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ArribaAbajoToribio de Ortiguera

Alcalde de Quito y cronista de Indias


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ArribaAbajoBiografía de Toribio de Ortiguera Alcalde de Quito y cronista de Indias

No es mucho lo que hemos logrado averiguar acerca de este Alcalde de la ciudad de Quito y vecino de ella por algunos años, natural montañés, como él se llama en su libro titulado: Jornada del Río Marañón, con todo lo acaecido en ella y otras cosas notables dignas de ser sabidas, acaecidas en las indias occidentales. La obra de Toribio de Ortiguera, de la que se conocían algunos fragmentos, uno de los cuales lo publicó don José Toribio Medina en su obra del Descubrimiento del Amazonas, la editó íntegramente en los primeros años de este siglo el eminente polígrafo español, don Manuel Serrano y Sanz, al que tantos servicios deben las letras y la historia. El relato de Ortiguera forma parte del tomo segundo de los Historiadores de Indias, publicados por Serrano y Sanz.

En la dedicatoria que a Felipe Tercero enderezó de su libro Ortiguera, dice que en 1561 estuvo en   —410→   nombre de Dios al servicio de Felipe Segundo; que combatió contra Lope de Aguirre y que en 1562 pasó a Panamá y luchó nuevamente para sofocar la rebelión de Rodrigo Méndez y de Francisco de Santisteban.

Desde 1563 hasta 1585 permanece en el Perú, «acudiendo, escribe, con muchas veras y con todas mis fuerzas a todas las cosas que en el reino de Su Majestad se ofrecían, con mis armas y caballos a mi costa y minción, así en los oficios de repúblicas que administré, como sin ellos».

En este período, durante los años de 1571 hasta 1587 en que fue vecino de Quito, fue también alcalde de la ciudad, según dato publicado por nuestro eminente compatriota el padre fray Alfonso A. Jerves, Orden de los predicadores.

El señor don Isaac J. Barrera en la página 69 del volumen primero de su acreditada Historia de la literatura ecuatoriana, escribe lo siguiente:

El alcalde ordinario de Su Majestad don Felipe, en esta ciudad de San Francisco de Quito, escribía por el año de 1581 la Jornada del río Marañón. Toribio de Ortiguera se llamaba el alcalde y en su escrito manifiesta ser natural montañés y vecino de la ciudad de Quito. La crónica de Ortiguera tenía por objeto narrar la expedición de Pedro de Orsúa al Maratón, junto con el alzamiento de Fernando de Guzmán y Lope de Aguirre. Hechos posteriores, eran éstos a la expedición de Pizarro, pero aunque lo fueran, el alcalde de Quito se dio modo para relacionar las dos expediciones y para escribir extensamente acerca de las aventuras de Pizarro y de Orellana en esta empresa. Al alcalde de Quito no le preocupa en su escrito solamente la aventura de los descubridores, sino que con manifiesto cariño, se detiene a hablar de la ciudad en que ejerció su cargo, para alabar, su naturaleza y ponderar sus riquezas. Hace la descripción de sus templos y de los conventos: la Catedral,   —411→   San Francisco, la Merced, Santo Domingo, San Agustín. Anota también que en las casas de Quito, se crían muchas rosas de Alejandría, claveles, alhelíes y azucenas.



Don José Toribio Medina en su Introducción a la Relación de Fray Gaspar de Carvajal, del descubrimiento del Amazonas, al hablar de Ortiguera, como uno de los que se ocuparon en la expedición de Orellana, nos da el siguiente dato:

Habiendo regresado a España en 1585, consta que en 1596 se hallaba avecindado en Sevilla, donde «había hecho y fabricado una fragata desde la quilla», que deseaba enviar a las Indias, pretensión a que no se dio lugar. Archivo de Indias.



Como Ortiguera pasó a América en 1561 y regresó a España en 1585, estuvo en el Nuevo Mundo por espacio de veinticuatro años. Su Jornada del río Marañón la compuso en él.

Las páginas de Ortiguera tocantes al descubrimiento del Amazonas, las hallará luego el lector, pero nunca estará demás que tenga de tan magno suceso una idea global que le guíe en lecturas más minuciosas y profundas. Por mi parte no he hallado mejor resumen de cómo se verificó el descubrimiento del Amazonas que el que compuso en 1941 el erudito cuencano, honra de la Orden de Santo Domingo de Guzmán y de las letras ecuatorianas, reverendo, padre fray Alfonso A. Jerves, y que editó en Quito en aquel año en la imprenta, de Santo Domingo, con el título, de Conferencia Patriótica pronunciada en el Teatro Sucre de Quito el 26 de febrero de 1941.

En tanto se piense en reunir en volumen los varios e importantes estudios históricos del padre Jerves, dispersos hoy en diarios y revistas, seame lícito resumir aquel importante trabajo, que nos ayudará, luego, a apreciar debidamente las página del cronista y vecino Ortiguera.

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Señala el padre Jerves cómo la primera entrada al Oriente ecuatoriano se realizó del 8 de setiembre de 1538 al 4 de noviembre del mismo año, entre ida y vuelta, por Díaz de Pineda, primer escribano de la ciudad de Quito quien se movilizó con 130 hombres de armas y gasto de un caudal. Llevó por maestre de campo a Angelo de Amendaña, que fabricó la primera pólvora que hubo en Quito; llevó también un alcalde, que fue Martín de la Calle, y dos regidores, «para que vean los términos de esta villa y la defiendan como son obligados», según dijeron los cabildantes de la ciudad en sesión del 6 de setiembre de 1538. Transpusieron la cordillera de los Andes por Guamaní y Papallacta y llegaron, a través del selvático Atum-Quijos, al amplio valle de Cozanga; el descubrimiento de este río y el del volcán Sumaco, tal fue el mejor fruto de la primera entrada a nuestro Oriente.

La expedición más ardua, larga y plena estaba reservada a Gonzalo Pizarro y a Francisco de Orellana. Nombrado el primero gobernador autónomo de Quito y por consiguiente del Oriente ecuatoriano, por provisiones de 30 de noviembre de 1539 y 9 de marzo de 1540, fue recibido por el cabildo en pleno el 1 de diciembre de 1540 y de inmediato se preparó para la gran empresa que había de llevarlo, según creía, al descubrimiento del país de la Canela y del Dorado. A mediados de marzo de 1541 ya tenía listo lo necesario para ello, la mayor parte a costa de la gobernación de Quito y sus vecinos, tanto españoles como indígenas. A mediados de marzo de 1541, con la asesoría de Díaz de Pineda, salió Gonzalo Pizarro de Quito, rumbo a Atum-Quito, Sumaco y la Canela. El número de españoles de a pie y a caballo fue el fijado por Toribio de Ortiguera en su relato de la expedición: de 280 a 300; que es también el que señala el ilustrísimo señor González Suárez, y el que deja colegir el Libro Verde. De indios de servicio se calcula que salieron más de dos mil y de ganado menor, dos mil ovejas y dos mil puercos. Acompaña a la expedición su capellán mayor y luego cronista de la misma: fray Gaspar de Carvajal.

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Francisco de Orellana se hallaba en Guayaquil en 1540. La había fundado definitivamente en 1538. Ejercía el cargo de teniente de gobernador de Guayaquil y también de Portoviejo. Se ofreció para acompañar a Pizarro en la expedición al Oriente y efectivamente en marzo de 1541 ya se hallaba en Quito, con 23 españoles de armas. Se unió a Pizarro y a su comitiva, tras duras peripecias, en el valle de Sumaco. Pizarro se detuvo cosa de tres meses en los Quijos, Sumaco y la Canela. Pasó al valle del Cozanga, asiento de los cofanes; siguió adelante venciendo mil obstáculos y llegó al río Coca, descubierto por él y allí empezó a utilizar las canoas de los indios ribereños para su avance. Prosiguió hasta un punto llamado después el pueblo del barco, en memoria del que allí se construyó con medios por demás ingeniosos. Agotados los víveres llevados de Quito y no hallando otros en ese lugar, hubo de convenir en lo propuesto por Orellana, esto es en que siguiera él navegando río abajo en busca de víveres, para traerlos a los expedicionarios una vez hallados.

Fue el 26 de diciembre de 1541 el día en que Orellana con 57 españoles y dos capellanes, el dominicano padre Carvajal y el mercedario padre Gonzalo de Vera, un negro y unos pocos indios, se embarcó en el bergantín, para su desconocida aventura. Llegó pronto del Coca al Napo, descolgándose de catarata en catarata, como ha dicho el poeta Remigio Crespo Toral, y luego a la desembocadura de su afluente, el Aguarico. El 4 de enero de 1542 en pueblo de los Irimaraes del gran cacique Aparia, nombró por escribano de la jornada a Francisco de Ysásaga, y de sus manos recibió al día siguiente el requerimiento de sus compañeros, para que no volviera atrás, pues, lo peligroso del regreso, a ello se oponía. Avanzó, pues, por el napo, aumentado de caudal con el Curaray, y por fin el 11 de febrero de 1542, entró en aguas del Amazonas. Construido un nuevo bergantín más grande y con el que venía con su gente, llegó por fin al cabo de más de ocho meses de navegación casi mortal,   —414→   en el mes de setiembre de 1542, a la isla de Cubagua en el Atlántico. Había navegado un español por vez primera el Amazonas; un español que era autoridad que procedía de Quito, con gentes y recursos sacados de Quito. Un poeta ecuatoriano, Remigio Romero y Cordero, ha sintetizado con acierto la magna empresa en versos inmortales:


Fue Gonzalo Pizarro el primero
que en canoa -ese barco sin vela-
llevó el alma gloriosa de Quito
al país donde está la Canela.
Y fue el recio Francisco Orellana,
invencible en el náutico empeño,
quien al Rey de los ríos del mundo
para siempre hizo río quiteño.

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Jornada del río Marañón con todo lo acaecido en ella y otras cosas notables dignas de ser sabidas acaecidas en las Indias occidentales

Compuesta por Toribio de Ortiguera,
natural montañés y vecino que fue de la ciudad de San Francisco de Quito en el Perú

(Historiadores de Indias, de Serrano y Sanz, tomo II, capítulos XIV y XV, páginas 325 a 331)

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ArribaAbajoCapítulo XIV

En que se cuenta la fertilidad, temple y sitio de la ciudad de San Francisco del Quito en el Perú, de donde salió Gonzalo Pizarro y Francisco de Orellana, que fue el primer español que bajó desde el Perú por este río, con algunas grandezas de su distrito y jurisdicción.


Antes de que pasemos adelante será bien decir a que fin y efecto y por donde bajó este capitán Francisco de Orellana. Es de saber que en los años de atrás de 1540, poco después que el capitán Lorenzo de Aldana pobló la ciudad de San Francisco del Quito, en el Perú, puesta a cuatro leguas de la línea equinoccial a la parte del Sur, que es hoy una de las más principales y mejores de este reino y la más fértil y abundante de él para pasar la vida humana, y uno de los mejores y más lindos y sanos temples de todos los que hay en estas Indias. Corren sus campos y jurisdicciones por la banda del Norte, treinta leguas que hay gran número de ganado ovejuno y cabruno en cantidad de más de ciento cincuenta mil cabezas, y más de treinta mil de vacuno, más de diez o doce mil de porcuno, y más de dos mil yeguas, caballos y mulas; muchas heredades de pan y viñas, y algunos   —418→   olivares; grandes huertos de higos y granadas, membrillos, duraznos y manzanas y ciruelas, peras camuesas y limas y limones, naranjas y cidras, melones y pepinos, todos los meses del año, que todo se va dando en grande abundancia, excepto aceitunas, que hasta agora no se han dado por ser nuevos los olivos, y otra mucha cantidad de frutas de la tierra, y grandes cañaverales de azúcar, de que se hace mucho y muy bueno y mucha miel y conservas. Tiene esta provincia por esta parte treinta mil indios tributarios, sin hijos y mujeres que son mucha gente en cantidad de más de ciento veinte mil almas, conforme a las visitas y tasas de tributos que de ellos se han hecho. Trato de esto tan particularmente por lo haber visto y examinado y averiguado ser así verdad, siendo alcalde ordinario por Su Majestad del Rey don Felipe nuestro señor en esta ciudad de San Francisco del Quito este año en que esto se escribe de 1581, y como a tal se me sometió por el cabildo de ella visitase los términos de ella de la parte Norte y que mandase hacer lista de los ganados que había de pelo y lana y los indios que hay en el dicho término, para el efecto que la ciudad fuese bien abastecida y los caminos, ventas y tambos de él bien proveídos de lo necesario; y así mismo había sido procurador general y mayordomo de esta ciudad el año pasado de 1580, y entre otras cosas había propuesto en el cabildo que convenía hacer tres puentes de cal y canto y ladrillo en aquel camino, en tres ríos caudales donde se ahogaban algunos indios y españoles, y los naturales recibían mucho daño y costa en hacer los que había de madera casi todos los años; y para que la repartición y derrama que se había de echar para este efecto, así por rentas como por haciendas, fue muy necesario y conveniente la averiguación dicha, la cual hice con la mayor brevedad que se pudo averiguar, y en este particular entiendo que nadie mejor que yo lo podía certificar, por las razones dichas. Por la parte del Sur corren sus términos y jurisdicciones de los alcaldes ordinarios de esta ciudad, por el camino que va al puerto y escala de Guayaquil 42 leguas, y por el camino que va a la ciudad de Cuenca 34 leguas, en que a sí mismo hay   —419→   cantidad de cuarenta mil indios tributarios, sin hijos y mujeres, que los unos y los otros están repartidos y encomendados entre los vecinos conquistadores y sus hijos que residen en esta ciudad, a quien pagan renta y tributo en gratificaciones y remuneraciones por lo que ellos y sus padres tuvieron en el descubrimiento, conquista y pacificación de esta tierra, con cargo de doctrinarlos en las cosas de nuestra santa fe católica, por lo cual ponen sacerdotes suficientes, cada uno en sus pueblos e indios de encomienda. Daban de tributo cada un año más de doscientos mil pesos de a nueve reales en plata y ropas y otras cosas de su cosecha, de que comen y se sustentan los dichos vecinos, sin otras muchas granjerías que hay en ella entre los que no tienen encomiendas, que son muchas y muy buenas. Hay por esta parte del Sur mucha más cantidad de ganados de todos géneros, con más del tercio; tiene así mismo cinco ingenios de hacer azúcar, de que se provee la ciudad y las ciudades de Lima, Guayaquil, y Panamá, Cuenca, Loja y Zamora, sin otros trapiches de manos. Cuenca tiene ocho obrajes de hacer paños, jergas, frazadas y sayales, en que se ocupan más de mil ochocientos indios ordinarios, de que se sacan cada un año de cien mil pesos arriba, de lo cual se bastece la ciudad y las ya dichas, con otras de las gobernaciones de Popayán y la de los Quijos y la de Yaguarzongo y Pacazmao, y se lleva mucha ropa de ellos a la ciudad del Cuzco y Potosí y a la provincia de Chile; y así mismo provee de ganados y cordobanes a muchas de estas partes, y por el consiguiente provee a las ciudades de Guayaquil y Panamá de mucha cantidad de biscocho, harina, quesos, jamones y manteca, y de toda o la mayor parte de la jarcia que se gasta en los navíos que navegan la Mar del Sur, quedando la ciudad y su tierra bastecida y abundante de todas las cosas necesarias. Tiene otra grandeza mayor, que ni hay frío ni calor en todo el año que dé pesadumbre; son iguales los días con las noches en todo tiempo, sin que haya de diferencia casi nada. Hay en esta ciudad una iglesia catedral, lindo templo de cal y canto y ladrillo, de tres naves; toda la techumbre de madera de cedro, enlazada con grande artificio; una   —420→   capilla mayor de bóveda, y una torre de campanas muy alta y buena, de cal y canto y ladrillo, la más suntuosa y autorizada de cuantas hay en el Perú; un convento de San Francisco con uno de los mejores templos del reino, y gran claustro, y otro algo menor, todo de cal y canto y ladrillo, con la techumbre de la iglesia de cedro, enlazada como la de la iglesia mayor. Ricas portadas de cantería y lindos y adornados retablos y muchas capillas de caballeros vecinos y conquistadores de aquella tierra, dorados los artesones de la capilla mayor y coro, con las sillas de él de cedro, muy pulidas y curiosas, con un recibimiento y plaza de gran majestad; una casa y claustros de grande autoridad, con jardines, huertos y fuentes que le dan mucho lustre; que en España, en pueblos muy principales se tuviera por escogida obra, de buena, con mucha anchura. Hay otros tres conventos de la Merced, Santo Domingo, San Agustín, donde se van haciendo dos templos de grande autoridad en Santo Domingo y San Agustín, y un convento de monjas de la Concepción, y en todos los conventos grandes y buenos predicadores, frailes y monjes de grande observancia y religión. Tiene tres parroquias, de San Sebastián, San Blas y Santa Bárbara; un hospital, donde se curan pobres españoles y naturales. Está fundada en ella una Cancillería Real de presidente y oidores, a donde vienen a librarse los pleitos de la gobernación de Popayán, de la ciudad de Buga, por la parte del Norte, que hay 120 leguas, y de la gobernación de los quijos a la parte del Oriente, cuarenta leguas, que están de paz, que lo demás hasta la Mar del Norte, es tierra por conquistar; y por la parte del Occidente, de las ciudades de Guayaquil y Puerto Viejo, puertos de mar, a cien leguas y aún a más, aunque por esta parte hay otro pedazo de tierra de más de ochenta o noventa leguas de costa del Mar del Sur, que está por conquistar y confinan los indios de ellas con los sujetos a Quito y a la gobernación de Popayán, que de las ciudades a sellos hay por algunas partes a diez y a doce leguas de gente de paz, a más y a menos, y la demás es de guerra; y esto propio hay en la mayor parte del camino que hay desde Quito a Buga, hacía la banda   —421→   del Oriente a 6 y a 8, 10, 12 y más leguas, toda esta gente por conquistar excepto en algunas partes que hay algunos pueblos de españoles poblados; por la parte del Sur las ciudades de Cuenca, Loja y Zamora y Sevilla del oro con la gobernación de Juan de Salinas, en que hay pobladas Valladolid, Santiago, La Concepción, Loyola, Logroño, que todas son ciudades, de donde se saca oro; y la ciudad de Jaén, en que hay más de 130 leguas de longitud, y el obispado tiene de jurisdicción por la parte del Norte 46 leguas, y al Oriente y Occidente lo propio que la Audiencia, y por la parte del Sur hasta Segura, Olmos y Jaranca, que son más de 150 leguas, y por la sierra hasta Jaén, que es el distrito de la Audiencia; todos los dichos pueblos o los más de ellos están rodeados de indios de guerra que confinan con sus sujetos. Está fundada esta ciudad en un pequeño valle entre tres quebradas hondas; por la parte del Sur un cerro redondo donde se puede hacer un buen castillo fuerte; por la parte del Este otro cerro no tan alto, y encima una buena llanada de donde se señorea toda la ciudad; por la parte del Poniente otro cerro muy alto y largo con una sierra, donde nacen algunas fuentes, que se traen a la ciudad, con otras acequias de agua que pasan por las puertas y calles de ella; por la banda del Norte una gran llanada linda y apacible que en su tanto dudo haberla tan buena en todo el Perú, con una buena laguna en medio de un arroyo que baja del cerro y sierra que se ha oído, dura este llano legua y media de largo, y de ancho a tres y a cuatro tiros de arcabuz, y por algunas partes a media legua; todo cercado de heredades de pan sembrado y algunas huertas de frutas. Este llano sirve de ejido y dehesa de los ganados de las carnicerías y bueyes de arada de las estancias. Dentro de la misma ciudad, en las quebradas tiene nueve puentes por donde se comienzan las calles, y otra puente mayor en un río que pasa a tiro de arcabuz de la ciudad, donde hay muchos y buenos molinos de pan y tenerías de curtidores. Fundose en esta parte de tanta estrechura por causa de ser el sitio fuerte y bueno para se poder defender los pocos españoles que la poblaron, de la multitud de indios   —422→   que había en ella. Si hubiese en ella una universidad en que se leyesen todas las ciencias, sería muy autorizada sobre lo que es, y estaría en gran comarca de tierra sana y barata. No tiene sabandija mala de víbora, culebra ni lagartos; pocas lagartijas y algunas ratas; no hay piojo, en hombre español, ni ladillas, ni garrapatas en los ganados, ni hay pobre indio ni español que pida limosna por las calles, ni persona española que ande a pie por los caminos, ni en jumentos, sino todos a caballo. Sólo tiene un azar, que no es pequeño: de un volcán o boca de fuego que tiene por vecino a la parte de Poniente como tres leguas de la ciudad, que cuando se enoja echa de sí mucha cantidad de fuego y ceniza que da harta pesadumbre y sobresalto; adelante se dirá el sitio y traza de este volcán y sus efectos, al fin de esta obra; donde los verá quien quisiere; que me parece que los que no lo han visto holgarán de saber una cosa de tan grande extrañeza que cierto a los que la hemos visto nos la ha causado. Va este pueblo en grande aumento, en tanta manera que el año de 71 que llegué a él, tenía como 120 vecinos estantes y habitantes, y en los campos de su jurisdicción había otros 150, y pasaban el año de 85 pasado, que yo salí de allá de 1500 hombres los que había en la ciudad, y en los campos más de otros 500, y es tanta la muchedumbre de muchachos que se crían, que hay tres escuelas llenas. Entiendo vendrá a ser uno de los mayores pueblos de este reino, por su mucha fertilidad y abundancia. Andan en el camino del puerto pasados de 1500 caballos y mulas trayendo y llevando mercaderías para provisión de la ciudad y de otras que se proveen de ella. Hay muchas y muy buenas casas y edificios de adobes y tapias y portadas de piedra y ladrillos; muchas y muy buenas fuentes en ellas y en las plazas y entradas de la ciudad y en los monasterios. Hay en ella ocho plazas grandes y pequeñas; las calles anchas de a treinta y dos pies de anchura la que menos, largas y muy derechas; en las casas muchas y buenas huertas de duraznos todo el año, unos en flor y otros en sazón para se poder comer; algunas peras y manzanas y camuesas que se van dando; membrillos,   —423→   limas, naranjas y limones; muchas rosas de Alejandría, claveles y alhelíes y azucenas; todas estas flores casi todo el año o la mayor parte de él, por su buen temple; en los campos mucha caza de conejos, perdices, tórtolas y otras muchas aves y venados, y ninguna cosa de ello vedado. Hanse venido a contar todas estas cosas y grandezas de esta ciudad por haber salido de ella Gonzalo Pizarro al descubrimiento de la provincia de los Quijos, Zumaco y la Canela, como se dirá en el capítulo siguiente, y por haber yo sido vecino de ella más de 23 años, en los cuales he visto ser verdad todo lo dicho.




ArribaAbajoCapítulo XV

Cómo salió Gonzalo Pizarro de la ciudad de Quito a la conquista de la provincia de los Quijos, Zumaco y la Canela, y lo que en ella sucedió, y como bajó su capitán Francisco de Orellana con 54 compañeros por el río del Marañón abajo hasta la Mar del Norte, y lo que en el viaje les acaeció.


Por el mes era de febrero del año del nacimiento de nuestro Redentor y Salvador Jesucristo de 1540, cuando Gonzalo Pizarro salió de la ciudad de San Francisco de Quito del Perú a la conquista y poblazón de la provincia de los Quijos, Zumaco y la Canela, y como en aquellos tiempos estuviese tan pujante y valido en el Perú, a causa de ser su hermano el marqués don Francisco Pizarro, poblador y descubridor de esta tierra, siguiole en aquella ocasión mucha de la más noble y principal gente del reino, en cantidad de 280 hombres, que según la poca gente española que había entonces en la tierra era gran cosa haberlos podido juntar, y con ellos 260 caballos,   —424→   que el que menos valía en aquella era pasaba de 500 pesos de oro de a 22 quilates y medio, y otros al doble, porque como era al principio del descubrimiento de este reino, eran pocos los que había. Juntamente con esto llevó cantidad de arcabuces y ballestas con mucha munición y pertrechos de guerra, con muchos esclavos e indios de servicio, toda gente muy lúcida y apercibida para cualquiera ocasión que se les ofreciera. Esta provincia es Leste o Sueste con la ciudad del Quito al Oriente; pasa de la gran cordillera que sigue desde Santa Marta en lo primero de la Mar del Norte, viniendo de España a Tierra Firme, y corre su longitud desde allí hasta lo último de Chile y estrecho de Magallanes por espacio de más de 1300 leguas Norte Sur. En esta provincia están pobladas al presente las ciudades de Baeza, Ávila y Archifona, en contorno de treinta leguas, que son gobernaciones de Melchor Vázquez de Ávila, las cuales se poblaron mucho después; Baeza en el año de 1558 por el gobernador Rodrigo Núñez de Bonilla, vecino que fue de Quito, y por su fin sucedió en ella Melchor de Vázquez de Ávila, el cual siendo gobernador de la provincia de Quito el año de 1562, envió por su teniente y capitán general a Andrés Contero, el cual fue a lo conquistar y poblar en este año con 300 soldados bien aderezados a su costa y minción, en que gastó más de 30 mil pesos y pobló las ciudades de Ávila y Archidona, las cuales fueron despobladas al cabo de 17 o 18 años de su poblazón por haberse rebelado los indios sus sujetos y haber muerto todos los españoles y mujeres que en ellas había, sin dejar ninguno con vida si no fue sola una niña de hasta seis años, asolando y quemando las ciudades, como nos contará la historia de su poblazón, alzamiento y reedificación, con sus reedificadores y el castigo que se hizo a los rebelados, donde el tiempo y ocasión nos diere entrada.

Siguiendo Gonzalo Pizarro su jornada, después de haber caminado algunos días llegó al pueblo de Zumaco, donde hoy está fundada en servicio de Su Majestad la ciudad de Ávila; de este pueblo fue al Valle de la Coca   —425→   por donde pasa un hermoso y caudaloso río; procurando buscar por dónde le pasar con más seguridad y menos daño de su real; siguió su corriente riberas de él tres leguas, donde halló sobre la mano derecha una angostura y salto que el río hace por entre dos peñas de trece pies de ancho, donde mandó hacer una buena puente de madera por donde pasase su real y bagajes con buena seguridad, la cual pasada siguieron su viaje el río abajo como diez leguas; al cabo de ellas dieron en una buena sábana que es tanto como campaña rasa, donde estaba un pueblo llamado Guema, de poca vecindad y algunas comidas, con que se refrescó el ejército, en la cual habría como tres leguas de largo.

Por bajo de esta campaña dieron en otra sabana menor de hasta legua y media, la cual era muy fértil y abundosa de frutos y comidas de la tierra; aquí paró el real a se entretener y refrescar, de donde envió Gonzalo Pizarro a don Antonio de Rivera, su maese de campo, con la gente que le pareció, a descubrir la tierra riberas de este río abajo, y habiendo caminado como diez leguas topó riberas de él una buena población, y sin tener recuentro ni pesadumbre con los indios de ella, volvió a dar noticia a Gonzalo Pizarro de lo que había, de la cual alzó su real de estas sabanas, marchando la vía de la nueva población, donde llegaron sin riesgo ni cosa que sea de contar. Llegados que fueron a ellas procuraron tener alguna entrada con los indios, sin que viniesen a rompimiento y con halagos y rescates de sal, que entre ellos es tenida en mucho, y con hachas y machetes de hierro, comenzáronles a dar de comer mucho género de pescados y maíz y yucas y batatas y de otras frutas que había en la tierra. Al cabo de algunos días que habían estado allí, como el río fuese ancho, manso y caudaloso, por donde navegaban los indios con canoas, pareció a Gonzalo Pizarro que sería bien hacer un bergantín para que mejor y más fácilmente se pudiese descubrir los secretos de este río; púsose en práctica el negocio y todos avinieron en que era sano y acertado consejo; púsose por obra ayudando los indios a cortar la madera y traerla   —426→   con los materiales y cosas necesarias para su fábrica y con ellos ayudaban a nuestros españoles amigablemente, así en la labor del barco como en proveerles de comidas, por sus rescates, y ya los españoles asegurados con la buena amistad que los indios les hacían, salían a pescar al río, donde pescaban mucho pescado, por ser abundantísimo de ello; y mataban con sus arcabuces muchas pavas y patos. Con lo uno y otro y con el maíz y yucas se sustentaron bastantemente. Con este buen aparejo fue Dios servido que hicieron un bergantín estanco y recio, aunque no muy grande, y le echaron al río en breve tiempo. Está situado este pueblo que llamaron del Barco, riberas de este río, sobre mano izquierda, en una barranca alta, seguro de las avenidas que suele haber con las lluvias del invierno, y por la cuenta estará a 70 leguas de la ciudad de Quito, hasta donde y aún más arriba se vio navegar por este río a los indios con canoas, y por esta causa certifican los que lo vieron que se podría navegar desde España hasta este pueblo, y algo más, por la mar y por este río arriba, descubriéndose esta tierra. Acabado de hacer este barco determinó Gonzalo Pizarro que se embarcasen en él y en algunas canoas hasta 25 españoles de los soldados enfermos que había, con el bagaje del campo, para aligerar más la gente en servicio de él, con orden que el resto de él marchase por tierra, y el barco navegase por el río con las canoas que con él iban, y todos los de tierra y río viniesen a hacer noche juntos sin que se abajasen ni dividiesen los unos de los otros, para que del bergantín se proveyese el real de las cosas necesarias; duró esta orden y concierto por espacio de cincuenta leguas, en las cuales hallaron riberas de él algunas poblaciones de donde se iban proveyendo de las comidas que les eran menester; y estas pasadas; dieron el despoblado, y como les faltase la comida conforme a la relación y noticia que llevaban, a cuatro jornadas adelante había una población donde había mucha comida, de la cual iban ya faltos, de cuya causa mandó Gonzalo Pizarro a Francisco de Orellana, que era uno de sus capitanes, que apercibiese la gente que le pareciese que convenía y se embarcase con ella en el   —427→   bergantín y tres canoas que llevaban, echando fuera el fardaje y cosas del real para que fuese más a la ligera, y fuesen a buscar aquella tierra y le trujese con brevedad relación de lo que había, con la mayor cantidad de comida que hubiese.

Luego apercibió 54 soldados, y entre ellos al padre Caravajal, de la Orden de Santo Domingo, con los cuales se embarcó en seguimiento de su demanda. De allí se volvió Gonzalo Pizarro el río arriba a la más cercana población que había dejado, dando orden a Orellana que allí le hallaría alojado con su real.

Es la gente de este río pulida, bien agestada y dispuesta; vestidos de manta y camiseta de pincel; pintada de diferentes suertes y colores y las mujeres con ropas de las mismas pinturas; entre ellos había algunos que traían patenas de oro en los pechos, y las mujeres orejeras de ello en sus orejas, y otras piezas en las narices y gargantas. Las armas que tienen son macanas, que son unos bastones de palma negra, largos, a manera de montantes, con sus filos y puntas, de que juegan hermosa y ligeramente, y dardos arrojadizos.

Dejemos a Gonzalo Pizarro con su gente en este real, y volvamos a Francisco de Orellana, que iba navegando con los suyos, los cuales anduvieron nueve días continuos sin hallar poblado, al cabo de los cuales dieron con un pueblo de hasta 200 vecinos, llamados los Irimaraezes, donde hallaron buena provisión de comida, de maíz, yucas y batatas y pescado y muchas frutas; saltaron en tierra puestos en buena orden para lo que aviniese, y sin tener recuentro ni impedimento alguno se les hizo buen acogimiento por los indios, no embargante que se recelaban los unos de los otros como de gente no conocida. En este pueblo se entretuvieron tres meses aguardando a Gonzalo Pizarro, en los cuales les hicieron los indios buen tratamiento, dándoles de lo que tenían; tuvieron noticia de otras poblaciones vecinas a esta, la tierra adentro con quien los de este pueblo tenían sus contrataciones y rescates / pasados los tres meses, como Gonzalo   —428→   Pizarro no viniese entraron en consulta el capitán Francisco de Orellana con sus soldados, sobre si sería bueno volver al real donde habían dejado a Gonzalo Pizarro, o proseguir su viaje hasta ver el cabo de este río y salir a la mar; y tratando del negocio, todos los más dificultaron mucho el poder volver el río arriba; otros decían que según la mucha gente que había quedado con Gonzalo Pizarro y la poca comida que les había quedado, no sería posible estar donde los habían dejado, porque no se podían sustentar allí, o serían todos muertos con la falta de comida; pero todas eran razones que hacían en su hecho, que con facilidad se pudiera volver el río arriba con el bergantín, según yo me informé de algunos que se hallaron en ello, que eran personas de opinión y crédito, como fueron el gobernador Andrés Contero, y Juan de Vargas, tesorero de la Real Audiencia de Guayaquil, y Andrés Duran Brazo, alguacil mayor de esta ciudad, y el capitán Juan de Llanes, vecino encomendero de la ciudad de Quito, y Pero Domínguez Niradero; y al cabo de tantos acuerdos, determinaron de irse el río abajo a buscar la mar, que esto fue lo que más cuadró a la mayor parte de ellos. Con esta determinación salieron de este pueblo y a cabo de seis días de navegación fueron a dar en la isla de los Cararies, que es la que nos ha dicho la historia donde salió García de Arce y tras él toda la armada del gobernador Pedro de Orsúa, a donde les salieron los indios de paz, sin haber visto jamás españoles, por haber sido el capitán Francisco de Orellana y los suyos los primeros de todos cuantos han bajado por este río. Procuraron nuestros españoles acariciar y regalar a estos indios como a personas de quien tenían necesidad, y vista la amistad buena y aparejo que en ellos hallaron, y que el río era muy ancho y el bergantín que llevaban pequeño y no podían navegar con seguridad en los caños, determinaron de hacer allí otro bergantín, lo cual pusieron por obra, y con el buen recaudo y aviamiento que los indios les daban, en cincuenta días le pusieron la vela, y al cabo de ellos salieron de esta provincia, y prosiguiendo su viaje toparon muchos pueblos de indios, así en la ribera del río como   —429→   en las islas, que hay muchas por medio de él; así mismo hallaron muchas sementeras y frutales, de donde iban tomando las cosas que les eran necesarias para su viaje y navegación, sin osar atravesarse ni tomar pendencia con los indios, por ser como eran pocos los españoles que iban para tanto número de indios como había. Más abajo toparon con algunos pueblos quemados. La causa de ello era que los indios de esta provincia tenían guerra con los indios de la provincia de Machifaro, que está más hacía la mar, los cuales se los habían quemado y saqueado, y hallaron entre estos indios, entre otras frutas, una manera de uvas negras y blancas, cosa muy sabrosa; mucha miel de abejas, muchos pescados asados y secos; todos los indios muy lucidos, vestidos de manta y camiseta, pintada de pincel de diferentes colores.

Hallose entre ellos una loza con que se sirven, muy delgada y lisa, vidriada y matizada de colores al modo de la que se hace en la China; es tierra de mucho algodón, con que calafatearon el bergantín, y en lugar de brea les dieron los indios un betún llamado mene, que vuelto con grasa de pescado fue suficiente para que estuviera bueno y estanco. Había mucha cantidad de maíz, yucas bravas y dulces, batatas e iñames, frisoles y maní; muchos pimientos y calabazas y gran cantidad de frutos, de lo cual es abundantísima; muchas pavas y patos y pavies con que se sustentaban y tomaban abundantemente. Tuvieron por cosa imposible los indios de esta provincia que tan pocos españoles como iban con Francisco de Orellana pudiesen resistir a los muchos naturales de Machifaro y los demás pueblos de su comarca. Finalmente prosiguiendo su viaje dieron en un despoblado, y a cabo de siete días que navegaron por él, dieron de repente en una muy grande y hermosa población, que así lo dicen por su grandeza, llamada Machifaron, de donde los salieron a recibir al río algunos indios con canoas y les dieron a entender que su cacique y general los quería ver y saber qué gente eran, y de donde venían y qué buscaban; que saltasen en tierra. Los españoles se fueron en sus bergantines la vía de tierra, aunque con mucho recelo, puestos en orden, con sus arcabuces   —430→   cargados, las cuerdas encendidas, las ballestas armadas y puestas en ella sus saetas. Ahora, pues, llegados que fueron al pueblo, como los vio el cacique de diferente traje y traza que la demás gente que había visto, y todos barbados, que no lo son los indios, en alguna manera los respetó y usando con ellos de comedimiento les mandó desembarazar un pedazo del pueblo con toda la comida que en él había, que era mucho maíz y yuca y pescado fresco a su usanza y modo, sin género de sal, que lo asan y secan al fuego en tal manera que se puede guardar muchos días. Había cantidad de estanques de agua, llenos de tortugas que los indios tenían a cebo para su comida y recreación, sustentadas a maíz, que eran muy gordas sabrosas y buenas. Como los españoles se vieron en tierra tan harta y bastecida, comenzaron a juntar comida con mucha codicia y mala orden y a meterla en los bergantines.

Como los bárbaros indios vieron su codicia y desconcierto, pusiéronse en armas y de improviso dieron sobre nuestros españoles tanta cantidad de indios armados con macanas y dardos y paveses de cueros de lagartos y manatíes que los cubrían de pies a cabeza, y como el negocio fue de tan de repente y sin pensar, halláronlos divertidos y aún apartados los unos de los otros, ocupados en sus rancherías; de tal manera dieron sobre ellos, que antes de que se pudiesen juntar hirieron a algunos de ellos, pero luego que fueron juntos embestían con grande ímpetu con los indios, quitándoles las armas y paveses, los cuales les fueron de mucha defensa para que no los matasen. Con esta refriega hirieron y mataron muchos indios y fue causa de que se juntasen muchos más para los vengar, y viendo la mucha gente que acudía, fue forzoso a los españoles embarcarse con la mejor orden que pudieron, sin que muriese ninguno, aunque fueron heridos la mayor parte de ellos. Después de embarcados, los cercaron en el río más de cuatrocientas canoas y piraguas que les daban gran batería por una banda y otra, y como se viesen tan perdidos, ataron juntos los bergantines porque no les pudiesen entrar en medio, y   —431→   repartiéronse por los bandos con buena orden con sus arcabuces y ballestas, con que hacían buenos tiros hiriendo y matando muchos de los enemigos, con que les pusieron mucho temor para que no se les llegasen, y era tanto el espanto que recibían de ver herir y matar con el estruendo de los arcabuces, y sin saber lo que era, ni ver lo que los hería y mataba, que se dejaban caer en oyendo el trueno del arcabuz, pero por presto que lo hacían ya eran muertos o heridos aquellos a quien acertaban las balas o perdigones; de cuya ocasión no se les osaban llegar, que de otra manera fuera cosa imposible quedar ninguno de los españoles sin ser preso o muerto, porque había para cada uno cien indios; sino que Dios milagrosamente los quiso guardar; y con todo el daño que recibían los siguieron el río abajo aquella tarde que se embarcaron y otros dos días con sus noches, en los cuales iban navegando lo más que podían. En todo este tiempo iba poblada la ribera del río de Machifaro, lo cual se veía muy bien con la claridad y de noche con muchas hachas y luminarias que los indios hacían en tierra, que daban mucha claridad. Esta gente es desnuda, así hombres como mujeres; sus armas son macanas, flechas y dardos y paveses de cueros de grandes lagartos y de unos pescados llamados manatíes, que son tan grandes como terneras, y tan duros que una jara arrojada con ballesta no los puede pasar, y fuéronle a los españoles de mucho provecho, así para contra la gente de esta tierra como para la que adelante toparon. La tierra es, a partes de montaña rala y a partes de sabana rasa. Hay en ella de las comidas referidas arriba, y nueces y mucha miel de abejas y puercos monteses y dantas. Antes que llegasen a esta población, viniendo por el despoblado que se ha visto, estando un soldado aderezando una nuez de ballesta, se le cayó al río, y sucedió que otro día siguiente, estando pescando, después de haber navegado buen trecho tomaron un pece grande y abriéndole hallaron en el buche de él la nuez de ballesta que se había caído al río, que parece que milagrosamente los proveía Dios en semejante necesidad de remedio contra sus enemigos. De esta provincia salió herido fray Diego de Carvajal, de la   —432→   Orden de predicadores, en un ojo de que quedó tuerto. De aquí para abajo toparon con otras muchas poblaciones, teniendo siempre sobre mano derecha, a donde no se atrevían a parar ni ver los secretos de la tierra, más que a solo tomar comida en las partes más cómodas que les parecía, porque eran pocos para la muchedumbre de indios que había. En las canoas y casas de algunos de estos indios hallaron pintadas algunas cosas muy conforme a las de los ingas del Cuzco, y en otras ovejas y carneros del Perú; y preguntándoles por las lenguas que llevaban ¿qué significaban aquellas pinturas?, les decían que a la tierra adentro había de aquel género de gente y animales, señalando unas cordilleras altas que están a la vista del río. No pudieron ver otra cosa los pocos españoles que iban con Francisco de Orellana, ni buscarla en la tierra, con el temor que los habían puesto los indios de Machifaro; solo veían muchas poblaciones por el río y sus y islas, que son gran cantidad. Afirman que sube la marea por el río arriba más de cien leguas. Salió Francisco de Orellana a la Mar del Norte a la isla de la Margarita, y contentándole la tierra y poblaciones de ella se fue a España. Pidió a Su Majestad del emperador Carlos V, rey nuestro señor, la conquista de ella. Diósela con título de adelantado, y yéndola a hacer con grande armada, subió por el río arriba gran trecho de tierra; dio en una población, la cual está a mano derecha subiendo el río arriba, donde tomó tierra y los indios le hicieron buen acogimiento. Envió exploradores la tierra adentro, y estando la cosa en este estado, como Francisco de Orellana era hombre viejo, sobrevínole una enfermedad de que murió, con lo cual se desbarató la guerra. Volviéronse los españoles el río abajo, y aunque las personas que habían ido a buscar la tierra les trujeron buenas nuevas de ella y de la mucha gente y buena que había, no quisieron poblar ni hacer otra cosa que volverse, y visto por algunos de los que habían entrado a descubrir la tierra, no se quisieron ir con ellos, antes se quedaron en ella 28 españoles, sin que se entienda que se hayan vuelto hasta ahora; antes se tuvo noticia que estaban poblados la tierra adentro en aquel paraje, al tiempo   —433→   que por allí bajó Lope de Aguirre en el año de 71. Volvamos, pues a Gonzalo Pizarro y a los suyos que quedaron aguardando el bastimento que les había de llevar el capitán Francisco de Orellana. Como no volviese con ello y la hambre fuese tanta, les fue forzoso irse comiendo los caballos poco a poco, y tales soldados hubo que tenían por remedio sangrar los caballos cada ocho días y cocer la sangre de ellos con yerbas en los murriones que llevaban, y comérsela de es a suerte con yerbas y todo; y esto hacían porque no se les acabase tan presto la comida, de cuya causa les fue forzoso a Gonzalo Pizarro volverse a Quito, a donde volvió a salir a cabo de dos años que había andado perdido, sin haber dado por entonces con la tierra que buscaba, ni aún se ha hallado hasta ahora, ni las minas ricas que aquí tenía Huaynacápac, a quien estaba sujeto el Perú; de las cuales hay mucha noticia y serían fáciles de descubrir si hubiese curiosidad y diligencia, según dicen los que lo entienden; pero los que tienen posibilidad para lo poder hacer, no se quieren inquietar, y los que lo desean no tienen lo que les es necesario para lo procurar, y a esta causa está encubierta esta tan grande riqueza hasta que Dios sea servida que se descubra.







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ArribaAbajo Fray Reginaldo de Lizarraga Orden de los dominicos

Vecino de Quito y obispo de la Imperial y de Asunción


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ArribaAbajoBiografía de fray Reginaldo de Lizarraga Orden de los dominicos

Vecino de Quito y obispo de la Imperial y de Asunción


De este distinguido hijo de Santo Domingo de Guzmán, no podemos dejar de dar breves datos, antes de que el lector lea algunas de sus páginas relativas a nuestra patria, porque vivió en la ciudad de Quito cuando niño y, cuando ya pertenecía a la Orden del patriarca de Guzmán, recorrió nuestro territorio habiendo dejado de él noticias de valor.

Su obra por la cual ocupará en todo tiempo sitio preeminente entre los historiadores primitivos de Indias, la llamó: Descripción breve de toda la tierra del Perú, Tucumán, Río de la Plata y Chile. El autor dedicó el libro, extenso y minucioso, al excelentísimo señor conde de Lemos y Andrada, presidente del Consejo Real de Indias. Lo publicó el infatigable erudito don Manuel Serrano y Sanz, en el tomo segundo de sus Historiadores de Indias.

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En el capítulo segundo de su obra y bajo el título de Descripción del Perú dijo el autor textualmente lo siguiente:

Trataré lo que he visto, como hombre que allegué a este Perú más ha de cincuenta años el día que esto escribo, muchacho de quince años, con mis padres, que vinieron a Quito, desde donde, siempre en diferentes tiempos, y edades, he visto muchas veces lo más y mejor de este Perú, de allí hasta Potosí, que son más de 600 leguas, y desde Potosí al reino de Chile, por tierra, que hay más de quinientas, atravesando todo el reino de Tucumán, y a Chile me ha dado la obediencia ir dos veces; esta que acabo de decir fue la segunda, y la primera por mar desde el puerto de la ciudad de Los Reyes; he dicho esto porque no hablaré de oídas, sino muy poco, y entonces diré haberlo oído más a personas fidedignas; lo demás he visto con mis propios ojos, y como dicen, palpando con las manos; por lo cual lo visto es verdad, y lo oído no menos; algunas cosas diré que parece van contra toda razón natural, a las cuales el incrédulo dirá que dé largas vías; más el tal dará muestras de un corto entendimento, porque no creer los hombres sino lo que en sus patrias ven, es de tales.



La obra de fray Reginaldo de Lizárraga se ha reputado siempre como, una de las más importantes para el conocimiento geográfico del continente americano. Este escritor que tantas tierras había recorrido, no se llamaba en realidad Reginaldo de Lizárraga sino Baltazar de Ovando; el nombre y el apellido le cambió el prior del convento del Rosario, fray Tomás de Argomedo, cuando allí vistió el hábito el novicio Ovando.

La circunstancia de haber actuado en Chile y recorrido su territorio, nos ha valido el que se preocupara con fray Reginaldo de Lizárraga, con su figura y su obra, el polígrafo don José Toribio Medina, que en su   —439→   Diccionario Colonial de Chile le dedicó un importante artículo. Siguiendo, pues, a maestro tan respetable en la materia, diremos que Fontana y Gil González le tuvieron como nacida en Lima, al paso que los Echard y Meléndez afirmaron que era de Cantabria. Medina escribe que sus padres fueron honrados vizcaínos que pasaron de España al Perú, para fijar allí su residencia. Hemos citado antes las palabras del mismo Lizárraga que dice que había estado en Quito cuando era niño. Según el padre Rubén Vargas Ugarte, en Quito estudió Lizárraga la gramática y recibió también la tonsura, habiendo pasado en 1560 a Lima, en cuyo convento del Rosario tomó el hábito; fue entonces cuando dejó de llamarse Baltazar Ovando.

Pronto se vio honrado con varios cargos en la Orden de predicadores y así le hallamos actuando en Chuquisaca, en Chile, en Lima, en 1586, para tornar nuevamente a Chile con el cargo de provincial. Dice Medina en su Diccionario:

Veinte largos años se contaban ya a que fray Reginaldo había dejado la vida del mundo, cuando salió nombrado para vicario provincial de la provincia de Chile. Daba la vuelta de Lima para aviarse, pero con ocasión de vacar el priorato del convento, principal, fue designado para desempeñar ese cargo. En el capítulo provincial que en Lima celebraron los dominicos en 1561, se pidió por primera vez al padre general que dividiese la provincia del Perú. De esta división nació, la llamada provincia de San Lorenzo mártir en Chile, que abrazaba desde los conventos de Concepción y Coquimbo hasta los de Mendoza, Tucumán, Buenos Aires y Paraguay. Desempeñaba todavía fray Reginaldo su cargo de prior en Lima, cuando llegaron letras patentes del general de la Orden Sisto Fabro, datadas de Lisboa, que le designaban, para ir a regir la nueva provincia. Púsose luego en marcha para Chile, acompañado sólo de un fraile del mismo convento de Lima. Pudo llegar al fin a la ciudad de Santiago. Llegando, dice él mismo, hice lo   —440→   que pude, no lo que debía porque soy hombre y no puedo prometer más que faltas. Terminadas sus funciones volvió a Lima, por el año de 1591, para desempeñar el cargo de maestro de novicios.



Por recomendación de don García Hurtado de Mendoza, marqués de Cañete y virrey del Perú, Felipe Segundo le presentó a la autoridad pontificia para la silla episcopal de la Imperial, en Chile, que estaba vacante desde 1595. El 12 de junio de 1598 Lizárraga contestó aceptando la dignidad que se le ofrecía y el 24 de octubre de 1599 se consagró en Lima como tercer obispo de la Imperial. Ansió luego renunciar su cargo, mas no se le aceptó la renuncia y al fin llegó a Chile en 1603. Destruida la ciudad Imperial trasladó su sede episcopal a la ciudad de Concepción. Pasados pocos años, el Rey le presentó para la sede del Paraguay en 1606, vacante por haber sido promovido al arzobispado de Charcas el titular, Martín Ignacio de Loyola. Lizárraga, dice Medina, se despidió definitivamente de Chile a fines de 1607 y en 1608 escribía al Rey desde Córdoba del Tucumán. Según Medina, Lizárraga se enredó en competencias y disputas con las autoridades seculares de Asunción del Paraguay y murió a los setenta años de edad, a fines de 1611 o principios de 1612. El historiador peruano Rubén padre Vargas Ugarte, fija su muerte en el año de 1615.

A más de la obra fundamental que fue editada por don Manuel Serrano y Sanz en los primeros años del siglo veinte, Lizárraga, parece que dejó inéditos otros libros sobre temas religiosos y bíblicos, cuya lista puede hallar el lector en el Diccionario Colonial de Chile, de Medina. Ninguno ha visto la luz.

A nosotros nos interesan los capítulos en que el eminente hijo de Domingo de Guzmán, un tiempo vecino de Quito, habla de nuestra tierra ecuatoriana que él visitó personalmente y para la cual guardó su afecto en todo tiempo. El lector hallará luego en este libro aquellas páginas.

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Descripción breve de toda la tierra del Perú, Tucumán, Río de la Plata y Chile.
Para el excelentísimo señor conde de Lemos y Andrada, presidente del Consejo Real de Indias.

Por fray Reginaldo de Lizárraga.

Historiadores de Indias de Serrano y Sanz, tomo II, páginas 486 a 490 y 526 a 529.

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ArribaAbajoCapítulo II

De la descripción del Perú.


Descendiendo en particular a nuestro intento, trataré lo que he visto, como hombre que allegué a este Perú más ha de cincuenta años el día que esto escribo, muchacho de quince años, con mis padres, que vinieron a Quito, desde donde, aunque en diferentes tiempos y edades, he visto muchas veces lo más y mejor de este Perú, de allí hasta Potosí, que son más de 600 leguas, y desde Potosí al reino de Chile, por tierra que hay más de quinientas, atravesando todo el reino de Tucumán, y a Chile me ha mandado la obediencia ir dos veces; esta que acabo de decir fue la segunda, y la primera por mar desde el puerto de la ciudad de Los Reyes; he dicho esto porque no hablaré de oídas, sino muy poco, y entonces diré haberle oído más a personas fidedignas; lo demás he visto con mis propios ojos, y como dicen, palpado con las manos; por lo cual lo visto es verdad, y lo oído no menos; algunas cosas diré que parece van contra toda razón natural, a las cuales el incrédulo dirá que da largas vías, etc., mas el tal dará muestras de un corto entendimiento, porque no creer los hombres sino lo que en sus patrias ven, es de los tales.



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ArribaAbajoCapítulo III

Prosigue la descripción del Perú.


Este reino, tomándolo por lo que habitamos los españoles, es largo y angosto; comienza, digamos, desde el puerto o por mejor decir playa, llamada Manta, y por otro nombre Puerto Viejo.

Llámase Puerto Viejo por un pueblo de españoles, así llamado, que dista del puerto adentro ocho o diez leguas; no le he visto, pero sé es abundante de trigo y maíz y otras comidas de la tierra, de vacas y ovejas, y es abundante de muchos caballos y no malos; el temple es caliente, aunque templado el calor; cría la tierra muchas sabandijas, ponzoñosas, y con estar en la línea equinoccial no es muy caluroso. Los aires de la mar le refrescan; llueve en él, aunque no mucho.

Los indios de este puerto son grandes marineros y nadadores; tienen balsas de madera liviana, grandes que sufren vela y remos; los remos son canaletes; visten algodón, manta y camiseta; desde este puerto, en viendo los navíos que vienen la vuelta de tierra, salen con sus balsas, llevan refresco que venden, gallinas, pescado, maíz, tortillas biscochadas, plátanos, camotes y otras cosas. Tienen las narices encorvadas y algún tanto grandes; diré lo que vi, porque pase por donaire; cuan do veníamos navegando cerca del puerto llegó una balsa con refresco; diosele un cabo, traía lo que tengo referido; un criado de mis padres, rescatando algunas cosas de estas, y no queriendo el indio que era el principal piloto de la balsa (hablan un poco nuestra lengua) quebar de la plata que pedía por el refresco, díjole: ¡oh qué pesado eres, no pareces sino judío!. En oyendo esto el indio, saltó del navío en su balsa; larga el cabo y vira la vuelta de tierra;   —445→   ni por muchas veces que se le dieron para que volviese, no lo quiso hacer; tan grande fue la afrenta que se le hizo y tanto lo sintió.




ArribaAbajoCapítulo IV

De la punta de Santa Helena.


Siguiendo la costa adelante, que toda ella desde la punta de Manglares hasta el estrecho de Magallanes, que sin duda hay más de mil leguas, corre Norte Sur (no creo son veinte leguas), está la punta llamada de Santa Helena; tiene pocos a ningunos indios el día de hoy; cuando la vi y saltamos en ella eran muy pocos los que allí vivían. En esta punta, aunque es playa, suelen surgir los navíos que vienen de Panamá, toman agua y algún refresco. Hubo aquí antiguamente gigantes, que los naturales decían no saber dónde vinieron; sus casas tenían tres leguas más abajo del surgidero, hechas a dos aguas con vigas muy grandes; yo vi allí algunas traídas en balsas para hacer un tambo que allí labraba el encomendero de aquellos indios, llamado Alonso de Vera y del Peso, vecino de Guayaquil.

Vi también una muela grande de un gigante, que pesaba diez onzas y más. Refieren los indios por tradición de sus antepasados, que como fuesen advenedizos, no saben de donde, y no tuviesen mujeres, las naturales no los aguardaban, dieron en el vicio de la sodomía, la cual castigó Dios enviando sobre ellos fuego del cielo, y   —446→   así se acabaron todos; no tiene este vicio nefando otra medicina.

Hay también en este puerto, no lejos del tambo, una fuente como de brea líquida, que mana, y no en pequeña cantidad; del agua se aprovechan algunos navíos en lugar de brea, como se aprovechó el nuestro, porque viniéndonos anegados entramos en la bahía de Caraques, doblado el cabo de Pasao, ocho leguas más abajo de Manta, de donde se envió el batel con ciertos marineros a esta punta por esta brea (creo se llama copey), y traída se descargó todo el navío; diosele lado y con el copey cocido para que se espesase más brearon el navío, y saliendo de allí navegamos sin tanto peligro. Dicen que es bonísimo remedio para curar heridas frescas como no haya rotura de nervio.




ArribaAbajoCapítulo V

Del pueblo de Guayaquil.


De aquí por mar en balsas se va al segundo pueblo de españoles; no sé las leguas que hay, doblando esta punta hasta Santiago de Guayaquil, y también se camina por tierra llana, y en tiempo de aguas, cenagosa. Este pueblo Santiago de Guayaquil es muy caluroso por estar apartado de la mar; tiene mal asiento, por ser edificado en terreno alto, con figura como de silla estradiota, por lo cual no es de cuadras ni tiene plaza, sino muy pequeña, no cuadrada. Por la una parte y por la otra de este cerro tiene la ribera de un río grande y caudaloso, navegable,   —[447]→   empero no se puede entrar en él si no es con creciente de la mar, ni salir si no es en menguante; tanta es la velocidad y violencia del agua, creciendo o menguando. Críanse en las casas muchas sabandijas, cuales son culebras y algunas víboras, sapos muy grandes, ratones en cantidad; están cenando o en la cama, y vense las culebras correr por el techo tras el ratón, que son como las ratas de España; al tiempo de las aguas, infinitos mosquitos, unos zancudos cantores, de noche infectísimos, no dejan dormir; otros pequeños, que de día solamente pican, llamados rodadores, porque en teniendo llena la barriga, como no puden volar, déjanse caer rodando en el suelo y otros, y los peores y más pequeños, llamados jejenes o comijenes, importunísimos; métense en los ojos y donde pican dejan escociendo la carne por buen rato con no pequeña comezón.

Es pueblo de contratación, por ser el puerto para la ciudad de Quito, y por se hacer en él muchos y muy buenos navíos, y por las sierras de agua que tiene en las montañas el río arriba, de donde se lleva a la ciudad de Los Reyes mucha y muy buena madera. Tiene dos o tres excelencias, notables: la primera, la carne de puerco es aquí saludable, las aves bonísimas; y sobre todo el agua del río, particularmente la que se trae de Guayaquil el Viejo, que es donde se pobló este pueblo; van por ella en balsas grandes, en una marea, y vuelven en otra; dicen esta agua corre por cima de la zarzaparrilla, yerba o bejuco notísimo en todo el mundo por sus buenos efectos para el mal francés, o bubas por otro nombre, las cuales se verán aquí mejor que en parte de todo el orbe, y sana muy en breve los pacientes, dejándoles la sangre purificada como si no hubieran sido tocados de esta enfermedad, con sólo tomarla por el orden que allí se les manda guardar; empero si no se guardan por lo menos seis meses, tornan a recaer; yo vi un hombre gafo en un valle distrito de Quito, llamado Riopampa, que no podía comer con sus manos y lo pusieron en una hamaca para lo llevar a que se curase en este pueblo y dentro   —448→   de seis meses le vi en Los Reyes tan gordo y tan sano como si no hubiera tenido enfermedad alguna, y otros he visto volver sanísimos; suficiente excelencia para contrapeso de las plagas referidas. No se da trigo en este pueblo, más dase maíz y muy blanco, y el pan que de él se hace es mejor y más sabroso que el de nuestro trigo; darse muchas naranjas y limas, y frutas de la tierra en cantidad, buenas y sabrosas, y la mejor de todas ellas son las llamadas badeas por nosotros; son tan grandes como melones, la cáscara verde, la carne, digamos blanca, no de mal sabor; por dentro tiene unos granillos poco menores que garbanzos, con un caldillo que lo uno y lo otro comido sabe a uvas moscateles las más finas, es regalada comida.

Por este río arriba, se sube en balsas para ir a la ciudad de Quito, que dista de este pueblo sesenta leguas, en la sierra y tierra fría, las veinticinco por río arriba, las demás por tierra.

Al verano se sube en cuatro días; al invierno en ocho cuando en menos tiempo, porque se rodea mucho; déjase la madre del río y declinando sobre la mano derecha a las sábanas, que son unos llanos muy grandes llenos de carrizo, pero anegados del agua que sale de la madre del río, llévanse las balsas con botadores, porque el agua está embalsada y no corre; es cierto que si la tierra no fuera tan cálida y llena de mosquitos, causara mucha recreación navegar por estas sabanas.

En ellas hay algunos pedazos de tierras altas que son como islas, donde los indios tienen sus poblaciones con abundancia de comidas y mantenimientos de los que son naturales a sus tierras; mucha caza de venados y puercos de monte, que tienen el ombligo en el espinazo; pavas, que son unas aves negras grandes, crestas coloradas y no malas al gusto; hay también en estas islas tigres no poco, dañosos a los indios, y es cosa de admiración; en estas sabanas hay muchas casas, o barbacoas por mejor   —449→   decir; puestas en cuatro cañas de las grandes, en cuadro, tan gruesas como un muslo y muy altas, hincadas en el suelo; tienen su escalera angosta, por donde suben a la barbacoa o cañizo donde tienen su cama y un toldillo para guarecerse de los mosquitos; aquí duermen por miedo de los tigres; muchos de estos indios están toda la noche en peso sin dormir, tocando una flautilla, aunque la música, para nosotros a lo menos, no es muy suave; estas barbacoas no sustentan más que una persona.

Todo este río, a lo menos en la madre que yo vi, es abundante en caimanes o lagartos, que son los cocodrilos del río Nilo, muy grandes, de veinte y cinco pies en largo, y desde abajo, conforme a la edad que tienen; encima del agua no parecen sino vigas y son tantos que muchas veces vi a los indios que remaban y guiaban las balsas darles de palos con los botadores para que los dejasen pasar

Por este río de Guayaquil arriba (como hemos dicho) se sube en balsas grandes hasta el desembarcadero, veinticinco leguas; hasta el día de hoy hay recuas de mulas y caballos que llevan las mercaderías a aquella ciudad y a otros pueblos que de Panamá vienen a Guayaquil. Viven en esta ciudad y su distrito dos naciones de indios, unos llamados Guamcavillcas, gente bien dispuesta y blanca, limpios en sus vestidos y de buen parecer; los otros se llaman Chonos, morenos, no tan políticos como los Guamcavillcas; los unos y los otros es gente guerrera; sus armas, arco y flecha. Tienen los Chonos mala fama en el vicio nefando; el cabello traen un poco alta y el cogote trasquilado, con lo cual los demás indios los afrentan en burlas y en veras; llámanlos perros chonos cocotados, como juego diremos.

Desde aquí a pocas leguas se llega a un convento de San Agustín fundado en el valle llamado Reque, que tiene por nombre Nuestra Señora de Guadalupe, porque   —450→   Francisco de Lezcano (a quien el marqués de Cañete, de buena memoria, por ciertos indicios desterró a España) volviendo acá trujo una imagen de Nuestra Señora, del tamaño de la de Guadalupe de España; púsola en la iglesia del pueblo de aquel valle que los padres de San Agustín tenían a su cargo, dándola el nombre de Nuestra Señora de Guadalupe.

Luego que se puso hizo muchos milagros sanando diversas enfermedades, y particularmente a los quebrados. Oí decir al padre fray Gaspar de Carvajal (el cual me dio la profesión) que siendo muy enfermo, como también le vi para espirar de esta enfermedad, fue a tener unas novenas y las tuvo en aquel convento, y al cabo de los nueve días se halló sano y salvo de su quebradura, como si en su vida no la hubiera tenido, y nunca más padeció aquella enfermedad, viviendo después muchos años; ya han cesado estos milagros y aún la devoción de la imagen, por la indevoción de los circunvecinos. El convento es religioso y de mucha recreación; susténtanse en él de 16 a 20 religiosos, con mucha clausura y ejercicio de letras.




ArribaAbajoCapítulo LXIX

De la ciudad de Quito.


La ciudad de Quito es pueblo grande, cabeza de obispado, y donde reside una Audiencia Real; su comarca es fértil, así de trigo como de maíz y demás mantenimientos de la tierra y nuestros, abundantísima de todo género de ganados mayores y menores; dista de la línea equinoccial un tercio de grado, y con distar tan poco es   —451→   muy fría y destemplada, lluviosa, que casi todos los meses poco o mucho llueve, y a su tiempo, que es desde diciembre a abril, es de muchas aguas, muchos truenos y rayos; oí decir a los conquistadores, que cuando venían conquistando la tierra desde Riobamba a Quito, que son veinticinco leguas, mataban los caballos y se metían dentro para guarecerse del frío, porque desde Guayaquil se subieron a la sierra, a donde hay páramos bastantemente fríos y destemplados; ahora parece se han moderado los tiempos.

Fundaron la ciudad entre cuatro cerros; los de la parte del Setentrión son altos, los otros pequeños; dentro del mismo pueblo se da maíz y legumbres, muchas y muy buenas, duraznos, membrillos y manzanas, que no se pensó tal se dieran en ella.

Hase aumentado mucho esta ciudad; reside en ella la Audiencia Real; tiene muchos indios en su comarca, y las tierras muy abundantes, los campos llenos de ganados mayores y menores, de donde hasta la ciudad de Los Reyes, que son más de trescientas leguas, traen ganado vacuno y aun carneros.

Lo que han multiplicado yeguas y caballos parece no creedero. Hay fundados en esta ciudad conventos de todas órdenes y un monasterio de monjas.

Nuestros religiosos tienen provincial por sí, y los del glorioso San Francisco, divididos de esta provincia del Perú; los padres de San Agustín y Teatinos, sujetos a los provinciales de Los Reyes.

El convento del seráfico San Francisco fue el primero, y la ciudad se fundó el día de San Francisco, por lo cual se llama San Francisco de Quito.

Esta sagrada religión, como más antigua, comenzó a doctrinar a los naturales con mucha religión y cristiandad, donde yo conocí a algunos religiosos tales, y entre ellos al padre fray Francisco de Morales, fray Jodoco y fray Pedro Pintor. El sitio del convento es muy grande, en una plaza de una cuadra delante de él, a donde incorporado   —452→   con el convento tenían ahora cuarenta y cuatro años un colegio así lo llamaban, donde enseñaban la doctrina a muchos indios de diferentes repartimientos, porque a la sazón no había tantos sacerdotes que en ellos pudiesen residir como ahora; además de enseñarles la doctrina les enseñaban también a leer, escribir, cantar, y tañer flautas; en este tiempo las voces de los muchachos indios mestizos; y aun españoles eran bonísimas; particularmente eran tiples admirables.

Conocí en este colegio un muchacho indio llamado Juan, y por ser bermejo de su nacimiento le llamaban Juan Bermejo, que podía ser tiple en la capilla del Sumo Pontífice; este muchacho salió tan diestro en el canto de órgano, flauta y tecla, que ya hombre le sacaron para la iglesia mayor, donde sirve de maestro de capilla y organista; de este he oído decir (dése fe a los autores) que llegando a sus manos las obras de Guerrero, de canto de órgano; maestro de capilla de Sevilla, famoso en nuestros tiempos, le enmendó algunas consonancias, las cuales venidas a manos de Guerrero conoció su falta. Esto no lo decimos sino por cosa rara, y porque no ha habido otro indio semejante en estos reinos.

Combaten a esta ciudad, y toda su comarca, grandes y violentos temblores de tierra, a causa de que la ciudad a la parte del Septentrión tiene uno o dos volcanes y el uno de ellos que casi siempre humea; toda aquella provincia tiene muchos y tantos que en lo restante del Perú no se ven sino cual o cual allí a cada paso. Los años pasados, debe hacer 23 o 24, salió tanta ceniza de este volcán cercano a la ciudad, que por algunos días no se veía el sol, y el pueblo, campos y pastos llenos de ceniza, por lo cual todos los ganados se venían a la ciudad a buscar comida bramando. Hiciéronse procesiones y de sangre; fue Nuestro Señor servido de proveer de algunos aguaceros que limpiaron la ceniza, y se descubrió la yerba para el ganado. En este tiempo la ciudad era combatida de frecuentes temblores y muy recios de tal manera que pensaban ser las señales últimas del día del juicio; reventó este volcán y declinó a la Mar del Sur;   —453→   arruinó algunos pueblos de indios y se los llevó el agua que salió de él, y porque por esta parte del Septentrión no dista muchas leguas el volcán de la Mar del Sur, hacía el paraje de Puerto Viejo, bahía de Caráquez y de San Mateo, alcanzó parte de esta ceniza, que el viento la llevaba, y en alta mar en el mismo paraje los navíos que en aquella sazón navegaban viniendo de Panamá a estos reinos, veían la claridad de la lumbre del volcán.

Oí decir a persona fidedigna que entonces se halló en Quito, que salieron muchas personas y entre ellas ésta, a ver una laguna junto al volcán, que ardía como si fuera tea.

El edificio de la iglesia mayor es de adobe; la cubierta de madera muy bien labrada; labrola un religioso nuestro, fraile lego, de los buenos oficiales que había en España. En medio de la plaza hay labrada una fuente muy buena y de muy buena agua, y en la plaza de San Francisco otra; las casas para sus huertas no tienen necesidad de acequias; el cielo les da abundantes lluvias y a las veces no querrían tantas.




ArribaAbajoCapítulo LXX

De la provincia de los Quijos.


A la parte del Sur de esta ciudad demora la provincia llamada de los Quijos, o por otro nombre de la Canela, por hallarse en ella y de allí se trae ya por estas partes tan buena y mejor que la que viene de la India, porque, como más fresca, pica y quema más. Hay en esta provincia tres ciudades de españoles; es tierra cálida y lluviosa, y en ella un río muy grande; los indios no   —454→   son tan bien agestados como los de por acá; es gente, pobre; los años pasados, gobernando don Francisco de Toledo al fin de su gobierno se quisieron alzar y lo hicieron; mataron algunos españoles, y creo dos religiosos nuestros; estaban concertados con los de Quito, y si no se descubriera el alzamiento en Quito, fuera el daño muy mucho mayor, y como en Quito se descubrió fue de esta manera; para el servicio de las ciudades hay señalados indios que se reparten tantos en número como jornaleros, porque sin esto no se podrían sustentar las ciudades; señálaseles por cada día un tanto por su trabajo, que se les paga infaliblemente; estos indios repártense por los repartimientos, rata por cantidad, y vienen a sus tiempos algunos curacas de los menos principales, a los cuales si algunos de los indios jornaleros faltan o se huyen (no las pueden tener atados), les echan los corregidores o los alcaldes en la cárcel, y a veces azotan y trasquilan (si es bien hecho o malo esto, no me entremeto en ello); sucedió que a uno de estos curacas le faltaron o se le huyeron parte de los que había de dar, la justicia enviole a llamar con un indio lengua; trújole; el pobre curaca veníase afligiendo, temiendo los azotes y cárcel el indio lengua que le llevaba preso y sabía del alzamiento, consolole diciendo no tengas pena, que para tal día nos hemos de alzar y matar a todos estos españoles y quedaremos libres, y los quijos han de hacer lo mismo; sucedió (Nuestro Señor lo ordenó así) que iban en pos de los indios acaso dos españoles, a los cuales no vieron los indios; oyeron y entendieron lo que el indio lengua dijo; callaron su boca y fueron siguiendo los indios; llegados delante de la justicia declararon lo que oyeron; la justicia prende al indio, pónele a cuestión de tormento, declaró la verdad y los conjurados; hicieron justicia de algunos; a los quijos no pudieron avisar por ser corto el tiempo. Los quijos, no sabiendo lo que pasaba en Quito, y entendiendo que no faltarían, alzáronse el día señalado y hicieron el daño que habemos dicho. Pero castigáronlos y el día de hoy sirven pacíficos como antes.



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ArribaAbajoCapítulo LXXI

De Riobamba y Tumibamba.


Saliendo de la ciudad de Quito, por el del Inga, para venir por acá arriba, a 25 leguas de esta ciudad llegamos al valle llamado Riopampa, antes del cual hay cinco pueblos de indios buenos. Este valle no tiene una legua de largo, poco más; de ancho no alcanza a media legua; no era poblado de indios, pero muy fértil de pastos para ganados; aquí comenzaron dos o tres españoles que conocí en él a hacer sus estancias de ganados; multiplicaban admirablemente, lo cual visto por otros, se metieron en él, y ahora es un razonable pueblo de españoles, rico de todo género de ganados y de trigo; es falto de leña, y algún tanto destemplado, porque hace frío; en el mismo asiento del pueblo nacen unos caños de agua buena, que como sale debajo de tierra son templados.

En este valle y pueblo (creo gobernando don Francisco de Toledo) andaba un hereje luterano, extranjero, en hábito de pobre y sustentábase de limosnas que como a pobre le hacían, y en este estado vivió tres o cuatro años, que sin duda debía esperar algunos otros de su secta, y como se tardaron, un día de fiesta, estando la iglesia llena de gente oyendo misa, el impío luterana arriba, junto a la peana del altar mayor donde el cura decía misa, así como el sacerdote consagró la hostia y la levantó para que el pueblo, consagrada la adorase, se levantó y con un ánimo endemoniado la quitó con sus manos sacrílegas y la hizo pedazos, echando mano a un cuchillo carnicero que tenía escondido, creo hirió livianamente al sacerdote; el pueblo viendo esta maldad sacrílega, admirado, los que se hallaron más cerca se levantaron, las espadas desnudas, y llegando al luterano le dieron de estocadas y mataron, sin advertir que fuera   —456→   muy mejor cogerle viva a manos y echarle en una cárcel a muy buen recaudo y dar aviso a los inquisidores que residen en la ciudad de Los Reyes, para que supieran de él que fue la causa de su hecho endemoniado y si por ventura había otros como él en el reino; empero en semejante caso ¿qué católico puede tener reportación?

Otras 25 leguas adelante entramos en el valle, muy espacioso y abundante llamado Tumipampa, donde ningunos naturales dejó el Inga, porque cuando iba conquistando estos reinos, llegado aquí le hicieron mucha resistencia; pero vencidos, a los que dejó con la vida, que fueron pocos, los transportó por acá arriba. En el valle de Jauja, que dista de éste más de 300 leguas, puso algunos pocos, descendientes de éstos; llámanse cañares y este valle está casi en medio de la provincia. Corren por él dos ríos en tiempo de aguas, grandes, y no distando mucho el uno del otro; en el uno se, crían peces, en el otro ninguno.

Antes de llegar a este valle, una jornada o dos, vivía; con una apacible asiento, el señor de esta provincia de los cañares en su pueblo formado; el cual cuando Guainacapa, que fue el más poderoso señor de estos reinos y penúltimo de él, conquistaba la tierra, llegado aquí los cañares le vencieron en batalla campal y prendieron, y preso le pusieron en un pozo poco hondo; yo he visto el lugar, de donde sacándole una mujer suya con una faja que las indias se ceñían llamada chumbi, de noche, los cañares borrachos, le puso en libertad; volvió a rehacerse y vino con tan poderoso ejército sobre esta, provincia que no se hallando los cañares poderosos para resistirle, le enviaron 15.000 niños con ramos en las manos, pidiendo paz; el cual a todos los mandó matar, y haciendo grandes crueldades y muertes a los cañares despobló este valle Tumipampa, y al pueblo del gran señor de los cañares, que era el principal, donde le tuvieron preso, le dejó con tan pocos indios que, ahora 43 años no eran ochocientos los vecinos y al presente tiene muchos menos.

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Son estos cañares hombres muy belicosos y muy gentiles hombres; bien proporcionados, y lo mismo las mujeres; los rostros aguileños y blancos; son muy temidos de todos los indios del Perú, y grandes enemigos de los ingas; sucedió así que cuando se alzó toda la tierra contra los españoles, a pocos años después de conquistada, y muerto el señor de ella, Atabalipa, tuvieron los indios serranos y ingas cercada la ciudad de Los Reyes, y en no poco estrecho, y en el valle de Jauja mataron más de treinta españoles, y en otras partes los que podían haber, y al Cuzco también cercaron; un vecino de Quito (conocido) llamado el capitán Sandoval, encomendero, si no de toda esta provincia, de la mayor parte de ella, sabiendo el aprieto en que estaban los nuestros, juntó cuatro o cinco mil indios cañares y vino en favor de los españoles. Púsose en camino con ellos, y prosiguiéndolos, sabido por los indios cercadores que venían los cañares contra ellos, alzaron el cerco y los cercados, saliendo contra ellos, les hicieron volver a sus tierras, y desde entonces hasta hoy no se han atrevido a rebelarse, aunque lo han procurado.

El día de hoy, donde hay fuera de sus tierras cañares, las justicias se sirven de ellos para prender indios fugitivos como españoles facinerosos; sácanlos de rastro, aunque se metan en el vientre (como dicen) de la ballena.

En este valle de Tumipampa comenzaron a hacer sus estancias algunos españoles de todo género de ganado; el cual ha crecido y multiplicádose tanto, que él solo es poderoso a dar carnes a todo el Perú, lo cual he visto; se fundó en él un pueblo de españoles y bueno, rico de estos ganados, donde muchos millares de novillos se sacan y vienen a Los Reyes para el sustento de esta ciudad; pues la abundancia de ganado ovejuno; porcuno y caballuno parece no tener número, y los caballos y yeguas valen tan poco, que se compran a cuatro o cinco pesos; escogidas, que son a 32 o 40 reales. Llámase la ciudad Cuenca; el temple es bueno, donde se dan las   —458→   frutas nuestras, si no son uvas. Sustenta tres conventos, no de muchos frailes: Santo Domingo, San Francisco y San Agustín. Habrá que se fundó treinta años.




ArribaAbajoCapítulo LXXII

De la ciudad llamada Loja.


Prosiguiendo el camino adelante, del Inga, a 35 o 40 leguas entramos en el valle donde la ciudad de Loja se fundó, llamado en la lengua del Inga Cusipampa, que es tanto como decir: valle del placer, y así lo es realmente. Es alegrísimo, de grata arboleda, por medio, del cual corre un río de saludable agua; casi en todo el año se siembra y cógese el trigo y maíz; uno en un mismo tiempo, está en berza, otro se riega; en otras partes aran para sembrar. No es muy ancho el valle, pero bastante para sustentar la ciudad, que no es muy pequeña; tiene muchos indios de encomienda la comarca fértil y más templada que la de Quito, y más lluviosa; en su distrito caen las minas de oro que llaman de Zaruma. Sustenta tres monasterios de las órdenes mendicantes aunque no de muchos religiosos; el nuestro es el más antiguo.

De esta ciudad, declinando al Oriente la tierra adentro, se camina a la ciudad de Zamora, y gobernación que llamamos de Salinas, donde hay tres o cuatro pueblos de españoles, algunos de ellos ricos de oro; particularmente lo fue y ahora no le falta a Zamora, en cuyas minas se hallaron dos granos, uno que pesaba 1.600 pesos y otro la mitad, 800.

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Para ir a esta gobernación se pasan uno o dos páramos despoblados y muy fríos; los cuales pasados, lo demás es tierra muy cálida, montuosa y de muchas aguas del cielo, llena de sabandijas ponzoñosas.

A esta provincia no he visto, por eso trato brevemente de ella.