.

Todos estos señores o príncipes son grandes señores e señorean mucha tierra, e son subjetos a las amazonas (si amazonas se deben decir) e las sirven e a su reina   —261→   Conori. Este Estado destas mujeres está en la Tierra Firme, entre el río Marañón y el río de la Plata, cuyo propio nombre es Paranaguazu.

A la mano siniestra de cómo estos españoles e su capitán Francisco de Orellana venían por el río Marañón abajo, dicen que está un gran señor frontero de la tierra de las amazonas, el río enmedio; el cual príncipe se llama Caripuna, el cual sojuzga e tiene mucha tierra; e son subjetos a él otros muchos señores que le obedescen, y es la tierra suya muy rica de plata. Pero porque la claridad e particular inteligencia no se sabe más puntual al presente, quise poner aquí esto, no porque competa a la gobernación de Quito, sino para acuerdo de lo que adelante subsediere e conviniere escrebirse, cuando estas regiones e provincias mejor estén sabidas e vistas, e porque, como dicha es, por estos hidalgos españoles que salieron de Quito se ha sabido e descubierto lo ques dicho. E así para lo mejor entender, consejaría yo al lector que llegando con su lesión hasta aquí, sin proceder adelante, vea el capítulo XXIV desta General historia de Indias, para que quede más satisfecho del descubrimiento deste río Marañón e de lo que en él vieron el capitán Francisco de Orellana e los que con él se hallaron en tan grande e tan nueva e peligrosa navegación. E atendamos en lo demás a lo quel tiempo mostrare e nos diere aviso, para que se aumente la historia del Marañón e también la de Quito, de que especialmente aquí se tracta.

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ArribaAbajoCapítulo V

En que se tracta el mal subceso e muerte del capitán Francisco de Orellana e de otros muchos, que arrimados a sus palabras perdieron las vidas.


Este capitán Francisco de Orellana fue con cuatrocientos y más hombres y una gentil armada proveído por adelantado e Gobernador del río Marañón; e tocó en las islas de cabo Verde, donde así de enfermedades como por su mal recabdo perdió mucha parte de la gente que llevaba. E coma pudo, non obstante sus trabajos, pasó adelante en busca de aquellas amazonas, quél nunca vido e pregono por España, con que sacó de sentido a cuantos cobdiciosos le siguieron; y al cabo llegó a una de las bocas con quel río Marañón entra en la mar. E allí murió él y la mayor parte de la gente que llevaba; y esos pocos que quedaban, aportaron después perdidos a nuestra Isla Española, como se dijo de suso. E por que este capitán ninguna cosa hizo que sea digna de loársele ni de que merezca gracias, bástenos, lector, esta breve relación del mal evento queste caballero hizo, y que sus malos pensamientos se acabaron, conforme al seso que los movió. E pasemos a otras historias sangrientas e desabridas, quel tiempo nos trae a la memoria e discurso desta mi ocupación.







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ArribaAbajoAgustín de Zárate

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ArribaAbajoBiografía de Agustín de Zárate

No fue Agustín de Zárate cronista de Indias, ni recibió, encargo especial alguno para consignar por escrito los sucesos de que tuvo noticia en América, pero su Historia del descubrimiento y conquista del Perú y de las guerras y cosas señaladas en ella, compuesta por impulso irresistible de su espíritu y vocación indudable para la narración histórica, han permitido a las letras castellanas tener, en hora feliz, un monumento de valor perdurable.

El benemérito don Enrique de Vedia que en 1853 ordenó los dos tomos de Historiadores Primitivos de Indias, dentro de la, «Biblioteca de Autores Españoles», con lo que prestó servicio invalorable a la cultura, dijo al hablar de Zárate que era su obra «una de las más bellas desde el punto de vista histórico y quizá la primera de nuestra lengua». De su autor aseveró que merecía ser tenido como «autoridad respetable en alto grado, en cuanto a los sucesos de que trata». Juicioso, conciso e imparcial, llama a Zárate   —266→   el publicista francés Eyries, que le dedica un importante estudio en la Biografía Universal, publicada por Michaud en París el año de 1828, y a la que hay que acudir siempre, como a una de las fuentes más serias en la materia a que ella está consagrada. Por su parte Guillermo Hickling Prescott, al hablar de Zárate en su Historia de la Conquista del Perú, dice que «su obra ocupa lugar preminente entre las más respetables autoridades, para la historia de aquel tiempo».

No conocemos ni el año ni el lugar de nacimiento de Agustín de Zárate y sólo sabemos por su propio testimonio, que habiendo servido durante quince años el cargo de secretario del Consejo Real de Castilla, en 1543 el emperador Carlos Quinto y el Consejo de Indias dispusieron que pasara al Perú, «a tomar cuentas a los oficiales de la Hacienda real que no las habían rendido en ningún tiempo».

Se embarcó el primero de noviembre de 1543 en San Lucar y llegó en enero de 1544 a nombre de Dios. Como anota Vedia, aunque no tuviéramos otro dato, la importancia de la comisión que traía a América, bastaría para apreciar la inteligencia, el seso y la prudencia de Zárate.

Partió nuestro autor al Perú en compañía del virrey Blasco Núñez Vela, cuando comenzaba la rebelión de Gonzalo Pizarro. Sin perjuicio de atender las funciones de su cargo, en extremo delicadas, iba observando atentamente y consignando por escrito los acontecimientos de esos días. Él mismo nos dice que lo hacía con gran reserva y cautela, porque Francisco de Carvajal había amenazado con la muerte al que se atreviera a relatar sus hazañas, seguramente, dice Zárate, convencido de que sus hechos «eran más dignos de la ley del olvido, que los atenienses llaman amnistía, que no de memoria ni perpetuidad».

Zárate estuvo en el Perú, escribe Porras Barrenechea, antes que Cieza, aunque publicara su obra dos   —267→   años después. Intervino nuestro autor activamente en los sucesos que relata y por ello su testimonio es muy valioso. Siguió el partido real en la disputa con Pizarro, luego de muerto Blasco Núñez de Vela, que con su carácter impetuoso y su falta de ductilidad y de tino, tantos desastres había provocado. En un momento dado Zárate tuvo que entrevistarse con Gonzalo Pizarro, para cumplir la delicada comisión que le dieron los oidores nombrados por el Virrey. Dice a este respecto Vedia:

Zárate pasó en una ocasión como comisionado de los oidores a hablar can Gonzalo Pizarro, que se acercó a Lima, y requerirle licenciase sus tropas y se retirase a sus haciendas. Ejecutó el historiador su comisión con poco gusto, según lo indica él mismo, pues, no dejaba de ofrecer bastante peligro, y cumplido este deber espinoso, parece que se pierde de vista y no suena en primer término; lo cual indica. que se redujo a desempeñar las funciones privativas de su empleo y a escribir su obra.


Nada tan oportuno como reproducir aquí el relato quede este importante suceso de su vida nos ha dejado el protagonista, Zárate, en el capítulo XIII del Libro Quinto de su Historia.- Dice así:

De cómo los oidores enviaron una embajada a Gonzalo Pizarro para que deshiciese su campo, y de lo que sobre esto acaeció

En haciendo a la vela el licenciado Álvarez, se entendió en los Reyes que iba de concierto con el Visorrey, así por algunas muestras que dello dio antes que se embarcase, como porque se fue sin esperar los despachos que los oidores habían de dar, que por no venir en ellos el licenciado Zárate se habían dilatado y se le hablan de enviar otro día. Lo cual los oidores sintieron mucho, sabiendo que Álvarez había sido inventor de la prisión del Visorrey y el que más lo trató y dio la ordenanza para ello, y entre tanto que esperaban a saber el verdadero suceso de aquel hecho, les   —268→   pareció enviar a Gonzalo Pizarro a le hacer saber lo pasado y a le requerir con la provisión real, para que, pues ellos estaban en nombre Su Majestad, para proveer lo que conviniese a la administración de la justicia y buena gobernación de la tierra, y habían suspendido la ejecución de las ordenanzas y otorgado la suplicación dellas, y enviado el Visorrey a España, que era mucho más de lo que ellos siempre dijeron que pretendían; para colorar la alteración de la tierra le mandaban que luego deshiciese el campo y gente de guerra, y si quería venir a aquella ciudad, viniese de paz y sin forma de ejército; y que si para la seguridad de su persona quisiese traer alguna gente, podía venir con hasta quince o veinte de caballo, para lo cual se le daba licencia. Despachada esta provisión, mandaron a algunos vecinos los oidores que la fuesen a notificar a Gonzalo Pizarro donde quiera que le topasen en el camino; y ninguno hubo que lo quisiese aceptar, así por el peligro que en ello había, como porque decían que Gonzalo Pizarro y sus capitanes les culparían, respondiéndoles que, viniendo ellos a defender las haciendas de todos, les eran contrarios. Y así, viendo esto los oidores, mandaron por un acuerdo a Agustín de Zárate, contador de cuentas de aquel reino, que juntamente con don Antonio de Ribera, vecino de aquella ciudad, fuesen a hacer esta notificación; y les dieron su carta de credencia, y con ella se partieron hasta llegar al valle de Jauja, donde a la sazón estaba alojado el campo de Gonzalo Pizarro, el cual ya hayla sido avisado del mensaje que se le enviaba; y temiendo que si se le llegaba a notificar se le amotinaría la gente, por el gran deseo que llevaban de llegar a Lima en forma de ejército, y aún para saquear la ciudad con cualquiera ocasión que hallase; y queriéndolo proveer, envió al camino por donde venían estos mensajeros a Hierónimo de Villegas, su capitán, con hasta treinta arcabuceros a caballo, el cual los topó, y a don Antonio de Ribera le dejó pasar al campo, y a Agustín de Zárate le prendió y tomó las provisiones que llevaba, y le volvió por el camino   —269→   que había venido, hasta llegar a la provincia de Pariacaca, donde le tuvo diez días preso, poniéndole su gente todos los temores que podían a efecto de que no dejase su embajada; y así, estuvo allí hasta que llegó Gonzalo Pizarro con su campo, y le mandó llamar para que dijese a lo que había venido. Y porque ya Zárate estaba avisado del riesgo que corría en su vida si trataba de notificar la provisión, después de hablado aparte a Gonzalo Pizarro, y dichole lo que se le había mandado, le metió en un toldo, donde estaban juntos todos sus capitanes, y le mandó que les dijese a ellos todos lo que a él le había dicho. Y Zárate, entendiendo su intención, les dijo de parte de los oidores otras algunas cosas tocantes al servicio de Su Majestad y al bien de la tierra, usando de la creencia que se le había tomado, especialmente que, pues el Visorrey era embarcado, y otorgada la suplicación de las ordenanzas, pagasen a Su Majestad lo que el visorrey Blasco Núñez Vela le había gastado, como se habían ofrecido por sus cartas de lo hacer, y que perdonasen los vecinos del Cuzco que se habían pasado desde su campo a servir al Visorrey, pues habían tenido tan justa causa para ello, y que enviasen mensajeros a Su Majestad para disculparse de todo lo acaecido, y otras cosas desta calidad, a las cuales todas ninguna otra respuesta se le dio sino que dijese a los oidores que convenía al bien de la tierra que hiciesen gobernador della a Gonzalo Pizarro, y que con hacerlo se proveería luego en todas las cosas que se les habían dicho de su parte; y que si no hacían, meterían a saco la ciudad. Y con esta respuesta volvió Zárate a los oidores, aunque algunas veces la rehusó llevar y a ellos les pesó mucho oír tan abiertamente el intento de Pizarro; porque hasta entonces no habían dicho que pretendían otra cosa sino la ida del Visorrey y la suspensión de las ordenanzas; y con todo esto, enviaron a decir a los capitanes que ellos hablan oído lo que pedían, pero que ellos por aquella vía no lo podían conceder ni aun tratar dello, si no parecía quien lo pidiese por escripto y en la forma ordinaria   —270→   que se suelen pedir otras cosas. Y sabiendo esto, se adelantaron del camino todos los procuradores de las ciudades que venían en el campo, y juntando consigo los de otras ciudades que estaban en los Reyes, dieron una petición en el audiencia, pidiendo lo que habían enviado a decir de palabra. Y los oidores, paresciéndoles que era cosa tan peligrosa, y para, que ellos no tenían comisión, ni tampoco libertad para dejarlo de hacer, porque ya en aquella sazón estaba Gonzalo Pizarro muy cerca de la ciudad, y les tenía tomados todos los pasos y caminos para que nadie pudiese salir della, determinaron dar parte del negocio a las personas de más autoridad que había en la ciudad y pedirles su parecer; y sobre ello hicieron un acuerdo, mandando que se notificase a don Hierónimo de Loaysa, arzobispo de los Reyes, y a don fray Juan Solano, arzobispo del Cuzco, y a don Garci Díaz, obispo del Quito, y a fray Tomás de San Martín, provincial de los dominicos, y a Agustín de Zárate y al tesorero, contador y veedor de Su Majestad, que viesen esto que los procuradores del reino pedían, y les dieron sobre ello su parecer, expresando muy a la larga las razones que a ello les movían; lo cual hacían, no para seguir ni dejar su parescer, porque bien entendían que en los unos ni en los otros no había libertad para dejar de hacer lo que Gonzalo Pizarro y sus capitanes querían; sino para tener testigos de la opresión en que todos estaban.


(Zárate: Historia del Perú. Edición de Vedia. Madrid 1853, páginas 520 y 521)                


El modo tan tinoso con que Zárate ejecutó su comisión delicada y difícil, ha dado ocasión para que se dijera que su conducta, fue vacilante y equívoca y que no sabía por quién decidirse en definitiva, si por Pizarro o por el Rey, mas, parece que no pudo hacer otra cosa que lo que hizo sin peligro de su vida, que la iba a perder sin beneficio para nadie, por lo cual merece toda indulgencia. Su muerte nos habría privado de uno de los monumentos más notables de la Historia. Su actuación posterior a aquella comisión le valió el favor real, lo que demuestra que Zárate no   —271→   fue el «cambiabanderas» que se ha dicho, ni hombre de espíritu ambigua y desleal.

Zárate tuvo ocultos sus apuntes y papeles, hasta que en Flandes redactó su libro y lo presentó a Felipe Segundo, quien, dice el autor «me hizo a mi tamaña merced y a él tan gran favor, de leerle en el viaje y navegación que prósperamente hizo de la Coruña a Inglaterra y recibirle por suyo y mandarme que lo publicase e hiciese imprimir». Así lo verificó el autor en Amberes, «en los ratos desocupados de la labor de la moneda de Vuestra Majestad que es mi principal negocio».

Vio, pues, la luz el libro de Zárate en Amberes el año de 1555. La obra se compuso en siete libros, de los cuales el primero está dedicado a narrar las noticias que se tuvo del Perú y cómo se comenzó a descubrir y el séptimo a la pacificación del Perú por obra de la Gasca.

Se ha traducido a todas das lenguas cultas de Europa y se ha reimpreso innumerables ocasiones, lo que ha hecho que sea una de las grandes fuentes para el conocimiento del pasado. En los catálogos de libros de ocasión, se halla a menudo la edición francesa de este libro.

Don Enrique de Vedia, en el prólogo que puso a la obra de Zárate, dice que don Antonio de Alcedo en su Biblioteca Americana, manuscrita, trata a Zárate de historiador de gran mérito pero de poca exactitud y agrega que esta crítica, no le parece justa: conócese, añade, que pertenecía al partido real, pero sin embargo, habla sin ira ni encono; refiere los acontecimientos con imparcialidad y lisura, y sazona la narración con profundas reflexiones y comentarios que muchas veces dan lugar a pasajes oscuros de aquel tiempo.

El que un publicista como Vedia haya creído del caso rectificar la opinión de Alcedo, demuestra la importancia que daba al parecer del autor de la Biblioteca,   —272→   Americana, esa obra que yace inédita en la Biblioteca Pública de Nueva York desde hace tantos años, sin que los ecuatorianos nos interesemos en darla a luz, pese a que el autor se halla ligado tan estrechamente a la ciudad de Quito.

En el tomo cuarto de la Biblioteca, de Autores Españoles, figura otro trabajo de Agustín de Zárate: la «Censura, de la obra de Varones Ilustres de Indias, de Juan de Castellanos». Anotemos también que el nombre de Zárate consta en el Catálogo de Autoridades del Idioma, publicado por la Real Academia Española.



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ArribaAbajoHistoria del descubrimiento y conquista de la provincia del Perú y de las guerras y cosas señaladas en ella, acaecidas hasta el vencimiento de Gonzalo Pizarro y de sus secuaces, que en ella se rebelaron contra Su Majestad, por Agustín de Zárate

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ArribaAbajoCapítulo V

Cómo se dio la batalla contra Atabaliba, y cómo fue preso.


Luego, otro día de mañana, el Gobernador ordenó su gente partiendo los sesenta de a caballo que había en tres partes, para que estuviesen escondidos con los capitanes Soto y Benalcázar; y de todos dio cargo a Hernando Pizarro y a Juan Pizarro y Gonzalo Pizarro, y él se puso en otra parte con la infantería, prohibiendo que nadie se moviese sin su licencia o hasta que disparase la artillería. Atabaliba tardó gran parte del día en ordenar su gente, y señalando lugar por donde cada capitán había de entrar, y mandó que por cierta parte secreta, hacia la parte por donde habían entrado los cristianos, se pusiese un capitán suyo, llamado Ruminagui, con cinco mil indios, para que guardase las espaldas a los españoles y matase a todos los que volviesen huyendo. Y luego Atabaliba movió su campo tan despacio, que más de cuatro horas tardó en andar una pequeña legua. Él venía en una litera, sobre hombros de señores, y delante dél trecientos indios vestidos de una librea, quitando todas las piedras y embarazos del camino, hasta las pajas, y todos los otros caciques y señores venían tras él en andas y hamacas, teniendo en tan poco las cristianos, que los pensaban tomar a manos; porque un gobernador indio había enviado a decir a Atabaliba cómo eran los españoles muy pocos, y tan torpes y para poco, que no sabían andar a pie sin cansarse; y por eso andaban en unas ovejas grandes, que ellos llamaban caballos; y así, entró en un cercado que está delante del tambo de Caxamalca; y como vio tan pocos españoles, y esos a pie (porque los de a caballo estaban escondidos), pensó que no osarían parecer delante dél ni le esperarían; y levantándose sobre las andas, dijo a su gente: «Estos rendidos están»; y todos respondieron que sí. Y luego llegó el Obispo don fray   —276→   Vicente de Valverde con un Breviario en la mano, y le dijo cómo un Dios en Trinidad había criado el cielo y la tierra y todo cuanto había en ello, y hecho a Adán, que fue el primero hombre de la tierra, sacando a su mujer Eva de su costilla, de donde todos fuimos engendrados, y como por desobediencia destos nuestros primeros padres caímos todos en pecado, y no alcanzábamos gracia para ver a Dios ni ir al cielo, hasta que Cristo, nuestro redentor, vino a nascer de una virgen por salvamos, y para este efecto rescibió muerte, pasión; y después de muerto resuscitó glorificado, y estuvo en el mundo un poco de tiempo, hasta que se subió al cielo, dejando en el mundo en su lugar a San Pedro y a sus sucesores, que residían en Roma, a los cuales los cristianos llamaban papas y estos habían repartido las tierras de todo el mundo entre los príncipes y reyes cristianos, dando a cada uno cargo de la conquista, y que aquella provincia suya había repartido a Su Majestad del emperador y rey don Carlos, nuestro señor, y Su Majestad había enviado en su lugar al gobernador don Francisco Pizarro para que le hiciese saber de parte de Dios y suya todo aquello que le había dicho; que si él quería creerlo y rescebir agua de baptismo y obedecerle, como lo hacía la mayor parte de la cristiandad, él le defendería y ampararía, teniendo en paz y justicia la tierra, y guardándoles sus libertades, como lo solía hacer a otros reyes y señores que sin riesgo de guerra se le sujetaban; y que si lo contrario hacia, el Gobernador le daría cruda guerra a fuego y sangre, con la lanza en la mano; y que en lo que tocaba a la ley y creencia de Jesucristo y su ley evangélica, que si, después de bien informado della, él de su voluntad la quisiese creer, que hacía lo que convenía a la salvación de su ánima; donde no, que ellos no le harían fuerza sobre ello. Y después que Atabaliba todo esto entendió, dijo que aquellas tierras y todo lo que en ellas había las había ganado su padre y sus abuelos, los cuales las habían dejado a su hermano Guascar inga, y que por haberle vencido y tenerle preso a la sazón eran suyas y las poseía, y que no sabía él como san Pedro las podía dar a nadie; y que si las había dado,   —277→   que él no consentía en ello ni se le daba nada; y a lo que decía de Jesucristo, que había criado el cielo y los hombres y todo, que él no sabía nada de aquello ni que nadie criase nada sino el sol, a quien ellos tenían por dios, y a la tierra por madre, y a sus guacas; y que Pachacamá lo había criado todo lo que allí había, que de lo de Castilla él no sabía nada ni lo había visto; y preguntó al Obispo que cómo sabría él ser verdad todo lo que había dicho, o por dónde se lo daría a entender. El Obispo dijo que en aquel libro estaba escrito que era escriptura de Dios. Y Atabaliba le pidió el Breviario o Biblia que tenía en la mano; y como se lo dio lo abrió, volviendo las hojas a un cabo y a otro, y dijo que aquel libro no le decía a él nada ni le hablaba palabra, y le arrojó en el campo. Y el Obispo volvió a donde los españoles estaban, diciendo: «A ellos, a ellos»; y como el Gobernador entendió que si esperaba que los indios le acometiesen primero, los desbaratarían muy fácilmente, se adelantó, y envió a decir a Hernando Pizarro que hiciese lo que había de hacer. Y luego mandó disparar el artillería, y los de caballo acometieron por tres partes en los indios, y el Gobernador acometió con la infantería hacía la parte donde venía Atabaliba; y llegando a las andas, comenzaron a matar los que las llevaban, y apenas era muerto uno, cuando en lugar dél se ponían otros muchos a mucha porfía. Y viendo el Gobernador que si se dilataba mucho la defensa los desbaratarían, porque aunque ellos matasen muchos indios, importaba más un cristiano, arremetió con gran furia a la litera, y echando mano por los cabellos a Atabaliba (que los traía muy largos), tiró recio para sí y lo derribó, y en este tiempo los cristianos daban tantas cuchilladas en las andas, porque eran de oro, que hirieron en la mano al Gobernador; pero en fin el le echó en el suelo, y por muchos indios que cargaron, le prendió. Y como los indios vieron a su señor en tierra y preso, y ellos acometidos por tantas partes y con la furia de los caballos, que ellos tanto temían, volvieron las espaldas y comenzaron a huir a toda furia, sin aprovecharse de las armas, y era tanta la priesa, que con huir los unos derribaban los otros; y   —278→   tanta gente se arrimó hacia una esquina del cercado donde fue la batalla, que derribaron un pedazo de la pared, por donde pudieron salirse; y la gente de caballo continuo fue en el alcance hasta que la noche les hizo volver. Y como Ruminagui oyó el sonido de la artillería y vio que un cristiano despeñó de una atalaya abajo al indio que le había de hacer la seña para que acudiese, entendió que los españoles habían vencido, y se fue con toda su gente huyendo, y no paró hasta la provincia de Quito, que es más de docientas y cincuenta leguas de allí, como adelante se dirá.




ArribaAbajoCapítulo VI

De cómo Atabaliba mandó matar a Guascar, y cómo Hernando Pizarro fue descubriendo la tierra.


Preso Atabaliba, otro día de mañana fueron a coger el campo, que era maravilla de ver tantas vasijas de plata y de oro como en aquel real había, y muy buenas, y muchas tiendas y otras ropas y cosas de valor, que más de sesenta mil pesos de oro valía sola la vajilla de oro que Atabaliba traía, y más de cinco mil mujeres a los españoles se vinieron de su buena gana de las que en el real andaban. Y después de todo recogido, Atabaliba dijo al Gobernador que, pues preso lo tenía, lo tratase bien, y que por su liberación él le daría una cuadra que allí había llena de vasijas y de piezas de oro y tanta plata, que llevar no la pudiese. Y como entendió que de aquello que decía el Gobernador se admiraba, como que no lo creía, le tornó a decir que más que aquello le daría; y el Gobernador se le ofresció que él lo trataría   —279→   muy bien, y Atabaliba se lo agradesció mucho, y luego por toda la tierra hizo mensajeros, especialmente al Cuzco; para que se recogiese el oro y plata que había prometido para su rescate, que era tanto, que parescía imposible cumplirlo, porque les había de dar un portal muy largo que estaba en Caxamalca, hasta donde el mismo Atabaliba estando en pie pudo alcanzar con la mano todo el derredor lleno de vasijas de oro, según he dicho; y para este efecto hizo señalar esta altura con una línea colorada al derredor del portal; y aunque después cada día entraba en el real gran cantidad de oro y plata, no les paresció a los españoles tanto, que fuese parte para solamente comenzar a cumplir la promesa. Por lo cual mostraron andar descontentos y murmurando, diciendo que el término que había señalado Atabaliba para dar su rescate era pasado, y que no vían aparejo ellos de poderse traer; de donde inferían que esta dilación era a efecto de juntarse gente para venir sobre ellos y destruirlos. Y como Atabaliba era hombre de tan buen juicio, entendió el descontento de los cristianos, y preguntó al Marqués la causa dello, el cual se la dijo, y él le replicó que no tenía razón de quejarse de la dilación, pues no había sido tanta que pudiese causar sospecha, y que debían tener consideración a que la principal parte de donde se había de traer aquel oro era la ciudad del Cuzco, y que desde Caxamalca a ella había cerca de docientas leguas muy largas y de mal camino, y que habiéndose de traer sobre hombros de indios, no debían tener aquella por tardanza larga, y que ante todas cosas, ellos se satisfaciesen si les podía dar lo que les había prometido o no; y que hallando que era verdadera la posibilidad, les hacía poco al caso que tardase un mes más o menos; y que esto se podría hacer con darle una o dos personas que fuesen al Cuzco a lo ver; y que les pudiesen traer nuevas. Muchas opiniones hubo en el real sobre si se averiguaría esta determinación que Atabaliba pedía, porque se tenía por cosa peligrosa fiarse nadie de los indios para meterse en su poder; de lo cual Atabaliba se rió mucho, diciendo que no sabía él por qué había de rehusar ningún español de confiarse de su   —280→   palabra y ir al Cuzco debajo della, quedando él allí atado con una cadena, con sus mujeres y hijos y hermanos en rehenes. Y así, con esto se determinaron a la jornada el capitán Hernando de Soto y Pedro del Barco, a los cuales envió Atabaliba en sendas hamacas, con mucha copia de indios que los llevaban en hombros casi por la posta, porque no es en mano de los indios ir despacio con las hamacas; aunque no son más de dos los que las llevan, todo el número de los hamaqueros (que por lo menos serían cincuenta o sesenta para cada uno) van corriendo, y en andando ciertos pasos se mudan otros dos, en lo cual tienen tanta destreza, que lo hacen sin pararse. Pues desta manera caminaron Hernando de Soto y Pedro del Barco la vía del Cuzco, y a pocas jornadas de Caxamalca toparon los capitanes y gente de Atabaliba que traían preso a Guascar, su hermano; el cual, como supo de los cristianos, los quiso hablar y habló, y informado muy bien dellos de todas las particularidades que quiso saber, como oyó que el intento de Su Majestad, y del Marqués en su nombre, era tener en justicia así a los cristianos como a los indios que conquistasen, y dar a cada uno lo suyo, les contó la diferencia que había entre él y su hermano, y cómo, no solamente le quería quitar el reino (que por derecha succesión le pertenescía, como el hijo mayor de Guaynacaba), pero que para este efecto le traía preso y le quería matar, y que les rogaba que se volviesen al Marqués y de su parte le contasen el agravio que le hacían, y le suplicasen que, pues ambos estaban en su poder, y por esta razón él era señor de la tierra, hiciese entre ellos justicia, adjudicando el reino a quien pertenesciese, pues decían que este era su principal intento; y que si el Marqués lo hacía, no solamente cumpliría lo que por su hermano se había proferido de dar en el tambo o portal de Caxamalca un estado de hombre lleno de vasijas de oro, pero que le hinchiría todo el tambo hasta la techumbre, que era tres tantos más; y que se informasen y supiesen si él podía hacer más fácilmente aquello que su hermano lo otro; porque para cumplir Atabaliba lo que había prometido le era forzoso deshacer la casa del sol del Cuzco, que   —281→   estaba toda labrada de tablones de oro y plata igualmente, por no tener otra parte donde haberlo; y él tenía en su poder todos los tesoros y joyas de su padre, con que fácilmente podía cumplir mucho más que aquello; en lo cual decía verdad, aunque los tenía todos enterrados en parte donde persona del mundo no lo sabía, ni después acá se ha podido hallar, porque los llevó a enterrar y esconder con mucho número de indios que lo llevaban a cuestas, y en acabando de enterrarlos mató a todos para que no lo dijesen ni se pudiese saber, aunque los españoles, después de pacificada la tierra y agora, cada día andan rastreando con gran diligencia y cavando hacia todas aquellas partes donde sospechan que lo metió; pero nunca han hallado cosa ninguna. Hernando del Soto y Pedro del Barco respondieron a Guascar que ellos no podían dejar el viaje que llevaban, y a la vuelta (pues había de ser tan presto) entenderían en ello; y así, continuaron su camino, lo cual fue causa de la muerte de Guascar y de perderse todo aquel oro que les prometía; porque los capitanes que le llevaban preso hicieron luego saber por la posta a Atabaliba todo lo que había pasado, y era tan sagaz Atabaliba, que consideró que si a noticia del Gobernador venía esta demanda, que así por tener su hermano justicia como por la abundancia de oro que prometía (a lo cual tenía ya entendido la afición y codicia que tenían los cristianas), le quitarían a él el reino y le darían a su hermano, y aun podría ser que le matasen por quitar de medio embarazos, tomando ocasión para ello de que contra razón había prendido a su hermano y alzádose con el reino. Por lo cual determinó de hacer matar a Guascar, aunque le ponía temor para no lo hacer haber oído muchas veces a los cristianos que una de las leyes que principalmente se guardaban entre ellos era que el que mataba a otro había de morir por ello; y así, acordó tentar el ánimo del Gobernador para ver qué sentiría sobre el caso; lo cual hizo con mucha industria, que un día fingió estar muy triste y llorando y sollozando, sin querer comer ni hablar con nadie; y aunque el Gobernador le importunó mucho sobre la causa de su tristeza, se hizo de rogar en   —282→   decirla; y en fin le vino a decir que le habían traído nueva que un capitán suyo, viéndole a él preso, había muerto a su hermano Guascar, lo cual él había sentido mucho, porque le tenía por hermano mayor y aún por padre; y que si le había hecho prender no había sido con intención de hacerle daño en su persona ni reino, salvo para que le dejase en paz la provincia de Quito, que su padre le había mandado después de haberla ganado y conquistado, siendo cosa fuera de su señorío. El Gobernador le consoló que no tuviese pena; que la muerte era cosa natural, y que poca ventaja se llevarían unos a otros, y que cuando la tierra estuviese pacífica él se informaría quienes habían sido en la muerte y los castigaría. Y como Atabaliba vio que el Marqués tomaba tan livianamente el negocio, deliberó ejecutar su propósito; y así, envió a mandar a los capitanes que traían preso a Guascar que luego le matasen. Lo cual se hizo con tan gran presteza, que apenas se pudo averiguar después si cuando hizo Atabalipa aquellas apariencias de tristeza había sido antes o después de la muerte. De todo este mal suceso comúnmente se echaba la culpa a Hernando de Soto y Pedro del Barco por la gente de guerra, que no están informados de la obligación que tienen las personas a quien algo se manda (especialmente en la guerra) de cumplir precisamente su instrucción, sin que tengan libertad de mudar los intentos según el tiempo y negocios, si no llevan expresa comisión para ello; dicen los indios que cuando Guascar se vido matar dijo: «Yo he sido poco tiempo señor de la tierra, y menos lo será el traidor de mi hermano, por cuyo mandado muero, siendo yo su natural señor». Por lo cual los indios, cuando después vieron matar a Atabaliba (como se dirá en el capítulo siguiente), creyeron que Guascar era hijo del sol, por haber profetizado verdaderamente la muerte de su hermano; y asimismo dijo que cuando su padre se despidió dél le dejó mandado que cuando a aquella tierra viniese una gente blanca y barbada se hiciese su amigo, porque aquellos habían de ser señores del reino, lo cual pudo bien ser industria del demonio, pues antes que Guaynacaba muriese ya el Gobernador andaba por   —283→   la costa del Perú conquistando la tierra. Pues en tanto que el Gobernador quedó en Caxamalca, envió a Hernando Pizarro, su hermano, con cierta gente de a caballo a descubrir la tierra; el cual llegó hasta Pachacamá, que era cien leguas de allí, y en tierra de Guamachuco encontró a un hermano de Atabaliba, llamado Illescas, que traía más de trecientos mil pesos de oro para el rescate de su hermano, sin otra mucha cantidad de plata; y después de haber pasado por muy peligrosos pasos y puentes, llegó a Pachacamá, donde supo que en la provincia de Jauja, que era cuarenta leguas de allí, estaba el capitán de Atabaliba de quien arriba se ha hecho mención, llamado Cilicuchima, con un gran ejército, y él le envió a llamar, rogándole que se viniese a ver con él. Y como no quiso venir el indio, Hernando Pizarro determinó de ir allá y le habló, aunque todos tuvieron por demasiada osadía la que Hernando Pizarro tuvo en irse a meter en poder de su enemigo bárbaro y tan poderoso; en fin, le dijo y prometió tales cosas, que le hizo derramar la gente e irse con él a Caxamalca a ver a Atabaliba, y por volver más presto vinieron por las cordilleras de unas sierras nevadas, donde hubieran de perecer de frío; y cuando Cilicuchima hubo de entrar a ver a Atabaliba se descalzó y llevó su carga ante él, según su costumbre, y le dijo llorando que si él con él se hallara no le prendieran los cristianos. Atabaliba le respondió que había sido juicio de Dios que le prendiesen, por tenerlos él en tan poco, y que la principal causa de la prisión y vencimiento había sido huir su capitán Ruminagui con los cinco mil hombres con que había de acudir al tiempo de la necesidad.



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ArribaAbajoCapítulo VII

De cómo mataron a Atabaliba porque le levantaron que quería matar a los cristianos, y de cómo fue don Diego de Almagro al Perú la segunda vez.


Estando el gobernador don Francisco Pizarro en la provincia de Poechos, antes que llegase a Caxamalca (como está dicho), rescibió una carta sin firma, que después se supo haberla escrito un secretario de don Diego de Almagro desde Panamá, dándole aviso como don Diego había hecho un gran navío para con él y con otros embarcarse con la más gente que pudiese, y irle a tomar la delantera, y a posesionarse en la mejor parte de la tierra, que era pasados los límites de la gobernación de don Francisco la cual, conforme a las provisiones que había llevada de Su Majestad, duraba desde la línea equinocial docientas y cincuenta leguas adelante norte sur; de la cual carta el Gobernador a nadie dio parte; y así, se dijo y creyó que don Diego se había embarcado en Panamá con ciertos navíos y gente, y hecho a la vela para el Perú, con este intento, aunque tocando en la tierra de Puerto Viejo. Y sabido el buen suceso del Gobernador, y cómo tenía tanta cantidad de oro y plata, de lo cual le pertenescia la mitad, mudó el propósito (si es verdad que le traía). Y porque tuvo noticia del aviso que se había dado al Gobernador, ahorcó su secretario, y con toda aquella gente se fue a juntar con el Gobernador a Caxamalca, donde halló ya junta gran parte del rescate de Atabaliba, con grande admiración de los unos y de los otros, porque no se creía haber visto en el mundo tanto oro y plata como allí había; y así, el día que se hizo el ensaye y fundición del oro y plata que llamaban de la compañía, se halló montarse en el oro más de seiscientos cuentos de maravedís; y esto con haberse ensayado el oro muy de priesa, y con solamente las puntas, porque no había agua fuerte para afinar el ensayo; de cuya causa siempre se ensayaba el oro dos o tres quilates   —285→   menos de la ley que después paresció tener por el verdadero ensaye, en que se acrecentó la hacienda más de cien cuentos de maravedis. Y cuanto a la plata, hubo mucha cantidad; tanto, que a Su Majestad le perteneció de su real quinto treinta mil marcos de plata, blanca, tan fina y cendrada, que mucha parte della se halló después ser oro de tres o cuatro quilates; y del oro cupo a Su Majestad de quinto ciento y veinte cuentos de maravedis; de manera que a cada hombre de a caballo le cupieron más de doce mil pesos en oro, sin la plata, porque estos llevaban una cuarta parte más que los peones, y aún con toda esta suma no se había concluido la centésima parte de lo que Atabaliba había prometido dar por su rescate. Y porque a la gente que vino con don Diego de Almagro, que era mucha y muy principal, no le pertenencía cosa ninguna de aquella hacienda, pues se daba por el rescate de Atabaliba, en cuya prisión ellos no se habían hallado, el Gobernador les mandó dar todavía a mil pesos para ayuda de la costa, y acordose de enviar a Hernando Pizarro a dar noticia a Su Majestad del próspero suceso que en su buena ventura había habido. Y porque entonces no se había hecho la fundición y ensaye, ni se sabía cierto lo que podría pertenescer a Su Majestad de todo el montón, trajo cien mil pesos de oro y veinte mil marcos de plata; para los cuales escogió las piezas más abultadas y vistosas, para que fuesen tenidas en más en España; y así, trajo muchas tinajas y braseros y atambores, y carneros y figuras de hombres y mujeres, con que se hinchió el peso y valor arriba dicho, y con ello se fue a embarcar, con gran pesar y sentimiento de Atabaliba, que le era muy aficionado y comunicaba con él todas sus cosas; y así, despidiéndose dél le dijo: «Vaste, capitán, pésame dello; porque en yéndote tú, sé que me han de matar este gordo y este tuerto»; lo cual le decía por don Diego de Almagro, que, como hemos dicho arriba, no tenía más de un ojo, y por Alonso de Requelme, tesorero de Su Majestad, a los cuales había visto murmurar contra él por la razón que adelante se dirá. Y así fue, que, partido Hernando Pizarro, luego se trató la muerte de Atabaliba por medio de un indio que   —286→   era intérprete entre ellos, llamado Filipillo, que había venido con el Gobernador a Castilla; el cual dijo que Atabaliba quería matar a todos los españoles secretamente, y para ello tenía apercibida gran cantidad de gente en lugares secretos; y como las averiguaciones que sobre esto se hicieron era por lengua del mesmo Filipillo, interpretaba lo que quería, conforme a su intención. La causa que le movió nunca se pudo bien averiguar, mas de que fue una de dos: o que este indio tenía amores con una de las mujeres de Atabaliba, y quiso con su muerte gozar della seguramente, lo cual había ya venido a noticia de Atabaliba; y él se quejó dello al Gobernador, diciendo que sentía más aquel desacato que su prisión ni cuantos desastres le habían venido, aunque se le siguiese la muerte con ellos; y que un indio tan bajo le tuviese en tan poco y le hiciese tan gran afrenta, sabiendo él la ley que en aquella tierra había en semejante delito; porque el que se hallaba culpado en él, y aun el que solamente lo intentaba, le quemaban vivo con la mesura mujer, si tenía culpa, y mataban a sus padres e hijos y hermanos y a todos los otros parientes cercanos, y aun hasta las ovejas del tal adúltero; y demás desto, despoblaban la tierra donde él era natural, sembrándola de sal y cortando los árboles, y derribando las casas de toda la población, y haciendo otros muy grandes castigos en memoria del delito. Otros dicen que la principal causa de la muerte de Atabaliba fue la gran diligencia y maña que tuvieron para encaminarla esta gente que fue con don Diego de Almagro por su interés particular; porque les decían los que habían hecho la conquista que, no solamente no tenían ellos parte en todo el oro y plata que hasta entonces estaba dado, pero ni en todo lo que de allí adelante se diese, hasta que fuese cumplida toda la suma de rescate de Atabaliba, que parecía no poderse hinchir aunque se juntase para ello todo cuanto oro había en el mundo, pues resultaba todo ello del rescate de aquel príncipe, cuya prisión se había hecho con su industria y trabajo, sin que los de don Diego interviniesen en ello; y así, les paresció a los de don Diego que les convenía encaminar la muerte de Atabaliba, porque mientras   —287→   él fuese vivo, todo cuanto oro ellos allegasen dirían que era rescate, y que no habían de participar los otros en ello; y como quiere que fuese, le condenaron a muerte, de lo cual él se admiraba mucho, diciendo que él nunca tal cosa había pensado como se le levantaba, y que le doblasen las prisiones y guardas o le metiesen en uno de sus navíos en la mar. Y dijo al Gobernador y a los principales señores: «No sé por qué me tenéis por hombre de tan poco juicio, que penséis que os quiero hacer traición; pues si creéis que esta gente que decir que está junta viene por mi mandado y permisión, no hay razón para ello, pues estoy en vuestro poder atado con cadenas de hierro, y en asomando la tal gente, o sabiendo que viene, me podéis cortar la cabeza. Y si penséis que viene contra mi voluntad, no estáis bien informado del poder que yo tengo en esta tierra, y con la obediencia con que soy temido de mis vasallos; pues si yo no quiero ni las aves volarán, ni las hojas de los árboles se menearán en mi tierra». Todo esto no le aprovechó, ni ofrescer a dar muy grandes rehenes por el primero español que muriese en la tierra. Porque, demás desta sospecha, se le acumuló la muerte de Guascar, su hermano; y así, le sentenciaron a muerte y ejecutaron la sentencia, yendo él siempre llamando a Hernando Pizarro, y diciendo que si él allí estuviera no le mataran. Y al tiempo de la muerte se baptizó, por persuasión del Gobernador y Obispo.




ArribaAbajoCapítulo VIII

De cómo Ruminagui, capitán de Atabaliba, se alzó en la tierra de Quito, y como el Gobernador se fue al Cuzco.


Aquel capitán de Atabaliba llamado Ruminagui, que arriba dijimos que huyó de Caxamalca con cinco mil   —288→   indios, en llegando a la provincia de Quito tomó en su poder los hijos de Atabaliba, y se apoderó en la tierra, haciéndose obedescer por señor della; y después Atabaliba, poco antes que muriese, envió a su hermano Illéscas a la provincia de Quito para traer sus hijos, y el Ruminagui lo mató y no se los quiso dar; y después desto algunos capitanes de Atabaliba, conforme a lo que él dejó mandado, llevaron su cuerpo a la provincia de Quito a enterrar con su padre Guaynacaba, los cuales Ruminagui rescibió muy honrada y amorosamente, e hizo enterrar el cuerpo con gran solemnidad, según la costumbre de la tierra, y después mandó hacer una borrachera; en la cual, estando borrachos los capitanes que habían traído el cuerpo, los mató a todos, y entre ellos aquel Illéscas hermano de Atabaliba, al cual hizo desollar vivo, y del cuero hizo un atambor, quedando la cabeza colgada en el mismo atambor.

Después desto, habiendo el Gobernador repartido toda el oro y plata que hubo en Caxamalea, porque supo que uno de los capitanes de Atabaliba, llamado Quizquiz, andaba con cierta gente alborotando la tierra, partió contra él, y no le osó aguardar en la provincia de Jauja; por lo cual envió delante al capitán Soto con cierta gente de caballo, yendo él en la retaguardia, y en la provincia de Viscacinga dieron de súbito tantos indios sobre el capitán Soto, que estuvo muy cerca de ser desbaratado, matándole cinco o seis españoles; y como vino la noche, los indios se retrajeron a la sierra, y el Gobernador envió a don Diego de Almagro con cierta gente de caballo al socorro, y cuando otro dio amanesció, que tornaron a pelear, los cristianos se fueron mañosamente retrayendo para sacar los indios al llano, por excusarse de las piedras que les tiraban desde lo alto de las cuestas. Y los indios, entendiendo el engaño, no salieron y pelearon allí, sin reconocer el socorro que había venido, porque con la mucha niebla que aquella mañana hizo no le pudieron ver; y así, pelearon aquel día tan animosamente los cristianos, que desbarataron los indios y mataron muchos dellos. Y de ahí a poco llegó el Gobernador con la retaguardia, y allí le salió de paz un hermano de Guascar   —289→   y de Atabaliba, que por su muerte habían hecho inga o rey de la tierra, y dándole la borla, que era la insignia o corona real, llamado Paulo inga; y éste le dijo cómo en el Cuzco le estaba aguardando mucha gente de guerra, y llegando por sus jornadas cerca de la ciudad, vieron salir della grandes humos; y creyendo el Gobernador que los indios la quemaban, envió ciertos capitanes a gran priesa a lo defender con alguna gente de caballo, y en llegando a la ciudad salió sobre ellos gran número de indios, y comenzaran a pelear con los cristianos, tirándoles tantas piedras y tiraderas y otras armas, que, no pudiéndolos sufrir los españoles, se retrajeron a toda furia más de una legua hasta un llano donde se juntaron con el Gobernador, y allí envió sus dos hermanos Juan Pizarro y Gonzalo Pizarro, con la más gente de caballo, y dieron en los indios por la parte de la sierra tan animosamente, que los hicieran huir, y ellos los siguieron, matando en el alcance muchos dellos. Y como la noche vino, el Gobernador hizo recoger todos los españoles y los tuvo en arma; y cuando otro dio pensaron que en la entrada de la ciudad tuvieran alguna resistencia, no hallaron hombre que la defendiese; y así, entraron pacíficamente, y de ahí a veinte días tuvieron nueva cómo Quiquiz andaba con mucha gente de guerra robando y destruyendo una provincia llamada Condesuyo, y envió a lo estorbar el Gobernador al capitán Soto con cincuenta de caballo, y Quizquiz no le aguardó, antes se fue la vía de Jauja a dar sobre algunos españoles que allí supo haber quedado guardando su fardaje y haciendas, y con la hacienda real, que tenía a cargo el tesorera Alonso de Requelme. Los cristianos, sabiéndolo, aunque eran pocos, se defendieron animosamente en un lugar fuerte que para ello escogieron. Y así, Quizquiz se pasó adelante la vio de Quito, y tras él envió el Gobernador otra vez al capitán Soto con cierta gente de caballo, y después envió en su socorro a sus hermanos, y todos siguieron a Quizquiz más de cien leguas; y no le pudiendo alcanzar, se volvieron al Cuzco, y allí hubieron tan gran presa como la de Caxamalca, de oro y de plata, la cual el Gobernador repartió entre la gente y pobló la   —290→   ciudad, que era la cabeza de la tierra entre los indios, y así lo fue mucho tiempo entre los cristianos; y repartió los indios entre los vecinos que allí quisieron quedar, porque a muchos no les pareció poblar en la tierra, sino venirse con lo que les había cabido en Caxamalca y Cuzco a gozarlo en España.




ArribaAbajoCapítulo IX

De cómo el capitán Benalcázar fue a la conquista de Quito.


Ya dijimos arriba cómo al tiempo que el Gobernador entró en el Perú pobló la ciudad de San Miguel, en la provincia de Tangarara junto al puerto de Túmbez, porque los que viniesen de España tuviesen el puerto seguro para desembarcar; y porque le paresció que habían quedado allí pocos caballos después de la prisión de Atabaliba, envió por su teniente desde Caxamalca a San Miguel al capitán Benalcázar con diez de caballo, al cual por este tiempo se le vinieron a quejar los indios cañares que Ruminagui y los otros indios de Quito les daban muy continua guerra; lo cual fue a coyuntura que de Panamá y de Nicaragua había venido mucha gente, y dellos tomó Benalcázar docientos hombres, los ochenta de caballo, y con ellos se fue la vía del Quito, así por defender a los cañares, que se le habían dado por amigos, porque tenía noticia que en Quito había gran cantidad de oro, que Atabaliba había dejado. Y cuando Ruminagui supo la venida de Benalcázar salió a defenderle la entrada, y peleó con él en muchos pasos peligrosos con más de doce mil indios; y tenía hechos sus fosados, lo cual todo   —291→   contraminaba Benalcázar con grande astucia y prudencia; porque quedándoles él haciendo cara, enviaba en las trasnochadas un capitán con cincuenta o sesenta de caballo, que por arriba o por abajo, de cada mal paso se lo tenía ganado cuando amanescía; y desta manera los hizo retraer hasta los llanos, donde no osaron esperar, por el mucho daño que les hacían los de caballo; y cuando aguardaban era porque tenían hechos hoyos anchos y hondos, sembrados dentro de palos y estacas agudas, y cubiertos con céspedes y yerba sobre muy delgadas cañas, casi de la forma que escribe César en el sétimo comentario que los de Alexia le pusieron para defensa de la ciudad, en otra cava secreta, que llaman Lirios. Pero con todo cuanto hicieron, nunca pudieron engañar a Benalcázar para que cayese ni rescibiese daño en alguna fiestas cavas, porque nunca los acometía por aquella parte donde los indios le hacían rostro; antes rodeaba una o dos leguas para darlos por las espaldas o por los lados, yendo siempre con gran aviso de no pasar sobre yerba ni tierra que no fuese natural y criada allí. Y demás desto, tuvieron otra astucia los indios, viendo que la pasada no les aprovechaba, que por todas las partes por donde se sospechaba que habían de pasar los caballos, hacían unos hoyos tan anchos como la mano de un caballo, muy espesos, sin que hubiese en medio casi ninguna distancia; pero con ninguno destos ardides pudieron engañar a Benalcázar, y les fue ganando toda la tierra hasta la principal ciudad de Quito, donde supo que un día dijo Ruminagui a todas sus mujeres (de que tenía en gran número): «Agora habréis placer, que vienen los cristianos, con quien os podréis holgar»; y ellas, pensando que se lo decía por donaire, se rieron; y costoles tan caro la risa, que a casi todas las hizo descabezar, y determinó de huir de la ciudad, poniendo primero fuego a una sala llena de muy rica ropa, que allí tenía desde el tiempo de Guaynacaba, y se huyó, aunque primero una noche dio sobre los españoles de sobresalto, sin hacer en ellos ningún daño; y así, Benalcázar se apoderó de la ciudad. Y en este tiempo envió el Gobernador a don Diego de Almagro con cierta gente hacia la costa   —292→   de la mar y a la ciudad de San Miguel, para informarse verdaderamente de una nueva que le había venido de cómo don Pedro de Albarado, gobernador de Guatemala, se había embarcado la vía del Perú con una gruesa armada y gran número de caballos y gente para descubrir el Perú, como se dirá en el capítulo siguiente. Y llegado don Diego a San Miguel sin hallar nueva cierta de lo que buscaba, sabido que Benalcázar estaba sobre Quito, y la resistencia que Ruminagui le hacía, determinó irle ayudar; y así, fue aquellas ciento y veinte leguas hasta Quito, donde, se juntó con Benalcázar y se apoderó de la gente, conquistando algunos pueblos y palenques que hasta entonces se habían defendido; y visto que en aquella tierra el oro ni riqueza de que habían tenido noticia, se volvió al Cuzco, dejando por gobernador de la provincia de Quito a Benalcázar, como antes lo era.





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ArribaAbajoLibro cuarto

Que trata del viaje que Gonzalo Pizarro hizo al descubrimiento de la provincia de la Canela, y de la muerte del Marqués


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ArribaAbajoCapítulo I

De cómo Gonzalo Pizarro se aderezó para la jornada de la Canela.


Después desto, se tuvo noticia en el Perú que en la tierra de Quito, hacia la parte del oriente, había un descubrimiento de una tierra muy rica y donde se criaba abundancia de canela, por lo cual se llamó vulgarmente la tierra de la canela. Y para la conquistar y poblar determinó el Marqués enviar a Gonzalo Pizarro, su hermano; y porque la salida se había de hacer desde la provincia de Quito, y allí habían de acudir y proveerse de las cosas necesarias, renunció la gobernación de Quito en Gonzalo Pizarro, en confianza que Su Majestad le haría merced della; y así, se partió para allá Gonzalo Pizarro con mucha gente que para este descubrimiento llevaba, y en el camino le convino pelear con los indios de la provincia de Guanuco, que le salieron de guerra, y le pusieron en tanto aprieto, que fue necesario que el Marqués enviase en su socorro a Francisco de Chaves; y así llegó Gonzalo Pizarro a Quito. Y en este tiempo el Marqués envió a Gómez de Alvarado a conquistar y poblar la provincia de Guanuco, porque della habían ido ciertos caciques llamados los conchucos, con mucha gente de guerra, sobre la ciudad de Trujillo, y mataban cuantos españoles podían, y aun robaban y hacían mucho daño en los mismos indios sus comarcanos, y los que mataban y lo que robaban lo ofrescían todo a un ídolo que consigo traían, que llamaban la Cataquilla. Y así anduvieron hasta que de la ciudad de Trujillo salió Miguel de la Serna, vecino della, con la gente que pudo sacar, y juntándose con Francisco de Chaves, pelearon con los indios hasta que los vencieron y desbarataron.



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ArribaAbajoCapítulo II

De cómo Gonzalo Pizarro partió de Quito y llegó a la Canela, y de lo que acaesció en el camino.


Habiendo aderezado Gonzalo Pizarro las cosas necesarias para su viaje, partió de Quito, llevando consigo quinientos españoles bien aderezados, los ciento de caballo con dobladura, y más de cuatro mil indios amigos, y tres mil cabezas de ovejas y puercos. Y después que pasó una población que se llamaba Inga, llegó a la tierra de los quijos, que es la última que conquistó Guaynacaba hacía la parte del septentrión, donde los indios le salieron de guerra, y en una noche desaparecieron todos, que nunca más ninguno pudieron haber. Y después de haber allí reposado algunos días en las poblaciones de los indios, sobrevino un tan gran terremoto con temblor y tempestad de agua y relámpagos y rayos y grandes truenos, que, abriéndose la tierra por muchas partes, se hundieron más de quinientas casas; y tanto cresció un río que allí había, que no podían pasar a buscar comida, a cuya causa padescieron gran necesidad de hambre. Y después de partidos destas poblaciones, pasó unas cordilleras de sierras altas y frías, donde muchos de los indios de su compañía se quedaron helados. Y a causa de ser aquella tierra falta de comida, no paró hasta una provincia llamada Zumaco, que está en las faldas de un alto volcán, donde, por haber mucha comida, reposó la gente, en tanto que Gonzalo Pizarro, con algunos dellos, entró por aquellas montañas espesas a buscar camino; y como no le halló se fue a un pueblo que llamaron de la Coca, y de allí envió por toda la gente que había dejado en Zumaco, y en dos meses que por allí anduvieron, siempre les llovió de día y de noche, sin que les diese el agua lugar de enjugar la ropa que traían vestida. Y en esta provincia de Zumaco, y en cincuenta leguas al derredor, hay la canela de que llevaban noticia, que son unos grandes árboles con hojas como de laurel, y la fruta   —297→   son unos racimos de fruta menuda que se crían en unos capullos; y aunque esta fruta y las hojas y corteza y raíces del árbol tienen sabor y olor y sustancia de canela, pero la más perfecta es aquellos capullos que son de hechura (aunque mayores) de los capullos de bellotas de alcornoque; y aunque en toda la tierra hay muchos deste género de árboles silvestres que nascen y fructifican sin ninguna labor, los indios tienen muchos dellos en sus heredades y los labran, y así nasce dellos más fina canela que de los otros; y tiénenla ellos en mucho, porque la rescatan en las tierras comarcanas por los mantenimientos y ropa y todas las otras cosas que han menester para su sustentación.




ArribaAbajoCapítulo III

De los pueblos y tierras que pasó Gonzalo Pizarro hasta que llegó a la tierra donde hizo un bergantín.


Pues dejando Gonzalo Pizarro en esta tierra de Zumaco la mayor parte de la gente, se adelantó con los que más sanos y recios estaban, descubriendo el camino según los indios le guiaban, y algunas veces por los echar pie sus tierras les daban noticias fingidas de lo de adelante, engañándolos, como lo hicieron los de Zumaco, que le dijeron que más adelante estaba una tierra de gran población y comida, lo cual halló ser falso, porque era tierra mal poblada, y tan estéril, que en ninguna parte della se podía sustentar, hasta que llegó a aquellos pueblos de la Coca, que era junto a un gran río, donde paró mes y medio, aguardando la gente que en Zumaco había dejado, porque en esta tierra les vino de paz el   —298→   señor della. Y de allí caminaron todos juntos el río abajo, hasta hallar un saltadero que en el río había de más de docientos estados, por donde el agua se derriba con tan gran ruido, que se oía más de seis leguas, y dende a ciertas jornadas se recogía el agua del río en una tan pequeña angostura, que no había de una orilla a otra más de veinte pies, y era tanta la altura desde las peñas hasta llegar al agua, como la del saltadero que hemos dicho, y de una parte y de otra era peña tajada, y en cincuenta leguas de camino no hallaron por donde pasar sino por allí, que les defendían los indios el paso, hasta que, habiéndolo ganado los arcabuceros, hicieron un puente de madera, por donde seguramente pasaron todos. Y así, fueron caminando por una montaña hasta la tierra que llamaron de Guema, que era algo rasa y de muchas ciénagas y de algunos ríos, donde había tanta falta de comida, que no comía la gente sino frutas silvestres, hasta que llegaron a otra tierra donde había alguna comida y era medianamente poblada. Y los indios andaban vestidos de algodón, y en todas las otras tierras que habían pasado andaban en cueros, o por el demasiado calor que a la continua había, o porque no alcanzan ropa; solamente traían atados los prepucios con unas cuerdas de algodón por entre las piernas (que se iban a atar a unas cintas que traen ceñidas por los lomos), y las mujeres traían pañetes, sin otro ningún vestido. Y allí hizo Gonzalo Pizarro un bergantín para pasar a la otra parte del río a buscar comida y para llevar por el río abajo la ropa y otros fardajes y a los enfermos, y aun para caminar él por el río, porque en las más partes, a causa de ser la tierra tan anegada, que aun con machetes y hachas no podían hacer el camino. Y en hacer este bergantín pasaron muy gran trabajo, porque hubieron de cimentar fraguas para el herraje, en lo cual se aprovecharon de las herraduras de los caballos muertos, porque ya no había otro hierro, y hicieron hornos para el carbón. Y en todos estos trabajos hacía Gonzalo Pizarro que trabajasen; desde el mayor hasta el menor, y él por su persona era el primero que echaba mano de la hacha y del martillo; y en lugar de brea se aprovecharon   —299→   de una goma que allí distilan los árboles, y por estopa usaron de las mantas viejas de los indios y de las camisas de los españoles, que estaban podridas de las muchas aguas, contribuyendo cada uno según podía. Y así, finalmente, dieron cabo en la obra y echaron el bergantín al agua, metiendo en él todo el fardaje; y juntamente con él hicieron ciertas canoas, que llevaban con el bergantín.




ArribaAbajoCapítulo IV

De cómo Francisco de Orellana se alzó y fue con el Bergantín, y de los trabajos que sucedieron a causa desto.


Gonzalo Pizarro cuando tuvo hecho el bergantín pensó que todo su trabajo era acabado, y que con él descubriría toda la tierra; y así, continuó su camino, llevando el ejército por tierra, por las grandes ciénagas y atolladares que había por la orilla del río y espesura de montes y cañaverales, haciendo el camino a fuerza de brazos con espadas y machetes y hachas, y cuando no podían caminar por la una parte del río se pasaban a la otra en el bergantín; y siempre caminaban con tal orden, que los de tierra y los del río todos dormían juntos. Y cuando Gonzalo Pizarro vio que más de docientas leguas habían caminado el río abajo, y que no hallaban que comer sino frutas silvestres y algunas raíces, mandó a un capitán suyo, llamado Francisco de Orellana, que con cincuenta hombres se adelantase por el río a buscar comida, con orden que si la hallaba cargase della el bergantín, dejando la ropa que llevaba a las juntas de dos   —300→   grandes ríos que tenía noticia que estaban ochenta leguas de allí, y que le dejase dos canoas en unos ríos que atravesaban, para que en ellas pasase la gente. Pues partido Orellana, era tan grande la corriente, que en breve tiempo llegó a las juntas de los ríos, sin hallar ningún mantenimiento; y considerando que lo que en tres días había andado no lo podía subir en un año, según la furia del agua, acordó de se dejar ir el río abajo, donde la ventura le guiase, aunque se tuviera por medio más conveniente esperar allí. Y así, se fue sin dejar las dos canoas, casi amotinado y alzado; porque muchos de los que con él iban le requirieron que no excediese de la orden de su general, especialmente fray Gaspar de Carvajal, de la Orden de los predicadores, que porque insistía más que los otros en ello, le trató muy mal de obra y palabra. Y así siguió su camino, haciendo algunas entradas en la tierra, y peleando con los indios que se le defendían, porque salían a él muchas veces en el río gran número de canoas, y por ir tan apretados en el bergantín no podían pelear con ellos como convenía. Y en cierta tierra donde halló aparejo se detuvo, haciendo otro bergantín, porque los indios le salieron de paz y le proveyeron de comida y de todo lo más necesario. Y en una provincia más adelante peleó con los indios y los venció; y allí tuvo dellos noticia que algunas jornadas la tierra adentro había una tierra en que no vivían sino mujeres, y ellas se defendían de los comarcanos y peleaban; y con esta noticia, sin hallar en toda la tierra oro ni plata, ni rastro della, caminó por la corriente del río hasta salir por él a la Mar del Norte, trecientas y veinte y cinco leguas de la isla de Cubagua; y este río se llama el Marañón, porque el primero que descubrió la navegación dél fue un capitán llamado Marañón. Nasce en el Perú, en las faltas de las montañas de Quito; corre por camino derecho (contándole por la altura del sol) setecientas leguas, y con las vueltas y rodeos que el río hace, yéndolas siguiendo, hay dende su nascimiento hasta que entra en la mar más de mil ochocientas leguas, y en la entrada tiene de ancho quince leguas, y por todo el camino a veces se ensancha tres y cuatro leguas. Y   —301→   así llegó Orellana a Castilla; donde dio noticia a Su Majestad deste descubrimiento, echando fama que se había hecho a su costa e industria, y que había en él una tierra muy rica donde vivían aquellas mujeres, que comúnmente llamaron en todos estos reinos la conquista de las Amazonas; y pidió a Su Majestad la conquista y gobernación della, la cual le fue dada; y habiendo hecho más de quinientos hombres de caballeros y gente muy principal y lucida, se embarcó con ellos en Sevilla; y habiendo malas navegaciones y faltas de comidas, desde las canarias se le comenzó a desbaratar la gente, y poca adelante se deshizo de todo punto, y él murió en el camino; y así, se derramó la gente por las islas, yéndose a diversas partes, sin que llegasen al río, de lo cual le quedó gran queja a Gonzalo Pizarro, así porque con irse le puso en tan gran aprieto, por falta de comida y por no tener en qué pasar los ríos, como porque llevó en el bergantín mucho oro y plata y esmeraldas, con lo cual tuvo que gastar todo el tiempo que anduvo demandando, y aparejando esta conquista.




ArribaAbajoCapítulo V

De cómo Gonzalo Pizarro volvió a Quito, y de los trabajos que pasó a la vuelta.


Llegando Gonzalo Pizarro con su gente adonde había mandado a Orellana que le dejase las canoas para pasar ciertos ríos que entraban en aquel río grande, y no las hallando, tuvo gran trabajo en pasar la gente de la otra parte; y le fue forzado hacer nuevas balsas y canoas para ello, en que pasó muy gran trabajo. Y después, llegando   —302→   a la junta de los dos ríos, donde Orellana le había de esperar, y no le hallando, tuvo nueva de un español (que Orellana había echado en tierra porque le contradecía el viaje) de todo lo que pasaba, y cómo Orellana, teniendo intención de hacer el descubrimiento en su propio nombre, y no como teniente de Gonzalo Pizarro, se desistió del cargo que llevaba; y hizo que de nuevo la gente lo hiciese capitán. Y viéndose Gonzalo Pizarro desamparado de toda forma de navegación, que era la vía por donde se proveían de mantenimientos, y no hallando sino muy poco por rescate de cascabeles y espejos, fue tanta la desconfianza en que cayeron, que determinaron volverse a Quito, de donde estaban alejados más de cuatrocientas leguas de tan mal camino y montañas y despoblados, que no pensaban llegar allá, sino morir de hambre en aquellos montes; donde perecieron más de cuarenta dellos, sin que hubiese forma de ser socorridos, sino que, pidiendo de comer, se arrimaban a los árboles, y se caían muertos de la mucha flaqueza y desmayo que la hambre les causaba; y así, encomendándose a Dios, se volvieron, dejando el camino por donde habían venido, porque en aquel había a la continua muy malos pasos y falta de comida; y así, a la ventura buscaron otro que no estaba mejor proveído que el de la venida, y se pudieron sustentar con matar y comer los caballos que les quedaban, y algunos lebreles, y otros géneros de perros que llevaban; y también se ayudaron de unos bejucos, que son como sarmientos de parra, y tienen sabor de ajos. Y llegó a valer un gato salvaje o una gallina cincuenta pesos, y un alcatraz de aquellas gallinazas de la mar que arriba hemos contado, diez pesos . Así continuó Gonzalo Pizarro su camino la vía de Quito, donde mucho tiempo antes avisó de su tornada, y los vecinos de Quito habían proveído de mucha copia de puercos y ovejas, con que salieron al camino, y algunos pocos caballos y ropas para Gonzalo Pizarro y sus capitanes, el cual socorro los alcanzó más de cincuenta leguas de Quito, y fue recebido dellos con gran alegría, especialmente la comida. Gonzalo Pizarro y todos los de su compañía venían desnudos en cueros, por que mucho   —303→   tiempo había que, con las continuas aguas, se les habían podrido todas las ropas; solamente traían dos pellejos de venados, uno delante y otro atrás, y algunos muslos viejos, y calzados unas antiparas del mismo venado y unos capeletes de lo mismo; y las espadas venían todas sin vainas y tomadas de orín; y todos a pie, llenos los brazos y piernas de los rasguños de las zarzas y arboledas; y tan desemejados y sin color, que apenas se conocían. Y según ellos mesmos dijeron, uno de los mantenimientos cuya falta más tuvieron fue la sal, que en más de docientas leguas no hallaron rastro della; y así, rescibieron el socorro y comida en la tierra de Quito, besaron la tierra, dando gracias a Dios, que los había escapado de tan grandes peligros y trabajos; y entraban con tanto deseo en los mantenimientos, que fue necesario ponerles tasa, hasta que poco a poco fuesen habituando los estómagos a tener qué digerir. Y Gonzalo Pizarro y sus capitanes, viendo que en los caballos y ropas que les habían traído no había más de para los capitanes, no quisieron mudar traje ni subir a caballo, por guardar en todo igualdad, como buenos soldados; y en la forma que hemos dicho entraron en la ciudad de Quito una mañana, yendo derechos a la iglesia a oír misa y dar gracias a Dios, que de tantos males les había escapado; y después cada uno se aderezó según su posibilidad. Esta tierra donde nasce la canela está debajo de la línea equinocial, en el mismo paraje donde están las islas de Maluco, que crían la canela que comúnmente se come en España y en las otras partes orientales.