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ArribaAbajoCapítulo LXVI

De cómo saliendo Guayna Capac de Quito, envió delante ciertos capitanes suyos, los cuales volvieron huyendo de los enemigos, y lo que sobre ello hizo.


Estando en Quito Guayna Capac con todos los capitanes y soldados viejos que con él estaban, cuentan por muy averiguado, que mandó que saliesen de sus capitanes con gente de guerra a sojuzgar ciertas naciones que no habían querido jamás tener su amistad; los cuales como ya supiesen su estado en el Quito, recelándose dello, se habían apercibido y buscada favores de sus vecinos y parientes para resistir a quien a buscarlos viniese; y tenían hechos fuertes y albarradas e muchas armas de las que ellos usan; y como salieron, Guayna Capac fue tras ellos para revolver a otra tierra que confinaba con ella, que toda debía de ser la comarca de lo que llamamos Quito; y como sus capitanes y gentes salieron a donde iban encaminados, teniendo en poco a los que iban a buscar, creyendo que con facilidad serían señores de sus campos y haciendas, se daban prisa andar; mas, de otra suerte les avino de lo que pensaban; porque al camino les salieron con grande vocería y alarido y dieran de tropel en ellas con tal denuedo, que mataron y cautivaron   —127→   muchos dellos, y así los trataron, que los desbarataron de todo punto y les constriñeron volver las espaldas, y a toda furia dieron la vuelta huyendo, y los enemigos vencedores tras ellos, matando y prendiendo todos los que podían.

Algunos de los más sueltos anduvieron mucho en gran manera, hasta que toparon con el Inca, a quien solamente dieron cuenta de la desgracia sucedida, que no poco le fatigó, y mirándolo discretamente, hizo un hecho de gran varón, que fue, mandar a los que se habían venido que callasen y a ninguna persona contasen lo que ya él sabia, antes volviesen al camino y avisasen a todos los que venían desbaratados, que hiciesen en el primero cerro que topasen, cuando a él viesen, un escuadrón, sin temor de morir a el que la suerte les cayere; porque él, con gente de refresco daría en los enemigos y los vengaría; y con esto se volvieron. Y no mostró turbación, porque consideró que si en el lugar quel estaba sabían la nueva, todos se juntarían y darían en él, y se vería en mayor aprieto; y con disimulación les dijo que se aparejasen, que quería ir a dar en cierta gente que verían cuando a ella llegasen. Y dejando las andas adelante de todos salió y caminó día y medio, y los que venían huyendo, que eran muchos, (como) vieron la gente que venía, que era suya, a mal de su grado pararon en una ladera, y los enemigos que los venían siguiendo, comenzaron de dar en ellos, y mataron muchos; más Guayna Capac, por tres partes dio en ellos, que no poco se turbaron de verse cercados, y de los que ya ellos tenían vencidos, aunque procuraron de se juntar y pelear, tal mano les dieron, que los campos se hinchían de los muertos, y queriendo huir, les tenía tomado el paso; y mataron tantos, que pocos se escaparon vivos, si no fueron los cautivos, que fueron muchos; y por donde venían estaba todo alterada, creyendo que al mismo Inca habían de matar y desbaratar los que ya por él eran muertos y presos. Y como se supo el fin dello, asentaron al pie del llano, mostrando todos gran placer.

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Guayna Capac recobró los suyos que eran vivos, y a los que eran muertos mandó hacer sepolturas y sus honras, conforme a su gentilidad, porque ellos todos conocen que hay en las ánimas inmortalidad; y también se hicieron, en donde esta batalla se dio, bultos de piedra y padrones9 para memoria de lo que se había hecho; y Guayna Capac envió aviso de todo esto hasta el Cuzco, y se reformó su gente, y fue adelante de Caranque.

Y los de Otavalo, Cayanbi, Cochasqui, Pifo10, con otros pueblos, habían hecho liga todos juntos y con otros muchos, de no dejarse sojuzgar del Inca, sino antes morir que perder su libertad y que en sus tierras se hiciesen casas fuertes, ni ellos ser obligados de tributar con sus presentes ir al Cuzco, tierra tan lejos como habían oído. Y hablado entre ellos esto, y tenido sus consideraciones, aguardaron al Inca, que sabían que venía a les dar guerra; el cual con los suyos anduvo hasta la comarca destos, donde mandó hacer sus albarradas y cercas fuertes, que llaman pucaraes, donde mandó meter su gente y servicio. Envió mensajeros a aquellas gentes con grandes presentes, rogándoles que no le diesen guerra, porque él no quería sino paz con condiciones honestas, y que en él siempre hallarían favor, como su padre, y que no quería tomalles nada, sino dalles de lo que traía. Más estas palabras tan blandas aprovecharon poco, porque la respuesta que le dieron fue, que luego de su tierra saliese, donde no, que por fuerza le echaban della; y así, en escuadrones vinieron para el Inca, que muy enojado, había puesto su gente en campaña; y dieron los enemigos en él de tal manera, que se afirma, sino fuera por la fortaleza que para se guarescer se había hecho, lo llevaran y de todo punto lo rompieran; mas, conociendo el daño que recebía, se retiró lo mejor que   —129→   pudo al pucará, donde todos se metieron los que en el campo no quedaron muertos, o, en poder de los enemigos, presos.




ArribaAbajoCapítulo LXVII

Cómo, juntando todo el poder de Guayna Capac, dio batalla a los enemigos y los venció y de la gran crueldad que uso con ellos.


Como aquellas gentes vieron como habían bastado a encerrar al Inca en su fuerza, y que habían muerto a muchos de los orejones del Cuzco, muy alegres, hacían muy gran ruido con sus propias voces, tanto, que ellos mismos no se oían; y traídos atabales, cantaban y bebían enviando mensajeros por toda la tierra, publicando que tenían al Inca cercado con todos los suyos; y muchos lo creyeron y se alegraron y aún vinieron a favorescer a sus amigos.

Guayna Capad tenía en su fuerte bastimentos, y había enviado a llamar a los gobernadores de Quito con parte de la gente que a su cargo tenían, y estaba con mucha saña, porque los enemigos no querían dejar las armas; a los cuales muchas veces intentó, con embajadas que les envió y dones y presentes, atraerlos a sí; mas, era en vano pensar tal cosa. El Inca engrosó su ejército, y los enemigos hecho lo mesmo, los cuales determinadamente acordaron de dar en el Inca y desbaratarlo, o morir sobre el caso en el campo; y así lo pusieron por obra, y rompieron dos cercas de la fortaleza, que a no haber otras que iban rodeando un cerro, sin duda por ellos quedara la victoria; mas, como su usanza es hacer un cercado con dos puertas, y más alto otro tanto, y así   —130→   hacer en un cerro siete u ocho fuerzas, para si la una perdieren, subirse a la otra, el Inca con su gente se guaresció en la más fuerte del cerro, donde, al cabo de algunos días, salió y dio en los enemigos con gran coraje.

Y afirman, que llegados sus capitanes y gente, les hizo la guerra, la cual fue cruel, y estuvo la victoria dudosa; mas, al fin, los del Cuzco se dieron tal maña, que mataron, gran número de los enemigos, y los que quedaron fueron huyendo. Y tan enojado estaba dellos el rey tirano, que de enojo, porque se pusieron en arma, porque querían defender su tierra sin reconocer subjeción, mandó a todos los suyos que buscasen todos los más que pudiesen ser habidos; y con gran diligencia los buscaron y prendieron a todos, que pocos se pudieron dellos descabullir; y junto a una laguna, que allí estaba, en su presencia, mandó que los degollasen y echasen dentro; y tanta fue la sangre de los muchos que mataron, que el agua perdió su color, y no (se) veía otra cosa que espesura de sangre. Hecha esta crueldad y gran maldad, mandó Guayna Capac parecer delante de sí a los hijos de los muertos, y mirándoles, dijo: «Campa mana, pucula tucuy huambracuna»11. Que quiere decir: «Vosotros no me haréis guerra, porque sois todos muchachos agora». Y desde entonces se les quedó por nombre hasta hoy a esta gente los «Guambracunas»12, y fueron muy valientes; y a la laguna le quedó por nombre el que hoy tiene, que es «Yahuarcocha», que quiere decir «lago de sangre». Y en los pueblos destos «Guambracunas» se pusieron mitimaes y gobernadores como en las más partes.

Y después de se haber reformado el campo, el Inca pasó adelante hacia la parte del Sur, con gran reputación con la victoria pasada, y anduvo descubriendo hasta el río de Angasmayo, que fueron los límites de su imperio. Y supo de los naturales cómo adelante había muchas gentes, y que todos andaban desnudos sin ninguna vergüenza, y que, todos comían carne humana, todos en general, y hacían algunas fuerzas en la comarca de los Pastos; y mandó a los principales que le tributasen, y   —131→   dijeron que no tenían que le dar, y por los componer, mandó que cada casa de la tierra fuese obligada a le dar tributo, a cada tantas lunas, de un canuto de piojos algo grande. Al principio, riéronse del mandamiento; mas, después, por muchos quellos tenían, no podían henchir tantos canutos. Criaron con el ganado que el Inca les mandó dejar, y tributaban de lo que se multiplicaba, y de la comida y raíces que hay en sus tierras. Y por algunas causas que para ello tuvo, Guayna Capa volvió al Quito, y mandó que en Caranqui estuviese templo del sol y guarnición de gente con mitimaes y capitán general con su Gobernador, para frontera de aquellas tierras y para guarda dellas.




ArribaAbajoCapítulo LXVIII

De cómo el rey Guayna volvió a Quito, y de cómo supo de los españoles que andaban por la costa, y de su muerte.


En este mesmo año andaba Francisco Pizarro con trece cristianos por esta costa13, y había dellos ido al, Quito aviso a Guayna Capac, a quien contaron el traje que traían, y la manera del navío, y cómo eran barbados y blancos y hablaban poco y no eran tan amigos de beber como ellos, y otras cosas de las que ellos pudieron.   —132→   saber. Y cudicioso de ver tal gente; dicen que mandó con brevedad le trujiesen uno de dos que decían haber quedado de aquellos hombres, porque las demás eran ya vueltos con su capitán a la Gorgona, donde habían dejado ciertos españoles con los indios e indias que tenían, como en su lugar contaremos14.Y dicen unos destos indios, que después de idos, a estos dos, que los mataron, de que recebió mucho enojo Guayna Capac. Otros cuentan que soñó que los traían, y como supieron en el camino su muerte15, los mataron. Sin esto, dicen otros que ellos se murieron. Lo que tenemos por más cierto es, que los mataron los indios dende a poco que ellos en su tierra quedaron16.

Pues estando Guayna Capac en el Quito grandes compañas de gente que tenía, y los demás señores de su tierra viéndose tan poderoso, pues mandaba desde el ría de Angasmayo al de Maule, que hay más de mill y doscientas leguas, y estando tan crecido en riquezas, que afirman que habían hecho traer a Quito más de quinientas cargas de oro, y más de mill de plata, y mucha pedrería y ropa fina, siendo temido de todos los suyos, porque no se le osaban desmandar, cuando luego hacía justicia; cuentan que vino una gran pestilencia de viruelas tan contagiosas, que murieron más de doscientas mill ánimas en todas las comarcas, parque fue general; y dándole a él el mal, no fue parte todo lo dicho para librarlo de la muerte, porquel gran Dios no era dello servido. Y como se sintió tocado de la enfermedad, mandó se hiciesen grandes sacrificios por su salud en toda la tierra, y por todas las guacas y templos del sol; mas yéndole agraviando, llamó a sus capitanes y parientes, y les habló algunas cosas, entre las cuales les dijo,   —133→   a lo que algunos dellos dicen, que él sabia que la gente que habían visto en el navío, volvería con potencia grande y que ganaría la tierra. Esto podría ser fábula, y si lo dijo, que fuese por boca del demonio, como quien sabía que los españoles iban para procurar de volver a señorear. Dicen otros destos mismos, que conociendo la gran tierra que había en los Quillacingas17 y Popayaneses, y que era mucho mandarlo uno, y que dijo que desde Quito para aquellas partes fuese de Atahuallpa, su hijo, a quien quería mucho, porque había andado con él siempre en la guerra; y que lo demás mandó que señorease y gobernase Guascar, único heredero del imperio. Otras indios dicen que no dividió el reina, antes dicen que dijo a los que estaban presentes, que bien sabían cómo se habían holgado que fuese Señor, después de sus días, su hijo Guascar, y de Chincha18 Ocllo, su hermana, con quien todos los del Cuzco mostraban contento; y puesto que si él tenía otros hijos de gran valor, entre los cuales estaban Manque Yupanqui, Tupac Inca, Guanca Auqui, Tupac Gualpa, Titu19, Guaman Gualpa, Manco Inca, Guascar, Cusi Hualpa20, Paullu Tupac21 Yupanqui, Conono, Atahuallpa, quiso no dalles nada de lo mucho que dejaba, sino que todo lo heredase del, como él lo heredó de su padre, y confiaba mucho guardaría su palabra, y que cumpliría lo que su corazón quería, aunque era muchacho; y que les rogó lo amasen y mirasen como era justo, y que hasta que no tuviese edad perfecta y gobernase, fuese su ayo, Colla Tupac22, su tío. Y como esto hobo dicho, murió.

Y luego que fue muerto Guayna Capac, fueron tan grandes los lloros, que ponían los alaridos que daban en las nubes, y hacían caer las aves aturdidas de lo muy alto hasta el suelo. Y por todas partes se divulgó la nueva,   —134→   y no había parte ninguna donde no se hiciese sentimiento notable. En Quito lo lloraron, a lo que dicen, diez días arreo; y dende allí lo llevaron a los Cañares, donde le lloraron una luna entera; y fueron acompañando el cuerpo muchos señores principales hasta el Cuzco, saliendo por los caminos los hombres y mujeres llorando y dando aullidos. En el Cuzco se hicieron más lloros, y fueron hechos sacrificios en los templos, y aderezaron de le enterrar conforme a su costumbre, creyendo que su ánima estaba en el cielo. Mataron, para meter con él en su sepoltura y en otras, más de cuatro mill ánimas, entre mujeres y pajes, y otros criados, tesoros, pedrería, y fina ropa. De creer es que sería suma grande la que pornían con él. No dicen en dónde ni cómo está enterrado, más de que concuerdan que su sepoltura se hizo en el Cuzco. Algunos indios me dijeron a mí que lo enterraron en el río de Angasmayo, sacándolo de su natural para hacer la sepoltura; mas no lo creo, y lo que dicen de que se enterró en el Cuzco, sí23.

De las cosas deste rey dicen tanto los indios, que no es nada lo que yo escribo ni cuento; y cierto, creo que dél y de sus padres y abuelos se dejan tantas cosas de escrebir, por no los alcanzar por entero, que fuera otro compendio mayor que el que se ha hecho».





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ArribaAbajoDel Señorío de los Incas

Tercera parte de la Crónica del Perú de Pedro de Cieza de León


Libro 2.º M.S.


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ArribaAbajoCapítulo I

Del descubrimiento del Perú.


No dejé cuando la pluma tomé, para contar a los hombres que hoy son y serán la conquista y descubrimiento que los nuestros españoles hicieron en el Perú, cuando lo ganaron e considerar que trataba de la más alta materia de que en el Universo se pudiera escribir, de cosas profanas, quiero decir, porque dónde vieron hombres lo que hoy ven, que en cient flotas cargadas de metal de oro y plata como si fuera hierro ni donde se vio ni leyó que tanta riqueza saliese de un reino tanta y tan grande, que no solamente está España llena destos tesoros y sus ciudades pobladas con hombres, digo muchos peruleros ricos que de acá han ido, más han encarecido el reino con el mucho dinero, que han llevado   —140→   tanto cuanto saben los que lo consideraren; y no solamente España, recibió esta carestía, más toda Europa se mudó del ser primero, y las mercadurías y todos tratos tienen otros precios que no tuvieron; tanto ha subido en España que si va como ha ido, no sé adonde se subirán los precios de las cosas, ni como los hombres podrán vivir (claro) de tierra para pasar la vida humana tan gruesa, tan harta, tan abundante, que en todo lugar que no hay nieve ni monte, no se puede mejorar, como algo dello apunté en la primera parte, que hobiere Dios permitido que tantos años y por tan largos tiempos estuviere cosa tan grande oculta al mundo y no conocida de los hombres, y hallada, descubierta y ganada en tiempo del Emperador don Carlos, que tanta necesidad de su ayuda ha tenido por las guerras que se le han ofrecido en germanía contra los luteranos y en otras jornadas importantísimas; porque cierto tengo para mí todo este orbe de Indias que tan grande es, ha sido descubierto en tiempos de mucha riqueza; más si se quisieren tomar por los oficiales reales trabajo de ver por los quintos lo que sumaba, montaría solo el tesoro que del Perú ha ido más que todo esotro junto, y no poco más, sino mucho en España ochocientos y veintidós años antes del nascimiento de Xpo que se encendieron los montes Perineos, que los fimas (¿fenicios?) y los de Macilla (¿Marisilia?) llevaron muchas naves cargadas de plata y oro; y en el Andalucía, después desto hobo mucho metal de plata, y sabemos que en Churabon en tiempo (claro) hobo tanta plata que no se tenía en cuenta; y cuando Salomón enriqueció el templo con vasos y riquezas, fue mucho lo que en ello se gastaba; y sin todo esto sabemos que en el Levante hay tierras ricas de oro y plata; más ni una cosa destas se puede igualar ni comparar con la del Perú, porque contado lo que hubo en Caxamalca cuando el rescate de Atabalipa y lo que después se repartió en Xauxa y en el Cuzco y lo que más se hubo en el reino es tan gran suma que yo, aunque pudiera, no lo oso afirmar; pero si con ello quisiera edificar otro templo se hiciera que fuera de más riquezas que el del Cuzco ni ninguno de cuantos en el mundo (¿han sido?). Ansí y todo es   —141→   nada lo que del Perú se ha sacado, para lo mucho que en la tierra está perdido enterrado en sopolturas de reyes y de caciques en los templos. Así lo conocían los mismos indios y lo confiesan. Pues después de todo esto que sé sacaron de Guailas, de Porco, de Caruaya, de Chile, de los Cañares, ¿quién contará el oro que destos lugares entró en España?, y si para esto ponemos tanta dificultad, qué diremos del cerro de Potosí, de quien tengo para mí ha salido desde que del sacan plata, con lo que los indios han llevado sin que sepan más de veinte y cinco millones de pesos de oro, todo en plata, y sacaran deste metal para siempre mientras hubiere hombres, como lo quisieran buscar. Y sin esto que comienzo la escritura delicada por contar el fin de la guerra de los dos hermanos Huascar y Atabalipa, y como trece xpnos lo descubrieron casi milagrosamente, y después fueron para lo ganar, por la guerra que hallaron trabada, no más de ciento y setenta; y com o después se fueron encadenando las cosas de unas en otras, a que en el Perú hobo tantas disenciones, tantas guerras entre los nuestros y tratadas tan ásperamente y unos con otros con tanta crueldad (claro) y los otros tiranos, y las cosas que pasaron en este (claro) con todos si no hobiese testigos muchos no sería creído, tanto, questando en el Perú no hay para que hablar de Italia, ni de Lombardia ni de otra tierra, aunque sea muy belicosa; pues lo que ha hecho tan poca gente no se puede comparar sino con ella misma. Con estas mudanzas murieron muchos que estaban obligados; llegaron a ser capitanes y en riqueza tanto que algunos tenían más renta una solo, que el mayor señor de España fuerel Rey (sic).



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ArribaAbajoCapítulo II

De cómo el gobernador Pedrarias nombró por capitán de la Mar del Sur, a Francisco Pizarro y cómo salió de Panamá al descubrimiento.


Después de Alonso de Ojeda y Nicuesa vino por gobernador Pedrarias Dávila y estuvo algunos tiempos en la ciudad del Darién, y como se poblase Panamá y el Reino de Tierra Firme, siendo primero descubierta la Mar del Sur por el adelantado Vasco Núñez de Balboa y por el piloto Pero Miguel, hijo de Juan de la Cosa, según algunos dicen tratábase sobre descubrir tierras en la dicha Mar del Sur, y como el cronista Gonzalo Fernández de Oviedo que fue oficial real en el Darién, tenga tan elegante y bien escrito lo de aquellos tiempos, pues se halló presente y lo vido lo más dello, aunque yo alcance a tener alguna noticia y pudiera tratar algo dello, pasaré lo mucho que tengo que hacer remitiendo al tenor (¿lector?) a lo que Oviedo sobrello escribe donde lo verá bien largo y copiosa. Y con tanto digo, que en el tiempo que el Darién estuvo poblado, hobo entre los españoles que allí se hallaron dos llamado gel uno Francisco Pizarro que primero fue capitán de Alonso de Ojeda, y Diego de Almagro; y eran personas con quien tuvieron los gobernadores cuenta porque fueron para mucho trabajo y con constancia perseveraron en él, quedaron por vecinos en la ciudad de Panamá en el repartimiento que hizo de indios que hizo el gobernador Pedrarias; estos dos tenían compañía en sus indios y haciendas; y sucedió que Pedrarias envió a la Isla Española al capitán (Herrera) para que procurase de traer alguna gente y caballos para ir a poblar la provincia de Nicaragua antes que Gil Gonzales Dávila lo pudiera hacer, porque supo que lo andaba descubriendo para poblar. Informome Nicolás de Ribera, vecino de la ciudad de Los Reyes, que de los de aquel tiempo y no (y uno) de las trece que descubrieron el Perú, que supo que llegado (Herrera) a la ciudad de Santo Domingo, contrató   —143→   con un Juan Basurto para que viniese a Panamá donde Pedrarias le haría su capitán general para que pudiere ir a la provincia de Nicaragua a poblar y descubrir y codicioso Basurto de hacer aquella jornada vino a Tierra Firme; él trayendo alguna gente y caballos; y que en el inter de esto el gobernador Pedrarias había dado comisión para hacer la jornada dicha al capitán Francisco Hernandes (de Córdoba) de que Juan Basurto mostró sentimiento, y así lo entendió Pedrarias y porque no tuviera su venida por perdida, platicó con él para que pues ya no podía ir a lo de Nicaragua, por estar Francisco Hernández proveído en el cargo, que fuese a descubrir con algunos navíos por la Mar del Sur de que se tenía grande esperanza de hallar tierra rica. Dicen que Juan Basurto acetó el cargo que le daba Pedrarias, y qué para hacer la jornada más a su gusto, determinó de volver a Santo Domingo para traer más gente y caballos, porque en aquellos tiempos estaba desproveído el reino de Tierra Firme, y con mucha diligencia se partió para embarcarse en el nombre de Dios, donde la muerte atajó su pensamiento y le llamó para que fuera a dar cuenta de la jornada de su vida. En Panamá luego se supo de la muerte de este Basurto y como iba a hacer lo que se ha escrito; y estando en la misma ciudad por vecinos y siendo en ella compañeros Francisco Pizarro y Diego de Almagro, que también lo era con ellos Hernando de Luque, clérigo, trataron medio de burla sobre aquella jornada y cuanto había deseado el adelantado Vasco Núñez de Balboa hacerla y descubrir a la parte del Sur lo que hobiese. Pizarro dio muestra a sus compañeros tener desea de aventurar su persona y hacienda en hacer aquella jornada, de que Almagro plugo mucho, pareciéndole que sin aventurar nunca los hombres alcanzan lo que quieren; y determinaron de pedir la jornada para el dicho Francisco Pizarro; y así afirman los que esto saben y dellos son vivos que fueron a Pedrarias y le pidieron la demanda de aquel descubrimiento; y después de haber tenido sobrello grandes pláticas, Pedrarias se la concedió con tanto que hicieran con él compañía para que tuviere parte en el provecho que se hubiere, y siendo dello contentos los   —144→   compañeros, se hizo por todos cuatro la compañía, para que sacando los gastos que se hicieren, todo el oro y plata y otros despojos se partieron entre ellos por iguales partes sin que uno llevare más que otro; y dio Pedrarias a Francisco Pizarro provisión de su capitán, para que en nombre del Emperador hiciese el descubrimiento que de suso es dicho; y divulgase por Panamá de que no poco se reían los más de los vecinos teniéndolos por locos, porque querían gastar sus dineros para ir a descubrir manglares y ciburocos (ceborucos). Mas no por estos dichos dejaron de buscar dineros para proveimientos de la jornada, y mercaron un navío que estaba en el puerto, que dicen que era uno de los que hizo Vasco Núñez a un Pedro Gregorio, y llevaron por piloto, a lo que yo supe, había por nombre Hernán Peñate; diéronse priesa a aderezar el navío con velas y jarcia y de lo más que había menester para el viaje, y procuraron allegar alguna gente de la que había en la tierra y juntaron ochenta españoles poco más o menos, de los cuales iba por alférez Sauzedo y por tesorero Niculas de Ribera, y por veedor Juan Carvallo; y habiendo puesto a punto lo que convenía meter en el navío, fueron llevados a él cuatro caballos no mas, que se pudieron haber; y la gente se embarcó, y Francisco Pizarro despidiéndose de Pedrarias y de sus compañeros, hizo lo mismo.




ArribaAbajoCapítulo III

De cómo salió el capitán Francisco Pizarro al descubrimiento de la Mar del Sur y por qué se llamó el Perú aquel reino.


Habiéndose embarcado Francisco Pizarro con los cristianos españoles que con él fueron, salió del puerto de ciudad   —145→   de Panamá mediados el mes de noviembre de 1523 (sic) quedando en la ciudad Diego de Almagro para procurar gente y lo más para la conquista necesaria para enviar socorro a su compañero. Como Pizarro salió en su navío de Panamá; anduvieron hasta llegar a las Islas de las Perlas donde tomaron puerto y se proveyeron de agua y leña y de hierba para los caballos de donde anduvieron hasta el puerto que llaman de Piñas, por las muchas que junto a él se crían, y saltaron los españoles todos en tierra con su capitán que no quedó en la nave más que los marineros, determinaron de entrar la tierra adentro a buscar mantenimiento para fornecer el navío, creyendo que lo hallarían en la tierra de su cacique a quien llaman Berruquete o Peruquete; y anduvieran por un río arriba tres días con mucho trabajo, porque caminaban por montañas espantosas, que era la tierra por donde el río corría tan espesa y con trabajo podían andar; y llegando al pie de una gran sierra la siguieron yendo ya muy descaecidos del trabajo pasado y de lo poco que tenían que comer y por dormir en el suelo mojado entre los montes, llevando con todo esto sus espadas y rodelas en sus hombros con las mochilas, y tan fatigados llegaron, que de puro cansancio y quebrantamiento murió un cristiano llamado Morales, los indios que moraban entre aquellas montañas entendieron la venida de los españoles, y por la nueva que ya tenían de que eran muy crueles... (¿no quisieron?) aguardarlos antes desamparando sus casas hechas de madera y paja o hojas de palma, se metieron en la espesura de la montaña donde estaban seguros. Los españoles habían llegado a unas pequeñas casas que se decían ser del cacique Periquete (sic) donde no hallaron otra cosa que un maíz de (sic) las raíces que ellos comen. Dicen los antiguos españoles que el reino del Perú se llamó así por este pueblo o señorete llamado Peruquete (sic) y no por el río, porque no lo hay que tenga tal nombre. Los cristianos como no pudieron ver indio ninguno ni hallaron bastimentos ni nada de lo que pensaron, estaban muy tristes y espantados de ver tan mala tierra. Parecíales que el infierno no podía ser peor; más encomendándose   —146→   a Dios con mucha paciencia el capitán y ellos dieron la vuelta por donde habían venido adonde dejaron el navío, y llegaron a la mar bien cansados y llenos de lodos y los más descalzos con los pies llagados de la aspereza del monte y de las piedras del río. Luego se embarcaron y como mejor pudieron navegaron al Poniente prosiguiendo su descubrimiento, y a cabo de algunos días tomaron tierra en un puerto, que después llamaron de la Hambre donde se proveyeron de agua y leña.

Deste puerto salieron y navegaron diez días y faltábales el mantenimiento, que no daban a cada persona más que dos mazorcas o espigas de maíz para que comiesen en todo el día; y también tenían poca agua, porque no llevaban muchas vasijas; y carne no comían, porque ya no la tenían ni otro ningún refrigerio. Iban todos muy tristes y algunos se maldecían por haber salido de Panamá, donde ya no les faltaba de comer. Pizarro mutros trabajos había pasado en su vida y hambres caninas, y esforzaba a sus compañeras, diciéndoles que confiasen en Dios, y que él les depararía mantenimiento y buena tierra, y por consejo de todos volvieron atrás al puerto que habían dejado, que llamaron del Hambre, por la mucha con que en él entraron. Y los españoles con el trabajo pasado estaban muy flacos y amarillos tanto que eran gran lástima para ellos verse los unos a los otros; y la tierra que tenían delante era infernal, porque aun las aves y las bestias huyen de no habitar en ella. No veían sino breñales de espesura y manglares y agua del cielo y lo que siempre había en la tierra, y el sol con la espesura de los nublados tan ofuscado, que su claridad se pasaban algunos días que no veían sino la muerte; porque para volver a Panamá si lo quisiesen hacer, no tenían mantenimientos sino mataban los caballos. Y como hobiera entrellos hombres de consejo y que deseaban ver el cabo de la jornada; se determinó que fuesen en el navío a las Islas de las Perlas algunos dellos a buscar mantenimiento; y esto platicado, se puso por efecto, puesto que ni los que habían de ir tenían comida que llevar ni menos les quedaba a los demás.

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ArribaAbajoCapítulo IV

De cómo volvió Montenegro en la nave con algunos españoles a la Isla de las Perlas a buscar mantenimiento, sin llevar de comer sino fue un cuero de vaca seco y algunos palmitos amargos; y del trabajo y hambre que pasó Pizarro y los que con él quedaron.


Determinado por el capitán y sus compañeros que el navío volviese a las Perlas por algún bastimento, pues tanta necesidad dello tenían, no sabían con qué podían los que habían de ir sustentarse en el camino, porque no había maíz ni cosa otra que pudiesen comer, y buscallo por la tierra no tenían remedio, porque los indios estaban poblados en las montañas entre ríos furiosos y ciénegas; y después de lo haber tanteado y mirado, no hallaron otro remedio para todos no perecer, sino quel navío fuese y llevase para comer los que en él habían de ir un cuero de vaca que había en la misma nao bien seco y duro; y señalaron entre todos a Montenegro para que fuese a hacer lo desuso dicho; y sin el cuero cortaron junto a la costa algunos palmitos. amargos.

Algunos dellos comí yo en la montaña de Caramanta, cuando íbamos descubriendo con el Licenciado Juan de Vadillo. Montenegro prometió que diole (dándole) Dios buen viaje, procuraría con brevedad volver a remediar la necesidad que les quedaba. Y el cuero hacían pedazos teniendo en agua todo un día y una noche, lo cocían y comían con los palmitos, y encomendándose a Dios enderezaron su viaje a las Islas de las Perlas. Como la nao se fue el capitán y sus compañeros buscaban por entre aquellos manglares que comer deseando dar en algún poblado; más los fatigados hombres no hallaban sino árboles de mill maneras y muchas espinas y abrojos y mosquitos y otras cosas que todas daban pena y con ninguna tenían contento; y como la hambre les fatigare, cortaban   —148→   de aquellos palmitos amargos que entre la montaña hallaban unos bejucos en donde sacaban un fruto como bellota que tenía el color (¿olor?) casi como el ajo, y con la hambre comían dellas; y por la costa algunos días tomaban pescado; y con trabajo sustentaban sus vidas, deseando más que el vivir volver a ver el navío en que fue Montenegro con refresco. Más como la necesidad fuese tanta y los trabajos grandes y la tierra tan enferma y sombría y que lo más del tiempo llueve, paráronse tan malos, que murieron más de veinte españoles sin los que les se hincharon (sic) otros y todos estaban tan flacos que era muy gran lástima verlos. Pizarro tuvo ánimo dino de tal varón como él fue en no desmayar con lo que veía, antes él mismo buscaba algunos peces trabajando por los esforzar, poniéndoles esfuerzo para que no desmayasen diciéndoles que presto verían venir el navío en que fue Montenegro. Y habían hecho algunas chozas que acá llamamos ranchos, en que estaban para se guarecer del agua; y estando de esta manera, dicen que se pareció una vista de alto, que sería término de ocho leguas, una playa que un cristiano llamado Lobato dijo al capitán que le parecía que debían de ir algunos dellos allá por ventura hallarían alguna cosa que comer, pues de su estado no se esperaba otra cosa que la muerte; y teniendo por bueno el dicho de este Lobato, el capitán, con los que más aliviados estaban, se partió para ella con sus espadas y rodelas, quedándose los demás españoles en el real que allí tenían hecho; y como se partieron para la playa, anduvieron hasta llegar a ella, donde fue Dios servido que hallaron gran cantidad de cocos y vieron ciertos indios, y por tomar algunos, se dieron priesa a andar los españoles; mas como los indios los sintieron, pusiéronse en huida. Afirmome Niculas de Ribera que vieron que uno de aquellos indios se echó al agua y nadó cosa espantosa; porque fue más de seis leguas sin parar lo vieron ir nadando hasta que la noche vino y lo perdieron de vista. Los indios que más huyeron se metieron por unas ciénagas; los españoles tomaron dos dellos; los demás fueron a salir a un crecido río donde tenían sus canoas, y como los que se   —149→   escapan deballes (sic) y ansí fueron ellos alegres por no haber sido presos por los españoles, de quienes se espantaban poder sufrir tanto trabajo, y disque decía (¿y les decían?) ¿que por qué no rozaban y sembraban y comían dello sin querer buscar lo que ellos tenían para tomárselo por fuerza? Estas cosas questos indios dicen y otras sabese dellos mismos cuando eran tomados por los españoles, porque quiero en todo dar razón al lector. Estos indios traían arcos y flechas con yerba tan mala, que hiriendo a un indio de los mismos (¿nuestros?) con una flecha, murió dentro de tres o cuatro horas. En este alcana (¿alcance?) hallaron los españoles cantidad de una fanega de maíz, lo cual fue repartido entrellos.




ArribaAbajoCapítulo V

De cómo Montenegro llegó a las Islas de las Perlas y de cómo volvió con el socorro.


Montenegro con los que iban en el navío navegaron hasta que llegaron a las Islas de las Perlas, bien fatigados de la hambre que habían padecido, y como allí llegaron, comieron y holgaron teniendo cuidado de volver brevemente a remediar los que quedaron con el capitán Francisco Pizarro; y luego metieron en el navío mucho maíz y carne y plátanos y otras frutas y raíces, y con todo ello dieron la vuelta a donde habían dejado a los cristianos; y llegaron a tiempo que el capitán con algunos dellos habían salido a lo que en el capítulo pasado se contó; y como vieron el navío fue tanto el placer y alegría que todos recibieron cuanto aquí se puede encarecer. Teníen en más el poco mantenimiento que en él   —150→   venía que a toda el oro del mundo; y así, antes de ser llegado al puerto, los que estaban enfermos como si estuvieran sanos se levantaron. El capitán Francisco Pizarro después que hobo andado algunos días por aquella playa donde hallaron los cocos y por el monte de la redonda, viendo que no podían hallar poblado alguno y que la tierra adentro era infernal, llena de ciénagas y de ríos, determinó de volver con sus compañeros al real donde habían quedado los otros. En el camino encontraron con (un) español que muy alegre venía a les contar la buena venida del navío y que traía en la mochila tres roscas de pan para el capitán y cuatro naranjas. Entendido lo que pasaba, no fue menos el placer que recibió el capitán y los que con él iban que el que habían recibida los otros; y dieron gracias a Dios, porque así se había acordado dellos en tiempo de tanto trabajo. Pizarro repartió las roscas y las cuatro naranjas por todos, sin comer dellas él más que cualquiera dellos y tanto esfuerzo tomaron, como si hobieran comido cada uno un capón; y con él anduvieron a toda prisa hasta que llegaron al real, adonde todos se hallaron (sic) alegremente y Montenegro dio cuenta al capitán de lo que había pasado en el viaje, y comieron todos de lo que vino en la nave hablando unos con otros de lo que por ellos había pasado hasta aquel tiempo. Dicen que faltaban veinte y siete españoles que se habían muerto con la hambre pasada los que duro (sic) y el capitán se embarcó en el navío, con determinación de correr la costa del largo al Poniente, donde esperaba topar alguna tierra buena fértil y rica; y como se hubiera embarcada navegaron y tomaron tierra en un puerto, que, por llegar día de Nuestra. Señora de la Candelaria, le pusieron por nombre puerto de la Candelaria; y vieron como atravesaban caminos por algunas partes, más la tierra era peor que la que dejaban atrás de manglares y montañas tan espantosa que parece llegar a las nubes, y tan espesa que no se veía sino raíces y árboles, porque el monte de acá es de otra manera que los de España. Sin esto; caían tantos y tan grandes aguaceros, que aún andar no podían. La ropa, con ser camisetas de anjeo, las más que traían, se   —151→   les podría y se les caía a pedazos los sombreros y bonetes. Hacía tan grandes relámpagos y truenos como han visto los que por aquella costa han andado y caían rayos. Con los nublados no veían el sol en muchos días y aunque salía la espesura del monte era tanta, que siempre andaban medio en tinieblas. Los mosquitos los fatigaban, porque, cierto, donde hay muchos es gran tormento. A mí me ha muchas veces acaecido estar de noche lloviendo y tronando, y salirme de la tienda del valle, e subirme a los cerros y estar a toda el agua por huir dellos. Son tan malos cuando son de los (¿ponzoñosos?) que muchos han muerto de achaque dellos. Los naturales de aquellas montañas en algunas partes hay muchos y en otras pocos, y como la tierra es tan grande, tienen bien donde se extender, porque no tienen pueblos juntos ni usan de la policía que otros, antes viven entre aquellos breñales o barrios con su mujer y hijos y en laderas cortan monte y siembran sus raíces y otras comidas. Todos entendían y sabían como andaba el navío por la costa, y como los españoles andaban saltando en los puertos, los que estaban cerca del mar poníanse en cobro sin les osar aguardar.




ArribaAbajoCapítulo VI

De cómo el capitán con los españoles dieron en un pueblo de indios donde hallaron cierto oro, y cómo tomaron puerto en pueblo quemado; de donde enviaron el navío a Panamá y lo que más paso.


Como Francisco Pizarro y sus compañeros viesen como había caminos entre aquellas montañas, determinaron de seguir por uno dellos para ver si daban en algún poblado   —152→   para tomar algunos indios de quien pudieran tomar lengua de la tierra en que estaban; y así, tomando sus espadas y rodelas anduvieron dos leguas o poco más la tierra adentro, donde toparon un pueblo pequeño, más no vieron indio ninguno, por que todos habían huido; más hallaron mucho maíz y raíces y carne de puerco y toparon más de seiscientos pesos de oro fino en joyas, y en las ollas que hallaron al fuego de los indios, entre la carne que sacaban dellas para comer, se vieron algunos pies y manos de hombres, por donde se creyó que los de aquella parte eran caribes y también tenían arcos y flechas con yerba de la que hacen con ponzoña. Los españoles comieron de lo que hallaron en aquel lugar y determinaron de dar la vuelta a la mar para embarcarse pues no habían podido tomar hombre ninguno de los naturales de aquella tierra. Entrados en el navío anduvieron costeando hasta que llegaron a un pueblo que llamaron Pueblo Quemado, donde con acuerdo de todos, se determinaron de entrar la tierra adentro, para ver si daban en pueblo que pudiesen tomar algunos indios, porque por entre los manglares veían caminos por donde era claro de conocer que había gente, pues, parecía estar muy seguido; y no se engañaban, porque por aquella parte había mucha gente y todos estaban avisados de cómo andaban en la tierra y tenían puestas sus mujeres y alhajas en cobro. Tomando los nuestros españoles por un camino de aquellos anduvieron poco más de una legua y dieron en un pueblo yermo porque los indios como de suso es dicho le habían desamparado y hallaron gran cantidad de maíz y muchos maizales, y otras raíces gustosas de las que ellos comen, y no pocas palmas de las de pixabaes, que es cosa muy buena; y estaba este pueblo en las cumbres de unas laderas o sierra asentado a su usanza, muy fuertemente, que parecía fortaleza. Como habían hallado tanto mantenimiento en aquel pueblo, pareciole así al capitán como a todos los españoles, que sería cosa muy acertada recogerse allí todos en aquel pueblo, pues era tan fuerte y estaba tan bien proveído de comida, y enviar la nave a Panamá a que trujese socorro de españoles y a que fuese adobada pues estaba   —153→   tan mal tratada, que por muchos lugares hacía agua; y pareciéndoles bien acertado, el capitán mandó a Gil de Montenegro, que con los españoles más sueltos y ligeros fuese a buscar algunos indios por entre el monte en los estalajes que tuviesen hechos, que acá llamamos ranchos, para que fuesen en el navío a ayudar a la bomba, porque todo era menester según había pocos marineros y el navío hacía agua. Los naturales de la comarca habíanse juntado y tratado entre ellos de la venida de los españoles, y como era grande afrenta suya andar huyendo de sus pueblos por miedo dellos, pues eran tan pocos, y determinaron de se poner a cualquier afrenta o peligro que les viniese por los expeler de sus tierras o matarlos sino quisiesen dejarlos, tratando mal de ellos, que eran vagabundos, pues por o trabajar andaban de tierra en tierra; y más que esto decían, como después lo confesaron algunos que dellos hobieron de venir a ser presos por los españoles; y como tuviesen esta determinación, tenían puestas escuchas y velas dellos mismos a la redonda del pueblo donde los españoles estaban para saber de (si) algunos dellos salían de allí a lo que determinaban de hacer; y como Gil de Montenegro con los españoles que fueron señalados para ir con él a la entrada que se había de hacer para tomar indios que yendo en la nave pudiesen dar a la bomba saliesen del pueblo, luego (de los) que estaban a la mira fue aviso al lugar donde la junta estaba con la determinación dicha, aunque tuviesen este designo los naturales en quien se hizo la liga para matar a los españoles o lanzarlos de sus tierras, todavía aunque no eran hábiles sesenta, les temían extrañamente; y este temor caber en tantos y que estaban en su tierra y la sabían y conocía, no sé a que se puede echar sino a Dios todopoderoso que ha permitido que los españoles salgan en tan grandes y dudosas cosas en tiempos y coyunturas que a no cegar el entendimiento a los indios, a soplos o con puños de tierra bastaban a los desbaratar; y creo que tampoco lo permitía por sus méritos sino que fue servido de volver por su honra y porque tenían su apellido; a muchos de los cuales por no conocer tan gran beneficio castigó poderosamente con brazo   —154→   de venganza, como hemos visto. Más como ya los montañeses tuviesen sus armas las que ellos usaban, y viesen divididos los cristianos, alegres por la división, pensaron de ir a dar en Montenegro y matar a los que con él venían, y luego ir adonde estaba el capitán y hacer lo mismo; pues si salían con lo primero, les sería lo demás fácil de hacer y así salieron a los nuestros llenos los rostros y cuerpos, porque ellos andaban desnudos, de la mixtura que ellos se ponen, que llamamos bija, que es como almagra, y de otra que tiene color amarilla y otros se untaron con bija que es como trementina (y a mí me han echado birmas con ella) parecían demonios y daban grandes alaridos a su uso porque así pelean y arremetieron a los españoles, que aunque vieron tantos enemigos delante y que ellos eran tan pocos, no desmayaron, más antes encomendandose a Dios y a su poderosa madre, echaron mano a sus espadas, hirieron en los indios que podían alcanzar diciéndoles Montegro, su caudillo, que los tuviesen en poco. Los indios procuraban de los matar; tiraban de sus dardos contra ellos, no osaban allegarse mucho por miedo de las espadas. Un cristiano a quien llaman (llamaban) Pedro Vizcaíno después de haber muerto algunos indios y herido, le dieron tales heridas, que murió luego dellas; y de un apretón que dieron mataron otros dos españoles y hirieron a otros. Los que quedaban se defendieron tan bien, que, espantados los indios que hombres humanos para tanto fuesen, mirando que por tres quellos habían muerto les faltaban tantos de los suyos, tornar, (sic) entre ellos a tratar de dejar aquellos y dar sobre los que había quedado; porque a razón por quedar enfermos no habían ido con aquellos que tanto daño les habían hecho; sin lo cual eran los menos a los que querían ir que no los que dejaban.



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ArribaAbajoCapítulo VI

De cómo los indios dieron con los españoles, y del aprieto en que se vio el capitán, y cómo los indios huyeron.


Habiendo los indios determinado de revolver sobre el capitán y los otros cristianos que con él quedaron, lo pusieron por obra y con grande estruendo y alaridos llegaron al lugar donde los cristianos estaban muy descuidados de pensar que los indios habían de venir a dar en ellos, mas, viendo los tiros de dardo y flechas que les tiraban con sus rodelas y espadas salieron para ellos yendo su capitán delante animándolos y poniéndoles esfuerzo para que tuviesen en poco a los muchos enemigos que sobrellos tenían; y encomendándose a Dios, Nuestro Señor y llamando en su ayuda al apóstol Santiago, resistieron a los indios con gran esfuerzo. Y el capitán estaba muy temeroso no hobieron los indios muerto a los cristianos que habían ido a entrar; los cuales, como los indios los dejaron, como mejor pudieron dieron la vuelta al real para se juntar con los demás compañeros. Los indios ahincábanse mucho por salir con su propósito matando a los cristianos; viendo lo que en ello les iba, peleaban valientemente y de los muchos golpes que recibieron de los indios fueron muertos dos españoles y heridos veinte, algunos mal. Fue Dios servido que los españoles que habían ido con Montenegro allegasen, que a tardarse algo más sin duda los unos y los otros corrieran riesgo; mas como se juntaron cobraron ánimo y defenderse (sic) de los indios. El capitán fuerte ánimo tuvo y con espada y rodela peleó siempre con esfuerzo, y este día lo tuvo harto conocían los indios que quien más mal les hacía era él, y deseando de le matar, cargaron muchos de tropel sobre él y diéronle algunas heridas, y tanto le fatigaron, que aunque tuvo siempre en la pelea una constancia, le hicieron ir rodando una ladera ayuso y abajaron algunos dellos muy alegres pensando que le habían   —156→   muerto, para le despojar y quitar las armas; más él llevó tan buen tino y tal aviso, que llegando a lo que era más llano, se puso en pie con su espada alta con determinación de vengar él mismo su muerte antes que los indios se la diesen; y a los primeros que llegaron hirió matando a uno o dos dellos. En esto los españoles habían visto lo que había sucedido a su capitán, y muy enojados de los indios les dieron tal mano, que les hicieron volver las espaldas dando aullidos y gemidos, espantados de ver como los españoles tenían virtud tan grande en pelear con silencio y juzgarán que en ellos había alguna deidad. Fueron algunos españoles a socorrer a Francisco Pizarro, al cual hallaron en el aprieto ques dicho, herido de algunas heridas y lo subieron arriba (a curar) dél y de los demás que estaban heridos, para los cuales había el refrigerio que el lector puede sentir, y aun para, curallos se hobo algún aceite para quemarles las heridas sería gran cosa. Visto por el capitán lo que les había sucedido y como no habían podido enviar el navío a Panamá por socorro y a lo aderezar porque estaba desbaratado y hacía por muchas lugares agua, tomando parecer con sus compañeros, se determinó por todos salir de aquel lugar, pues estaban en peligro, porque había muchos indios y los más dellos estaban heridos y todos muy flacos y que la tierra era mala y llena de trabajo y acordaron de embarcarse todos en la nao y arribar a Chicama, de donde enviarían a Panamá el navío; y como mejor pudieron se embarcaron y volvieron a Chicama. Y en el camino erraron a Diego de Almagro que habían salido de Panamá con socorro, como luego diré. Deste lugar se determinó por Francisco Pizarro y sus compañeros que volviese el navío a Panamá a lo que se ha dicho y que fuese en él Nicolás de Ribera tesorero con el oro que habían habido a dar cuenta al Gobernador como (tenían) tan buena noticia de adelante; y fue hecho así, que cuando todo el bastimento que había en la nao para que comiesen y pasaban de los trabajos dichos por ser tierra enferma y llena de montaña tan continua en llover y tronar como se ha dicho frío no hace ninguno, más la tierra es de grande humedad. Ribera   —157→   con los que había en la nave navegaron hasta que llegaron a las islas de las Perlas, donde supieron como Almagro había ido en busca dellos en una nao; y porque los cristianos que quedaron en Chicama se alegrasen con saber tal nueva despacharon una canoa con el aviso al capitán. Llegado a Panamá el navío, Nicolás de Ribera y los que iban con él dieron cuenta a Pedrarias de lo que hasta allí les había sucedido, desde que entraron en la tierra del cacique Pariquete (sic). En Panamá estaban con deseo de saber como les había ido en el descubrimiento a Pizarro y a sus compañeros, y espantáronse cuando oían de lo que habían pasado en los manglares donde andaban. Pedrarias mostró pesarle de que tantos españoles se hobiesen muerto; culpaba a Pizarro porque perseveraba en el descubrimiento, y por inducimiento de algunos malévolos que siempre se huelgan de tratar mal de los que bien lo hacen, publicó Pedrarias que le quería enviar un acompañado para que teniendo otro igual a él, se hiciese el descubrimiento sin tantas muertes; por esto y por otras causas dicen que Pedrarias quería enviar a Francisco Pizarro acompañado. Más viniendo a noticia del maestrescuela don Hernando de Luque su compañero, habló con Pedrarias diciéndole que no era cosa honesta lo que pensaba en aquello, y que le pagaba mal a Francisco Pizarro lo mucho que había trabajado y gastado en su servicio del rey y en otras cosas muchas le amonestó suplicándole no proveyere novedad ninguna hasta ver el fin de la jornada. Y tiniendo por justas las causas que le antepuso para que no lo hiciese el maestrescuela, no proveyó nada, y entendiose en adobar el navío. Así como lo he escrito me lo afirmó este Nicolás de Ribera que hoy es vivo y está en esta tierra y tiene indios en la ciudad de Los Reyes, donde es vecino. Y creed los que esto leyéredes, que en lo que escribo, antes me dejo mucho de lo que sé que más para, que no añadir tan solo una palabra de lo que no fue; y esto los varones buenos y honrados sin lo saber lo alcanzaran y contaron en ver la humildad y llaneza de mi estilo, sin buscar escrituras ni vocablos peregrinos ni otras retóricas que contar la verdad con sinceridad; porque para mí tengo, que el   —158→   buen escribir ha de ser como el razonar uno con otro y como se habla y no más. Y perdonadme si en esto me he alargado porque para lo de adelante servirá ser más (¿?) reiterar cosas destas. Y con tanto volveré al propósito.




ArribaAbajoCapítulo VIII

De cómo Diego de Almagro salió de Panamá en busca de su compañero con gente y socorro, y de cómo le quebraron un ojo y cómo se junto con él.


El capitán Francisco Pizarro salió (salido) de Panamá con su gente como se ha escrito, Diego de Almagro y el padre Luque entendieron en fornecer otro navío y allegar para que el mismo Almagro saliese a los buscar en aquel socorro; y como Almagro era tan diligente y de tanto cuidado, brevemente lo puso en orden pidiendo licencia a Pedrarias salió de Panamá antes que hubiese llegado Ribera el tesorero ni se supiese cosa ninguna del suceso de Francisco Pizarro ni que había hecho Dios dél. Dicen unos que sacó Almagro desta vez sesenta y cuatro hombres, otros dicen que sesenta; poco va en esto. Embarcáronse él y ellos en el puerto y navegaron la costa arriba en busca de los cristianos, los cuales estaban en Chisime (¿Chicama?) pasando su fortuna, curándose las heridas y los sanos buscando lo que les faltaba, y murieron algunos de enfermedad y otros estaban hinchados y los caimanes comieron dellos por los ríos cuando pasaban de una parte a otra. Los mosquitos los fatigaban demasiadamente. Pues como Diego de Almagro saliese de Panamá enderezaron su derrota por la costa arriba al Poniente   —159→   para buscar los cristianos porque no sabían cosa cierta adonde pudiesen estar, y tomando la costa saltaron en el batel en los puertos que hallaban sin dejar ninguno, y como no topasen con ellos, anduvieron hasta que llegaron al puerto del pueblo quemado donde primero había estado Pizarro con sus compañeros en los puertos que había visto conocido estaba por las cortaduras de machete y por pedazos de alpargatas y otras cosas como habían estado en los más dellas. En este pueblo quemado determinó Almagro con cincuenta españoles descubrir al pueblo y ver lo que había. Los naturales del habíanlo fortalecido con palenques fuertemente para defenderse de los cristianos si otra vez volviesen a ellas y sabían bien donde estaba Pizarro y de la venida de Almagro, y acaudillándose todos, se juntaron con determinación de procurar la muerte a quien por los robar y echar de sus casas y cautivalles sus mujeres y hijos se la venía a dar a ellos. Almagro con los que le acompañaron vieron la fuerza del pueblo y conocieron que había gente de guerra dentro, mas no por eso pensaron de se retirar, antes determinaron de dar en el pueblo y ganar la fuerza; mas como llegaron cerca, fue tan grande la grita y estruendo que los indios hicieron, y las voces que daban, que afirman algunos y lo cuentan por muy cierto, que ciertas españoles de los que iban, que los más eran naturales de cerca de Sayago, se espantaron y amedrentaron tanto de ver las fieras cataduras de los indios y la grita que daban, questuvieron por volver las espaldas de puro temor. Almagro con los que le siguieron arremetió para los indios que ya comenzaban de le tirar dardos y tiraderas, amenazándoles de muerte porque así entraban en su tierra contra la voluntad dellos sin les deber nada. Los españoles, teniendo en poco sus amenazas y grita, dieron en ellos con el silencio que suelen tienen (sic) cuando pelean, y mataron y hirieron a muchos dellos, y tanto los apretaron, que a su pesar les ganaron el palenque, habiendo primero un indio de aquellos arrojado una vara contra Almagro y apuntó tan bien, que le acertó en un ojo que se le quebró; y aun afirman que otros de los mismos indios venían contra él y si no fuera por un esclavo negro lo mataran. No desmayó aunque salió   —160→   herido tan malamente ni dejó de hacer el deber hasta que los indios de todo punto huyeron; y fue por los suyos metido en una casa y echaron en una cama de ramos que le pudieron hacer muy tristes por haber acaecido tal desgracia y con toda diligencia fue curado como mejor se pudo hacer; y estuvieron en aquella tierra hasta que sanó del ojo, aunque no quedó con la vista que primero en él tenía; y como estuviese sano se embarcaron en el navío no parecían (sic). Con esta congoja navegaron hasta que llegaron al paraje del río de Sant Juan, y hallaron de la una parte y de la otra del río algunos pueblos, y les pareció ser mejor tierra que toda la que habían visto. Los indios de la costa y de aquel río como vían el navío, espantábanse; no podían presumir que fuese y24 como subieron grandes panto (sic) algunos también haba que sabían y que no se holgaban de lo ver por la noticia que tenían. Pues como Almagro hubiese llegado al río de Sant Juan sin haber topado a sus compañeros ni rastro de donde estaban ni quel navío parecía, determinó de no pasar más adelante sino dar la vuelta a Panamá, creyendo sin duda alguna que Francisco Pizarro con los que con él salieron eran todos muertos; y así lo pusieron por obra con mucha tristeza, y ambaron hasta que llegaron a las Perlas; adonde consultasen (como saltasen) en tierra supieron como Ribera había vuelto a Panamá en el navío y cómo Pizarro con sus compañeros estaba en Chicama, donde habían quedado cuando el navío partió. Recibieron con esta nueva gran alegría y tornando a navegar fueron al puerto de Chicama, donde con mucho placer se recibieron los unos de los otros, contando los de tierra los trabajos grandes que habían pasado y los muchos que se habían muerto; los del navío y por el consiguiente decían lo mucho que había que andaban buscándolos y como habían llegado hasta el río de Sant Juan. Francisco Pizarro y sus compañeros mostraron que les pesaba mucho que hobiese perdido el ojo Almagro. Como se juntaron los dos compañeros Francisco Pizarro y Diego de Almagro, trataron   —161→   de muchas cosas tocantes al descubrimiento. Estaban mohínos porque no salían de manglares y montañas [...] (preguntándose si) todo no fuera así (sic); mas como ya habían comenzado y estuviesen adeudados no les convenía salirse afuera sino echar el resto y con ello aventurar las vidas; y acordaron que Almagro volviese a Panamá a adobar los navíos y volver con más gente para proseguir el descubrimiento; y así como lo acordaron lo pusieron por obra, sacando en tierra todo el bastimento que había en la nao.




ArribaAbajoCapítulo IX

De cómo Diego de Almagro volvió a Panamá, donde halló que Pedrarias hacía gente para Nicaragua, y lo que le sucedió así a él como al capitán Francisco Pizarro su compañero.


Como se acordase que Diego de Almagro volviese a lo que se ha contado a Panamá, Francisco Pizarro con toda la gente, entendían en lo que solían, que era andar por entre aquellos ríos y manglares, donde había poca gente, porque los indios sus pueblos tienen pasadas las sierras, dellos al Norte y los más al Poniente; y si por entre aquellos ríos había algunos indios, como tenían noticia de los españoles está en la tierra y fuese tan grande y montañosa, desviábanse de no caer en sus manos, metiéndose en la espesura de los montes; más todavía se tomaban algunos de aquellos, hombres y mujeres de quien sabían por donde andaban, y como aquella costa es tan enferma y los trabajos fuesen grandes, cada día se les iban muriendo españoles y otros se hinchaban como odres. Tenían con los mosquitos su continuo tormento   —162→   y a algunos se les llagaban las piernas, y todos andaban mojados pasando ríos y ciénagas y recibiendo en si los grandes y pesados aguaceros. Con esta vida tan triste pasaban su tiempo congojándose muchos parque tan livianamente se habían movido a pasar tanto trabajo, y miseria. Pizarro siempre les puso ánimo con palabras de buen corazón y muy alegres, amonestándoles que sufriesen con paciencia aquellas cosas, porque nunca bien y gran provecho se alcanzaban livianamente y con facilidad, diciéndoles más, que como Almagro volviese con el socorro, irían todos juntos por mar a descubrir. Desta manera pasaban sus vidas con esperanza de lo que pensaban hallar y con la mala vida presente. Pues como Diego de Almagro se partió de Francisco Pizarro, volvió a Panamá, donde supo que Pedrarias, por ciertos movimientos que había hecho en la provincia de Nicaragua su capitán Francisco Hernández (de Córdoba) con gran saña que dél tenía, juntaba gente para le castigar; y como desembarcó se fue luego a le hablar y a dar cuenta adonde quedaba Francisco Pizarro y de lo mucho que habían trabajado por entre aquellos ríos y manglares por donde andaban, aunque todo lo querían pasar en la esperanza que tenían de que presto habían de dar en tierra de mucha gente y riqueza, y quel volvía a llevar de nuevo socorro y gente. El Gobernador dicen que oyó secamente lo que le contaba Almagro y que se conoció tener voluntad para no dar lugar a que más gente no saliese de Panamá; y Almagro que lo entendió, le tornó a hablar sobre el fin que había sido su venida, y como no le diese licencia para hacer gente, le hizo sobre ello algunos requerimientos y protestaciones; lo cual aprovechó, porque Pedrarias no estorbó lo que había dicho no querer, y Almagro y su compañero el padre Luque se dieron priesa a aderezar los navíos y hacer gente llamando todos a la tierra del Perú, por lo que se ha dicho en lo de atrás; y dicen algunos de los de aquel tiempo, que desta vez Pedrarias quería enviar acompañado a Francisco Pizarro y nombrar otro capitán para que juntamente con él hiciese el descubrimiento; y que como lo entendiese Almagro y el padre Luque procurar (sic) y estorbar   —163→   y lo acabaron con que se le diese a Diego de Almagro poder de capitán y provisión y que entrambos lo fuesen suyos. Otros dicen que no quería Pedrarias dar tal capitán y que Almagro tuvo sus inteligencias viendo que se había de ir a Nicaragua que hobo provisión de capitán. En esto no puedo afirmar cual dello ser lo cierto: sé que por mandar el padre niega al hijo y el hijo al padre. Desta vuelta de Diego de Almagro a Panamá volvió con título de capitán adonde quedó su compañero llevando dos navíos y dos canoas con gente y lo demás perteneciente para la jornada, y el piloto Bartolomé Ruiz que mucho había servido y sirvió fue con él; y con esta gente y navíos y canoas volvió Almagro en busca de Pizarro, adonde, cuando se vieron, se cuenta por cierto que Pizarro sintió notablemente haber Almagro procurado la provisión de capitán, creyendo que del había salido y no de Pedrarias; mas como no era tiempo de fingir enemistades, disimuló el enojo, aunque no lo olvidó; y fue leída públicamente la provisión dicha del capitán Diego de Almagro que también (¿tan bien?) se había justificado con su compañero y podía tener razón que porque a extraño no se diese tal cargo lo había tomado, pues si otra cosa fuera era grande afrenta dellos mismos; y quel no quería salir de lo que por él fuera mandado y ordenado. Y como se vieran con mucha gente y algunos caballeros (¿caballos?) determinaron salir a descubrir por mar, pues por la tierra, especialmente en lo estaba (sic) era tan trabajoso, así por el espesura de los manglares, como por los muchos ríos que había llenos de lagartos tan fieros y mosquitos que tanto les atormentaban; y con este acuerdo todos (en) los navíos se fueron a embarcar.



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ArribaAbajoCapítulo X

De cómo Pizarro y Almagro anduvieron hasta el río de Sant Juan adonde se acordó que el piloto Bartolomé Ruiz fuese descubriendo la costa al Poniente y Almagro volviese por más gente.


Habiendo ido a embarcar a los navíos los cristianos españoles con sus capitanes, para salir a descubrir la costa adelante, alzaron las áncoras y tendidas las velas partieron de allí y anduvieron hasta que llegaron a un río que llamaron de Cartagena, cercano al río de Sant Juan, y dicen que saltaron en tierra algunos españoles con sus rodelas y espadas en las canoas que llevaban, y que, dando de súpito en un pueblo de indios que estaba a la orilla del río de Sant Juan, tomaron cantidad de quince mil castellanos, poco más o menos, y hallaron bastimentos y prendiéronse algunos cautivos, con que dieron vuelta a las naves muy alegres y contentos en ver que comenzaban a dar en tierra rica de oro y con mantenimientos; más todavía les daba pena en ver que la tierra era en una manera, llena de ríos y ciénagas con mosquitos, y que las montañas eran tan grandes y espantosas, que parecía que en algunas partes se escondían sus ramas entre las nubes, según eran altas; y determinaron de saltar en tierra y ver lo que había en ella y si hallaban más oro, ques la pretensión de los que de España venimos a estas Indias, habiéndose de anteponer todo por dar a estas gentes noticia de nuestra sagrada religión. Con las canoas tomaron tierra los de los navíos, los indios daban a entender ser aquella comarca montañosa, como verán, más que bien adelante había otra tierra y otra gente. Quisieron andar para ver si podían la tierra adentro ver campaña, que era lo que deseaban, mas los ríos que hay son tantos, que no basta ni se puede andar si no es por agua, y así lo acostumbran los naturales en canoas. Andan todos desnudos y moran en caneis grandes de sesenta e setenta, más o menos con sus mujeres y   —165→   hijos, y estos están desviadas unos de otros. Alcanzan en muchas partes cantidad de oro fino y bajo. Escrito he más largo sobre esto en mi parte primera. Pues como viesen que no había remedio para descubrir la tierra adentro por los muchos ríos, como sobre ello hubiesen tenido su acuerdo, determinaron que los españoles con el capitán Francisco Pizarro quedasen en ella, pues había mucho maíz y raíces que comer y tenían las canoas para andar de una parte a otra, y que Diego de Almagro con aquel oro que se había hallado diese la vuelta a Panamá a recoger más gente, y el piloto Bartolomé Ruiz navegase la costa arriba todo lo que pudiese para ver qué tierra se descubría; y así se hizo, partiéndose Almagro a Panamá y Bartolomé Ruiz a descubrir la costa. Los que quedaron con Pizarro andaban entre aquellos ríos bien mojados del agua que contino llueve y de los ríos; no hallaban sino caneis de los dichos, maíz no les faltaba y había batatas y palmitos que era medio mal; pero los mosquitos no los dejaban, y como siempre había enfermos moríanse algunos. El capitán puso tanto en este descubrimiento, que por parecerme no bastar en lo encarecer ni tener en mi escribir aquella audacia que requería temblándome la mano cuando aquí llegué considerándolo pasar adelante dejándolo para que a mí compete (sic); aunque no dejaré de decir que solos españoles pudieron pasar lo que estos pasaron. El piloto Bartolomé Ruiz descubriendo por la costa navegó hasta llegar a la Isla del Gallo, la cual dicen que halló poblada y aun los indios a punto de guerra, por el aviso que fue de unos a otros de cómo andaban los españoles por sus tierras de donde pasó y anduvo hasta que descubrió la bahía que llamaron de Sant Mateo y vido en el río un pueblo grande lleno de gente, que espantados de ver la nao la estaban mirando creyendo que era cosa caída del cielo sin poder atinar qué fuese. La nao prosiguió su viaje y descubrió hasta lo que llaman Coaque, y andando más adelante por la derrota del Poniente, reconocieron en alta mar venía una vela latina tan gran bulto, que creyeron ser carabela, cosa que tuvieron por muy extraña, y como no parase el navío se conoció ser balsa, y arribando   —166→   sobrella la tomaron; y venían dentro cinco indios y dos muchachos y tres mujeres, los cuales quedaron presos en la nave; y preguntábanles por señas de donde (sic) y adelante qué tierra había; y con las mismas señas respondían ser naturales de Túmbez, como era la verdad. Mostraron lana hilada y por hilar que era de las ovejas, las cuales señalaban del arte que son, y decían que había tantas que cobrían los campos. Nombraban muchas veces a Guaynacapa y al Cuzco, donde había mucho oro y plata. Destas cosas y de las otras decían tantas, que los cristianos que iban en el navío los tenían por burla, porque siempre mienten en muchas cosas destas que cuentan los indios; mas estos en todo decían verdad. Bartolomé Ruiz, el piloto, les hizo buen tratamiento holgándose por llevar tal gente de buena razón y que andaban vestidos, para que Pizarro tomase lengua. Y andando más adelante descubrió hasta punto de pasar (punta de Poseso o Paseau), de donde determinó de dar la vuelta a donde el capitán había quedado; y llegando, saltó en tierra con los indios. El capitán lo recibió bien holgándose con las nuevas que traía de lo que había descubierto. Los indios estaban firmes en lo que habían contado; fue alegría para los españoles que con Pizarro estaban verlos y oírlos.




ArribaAbajoCapítulo XI

Cómo saliendo en las canoas españolas por bastimentos, fueron muertos todos los españoles que iban en la una canoa con su capitán Varelor (Vareza) por los indios.


En el entretanto que Diego de Almagro había vuelto a Panamá por gente y socorro para proseguir el descubrimiento,   —167→   habían determinado el capitán y sus compañeros de andar por entre aquellos ríos. Comieron hartos dellos lagartos. Los enfermos vivían muriendo. Los que estaban sanos aborrían la vida, deseaban la muerte por no verse como se veían. El capitán esforzábalos diciendo que, venido Almagro, irían todos a la tierra que los indios que se prendieron en las balsas decían que (sobre este que); no querían oírlo ni creer a los indios cuando consideraban estas cosas; y como faltase mantenimiento fue necesario salirlo a buscar, pues no tenían que comer. Y en las canoas fueron los que señalaron, nombrando entrellos a uno por caudillo; los demás con el capitán se quedaron en la ranchería que tenían hecha. Los indios de aquellos ríos tenían por pesado estar los españoles en su tierra; juntáronse muchas veces para tratar de los matar; no osaban a los público dar en ellos porque los temían y habían miedo a las ballestas y espadas; más pensaron que cuando saliesen en sus canoas, como salían, por los ríos, de hacer algún gran hecho y matar a los que más pudiesen. Pues como saliesen las canoas, una de ellas donde iban catorce cristianos españoles con su caudillo, que había por nombre Varela, se adelantó de las otras por un caudilloso (sic) río por donde subían a buscar mantenimiento, más de una legua y era todo manglares y espesura, con grandes senagares de la contina agua. Y en aquella tierra andan los ríos como las mares de la mar austral, que es diferente del Océano, cada día menguaban y crecían; y como fuese bajamar, menguó tanto el río, que la canoa quedó en seco. Los indios viéronlas venir y como se había de las otras canoas adelantado la questaba en seco, y muy alegres, y bien almagrados y enjaezados, abajaron más de treinta canoas pequeñas el río abajo para matar los questaban en la grande. Los cristianos vieron los venir mas no tenían remedio para pelear ni para saltar en tierra, y encomendándose a Dios esperaron a ver en que paraba. Los indios con la grita y alarido quellos suelen dar, se juntaron con ellos y los cercaron por todas partes y les tiraban flechas las que podían, y como el tiro era cierto y no estaba lejos, acertaban donde apuntaban. La fortuna   —168→   de los españoles fue infelice, porque por una parte se veían cercados de los indios; la tierra estaba lejos el agua para que la canoa pudiera andar; las otras canoas también estaban en seco, y no pudiendo resistir a los tiros de los indios, fueron todos muertos; y con placer grande que los indios tenían los desnudaron hasta los dejar en carnes; y como ya el agua creciese pudieron las otras canoas subir el río arriba y conocer el daño que los indios habían hecho, de que recibieron mucha pena; y no apartándose unos de otros, en las canoas apesar de los indios, tomaron el bastimento que quisieron en los pueblos que toparon y con ello y con la canoa en que habían muerto a los cristianos, que por ser grande los indios no la pudieron llevar, volvieron adonde habían dejado el capitán, y como entendió la desgracia sucedida le pesó mucho.




ArribaAbajoCapítulo XII

Cómo Pedro de los Ríos vino por gobernador a Tierra Firme y de lo que hizo Almagro en Panamá hasta que volvió con gente.


Pedrarias Dávila había ido a Nicaragua adonde cortó la cabeza al capitán Francisco Hernández; según que tiene escrito el cronista Hernando (sic) de Oviedo, y d'España había enviado por su gobernador el Emperador a un caballero de Córdoba llamado Pedro de los Ríos, y llegó a Panamá andando Almagro descubriendo con Pizarro, su compañero; y fue admitido por los cabildos al cargo, y tenido por gobernador por los questaban en la provincia. Y esto entendido digo que volviendo a nuestra materia ya conté cómo Diego de Almagro, dejando en   —169→   el río de Sant Juan al capitán Pizarro con los españoles dio la vuelta a Panamá, y llegando a la isla de Taboga, supo estar Pedro de los Ríos por gobernador de la ciudad. Pesole, creyendo que sería estorbo para sacar gente de la tierra. No quiso entrar en el puerto hasta saber del padre Luque su compañero, lo que sobre aquello le parecía, y envió con prisa su mensajero, escribiendo con él a Luque, su compañero, su venida y a qué era, y el oro que traía y adonde dejaba a los españoles, y otras cosas. A Pedro de los Ríos escribió otra carta casi diciendo lo mismo, yendo con la de su compañero el maestrescuela, para que le dijese si conviniese o la rompiese si había de dañar. Mas como el clérigo Luque vio las cartas, habló con Pedro de los Ríos dándole la carta que Almagro le enviaba. Respondió que le pesaba el saber que tantos españoles se hobiesen muerto con aquella conquista. Prometió de dar el favor que pudiese, siendo servido Dios y del Rey. Mandó que luego viniesen a Panamá Diego de Almagro; a quien fue aviso de lo dicho y con su navío entró en el puerta de aquella ciudad, diciendo todos que venían del Perú. El Gobernador salió con algunos caballeros a le recibir hasta la marina, y por extenso le contó Almagro todo lo que había pasado y la esperanza que se tenía de que se había de descubrir tierra rica y muy poblada. Como esto entendió Pedro de los Ríos, confirmó los cargos que de mano de Pedrarias tenían Pizarro y Almagro; mandó darles provisiones dello, y permitió que se hiciese gente; y juntó Diego de Almagro con gran dificultad y trabajo hasta cuarenta españoles de los que habían venido de (sic) Panamá, porque en aquel tiempo no venían tantos como en este. Con esta gente y con seis caballos y el refresco que pudo haber de carnaje y alpargatas y camisas, bonetes, cosas de botica y más que convenían para los que estaban desproveídos tornó a salir de Panamá. En el inter questo pasaba, Francisco Pizarro y sus compañeros andaban como solían por entre aquellos ríos y manglares, comiéndose de mosquitos, pasando intolerables trabajos y desaventuras, y andaban aborrido de andar por aquel infierno; quisieran todos volverse a Panamá; como aún   —170→   el temor y vergüenza hubiesen consigo no osaban hacerlo contra la voluntad de su capitán; mas en tierra pobre no hay deslealtad, y adonde hay riqueza, la misma riqueza repuna contra la virtud, tanto que todo se rinde a la avaricia; y por haber dineros se meten muertos (se cometen muertes) y hacen robos y lo que habéis visto que ha pasado en estos años en este reino. Cuando estaban en corrillos los españoles, decían que los tenía Pizarro por fuerza; no lo inoraba él, mas disimulaba, porque tenían razón, y al hambriento no se puede remediar sino con hartallo. Aguardaba a su compañero con gran deseo de verlo. No se tardó muchos días cuando vieron el navío y salieron en tierra los que en él venían, espantándose los de la mar de ver a las de la tierra tan amarillos y flacos.




ArribaAbajoCapítulo XIII

De cómo los capitanes con los españoles se embarcaron y anduvieron hasta Tacamez y lo que les sucedió.


Habiendo Diego de Almagro juntádose con el capitán Francisco Pizarro, como se ha escrito en el capítulo pasado, determinaron de se embarcar todos los que habían venido y de antes estaban y procuraban de saber la tierra que decían los indios que Bartolomé Ruiz tomó en la balsa, a quien procuraban con diligencia mostrar la lengua nuestra, para que supiesen responder a lo que les preguntasen y fuesen intérpretes. Como se embarcaron, anduvieron hasta llegar a la Isla del Gallo adonde estuvieron quince días reformándose del trabajo pasado. Salieron luego, pasada este término, con los navíos y canoas   —171→   luengo de costa, y por un gran río que entraba en la mar, quiso Pizarro, que dentro de una canoa iba, a entrar (sic) para descubrir lo que había; más la canoa zozobró en una barra que estaba entre la mar y el río; la otra no corrió tanto riesgo, el capitán estaba en ella y veía andar a nado a los españoles de lo (la) que se había perdido, y con gran priesa llegó a la canoa para los recoger, y los tomaron todos sino fueron cinco que se ahogaron; y salieron de aquel lugar tan peligroso, se recogeron a los navíos y fueron hasta la bahía de Sant Mateo, donde saltaron todos en tierra y sacaron los caballos, y fueron la vuelta de Tacamez con ellos, porque antes por ser la tierra llena de manglares y de ríos, no habían sido menester. Deseaban mucho topar con algún hambre o mujer de aquella comarca, para tomar lengua de lo que habían (sic). Las de a caballo reconocieron buen trecho de allí questaba un indio ganoso (sic) de lo tomar pusieron las piernas para lo asir, mas como sintió la burla, espantado de los caballos, puso pies en huida con tanta ligereza, que los que le iban siguiendo se espantaron, y con temor de no quedar cautivo en poder de los españoles, cuya fama se extendía que de su crueldad, y con gana de no perder su naturaleza, corrió con tan gran denuedo, que me afirmó uno de los de a caballo, que el llegar suyo y el caer del indio en el suelo y salírsele el ánima perdiendo el aliento y vigor, fue todo uno. No dejaron de caminar los españoles pasando más trabajo que antes por los muchos mosquitos que había que eran tantos, que por huir de su importunidad, se metían entre la arena los hombres enterrándose hasta los ojos. Es plaga contagiosa la de los mosquitos. Moríanse cada día españoles dellas y de otras enfermedades que les recrecieron. Poco más adelante aquel lugar, tomaron tres o cuatro indios; dijeron medio por señas lo que había en aquella tierra. Prosiguiose el caminar por mar y tierra hasta llegar al pueblo de Tacamez, donde hallaron mucho maíz con otras comidas de las que usan las gentes de acá. Los naturales de la tierra sabían muy bien lo que pasaba, y como por la mar iban los navíos y por la tierra venían andando hombres blancos barbudos y que   —172→   traían los caballos que corrían como viento; preguntábanse unos a otros qué pretendían o qué buscaban, porque causa les robaban el oro que hallaban y les cautivaban sus mujeres, y a ellos hacían lo mismo; cobráronles gran desamor y entre muchos hicieron liga de los matar. Los españoles alegres con el mucho maíz que hallar (on) comían descansando; porque habiendo necesidad, como los hombres tengan maíz, no la sienten, pues del se hace miel tan buena como saben los que la han hecho y tan espesa como la quieren hacer, porque oy (¿yo?) habré hecho alguna en esta vida, y tienen pan y vino y vinagre, de manera con esto y con yerbas, que siempre las hay, no faltando sal, los que andan en descubrimiento llamábanse de buena dicha. Algunos de los indios habíanse puesto a vista con temor, porque su ánimo es poco; más deseaban (claro) para hacer algún daño a su salvo. Los españoles salieron parte dellos con rodelas y espadas, sin llevar más que dos caballos y fueron para los indios, más no osaron aguardar; por presto que se echaron a la mar se untaron las lanzas en la sangre de algunos dellos. Temerosos de tal gente no quisieron ponerse a la burla pasada. Estos, digo porque otros se acaudillaban para venir sobre los cristianos, que más de ocho días estuvieron allí; e un día oyeron soltar de los navíos un tiro, creyendo que venían sobrellos gran golpe de indios. Quiso el capitán revolver a la bahía, mas como lo comunicase con Almagro, no se supo en efecto, porque mandó algunos españoles que tomasen un cerrillo que acerca de allí estaba, para atalayar lo que hobiere, y era todo quince o veinte raposas grandes desde lejos como las veían, creían que eran indios. Yendo a reconocerlo que era uno de a caballo, lo entendió y avisó dello. E como hobiesen salidos todos del real, tenían (¿sed?) porque no había por allí ningún río ni xagüey de los muchos que en otras partes había sobradas, y por remediar la necesidad, mandó Pizarro que fuesen los questaban a caballo y que trujesen todos los cabacos (calabazos) que hubiese llenos de agua. De los naturales se habían juntado poco más de doscientos para dar guerra a los españoles, porque sin razón ni justicia andaban   —173→   por su tierra contra la voluntad dellos. Los que iban en los caballos, a la vuelta que volvían a la bahía, los vieron e determinaron dar en ellos; los indios los aguardaron por su mal, porque quedaron en el campo muertos ocho y cautivas tres; los demás huyeron espantados de las caballos. Los españoles fueron con el agua adonde los aguardaban sus compañeros bien fatigados de la sed, y todos fueron a la bahía donde hallaron bastimento y estuvieron nueve días; en los cuales platicaron mucho sobre rehacerse y juntar más gente para venir de propósito al descubrimiento de lo de adelante. Almagro lo contradecía diciendo que no se entendían en decir que sería acertado volver a Panamá, pues yendo pobres iban a pedir de comer por amor de Dios y a morar en las cárceles los questuviesen con deudas y que era harto mejor quedar donde hubiese bastimento y con los navíos ir por socorro a Panamá, que no desamparar la tierra. Dicen algunos que Pizarro estaba tan congojado con las trabajos que había pasado tan grandes en el descubrimiento que deseó entonces lo que jamás del se conoció que fue volverse a Panamá y que dijo a Diego de Almagro que como el andaba en los navíos yendo y viniendo sin tener falta de mantenimientos ni pasar por los excesivos trabajos que ellos habían pasado era de contraria/opinión para que no volviesen a Panamá y que Almagro respondió que/el quedaría con la gente de buena gana y que fuese/él a Panamá por el socorro y que sobresto hobieron palabras mayores tanto quel amistad y hermandad se volvió en rencor y que echaran mano a las espadas y rodelas con voluntad de se ir (sic) mas poniéndose/en medio el piloto Bartolomé (sic) Ruiz y Nicolás de Ribera y otros los apartaron y entreviniendo entrellos los tornaron a conformar y se abrazaron/olvidando la pasión dijo el capitán Pizarro que quedaría con la gente/en donde fuese mejor y que Almagro volviese a Panamá por socorro esto pasado salieron dallí y pasaron el río de la baya para ver unos pueblos que se parecían si era conveniente quedar en ellos/o buscar/otro lugar.



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ArribaAbajoCapítulo XIV

Cómo los españoles querían todos volverse a Panamá y cómo no pudieron, y Diego de Almagro se partió con los navíos quedando Pizarro en la Isla del Gallo, y de la copla que enviaron al gobernador Pedro de los Ríos.


Pasado el río los españoles no les contentó la tierra que vieron porque era muy cerrada de montaña y muy lluviosa y los ríos llenos de caneies de indios que bastaban a matar los que quedasen. Esto fue causa que la costa amba anduvieron hasta llegar a Tempulla, que llamaron Santiago, donde estaba un río caudaloso. Estuvieron por allí ocho o diez días; tuvieron temor a los indios y salieron con priesa daquella tierra. Todos los más hablaban mal de Pizarro y Almagro; decían que los tenían cautivos sin los querer dar licencia para salir dentre aquellos manglares; quisieron irse todos. Los capitanes con buenas palabras los divertían (desvelaban en el original) de aquello esforzándose los (claro) de lo de adelante; mas tenían sus pláticas por pesadas que por alegres. Con estas cosas volvieron a la bahía de Sant Mateo, donde tornaron a tratar en qué lugar sería seguro quedar entretanto que Almagro fuese a Panamá, y viniese a los buscar. Después de muchas consideraciones se acordó quel capitán Pizarro quedase en la Isla del Gallo hasta que el socorro viniese. Los españoles tornaron los más dellos a intentar que sería bueno volverse todos y no morir miserablemente adonde aun no tenían lugar sagrado para tener sepultura; y no más fuera parte sus importunidades, porque Dios permitió que de aquella vez se descubriese la grandeza del Perú. Almagro se aparejó para se ir, llevando grande aviso de recoger las cosas (¿cartas?) que fuesen, porque sabían que iban llenos (sic) de quejas de su compañero y del, porque perseveraban en el descubrimiento, y se embarcó en él un navío y se partió; en el otro lleva ron la gente a la isla   —175→   del Gallo, donde se habían de quedar todos eran ochenta y tantos españoles, porque ya se habían muerto las demás. Y a cabo de un mes que había que estaban en la Isla del Gallo, el capitán Pizarro determinó el otro navío fuese a Panamá, yendo en él veedor Carvayuelo, para que se adobase y viniese con el que llevó Almagro. Y como los españoles anduviesen de tan mala gana, afirman quescribieron algunos dellos cartas al gobernador Pedro de los Ríos, suplicándole que les quisiese libertar de la cautividad en que andaban, no embargante que Francisco Pizarro procuraba que no fuesen las cartas fueron algunas; y dicen que habiendo doña Catalina de Sayavedra, mujer del gobernador, enviado a pedir algunos ovillos de algodón hilado, porque le informaron que había en aquellas tierras mucho, que un español envió dentro de un ovillo una copla que decía:


A Señor Gobernador miradlo bien por entero
allá va el recogedor y acá queda el carnicero.



Aunque bien cuentan algunos que esta copla fue en el navío donde iba Almagro, entre otras que fueron para el Gobernador. También fue en el navío de Almagro un español llamado Lobato enviado de la gente para que procurase como fuesen puestos en libertad para salir dentre aquellos manglares; y este pudo salir para (¿por?) ser amigo de Almagro, que de otra manera no fuera. Partidos los navíos, como se ha dicho, y quedando en la Isla del Gallo Francisco Pizarro con los españoles, los indios isleños no quisieron tales vecinos y tuvieron por mejor dejalles sus casas y tierra que no estar entrellos, y pasáronse a la tierra firme, querellándose de aquellos advenedizos; lo cual decía por los españoles. Bastimento no había mucho en la isla; agua había tanta délos cielos que ordinariamente llovía lo más del tiempo, con andar la espesura de los nublados entre las nubes y la región del aire, el sol daba poca claridad y no veían el cielo aquella serenidad con que los hombres se conortan (confortan) y alegran sino oscuridad y ruido de truenos   —176→   con gran resplandor de relámpagos. Los mosquitos creanse abundantemente con estas cosas (¿en esas costas?) y como los naturales faltasen, cargaban todos sobre los tristes hombres que solos en la isla habían quedado; y muchos andaban medio desnudos y sin tener con que se cobrir y como anduviesen mojados y por entre aquellas montañas y malos caminos, murieron parte dellos: porque sin todas estas penalidades morían ya de hambre y casi no hallaban que comer. Y con razón se dijo por algunos la muerte ser fin de los males; cierta en algunos tiempos he pasado yo tal vida en semejantes descubrimientos, que la he deseado; y lo (¿la?) que estos pasaban considerarla (han) los leyentes, aunque uno es sentir y otro es decir. Visto por Francisco Pizarro la necesidad que tenían de comida, platicó con sus compañeros sobre que sería acertado hacer un barco para pasar a buscar maíz a la tierra firme. Como a todos conviniese luego se puso por obra, y aunque se pasó trabajo grande en lo hacer, se acabó, y pasaron algunos españoles a la Tierra Firme y volvieron con el cargado de maíz con que todos se sostuvieron algunos días.




ArribaAbajoCapítulo XV

De cómo llegado Diego de Almagro a Panamá el gobernador Pedro de los Ríos, pesándole de la muerte de tanta gente no le consintió que sacase más, y como envió a Juan Tufín (sic por Tafur) y que (¿a?) que pusiese en libertad a los españoles y lo que hizo Pizarro con las (¿?) que sus compañeros le enviaron.


Diego de Almagro, como salió en el navío, como se ha dicho, prosiguió su viaje a Panamá, donde llegó brevemente   —177→   y entendido por el gobernador Pedro de los Ríos a lo que venía no le agradó antes mostró sentimiento porque se hobieron muerto tantos españoles en aquella tierra sin hacer fruto los trabajos que habían pasado y pasaban, y determinadamente dijo que había de buscar remedio para evitar quel daño no fuese adelante. Diego de Almagro le ponía por delante lo que habían gastado y lo que debían y como tenían gran noticia de lo de adelante. Réyese de su dicho él y todos diciendo que en la tierra de Peruquete, ¿qué podía haber sino buenos ríos y hartos manglares? El maestrescuela don Hernando de Luque, procuraba con todas sus fuerzas con Pedro de los Ríos para que no estorbase el descubrimiento que hacía Pizarro. No bastó él ni Almagro, porque Pedro de los Ríos quería enviar por los españoles, puesto que acabaron con él con gran dificultad que si veinte españoles de su voluntad de los que estaban en la conquista quisiesen seguir a Francisco Pizarro, que daba licencia que con un navío pudiesen describir por la misma costa lo de adelante, con tanto que dentro de seis meses estuviesen en Panamá, y si no llegasen a veinte y subiesen de diez, que daba la misma licencia. Y entendiese que hizo este Pedro de los Ríos por cumplir con Luque y con Almagro; porque fue público que habló con Juan Tafur, que fue el que llevó el mandamiento, para que procurase que no quedase cristiano ninguno en aquellas montañas. Como esto se proveyó, recibieron grande pena Almagro y el padre Luque, ponderando desde el principio el negocio, cuanto habían trabajado y gastado, lo mucho que debían y lo poco que tenían para lo pagar. Determinaron de escribir a Pizarro para que no volviere a Panamá aunque supiere morir, pues si no se descubría algo que fuese bueno, para siempre quedarían perdidos y afrentados. Juan Tafur con los navíos se partió y anduvo hasta que llegó a la Isla del Gallo, a tiempo que habían traído e n el barco una barca de maíz.



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ArribaAbajoMercurio Peruano

Revista Mensual de Ciencias Sociales y Letras


Director: Víctor Andrés Belaunde


Año XXI, Volumen XXVII - Número 233


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ArribaAbajoCapítulo XVI

Cómo llegó Juan Tafur adonde estaban los cristianos, y cómo fueron puestos en libertad quiriendo todos si no fueron trece (E) volviéronse y estos y Pizarro se quedaron.


Llegado a la Isla del Gallo Juan Tafur con los navíos, como los españoles questaban con el capitán Francisco Pizarro entendieron a qué era su venida, lloraban de alegría. Parecíales que salían de otro cautiverio peor aquel de éxito. Echaban muchas bendiciones al Gobernador que tan bien lo miró. Presentó el mandamiento y fue obedecido, no dejando Francisco Pizarro de tener congoja grande, viendo por una parte como todos se querían ir, y mirando lo que sus compañeros le escribían, determinó de perseverar en su demanda, confiando en Dios que le daría aliento y aparejo para ello, y con semblante reposado dijo a sus compañeros cómo por virtud del mandamiento que había venido de Panamá podían volverse y era en su mano, y que si él no había consentido que dejasen la tierra, era porque, descubriendo alguna buena se remediasen, porque ir pobres a Panamá lo tenían (¿o tenía?) por más trabajo que no morir, pues iban a dar importunidad; y díjoles más que se holgaba de una cosa, que si habían pasado trabajo y hambres que (¿no?) se había él eximado de no pasarlos, sino hallarse en la delantera, como todos habían visto; por tanto que les rogaba lo mirasen y considerasen lo uno y lo otro y que les siguiesen para descubrir por camino de mar lo que hobiese pues los indios que tomó Bartolomé Ruiz decían tantas maravillas de la tierra de adelante. Aunque el capitán dijo estas palabras y otras a sus compañeros, no le quisieron oír, antes dieron prisa a Juan Tafur para que se volviese a Panamá y los sacase de entre aquellos montes, sino fueron trece, que de compasión que le tuvieron y por no querer volver a Panamá   —182→   , dijeron que le tendrían compañía para vivir o morir con él. Y porque permitiéndolo Dios, Francisco Pizarro con estos trece descubrió el Perú, como se dirá adelante, los nombraré a todos; y digo llamarse Cristóbal de Peralta, Nicolás de Ribera, Pedro de Candía, Domingo de Soria, Lucian (Soraluce), Francisco de Cuellar, Alonso de Molina, Pedro Falcon, García de Xérez, Antón de Carrión, Alonso Briceño, Martín de Páez, Juan de la Torre. Estos con toda la voluntad se ofrecieron de quedar con Pizarro, de que no poco se alegró, dando gracias a Dios por ello, pues había sido servido de ponelles en corazón la quedada. Y habló con Juan Tafur para que le diese uno de los navíos como el Gobernador mandaba, para los que le querían, seguir a descubrir lo de adelante. No quiso dar el navío Tafur, que fue otro dolor para el congojado Pizarro; ni bastó requerírselo ni protestárselo ni rogárselo ni aun partidos y promesas grandes que le hizo para que dejase uno de los navíos y como esto vio muy atribulado le dijo que se fuese con Dios, quel se quedaría con aquellos poquitos allí, hasta que de Panamá le enviasen navío. Tafur, no creyendo que quisiesen quedar entre indios tan pocos hombres, pues eran más temeridad que esfuerzo; le respondió que fuese en buen hora. Esto pasado, el capitán habló con los que habían de quedar con él para se determinar en qué lugar podrían quedar seguramente sin temor de los indios hasta que de Panamá les enviasen navío; y entrellos platicando (platicado) y bien pensando (pensado) acordaron de quedar en la isla de la Gorgona, aunque era mala tierra, porque no había gente y tenían agua y podrían con el maíz que tenían pasarse algunos días en ella. Y escribió a sus compañeros de la manera que quedaba y cuando convenía que con brevedad le enviasen navío para descubrir la tierra que decían los indios que se tomaron en la balsa. También escribió al Gobernador mostrando sentimiento por lo que había proveído; y metiéndose en los navíos Pizarro se quedó en la Gorgona con los ya nombrados e algunos indios e indias. Juan Tafur lo hizo tan mal, que dicen que aun no daba lugar para que sacasen el maíz que les había   —183→   de quedar, y que lo echaron en la marina con la prisa que daba, donde se perdió mucho dello; y se quería llevar los indios de Túmbez que tenía Pizarro para lenguas; mas, al fin los dio yendo Ribera por ellos al navío donde se estaban; y Juan Tafur con los españoles dio la vuelta a Panamá, habiéndole primero rogado Francisco Pizarro al piloto Bartolomé Ruiz, que volviese en el navío que había de venir, y quedó en la Gorgona con sus trece compañeros.




ArribaAbajoCapítulo XVII

Cómo el capitán Francisco Pizarro quedó en la isla desierta y de lo mucho que pasó él y sus compañeros y de la llegada de los navíos a Panamá.


Los que hobieren visto la isla de la Gorgona no se espantarán de ver cuanto encarezco lo que en ella pasaron los españoles y como no digo nada de su espesura tan cerrada y los cielos abiertos para echar agua encima della. En el mar Océano, entre las Indias, y la tercera estaba una isla a que llaman la Bermuda. Es mentada, porque en su paraje a la continua pasan tormenta los navegantes huyen della como de pestilencia. En la Mar del Sur la Gorgona tiene el sonido de no ser tierra ni isla sino aparencia del infierno. Y quiso Pizarro quedar en el lugar que conocía ser tan malo, por tenerlo por más seguro que la Isla del Gallo ni la tierra firme. Y fueron los trabajos que pasaron en ella en extremo grado grandes, porquel llover, tronar, relampaguear es contino; el sol dejase pocas veces ver, tanto que por   —184→   maravilla los nublados descubren para que las estrellas se vean en el cielo. Mosquitos hay los que bastaran a dar guerra a toda la gente del Turco. Gente no hay ninguno, ni fuera razón que poblar(a) en tierra tan mala. Montaña es mucha la que hay y tan espesa como espantosa. Lo que tiene de contorno esta isla en los grados questá, escrito lo tengo en mi primera parte. Los españoles sin perder la virtud de su esfuerzo, hicieron como mejor pudieron ranchos que llamamos «acá a» las chozas para guarecerse de las aguas; y de una ceiba hicieron una canoa pequeña, en la cual entraba el capitán con uno de los compañeros y tomaban peces con que algunos días comían todos. Otras veces salía con su ballesta y mataba de los que llamamos guadaquinajes, que son mayores que liebres y de tan buena carne; y dicen que hobo día quel solo con su ballesta mató diez destas. De manera questuvieron con gran paciencia entendían en no parar por buscar de comer para sus compañeros. Y tal fue su diligencia, que con la ballesta y canoa bastó a lo hacer sin mostrar sentimiento del agua ni de nunca enjugarse ni dejar de oír el continuo ruido de los mosquitos; questuvieron enfermos en esta isla Martín de Trujillo y Peralta, remediaron harto los guadatinajes para que comiesen. Hallaron en aquella isla una fruta que tenía el parecer casi a castaña, tan provechosa para purgar que no es menester otro ruibarbo, ni más que una dellas. Uno de los españoles comió dos y quedó, tan purgado, que aína se quedara bulrrado (sic). Vieron otra fruta montesina como ubillos; desta comían y era sabrosa. Entre las rocas y concavidades de las peñas questaban en la costa de la mar de la isla, tomaban pescado, e de día y de noche toparon culebras mostruos (sic) de grandes, mas no hacía daño ninguno. Monos los hay grandísimos, y gaticos pintados, con otras salvajinas extrañas muy de ver. De las sierras que hay en la isla abajan ríos que nacen en ella, de agua muy buena en todos los meses del año en la creciente de la luna, se ve que viene a esta isla por algunos cabos della, siendo ya pasado el día al poner del sol, enfinidad del   —185→   pece que llamamos aguja, a desovar en tierra. Los españoles alegres, aguardábanlos con palos y mataban los que querían; y pescaban muchos pargos y tiburones; y otras maricinas (sic) hallaban, y que fue Dios servido que, bastó a los sustentar con el maíz que les había quedado; de manera que nunca les faltó que comer. Todas las mañanas daban gracias a Dios y a las noches lo mismo, diciendo la salve y otras oraciones, como cristianos, y que Dios quiso guardar de tantos peligros. Por las horas sabían las fiestas, y teníanse (sic) cuenta en los viernes y domingos. Y con tanto los dejaré pasar esta vida hasta que el navío vuelva por ellos; y diré como llego Juan Tafur con los otros cristianos a Tierra Firme, que llamaban Castilla del Oro.




ArribaAbajoCapítulo XVIII

De cómo Jafur (sic por Juan Tafur) llegó a Panamá y cómo volvió un navío a la Gorgona al capitán Francisco Pizarro.


Habiendo dejado en la isla a Francisco Pizarro, Juan Tafur con los cristianos questaban embarcados en los navíos anduvieron hasta llegar a Panamá donde estaba el gobernador Pedro de los Ríos; y como supo que Francisco Pizarro con tan pocos españoles había quedado en la Gorgona pesole, diciendo, que, si se muriese o fuesen indios a lo matar, que sobrellos cargase la culpa, pues no habían querido venir en los navíos con Juan Tafur. Los que habían venido contaban las lástimas de los trabajos y hambres que habían pasado y era muy gran dolor oillos. El padre Luque y Diego de Almagro leyeron   —186→   las cartas de su compañero Francisco Pizarro y derramaron muchas lágrimas de compasión que del tuvieron, y con voluntad de le enviar con brevedad un navío para que con él pudiese descubrir lo de adelante o volverse a Panamá, fueron al Gobernador a pedille licencia para ello, poniéndole por delante grandes causas. Respondió que no quería dar tal licencia ni consentir que fuese navío de Panamá. Almagro con requerimientos se lo protestó, afirmando se hacía sin justicia, pues habiendo trabajado y gastado tanto en aquel descubrimiento, no quería dar lugar a que fuese navío a traer los que habían quedado en la isla. Con estas cosas y otras (que) dijo Almagro conociendo el Gobernador que tenía razón, dio licencia de que fuese el navío, de que se alegraron mucho los dos compañeros; y con mucha diligencia metieron en uno de los que estaban en el puerto mucho bastimento; y como estuviese presto para el viaje, volvieron al Gobernador a decille que diese lo que mandaba, porque lo querían enviar; y dicen que le había pesado por haber dado licencia para ello, y que respondió, que él enviaría a ver el navío y a lo que lo registrasen y le avisasen si estaba para navegar; y que habló de secreto con un Juan de Castañeda, para que yendo él con un carpintero a quien llamaban Hernando, a ver la nao, dijesen que no estaba para navegar ni salir del puerto hasta que la adobasen. Más cuentan que Castañeda, habiéndose cristianamente, lo hizo mejor que Pedro de los Ríos se lo había mandado, porque si hubiese traición aprovechó y no dañó nada, antes luego el mismo Pedro de los Ríos envió a llamar a Diego de Almagro, a quien dijo que fuese el navío con la bendición de Dios en busca del capitán, con tanto que cumpliesen lo quel les daría por una instrucción firmada de su nombre, que era la instancia della, que pudiesen navegar hasta seis meses los cuales pasados, viniesen a Panamá a dar cuenta de lo que habían hecho, so algunas penas que para ello puso. Esto hecho, el maestrescuela don Hernando de Luque y Diego de Almagro escribieron al capitán cartas alegres y que bien había mostrada su gran valor, pues así había osado con tan poca gente quedar en una tierra yerma y tan mala; y que habían trabajado harto de le enviar   —187→   navío, porque el Gobernador lo estorbaba; por tanto, que procurase de llegar con él a la tierra de Túmbez que los indios decían, pues llevaban a Bartolomé Ruiz en el navío por piloto, que fue el mesmo que les prendió en la balsa. Como lescribieron estas cosas y otras, se partió Bartolomé Ruiz con el navío, sin llevar más gente que los marineros, y se dio a priesa navegar camino de la Gorgona.

El capitán con los españoles que habían quedado en ella pasaban sus vidas con el trabajo que en el capítulo pasado se dijo, comiendo de lo que mariscaban y pescaban, y del maíz que les había quedado; estando aguardando el navío como si fuera la salvación de sus ánimas; tanto lo deseaban, que los selajes (sic) que se hacían bien dentro de la mar, se les antojaba que era él; y coma viesen que no venía a cabo de tanto tiempo que había que se partieron los navíos, muy congojados y trabajados estaban con determinación de hacer balsas para se volver a Panamá la costa abajo. Y habiendo (lo) concertado estuvieron un día bien adentro en la mar venir el navío; unos dellos los tuvieron (sic) por palo, otros por otra cosa, porque tanto lo deseaban, que aunque conocieron que era vela, no lo creían; más como llegó cerca blanquearon las velas y conocieron que era lo que tanto deseaban; de que recibieron tanta alegría que de gozo no podían hablar; y tomó puerto en la isla a hora de medio día saliendo luego en tierra el piloto Bartolomé Ruiz con algunos marineros y se abrazaron unos con otros con gran placer, contando los de tierra a los que venían por la mar lo que habían pasado en la isla, y ellos contaban lo que les había sucedido en el viaje, como se suele hacer.



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ArribaAbajoCapítulo XIX

De cómo el capitán Francisco Pizarro con sus compañeros salieron de la isla, y de lo que hicieron.


Después de haber llegado el navío a la Gorgona, como se ha contado, y que Francisco Pizarro hobo visto las cartas de sus compañeros lo platicó con los que con él estaban, que sería bien que en aquella isla se quedasen todos los indios e indias que tenían de servicio, pues había harto bastimiento de lo que había venido en el navío con el bagax que tenían, que no era mucho, y para en guarda dellos tres españoles de los más flacos. Este consejo fue loado de todos, y quedaron Peralta, Truxillo y Páez, los cuales con todo lo demás, se habían de tomar a la vuelta en el navío. Los indios de Túmbez fueron dentro, porque ya sabían hablar y convenía no ir sin ellos para tenellos por lenguas. El capitán con los demás se embarcaron, y derecho al Poniente, por la costa arriba, navegaron y fue Dios servido deles dar tan buen tiempo, que dentro de veinte días que había que navegaron, reconocieron una isla que estaba enfrente de Túmbez y cerca de la Puná, a quien pusieron por nombre Santa Clara; y como tubiesen falta de leña y de agua, arribaron a ella para se proveer. En aquesta isla no hay poblado ninguno, mas tomanla (sic) la comarca por sagrada, y a tiempos hacían en ella grandes sacrificios, ofreciéndole la ofrenda de la Capaciochi (sic) el demonio, quien estaba tan enseñoreado en estas gentes por la (hay un claro en la copia que debe llenarse con la palabra permisión) de Dios era visto por los sacerdotes (Aquí falta algo) tenían ídolos o piedras en que adoraban. Los indios de Túmbez que venían en el navío, como vieron la islata (sic) reconociéronla y con alegría decían al capitán cuán cerca estaban de su tierra. Echado el batal fueron allá el capitán con algunos de los españoles; e toparon la huata donde adoraban, que era su   —189→   ídolo de piedra poco mayor que la cabeza del hombre ahuesado con punta aguda. Vieron la gran muestra de la riqueza que tenían por delante, porque hallaron muchas piezas de oro e plata pequeñas a manera de figura, de manos, exetas (sic tetas) de mujer, e cabezas, e un cántaro de plata, que fue el primero que se tomó, en que cabía (sic) una arroba de agua, y algunas piezas de lana, que son sus mantas, a maravilla ricas e vistosas. Como los españoles vieron estas cosas y las hallaron, estaban tan alegres cuanto se puede pensar. Pizarro quejábase de los que fueron con Juan Tafur, pues por no venir con él, no serían parte para de aquella vez hacer algún gran hecho en la tierra. Recogéronse a la nao oyendo a los indios de Túmbez que no era nada aquello que habían hallado en aquella isla, para lo que había en los otros pueblos grandes de su tierra; y navegando su camino, otro día a hora de nona (tres de la tarde) vieron venir por la mar una balsa tan grande que parecía navío, y arribaron sobrella con la nao y tomáronla con quince o veinte indios que en ella venían vestidos con mantas, camisetas y en hábito de guerra, y dende a un rato vieron otras cuatro balsas con gente. Preguntaron a los indios que venían en la que había tomado, que ¿dónde iban y de dónde eran? Respondieron que ellos eran de Túmbez, que salían a dar guerra a los de la Puná, que eran sus enemigos; y así lo afirmaron las lenguas que traían. Como emparejaron con las otras balsas, tomáronlas con los indios que venían en ellas, haciéndoles entender que los detenían para los tener cautivos ni para los detener sino para que fuesen juntos a Túmbez. Holgáronse de oír esto, y estaban admirados de ver el navío y sus instrumentos y a los españoles como eran blancos y barbados. El piloto Bartolomé Ruiz fue con el navío arribando en tierra, y como vieron que no había montaña, ni mosquitos, dieron gracias a Dios por ello. Llegados en la playa de Túmbez surgieron, y díjoles el capitán a los indios que habían tomado en las balcas, que supiesen quel no venía a los dar guerra ni hacelles enojo ni mal ninguno, sino a conocellos para tenellos por amigos y compañeros, y que se fuesen con Dios a su tierra, que   —190→   así lo dijesen a sus caciques. Los indios con las balcas y todo lo que en ella trujeron sin les faltar nada, se fueron en tierra, diciendo al capitán, que ellos lo dirían a sus señores y volverían presto para ellos (sic) mandado suyo. Y esto que se les dijo a los indios y otras cosas bastaba para decirlo y responder sus respuestas los indios de Túmbez que habían tenido con ellos tantos días, que habían aprendido mucha parte de nuestra lengua.





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ArribaAbajoMercurio Peruano

Revista Mensual de Ciencias Sociales y Letras


Director: Víctor Andrés Belaunde


Año XXVI, Volumen XXXII - Número 289


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ArribaAbajoCapítulo XVIII

De cómo después que Gonzalo Pizarro fue recibido por gobernador en Quito determinó de ir a la conquista del Dorado, y la salida que hizo de Quito.


Ya contamos en lo de atrás como el marqués don Francisco Pizarro mandó al capitán Gonzalo Pizarro, su hermano, que se partiese para la ciudad de Quito, y que en ella, por virtud de una provisión de Su Majestad, se hiciese recibir por gobernador. Y, a la verdad, la provisión no decía que el Marqués pudiese dividir la gobernación, ni más que, si le pareciese, la pudiese dejar toda ella entera a cualquiera de sus hermanos o a la persona que le pareciese; mas el intento del Marqués fue apoderar a su hermano en aquella provincia para que Su Majestad no la diese en gobernación a Belalcázar, que ya se sabía de su ida por el río Grande abajo. Aunque esto sea así; quieren decir que el Marqués escribió a Su Majestad, que si le hobiese de acordar la gobernación, que Belalcázar era merecedor de cualquiera merced que le hiciese. Y también vino nueva a Los Reyes como el adelantado don Pascual de Andagoya venía por gobernador a la provincia del río de San Juan, y de sello recibió mucho enojo y proveyó por teniente de Gali e aún de Ancerma a un Isidro de Tapia, por grandes presentes, que, según se dijo, dio al secretario Antonio Picado; mas aunque éste fuera, no la recibieran ni dejaran a Robledo por él.

Pues volviendo a Gonzalo Pizarro, tanto anduvo que llegó a la ciudad de Quito, adonde halló a Lorenzo de Aldana, y por virtud de la provisión que hemos dicho le recibieron por gobernador del Quito, e San Miguel, e Puerto Viejo, e Guayaquil, e Pasto, y dende algunos días aportó a la costa de esta mar el capitán Pedro de Puelles, que en aquella ciudad había sido teniente de gobernador; y como Gonzalo Pizarro desease emprender alguna conquista e vido que había en aquella ciudad mucha gente, todos mancebos y soldados viejos, codició descubrir el valle del Dorado, que era la mesma noticia   —194→   que habían llevado el capitán de Añasco y Belalcázar, y lo que dicen de la Canela, que ya en ella había entrado poco tiempo había el capitán Gonzalo Díaz de Pineda. Éste, con cantidad de españoles, allegó descubriendo hasta unas sierras muy grandes, y en las faldas dellas salieron muchos indios a le defender el paso adelante y le mataron algunos españoles y entre ellos un clérigo, y tenían hechas grandes albarradas e fosadas; e anduvo algunos días por aquella tierra hasta que entró en los Quijos e valle de la Canela, y volviose a Quito sin poder descubrir enteramente lo que había tenido gran noticia, que los indios le decían que adelante, si anduviera más, hallara grandes provincias asentadas en tierra llana, llena de muchos indios que poseían grandes riquezas, porque todos andaban armados de piezas e joyas de oro, y que no había montaña ni sierra nenguna. Y como en Quito se toviese esta noticia, deseaban todos los que allá estaban hallarse en aquel descubrimiento; y luego el gobernador Gonzalo Pizarro, comenzó a se aderezar e salir de la ciudad haciendo gente e allegando caballos, y en pocos días juntó doscientos e veinte españoles de pie y de caballo, y nombró por su Maestre de campo a don Antonio de Rivera e a Juan de Acosta por su alférez general. Y después que la gente había de ir con él estaba aderezada, mandó al Maestre de campo don Antonio de Rivera que fuese delante con la avanguardia, y don Antonio respondió que era contento de lo hacer así, y todos se aparejaban para salir. En la ciudad de Quito quedó por teniente justicia mayor el capitán Pedro de Puelles. Salieron bien proveídos y aderezados o con mucho bastimento; e los naturales de Quito, por los ver fuera de los términos de sus provincias, decíanles que hallarían muy grande riqueza y engrandecían la tierra de que llevaban noticia, e los españoles ya lo tenían delante de sus ojos y así lo creían.

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ArribaAbajoCapítulo XIX

De cómo Gonzalo Pizarro salió de la ciudad de Quito para la ciudad de la Canela, que fue uno de los trabajosos descubrimientos que se han hecho en Tierra Firme e Mar del Sur.


Este descubrimiento y conquista que hizo Gonzalo Pizarro, no podemos dejar de decir que fue una de las fatigosas jornadas que se han hecho en estas partes de las Indias, y adonde los españoles pasaron grandes necesidades, hambres e miserias; que bien experimentaron la virtud de su nación las cosas que han acaecido en estas partes del mundo. A todos es público que muchas naciones superaron e hicieron sus tributarios a otros, e pocos vencían a muchos; e así decían del grande Alejandro, que con treinta e tres mil hombres macedones de su nación, trató y emprendió la conquista del mundo; y los romanos, muchos de sus capitanes que enviaban a guerrear las provincias acometían a los enemigos con tan poca gente, que es cosa ridiculosa creerlo; y como yo tengo harto que escribir en mi historia algunos ejemplos que pudiera traer para en loor de mi nación, remítome a lo escrito, adonde los curiosos lo podrán ver como yo. E digo que no hallo gente que por tan áspera tierra, grandes montañas, desiertos e ríos caudalosos, pudiesen andar como los españoles sin tener ayuda de sus mayores, ni más de la virtud de sus personas y el ser de su antigüedad; ellos en tiempo de setenta años, han superado y descubierto otro mundo mayor que el que teníamos noticia, sin llevar carros de vituallas, ni gran recuaje de bagaje, ni tiendas para se recostar, ni más que una espada e una rodela, e una pequeña talega que llevaban debajo, en que era llevada por ellos su comida, e así se metían a descubrir lo que no sabían ni habían visto. Y esto es lo que yo pondero de los españoles, y lo mucho que lo estimo, pues hasta agora, gente ni naciones que con tanta perseverancia pasasen tan grandes trabajos,   —196→   hambres tan largas, caminos tan prolijos como ellos, no los hallo; y esta jornada que hizo Gonzalo Pizarro, ciertamente se pasó en ella muy gran trabajo.

E determinado por él de enviar a su Maestre de campo don Antonio de Rivera, adelante, le mandó que luego se partiese derecho a la provincia de los Quijos; e luego se partió, e Gonzalo Pizarro, dende algunos días, hizo lo mismo, yendo a la rezaga Cristóbal de Funes. Don Antonio se partió e anduvo hasta que llegó al pueblo de Hatunquijo. Gonzalo Pizarro le fue siguiendo, y en este tiempo, como por la costa del Perú se supiese de cómo Gonzalo Pizarro hiciese aquella jornada, aportó a ella Francisco de Orillana, natural de la ciudad de Trujillo, acompañado de treinta españoles; fue luego en seguimiento de Gonzalo Pizarro, el cual ya había partido del Quito e atravesando por una montaña en la cual había un alpe nevado, adonde se murieron más de cien indios e indias heladas e aunque los españoles pasaron mucho frío, ninguno de ellos murió; y de allí caminaron por una tierra muy fragosa e llena de ríos e de montaña muy poblada. Iban por aquellos espesos montes abriendo caminos con hachas e machetes los mismos españoles, e así anduvieron hasta que llegaron al valle de Zumaque, que es adonde más poblado e bastimenta hallaron, y está treinta leguas de Quito. Orellana que venía, como decimos, en seguimiento de Gonzalo Pizarro, como iba tanta gente delante, aquellas treinta leguas que hay hasta Zumaque, pasó gran necesidad de hambre él e los que con él iban; e al cabo de algunos días llegaron a Zumaque, donde estaba Pizarro e toda su gente, e con ellos recibió mucho placer, e nombró por su teniente general a este Francisco de Orellana. Antes de que llegansen a este pueblo de Zumaque, había Gonzalo Pizarro mandado a su Maestre de campo, don Antonio, que le enviase algún bastimento, porque era mucha la necesidad que traían, e don Antonio mandó al capitán, Sancho de Caravajal que fuese a llevar socorro de comida con que pudiese llegar Orellana hasta allí; e Sancho de Caravajal se partió luego a se encontrar con él, e luego que se vieron se holgaron con él de verse, y más de la   —197→   comida que traían, de la cual tenía mucha necesidad, e volvieron a Zumaque donde pasó lo que hemos contado. E después de haber llegado el capitán Orellana, Gonzalo Pizarro e los demás principales que estaban allí entraron en consulta para lo que habían de hacer; e porque venía allí fatigado Orellana e los que con él habían llegado, e también porque había mucho días que allí estaban y era necesario de partirse, acordaron que Gonzalo Pizarro se partiese adelante descubriendo lo que había, e de ahí a algunos días saldría Orellana con la demás gente. Luego acordaron que no fuesen con Gonzalo Pizarro más de setenta españoles, sin llevar caballo ninguno consigo, porque siendo la tierra tan áspera e dificultosa no los podrían llevar; e dejando el real de Zumaque todos los caballos, Gonzalo Pizarro se partió con setenta e tantos españoles, entre los cuales iban algunos ballesteros e arcabuceros, e tomaron la derrota de donde el sol nace, llevando indios naturales que les guiasen por el camino que habían de llevar. E luego se partieron e anduvieron ciertos días por aquellas montañas, espesas e ásperas, hasta que llegaron a topar con los árboles que llaman canelos, que son a manera de grandes olivos, y de sí echan unos capullos con su flor grande, que es la canela perfectísima e de mucha sustancia, e que no se han visto otros árboles semejantes que ellos en todas estas regiones de las Indias, e tiénenlos los naturales en mucho, y por todo sus pueblos contratan con ella las poblaciones. Hay algunos indios entre aquellas montañas y viven en pequeñas casas muy mal compuestas e apartadas unas de otras; son muy bestiales e sin nenguna razón, usan tener muchas mujeres e andan por aquellos montes tan sueltamente, que parece cosa de espanto ver su ligereza.

Llegado que fue Gonzalo Pizarro adonde había aquellos árboles que de sí echaban la canela que decimos, tomó ciertos indios por guías, e preguntoles adonde había valles e llanadas que tuviesen muchos de aquellos árboles que tenían canela; respondieron que ellos no sabían más de aquellos, ni en otra tierra los habían visto.   —198→   También quisieron saber de estos indios la tierra de adelante e si los montes se acababan, e si darían presto en tierra llana y en provincias que fuesen muy pobladas; también respondieron que ellos no sabían nenguna cosa, porque estaban tan arredrados de otras gentes, que, si no eran algunas que habitaban entre aquellos espesos montes, no tenían otra noticia, que fuesen adelante y por ventura habría algunos indios de sus comarcas que los encaminasen e guiasen a la parte que dellos deseaban. Gonzalo Pizarro se enojó en ver que los indios no le daban respuesta nenguna que fuese conforme a lo que deseaba, e tornando a preguntarles otras algunas cosas a todo decían que no, por lo cual Gonzalo Pizarro mandó que, puestas unas cañas atravesadas con unos palos a manera de horquetas, tan anchas como tres pies e tan largos como siete, algo ralas, que fuesen puestos en ellas aquellos indios, y con fuego los atormentasen hasta que confesasen la verdad e no se la tuviesen oculta; e prestamente los inocentes fueron puestos por los crueles españoles en aquellos asientos o barbacoas, e quemaron algunos indios, los cuales, como no sabían lo que les decían, ni tampoco hallaban causa justa por donde con tanta crueldad les diesen aquellas muertes, dando grandes aullidos decían con voces bárbaras e muy entonadas: «¿Cómo nos matáis con tan poca razón, pues nosotros jamás os vimos ni nuestros padres enojaron a los vuestros? ¿Queréis que os mintamos e digamos lo que no sabemos?» E diciendo muchas palabras lastimosas, el fuego penetraba e consumía los cuerpos suyos. Y el carnicero de Gonzalo Pizarro, no solamente no se contentó de quemar indios sin tener culpa nenguna, más mandó que fuesen lanzados otros de aquellos indios, sin culpa, a los perros, los cuales los despedazaban con sus dientes e los comían; y entre estos que aquí quemó y aperreó oí decir hobo algunas mujeres, que es de temer a mayor maldad. Después que Pizarro hobo muerto aquellos indios, deseaba salir a alguna parte e que fuese el camino tal que pudiesen andar los caballos; y los españoles que con él estaban se habían entristecido en ver que no hallaban entrada para la tierra que ellos deseaban ver, y que los   —199→   indios no les diesen noticia de nenguna cosa. E partiéndose de allí anduvieron hasta que llegaron a un río que hacía pequeña playa de un arenal muy llano, y allí mandó Gonzalo Pizarro asentar el real aquella noche para dormir; la cual llovió tanto en el nacimiento del río, que vino una tan grande avenida, que, si no fuera por los que tenían cargo de velar, fueran ahogados algunos de ellos con la reciedura del agua. Como oyeron el estruendo e las voces que dieron las velas, Gonzalo Pizarro y los que con él estaban, todos se levantaron e tomaron sus armas, pensando que eran indios que venían de guerra contra ellos; y sabido lo que era se pusieron encima de unas barrancas que están cerca de allí, y aunque se dieron prisa hobieron de perder parte del fardaje que llevaban; e como se vieron desviados de donde habían dejado su real, e que a todas partes no había sino montañas e sierras ásperas, determinaron de volver atrás y ver si pudiesen hallar otro camino que los pudiese llevar al camino que deseaban.




ArribaAbajoCapítulo XX

De cómo Gonzalo Pizarro salió de aquel río e anduvo descubriendo por aquellas montañas y sierras sin topar poblado que fuese mucho, y de cómo se juntó todo el real en una puente de un brazo del Mar Dulce.


Muy congojado estaba Pizarro en ver que no podía dar en nenguna provincia fértil e abundante, y fuera de tanta montaña como por allí había, e pesábale muchas veces en haber entrado en aquel descubrimiento, pues desde el Cuzco o desde más arriba si él quisiera descubrir   —200→   lo pudiera hacer con mejor noticia que llevaba; y esto no lo daba a entender a los que con él estaban, antes les ponía mucho ánimo, e por consejo de todos ellos determinaron de volver hacía donde primero habían venido. Y luego aquel mesmo día partieron de allí y volvieron hacia el pueblo de Zumaque, y llegaron cuatro leguas de él. Gonzalo Pizarro no quiso llegasen a él, antes mandó que fuesen derechos al pueblo de Ampua, e antes que llegasen a él hallaron un río tan grande que no lo pudieron vadear, y los indios tenían canoas a sus riberas e los cristianos pudieron ver a algunos por las orillas del río, e los llamaban diciendo que viniesen de paz que no tuviesen temor nenguno. El cacique de ellos, que había por nombre Delicola, determinó de ir a ver a aquella gente que por su tierra había entrado, e con cantidad de quince o veinte indios fue para ellos; y como Gonzalo Pizarro lo vio y supo que él era el señor de aquel río en que estaba, se holgó e le hacía mucha honra dándole algunos peines e cuchillos, que ellos tenían en mucho, e preguntole que le dijese si hallaría alguna tierra que fuese buena, de que ellos toviesen noticia, para que él pudiese ir. El cacique se había arrepentido por haber salido de paz, y coma ya tenía noticia de la muerte que había dado a muchos indios, porque no les habían querido dar alegres nuevas de lo que les preguntaban, determinó, aunque fuese mentira, de les decir que adelante había grandes poblados e regiones muy ricas, llenas de señores muy poderosos. Gonzalo Pizarro y los españoles, como aquello vieron, estaban muy alegres y contentos de oírlo, creyendo que toda ello era verdad; e mandó Gonzalo Pizarro que sin dar a entender que miraban por el cacique, que tuviese cuidado los españoles de le velar y mirar de tal manera que no se les pudiese huir, e ansí lo hacían, y el cacique bien lo barruntaba más también disimulaba sin mostrar ningún recatamiento. Y porque por aquella parte el río iba grande y las canoas no estaban allí, pasaron adelante con voluntad de ir a ver lo que decía aquel indio si era verdad o no, y llegaron a una angostura que hacía el río, adonde hicieron una puente e por allí pasaron.

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Los bárbaros montañeses, como supieron la estada de los cristianos en aquella tierra, apellidáronse muchos de ellos, y tomando sus armas se pusieron de la otra parte del río, adonde hicieron sus albarradas e fuertes para se defender de ellos; y como aquello vido Gonzalo Pizarro, mandó a algunos arcabuceros que con él estaban que soltasen los arcabuces e procurasen de matar algunos de ellos, y ansí lo hicieron, e mataron seis o siete indios, y los demás viendo las muertes tan súpitas y prestas de sus compañeros, comenzaron de huir, dando muy grandísima grita. Pasados los cristianos de la otra parte del río anduvieron hasta que llegaron adonde no había montañas sino unas llanadas rasas, pero luego se veía el monte que por todas partes las cercaba, e hallaron algunas poblaciones e muy poca comida, los indios todos de una manera e traje; e determinó Gonzalo Pizarro de enviar a llamar a los españoles que estaban en Zumaque con el Real que allí llegó. E fueron dos españoles a ello, e, llegados a Zumaque, don Antonio y el capitán Orellana se vinieron a juntar con Gonzalo Pizarro en la parte desde donde habían ido a llamarlos; y después que todos los españoles estovieron juntos, Gonzalo Pizarro mandó a su Maestre de campo, don Antonio de Rivera que fuese con alguna gente a descubrir lo que adelante pareciese. Don Antonio se partió llevando consigo cincuenta españoles, e anduvo descubriendo hasta veinte leguas por aquellas montañas, y dio en un pueblo que se dice del Barco pequeño, e hallaron algún bastimento, que dio aviso de ello a Gonzalo Pizarro, e con todo el campo fue hasta él, y el cacique vino de paz y dio noticia de lo de adelante; e turbándose mucho en ver los caballos de tantos cristianos, quiso echarse al río por huir de la presencia de ellos y como Sancho de Caravajal sintió que quería huirse le echó mano e le llevó a Gonzalo Pizarro, el cual luego le mandó echar en una cadena a él y a otros dos caciques que le habían salido primero de paz. Y a aquel que dijimos que había dado la noticia de la tierra de adelante tenían cuidado de lo mirar, y hasta entonces no le habían echado en prisiones; e como los indios vieron que habiendo su cacique ido a los españoles   —202→   de paz y como amigo le habían prendido, indignáronse de ello, e tomando sus armas se metieron en cantidad de cuarenta canoas que había, e vinieron derecho a la parte donde vieron que estaba el cacique, el cual arremetió para ellos para que le amparasen. Más los españoles que vieron venir las canoas e oyeron el estruendo de los indios, salieron a ellos con sus armas y desbaratáronlos y Gonzalo Pizarro mandó que al cacique Delicola se echasen prisiones, que él con sus tratos era parte a que se pusiesen los indios en armas contra ellos, e lo echaron luego en la cadena con los otros.

Los españoles como se vieron en aquel río que ellos habían descubierto, que es muy grande e va a entrar en el Mar Dulce, parecíales que, pues ya de todo el servicio que habían sacado del Quito no les había quedado nenguno, ni en la tierra lo hallaban por ser tan mala, que será bueno hacer un barco para llevar por el río abajo el mantenimiento en él, e los caballos por tierra, deseando de dar en alguna buena tierra, y todos ellos lo suplicaban a Nuestro Señor. Luego hicieron el barco los oficiales que allí venían con los aparejos necesarios, e dieron largo de él a uno que se decía Juan Alcántara, e metieron dentro todo lo que en él cupo e podía llevar; e los españoles e caballos caminaron por aquel río abajo, e hallaron algunos pueblos pequeños, de los cuales se proveían de bastimentos de maíz e yuca, e hallaron cantidad e guabas, que no era poca ayuda para su necesidad. E andando caminando por aquel río abajo, quisieron alguna vez salir a una parte o a otra para ver lo que había, y eran tantas las ciénagas e atolladeros que no lo podían hacer, e por esto les era cosa forzada caminar por el mesmo río, aunque no sin mucha dificultad, porque de aquellas ciénagas se hacían los esteros tan hondos que era cosa forzosa pasallos a nado con los caballos; y se ahogaron algunos caballos y españoles. E para pasar por aquellos esteros las indias e indios de su servicio, e la más ropa que llevaban, no podían, e buscaban algunas canoas para ello de las que tenían los indios escondidas por allí, y donde eran angostos hacían   —203→   puentes de árboles y por ellos pasaban; y de esta manera anduvieron por el río abajo caminando cuarenta e tres jornadas, e no hobo día que no hallasen uno o dos de aquellos esteros, tan hondables que los ponían en el trabajo que decimos cada vez. E hallaban poca comida, e todo despoblado, e sentíase ya el trabajo que decimos cada vez. E hallaban poca comida, e todo despoblado, e sentíase ya el trabajo que decimos de la hambre, porque el ganado de puercos que sacaron de Quito, que fue de cinco mil puercos, ya lo habían comido todo. En este tiempo el cacique Delicola, que es el primero que les vino de paz, e los otros que venían presos, por miedo que no los matasen los españoles, les decían que adelante de allí hallarían tierra muy rica e poblada; e viendo un día que no había mucho cuidado en los mirar, se echaron con la cadena al río, e pasaron a la otra parte sin que los cristianos los pudiesen tomar, e como se viesen sin guías para pasar adelante, entraron en consulta para determinar lo que harían. E porque los indios habían dicho que quince jornadas de allí se allegaban a otro río muy grande e poderoso, e que por él abajo había grandes poblaciones e caciques muy ricos, e tanto bastimento que aunque fueran mil españoles hallaran para todos abasto; y por tener cierta noticia, Gonzalo Pizarro mandó al capitán general Francisco de Orellana, que con setenta hombres fuese a ver si era cierto aquello que los indios habían dicho, y que volviesen con el barco lleno de bastimentos, pues, veían en la gran necesidad que quedaban de comida, y que él con todo el campo se iría luego el río abajo para que presto se diese en lo poblado, y que mirase de la manera que lo dejaba a él e a todos los españoles, porque, a la verdad, grande era ya la necesidad que se pasaba, y viniese con toda la brevedad que pudiese a los remediar; e que no hiciese otra cosa, porque de sola su persona fiaba del barco y no de otra nenguna. Francisco de Orellana le respondió que él pondría toda la diligencia que se le mandaba, y se daría priesa en ir e volver con el bastimento que se pudiese haber, e que no tuviese duda de ello; y llevando en el barco algunas armas y ropa de Gonzalo Pizarro y   —204→   de otros que quisieron enviarla delante, se partió Orellana por el río abajo quedando Gonzalo Pizarro y los demás españoles con gran deseo de que su vuelta fuese con brevedad.




ArribaAbajoCapítulo XXI

De cómo Francisco de Orellana fue por el río abajo a dar al mar Océano y del grandísimo trabajo que pasó Gonzalo Pizarro de hambre.


Como Gonzalo Pizarro determinase, de enviar a Francisco de Orellana en el barco el río abajo; mandó que luego saliese con los que habían de ir con él, a los cuales encargó lo que a él había encargado, e, sin llevar bastimento casi nenguno, se partieron por el río abajo, e pasaron muy grandes trabajos, porque anduvieron algunos días navegando sin hallar poblado, al cabo de los cuales dieron donde lo había y trataron sobre dar la vuelta adonde habían venido, y parecioles cosa imposible por haber más de trescientas leguas; e diciendo algunas justificaciones Orellana prosiguió su camino, e descubrió por el grande e muy ancho río del Marañón o Mar Dulce, como algunos le nombran, grandes provincias e pueblos tan grandes que afirman que, en dos días, yendo caminando por el río abajo, no acababan de pasar lo poblado, e tuvieron algunas guerras con los indios e fueron heridos algunos españoles, e al padre fray Gaspar de Caravajal le quebraron un ojo. Nunca hallaron oro ni plata; de algunos indios que tomaban tuvieron noticia haberlo en gran cantidad la tierra adentro. E pasados otros trabajos mayores allegaron al mar Océano, desde   —205→   donde fue a España y Su Majestad le hizo merced de aquella provincia con título de Adelantado; e publicando mayores cosas de las que vio, allegó mucha gente, con la cual entró por la boca del gran río, y murió miserablemente y toda la gente se perdió.

Volvamos a Gonzalo Pizarro, que luego que hobo despachado a su teniente general, Francisco de Orellana, por el río abajo en el barco, como hemos contado, determinó de se partir de allí como mejor pudiese; y no tenía ningún bastimento, ni tenía parte cierta adonde pudiese ir, ni aún el camino para llevar no había nenguno. Los cielos derramaban tanta agua de sus nubes, que muchos días con sus noches se pasaban sin que dejase de llover, y de aquellos esteros que hemos contado, mientras más andaban más hallaban de ellos; e para poder caminar los españoles y llevar los caballos, iban delante los más sueltos mancebos abriendo el camino con hachas e machetes, y nunca dejaban de cortar de aquel tan espeso monte, e hender por él de tal manera que todo el Real lo mesmo pudiese hacer, e caminaban al nascimiento del sol. Y como hallasen tanta maleza e no nengun poblado, acordaron de aguardar a ver si respondía el capitán Francisco de Orellana, y por no perecer todos ellos de hambre, comían de los caballos que tenían y de los perros, sin que se perdiese parte nenguna de sus tripas, ni cueros, ni otra cosa, que todo por los españoles era comido. Habían hallado en este tiempo una isla que hacía el río, y en frente de ella, en la tierra firme, a la parte donde debían ir los españoles, hacíanse grandes ciénagas e atolladeros, que era imposible andar por ellos, y para dar en la buena tierra que descubrió Orellana, el río abajo hanse de hacer barcos e balsas muy grandes junto a esta isla, y han de ir bien proveídos de mantenimientos e meter los caballos en los barcos e toda lo demás, e irán por el río sin nengún peligro, e llegarán en breve tiempo adonde hallarán poblaciones tantas e tan grandes que es admiración decirlo ni afirmarlo, lo cual sabemos cierto que es verdad, y antes es más que menos.

Pues como Gonzalo Pizarro se viese cerca de aquella isla y no supiese el camino que tenía por delante, y la   —206→   gran falta de bastimento que había entre todos los españoles que con él estaban, mandó al capitán Alonso de Mercadillo que fuese con una docena de soldados, en unas canoas que traían, el río abajo, y supiese si había algún rastro del capitán Francisco de Orellana, y si había algún bastimento por la tierra o algunas raíces con que pudiesen sustentarse. Mercadillo anduvo ocho días sin hallar ninguna cosa ni rastro de indios; e como Gonzalo Pizarro e los que con él estaban lo supieron, grande fue la pena que recibieron, teniéndose ya todos por perdidos, porque no comían otra cosa que yerbas silvestres e frutas bravas, nunca vistas ni conocidas, e los caballos e perros, con tanta regla e orden que antes les acrecentaba la hambre que no quitarles la gana de comer. Como se viesen en tan gran necesidad, que no tenían remedio neguno para pasar adelante ni volver atrás, determinó Gonzalo Pizarro de tornar a enviar en las canoas a otras personas para ver si hallaban algún rastro de indios o poblado, donde pudiesen hallar comida, pues si mucho se tardaba sin hallar era imposible dejar de ser todos muertos, y luego mandó Gonzalo Pizarro al capitán Gonzalo Díaz de Pineda y otros algunos, que fuesen a ello, y entraron en las canoas, y caminando por el río abajo, en sus canoas, allegaron hasta que dieron en otro río mayor e más poderoso que aquel por donde venían, y que entrambos se hacían uno, e vieron quebradas y cortaduras de machetes y espadas y conocieron que estuvo allí Orellana y los que con él fueron. Y como fuesen tan ganosos y deseosos de dar en alguna parte que hobiese comida, y como viesen aquel río tan grande, parecioles que sería bien seguir por él arriba para ver lo que había; e haciéndolo así al cabo de haber andado diez leguas fue Dios Nuestro Señor servido que hallaron muchas e muy espesas labranzas de yucas, tan grandes, que los árboles que salían de sus raíces parecían una pequeña montaña, y esta yuca estaba allí de unos indios que pocos años había vivían en aquella comarca, y unos sus vecinos con guerra que les dieron, los hicieron retraer más adentro en unas montañas, y con esta causa aquella yuca que tenían sembrada tuvo lugar de   —207→   crecer e pararse tan grande como decimos; que no fue poco alivio ni conorte para los desbridos españoles. Y como los que iban en las canoas ciertamente conocieron la yuca, hincaron las rodillas en tierra y dieron muchas gracias a Dios Nuestro Señor por tan gran merced como les había hecho y comenzaron de arrancar y cargaron en dos canoas que llevaban; y de que ya las tuvieron llenas la yuca, se volvieron donde había quedado Gonzalo Pizarro, que ya los españoles estaban tan descaecidos y desmayados que neguno pensaba escapar con la vida. Y como vieron las canoas y supieron lo que traían, todos lloraban de placer diciendo: «bendito sea el Señor, Dios nuestro, que así se acordó de nosotros»; e hincábanse de rodillas, poniendo los ojos en el cielo, y le daban gracias por aquella merced que no tenían ellos por poco grande.

Veintisiete días había que Gonzalo Pizarro estaba allí con su gente, que no comía sino alguna carne de caballos y de perros y yerbas y hojas de árboles, y las sillas de los caballos, y los aciones, ya secos, habían comido cocidos con agua caliente, y después tostados en las brasas; de manera que bien con razón decimos que fue esta entrada y descubrimiento de mucho trabajo y necesidad. Aquella yuca que allí trujeron se repartió, no aguardaban a la lavar ni limpiar, así con su tierra luego se la comían; y como supieron todos que la yuca estaba cerca de allí, juntaron todas las canoas que había e atáronlas fuertemente con unas cuerdas muy recias, para pasar de la otra parte del río que sería tan ancho como tres tiros de ballesta, y los caballos pasáronlas a la otra parte muy bien, porque no iba furioso; e la gente e bagax que les había quedado, con mucho trabajo lo pasaron de la otra parte del río, adonde la yuca se había hallado. En este tiempo, como la rabiosa hambre fuese tanta, un español que había por nombre Villarejo, comió una raíz de color blanca algo gruesa; e no la hobo gustado cuando, perdiendo el juicio, se tornó loco. Y se dieron mucha priesa a caminar, pasando aquellos esteros e pequeños ríos, hasta que llegaron donde estaba la yuca; e todos   —208→   iban tan desabridos, por no haber comido había tantos días cosa alguna, que no hacían sino arrancar de la yuca, e con la tierra que sacaban, arrevuelta de las raíces25, se la comían; y allí asentaron el Real y estuvieron ocho días. Y los españoles estaban muy dolientes y enfermos, descoloridos y angustiados, que gran lástima era de los ver según estaban de mal traídos.




ArribaAbajoCapítulo XXII

De cómo Gonzalo Pizarro e su gente allegaron a una tierra adonde los indios habían primero habitado e con la guerra la habían desamparado, e hallaron muy grandísima cantidad de yuca con que se restauraron y escaparon las vidas e del trabajo que pasaban.


Allegados del arte que hemos contado los españoles al yucal, parecíales en ver tantas raíces con que se podían sustentar que les había Nuestro Señor hecho la mayor merced del mundo, y era tanta la alegría que tenían que derramaban muchas lágrimas, dándole gracias por ello; y aquellos días que allí estuvieron, como el servicio les había faltado; ellos mesmos, de unos árboles que en aquellos montes se criaban, que echaban de sí unas púas muy agudas, con ellas rallaban la yuca e hacían de ella pan, teniéndole por más sabroso que si fueron blancas roscas de Utrera. E ciertamente, Gonzalo Pizarro fue mucho lo que trabajó en este descubrimiento, e si él no mancillara su fama con nombre de traidor, ella para siempre hablara lo mucho que había servido; más en esta grande historia, como sea el principio e niñez de las cosas por los españoles hechas en estos   —209→   reinos, pondremos las cosas como pasaron, no perdonando el contar la maldad ni atrocidad, ni dejar de decir los buenos hechos.

Y volviendo a nuestra materia, fue grande e provechosa aquella yuca que los españoles hallaron en aquella parte, que otra cosa no hay que montañas muy espesas e ceborunos muy malos, e como los indios antiguamente habían vivido en aquellas llanadas, e su principal mantenimiento fuese aquesta yuca, tenían muy grandes sementeras de ella que duraban más de cuarenta leguas, e dándoles sus enemigos comarcanos guerra hasta lanzarlos de allí, quedose toda aquella yuca para que los españoles pudiesen restaurar sus necesidades, que traían, con ellas; e, al cabo de haber estado allí ocho días, Gonzalo Pizarro mandó que se partiesen todos de aquel lugar e fuesen caminando el río arriba, para ver si Dios Nuestro Señor era servido de encaminarlas a parte que pudiesen dar en alguna tierra que fuese buena, o poder salir adonde habían venido. Allí en aquel yucal murieron dos españoles de la mucha yuca que comieron, y otros se hincharon e pararon tan malos, que por nenguna manera podían andar en sus pies, y en los caballos los ponían encima de las sillas, e atándoles una recia cuerda les daban un garrote para que no pudiesen caerse, pues, ni fuerza tenían para se tener en los caballos; y aunque se quejaban no eran ayudados, antes los mismos españoles decían que de bellacos lo hacían, e que no tenían nengun mal.

Delante del Real iban españoles abriendo el camino por aquellos montes con machetes e hachas, e muchos andaban ya descalzos que no tenían alpargates ni otra cosa que se poner; e a Orellana e a los que fueron río abajo tuviéronlos por muertos de hambre o por mano de los indios. En la retaguardia venían siempre españoles, no consintiendo que nenguno quedase atrás, antes a los enfermos llevaban en los caballos como dijimos; e anduvieron el río arriba cuarenta leguas, e siempre hallaron de aquella yuca que comían: los caballos iban tan flacos e sin fuerzas, que no eran de provecho. E acabado   —210→   de haber andado estas cuarenta leguas, allegaron adonde estaba una pequeña población, e para ver de hablar a los naturales no tenían lengua ni intérprete que los preguntase lo que querían de ellos saber. Los bárbaros, como los veían, espantábanse de verlos de aquella manera a ellos e a sus caballos, e poníanse en unas canoas e desde allí los hablaban por señas, trayéndoles de la comida que ellos tenían; rescatábanla con los españoles echándola en tierra y recibían el rescate de su mano, que eran cascabeles e peines e otras cosas comunes, que los españoles traen siempre consigo. De allí salieron e anduvieron ocho jornadas, descubriendo lo que había río arriba, e hallaban siempre poblado adradamente como el que habían pasado, y después que hubieron andado estos días no hallaron más poblado ni camino para ir a nenguna parte, porque la contratación de los indios es por el río en sus canoas, e por señas les decían cómo no había adelante más poblado ninguno, ni hallarían bastimento; lo cual oído por los españoles buscaban comida de la que tenían aquellos indios, e lo mejor que cada uno podía la llevaba a cuestas, y en los caballos. Gonzalo Pizarro estaba muy triste porque no sabía en qué tierra estaba, ni qué derrota podría tomar para salir al Perú o a otra parte, que fuese tierra en que ella estoviesen cristianos; e por consejo de don Antonio e Sancho de Caravajal e de Villegas e Funes, e Juan de Acosta, determinó de enviar a descubrir por el río al capitán Gonzalo Díaz de Pineda en dos canoas atadas fuertemente, e con indios que se las ayudasen a llevar por el río arriba, e que anduviesen todo cuanto pudiesen hasta ver si daban en algún poblado, y que él con todo el Real se iría siguiéndolos. Y el capitán Gonzalo Díaz se partió luego en la canoa, levando una ballesta e un arcabuz, e Gonzalo Pizarro hizo lo mesmo llevando muy grande trabajo, porque los españoles iban malos y como no comiesen otra cosa que aquella yuca, dábales cámaras que mucho les fatigaban, e sin esto, todos iban descalzos y en piernas, que no tenían que se calzar, si no eran algunos que de corazas de sillas hacían algunas abarcas; y como el camino era todo montaña e lleno de   —211→   trocones e árboles espinosos, los pies llevaban, llenos de grietas y las piernas pasadas muchos con las púas que hallaban. Y de esta suerte iban todos muertos de hambre, desnudos y descalzos, y llenos de llagas, abriendo el camino con las espadas; e llovía, que muchos días se pasaban que no se enjugaban ni los tristes veían sol; e maldecíanse muchas veces por haber venido a pasar tan grandes trabajos e necesidades, de las cuales se pudieran excusar, pues, el Perú era tierra tan larga e llena de poblado donde todos podían ser remediados.

Los que iban en la canoa cada noche hacían señal, para que por ella supiesen cómo iban adelante, e Gonzalo Pizarro e los españoles iban caminando por el monte con el trabajo que hemos contado, e anduvieron cincuenta y seis leguas, él por tierra e Gonzalo Díaz por el río, que no hallaron nengún poblado ni comían otra cosa que la yuca que habían sacado, e frutas silvestres, sin nengun gusto, que hallaban entre aquellas sierras. Gonzalo Díaz iba por el río, viendo que habían andado cincuenta leguas e no habían topado nenguna cosa, estaba muy triste, creyendo que él e todos los españoles que venían con Gonzalo Pizarro habían de ser muertos de hambre, pues no hallaban nenguna tierra que fuese poblada; e un día, a hora de completas, hallaron una corriente muy grande que no la podían pasar, y saltaron en tierra, y en un tronco de un árbol que allí había traído el río, se sentaron pensando que sería imposible que Gonzalo Pizarro ni los españoles pudiesen llegar hasta aquel paraje, por la mucha espesura de monte e grandes esteros que venían a entrar en el río. Y estando pensando en ello, levantose don Pedro de Bustamante, que iba con Gonzalo Díaz, e vido por un torno o vuelta que hacía el río, cerca de allí, asomar una canoa, e dende a un poquito parecieron otras catorce o quince, y en cada una venían ocho o nueve indios con sus armas e paveses; e luego que esto vieron, el capitán Gonzalo Díaz sacó con su eslabón candela y con ella encendió la mecha del arcabuz, e Bustamante tomó la ballesta poniendo en ella una jara, e se pusieron a punto para ver los indios qué harían, los cuales venían en sus canoas descuidados   —212→   de que hobiesen de topar con los cristianos. E como con ellos emparejaron, Gonzalo Díaz apuntó con el arcabuz e dio a un indio por los pechos e luego lo derribó en el río, muerto; Bustamante con la ballesta arrojó una saeta e dio a otro por el brazo, el cual con mucha presteza la sacó e la tornó a arrojar a quien se la había tirado, y dando muy grandísima grita les arrojaron muchos dardos e tiraderas. E de presto tornaron a cargar el arcabuz e armar la ballesta, e mataron otros dos indios, e tomaron sus espadas e rodelas, e movieron tras ellos con sus canoas.

Los indios, espantados de ver los cuatro que habían muerto, e temerosos, comenzaron de huir con sus canoas el río abajo; los españoles les fueron siguiendo a tirándoles con el arcabuz, e tanto les fatigaron, que desamparando las canoas se echaron al río, e tomaron algunas de ellas, en las cuales hallaron comida de la que los indios usan, e por ello dieron muchas gracias a Nuestro Señor, porque ya había muchos días que no comían otra cosa que yerbas e raíces que hallaban por la ribera del río. Habían salido aquellos indios en las canoas de un río que está apartado de este río, y, estando pescando dos de ellos con dos canoas, vieron a los cristianos, e fueron a dar mandado al pueblo, e salieron por un estero a dar en el río, creyendo que los mataban o prendieran, e sucedioles como habéis oído. Gonzalo Díaz e Bustamante, después que hobieron comido, con las espadas hicieron en unos árboles que estaban vera del río unas cruces, para que, viéndolas Gonzalo Pizarro e los cristianos que con él viniesen, entendiesen que ellos habían estado allí e que iban adelante. Luego, aquella noche, fueron por el río caminando, e ya que amanecía el día se mostró muy claro, y hacía la parte del mediodía, tendiendo los ojos vieron unas altas e grandes sierras, e de verlas, se holgaran mucho porque creyeron que era la cordillera de Quito, o la que está junto a las ciudades de Popayán o Cali, e que como los españoles no fuesen perdidos, que Dios Nuestro Señor les sacaría a tierra de cristianos; e hallaron en un raudal del río piedras que nunca,   —213→   en más de trescientas leguas que habían andado, no habían topado nenguna. E como hobiesen andado tanto por el río arriba determinaron de dar la vuelta de él abajo, para ver si venían los de Gonzalo Pizarro; e dejando en un arenal alguna de aquella comida e canoas volvieron río abajo, e lo que habían andado en once días anduvieron en día e medio.

Gonzalo Pizarro venía caminando con su gente, e padeciendo grandísima necesidad de comida, porque ya se había comidos los perros, que eran más de novecientos, e dos tan solamente habían quedado vivos, uno de Gonzalo Pizarro e otro de don Antonio de Rivera; caballos también habían comido muchos de los que habían traído, e los españoles venían tan cansados e fatigados del camino, que no se podían tener, e algunos se quedaban por aquellos montes muertos. E, yendo por el río abajo, Gonzalo Díaz entendió el ruido que traían cortando lo árboles con las espadas, e muy alegres salieron en tierra fueron onde estaban los cristianos, e holgáronse unos con otros. Gonzalo Pizarro venía con la retaguardia, con temor que algunos españoles no se quedasen muertos, e como los oyó Gonzalo Díaz, se volvió a meter en la canoa hasta que encontró con él, e como lo vido, no podemos contar el gran placer que recibió de verle, porque ya lo tenían por muerto; e dieron a Gonzalo Pizarro cuenta como por el río abajo habían vuelto por saber de él, porque yendo caminando por él arriba habían salido unas canoas con unos indios con armas, y Dios los libró de sus manos y dio tal esfuerzo, que, después que hobieron muerto cuatro de ellos, los compelieron, con los tiros que les tiraban con el arcabuz e ballesta, a huir de ellos y dejarles las canoas en las cuales hallaron alguna comida y que habían visto a la parte de mediodía unas muy altas sierras, y que creían que en ellas hallarían poblado o camino para salir a tierra de cristianos. También le dijeron como habían hallado una gran playa en el río llena de piedras. Y con saber estas cosas Gonzalo Pizarro mucho se holgó; y dejaremos de hablar agora de él por decir otras cosas mayores que sucedieron en el reino.





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ArribaAbajoGuerras civiles del Perú

por Pedro Cieza de León


Tomo II, Guerra de Chupas


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ArribaAbajoCapítulo LXXI

De las cosas sucedidas a Gonzalo Pizarro hasta que salió de la entrada de la Canela y allegó a la ciudad de Quito.


Ya se acordará el lector cómo en los libros de atrás hicimos mención del gran trabajo y necesidad que pasaba Gonzalo Pizarro y los que habían quedado vivos en el valle de la Canela, y del gran deseo que tenían que Dios, nuestro señor, les deparase algún camino para poder por él salir a tierra de cristianos. Y tomando relación de los dos cristianos que habían ido en la canoa por el río arriba, y de cómo habían visto aquella gran sierra o cordillera, para salir a ella con más brevedad, determinó Gonzalo Pizarro de caminar con el real el río arriba, todo lo más que él pudiese; y así, toda la gente se aparejó, yendo delante españoles abriendo el camino con machetes y hachas. Pasando no pocos esteros, llegaron, en fin de diez jornadas a donde habían dejado las señal los que por el río anduvieron; desde donde mandó Gonzalo Pizarro a Juan de Acosta que, con algunos españoles, fuese con la mayor brevedad que pudiese a donde los indios decían que estaba el pueblo. Juan de Acosta, con hasta diez y ocho españoles, se partió luego, llevando sus espadas y rodelas; y después de haber andado un buen rato, hallaron en un cerro alto el pueblo que buscaban, muy fuerte, y a los indios con voluntad de no los acoger en él si no fuese por más no poder; y así, con su alarido acostumbrado, salían con sus armas para ellos. Juan de Acosta y los que con él iban, aunque estuviesen del hambre muy descaecidos, todavía se mostraban ser españoles, y tuvieron un reencuentro con los indios, adonde después de haber herido a Juan de Acosta con otros dos españoles, hicieron lo que siempre que es huir; y subidos los españoles en lo superior del cerro entraron en el pueblo, donde hallaron mucho bastimento, y no poca alegría y placer fue para los tristes hambrientos,   —218→   y conocieron la tierra donde estaban ser un gran despoblado que había para llegar al Quito. Gonzalo Pizarro vino en seguimiento de Juan de Acosta, y pasando aquellos esteros se le murieron ocho españoles, y como conociesen en la parte donde estaban y como había tan gran despoblado, mucho se afligían los fatigados hombres pues tantos trabajos y necesidades por ellas habían pasado y maldecían su ventura pues tan siniestra les había sido; y, al fin, conformándose con su calamidad, se apercibieron los que quedaron vivos para pasar aquel trago infernal, llevando como mejor podían algunos españoles que había enfermos en los caballos que les habían quedado.

Y así iban por aquellos despoblados comiéndolos, sin dejar ninguno, ni perro, ni cuero de silla, ni otra cosa que con sus dientes ellos pudieran despedazar; y después de haber pasado infinitas fatigas y trabajos, que mayores que ellos que en pocos o ningún descubrimiento han pasado, allegaron al pueblo de la Coca, por donde primero había entrado, a pie, descalzos y transfigurados, que casi no podían unos a otros conocerse. Los bárbaros les salieron de paz proveyéndoles del bastimento que tenían, y, para reformarse algún tanto, acordaron de estar allí diez días. Tomando lengua de los indios, supieron que por otro camino y no el que habían entrado podrían con más brevedad salir al Quito, y así lo determinaron de hacer; y en el camino hallaban grandes ríos, y muy hondos, y en algunos les fue forzado hacer puentes y por encima de ellos pasaron. Y andando de esta manera allegaron a un río que iba tan furioso que estuvieron cuatro días en hacer allí la puente, y estando velando, porque los indios no viniesen y los tomasen descuidados, y les hiciesen algún daño, vieron un gran cometa atravesar por el cielo; Gonzalo Pizarro por la mañana dijo que le pareció entre sueños que un dragón le sacaba el corazón, y entre sus crueles dientes le despedazaba, y mandando llamar a un Jerónimo de Villegas, a quien tenían por medio astrólogo, para que dijese lo que sentía de aquello, dicen. que respondió que Gonzalo Pizarro hallaría muerta la cosa del mundo que   —219→   él más quisiese. Pasadas otras cosas, que más se pueden contar por chufetas que no por historia, Gonzalo Pizarro y su gente salieron a los términos de Quito. Dicen los que salieron de aquella jornada, que entraron para la descubrir docientos y cuarenta españoles, y que todos los más murieron de hambre, con sacar del Quito seis mil puercos, y trecientos caballos y acémilas, y novecientos perros, y muchos carneros y ovejas, que todo se comió y perdió.

Sabida por Gonzalo Pizarro la muerte tan desastrada del Marqués, no así ligeramente podemos afirmar el sentimiento notable que hizo, y aunque de la ciudad del Quito el teniente Sarmiento le envió, para él y para algunos de sus compañeros caballos, no los quiso, antes él y todos entraron en el Quito a pie, de tal manera que gran lástima era de los ver; y como Gonzalo Pizarro supiese que Vaca de Castro estaba recibido en todo el reino por gobernador pesole grandemente, imputando a los del Quito de incipientes, y decía que había de gobernar, y que el rey nuestro señor, había sido muy ingrato en no mandar que por muerte del Marqués la gobernación hubiera él. Y se comenzó de aparejar para ir en busca de Vaca de Castro a donde estuviese, porque entonces, no se sabía el fin de la guerra ni que él hubiese vencido la batalla.