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Cultura y democracia : revista mensual - Núm. 5, mayo-junio

Redacción y Administración: 38, rue des Amandiers

París-XXe

portada

  • En este número:
  • EDITORIAL El imperialismo yanqui pasa a los actos de agresión
  • CARLOS DEL PUEBLO Carta a Dolores Ibarruri
  • *** Datos y cifras sobre la crisis y la ruina económica de España
  • XXX La Universidad bajo Franco
  • CARMEN ESPINOSA El calvario de las mujeres españolas
  • C. M. ARCONADA Por una literatura al servicio de la Democracia y del Pueblo
  • LUIS VALERA Cuando en España no había ricos ni pobres
  • *** Lamentos y Confesiones
  • J. HERRERA PETERE El muerto y la guerra
  • B. RODRÍGUEZ La Iglesia millonaria y fascista
  • *** Sangría de hombres
  • J. IZCARAY ...y Juan Ruiz no se dobló
  • J. STALIN 1.º de Mayo
  • *** El grabado en la China Popular
  • *** Vladimir Maiakovski
  • *** Corea
  • *** La ciencia yanqui militarizada
  • *** El Humor
  • Nuestra portada Cazador de la Valtorta (Pintura rupestre de la Cova del mas d'en Josep)

Precio del ejemplar, 50 francos. - Suscripción anual (Francia) 500 francos.

En las suscripciones para el extranjero y envíos por avión añadir los gastos de franqueo.

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ArribaAbajoEl imperialismo yanqui pasa a los actos directos de agresión

La brutal intervención del imperialismo yanqui en Corea en contra de un pueblo que lucha por un Estado único, independiente y democrático, unido al papel de gendarme de los pueblos de Asia que el Presidente Truman ha atribuido a los Estados Unidos, coloca a los pueblos amantes de la paz frente a una nueva situación que se caracteriza por el paso del imperialismo norteamericano de los preparativos de la agresión a los actos directos de agresión que comprometen y ponen en peligro la paz mundial.

La agresión desencadenada por las huestes de Syngman Rhee el 25 de junio, al norte del paralelo 38, significa la prolongación violenta de la política imperialista yanqui tendente a impedir la unificación pacífica del Estado coreano, extender el régimen antipopular de Syngman Rhee a toda Corea, colonizar todo el país y transformar su territorio en una base de operaciones contra China y la URSS. Numerosos hechos dan fe del carácter premeditado y alevoso de la agresión yanqui en Corea. El 31 de octubre de 1949 el Ministro de la Guerra surcoreano, Sun Sen Mo, decía:

«Las tropas surcoreanas son lo bastante fuertes para entrar en campaña y apoderarse de Pyongyang en unos días».

  —2→  

El jefe de la administración norteamericana de ayuda a Corea, Johnson, hablando el 9 de mayo de 1950 ante la Comisión de Créditos de la Cámara declaró:

«Los 100.000 soldados y oficiales del ejército surcoreano, dotados de material norteamericano e instruidos por vuestra misión militar, han terminado su preparación y están dispuestos a la guerra en cualquier momento».

Días más tarde llegaban al Japón los dirigentes de la agresión tramada en Washington, el Ministro de la Guerra de los Estados Unidos, Johnson, el general Bradley, jefe del Estado Mayor Central, y el consejero del Departamento de Estado, y conocido promotor de guerras, Dulles. Este último se trasladó a Seúl, en donde, el 19 de junio, hizo la siguiente declaración ante la Asamblea surcoreana:

«Los Estados Unidos están dispuestos a dar toda la ayuda moral y material necesaria a Corea del Sur en lucha contra el comunismo».

Aceptando la proposición, el pelele Syngman Rhee, cuya camarilla acababa de ser derrotada rotundamente por el pueblo de la Corea del Sur en las elecciones, a la Asamblea afirmó en aquella misma sesión:

«Si no podemos preservar la democracia en la guerra fría, obtendremos la victoria en la guerra caliente».

Pocas horas antes de la agresión, Walter Sullivan, corresponsal del New York Times, telegrafiaba a su periódico el siguiente despacho:

«Es extraño que casi todas las conversaciones sobre la guerra partan de los líderes de Corea del Sur. Syngman Rhee ha indicado en más de una ocasión que su ejército podría emprender la ofensiva, si Washington diese su conformidad».

En la madrugada del 25 de junio las bandas de Syngman Rhee, siguiendo las instrucciones de Washington, que había prometido de antemano larga ayuda, cruzaron el paralelo 38 e iniciaron la agresión. Sin embargo, las cuentas no les salieron de una manera tan galana como la prevista por ellos. El Ejército Democrático Popular pasó a la contraofensiva, y en pocos días de combates el ejército y todo el sangriento tinglado erigido por la cruel dictadura de Syngman Rhee se vino abajo. Y no hay duda de que los coreanos   —3→   tendrían ya zanjado a estas horas sus propios asuntos, restableciendo la paz, si los imperialistas norteamericanos no hubieran desencadenado su vandálica agresión en Corea.

Si al principio su estúpida jactancia, que desprecia la moral y conciencia de los pueblos cuando éstos luchan por una causa justa, llevó a los imperialistas yanquis a declarar su intervención como una simple «operación policiaca», el curso desfavorable que los acontecimientos tomaron para ellos les obligó a despojarse de la máscara de la hipocresía y aparecer ante el mundo con su verdadera faz de agresores e incendiarios de la guerra. Al anuncio de envío de material bélico siguió el envío de la aviación, de la flota, y más tarde de la infantería, el bloqueo de la costa coreana, los salvajes bombardeos terroristas a ciudades y pueblos, la agresión a la soberanía china en Formosa, el desembarco de tropas en Filipinas, el reclutamiento de 600.000 reservistas, la movilización parcial de su industria para fines de guerra, la votación de nuevos créditos destinados especialmente al desarrollo del arma atómica...

Mientras sus aviones reducen a escombros pueblos y ciudades pacíficas y siegan la vida de millares y millares de seres humanos, ancianos, mujeres y niños, y los desmoralizados soldados norteamericanos pagan con su sangre en los campos de batalla su loca aventura, los monopolistas y banqueros de Wall Street se frotan las manos de placer ante los nuevos beneficios de guerra que comienzan a percibir e incitan a sus fámulos de la Casa Blanca a ir aún más lejos, a no quedarse en la «mitad del camino» y desencadenar la guerra atómica contra la URSS, las democracias populares y los pueblos amantes de la paz.

Semejante línea de conducta, que propugna por la guerra, es seguida también por los imperialistas occidentales vasallos de Wall Street. Despavoridos por la crisis que atenaza su caduco sistema capitalista, por la lucha creciente de los pueblos y la extensión de la campaña mundial de la paz y, en particular, por el llamamiento de Estocolmo prohibiendo el arma atómica y subscrito ya por centenares de millones de personas de todas las latitudes, los bandidos imperialistas y sus miserables lacayos estimulan al agresor yanqui dando rienda suelta a sus delirios atómicos.

En el Parlamento inglés un auténtico caníbal, Sir Roberts, exhorta a «no tener remordimientos de conciencia y arrojar   —4→   una bomba atómica sobre Pyongyang si no se somete Corea del Norte». Semejantes alaridos salvajes se han pronunciado también en el Senado y en la Cámara de Representantes de los Estados Unidos y en otros parlamentos de Europa. El llamado «Comité Internacional para el Estudio de las Cuestiones Europeas», que reúne en sus filas a una serie de criminales de guerra en ciernes, va aún más lejos y, en un documento llamando a la guerra totalitaria, «en vista de que la ideología democrática (entiéndase fascista-imperialista) es incapaz de oponerse a la ideología comunista», propone:

«El desencadenamiento relámpago de una guerra atómica y bacteriológica contra la URSS que lleve implícita el empleo de bombas atómicas, gases asfixiantes, gas radioactivo, microbios y bacterias, la destrucción fulminante, en unas horas, de Moscú, Leningrado, Kiev, Odessa, Dniepopetrov; el incendio de las cosechas, el envenenamiento del ganado, la destrucción de la industria, el aniquilamiento de 60 u 80 millones de rusos...»

¿Acaso no hace falta poner una camisa de fuerza a los enloquecidos caníbales que pretenden contener la marcha de la historia sumiendo a toda la humanidad en monstruosos sufrimientos? Ésta es la honrosa y humana visión de los pueblos, de todas las gentes honestas del universo que en estos días redoblan su lucha contra la intervención yanqui en Corea y la prohibición del arma atómica. Ejemplo de ello es la renuncia de los portuarios de Australia y de otros países a cargar el material de guerra de los agresores; la adhesión de los ferroviarios británicos al llamamiento de Estocolmo; la declaración solemne del Soviet Supremo de la URSS, hecha a este mismo respecto; la gigantesca campaña de recogidas de firmas que transcurre en la Unión Soviética; el incremento de la lucha por la paz en China, Inglaterra, Estados Unidos y otros países.

El pueblo español, que conoció los horrores de la guerra y las trágicas consecuencias de la intervención imperialista en sus asuntos, debe redoblar también su aportación a la causa de la paz por la prohibición del arma atómica. ¡Que los obreros, los campesinos, los intelectuales, todos los españoles honrados, sumen su esfuerzo al esfuerzo común de los pueblos por preservar la paz y destruir las maquinaciones bélicas de los imperialistas que pugnan por envolver al mundo entero en la guerra!



  —5→  

ArribaAbajoCarta a Dolores Ibarruri

Por Carlos del Pueblo


Este hermoso poema ha sido enviado desde España. Su autor es un poeta que sabe ver y sentir la vida y esperanzas del pueblo.

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Camarada, quisiera hoy olvidarme
del tiempo al escribirte.
       Sólo gritos
como disparos, sólo la cal viva
de las blasfemias, rota sangre pobre,  5
y alucinados rostros en la arena
del hambre, sólo eso
podría contarte, si al momento acudo.

Y yo quisiera ver estas palabras
llevándote no el viento  10
pestífero y la náusea, el crujido
de tanta rama seca, no la polvareda
sucia de los cobardes, sino, vivo,
el coraje, como una espada roja
del luchador aquí y ahí y allí, el árbol  15
arraigado y hercúleo, la invencible
fuerza multiplicada
en el gran bosque humano.
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Desde España, tú sabes, es difícil
decir esto; la vida, el entusiasmo,
el desprecio, la ira, casi siempre  20
se ocultan. ¿Ves? La vida,
de sí misma hace estatua inofensiva; el entusiasmo
—6→
se encoge de hombros, el desprecio
sonríe quizá por no escupir, la ira
calla, calla muy dulcemente, y se diluye  25
entre las cejas... (Hace trece años
que sufrir o esperar es clandestino,
que ser un hombre es clandestino,
que existir simplemente cae fuera
de la Ley).  30
Por eso es uno el golpe
y otro el sonido (y el silencio es otro),
por eso quería
apartar unas ramas, hablarte
desde la vida, que es siempre esperanza  35
en el fondo del corazón.

Bien sabes cómo estamos, pero debo,
necesito insistir. En la seca
desolación, ni llueve; hay poca agua
en las ciudades, en los callados campos,  40
poca agua y menos pan, y menos luz,
y en absoluto
ni siquiera unos gramos de alegría.

Pasarás por las calles; verás máscaras
petrificadas en dolor de años, palidez  45
y cansancio; donde no,
guardias (ya remendados), negociantes, canónigos
un poco vacilantes, como el que va
a oscuras, con asombro
de que el suelo no se hunda y esté ahí.  50
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Verás, de pronto, un edificio
chato, con olor a zotal, junto al que algunas mujeres
están con latas o pucheros; es un cuartel. Las sobras
del rancho acuoso llegan
aún, a veces, como la bendición de un cura  55
a la larga agonía del pobre, maquinal. Quizá
cerca, otra enorme casa de ventanas
más tristemente repetidas, lejanas
y pequeñas, sobre las garitas
del centinela; tras aquellos muros,  60
hacinados acaso
entre asesinos y ladrones, o bien en nichos
—7→
de «preferencia» (a cuya puerta un perro
aullaría de espanto), allí
esperan los mejores  65
la libertad.
Pero no ahoguemos
la voz en maldición. Salgamos. Mira
a los labriegos empuñando
la mancera o la hoz. Habla con ellos, oye cómo
piensan. Si la cosecha este año  70
dará para pagar
multas, abono,
las herramientas rotas, la simiente, el consumo,
el diezmo renovado, la contribución...

Ven, llega  75
al pequeño taller, a la tienda
de la esquina, al comercio de allá abajo; y
(si no es un ladrón protegido por el Comisario o el Gobernador)
encontrarás al desdichado
«hombre de orden», al avariento, obtuso  80
ex-miembro fantasmal
de las Milicias Cívicas
«porque hay que defender lo poco que uno tiene»,
abatido, pensando
sin entenderla, por milésima vez, que eso poco  85
después de todo, se le va, se fue,
porque el pequeño déficit
inyectado, cebado no sé cómo
en el Banco, ha crecido, se ha hinchado
como si la medusa diminuta  90
de pronto fuera un pulpo
gigante, absorbedor (en estos pocos años
vertiginosos); «Dios, no sé a dónde vamos
a parar»; y ahora sí lo sabe. Todos
van a parar a un insaciable estómago  95
de metal.
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Entra a los anchos barrios
de los obreros; verás
esas familias mutiladas (alguien
fue llevado algún día  100
y no ha vuelto; se pudre -muerto
—8→
o vivo- en tierra
o entre paredes), o aquellas otras
diseminadas (alguien
huyendo de la muerte  105
sigue errante, prolonga
tercamente la guerra, o quizá bajo cielos
más libres, labra vida,
y llega, alborotado, el pequeño retrato
del muchacho crecido, o del hombre  110
que nunca vio a sus nietos, bajo sobres
con sellos de repúblicas lejanas).

Así es.
¿Y los que quedan?...
Mujeres  115
de luto envejecido; niños aún, muchachos
precipitadamente adultos y endurecidos, graves,
hombres alguna vez
ya maduros en el trabajo, pero
taciturnos y enflaquecidos (alimentados sólo  120
a calorías de recuerdo
y de esperanza, sin vivir),
mientras el tiempo sigue, como un barco
que ensanchará la estela de la ira.

Tal es el triste cuerpo de la patria.  125
Tal es nuestro paisaje día a día.
Y sobre esa miseria enardecida
la casta de parásitos se extiende.
No es lo mismo decirlo
que verlo a cada paso, a cada hora.  130
No es igual; porque ese
color sangriento, levemente variable
en el fajín del general, en el manteo
del arzobispo, en la piel misma
congestionada del banquero,  135
es sangre humana.
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No; que ellos no miren
los huesecillos desnutridos
del niño pobre, que no oigan
la tos amarillenta del hombre aquel, que vuelvan  40
el rostro para no ver; como en la prensa
—9→
de un inmenso lagar, un reguerillo
de sangre surte;
es sangre humana,
es sangre de millones de seres,  45
es la vida robada. -¿Oís?-. No oyen
aunque lo saben no lo quieren ver.
Pero también nosotros
lo sabemos, el pueblo
también lo sabe; ya no sirve  50
el viejo bálsamo adormecedor,
con patente de Roma y fabricación nacional
al por mayor, de: «Hay que tener resignación,
el mundo, pobrecillos,
es un valle de lágrimas».
Todos saben por quién.
 55
No lo será.

Y esto es lo que quería decirte, camarada.
Hay sufrimientos, pero también hay lucha.
Sacude la miseria
un oleaje de puños que no cejan; sobre las ruinas  60
amanece una roja, creadora esperanza.
Y en ella estás. Eso quiero decirte
ante todo. Que eres
la combustión central de la esperanza.
Alegra hoy, engrandece  65
tu noble corazón, porque en esta ancha tierra
que es la tuya, no, ya no somos miles
ni decenas de miles tus camaradas, más
(desde Galicia
que Gayoso sembró, hasta Cataluña  70
que no quiere ni puede olvidar, desde
tu Asturias roja y llameante,
desde Euskadi de hierro a Extremadura, en pie
de hambre, a Andalucía clara, como nunca
en el dramático esqueleto de su voz),  75
somos, escucha, un pueblo entero, unido
somos un corazón
en millones de pechos, volvemos hacia ti
millones de miradas, apretamos erguidos
hoy millones de puños en un solo clamor.  80
—10→
Y tu vida, la vida del Partido,
arraiga, es fuerza pura
de una invencible primavera, llega
con igual fuerza donde llega el mar.
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Y aunque en la noche con frecuencia estamos
mutuamente solos, cada uno  185
con su secreta luz, basta
un retazo de vida, un momento, un fulgor
para de pronto estrechar al amigo,
al compañero, al camarada, unidos
en una misma fe y una alegría.  190
Y entre tantos, como un presentimiento
de una sola, compacta firmeza,
de una inmensa esperanza total, abarcadora
del mundo entero. Como nuestras vidas
es la de España, y la de más allá. Todos  195
en cada uno, y nadie
si no es con todos.
¡Camarada, salud!
No descansaremos hasta que llegue el día.
No quisiéramos morir sin verlo.
Pero sonreiremos a la muerte  200
si nos enfrenta por hacerle llegar.



  —11→  

ArribaAbajoLa Universidad bajo Franco

Por X X X


Segunda parte del artículo de colaboración enviado desde España a Cultura y Democracia.

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La Universidad de Alcalá de Henares

Pero hay más. Hay que los estudiantes españoles universitarios son preparados para la guerra. La Milicia Universitaria, durante los meses de verano, convierte en alféreces a miles de universitarios. En campamentos especiales estos muchachos son entrenados para la guerra moderna, al tiempo que se les insufla un espíritu bélico y se mecaniza su voluntad. El Estado franquista está muy orgulloso de su fábrica de mandos, y, recientemente, fueron inspeccionados los mejores de esos campamentos por algunos de los militares y senadores yanquis que con tanta frecuencia nos visitan. Los estudiantes, encuadrados, sometidos a una brutal disciplina de campaña, acostumbrados a obedecer ciegamente las órdenes de mando, bombardeados constantemente por tópicos políticos e imperialistas, regresan a la vida civil con su voluntad disminuida.

El ejército de Franco se incrementa con nuevos oficiales a cada promoción universitaria que ingresa en las aulas. Con la militarización de la juventud universitaria Franco consigue tener preparados para la guerra nutridos cuadros de oficiales que, en cualquier momento, podrían encuadrar un numeroso ejército de españoles y africanos. Pero, ¿para qué guerra iban a servir? La respuesta   —12→   está clara: para la de la reacción mundial, que sostiene a Franco sobre un pueblo ensangrentado y hambriento.

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Por otro lado, la educación profesional que reciben los españoles está especialmente dirigida. En Filosofía los textos oficiales se paran en el tomismo; ni siquiera llega al neotomismo, si no es para citarlo y adornarse con el «prestigio» científico de algunos pensadores católicos extranjeros; Santo Tomás, los escolásticos españoles, son las fuentes donde adquieren sus conocimientos filosóficos los futuros profesionales de la filosofía española; la filosofía posterior a la Edad Media se estudia sólo como un cúmulo de errores y tonterías contra las que es necesario luchar. En Derecho se acude a la Escuela de Derecho Nacional Católico, ¡utilizándolo como justificación del régimen de Franco! La Historia sigue siendo para los universitarios españoles la fanfarria patriotera que se estudia en las escuelas. Sólo los estudiantes que se preparan en ramas científicas naturales, matemáticas, o en técnicas derivadas de ambas, poseen conocimientos actuales de su especialidad; pero estos estudiantes son constantemente advertidos de «que deben considerar sus conocimientos como provisionales», de que, «a lo último, el que se salva sabe y el que se condena no sabe nada». Al mismo tiempo que se aprovechan los resultados de la ciencia materialista, se procura desacreditar a sus más prestigiosos representantes.

Naturalmente, el nivel medio de los estudiantes españoles, desde un punto de vista puramente técnico, es francamente bajo. El que aspire a formarse con un mínimo de decoro, ¡no ya a sobresalir!, necesita saber, además de la suya, otra lengua; sólo sabiendo francés, inglés o alemán se puede salvar el inconveniente de la falta de textos elementales y el mayor inconveniente de la estupidez de los que hay, salvo inexplicables excepciones. La mayoría de las asignaturas se siguen por apuntes que dicta un pedante desde su cátedra, sin atreverse a la responsabilidad científica que supone su publicación. Por eso, la gratuidad de los razonamientos es asombrosa y la falta de coherencia tal, que el alumno medio no tiene otro remedio que aprender de memoria las tonterías que le dictan, necesarias, naturalmente, para aprobar. Todo ello no es extraño, ya que el franquismo barrió las cátedras y depuró la Universidad. El personal docente que reemplazó a los despojados fue improvisado, «designado a dedo»; se dieron cátedras a imbéciles con «méritos de guerra» y se subastó la enseñanza universitaria española entre la escoria pseudointelectual de El Debate y los jerarcas fascistas. Franco sabía que no podía contar   —13→   con la inteligencia de España, porque ésta estaba con el pueblo y había luchado al lado de él. Por eso no tuvo más remedio que utilizar lo que se le ofreció servilmente. Prueba de esto es el actual Ministro de Educación Nacional, Ibáñez Martín, que antes de la guerra era catedrático de Instituto en el de San Isidro de Madrid. A tenor de él se han provisto los huecos que en la enseñanza española dejó la muerte, la cárcel o el exilio. Los catedráticos serios y estimados por los estudiantes conscientes son los más viejos, los que aún permanecen en las cátedras por inercia de su vida profesional. Posteriormente el robo de cátedras por los «opus-deístas» agrava el problema del bajo nivel técnico de los profesores universitarios españoles, pues el «opus-deísta» suele ser un cretino integral.

De este modo la Universidad de Franco, coto cerrado de las clases opresoras que sostienen al fascismo en el poder, camina hacia la ruina desde un punto de vista profesional. La irresponsabilidad intelectual; el descenso vertical del nivel intelectual de los catedráticos españoles; éstos son los frutos que la tiranía de Franco ha hecho nacer en la cultura española en esta época de miseria y muerte. Al tratar de asesinar al pueblo, la espada reaccionaria y fascista ha golpeado, de rechazo y de mortal gravedad, la inteligencia de España.

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Bajo el signo del oscurantismo se orienta la ciencia en la España franquista. El llamado Instituto Superior de Investigaciones Científicas, puesto bajo la advocación del Espíritu Santo, ofrece como muestra del carácter medieval que inspira la ciencia oficial su misma decoración; como la vidriera de uno de sus locales que se reproduce en este grabado.



El estudiante español bajo la tiranía franquista

En el marco de la enseñanza superior que acabamos de describir, se encuentra el estudiante español. El exclusivismo clasista de la Universidad, la propaganda ideológica que sobre ese estudiante se ejerce a todo lo largo de su vida universitaria   —14→   y las dificultades técnicas que encuentra para su formación profesional, junto a las circunstancias económicas, sociales y políticas por las que atraviesa hoy nuestro país, han contribuido a dar a dicho estudiante características singulares.

El proceder de clases que no han padecido dificultades económicas en el pasado hace de nuestro estudiante un ser aislado del pueblo y de sus problemas. El estudiante español medio no comprende la miseria a que se han visto lanzadas las masas trabajadoras del país. La situación de catástrofe económica sólo se le presenta bajo el aspecto individualísimo en que le afecta a él, a su futuro de intelectual español. Ve que la competencia feroz de los diplomados universitarios, consecuencia de la desvalorización de los títulos por el descenso del nivel cultural español1, amenaza la tranquilidad económica de su futura vida profesional, se da cuenta de que los sueldos son bajos y de que, con el mismo título de médico o abogado que su padre, por ejemplo, no va a hacer, ni con mucho, el mismo dinero que él y hasta, es posible, que ni siguiera pueda vivir con dignidad. Médicos, abogados, licenciados en filosofía o ciencias económicas, esperan preocupados la hora de la terminación de sus estudios y ven cómo se acerca el momento en que tendrán que buscar una salida práctica a sus esfuerzos. No conciben que, después de siete y ocho años de estudios, tengan que luchar en el mercado intelectual español para conseguir varias colocaciones, con un trabajo diario de 10 a 12 horas, indispensables para vivir. No conciben que el hambre y la miseria les acosen. «Eso está bien para los obreros que no han estudiado; pero no para mí».

Si, además, ese estudiante ha sido falangista, su situación de alarma económica se agrava por el hecho de que ya «no cree en nada». Se siente fracasado y la desilusión prende en él. La «nueva Europa» de Hitler y Mussolini no tiene posibilidades de existencia. Ha descubierto, al cabo de su desengaño, que lo único que merece la pena en este mundo es el «dinero». Se irá a América, si todo sale bien, y hará el dinero necesario para vivir sin preocupaciones el resto de su vida.

Los falangistas son hoy una minoría. El SEU, como organización, se mantiene igual de rígido y eficaz que en los primeros años de su existencia de postguerra, quizá más aún por haberse limitado a controlar ciertos aspectos de la vida estudiantil, abandonando los restantes a la «Acción Católica». Si se interroga a un universitario falangista, que no sea imbécil, sobre el señor a que sirve en la actualidad, contestará del siguiente modo: si es un cínico, la verdad, es decir, a los estraperlistas del régimen, a los generales y a los obispos; si es un muchacho honrado, callará confusamente y nos confesará su desilusión. Pero esto no debe hacernos creer que la Falange ha desaparecido de la Universidad; subsiste haciendo pesar su estructura podrida sobre el estudiante, corrompiéndole e impidiendo que respire el aire puro de la verdad.

De 1945 a 1947, cuando aún los demócratas españoles esperaban algo de la ONU, y coincidiendo con la agudización de otros aspectos de la lucha activa contra Franco, las FUE desplegaron una creciente actividad. Su actuación oposicionista culminó con un hecho que todavía no han   —15→   podido digerir los falangistas; en la primavera de 1947 apareció una mañana la Ciudad Universitaria completamente acribillada con el anagrama de la organización; en edificios, en la carretera, en las fachadas y en los postes indicadores del tranvía cantaron las tres letras simbólicas su grito de desafío y libertad. La cosa fue tan sonada que la policía desplegó sus habituales procedimientos de represión y, quince días después, fueron detenidos casi todos los afiliados de la FUE de Madrid. El hecho de que el ambiente clasista e ideológicamente dirigido de la Universidad ofrezca aún focos de resistencia republicana es, sobremanera, elocuente. Quizá a ello fue debida la especial severidad con que fueron juzgados los estudiantes detenidos: se les aplicó el Código Militar en consecuencia y se dio el caso, excepcional, de que el Consejo de guerra no encontró suficientemente duras las penas que, por la estricta aplicación de las rigurosas leyes militares, había solicitado el fiscal y las elevó en un grado para la casi totalidad de los encartados. Sin embargo, esos estudiantes existen y volverán a la lucha en cuanto las circunstancias cambien un poco su signo de negatividad. Algunos de ellos se han unido a elementos obreros que sostienen una resistencia activa contra Franco.

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En el Ejército Popular el combatiente encontraba los medios
para satisfacer su afán de cultura, al mismo tiempo
que defendía la libertad e independencia de España.

Donde el descontento es general y se manifiesta en numerosas ocasiones es en el aspecto profesional docente y administrativo de la Universidad. En ese sentido ni monárquicos, ni falangistas, ni católicos van a la zaga de los más acérrimos adversarios de Franco. Críticas contra la censura torpe y ñoña de las autoridades académicas, protestas contra la falta de textos congruentes y la piratería que algunos catedráticos realizan con apuntes sin valor intelectual, pero con un excesivo valor comercial, son frecuentes. Las protestas se exteriorizan, en forma de huelgas y manifestaciones, cuando los estudiantes se sienten heridos en sus intereses directos por culpa de las contradicciones de la enseñanza universitaria del régimen. En la actualidad hay una huelga en la Facultad de Farmacia, a la que se han unido catedráticos y jefes del SEU local, como protesta por la adjudicación de los Análisis a licenciados en Medicina y en Ciencias Químicas; esta adjudicación se ha llevado a cabo por presión de los licenciados de esas otras dos Facultades, en vista de lo exiguo de las salidas que sus carreras les ofrecen; mientras tanto, por los campos y suburbios españoles, la gente se muere sin asistencia médica y sin laboratorios, y la industria química española está aún por hacer.

Como el ejemplo anterior se podrían citar muchos. Al final del año pasado los estudiantes de las Escuelas de Ingenieros declararon la huelga, a la que se unieron algunos catedráticos, por motivo de solidaridad con los ingenieros navales. Éstos habían   —16→   ido a la huelga como protesta contra una ley que permitía, a través de unos cursillos, la entrada en la Escuela de Ingenieros Navales a algunos cadetes de la Escuela Naval Militar. La cosa se entenderá mejor si decimos que el ingreso en la Escuela de Ingeniería Naval es uno de los más difíciles y disputados, y que los hijos de los Ministros de Marina e Industria no habían podido ingresar en dicha Escuela, estudiaban, en el momento de presentarse la Ley en cuestión a las Cortes, en la Escuela Naval Militar. Las demás Escuelas de Ingenieros se solidarizaron con ellos, tanto por espíritu de clase profesional, como por estar amenazados por parecidas medidas de inmoralidad pública; se equipara a jefes de artillería con ingenieros industriales, a jefes de armamento y construcción con ingenieros de caminos, etc. Otro caso que será origen de conflictos futuros es el de las Facultades de Ciencias Políticas y Economía. Estas dos Facultades, que fueron creadas por el régimen de Franco por motivos de propaganda, no tienen salidas prácticas en la actualidad. La prueba la encontramos en el proyecto de Ley, discutido en «Cortes» y aún no aprobado, para introducir en la ya numerosa burocracia de Franco el Cuerpo de Economistas del Estado. Dicho proyecto de ley fue exigido por los licenciados en Ciencias Económicas, pues la primera promoción de ellos que terminó la carrera se encontró con cinco años de estudios que no les iban a valer para nada. Con los de Políticas sucede lo mismo; éstos se amparan en los enchufes de creación estatal, como el Instituto de Estudios Políticos, el Instituto de Sociología, etc. Pero la gran masa de estos estudiantes vaga por oficinas, bancos y compañías de seguros solicitando un empleo que sus estudios no les pueden procurar. Cada principio de curso, al tratar de poner en vigor un artículo de la Ley de Ordenación Universitaria que dispone el examen de Licenciatura en Derecho y Medicina, con lo que se pretende paliar el conflicto de exceso de títulos para los puestos bien remunerados, se organizan huelgas y manifestaciones en las citadas Facultades, con el resultado de que el Ministro aplace cada año el momento de entrada en vigor de dicho artículo de la ley. La protesta colectiva más importante ha sido la siguiente:

Cuando faltaban pocos días para abrirse el plazo de matrícula, excepcionalmente retrasado en el presente curso, se rumoreó que se iba a aumentar el ya elevado coste de las matrículas; el ambiente universitario desde ese momento empezó a hervir; se celebraron reuniones, se dirigieron cartas abiertas a los decanos, se insultó al ministro, el SEU pretendió encauzar la protesta; la medida colocaba la carestía de las matrículas a tan alto nivel, las dificultades de la clase media española se veían de tal modo amenazadas por la medida, que la universidad, clasista y mediatizada por el régimen, protestó a viva voz. Ya no fueron, como en otras ocasiones, tumultos aislados en el estrecho campo de una determinada Facultad; la de Medicina rompió la batalla, en el mismo momento en que se anunció oficialmente la subida, con una manifestación que, desde San Carlos, llegó a la Cibeles, llenando la calle de Atocha con los bancos de las aulas para impedir la circulación; Derecho se declaró en huelga, y se manifestó también por la calle de San Bernardo; la Facultad de Ciencias Químicas organizó otra manifestación en la Ciudad Universitaria que llegó hasta el Ministerio de Educación, sito en la calle de Alcalá, y allí, después de haber logrado romper el cordón de Policía Armada, una   —17→   comisión subió a ver al ministro, al que se arrancó la «promesa» de anulación de la subida. Al día siguiente la Facultad de Medicina fue invadida por la Policía Armada y no se permitió a los estudiantes hacer uso del teléfono, con el fin de impedir los enlaces entre las distintas Facultades; más policías sitiaron estratégicamente la Universidad Central, y en cada una de las Facultades de la Ciudad Universitaria se situaron, desde las primeras horas de la mañana, dos camiones de Policía Armada. Lo cual significaba que el gobierno de Franco consideraba un peligro la agitación universitaria.

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Una gesta inmortal.

El 2 de mayo de 1808 el pueblo madrileño se alzó contra las fuerzas de Napoleón. Fue la señal del levantamiento general del país contra los invasores. Aquella fecha quedó grabada para siempre en la historia del pueblo español e inspiró la gloriosa defensa de Madrid de 1936 a 1939.

El grabado: Defensa del Parque de Artillería de Madrid (2 de mayo de 1808. Cuadro de Sorolla).



Lo anteriormente citado es el signo de dos hechos: primero, que al ambiente clasista y cerrado de la Universidad está llegando ya la catástrofe de las contradicciones económicas del régimen; segundo, que las consecuencias lógicas que del hecho anterior podrían sacar los estudiantes españoles son falseadas por la existencia de la policía espiritual que Franco y sus compinches mantienen en las aulas universitarias.

Para aprovechar el primer hecho y luchar contra el segundo: información. ¡Que hasta los estudiantes españoles llegue la voz de la verdad, señalando a los verdaderos culpables!

Y todo ello para que, en el futuro, la Universidad se una a la lucha contra Franco, contribuya a derrotarlo y abra las amplias puertas de la cultura a su único dueño: el pueblo de España.

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ArribaAbajoDatos y cifras sobre la crisis económica de España

El transporte

El marasmo del transporte franquista, ferroviario, marítimo y por carretera, es manifiesto.

Especialmente caótica es la situación en los ferrocarriles. Faltan locomotoras, vagones de mercancías y coches de viajeros, carbón, traviesas, raíles y toda suerte de material.

El material existente, envejecido más allá de todo límite, resulta peligroso por la gran cantidad de accidentes que provoca, es de escaso rendimiento y costosa explotación.

Durante los años de la República las locomotoras tipo «Montaña» solían hacer un recorrido anual de 60.500 a 68.900 kilómetros. Hoy sólo hacen un recorrido de 40 a 50.000 kilómetros. En el primer tiempo citado las máquinas venían a consumir de 16 a 20 kilos de carbón por kilómetro, hoy el consumo llega hasta los 29 kilos por kilómetro.

Se calcula que la velocidad media de los trenes de mercancías con relación a 1935 ha descendido en un 34% y la de los trenes de viajeros en un 12,5%. De hecho, la velocidad de los trenes oscila hoy entre los 25 y 40 kilómetros por hora. Esto se debe no sólo al mal estado del material rodante sino, además, al estado desastroso de las vías y de las instalaciones ferroviarias en general. Los ferrocarriles españoles necesitan reponer hoy casi la totalidad de los 17.585 kilómetros de vía, lo que supone unas 900.000 toneladas de carril y unos 26 millones de traviesas. Y el franquismo no posee ni acero, ni madera, ni dinero para ello.

Ni que decir tiene que semejante situación repercute, en primer lugar, en la economía nacional. El volumen de mercancías transportadas no es sólo muy inferior al de 1935, sino que desciende de año en año. Diversas regiones económicas aparecen aisladas entre sí. Y el aceite andaluz no se transporta en cantidad suficiente a otras regiones por falta de transporte. La fruta se pudre en Aragón por la misma causa, mientras el hambre reina por doquier. Y así por el estilo.

No ofrece mejor aspecto el transporte marítimo. El de cabotaje apenas si cuenta hoy, mientras que los puertos españoles ven disminuir de año en año el número de entradas y salidas de barcos en general y el de barcos españoles en particular.

Veamos ahora el transporte por carretera. Aquí falta gasolina, piezas de recambio, aceite, engrases, cámaras y cubiertas. En 1948 existían en España 2.126 empresas dedicadas a la explotación de 2.088 líneas de transporte por carretera, con una extensión total de 89.077 kilómetros de recorrido. Estas líneas disponían de 4.095 coches y empleaban 9.317 trabajadores, de ellos 3.241 conductores. A pesar del escaso desarrollo   —19→   de este aspecto del transporte, que en las condiciones actuales podía remediar la penuria existente en esta rama económica, en 1949 cesaron de funcionar algunas de las mencionadas compañías por falta de negocio.

La situación del parque nacional de vehículos a motor es desastrosa. Mientras que de 1926 a 1934 aumentó en más del doble el número de vehículos a motor, en 1948 había menos automóviles en España que en 1926.

De 1927 a 1935 se matricularon 216.456 coches nuevos, esto es, un promedio anual de 24.050. Entre los años 1940 y 1948 fueron matriculados solamente 67.824, lo que arroja un promedio anual de 7.535. Al mismo tiempo, si en el primer período eran dados de baja anualmente 2 coches de cada 100, bajo el franquismo el porcentaje de bajas anuales subió al 5%.

En 1948 se calculaba que había en el mundo 52.700.780 vehículos a motor, de ellos 129.660, o sea el 0,24% en España.

Si comparamos en este aspecto a España, no ya con los países industrialmente más desarrollados, sino con países económicamente atrasados o semidependientes, el resultado será desfavorable para nuestro país. Mientras que en la Argentina existe un vehículo por cada 50 habitantes y en México uno por cada 102, en España hay solamente un vehículo por cada 216 habitantes.

***

Tales son algunos aspectos de la ruina económica desencadenada en España por el franquismo y las clases dominantes que representa, que iremos divulgando en números sucesivos con datos y cifras sobre el comercio, las finanzas, el nivel de vida del pueblo y la solución democrática a todo estos problemas, insolubles en los marcos del régimen franquista.

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Por error involuntario en el cuadro que con este mismo título se insertó en el número 4 de Cultura y Democracia, las cifras correspondientes a algunos productos estaban equivocadas. Corregimos dicho error insertando nuevamente las partidas en las que lo había con la consiguiente rectificación en los números.

Pedimos excusas a nuestros lectores, recomendando a los interesados en esta materia lleven la rectificación al cuadro que apareció en el número 4 de Cultura y Democracia.





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ArribaAbajoEl calvario de las mujeres españolas

Por C. Espinosa


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El simple hojear de algún periódico de los que publica el franquismo hace saltar a la vista párrafos como los que siguen:

«En las cuevas hay varias madres humildes que están esperando dar a luz. No tienen ropas para cubrir a los hijos que nazcan...»

«María Vidal. Tiene 29 años y parece una vieja. No tiene siquiera una cama para levantar a sus niños del suelo...»

«Salimos del trabajo a la una de la madrugada, para entrar al día siguiente a las ocho de la mañana...»

«Ganamos seis pesetas al día...»



Esto es algo de lo que se escribe. Pero, ¡cuánto deja de escribirse! Y sin embargo es suficiente para mostrar en toda su crudeza la funesta suerte que el franquismo depara a millones de mujeres de nuestro país.

Todas las «teorías» y prácticas más reaccionarias y abyectas en relación con la mujer, como miembro de la sociedad humana, desde las que existían en la Edad Media, pasando por los nazis, hasta lo más turbio de la reacción actual, se han concentrado y «enriquecido» en el arsenal del franquismo, gravitando cual monstruosa losa sobre las mujeres de España.

En la Falange hallaron dignos émulos y aventajados discípulos todos los Schopenhauer habidos y por haber, los prusianos de la pretendida inferioridad de la mujer, los «legisladores» más reaccionarios de todas las latitudes, autores de miles de leyes abominables que escarnecen   —21→   y humillan los derechos legítimos y la dignidad de la mujer. No faltan tampoco apologistas de los negreros de Alabama que han establecido «el derecho del marido a apalear a la mujer» aunque «con un palo que no exceda de dos dedos de diámetro», o de aquellos otros, no menos negreros, de Mississippi, que en lo referente a derechos colocan a la mujer en la categoría de los dementes.

Para los falangistas la sola idea de la igualdad de derechos económicos y políticos para las mujeres es «algo odioso» que «contradice a la civilización cristiana». En nombre de esta «civilización» se cierran ante las mujeres todos los caminos, se les niega la posibilidad de ejercer otras funciones que no sean las «estrictamente femeninas», se les encasilla en la categoría de personas de segunda o tercera categoría.

Los explotadores del trabajo femenino a bajo precio afirman con cinismo que la igualdad económica de la mujer es un absurdo. ¿Por qué -se preguntan ladinamente-, desde que el mundo es mundo, se ha establecido una distinción entre seres débiles y seres fuertes?

Y al socaire de esta «distinción» los fabricantes pagan a las mujeres salarios infinitamente inferiores que los de los hombres. La ley franquista establece ya la remuneración por el trabajo de la mujer en un 30% inferior a la de los hombres, pero los empresarios, sin que nadie les ponga freno, se encargan de hacer más brutal aún la explotación de la mano de obra femenina. En la industria textil, por ejemplo, en la que la mayoría de los obreros son mujeres, si un oficial gana 10,65 pesetas diarias, una oficiala gana 6,95 pesetas; en la industria conservera de Vigo un oficial gana 20 pesetas y una oficiala 10 pesetas; en la industria del aceite de Jaén un oficial de segunda gana 16,50 y una oficiala de la misma categoría 8,50.

Es significativa a este respecto una encuesta entre la opinión realizada por uno de los periódicos franquistas a base de la pregunta: ¿Por qué se emplea el trabajo de la mujer habiendo hombres parados? El 40% de las respuestas fueron: «Porque se las paga menos».

Es cierto que la desigualdad económica de la mujer no existe sólo en España. Lenin decía que «donde haya terratenientes, capitalistas y traficantes no habrá jamás igualdad de la mujer». Sin embargo, esta lacra del capitalismo ha sido llevada al límite por el régimen actual de las castas explotadoras de la ciudad y el campo de nuestro país.

Y en cuanto a derechos políticos para las mujeres, después de unos años de fascismo, para nadie es un secreto que ni siquiera rezan en la inicua «legislación» del régimen franquista. En la mitad del siglo XX las leyes cierran a las mujeres todo acceso a los cargos públicos o incluso a la producción, si la mujer decide crear una familia. El franquismo ha puesto todo su celo en volver a colocar a la mujer «en su puesto». No es casual que un fascista suizo, enardecido por la esencia medieval de la legislación franquista con respecto a la mujer, haya declarado que «una mujer votando es una cosa tan absurda como un hombre dando a luz».

No hace falta cavilar mucho para comprender lo que se oculta tras todas estas «teorías», tras el «feminismo» falangista y sus prédicas del apoliticismo de la mujer.

¿Prestarían, acaso, atención a esta cuestión sino fuera para tratar de paralizar la tendencia creciente de las mujeres a saltar por encima de las trabas y el terror, y defender en lucha sus legítimos derechos y una vida digna, para ellas y sus hijos?

Y resulta una empresa bien vana tratar de impedir esta lucha cuando, gracias ella, millones de mujeres del mundo radiante del socialismo han   —22→   logrado en la sociedad, no sólo la plenitud de derechos, sino un lugar de honor.

Aparte de la carencia absoluta de derechos, de la humillación que se desprende de su situación de ser inferior en que les ha colocado el franquismo, hay algo que origina inmensos sufrimientos, que sume en la desesperación a la inmensa mayoría de las mujeres de España: el hambre de sus hijos, la penuria de sus hogares.

En otros tiempos, a pesar que para el pueblo español no era desconocida la miseria, en España se leía con consternación que en la lejana y colonial India los niños morían por millares sin que sus madres pudieran darles un sorbo de leche. Que en cualquier otra colonia el raquitismo por el hambre desfiguraba a los niños y el trabajo y las calamidades envejecía e inutilizaba a la mujer antes de los veinticinco años.

¡Con cuánta profusión se dan hoy estos casos en la misma capital de España, en sus ciudades, pueblos, aldeas!

El propio ministro franquista de Gobernación acaba de confesar, en un llamado Congreso de Neuro-psiquiatría, que hay en España ¡75.000 niños, registrados, con taras mentales, y 18.000 leprosos! Jamás, ni en sus tiempos más funestos, conoció España tan espantosa calamidad. En cuanto a la estadística de tuberculosis infantil, es demasiado aterradora para que pueda hacerse pública.

Es tan desesperante la situación de las familias modestas españolas, hay tanto hogar deshecho, que el eco de la indignación que ello produce trasciende a veces en las columnas de la prensa franquista:

«Su madre está desesperada, no puede alimentar al niño. Tiene cuatro años y casi no ha aprendido a hablar, desconoce que haya en el mundo otros niños más felices que no pasan hambre».

«Hace tres años que cenamos sin pan. Mis hijos no saben qué es un asado».

«Dos de los niños están enfermos del pecho. Es viuda y la mujer tiene que atenderlos a todos con lo poquísimo que gana de asistenta. Cuando no encuentra trabajo sus hijos se quedan sin comer».

«Me ha contado los sufrimientos de algunos días que tiene que dar a la familia alimentos que... no son alimentos».



Y éste es un leve reflejo de la tragedia de muchísimas madres de familia, tragedia que el franquismo ha originado y que no tiene precedentes en España.

Y todavía más. Sobre las mujeres españolas se cierne la amenaza de que sus hijos sean entregados como carne de cañón para la guerra que los traficantes imperialistas de la muerte preparan.

El miedo cerval a la protesta que se manifiesta, el temor que la indignación se desborde, da que pensar a los falangistas.

En los albores del año que vivimos, tratando de tender una nueva celada, Franco expresó su gratitud «por los mil renunciamientos de las santas mujeres españolas» prometiendo para el futuro, lejano desde luego, el oro y el moro.

Mas, por si la patraña no cuajaba, recurría simultáneamente a otro procedimiento.

Casi a la misma hora y minuto en que pronunciaba estas palabras, sus jaurías hacían víctimas de una de sus clásicas tropelías a las mujeres del pueblecillo coruñés de Mugardos y, con toda seguridad, no sólo de Mugardos.

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En una noche la guardia civil apaleó y detuvo a la campesina Antonia Martínez, después de robarle su vaca y su carro. Al día siguiente asesinaron a su marido y detuvieron a Aurora Martínez y su hijo de 14 años, a María Romero con su hijo de 22 meses, que más tarde le arrebataron, y allanaron la casa de la anciana de 72 años, Genara Loisa, por haber dado al mundo y criado un hijo que hoy lucha en las guerrillas.

Tal es la práctica del franquismo.

En su propaganda los jerarcas de Falange gustan de cantar las «virtudes de la sobriedad y el trabajo abnegado que adornan a la mujer española» y llegan incluso a poetizar diciendo que «parece haber sido creada por Dios de silencio y para el silencio». Mas aquí habría que recordar ese adagio de «soñaba el ciego que veía...»

No ha sido precisamente silenciosa la reciente revuelta de las mujeres del pueblo valenciano de Navalón, por no citar muchísimas interiores contra las tropelías falangistas, en defensa de su molino que pretendían cerrar. No lo es tampoco la actitud enérgica de las campesinas gallegas de Pedreiro, que supieron defender su ganado del saqueo y, ¡todas a una!, dar su justo merecido a los saqueadores.

No expresa «resignación» la lucha valerosa de las obreras textiles de Barcelona, Mataró, Pueblo Nuevo, Alcoy y otras, contra los salarios de hambre y las inhumanas condiciones de trabajo. Ni la protesta airada de muchas mujeres en plazas y mercados en defensa del pan de sus hijos.

No es «humilde acatamiento» a la política franquista lo que demuestran las madres, que en la atmósfera irrespirable de la propaganda y la coacción del franquismo han sabido educar hijos que desafían a los vendepatrias franquistas gritándoles que no empuñarán jamás el fusil para combatir contra la Unión Soviética. Las mujeres españolas han contraído un gran mérito al educar, en las más desfavorables condiciones, hijos que constituyen el orgullo del pueblo.

Quizá sea España uno de los países que cuenta con tradiciones más gloriosas de lucha de sus mujeres contra los tiranos. Esta gloria sigue perenne en el batallar diario del pueblo español. Son las mujeres, creadoras de la vida, las más enconadas enemigas de la muerte. Y como tales libran y han de librar aún con más empuje la batalla contra el franquismo, que es sinónimo de miseria, guerra y muerte. Su lucha se ve animada por quien es la personificación de


«el dolor de las madres ultrajadas
la cólera del pueblo ante el tirano
la voz de la justicia que demanda...»
que sobre Pasionaria ha escrito un poeta de España.



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ArribaAbajoLa «cultura occidental». Don Quijote y la URSS2

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Su causa es demasiado siniestra para presentarla ante los pueblos sin adobo y falsificaciones. Por eso, cuando el banquero de Wall Street, el fascista Franco, el Papa, el racista yanqui, el títere Chang Kai Chek o el jefe laborista, ennoblecido por la clase a quien sirve, se proclaman defensores de la «cultura occidental», conviene saber que rompen lanzas en defensa del sistema capitalista, de la explotación de la clase obrera y la opresión colonial, de la agresión y la guerra. Y, en última instancia, de su «cultura», que reivindica todo lo antipopular y oscurantista que la reacción produjo en el correr de los siglos, más El Coyote, los Reader's Digest, la «condensación» (entiéndase falsificación) de los clásicos, la pornografía en celuloide de Hollywood, el existencialismo y demás «florones» que crecen en el campo de la «cultura» imperialista.

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Las palabras se las lleva el viento. Los hechos quedan. Y éstos son tan tozudos y elocuentes que cualquiera de ellos, por nimio e insignificante que parezca, tiene fuerza suficiente para refutar y desmentir la vana palabrería que vierten a diario los maltrechos escuderos de la «cultura occidental».

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Don Quijote, en manos de la burguesía, fue un poderoso instrumento en su lucha contra el feudalismo, contra la aristocracia y el oscurantismo de la Iglesia. Estas castas en el poder, con la dictadura fascista de Franco, continúan viendo en Don Quijote un libro hostil a su ideología medieval. Por eso limitan su difusión y no pierden ocasión para ultrajar a su autor.

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En la Unión Soviética, donde el proletariado está en el poder, se enaltece y glorifica la herencia de los clásicos de la literatura universal que, al describir la realidad de su tiempo y por tanto los afanes y anhelos de sus pueblos, dieron a su obra un elevado contenido humanista y progresivo que infunde a las masas populares confianza en sus fuerzas y en la capacidad creadora de su genio inmortal. ¿Acaso no cumple Don Quijote esta noble misión?

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Al tejer su miserable conspiración contra el Quijote y marshalizar conscientemente las librerías españolas, el franquismo se muestra, una vez más, como el enemigo encarnizado de la cultura, cuya defensa, hoy más que nunca, está en manos de la clase obrera y de las fuerzas democráticas que frente a la barbarie franquista oponen el auge esplendoroso de la cultura en la URSS y en las democracias populares, testimonio permanente de la ilimitada capacidad cultural de las masas cuando éstas dirigen libremente los destinos de su patria.

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Mientras esta circunstancia no se dé en España, Don Quijote será una de los millares de obras que viven desterradas de allí. Aunque bien pudiera ser que, para calmar la pesadumbre abrumadora de ABC, los imperialistas yanquis, patronos de la «cultura occidental», envíen a España una buena traducción del Quijote marshalizado y condensado en veinticinco páginas.

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En el conjunto de la cultura universal hay obras ante las cuales la actitud que se adopte sirve por sí sola para definir a los defensores y a los enemigos de la cultura. Una de éstas es la obra inmortal de Cervantes, Don Quijote de la Mancha. Tenemos en nuestra Redacción tres publicaciones muy diferentes entre sí: ABC de Madrid, un Reader's Digest de edición americana y Pionerskaya Pravda (La Verdad de los Pioneros), periódico infantil soviético. Las tres se refieren al Quijote, veamos lo que dicen.

En ABC un visitante de la Feria del Libro escribe: «Abruma y causa pesar ver desterrado a Don Quijote de nuestras librerías repletas de malas traducciones de novelas policíacas».

En la publicación americana se da cuenta de que la serie de publicaciones «Ómnibus» ha editado Don Quijote de la Mancha ¡condensado en veinticinco páginas!, para que «las personas cultas, pero sin tiempo, puedan conocer la obra fundamental de Cervantes en un trayecto de autobús o de metro».

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Pionerskaya Pravda, en su número del 30 de mayo, bajo el título de «Leed estos libros», publica una página entera con la «lista de obras cuya lectura se recomienda a los pioneros y escolares durante las presentes vacaciones de verano». Entre éstas figura Don Quijote.

En Estados Unidos se mutila, falsifica y destruye el Quijote. En la España franquista se le destierra. En la Unión Soviética el Quijote ocupa un lugar de honor junto a los clásicos de la literatura universal, cuya lectura, desde los años escolares, cimenta la amplia cultura literaria de la juventud y del pueblo soviético en general.

Hasta la Revolución Socialista de Octubre, de 1880 a 1917, fueron editados en Rusia 153.000 ejemplares del Quijote en tres idiomas. Después de la Revolución, de 1918 a 1949, se editaron en la URSS 882.000 ejemplares del Quijote en doce idiomas. En la actualidad las Ediciones del Estado preparan una edición monumental del Quijote, algunas de cuyas ilustraciones reproducimos.

Don Quijote es el nombre de un maravilloso ballet que desde hace varios años se representa con éxito clamoroso en la escena del Gran Teatro de Moscú.



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ArribaAbajoPor una literatura al servicio de la Democracia y del Pueblo

Por César M. Arconada


«Lo más valioso de España es el pueblo», dijo Antonio Machado. Y la no marchita estrofa de Espronceda canta:


¡Oh! ¡Es el pueblo! ¡Es el pueblo! Cual las olas
Del hondo mar alborozado brama;
Las esplendentes glorias españolas,
Su antigua prez, su independencia aclama.

Y remontándose más, ¿no está el pueblo en estos versos de Fuenteovejuna?


-¿Qué es lo que quieres tú que el pueblo intente?
-Morir o dar muerte a los tiranos,
Pues somos muchos, y ellos poca gente.

Y llegando hasta las remotas fuentes de nuestra literatura, ¿no encontramos el eco de una queja contra los señores, lanzada por el pueblo oprimido, en esta estrofa?


Porque dice gran verdad el rey Salomón:
El siervo con su señor no andan bien a compañón,
Ni el pobre con el rico no partirán bien quiñón.
Ni será bien asegurada oveja con león.

La iglesia, en el curso de siglos y siglos de absoluto dominio en la vida y en el pensamiento español, puso en el desarrollo de nuestra literatura y en el vuelo creador de nuestros escritores no pocas restricciones, limitaciones, no pocas trabas, vallados, cortapisas, fronteras. De todos modos, a pesar de ello, contra ello, soslayando los escollos,   —28→   nuestros escritores más representativos comprendieron muy bien que la fuente única, inagotable y fresca de la literatura está en el pueblo. No desdeñaron al pueblo; por el contrario, le buscaron, vivieron con él, trataron de pintarle, de comprenderle y, en no pocas ocasiones, de hacer su defensa contra la opresión y tiranía de los señores.

Nuestra literatura no es libresca, ni cortesana, ni ñoña, ni falsa. La vitalidad, el gran carácter que siempre ha tenido nuestro pueblo, se refleja en la literatura, comenzando por nuestro poema sobre el Cid. Nuestra literatura es, en su conjunto, realista, democrática. En todas las épocas cada gran escritor no dejó de comprender el axioma que expresó Machado de que lo más valioso de España es el pueblo, y a su manera, dentro de las concepciones de su tiempo, eludiendo mejor o peor los obstáculos que la Iglesia le ponía, el escritor reflejaba la vida del pueblo, y muchas veces, tomando de la Iglesia, como escudo contra la severa censura, sus conceptos moralizadores, sus propios principios, defendía al pueblo, expresaba con más libertad sus quejas, sus dolores.

Tenemos una gloriosa tradición literaria. Tenemos una rica herencia, aún sin estudiar desde el punto de vista de los intereses del pueblo. Tenemos en el pasado literario anchos y franqueables caminos por donde podemos transitar orgullosos. Las tradiciones populares, realistas, de nuestra literatura pueden ser bandera, ejemplo, guía y estímulo. Mucho es el oro que nos han legado nuestros padres, pero no siempre ese oro es puro y, en todo caso, hay que analizar a costa de qué sacrificios, de qué sufrimientos está obtenido.

No hay que olvidar que, si lo mejor de España es el pueblo, lo peor han sido los gobernantes, las capas rectoras, los dirigentes inquisitoriales de la reacción. Nuestro pueblo ha sufrido muchas tiranías. La Iglesia no ha sido, como creen los reaccionarios, un factor de progreso, sino, al contrario, de freno al progreso, sobre todo en no pocos siglos. La Inquisición fue un instrumento de dominio muy duro, implacable y útil a los intereses que defendía. Se quemaron en las hogueras inquisitoriales muchos libros, muchos hombres valiosos, muchos pensamientos progresivos. Los gobernantes reaccionarios han hecho guerras, y convenios, y alianzas, y leyes no para defender los intereses nacionales, en la mayor parte de los casos, sino los propios intereses de casta, sus propios privilegios.

Y es claro que todo este aspecto antipopular, antinacional de nuestra vida se refleja en el desarrollo de la cultura, de la literatura. Tenemos también, al lado de la feracidad, épocas estériles, lagunas, calveros desolados donde se nota que el pueblo, oprimido y deprimido, tiranizado con más dureza por las clases poderosas, ha influido menos en la obra de los escritores, en el desarrollo de la cultura. Tenemos también altos y bajos, destellos y oscuridades. Podemos ver, incluso en el pensamiento de hombres progresivos, la limitación que estas tradiciones antipopulares les imponían, podemos ver el sello que marcaban, la influencia que ejercían.

Y uno de los períodos de más tenebrosa oscuridad es el que se abrió para España con el arribo fraudulento al poder del fascismo-franquista. Acabada la guerra nacional liberadora, España encalló en uno de los más despiadados arrecifes de su historia y sobre el pueblo se extendió una negra, desolada, horrible noche, insondable como un abismo, estéril como un desierto, implacable como el azote de un vendaval.

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Ilustraciones con los personajes de una novela realista del Siglo de Oro español.

Desde Cervantes, que fue el primero de nuestros escritores que tuvo conciencia de la profesionalidad de la literatura, independientemente del mecenazgo de la nobleza, en España cada escritor ha sentido siempre la angustia de la particularidad de su profesión: la pobreza, la indigencia, la falta de eco, y muchas veces salía de esa angustia por el camino más cómodo, pero no el más digno: aceptando un acta de diputado, un cargo ministerial, un empleo que la reacción le tendía para amaestrarle. Y entonces, es claro, la literatura en él dejaba de ser magisterio para convertirse en patrimonio cotizable, dejaba de ser honrosa profesión para transformarse en mero adorno personal.

En un país como el nuestro, chamuscado por las hogueras inquisitoriales, dominado por una iglesia católica más intransigente que la romana -más papistas que el Papa-, sufriendo tiranía tras tiranía, guerra tras guerra, desgobierno tras desgobierno, con un analfabetismo casi total, es claro que la literatura tenía que sentirse ahogada y el escritor angustiado. Sin un desarrollo histórico normal, con la losa de un poderoso feudalismo en las espaldas, sin libertad ni cultura para el pueblo, la literatura tampoco podía desarrollarse normalmente.

La República debiera haber sido para la literatura el comienzo de su era soñada, la iniciación de una época de gran auge y esplendor. Y lo hubiera sido, no cabe duda, si la República hubiese ido adelante, si la revolución democrática hubiese tenido lugar dando vía libre al pueblo y fomentando su desarrollo material y cultural. Un indicio de ello fue el auge espontáneo de la literatura en la zona republicana durante la guerra. Bastó con que al pueblo se le desprendiera de la losa feudalista que le agobiaba para que, de súbito, la literatura se vivificase, adquiriese esplendor y conciencia de su deber.

Después, sobre toda España se extendió la misma oscuridad unificadora: la tiranía fascista. Y se produce lo que las tiranías siempre producen: el baldío, el erial. Siempre, en todas las épocas, fueron estériles -excepto en sangre de mártires y de héroes- las tiranías, pero la de Franco no tiene comparación posible, supera todos los límites históricos conocidos. Y no sólo por ser la más cruel de cuantas ha sufrido nuestro pueblo, sino porque representa a la moribunda reacción de unas clases históricamente muertas, ya en período de completa putrefacción. El pueblo sufre, está todo él como metido en una estrecha celda donde se asfixia, donde no puede dar dos pasos. Pero, a pesar de ello, por entre las rejas de su ventanuco se ven inmensos horizontes de libertad, de felicidad. Por el contrario, las clases dirigentes, los carceleros, están libres, tienen negocios, sinecuras estraperlos; pueden, incluso, discursear, antes sobre el imperio, ahora sobre la civilización católica; pueden, con imaginación, hacerse ilusiones sobre esto o sobre aquello, pero, en realidad, esas clases, y no el pueblo, son las que están prisioneras en una celda tan estrecha que no saben dónde poner los pies.   —30→   Y por la ventana, ninguna perspectiva se divisa, porque ningún horizonte existe para ellas.

Franco es el sanguinario guardián de un régimen agonizante, de unas clases que, antes poderosas y ricas, hoy están en descomposición. Cuando fueron poderosas y ricas, cuando tenían perspectiva histórica, todavía era posible, aun en épocas de tiranía, el lento desarrollo de la cultura. Pero hoy no. Ese «cadáver viviente», ese «cadáver moribundo», nada produce sino podredumbre.

En el régimen de Franco la literatura no ha existido, no existe y no puede existir. Cuando él llegó al poder, aupado por Hitler y Mussolini, la parte más numerosa, joven, progresiva de los escritores estuvo en contra de Franco y de su régimen, a favor de la República. Luego arrebañó de provincias gacetilleros y malos poetas, se aprovechó de la fama de algunos de los cadáveres del 98, lañó todo lo viejo, roto y desvencijado que había en los desvanes de la literatura; los cantores del fascismo, las viejas camisas, cotorreaban de lo lindo sobre las zarandajas del imperio. Y con todo, no crearon nada. Cero más cero.

Cuando en el futuro los historiadores de literatura hagan sus historias, al llegar a la época franquista darán un salto para vencer ese angustioso vacío, para salvar ese desolado páramo donde nada hubo, donde nada se produjo ni podía producirse. Y esos historiadores, dejando a un lado la negación, los ceros franquistas, buscarán la línea democrática, popular de la literatura contemporánea española. Hablemos ahora de ella, con la brevedad que nos impone un pequeño artículo.

Yo pertenezco a una generación que se formó durante la dictadura de Primo de Rivera. El balance literario de aquella dictadura podría resumirse así: auge de la idea estética del arte por el arte, bajo otra denominación: «arte puro»; decadentismo extremado, aunque con otra etiqueta más equívoca: «arte nuevo»; preponderancia del humorismo sarcástico y surrealista de Gómez de la Serna; influencia nefasta del aristocratismo estético de Ortega y Gasset.

Ésta fue nuestra lamentable escuela secundaria en la literatura: una charca. Pero no pocos salimos de ella porque el pueblo nos ayudaba con su vitalidad, con sus inquietudes y sus luchas; porque los acontecimientos agitaban toda la vida española; porque el movimiento revolucionario que estaba gestando la República reclamaba de los escritores una actitud, una posición definida. Así surgió aquella frase, que fue para todos los escritores jóvenes un llamamiento a la conciencia: «¡Hay que definirse!» Y los acontecimientos obligaron a que nuestra generación, influenciada de apoliticismo y decadentismo, se definiese. Unos se situaron decididamente en el campo fascista, y fueron sus primeros ideólogos; otros se mantuvieron imperturbables en sus posiciones del arte puro y apolítico, y otros nos orientamos hacia el realismo, hacia la vida, hacia el pueblo, que, en aquel período, como una gigantesca ola de voluntad unánime, destrozaba el muro de la dictadura y en un radiante día de abril enarboló la bandera de la República con la ilusión legítima de que sus sueños seculares de libertad se iban a cumplir.

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Un nuevo movimiento literario surgió entonces, apareció una nueva literatura: al servicio del pueblo, de la República, por la defensa de las ideas progresivas, contra la reacción y el fascismo. Este movimiento tenía sus orígenes, sus fuentes, sus estímulos y sus perspectivas en la nueva situación revolucionaria del pueblo español, en primer término, y después en el conocimiento de la Unión Soviética y de la Revolución de Octubre, grandiosos hechos que, si bien no ignorados por nosotros, la dictadura de Primo de Rivera había impedido que tuviéramos de ellos la idea justa de su inmensa significación; tenía también sus orígenes aquel movimiento en la acertada política del Frente Popular, que el Partido Comunista había forjado y defendía y propagaba con tesón y con éxito; en el movimiento internacional de intelectuales en defensa de la cultura; y, por último, en la lucha que entonces se incrementaba contra la barbarie del fascismo y por la paz.

Nuestros mentores y nuestros maestros eran Gorki, Maiakovski, Romain Rolland, Barbusse; nuestras obras preferidas eran las primeras novelas soviéticas que reflejaban el heroísmo del tiempo de la Revolución y de la guerra civil, como La derrota, de Fadeev, o las transformaciones que se iban operando a medida que el nuevo poder iniciaba la construcción del socialismo, como Cemento, de Gladkov, o las luchas en el campo de la intelectualidad, como Los días y los años, de Fedin.

Durante nuestra guerra nacional liberadora contra el fascismo, el frente de la literatura progresiva se ensanchó considerablemente. La mayor parte de los escritores, sobre todo los jóvenes, tuvieron, en aquellos momentos, conciencia de su deber. La lucha heroica del pueblo les animó, les estimuló; comprendieron que la defensa de la República era la defensa de la cultura, de la literatura, que el fascismo era la barbarie; se dieron cuenta, acaso por primera vez, de la importancia histórica del pueblo y del papel próximo que iba a desempeñar. Valiosa norma de conducta para todos nosotros fue la ejemplaridad de Antonio Machado, y venero de odio contra la barbarie del fascismo ha sido la sangre joven de García Lorca y Miguel Hernández, dos de nuestros mártires.

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Reproducción de figurines de una comedia del siglo XVII.

Han pasado diez años y pico desde que la sombra de la más terrible reacción se cierne sobre toda España, desde que la bandera de la segunda República española fue temporalmente arriada. Nuestra literatura del segundo período de la guerra de liberación se diferencia del primero: es, en muchos casos, más pesimista, menos combativa, canta con menos pasión el heroísmo de nuestro pueblo. Parecía haber perdido parte de la fe y de las ilusiones primeras. Quien no alcanzaba a ver cuál era lo esencial y cuál lo temporal, para aquellos que no tenían la suficiente penetración para vislumbrar el futuro, los tiempos eran angustiosos. El fascismo, con el apoyo y la aquiescencia de la reacción internacional, se apoderaba del baluarte de España. Aumenta al peligro de guerra.   —32→   Munich, invasión de Austria, de Checoslovaquia, guerra en Polonia. Después, la expansión triunfante del fascismo por el resto de Europa. Es claro: para los espíritus pesimistas, ningún rayo de sol iluminaba aquel trágico tiempo. Pero el sol salió, el sol fue Stalingrado y el heroico Ejército Rojo. Y los que ya no vieron este sol y no le saludaron con júbilo de victoria, es que la prolongada noche del fascismo les había quedado ciegos acaso para toda la vida.

Fue derrotado el fascismo alemán, pero acuérdense los escritores progresivos españoles que nosotros, durante nuestra guerra, teníamos otro enemigo, artero y encubierto: la reacción internacional, que estaba tan interesada como Hitler y Mussolini en que el pueblo español no triunfase. Y esta reacción, si bien en la Segunda Guerra Mundial sufrió un gran quebranto, no fue derrotada del todo; esta reacción es la que sostuvo y sostiene a Franco en el poder. Esta reacción, que encabezan los banqueros norteamericanos, es la que tomó en sus manos la desgarrada bandera fascista de Hitler para, después de corcusida un poco, enarbolarla de nuevo. Esta reacción imperialista quiere apoderarse del mundo, como quiso Hitler, quiere hacer la guerra, como lo hizo Hitler, al pueblo que verdaderamente es enemigo de todo fascismo, de todo imperialismo: a la Unión Soviética. El imperialismo yanqui trata hoy a España como antes la trató el imperialismo fascista alemán. Franco es hoy para Truman y Acheson el mismo dócil amanuense que fue para Hitler.

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El Teatro en la calle como medio de educación y propaganda
apareció en Madrid durante los días de la movilización de la capital para su defensa.

Los verdaderos escritores progresivos españoles no tenemos razón alguna para vacilaciones, desviaciones, inhibiciones, dudas. En España luchamos, con nuestras plumas y nuestros medios, por la República, por la democracia, por la paz, por la independencia nacional y por una auténtica cultura popular. ¿Y por qué no vamos a luchar hoy por esos mismos ideales, por esos legítimos anhelos que el franquismo y el imperialismo norteamericano impiden que se realicen? Los verdaderos escritores españoles odiaban a Franco y su régimen porque veían en él -y con razón- la anticultura, el oscurantismo, la muerte de toda manifestación literaria. ¡Pues ahí está Franco aún, con todo lo que representa, y si entonces le combatíamos por lo que era, hoy debemos seguir combatiéndolo por lo que no ha dejado de ser nunca: el verdugo de nuestro pueblo, un criado del amo de turno, llámese como se llame.

Los escritores españoles tenemos recuerdos y experiencias difíciles de borrar. Hemos visto al pueblo en armas, sabemos de su heroísmo, de su sacrificio, de su capacidad creadora; los escritores progresivos españoles hemos conocido una España sin feudalismo, sin oscurantismo, ávida de cultura, de   —33→   progreso, una España democrática que, a pesar de las condiciones difíciles de la guerra, dio un salto de siglos en la historia; los escritores progresivos españoles hemos vivido con el pueblo sus hechos, sus triunfos, sus adversidades, hemos cantado sus hazañas, su heroísmo, hemos defendido su derecho a triunfar, a ser dueño de sus destinos. ¿Y es que las verdades de ayer no son verdades hoy?

«Lo que importa, en última instancia, es la verdad», ha dicho el escritor soviético Fadeev en una de sus intervenciones polémicas. Para nosotros esta verdad es la defensa de la República, de la democracia verdadera, de la paz, la ayuda al pueblo español en su lucha heroica. La verdad es el triunfo inevitable del pueblo. La verdad es el luminoso día de mañana.

Demos al pueblo una literatura del pueblo, una literatura donde él se reconozca, donde él se sienta vivir, que le ayude a luchar, que le acerque al triunfo, que le dé optimismo, alas, que le abra anchurosas perspectivas. Continuemos la tradición democrática de nuestra literatura, la línea progresiva de ella.

La literatura soviética, la literatura del gran país donde se construye el comunismo, es la literatura más democrática del mundo, realista, humanista, al servicio del pueblo, de su felicidad. Aprender de ella, tener en cuenta siempre ese maravilloso espejo de experiencias, buscar su camino y escuchar sus lecciones, debe ser la preocupación de cada escritor progresivo, de cada uno de nosotros. ¡Estudiar en ella y acorazarse contra la decadente literatura burguesa!

Grandes son nuestras tareas, grandes las dificultades y responsabilidades. Pero grande es también la maravillosa época en que vivimos, cuando todos los pueblos del mundo van «a romper las cadenas», venciendo a sus enemigos seculares, cuando vemos cambios y transformaciones que ni siquiera antes cabían en la imaginación. Una tal época exige, en la literatura como en todo, titanes. Pero, al menos, seamos honrados hombres progresivos, no nos quedemos atrás del pueblo, de la época, y si como escritores tenemos el instrumento de nuestra pluma, utilicémosla de tal modo que el día de mañana el pueblo español no nos repudie, sino, al contrario, nos admita con honor en la fraterna actividad de sus trabajos futuros, y allí podamos servirle con fidelidad y honradez.

Stalin

1925 Nosotros construimos la cultura proletaria. Esto es cierto. Pero también es cierto que la cultura proletaria, socialista, por su contenido, adquiere diversas formas y medios de expresión en los diversos pueblos enrolados en la construcción del socialismo, en dependencia de la diversidad de idioma, del modo de vida, etc. Proletaria por su contenido, nacional por la forma, tal es la cultura universal hacia la que marcha el socialismo. La cultura proletaria no anula la cultura nacional, sino que le da su contenido. Y por el contrario la cultura nacional no anula la cultura proletaria, sino que le da su forma.



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ArribaAbajoLamentos y Confesiones

No hay novela, ni poesía, ni teatro, ni cine, ni música, ni periodismo, ni ciencia, ni nada digno de tal nombre... Tales son los lamentos y confesiones que salen a diario del yermo campo intelectual franquista, que recogemos y comentamos en esta sección.

Estos lamentos y confesiones tienen el valor de ser una confirmación de la incompatibilidad entre fascismo y cultura. Su divulgación asevera la justeza de la lucha de los intelectuales que, convencidos por esta gran verdad, unen su esfuerzo al del pueblo por el derrocamiento del franquismo y las castas dominantes que éste representa, por la implantación de la República democrática que creará las condiciones apropiadas para el desarrollo de la cultura.

Con este título de «Poesía en déficit» V. Fernández de Asís escribe en Pueblo del 17 de marzo:

«La loable costumbre que tenía la juventud de hacer versos parece haber desaparecido para siempre.

»Los diccionarios de la rima, por ahí andan, envilecidos en sus precios, junto a los formularios de cocina. Las chicas de hoy son tan guapas como las de ayer, entonces ¿por qué no se rima ya ojos con abrojos y labios con agravios? ¿A qué se debe este misterio...?»

Para indagar en el «misterio» el mismo diario abrió una encuesta sobre el tema: «¿A qué atribuye la decadencia del éxito de la poesía?». Y en su número del 23 de abril da los siguientes resultados: el sesenta y tres por ciento de las respuestas dicen: «A la vida difícil y al materialismo actual».

Una de las respuestas afirma: «Las caracolas tienen música porque están huecas, y las poesías de hoy, además de huecas, no tienen música».

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Es decir, el pueblo rechaza la poesía huera de «labios y agravios» por la que propugnan los oficiosos del régimen. Poesía ésta de jerarcas satisfechos y para la cual no se encuentra ya, fuera de sus medios, ni oyentes ni cantores. Así ocurrió que el año pasado tuvieron que ser suspendidos los juegos florales de Badajoz a pesar de que «las fuerzas vivas», el gobernador civil y el militar, el obispo, etc., etc., anunciaron de antemano la sustitución de la flor simbólica del ganador por un cerdo de diez arrobas. Símbolo éste, al parecer, de la «espiritualidad» de los jerarcas falangistas.

Al rotundo fracaso de la «Feria del Libro» dedican los periódicos del régimen amplios comentarios. ABC, del 24 de abril, dice lo siguiente:

«Es lástima que la 'Fiesta del Libro' se reduzca a poner unos cuantos puestecillos de deficiente literatura. El Coyote no tiene nada que ver con el Ingenioso Hidalgo ni con su autor, y mucho menos ese cúmulo de malas traducciones morbosas...»

El Diario Vasco es más explicito y, en su número del 28 de abril, dice:

«La Fiesta del Libro ha pasado sin pena ni gloria. Ésta debiera ser una fiesta popular, callejera, para que aquellos que leen poco, lean más, y lean cosas buenas. Lo que yo me temo es que no hay ya apenas cosas buenas que leer. Un buen propósito para el Día del Libro sería retirar de las librerías el 78 por ciento de las malas traducciones de libros de pistolas y persecuciones por alcantarillas, de autores extranjeros que ocupan un lugar de honor en las librerías... Pero claro, ya comprendo, existe, además, un voluminoso «índice» de lecturas malsanas para la juventud, en el que por lo visto esta clase de libros no está incluida. Cierto que si se incluyera sólo podríamos leer la aritmética...»

El «índice» en cuestión es el Index liberorum prohibitorum del Vaticano, corregido y aumentado por el franquismo, que pone el veto a muchos miles de las mejores obras científicas y literarias. Cada régimen tiene la literatura que corresponde a su ideología. ¿Y qué mejor para los gangsters y estraperlistas franquistas que El Coyote y demás novelas de tiroteos, robos y aventuras? Con ello cumplen varias funciones. Dan satisfacción a sus «inquietudes literarias» y tienen contentos a sus amos yanquis que inundan el mercado del libro español con su inmunda pornografía para corromper al pueblo.

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La Voz de Galicia del 11 de febrero inserta una crónica de su corresponsal en Madrid, María Victoria Fernández, en la que se dice:

«Asistí en el teatro Español a la representación de Celos del aire.

»En desacuerdo con nuestros más autorizados críticos no me gustó.

»La representación de un vodevil en el teatro Español -teatro nacional- es inadecuada. Todos sabemos que al público no le gustan las obras clásicas, y no hace falta ser un lince para adivinar que si a una compañía se le ocurre representar obras de Calderón, Tirso, Lope de Vega, y aun de Shakespeare, caminaría muy pronto al borde de la ruina...»

Con el título de «Negocios pobres para diversiones caras», Fernando Castón Palomar insiste en el tema en la Vanguardia del 4 de mayo:

«Recientemente fue estrenada en Madrid una zarzuela de música brillante y grata. El público se mostró poco atraído por ella y a los pocos días tuvo que desaparecer de la escena... Produce tristeza la situación actual del teatro. Su crisis ha sido agudizada, si agudizarse era posible, por el aumento de las tarifas ferroviarias...»

Al teatro sólo pueden ir hoy los poderosos. Los precios de las localidades, aun de las más modestas, son prohibitivos para el pueblo. Por consiguiente, el «público» que concurre al teatro en general, y en particular al Español de Madrid, se compone en su mayor parte de enchufistas y estraperlistas. A éstos, naturalmente, les horroriza el teatro clásico español inspirado en el pueblo y frecuentemente en su rebeldía, como Fuenteovejuna, y la zarzuela les aburre. Las compañías tienen que adaptarse al gusto del «público», que además no es muy numeroso, y ahí tenemos al teatro Español transformado en una especie de café cantante, mientras otros muchos cierran sus puertas...

Y así queda retratado, a través de los lamentos y confesiones de los cocodrilos falangistas, una parte del «horizonte cultural» del franquismo, que, como vemos, no es muy complicado:

En poesía, «ojos-abrojos, labios-agravios». En literatura, El Coyote. Y en teatro, Las Leandras.

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ArribaAbajoCuando en España no había ricos ni pobres

Por Luis Valera


¿Existió siempre la propiedad privada en España, hubo siempre en ella ricos y pobres?

A esta pregunta los jerarcas de la Iglesia, que oponen el oscurantismo a la ciencia, responden: sí, la existencia de ricos y pobres y el sistema de propiedad privada, que da lugar a esa división, son de origen divino y, por consiguiente, eterno. Semejante concepción tiende a santificar la explotación del hombre por el hombre, a perpetuar la actual injusticia social existente en España en favor de los poderosos.

El marxismo, con su interpretación materialista de la Historia, responde no. En España no hubo siempre pobres y ricos, porque no siempre estuvo dividida en clases la sociedad española. Las clases surgieron en un momento dado del desarrollo de las fuerzas productivas en el seno de la sociedad primitiva y están irremisiblemente condenadas a desaparecer cuando desaparezcan las causas que engendraron su aparición: la propiedad privada sobre los instrumentos y medios de producción.

Los yacimientos arqueológicos descubiertos en España permiten seguir, paso a paso, el desarrollo de la sociedad primitiva que existió en nuestro país y aseveran científicamente la concepción marxista sobre la inexistencia de las clases en la sociedad primitiva y las causas que determinaron su aparición.

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Hace unos 50 o 100.000 años, en la edad de los grandes hielos y cambios climatológicos, llegaron a España sus primeros pobladores... La mandíbula que reproduce el grabado fue hallada en abril de 1887 en la loba caliza, junto al lago de Bañolas (Gerona). Pertenece al tipo de hombre primitivo cuyos restos se han encontrado en diversos lugares de la tierra.

Hace miles de años, cuando el hombre se había diferenciado ya, mediante el proceso del trabajo, de la especie humana del mono de la cual descendía, aparecieron en España sus primeros moradores. Su aspecto, a juzgar por los restos hallados, recordaba mucho a la especie de sus antepasados, pero ya había realizado sus dos primeras y grandes conquistas: la marcha vertical, que permitió su desplazamiento por toda la tierra, y el habla como medio de comunicación y transmisión de sus experiencias, fruto ambas del trabajo.

En esta época el hombre aparece agrupado en tribus formadas por una o más familias de parentesco consanguíneo. Impotentes para luchar aisladamente contra la naturaleza y las fieras que les rodeaban, los hombres vivían, se procuraban y repartían el sustento en común. Entre ellos no había clases, ricos ni pobres, tampoco existía diferencia social entre el hombre y la mujer. Vivían en cavernas o campamentos en pleno bosque, sin más ajuar que la hojarasca que les servía de lecho y los cráneos, conchas y caracolas que usaban a manera de vasijas. Los frutos silvestres, raíces, tallos, así como la caza, eran los únicos medios de sustentación. Para la caza empleaban la trampa, el acoso, la sorpresa. La pieza caída era rematada con piedras y descuartizada con cuchillos y hachas de piedra sujetas a palos de madera con fibras vegetales. El empleo de armas y útiles de piedra tallada, instrumento a la vez de trabajo y de defensa, señala el paso del hombre del salvajismo inferior al medio.

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El bisonte, el toro, el elefante, el caballo, el jabalí y otros animales que aparecen en las pinturas rupestres de las cuevas que habitó el hombre primitivo en España muestran su obsesión por las fieras que le rodeaban. Estas figuras de bisonte y jabalí son de la cueva de Altamira (Santander) y, según opinión de los arqueólogos, datan de unos 10 a 15.000 años.

Es la edad de la piedra. En el curso de muchos milenios el hombre aprende a utilizar el fuego de los volcanes o de los incendios que el sol provoca en los bosques, a conservarlo y después a encenderlo por medio de la frotación de palos y piedras. Con el empleo del fuego, primero para calentarse, comienza la cocción de los alimentos, la carne y el pescado, cuya pesca rudimentaria se inicia en este período. El nuevo régimen alimenticio contribuye al desarrollo del cerebro humano, aligera las pesadas digestiones que tenían al hombre inmóvil durante muchas horas, le da más energías y le deja mucho más tiempo libre para el trabajo y la observación.

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Muchos milenios de lento desarrollo necesitó el hombre hasta llegar a crear con su trabajo instrumentos y útiles de piedra tallada de la belleza y perfección de estas hachas encontradas en el yacimiento arqueológico de la Pradera de San Isidro (Madrid).

La escasez de alimentos y medios descarta su acumulación. Se vive al día, a merced de la caza, de la pesca y de la recolección. La tribu tiene un carácter nómada, trashumante. Va de un emplazamiento a otro buscando siempre los bosques abundantes en caza y frutos, los ríos de buena pesca. La falta frecuente de alimentos y la sobra de bocas obliga al hombre a practicar el canibalismo como medio obligado para su existencia. En estas condiciones la natalidad aparece rigurosamente limitada por la tribu, que condena a muerte a los infractores del orden establecido. Por las mismas causas no se hacen prisioneros en las guerras, el vencedor mata al vencido. Éstas tienen un carácter esporádico y casual. Se guerrea entre tribus por venganza o la disputa de un rico emplazamiento. Pero la población es escasa y la tierra inmensa no tiene dueño. Normalmente las tribus viven en un mismo bosque o territorio, en buena vecindad. Las guerras como fenómeno social sólo aparecen   —40→   en las postrimerías de la sociedad primitiva, cuando surgen las clases antagónicas. Los hombres se rigen en la tribu por sus usos y costumbres, basados en intereses comunes. La autoridad la ejercen los más viejos, los patriarcas de las familias, y se cimenta en el respeto que los más jóvenes sienten hacia ellos por la experiencia acumulada en el curso de la ruda lucha por la vida y sin la cual no podría subsistir la tribu.

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La experiencia demostró al hombre que la pulimentación de la piedra hacía más eficaz y productivo el trabajo. A esta conclusión llegó en el mismo proceso del trabajo. Los útiles del Cau del Duc, Torroella de Montgrí (Gerona), muestran el período de transición entre la talla y la pulimentación de los útiles de trabajo.

El uso del arco y de la flecha y la pulimentación de la piedra jalonan el paso del hombre al estadio superior del salvajismo. En él se perfecciona y simplifica la caza. Ya no es necesario atrapar al animal para matarle. La flecha abate a distancia a la presa. Con la piedra pulimentada se fabrican hachas, punzones, mazos, cuchillos, agujas... Se hace más fácil la elaboración de la madera y se perfecciona la vivienda. La pesca recibe también un gran impulso. Por medio del fuego y las herramientas de piedra se construyen las primeras embarcaciones, simples troncos de árbol vaciados a fuego lento y trabajados con el hacha. Ahora, junto al arpón de madera, de hueso o piedra, se emplea la red tejida con fibras vegetales con las cuales se confeccionan también vestidos, cestas y esteras. Con paso lento, pero seguro, el hombre va desarrollando las fuerzas productivas, los utensilios con que trabaja y su propia maestría. De base para ello le sirve la experiencia y la observación de los fenómenos que constantemente se repiten a su alrededor.

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Los útiles de piedra tallada permitieron trabajar mejor el hueso y construir azagayas, punzones, agujas, arpones, etc., como los hallados en la cueva del Parpalló, Gandía (Valencia), y que se calcula son de hace unos 10.000 años.

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Con el empleo del arco y de la flecha el hombre pudo pasar de la caza, como sistema de vida, a la domesticación de animales y a la ganadería primitiva. Este friso del Prado del Navazo, Albarracín (Teruel), muestra la cacería del toro salvaje por medio del arco y la flecha.

Observa el endurecimiento de la arcilla por la acción del fuego de la hoguera donde se calienta o condimenta su comida y se inicia en la alfarería. De la misma suerte, la mujer, obligada a permanecer en el campamento de la tribu al cuidado del hogar mientras los hombres se internan en el bosque y permanecen en él largos días dedicados a la caza, tiene más tiempo para observar el medio que la rodea y ve crecer en el calvero del campamento las plantas y frutos que creía patrimonio exclusivo del bosque. Y tras larga observación espontánea halla «el secreto» de la reproducción e inicia el cultivo de la tierra.

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Mientras el hombre caza, la mujer domestica los animales. Tal es la idea de esta original pintura rupestre del Abrigo de Cogull (Lérida). La ausencia de armas en el conjunto de mujeres y la actitud apacible y dócil de los animales afirma su domesticación.

La iniciación de la agricultura tiene un carácter rudimentario en extremo. Se araña la tierra con azadas de piedra o se hacen en ella agujeros con palos en los cuales se introduce la semilla de las plantas silvestres que sirven de alimento: panizo, trigo, cebada... La siega se efectúa con hoces de madera y dientes de piedra incrustados en ella. Con la introducción de la Agricultura la tribu se apega a la tierra, pierde su carácter trashumante. El laboreo de las pequeñas parcelas, que generalmente se extienden en los calveros que circundan al campamento, es realizado por la mujer, que a la vez cuida del hogar mientras el hombre marcha a la caza. Los resultados de ésta son azarosos. La agricultura es más segura, proporciona alimentos para todo el año y permite realizar acopios. En este estadio florece el matriarcado, es decir, un régimen social en el que la   —42→   mujer ejerce la autoridad, porque a ella se debe el medio más permanente de subsistencia de la tribu: la agricultura.

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Encontrada en la necrópolis de Acebuchal, Carmona (Sevilla), esta hoz de madera con dientes de piedra incrustados en ella (reproducción del hallazgo original) da idea de lo rudimentarios que fueron los aperos primitivos de la agricultura.

Con la extensión de la agricultura la vida del hombre pasa a depender más que nunca de los elementos y fenómenos de la naturaleza. Del sol que dora la mies de sus campos y, a veces, los abrasa. Del pedrisco, que los arrasa, del frío y del calor. Trata de comprender éstos y otros muchos fenómenos, pero no estando en condiciones para ello comienza a pensar en la existencia de fuerzas sobrenaturales con las cuales conviene estar a bien por cuanto en ello le va la vida. A esto contribuye poderosamente «el secreto del sueño». Incapaz de comprender «el misterio de la vida y de la muerte», equipara a ésta con un sueño eterno. Pero cuando duerme el hombre ve transcurrir la vida en medio de sus sueños. Esto le lleva a la idea de una doble existencia. Y como en su imaginación no cabe que el hombre pueda vivir sin comer, entierra a sus muertos en una especie de pequeñas habitaciones con víveres y agua. Así aparece la magia, el culto y la divinización de las fuerzas de la naturaleza, todo lo cual constituye las primeras manifestaciones de la religión. Así los hombres crearon los dioses.

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Vaso de barro cocido decorado con materia blanda perteneciente a una cueva de la comarca de Solsona (Lérida). El ejemplar muestra ya un cierto desarrollo de la alfarería.

Con la agricultura la sociedad primitiva entró en un estadio superior de su desarrollo: el barbarismo. En la fase media y superior de éste se producen importantes   —43→   cambios en la vida de la tribu. La agricultura se consagra como el medio fundamental de vida de la tribu. Ya no se vive al día, existe el acopio y almacenaje de productos que permite afrontar las malas rachas. La alfarería se generaliza como actividad privada de los miembros de la familia. Lo mismo ocurre con la caza. El hombre no tiene ya necesidad de matar para subsistir. Y algunos de los animales salvajes, el caballo, el toro, la oveja, la cabra, el perro, etc., atrapados, son recluidos en cercas y domesticados. La domesticación de los animales inicia la ganadería, que aparece como propiedad privada. La aplicación del buey y del caballo en las faenas de acarreo o el arrastre del arado primitivo de madera dan un gran impulso a la agricultura. Faltan campos y se queman bosques para ampliar el terreno de cultivo. En este tiempo se emprende también la elaboración de los metales, y en primer lugar del cobre y del estaño, los más maleables, que el hombre ve fundirse por la acción del fuego y adquirir, al enfriarse, la forma del terreno donde cae el metal. Nace el molde de arena para fabricar instrumentos de metal, de cobre y estaño. Éstos, más blandos que la piedra, no logran desplazar a ésta definitivamente en la construcción de armas y herramientas hasta que el hombre, a través de la experiencia y la observación, no emprende la aleación de ambos metales, formando de esta manera el bronce, que relega y reemplaza definitivamente el empleo de la piedra para armas y utensilios. La aleación de los metales y la fabricación de objetos mecánicos, la caza, la alfarería y la ganadería aparecen como actividad privada que el individuo comparte con el trabajo común de la tribu.

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Cilindro calcáreo con una representación estilizada del rostro humano. El grabado muestra uno de los muchos ídolos de esta especie encontrados en Extremadura y en Portugal. Se supone que data de hace unos 2.000 años antes de nuestra era... Pero muchos miles de años antes de que el hombre «construyera a los dioses a su imagen y semejanza» rindió culto al sol, y a los muchos fenómenos de la naturaleza por él incomprendidos.

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La creencia en una doble existencia, cimentada en la incomprensión del origen de los sueños, y su experiencia de que para vivir hace falta comer llevó al hombre primitivo a enterrar a sus muertos en cámaras con abundantes provisiones, como muestra esta sepultura descubierta en la necrópolis de Fuente Álamo, Cartagena (Murcia).

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La sustitución paulatina de los útiles de piedra por los de cobre, y más tarde definitivamente por los de bronce, dio un gran impulso al desarrollo de las fuerzas productivas. Los moldes de hachas planas, cuchillos, etc., así como los crisoles hallados en El Agar, muestran ya el desarrollo de una metalurgia rudimentaria

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Hachas de bronce procedentes de Coruña del Conde (Burgos) y Peal de Becerro (Jaén), se han encontrado también en los yacimientos de Cáceres y Elche (Alicante).

Estos cambios en las fuerzas productivas no tuvieron más remedio que imprimir su huella indeleble en las relaciones existentes entre los hombres de la sociedad primitiva. Las causas que obligaron a éstos a procurarse y repartirse en común el sustento, su impotencia frente a la naturaleza y las bestias feroces, van paulatinamente desapareciendo. La existencia ya no depende de la casualidad de la caza o de hallar frutos silvestres, sino de los productos de una agricultura y ganadería estables. El suelo es generoso cuando se le trabaja. Para ello se necesitan brazos. Ya no se limita la natalidad, al contrario, se la estimula. Tampoco se mata al vencido, se le esclaviza. Su amo, el patriarca, ahora esclavista, le obliga a trabajar en los campos comunales. Crece la población y se intensifica el cultivo de los campos, lejos ya de los poblados. La mujer ya no puede atender al hogar y trabajar la tierra y pasa a depender económicamente del hombre y con ello pierde la posición social que ocupó durante el matriarcado, quedando oprimida durante siglos y relegada socialmente, hasta el triunfo del socialismo. Junto a la propiedad común el hombre comienza a poseer en propiedad privada los esclavos que captura, los instrumentos de producción y bienes que él mismo fabrica o procura por medio del trabajo o del intercambio que, surgido de forma casual, se va generalizando. Con la aparición de la propiedad privada comienzan a despuntar las clases en el seno de la sociedad. Se transforma la estructura de la familia. El matrimonio ahora es poligámico, es decir, el hombre tiene tantas mujeres como puede mantener. Y como todos no tienen ya los   —45→   mismos bienes, en el seno de la tribu comienzan a destacarse una minoría de familias poderosas cuyos patriarcas van imponiendo su hegemonía. La herencia, que aparece con la propiedad privada, acelera el proceso de diferenciación de las clases en el seno de la propia familia patriarcal.

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Vasijas tan perfectas como estos ejemplares de cerámica ibérica encontrados en Peal de Becerro (Jaén) sólo podían ser creadas cuando el hombre introdujo el torno alfarero en su producción.

Durante mucho tiempo existen paralelamente la propiedad común y privada en el seno de la tribu, pero al fin terminan por chocar. Aumentan los rebaños ganaderos. En el territorio de la tribu consagrada a la agricultura no hay pasto suficiente para su alimentación. Los rebaños privados devastan los campos comunales. Aparecen las tribus ganaderas. Con ello se produce la primera gran división histórica del trabajo. Ahora las tribus ganaderas y las dedicadas a la agricultura aparecen intercambiando los bienes entre sí acentuándose la diferenciación de clases.

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Molino de mano ibérico correspondiente al período
de descomposición de la sociedad primitiva.

En el barbarismo superior, en los umbrales de la civilización, se produce una gran revolución en las fuerzas productivas. El hombre emprende la elaboración del hierro que encuentra en la superficie de la tierra y que proviene de los aerolitos caídos o de los yacimientos que se encuentran a flor del suelo. Con él forja hachas, martillos, mazas, guarnece la punta de madera del arado, fabrica rastrillos, palas, azadones, espadas, cotas de malla, máquinas de guerra...

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El paso de la sociedad primitiva a la elaboración del hierro y a la forja de herramientas y armas de este metal revolucionó las fuerzas productivas, que a su vez hicieron cambiar las viejas relaciones de producción entre los hombres...

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Diadema y collar de oro perteneciente al Tesoro de Aliseda (Cáceres). Indica la existencia de ricos en el seno de la sociedad que aparece ya dividida en clases antagónicas.

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En el poblado ibérico de La Bastida, Mogente (Valencia), fue hallado este grupo de 6 pesas que, junto a la existencia de monedas, estimaban el desarrollo del comercio.

También se adiestra en el cultivo de la vid y del olivo, elabora vino y aceite, perfecciona el molino de mano y la rueca, da un gran salto en la construcción de viviendas, incrementa el intercambio de los productos, cuya demanda por parte de la sociedad es mayor cada día. Los oficios artesanos se separan de la agricultura, produciéndose así la segunda gran división de trabajo, que lleva implícita a la vez la división de la tribu en clases, y el cambio en las relaciones sociales establecidas. Ya tenemos en ella alfareros, herreros, carpinteros, tejedores, talabarteros, etc., propietarios de las herramientas y medios de producción y, por consiguiente, de la producción que realizan para el intercambio. En este tiempo la familia pasa a ser la unidad económica. El crecimiento continuo de la población, la diferenciación de clases existente y con ella la pugna y la lucha conducen al reparto de la tierra comunal   —47→   entre las familias. Ni que decir tiene que las familias patriarcales más potentes y numerosas se quedan con la mayor y mejor parte de la tierra comunal.

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Con la división de la sociedad en clases antagónicas las guerras de saqueo y de rapiña pasaron a ser un fenómeno natural. Esta representación de jinetes con escudo y armas, perteneciente a los bronces ibéricos hallados en el Santuario de la Luz (Murcia), corresponde precisamente al período de transición del sistema de la comunidad primitiva al de la esclavitud, en el que imperó el régimen de la democracia militar.

El proceso de desintegración de la sociedad primitiva fue acelerado por las guerras, que aparecen como un fenómeno social al surgir las clases antagónicas. Son estas guerras de pillaje y de rapiña, que se hacen para despojar al vencido de sus bienes y someterle a la esclavitud. El robo, el saqueo, la violencia y la lucha alumbran la destrucción de la vieja sociedad. Las tribus se unen, fortifican sus poblados, conciertan alianzas ofensivas y defensivas, pactos de amistad y ayuda o acuerdos de agresión contra un tercero. Los guerreros de la tribu eligen a sus caudillos que, cuando triunfan, reparten, quedándose ellos con la mayor parte del botín, bienes materiales y esclavos. El trabajo se va tornando en una maldición. Es símbolo de esclavitud o de pobreza. Se intensifica la lucha de clases entre la aristocracia tribal y los miembros libres pero pobres de la tribu, entre los esclavos y los esclavistas. Las clases dominantes imponen su poder por la fuerza, los caudillos militares se tornan en reyes, surge el Estado como una máquina de opresión de la minoría sobre la mayoría.

Una nueva división de trabajo viene a dar el golpe de gracia a la sociedad primitiva. El comercio se separa del artesanado. Aparece la clase de los mercaderes,   —48→   esclavistas y usureros, en cuyas manos se concentra rápidamente el dinero. La moneda ha sustituido al ganado, las caracolas, pieles, etc., que venían jugando el papel de equivalente del valor de las mercancías intercambiadas. Se establece la esclavitud por deudas en el seno de la tribu y se confiere al padre autoridad para vender como esclavos a sus hijos.

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Las tribus se unen para la defensa y el ataque. Fortifican sus poblados, eligen sus caudillos militares, de entre los cuales surgen los primeros reyes, representantes de las clases dominantes, de los esclavistas, mercaderes, guerreros, sacerdotes.

Así transcurrió, a grandes rasgos, el proceso de desarrollo de la sociedad primitiva española. Como hemos visto, no siempre hubo en España ricos y pobres, explotadores y explotados. Y tampoco los habrá eternamente. El paso paulatino de la URSS a la segunda fase del comunismo, el desarrollo socialista de las Democracias Populares de Europa y Asia, prueban que el progreso histórico impulsado por la lucha de clases que se agudiza en el mundo capitalista conduce a la humanidad al comunismo, a la sociedad sin clases.

Si el comunismo primitivo se basaba en la impotencia del hombre frente a la naturaleza, en el bajo nivel de las fuerzas productivas y la extrema escasez de productos, la futura sociedad comunista, en construcción en la sexta parte del mundo, se cimenta en el dominio del hombre sobre las fuerzas ciegas de la naturaleza, en el alto nivel de las fuerzas productivas y en la abundancia de productos y en la elevada conciencia moral y cultura de sus ciudadanos.

Las clases, surgidas del seno de una sociedad sin clases, están condenadas a desaparecer para dar paso a una nueva sociedad sin clases, infinitamente superior. Tal es la dialéctica de la historia.



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