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ArribaAbajoEl muerto y la guerra

Por José Herrera Petere


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1

Trilla la cal la ruina soleada,
clama el escombro su blancor al cielo,
yo soy un albañil,
no tengo casa,
y aún el muerto me llama  5
que quiere hacer la guerra
con mi amarga miseria sin cristales,
con mi apagado hueco sin cobijo;
que quiere ver la sangre
de mi agrietada mano cenicienta  10
¡que quiere hacer la guerra!


2

Yo soy un ferroviario,
llevo trenes
lentos con la pobreza en las entrañas,
sin fuerza ni vapor,  15
frente al campo la noche y la distancia;
me espera al alba el mar,
un valle abierto,
el mañana de luces y veredas,
de música y de pueblos presentidos...  20
y aún el muerto me llama
que quiere hacer la guerra contra el tiempo
que quiere ver la sangre de mi hora
¡que quiere destruir la Unión Soviética!
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3

¡Cómo se tiende un látigo en el viento  25
cómo la voz se pierde entre los llanos!
Yo soy un segador,
mis hambres grito
contra esta helada escarcha en los sembrados,
y aún el muerto me llama  30
que quiere hacer la guerra de los fríos,
transformar en puñales
estas cortantes hoces sonrientes
capaces de dar panes y alegría
al universo mundo;  35
¡que quiere ver la sangre entre los trigos!
¡que quiere destruir la Unión Soviética!


4

¡Lagos, oh lagos transparentes negros
paradas aguas de los tremedales!
Yo soy un hombre aún,  40
caídos cuelgan
mis brazos fuertes, víctimas del paro
como hierros inútiles tendidos
en las oscuras aguas del espanto...
Y aún el muerto me llama  45
que quiere hacer la guerra
contra estos hijos carne de mi carne,
contra esta hermana en el dolor esposa,
con esta angustia techo de mi alcoba,
con mi patria, mi pueblo y mi infinito  50
¡que quiere hacer la guerra contra el hombre!
¡que quiere destruir la Unión Soviética!
¡que quiere ver la sangre!


5

¡Oh tiempo en que la ira cobra temple
de vida y de razón de causa humana!  55
¿Quieres hacer la guerra
tú, cadáver,
tú, capital violento, revolcado?
¡Levantemos los muros
y las horas  60
y los puertos, los trigos, los rebaños,
los versos, las mujeres y las nubes,
la sonrosada piel, los tiernos labios,
los inocentes ojos que interrogan
y los hombres de paz y de trabajo.  65
¡Que no haya guerra ni dolor ni sangre
por el capitalismo americano,
metálica venganza en agonía
frente al nacer de un mundo sin esclavos!

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ArribaAbajoMadrid quedaría arrasado...

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1 Puerta del Sol. 2 Cibeles. 3 Ministerio de la Guerra. 4 Correos. 5 Ministerio de Marina. 6 Museo del Prado. 7 Las Salesas. 8 Biblioteca Nacional. 9 Maternidad. 10 Estación de Arganda. 11 Plaza Toros. 12 Antiguo Ministerio de Fomento. 13 Instituto Ramón y Cajal. 14 Estación de Atocha. 15 Cuartel del Pacífico. 16 Estación de las Delicias. 17 Estación de las Peñuelas. 18 Fábrica Tabacos. 19 Estación de Goya. 20 Matadero. 21 Ópera. 22 Palacio Nacional. 23 Estación del Norte. 24 Instituto Rubio. 25 Ciudad Universitaria. 26 Facultad de Ciencias. 27 Estadio Metropolitano. 28 Chamartín. 29 Ministerios. 30 Instituto de Sordomudos. 31 Museo Historia Natural. 32 Telefónica. 33 Ministerio de Hacienda. 34 Congreso. 35 Banco España. 36 Ayuntamiento. 37 Hospital General. 38 Ateneo.

...si en la Puerta del Sol cayese una bomba atómica

La destrucción y la muerte alcanzarían hasta el último círculo que señala sobre este plano las afueras de la capital. En el espacio comprendido en el primer círculo la cesación de la vida sería total. En los otros, los efectos de la explosión y de las radiaciones causarían sufrimientos indecibles y, en general, la muerte, como causó en Hiroshima, en un espacio de estas proporciones, la bomba atómica lanzada por orden de Truman.

Este horror puede evitarse firmando el Llamamiento de Estocolmo



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ArribaAbajoPor todo el mundo acción de los partidarios de la paz

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Cartel de los partidarios de la paz de la URSS invitando
a las mujeres a firmar el llamamiento de Estocolmo.

Inmensa es la movilización que el frente de los partidarios de la paz realiza en todo el mundo.

En 10 días han sido recogidas en la Unión Soviética más de 96 millones de firmas de ciudadanos soviéticos, cifra que expresa la voluntad de paz de los hombres y mujeres de la URSS.

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El pueblo búlgaro expresa en sus manifestaciones
su solidaridad con el llamamiento de Estocolmo.

Decenas de millones van también recogidas en China, y son ya muchísimos millones las personas que, en todo el mundo, suscriben el manifiesto de Estocolmo.

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La viuda del fundador de la República China, madame Sun Yat Sen,
firma en Pekín el llamamiento de Estocolmo.

El pueblo español está presente en esta grandiosa movilización; 200.000 españoles lo han firmado en el extranjero. Y esa importante cifra va avalada, como expresión de la voluntad de nuestro pueblo, con las resoluciones y firmas que llegan del interior del país adhiriéndose al llamamiento de Estocolmo.

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Por los pueblos de Inglaintensifican la recogida de firmas contra la bomba atómica.terra los partidarios de la paz

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Cartel soviético de la movilización contra el empleo de la bomba atómica.

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En Italia se realiza una amplia campaña de
recogida de firmas contra el empleo de la bomba atómica.

La agresión a Corea y las amenazas del empleo de la bomba atómica exigen intensificar aún más la campaña por la paz, la recogida de firmas contra el arma atómica. Imponen no olvidar que los partidarios de la paz tienen sobre sí la responsabilidad de salvar a millones de seres humanos de la muerte y el desastre que preparan los imperialistas en su loca aventura para imponer su hegemonía sobre todo el mundo.



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ArribaAbajoLa Iglesia millonaria y fascista

Por B. Rodríguez


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El anticlericalismo de los radicales pequeño-burgueses, que tan popular fue en España a principios de este siglo, ha adoptado tradicionalmente una posición errónea con respecto a problema de tanta importancia para la democracia en España como es el de la Iglesia.

Los anticlericales explicaban de forma incompleta las causas de que constantemente la Iglesia estuviese al lado de las clases más conservadoras y reaccionarias del país. Atribuían esa posición política a motivos puramente ideológicos, a intransigencia, a fanatismo religioso, a «cerrilismo». Con ello lo que hacían era reforzar la posición de la Iglesia dejándose arrastrar a un terreno especialmente deseado por los jerarcas clericales: el de la lucha religiosa.

A esa manera de ver el problema fueron arrastrados sectores importantes del proletariado y de demócratas españoles que no veían que el factor ideológico, la religión, es puesto por los jerarcas de la Iglesia al servicio de los intereses materiales de las clases poseedoras. Daban de lado el hecho de que la propia Iglesia forma parte de esas clases y que si su posición política reaccionaria sirve a los intereses de los capitalistas y terratenientes, lo hace también a los intereses materiales de la propia Iglesia, porque ella misma es una gran potencia capitalista.

Examinando así este problema queda sin base la independencia que proclaman los jerarcas de la Iglesia con respecto a los grupos sociales y a las clases que forman la sociedad capitalista, su pretendida «misión espiritual». Porque participando la Iglesia del engranaje y la estructura de la sociedad capitalista, forzosamente,   —55→   toda su actividad va vinculada a los intereses de esa clase.

Lo peculiar de la posición que adopta la Iglesia es que, al participar políticamente en las luchas que se producen en una sociedad dividida en clases antagónicas, no lo hace hablando de dividendos y ganancias, sino con otra fraseología, hablando de la defensa de la religión y del Evangelio y tratando de apagar el ruido de las monedas con cantos litúrgicos. Pone al servicio de los intereses de los ricos -ella es uno de ellos- su carácter «espiritual» y su organización.

Esto es lo que hizo siempre en España y que con especial claridad se viene poniendo de relieve desde el año 1936, con motivo de la guerra desencadenada por el fascismo contra el pueblo español.

El Arzobispo de Toledo proclamó como una cruzada -es decir, de guerra contra el infiel- la alianza de los capitalistas y terratenientes españoles con la reacción y el fascismo internacional en contra de los obreros y campesinos españoles, en contra de los modestos industriales y de la intelectualidad progresiva. «Benditos sean los cañones que abren brechas en las que florece el Evangelio», decía la alta jerarquía católica de España. Sin embargo, la obra destructora de los obuses y de las bombas fascistas no tenía nada que ver con el Evangelio, sino impedir la reforma agraria y permitir una mayor explotación de los obreros y de todos los trabajadores.

La Iglesia y el fascismo aparecieron entonces, en la práctica, como una misma coa. En fines políticos y en métodos. El Papa envió sus bendiciones a Franco, la jerarquía católica española proclamaba, en 1939, por el Arzobispo de Toledo, que «el Deus ex machina» de la derrota de la República -esto es, quien consiguió la victoria del fascismo- «ha sido el propio Dios».

Los obispos saludaban brazo en alto, y el de Madrid, doctor Eijo Garay, pasaba a representar a la Iglesia en la Junta Política de Falange. De «triunfo de la justicia divina» calificaba el episcopado español la etapa de franquismo que se abría en España. Y al unísono con los terratenientes y los banqueros y grandes industriales la Iglesia alentó el terror sin precedentes que el fascismo desencadenó en España y participó en la feroz matanza con que se vengaban la gran burguesía española y los terratenientes del miedo por que habían pasado.

***

Los jerarcas de la Iglesia han venido afirmando que la guerra que costó a España un millón de muertos había sido para afirmar en España la doctrina del Evangelio. Con ello han querido decir el paraíso para los ricos. Porque ni las arengas de los obispos, ni las bendiciones del Papa pueden ocultar el que la Iglesia española actuó y actúa, al ayudar al franquismo para llegar al poder y a mantenerse en él, movida por sus intereses económicos y los de sus aliados.

La primera medida del franquismo, y que era la razón fundamental de su existencia, fue arrebatar a los obreros y campesinos todos sus derechos, destrozar sus organizaciones y exterminar donde pudo a sus dirigentes. Al tomar esas medidas -para «acabar con la lucha de clases»-, aprobadas e inspiradas por los dirigentes clericales, se creaban las condiciones para una explotación ilimitada de los trabajadores. Las consecuencias   —56→   las proclaman las estadísticas, y éstas crudamente dicen que la obra del fascismo en el terreno económico ha sido el hacer que los ricos sean cada día más ricos y los pobres más pobres, más hundidos en el hambre y la miseria.

En ese colosal desnivel que existe entre la oligarquía capitalista española y el pueblo trabajador la Iglesia ocupa un puesto preponderante entre la primera. Sus millones han aumentado fabulosamente. Al amparo del fascismo amplió sus negocios y por sus intereses en el capital bancario e industrial es hoy uno de los mayores monopolistas entre el capitalismo español.

Los nombres y las cifras a este respecto son elocuentes. Tomemos, por ejemplo, la composición de la Junta Nacional Técnica de Acción Católica de 1946 a 1949, y veremos que sólo cuatro de los componentes de la dirección del principal instrumento político de la Iglesia representan un capital de más de dos mil millones de pesetas.

Nombrados por el Arzobispo de Toledo, es decir, por la más alta jerarquía católica española, estos personajes son, pues, de la máxima garantía para la Iglesia. Siendo difícil discernir cuál es la condición principal de todos ellos, si su carácter de representantes de la política seglar de la Iglesia o de los intereses económicos de ésta. La realidad parece lo último, lo que lleva implícito lo primero.

Los nombres y los puestos que ocupan en empresas industriales y en Bancos -veánse los cuadros adjuntos- no son más que los de una minoría de los componentes de la dirección de Acción Católica durante 1946 a 1949, y que en lo fundamental son los mismos de la junta nombrada para 1950-1953. Pero esos datos son de sobra elocuentes para demostrar la enorme concentración de capital acumulada en la dirección de Acción Católica. Y es una ley en el régimen capitalista que la mayor concentración de capitales tiene por consecuencia el fortalecimiento del predominio de la oligarquía financiera e industrial en la dirección del país. Disponiendo, pues, los dirigentes clericales de posiciones tan importantes en la economía española, su influencia en la política del franquismo es decisiva.

La Junta Técnica Nacional de Acción Católica 1946-1949

La dirección de Acción Católica la nombra el Arzobispo de Toledo, Primado de las Españas, resaltando así el carácter oficial de esa organización.

Los nombres y los cargos son elocuentes para demostrar de qué lado están los intereses de los jerarcas de la Iglesia.

Alfredo López Martínez, Presidente Administrativo y Ejecutivo de la Junta Técnica Nacional de Acción Católica. Secretario de la Editorial Católica SA - Consejero de la SA Inmobiliaria Ibérica, (adquisición y enajenación de inmuebles, construcción y venta de edificios y explotación de los mismos).

Antonio Basagoiti Ruiz, Tesorero de la Junta Técnica Nacional de   —57→   Acción Católica, Presidente de las siguientes industrias: «Fábrica Española de Productos Químicos y Farmacéuticos». Capital: 20 millones de pesetas - La Firestone Hispania SA (Fabricación de neumáticos, artículos de caucho, bujías, etc.). Capital: 40 millones de pesetas - Trabajos y Obras (construcción de obras públicas y privadas). Capital: 2.100.000 pesetas - Vicepresidente del Banco Hispano Americano. Capital: 300 millones de pesetas - De la CAMPSA. Capital: 195 millones - Vocal del Banco de Gijón. Capital: 10 millones de pesetas - Consejero de la Inmobiliaria Peninsular. Capital: 4.500.000 pesetas - Consejero de la Compañía Anónima de seguros «Aurora». Capital: 10 millones de pesetas.

Santiago Corral Pérez, miembro de la Junta Técnica Nacional de Acción Católica. Vocal de Eléctricas Leonesas SA. Capital: 80 millones de pesetas - De Fuerzas Eléctricas del Noroeste SA. - Del Banco Santander. Capital: 60 millones de pesetas - Consejero director de Saltos del Narsá SA. Capital: 40 millones de pesetas - Consejero de Nueva Montaña SA (Industria Siderúrgica). Capital: 50 millones de pesetas - Gerente de la Metalgráfica Castellana SA. Capital: 1.500.000 pesetas - Secretario y director técnico de Ideam SA. Capital: 310.000 pesetas - Secretario de la PACADAR SA (aceros para hormigón armado). Capital: 3 millones de pesetas - Presidente de la PACADAR de Valencia. Capital: 1 millón de pesetas.

Félix Millet Maristany, de la Junta Técnica Nacional de Acción Católica. Miembro de la Ejecutiva del Banco Colonial (hoy fundido con el Central). Capital: 100 millones de pesetas - Consejero del Banco Exterior de España. Capital: 30.125.000 pesetas - Presidente del Banco Popular. Capital: 50 millones de pesetas - Vocal de la Banca Arnús. Capital: 25 millones de pesetas - Presidente de las siguientes compañías: Auto-Estaciones. Capital: 25 millones de pesetas - Compañía Hispano-Americana de Seguros y reaseguros. Capital: 5 millones de pesetas - La Caiffer SA - «Gráficas Marinas» (Editorial). Capital: 1.500.000 pesetas - Estudios Mediterráneos SA (Construcción y explotación de estudios y rodaje de películas). Capital: 9 millones de pesetas - «Trolebuses eléctricos Hispano Marroquíes SA» - «Publicaciones ESPES» (Editorial). Capital: 1.500.000 pesetas - Vicepresidente de: La Europea de Seguros de Lisboa - Vicepresidente 2.º de la Compañía Marroquí de Seguros Generales - Vocal del Consejo de la Mediterránea de Seguros y reaseguros.

Jesús García Valcárcel, Vocal de la Junta Técnica Nacional de Acción Católica, y de «Fuerzas Eléctricas del Oeste SA». Capital 25 millones de pesetas - Secretario del consejo de «Eléctrica Moncabril». Capital: 25 millones de pesetas - De la «Compañía Nacional de Colonización Africana» - De la «Cafés y Maderas de Guinea SA» - Consejero «Inmobiliaria Universitaria». Capital: 5 millones de pesetas.

José María Mayans de Leguera, Vocal de la Junta Técnica Nacional de Acción Católica. Consejero de: Banco Central. Capital: 200 millones de pesetas - Compañía General de Inversiones - «Saltos del Narsá» -Banco de Valencia. Capital: 50 millones de pesetas - Vicepresidente de «La Electra del Cabriel» SA. Capital: 2 millones de pesetas.

Nota:

Las cifras de los capitales de las empresas industriales y Bancos, en general, son hoy mucho más elevadas que las insertadas, las cuales corresponden al año 1948.



Ni cartas pastorales, ni anatemas, ni bendiciones, ni terrorismo religioso pueden ocultar esa realidad. Como tampoco el que esa enorme concentración y aumento de riquezas y el sostenimiento de un régimen de dictadura fascista, que proteja el orden social que lo permite, pesa abrumadoramente sobre las masas laboriosas de España.

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El pueblo ve que el fascismo no es el «reinado de la justicia» que anunciaba el Arzobispo de Toledo, sino un infierno, la ruina para el país, como lo expresa el presupuesto estatal franquista de este año, en el que de diez y siete mil ochocientos millones de pesetas arrancados del sudor de los trabajadores y a costa de su indecible miseria, se destinen catorce mil millones a gastos improductivos, al terror y a la preparación de la guerra. Que el proceso de quiebras de la industria y el comercio modesto se acelere; que el nivel de vida del obrero se haya reducido en cinco veces con respecto a 1936.

Nada de extraño tiene, por lo tanto, que en esas condiciones se intensifique la oposición del pueblo hacia el régimen franquista, se organice esa oposición y que la clase obrera ponga en el Partido Comunista su confianza.

La hostilidad popular hacia el régimen, el aislamiento en que éste se halla con respecto al pueblo español ponen al desnudo esa tremenda bancarrota ideológica del fascismo español que se comentaba en el número 3 de Cultura y Democracia y que confiesan los propios teorizantes del falangismo.

El gran capitalismo se alarma. Y la Iglesia tiene la suficiente experiencia para comprender el peligro. Para hacerle frente no basta el medio tradicional de desviar los problemas políticos hacia el terreno de luchas religiosas exclusivamente. De ello están convencidos los jerarcas católicos. El terrorismo religioso debe ir hoy acompañado de una demagogia social clerical-fascista, y los jerarcas de la Iglesia se ponen a la tarea, colocándose los hábitos encima del uniforme falangista. A esto obedece el que, bajo la dirección de Acción Católica, la Iglesia se entregue a una intensa actividad de carácter «social», organice «semanas sociales», conferencias y cursos para propagandistas y organizadores del «apostolado obrero»; publique periódicos y revistas sobre el «problema social», utilizando como ingredientes una pretendida política social propia, eclesiástica, el anticomunismo y el antisovietismo. Todo ello presentado a través de unos métodos en los que se funden la habitual demagogia de la propaganda fascista y el añejo proselitismo clerical. La finalidad es tratar de hallar una base de masas, que no consiguió Falange, para el fortalecimiento del franquismo en este período de crisis por que atraviesa. Eso es lo que se persigue con la gran farsa que representan hoy los jerarcas de la Iglesia y los dirigentes clericales de Acción católica sirviendo sus intereses de capitalistas.

¿En qué consiste esa política «social» que propaga la dirección -formada por millonarios- de Acción Católica y los arzobispos y obispos? ¿Existe alguna diferencia con la del fascismo? ¿Discrepa en algo la doctrina de la Iglesia sobre las relaciones entre obreros y patronos de la doctrina de Falange? ¿Tiene la Iglesia una posición distinta a la del fascismo español en cuanto a las relaciones de propiedad?

No, no existe ninguna diferencia. Y no puede existir porque el fascismo se ha alimentado teóricamente, en todos los países, de los postulados establecidos por la Iglesia sobre esas materias.

Fue ya a finales del siglo XIX, cuando los partidos de la clase obrera se desarrollaban en todo el mundo y se acentuaba la lucha de clases, cuando la Iglesia, a través de la encíclica   —59→   Rerum Novarum del Papa León XIII, expuso su doctrina sobre los problemas de índole social.

Sus principales tesis son:

1) La propiedad privada es sagrada y no puede abolirse, responde además a leyes naturales. En la definición de propiedad el Papa metía por igual los muebles de un hogar obrero o campesino, las acciones de un gran capitalista o las tierras de un terrateniente.

2) Debe existir armonía entre obreros y patronos. Los obreros no deben recurrir jamás a la violencia. Obreros y patronos deben convivir en una misma organización.

Este Papa fue el inventor de los sindicatos corporativos.

Ésta es la doctrina que inspira a Acción Católica y de ella está calcada la de Falange. «Patronos generosos y comprensivos, obreros patriotas y leales», así formulaba Franco la posición de Falange en cuanto a las relaciones entre explotados y explotadores, y textualmente repiten hoy esa fórmula las pastorales de los obispos y los documentos de Acción Católica. Esa «convivencia pacífica» entre los que amasan millones con el sudor ajeno y las legiones de asalariados es el ideal fascista que quiere decir: perpetuar la explotación del hombre por el hombre, que el explotado soporte mansamente su miseria, que considere ley divina recibir salarios de hambre mientras sus patronos recogen millones.

Pero como la propaganda de sus principios no es suficiente para sus fines de desviar a la clase obrera del objetivo fundamental para solucionar la terrible situación en que se halla, esto es, derribar al régimen franquista; para apartar a los trabajadores de la verdadera lucha por sus intereses, los multimillonarios que están al frente de la organización de la Iglesia apelan a una demagogia cuya falacia e hipocresía son demasiado burdas para no ser descubiertas inmediatamente. Recogen los problemas más palpitantes que afectan al pueblo y hacen literatura propagandista con ellos. Crean esos problemas y pretenden especular con las consecuencias que acarrean.

La Editorial Católica SA

La Iglesia cuenta en España con una editorial de gran importancia: La Editorial Católica SA.

Esta empresa publica, entre otros, el periódico ¡Tú! dedicado a los obreros.

He aquí algunos de los componentes del Consejo de Dirección de la Editorial Católica SA.

Presidente del Consejo de Administración: Gilberto Guijano de la Colima, conde Torre Velarde, Presidente de la Sidro Metalúrgico SA. Vicepresidente: Antonio Escudero y Toledo, Vocal de la Naviera Aznaz, de la Naviera Bilbaína SA, Consejero de Mundos Estructuras metálicas SA, Presidente de la Sociedad Minera de Villaodrid, Gerente de Construcciones e Industrias auxiliares.

Consejeros: José Bravo, Secretario y Consejero director de la Compañía Inmobiliaria Layerana SA.

Antonio Basagoiti Ruiz (Véanse los datos en el cuadro de la Junta Técnica Nacional de Acción Católica).



«Hay viviendas insalubres», grita el obispo de Barcelona; «apenas se construyen casas de alquiler barato y sí de alquileres caros», escribe el periódico ¡Tú! (Así, entre admiraciones, para que la demagogia no escape por ningún sitio, titulan los millonarios de Acción Católica su periódico para obreros).

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Pero callan que el tesorero de la Junta Técnica Nacional de esa misma Acción Católica, el millonario Basagoiti Ruiz, es consejero de la «Inmobiliaria Peninsular SA», que Juan Villalonga, del Consejo de la «Editorial Católica SA», que edita el periódico ¡Tú!, es consejero de la «Inmobiliaria Ibérica», que Jesús García Valcárcel, de la Junta de Acción Católica, es consejero de la «Inmobiliaria Universitaria» y que el propio presidente de Acción Católica, Alfredo López Martínez, es, al mismo tiempo, presidente de la «Inmobiliaria Ibérica».

Todos estos consejeros saben muy bien por qué hay «viviendas insalubres», por qué no se construyen viviendas baratas; lo saben muy bien porque ellos se reparten con los falangistas, que participan igualmente en esas empresas, los dividendos de esas compañías constructoras de casas y que son caseros al mismo tiempo.

Intereses comunes

Los Falangistas y los dirigentes de Acción Católica conviven en los consejos de Administración y en los sindicatos verticales. He aquí uno de tantos casos:

Francisco Luis y Díaz, de la Junta Técnica Nacional de Acción Católica.

Consejero de la SA Inmobiliaria Ibérica.

Vocal del Banco de Gijón.

Forma parte de la dirección del Sindicato Vertical de Prensa y Artes Gráficas.



La misma hipocresía campea en el resto de toda esa campaña de la Iglesia montada sobre los problemas creados por su propio régimen. Pero ese «apostolado», llevado con histeria y preocupación mal disimuladas, pone de manifiesto algo muy importante para la lucha antifranquista, y es que una parte considerable del capitalismo español ve el peligro del incremento de la oposición al régimen, de la lucha de la clase obrera y de los campesinos. Que no puede ocultar el fracaso de los elementos que él llevó al Poder, y trata de poner un dique, que desvíe la hostilidad del pueblo, para así salvar al franquismo.

La Iglesia multimillonaria, que por serlo apoya al franquismo, pliega momentáneamente la bandera de Falange para poder afirmar mejor la dictadura terrorista del gran capital, tratando de crearse una base de masas para sostener el régimen vacilante de Franco.

Atados, por sus intereses y sus crímenes, están los dirigentes de la política de Acción Católica con el franquismo. Sus esfuerzos por simular independencia no podrán hacer dudar más que a los interesados en que el pueblo español no recobre su libertad, en que los campesinos no tengan tierra, ni los obreros pan. A los sostenedores del franquismo de dentro y fuera de España.

Por el contrario, cuantos anhelan para su patria un régimen de progreso y democracia, de bienestar para el trabajador, saben que no pueden dejarse distraer de la lucha contra el franquismo por esa burda maniobra de quienes colaboraron en su llegada al Poder.

La República democrática en España, al nacionalizar los monopolios, dará un paso de progreso, complementario de la separación de la Iglesia del Estado, arrancando las raíces materiales que alimentan a la reacción española.



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ArribaAbajo...y Juan Ruiz no se dobló

Por J. Izcaray


Los cuatro hombres le cercaban sombríos en el interior del coche. En sus costados la presión de aquellas dos pistolas se hacía cada vez más violenta.

-¡Te vamos a hacer trizas si no hablas! -rechinó uno de los que le encuadraban.

-¡A tiras, con el pellejo, somos capaces de sacarte la verdad del cuerpo! -masculló otro.

El tercero en hablar lo hizo sin ira, en tono indiferente, desvaído, como toda su persona desmadejada y fláccida.

-A lo mejor no hay necesidad de tomar las cosas por la tremenda. Aquí el amigo no es ningún novato y sabe que cuando en este juego se pierde lo mejor es reconocerlo como un hombre y portarse en consecuencia. ¿No te parece?

-¡Vamos! ¿Qué dices? -instó terminante uno de los otros.

-Digo lo de antes -articuló el detenido saltando en su asiento, pues el punto de mira de una de las pistolas le desgarraba la carne-. ¡Que no tengo la menor idea de por qué se me detiene!

Dentro del coche se alzó un atropellado rumor de coléricas voces contenidas que a porfía vomitaban injurias y amenazas sobre el detenido. Pero éste no escuchaba. «Esto es el prólogo -se decía a sí mismo-. Y hasta ahora todo sucede como yo me figuraba. Me están 'preparando' para el interrogatorio. Quieren atemorizarme, quieren aturdirme, pero yo necesito pensar, concentrar las ideas. Sí, se puede pensar en medio de las voces. Es cuestión de esforzarse... Así...»

Casi sonrió al comprobar que a pesar de todo iba recobrando la serenidad. Miró a través de la ventanilla. «Vamos por la calle de Santa Isabel arriba. Me llevan a la Dirección General de Seguridad. El chófer va despacio, y en cuanto salgamos a Magdalena tendrá que ir más despacio todavía. Aún me quedan unos diez minutos para reflexionar. Porque tengo que atar bien todos los cabos... todos... ¡Y es tan fácil olvidarse de alguno!».

***

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«¡Que yo sepa servirme en este trance de cuanto he aprendido! En eso, en acertar a ponerlo en obra punto por punto está mi salvación y la de todo lo que tengo en las manos».

Durante «toda su vida de revolucionario» -cuatro años en la JSU, dos en el Partido, dos años tan sólo, ¡pero qué años!- se dijo con frecuencia que alguna vez podía caer. Había pensado en ello fríamente, reflexivamente, como en una contingencia que es preciso evitar, mas para la cual hay que estar siempre prevenido.

«La lucha revolucionaria -le dijeron una vez- es como la guerra: una ciencia y un arte, y como tal debe ser estudiada concienzudamente». Concienzudamente hacía él todas las cosas. Primero, porque el Partido -su única escuela- le había enseñado que debía hacerlo así; segundo, porque en su fuero interno se confesaba que sólo de esa forma podía realizarlas. Se sabía enérgico y poseedor de buen juicio, pero también limitado, y esto le daba la exacta dosis de confianza y desconfianza en sí mismo para no pecar de tímido ni de insensato. Obrero desde que comenzó a ganarse el pan con sus propias manos, descendía directamente de campesinos.

Como una parte de esa ciencia y ese arte que necesitaba dominar, estudió cuanto iba conociendo acerca de los métodos de la policía y cuantas experiencias llegaban a él sobre detenciones y detenidos. «Lo principal si uno cae -se dijo siempre- es estar decidido, absolutamente decidido, a portarse como un buen comunista. De ahí, de la fortaleza de esa decisión se deriva todo. Pero con eso no basta» -se argüía. Había observado que lo que a veces colocaba a algunos camaradas en condiciones de inferioridad ante la policía era el desconocimiento de cómo realizaba ésta los interrogatorios y aplicaba sus torturas a los detenidos con el fin de forzarlos a «cantar». «Y es preciso conocer todo eso exactamente, fase por fase. Quien sabe con certidumbre lo que le espera, tiene medio camino andado para poder hacerle frente».

El fatalismo es impropio de un revolucionario, había leído en alguna parte. «Y fatalismo -continuaba él por su cuenta- es pensar que porque se ha caído en manos de Franco todo está perdido para uno y ya no queda otra cosa que la muerte. No, si se ha trabajado bien en la calle, de las manos de la policía se puede salir en muchos casos con vida para seguir luchando desde donde sea y como sea, que también desde la cárcel se puede luchar. Si sé defenderme y defender al Partido, si no suelto prenda, si como es mi obligación tengo habilidad y firmeza para no complicarme a mí mismo ni complicar a los demás, la detención no significará necesariamente mi última hora; significará tan sólo un tropiezo, un percance en mi vida de revolucionario».

Zarandeándole, uno de los policías le había preguntado algo; pero él no contestó. Cuanto menos hablara mejor; pero además, aunque hubiera querido responder no habría podido hacerlo, pues no había oído la pregunta. Toda su alma se concentraba en aquel martilleo interior: «No soy un héroe. ¡Que me aspen si tengo algo de hombre excepcional! Pero soy comunista, ¡soy comunista y con eso basta! Pues lo prefiero todo, todo, hasta la muerte si no puedo evitarla, a que alguien pueda decirme cuando esto haya terminado: No, no lo eras. Lo simulabas, tal vez tú mismo honradamente lo creías, pero no lo eras, no lo eras...»

***

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Habían caído sobre él como furias, sin apenas darle tiempo a contarles ni a extender la vista por la estancia en que se hallaba. Vociferaban todos a un tiempo, le golpeaban todos a un tiempo, le preguntaban todos a un tiempo. El hombre -el único que allí había- cubríase la cara con las manos, juntas en el lazo de hierro de las esposas, e impelido por los golpes iba de un extremo a otro del despacho. («Ésta es la oficina del comisario, y ese que me ha clavado en la ceja su anillo de sello es el comisario»). Y rebotaba en los muebles y en los muros, caía y se levantaba.

Entre el torrente de palabrotas y denuestos se enristraban las intimidaciones furiosas con las mismas palabras que él conocía, en idéntico tono, como grabadas en un disco:

-¡De aquí no sales vivo si no hablas!

-¡Si te empeñas en no hablar!... ¡Ya sabes de lo que nosotros somos capaces!

-¡Aquí han doblado los mejores hombres!

Uno le golpeaba con una porra de goma y plomo, otro con un cinturón de cuero -más hebilla que cuero-, y los demás descargaban sobre él un aluvión de puñadas y coces.

-¡Sin duelo! ¡Sin duelo! -se desgañitaba el del anillo de sello.

Se arrinconó el detenido como un medio para ofrecer menos blanco a la avalancha de golpes. «No. Pese a todas las amenazas no se proponen matarme -pensaba veloz, atosigadamente-. Por lo menos, así, de buenas a primeras, no les interesa matarme. Con todo este jaleo, con toda esta tormenta quieren machacarme los nervios. Es la escena de terror, dispuesta y calculada para que me amilane y doble. Pero yo sabía que esto había de empezar así, exactamente así».

Vio que el del anillo se arrojaba sobre él iracundo, frenético. Sintió en la garganta sus manos frías, tan frías como aquella protuberancia dorada.

-¡Lo sabemos todo! ¿Has oído? ¡Lo sabemos todo!

-Entonces... ¿por qué preguntan?

Diez embestidas simultáneas le derribaron y le pareció que, tras caer en un pozo, un alud de piedras se precipitaba sobre él, aplastándole,   —64→   triturándole. «Esto es duro, pero no es el fin. De cómo sepa resistir este primer asalto dependerá todo. Mi comportamiento futuro, y el de estos perros... ¡todo!».

Candaba las mandíbulas para aguantar mejor; pegaba el cuerpo al suelo para proteger pecho y vientre. La lluvia de patadas le cortaba el aliento. Y un pie cayó sobre su nuca con tal fuerza que sintió chascar sus dientes contra las baldosas, rotos, machacados entre un golpe de sangre. Creía rodar, ascender suavemente hacia el techo. «Mejor... si me desvanezco pararán y eso salgo ganando...»

Vio que el muro de enfrente con la estantería llena de legajos y un busto de bronce y el retrato de Franco se le venían encima mientras las voces se apagaban y apenas si oía ya, sorda y distante, como el rumor de un río lejano, aquella palabra, interminablemente repetida:

-¡Habla! ¡Habla! ¡Habla!

***

-¡Vamos a ver, hombre! Siéntese usted... más cerca. No tema nada. Póngase cómodo.

«Cambio de táctica», se dijo el detenido ante el tono afectadamente amable del comisario y aquel «usted» con que se le trataba por primera vez desde que cayera en manos de la policía.

Tras aquella paliza masiva que le administraron a modo de recibimiento, le habían dejado «refrescar» durante toda la noche y allí estaba de nuevo en el mismo despacho, a solas frente al anillo de sello que iba y venía ante sus ojos ritmando la entrecortada peroración de su dueño.

-Le duele al sentarse, ¿eh? No me extraña, porque está usted hecho un eccehomo. Esa ceja necesita unos puntos... Y es que ayer nos pusimos todos un poco violentos... Eso es lo que tiene empeñarse en un silencio estúpido. Aunque yo lo comprendo, lo comprendo. Es muy duro hacerse a la idea de que a uno le ha tocado perder. Pero el secreto está en eso, amigo, en saber perder, ¿no le parece?

Y como si aguardara respuesta a sus palabras se quedó mirando fijamente al preso, sosteniendo aquella mueca que se había helado bajo su bigote relamido.

«Ahora va a proponerme la traición».

-Bueno. Deme su nombre completo.

-Juan Ruiz González.

-He dicho completo. ¡Venga el de guerra!

-Mi nombre es ése. No tengo otro.

Se ocultó el anillo entre aquellos dedos finos que tamborileaban impacientes; pero la voz del comisario continuó sin alterarse:

-¿Oficio? Revolucionario profesional, ¡claro!

-Vendo trajes a plazos. Puede usted informarse en los almacenes donde trabajo.

-Sí, ya sé. Pero sé también que usted ha organizado y controla los grupos comunistas de «Fundiciones Valcárcel» y «Vergelia», amén de otras tareas de la misma índole cuya ejecución le podemos demostrar.   —65→   (Y el comisario subrayó los vocablos «controla» y «tareas» con un tonillo burlón).

-Le aseguro que no sé nada de eso. Yo voy con frecuencia a esas fábricas, pero voy a vender trajes, que es lo mío. Cualquiera puede confirmárselo.

Y mientras respondía el preso pensaba: «Ya sé por dónde vienen los tiros... Esto es cosa de Cerezo, el que acaba de salir de la Valcárcel. No puede ser otro. El asunto es feo, pero tiene salida. De la Valcárcel y de mí Cerezo sabe muy poquito, y en cuanto a lo otro... todavía no hay nada. Hice mal en sondearle sobre las posibilidades que había en su nueva fábrica. Pero hasta ahora la cosa no ha pasado de conversaciones y de conversaciones está España llena».

El comisario se había puesto en pie con una sacudida.

-Hablemos de hombre a hombre. O mejor dicho, como dos hombres inteligentes. Usted es quien lleva aquí todas las de perder. Su misma gente ha contado lo que le sucedió en esta casa a su camarada Sánchez Biedma. Salió con los pies «p'alante». Muchos le han imitado; otros han sido más listos. En cuanto a usted, tiene dos caminos: el de la inteligencia o el de la estupidez. ¿Que sigue usted el de la inteligencia? Pues entonces podemos hacer una de estas tres cosas: darle pasaporte para América, dejarle en la calle a nuestro servicio, que es lo mejor que podría hacer un hombre como usted, un hombre que vale, y finalmente (solución más simple) ponerle en libertad y nadie sabrá nunca que usted ha traspasado esa puerta. ¿El otro camino? Todos los comunistas saben perfectamente dónde termina: ¡en el cementerio!

Buscando los ojos del comisario Juan Ruiz alzó la cabeza muy lentamente, porque a cada movimiento los músculos del cuello y la espalda le producían un dolor vivísimo, de desgarradura, y, aunque no quería apartarse un punto del plan que se había trazado, su mirada roja se quedó clavada en aquel rostro constantemente móvil que tenía delante. El comisario sabía perfectamente lo que aquella mirada quería decir. Muchas semejantes, cargadas del mismo odio mortal, se habían clavado en él. Y siempre le producían turbación idéntica, igual sensación de desconcierto e inferioridad, como si durante un segundo todo su armazón interior se derrumbara dejándole irremediablemente indefenso frente al hombre esposado. No miró a Juan Ruiz. Descompuesto, comenzó a vociferar y a moverse sin tino. Y apenas oyó al preso que decía:

-Nada de eso, va conmigo. Ninguna de las acusaciones que se me hacen son ciertas.

Blandiendo los puños, congestionado por la ira, el comisario cerró contra Juan Ruiz y esta vez no había en su arrebato la premeditación ni el cálculo del esbirro que se propone intimidar a un detenido. Era su revancha por el segundo de humillación sentido ante aquella mirada. Pateando, machacando aquel cuerpo derribado, el comisario volvía a sentirse comisario y el hombre importante otra vez hombre importante, superior a aquel don Nadie que había osado descubrirle su odio, dueño de la vida de aquel despojo sanguinolento que -¡y esto era lo intolerable!- resultaba ser más fuerte que él, ¡que el comisario y todo lo que había detrás del comisario!

***

  —66→  

Estaba de nuevo sentado en la silla del tormento frente por frente al anillo de sello que se movía sin cesar y a la ampliación de Franco en uniforme de almirante.

«Ayer el comisario se puso nervioso -pensaba Juan Ruiz socarronamente preparándose para el nuevo interrogatorio-. Teme fracasar conmigo. Tiene ya encima la sensación del fracaso. Eso prueba -continuaba, repitiendo una de sus muletillas favoritas- que mi posición es fuerte y que estoy llevando las cosas como es debido. En resumen -terminó utilizando otro de sus estribillos-: que es preciso seguir como hasta aquí sin soltar una palabra, ¡ni una sola!».

Veía al comisario como entre brumas, pues apenas podía abrir los ojos que le ardían. «Cada párpado me pesa una arroba».

¿Cuántos perros le rodeaban? Cada movimiento de la cabeza le ocasionaba un dolor insufrible, pero tenía que contarlos. Eran cinco. Los tres que le detuvieron y dos más: uno sentado frente a una máquina de escribir y otro en pie, dispuesto junto al foco.

Comenzó el interrogatorio. Desfile de nombres. Un círculo de ojos inmóviles se había cerrado en torno al preso y acechaba todas sus reacciones.

-¿Qué contactos tienes con Manuel Riaño?

-¿Manuel Riaño? Me parece que a una persona de ese nombre le vendí un traje por Navidades.

Se alzó el anillo de sello y uno de los policías descargó su puño sobre el rostro de Juan Ruiz. Otro, con un movimiento rápido, cogió una silla, se sentó junto al detenido y comenzó a aflojarle y apretarle fuertemente las esposas en movimiento continuo. Los aros de hierro cortaban las muñecas de Juan Ruiz que, calculando la tortura venidera para no pensar en la presente, se dijo: «Ahora me abrasarán con ese foco».

Sonó la voz sin tono del desmadejado:

-Los tercos se llevan todos los golpes. ¡Tanto padecer para concluir hablando!

Otro nombre.

-No; a ése no le conozco.

Mientras el que manipulaba las esposas continuaba rasgándole las muñecas, otro agente le golpeaba las rótulas con una regla de acero. Una vez, otra y otra. Y de tiempo en tiempo el puño de aquel policía que sentía zumbar tras él como moscardón incansable. «Todo esto lo sabía -hilaba la mente de Juan Ruiz-. Todo esto lo conozco, todo se puede resistir y yo estoy preparado para ello».

Cerró los ojos. Tuvo que hacer un esfuerzo para no desvanecerse. Súbitamente toda la habitación se había incendiado. Sentía que aquel torrente de luz le traspasaba la frente y le trituraba los nervios.

-Dinos de dónde le conoces. ¡Dilo de una vez!

Apenas reconocía su propia voz.

-Ya he dicho que no le conozco... ¡Ya lo he dicho!... ¡Ya lo he dicho!

  —67→  

¿Cuánto tiempo estuvo así, con aquella llama fija en los ojos, en la frente, en la boca que le sabía a sangre, a su sangre?

Por fin la hoguera se apagó y, ciego aún, oyó la voz chillona del comisario:

-Traedle un espejo.

¡No! Aquel rojo manchón, aquel amasijo de carne tumefacta no era su cara. Se le desplomaron los párpados. No quería verse así. Pero pensó en seguida que si no era capaz de enfrentarse nuevamente, fríamente, con aquella visión sanguinolenta, no tendría fuerzas para continuar. Y enderezándose en la silla, se irguió ante el espejo y abriendo los ojos cuanto pudo se miró largamente, en medio de aquel silencio sobrecogido que había llenado la estancia. Vio arder entre la morada hinchazón brasas de carne viva y resbalar la sangre por aquella oscura deformidad sin líneas ni facciones. «Mi boca era blanca y ahora es roja». Súbitamente estranguló un grito en la garganta. El rostro macerado, negro y escarlata que temblaba en el espejo era el mismo del muerto aquél; de aquel obrero que mató un barreno allí a la orilla de su pueblo, cuando él era niño.

Se rebeló contra su pensamiento. «¡Pero yo estoy vivo, vivo, vivo! Y saldré de aquí con toda la vida entera para seguir luchando».

-¿Qué dices? ¿Te gustas? -silbó el comisario.

-No digo nada.

La pregunta fue como un disparo.

-Y de María Romero, ¿tampoco dices nada?

-¿De quién? -preguntó Juan Ruiz a su vez, para ganar tiempo.

-¡De María Romero! ¡Y a ésa sí que la conoces!

Tuvo que reunir todas sus fuerzas para responder.

-No sé de quién se trata.

-¡Ponedle la careta!

Le aplicaron la careta de gases. Sintió el dolor de la asfixia en el pecho y una náusea seca que le subía de las entrañas.

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  —68→  

Como en sueños oía repetir aquel nombre:

-María Romero... María Romero... María Romero...

***

«¡Maruja!... ¡Maruja!».

De bruces sobre las del calabozo, húmedas de sangre, sus labios sin voz acariciaban el nombre.

«¡Que no aparezca en esto! Y si la han detenido ya sabe lo que tiene que declarar: que no me conoce».

Y con el nombre, filtrándose a través de aquella bruma espesa que le envolvía, asomaba la visión de un pueblo bombardeado en medio de una alucinante llanura de rastrojos y sol. Luego una interminable caravana de carros por un camino abrasado, entre hoyos de obuses, lamentos y maldiciones.

Parapetos, troneras, lienzos de edificios rajados de arriba a abajo por cuchillos de metralla; soldados. «Esto es Madrid, hijo mío».

La calle era nueva, limpia, anchurosa; las casas, sólidas y alegres; casas de ricos, como decía la madre y que él contemplaba con sus atónitos ojos de muchacho.

Olas de brumas sumergían los recuerdos en su cabeza golpeada.

«¿Tú también eres evacuado?», le preguntó la vocecilla en la balumba del portal. Y él, aunque no estaba muy seguro de ser efectivamente aquello, respondió que sí.

En las noches de bombardeo se acurrucaban en el sótano, uno contra el otro, hasta que los separaba la voz del padre de ella. «Te he dicho que no te muevas de mi lado, Maruja». Juntos pasaron los chicos más de dos años. Luego llegó aquella noche en que la casa se llenó de hombres con pistola y camisa azul. «¡Fuera de aquí los rojos! Esta casa tiene dueño».

Con sus dieciséis años sublevados, que encendían en él su primer odio de hombre, oyó llorar a Maruja, más pequeña y más débil que él. Juntas salieron las familias por aquel portal y en la calle las dispersó la vida.

La encontró años después, cuando él empezaba a trabajar con un grupo de jóvenes. «¡Pero, chica; si ya eres una mujer!». «Y tú un hombre».

Se habían quedado solos en el vendaval. Comenzaron a verse, a buscarse, a sostenerse uno en el otro como en aquellas noches de bombardeo. «Parecemos novios», dijo él una vez. «Sí; pero todavía no lo somos», precisó ella. Y Juan se azoró como un chico.

Amigos de él la colocaron en «Vergelia», en aquella fábrica «Vergelia» de que hablaba tanto el lobo del anillo de sello. Y ella, conducida por Juan, trabajaba también, luchaba también.

***

-Yo no puedo firmar eso. Yo no he declarado nada de eso... ¡porque no es verdad!

El anillo de sello se hundió en el crispado puño del comisario.

  —69→  

-¿Que no quieres firmar? ¡Pues vamos a ver si nosotros te desentumecemos la mano!

Le hincaron agujas de madera bajo las uñas. Las afiladas púas le rasgaban la carne con un dolor agudo, lacerante. «Pero no firmaré -se repetía Juan con la luz de pensamiento que le quedaba-. No han podido probarme nada, y si llego ante el juicio sin ningún cargo de bulto, por mucho que el juez haga por coaccionarme, escaparé con unos cuantos años. Defenderme yo, defender al Partido: ¡eso es lo que tengo que hacer... hasta el fin, hasta el fin!».

En vilo sobre la silla, gritaba su dolor con un alarido interminable, afilado, penetrante.

-¡Alto!

Se derrumbó tras los diez hilos de sangre de sus manos heridas.

-¿Qué? ¿Firmas?

Como con la voz no podía, dijo que no con la cabeza, que aún tejía pensamientos: «No pueden probarme nada. A Riaño no le han cogido y a ese judas de Cerezo no se atreven a enfrentarlo conmigo por no descubrirle y porque además saben que es inútil».

Sentía bullir las brasas de sus dedos: «También esperaba esto... ¡y también he sabido resistir esto!».

***

Le habían arrojado al suelo de bruces y le golpeaban furiosamente en las plantas de los pies.

Veinte días llevaba Juan Ruiz frente al anillo de sello. Veinte días de lucha en medio del enemigo. Su cuerpo roto yacía en el suelo; pero él sentía su alma derecha, erguida entre los que le torturaban, dominándolos a todos. «Mi conciencia de comunista es más fuerte que el terror, más fuerte que el dolor y que la muerte. Antes lo sabía; ahora lo he comprobado».

-¿No firmas? ¿No firmas?

-Firmaré sólo lo que he declarado.

Y en el molino de las preguntas mil veces repetidas, otra vez los nombres, aquellos nombres. Riaño, María Romero, María Romero...

-¿Insistes en que no la conoces?

-No sé de quién me hablan.

-¡Espérate!

Le izaron a tirones, levantaron aquel negro tumor que era su cara y le enfrentaron a la puerta que un policía abrió lentamente, midiendo los efectos. La voz del comisario reavivó de un golpe los triturados resortes de los nervios de Juan.

-Pase usted, María Romero.

Los ojos del hombre, rojos, semicegados bajo los párpados enormes, la columbraron borrosa y lejana, aunque ella estaba allí, a cinco pasos, inmóvil junto a la puerta, el puño crispado sobre la boca.

Juan Ruiz concentró todas sus fuerzas, aguzó sus sentidos, para hacer   —70→   frente a aquel nuevo asalto, más artero, más peligroso que todos los anteriores. Sentía galopar sus pulsos, pero estaba seguro de que su rostro permanecía sereno cuando miró a la mujer de arriba a abajo como si la viera por primera vez. Y un segundo, un segundo, sus ojos se clavaron en los de ella buscando en su alma una respuesta a la pregunta que le martilleaba el cráneo. «¿Qué has dicho?». Ella alzó la frente, le miró a la cara y Juan Ruiz respiró mejor.

La empujaron hacia el centro de la habitación y el comisario gritó, saliendo al encuentro de la muchacha:

-¿Conoces ahora a Juan Ruiz? Un poco estropeado está... pero mírale bien y verás cómo lo identificas.

Sonó la voz de ella, aquella voz grave que a Juan le parecía siempre «de una persona mayor».

-Es la primera vez que veo a este hombre.

Estalló en voces, acosando a María, el del anillo:

-La primera no, pero la última sí... ¡porque yo te aseguro que de aquí saldrá en el furgón de los muertos!

Y diciendo y haciendo, el comisario, y tras él el resto de la jauría, cayeron de nuevo sobre Juan Ruiz. Se desbocaron vergajos y porras en un remolino de sangre.

Cuando se abrió el corro, Juan Ruiz yacía boca abajo y los policías tiraron de él para enfrentarle de nuevo a María.

-Refresca la memoria o hacemos contigo lo que con él. ¡Acabemos! ¿No es cierto que fue este hombre quien os llevó las instrucciones para organizar ese llamado Consejo de Resistencia de la fábrica «Vergelia»?

-No sé de qué me habla usted y ya he dicho que no le he visto en mi vida.

Exasperado, bailándole el pulido bigote sobre el labio azogado, el del anillo se volvió hacia Juan Ruiz.

-¡Pero tú si la conoces! ¡Tú la conoces!

-No. Yo tampoco la conozco.

Súbitamente la agitación del comisario se calmó. Miraba fijamente a los dos detenidos. Parecía haberse apoderado de él una inspiración repentina. Con una mueca alegre se contraseñó con el agente que tenía más cerca, se precipitaron los dos sobre María y a tirones, frenéticos y ávidos, rasgaron las ropas de la mujer en menos de lo que duró aquel espantado grito.

Ella había quedado desnuda, morena y trémula, los brazos sujetos por las cuatro garras, la cabeza hacia atrás derribada, como en cruz entre los dos polizontes.

-¿Y así? -rugió el comisario-. ¿Conoces así a tu querida?

Resonó la voz de él como un golpe en un muro:

-No. No la conozco.

***

  —71→  

Había vuelto a cerrarse la rueda del tormento en torno a Juan Ruiz. Un nuevo turbión de golpes caía sobre él, pero si el comisario le hubiera vuelto la cara pegada al suelo, habría comprobado que un hombre puede sonreír en medio de los más atroces dolores. Por la cabeza en brumas del torturado cruzaban como cohetes los pensamientos: «Ya están a punto de rendirse. Tal vez no pasen de aquí. Esto es el pataleo... pataleo sobre mis costillas, pero ya se me entregan...»

Aquel hombre, que ensangrentado y medio desvanecido yacía en el suelo tras veinte días de torturas, se decía, se gritaba a sí mismo sin voz: «¡He vencido a estos perros! ¡Los he vencido yo, Juan Ruiz, en esta batalla pequeña como todos juntos los venceremos en la batalla grande!».

***

Estaba en la silla frente al anillo.

-Puedes firmar tu declaración. Reproduce exactamente lo que has dicho.

Sus manos, esposadas y heridas, sostenían difícilmente el papel y sus cejas tumefactas y su extenuación apenas le dejaban abrir los ojos; pero comenzó a leer lentamente.

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-¿Terminas de una vez?

-Ya acabo.

Y luego:

-Yo no he dicho que me he reunido con Manuel Riaño. Yo he   —72→   dicho que creo que a una persona de ese nombre le vendí un traje por Navidades.

-¡Acabemos! Se hará constar así.

Rectificada como él quería le pusieron de nuevo la declaración delante. La pluma le martirizaba los dedos, que eran una llaga, pero se recreó firmando el pliego, porque mientras trazaba su nombre -Juan Ruiz- se decía que aquel era el nombre de un comunista.

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Preparando la matanza de millones de seres.
Los incendiarios de guerra a la obra.

  —[73]→  


ArribaAbajoLa emigración, sangría de hombres para Galicia


«¡Oh tierra, antes y ahora
siempre fecunda y bella»

Así cantaba, en castellano, la gran poetisa Rosalía de Castro a su tierra gallega.

A la dulce Galicia, a su naturaleza variada y pletórica de riquezas y que hace de ella uno de los más bellos lugares del globo. Y todo parece creado allí para la felicidad del hombre, con su clima suave; su campo fértil, con abundantes tesoros minerales en el subsuelo; y un mar que, adentrándose en la tierra, forma las rías de incomparable belleza, caminos abiertos al mundo y que proporciona abundante pesca.

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El río Miño a su paso por Tuy.

Y sin embargo, el pueblo gallego, el campesino y el obrero, durante siglos ha alimentado una continua corriente de emigración, una sangría de hombres, hacia otras tierras lejanas, porque en la suya, rica y feraz, se mueren de hambre él y los suyos.

De la dulce Galicia ha hecho madrasta de sus hijos un sistema inicuo, que aleja los brazos de los hombres en busca de sustento, y que esclaviza con duro trabajo a la mujer y al niño.

Lo que la naturaleza creó como lugar de abundancia, lo es de miseria para el pueblo. Galicia, por ejemplo, podría sostener una ganadería capaz de abastecer a toda España, y sin embargo el campesino gallego apenas puede criar una vaquiña; y muy raramente la carne fresca formará parte de su alimentación. Sus montes están poblados por el roble, el nogal y el castaño; pero muchos campesinos viven en chozas prehistóricas.

El mar que baña sus costas es rico en pescado -100.000 toneladas era el promedio anual, sólo de sardinas, de la pesca gallega durante los años de República-, pero los campesinos rara vez comen pescado fresco. Su industria, excepto la de conservas, está poco desarrollada, aunque el país cuenta con materias primas: hierro en Mondigo y por la cuenca de Vivero, estaño en Carbaillero y Rivadavia, etc. Los metales atrajeron, hace miles de años, a los griegos a Galicia, que aún conserva vestigios de aquella civilización.

Y entre tanta riqueza es proverbial la miseria del campo gallego.

***

  —74→  

Caso representativo es éste de Galicia de la urgente necesidad de reformas radicales en España que acaben con los vestigios feudales que oprimen al pueblo y le sumen en la miseria.

Y tal vez entre los más abominables y de peores consecuencias de esos vestigios feudales estén los que han persistido en Galicia.

El sistema de propiedad agraria se presenta allí en forma de una parcelación de tierras hasta lo inverosímil, junto con las grandes fincas señoriales.

La propiedad del campesino de el paisano es en general tan reducida, que sólo le sirve para recoger algunos frutos y ayudar a criar una vaca. Esa vaca es para la venta. Venta que se ve siempre obligado a hacer en las peores condiciones, a través de un complicado engranaje de traficantes que se benefician de su esfuerzo. Su pequeña propiedad, que suele ser de un ferrado (de 4 a 6 áreas), es insuficiente para sostener a la familia. Su producción es escasa, pero además está cargada de gravámenes, de impuestos, que bajo el franquismo han florecido con abundancia y, además, en muchos casos por el «foro».

Los foros son un tipo de servidumbre medieval que obliga al campesino a pagar, a través de generaciones, una cantidad, en dinero o en especie, al señor que ha comprado o heredado el derecho a percibir ese canon. Provienen los foros de la Edad Media, cuando los monasterios y la nobleza imponían a la población rural el pago de un tributo como medio de acceso a la tierra. Este sistema ha impulsado el fraccionamiento de la tierra a los límites inverosímiles que ofrece hoy.

El campesino gallego ha luchado contra ese sistema desde el siglo XV, en que se produjo el levantamiento de los Hermandiños, hasta los movimientos de masa de este siglo por la abolición de los foros. Y aunque esas luchas han tenido como consecuencia una gran redención de foros, el principio subsiste y la situación a que dieron origen pesa sobre el campo gallego.

En un marco de miseria, de duro trabajo y explotación al trabajador gallego se le planteó durante siglos el problema, más que de sostener a su familia, de vivir ésta. La solución para ello era abandonar su hogar en busca de trabajo en otras tierras, dejando en la aldea a la mujer, los hijos y los padres ya viejos.

Y la vida de la aldea gallega se distingue en que la mujer se pone al frente del hogar, trabaja su pedazo tierra y las ajenas, las de los ricos, dándose en Galicia la segadora asalariada, que formando cuadrillas -las xeitureras- son contratadas por los campesinos ricos para la siega del centeno.

Los niños desde su más tierna edad son enviados al trabajo. Ésta era la situación del campo en Galicia, determinante principal de la situación en toda la región, antes del franquismo. Bajo el régimen fascista de Franco las plagas que azotan la vida del pueblo gallego se han hecho más terribles.

El hambre es mayor que nunca. Los productos que antes servían de base para la alimentación del hogar campesino son inasequibles. El pan de maíz se hace un lujo. De 8 pesetas que costaba el ferrado (16 kilos) subió de golpe a 160 en el mes de febrero. ¿Cómo sostener el ganado si el maíz es su pienso principal? Y el ganado es la base económica de una gran parte de la aldea gallega.   —75→   Por si fuera poco, las autoridades falangistas cercan los montes comunales. Prohíben que se lleve a pastar en ellos el ganado, porque los caciques aspiran a convertir en su propiedad privada lo que es del pueblo, reanudando los métodos de rapiña de los feudales. Y ello significa la ruina total para muchos hogares. Por eso las mujeres de Oza del Río, cuando el 28 de enero de este año vieron la orden del Ayuntamiento falangista de prohibir llevar el ganado al monte comunal, no se resignaron; sacaron su ganado al monte e hicieron huir a los esbirros franquistas que trataron de imponer la orden criminal. Y uno de éstos que se atrevió a oponerse sufrió las consecuencias de la ira del pueblo.

«Todas hemos sido», respondían las campesinas, unánimes, a la guardia civil, cuando preguntaba quién había pegado al guarda jurado, reviviendo así la inmortal respuesta de las mujeres en Fuenteovejuna.

***

No es mejor la situación de los obreros, ni del pequeño comerciante. Tenemos a la vista unos datos trágicamente elocuentes sobre la situación del obrero gallego. Se cierran fábricas y amenazan hacerlo otras como la de Barrenas y Alvares de Vigo.

Y donde se trabaja, los salarios, ya oficialmente bajos, 12,60 y 19,75 pesetas, se reducen aún más porque las empresas no pagan la prima de producción que estipula la propia reglamentación fascista sobre salarios. ¿Qué se podrá comer en los hogares de los obreros de la empresa Pérez Conde, de Vigo, cuyo sueldo es de 12 pesetas, y sin primas por las horas extraordinarias? Los salarios bajan y el coste de la vida sube. Esa característica económica nacional del franquismo marca en Galicia su trágica huella de miseria. Hace víctimas de ella a todas las clases modestas. Un aumento de 50% en las tarifas de luz y gas en Pontevedra, como la habida recientemente, tiene graves repercusiones en la industria, el comercio y en todos los presupuestos domésticos de los trabajadores.

***

Lo mismo que en el campo el franquismo crea todas las condiciones para la desaparición de la ganadería del pequeño campesino, en las costas su política facilita el que los grandes armadores eliminen a los modestos pescadores. Las leyes franquistas sobre la pesca están hechas para favorecer a las grandes empresas, pero además éstas pueden burlar esas leyes cuando les conviene. La codicia de esos armadores está exterminando la pesca de las costas gallegas, utilizando explosivos, redes de arrastre, etc.; todos los medios que les permiten hacer millones rápidamente. ¿Qué importa a los aventureros de Falange dejar agotadas las riquezas del litoral gallego? Para ellos lo importante es enriquecerse hoy, sin importarles lo más mínimo el porvenir de la economía española.

El modesto pescador, por su parte, está rodeado de prohibiciones, de impuestos y sometido al especulador. Cuando consigue llegar al puerto con algún pescado, se echan sobre él los buitres del fisco con impuestos y tasas que son formas del latrocinio «legal». Por ejemplo, el pescador ha de pagar por el derecho a un seguro, que jamás cobra cuando no puede salir a pescar.

***

A las causas que impulsaban al trabajador gallego a la emigración se añade hoy la agravación de las viejas   —76→   y otras nuevas que hacen insoportable la vida en su amada tierra.

A eso se debe el incremento de emigrados, en volumen tan considerable que los «sociólogos» franquistas no pueden soslayar.

El 27 de abril el periódico Pueblo publicaba los siguientes datos sobre el número de emigrantes que salen de España. En 1946, decía, fue de 5.000; en 1947 de 13.000; en 1948 de 19.000; 1949 de 49.000. Y se estima que en 1950 llegará a 60.000. «Pero la gravedad del problema -comentaba- está en que la mayoría de estos emigrantes pertenecen a las clases de los llamados 'especialistas', y en particular 'especialistas del campo'».

Sin embargo, el franquismo fomenta esa sangría en hombres. La solución que estudian es «canalizarla», «revalorizarla», lo que quiere decir elaborar una política que permita al régimen comerciar con los hombres que se ven obligados a abandonar su patria y sus hogares para que los suyos no mueran de hambre.

A los teorizantes falangistas, hechos millonarios con el régimen, del tipo de José María Areilza, les sirve este grave problema para «teorizar» sobre las causas de la emigración; pero para llegar a la misma conclusión de especular con ella, sacar ventaja de ese éxodo. De «problema apasionante» lo califica ese Areilza en el periódico Arriba del 28 de febrero, «porque supone el más delicado y respetable de los comercios: el transplante de seres humanos...», así habla, con cinismo cursi, de la pérdida para España de su mayor tesoro: sus hombres.

Desprecio y odio al pueblo. Eso significa la actitud del franquismo en este problema. ¡Con qué elocuencia expresan las «teorías» franquistas sobre la emigración el carácter aventurero y logrero de esa pandilla, totalmente extraña al pueblo español, fría y crudamente indiferente ante la tragedia de éste!

¿Causas de la emigración? Para los franquistas son el aumento de la población y el «espíritu aventurero de la raza».

Pero nadie que conozca la geografía de Galicia puede ignorar que allí, como en el resto de España, puede vivir una población mucho más numerosa. Basta con realizar una distribución justa de la tierra, ayudar a los campesinos, favorecer el desarrollo de la ganadería, crear una industria pesquera que permita vivir a los que trabajan en ella y no sirva para enriquecerse los estraperlistas a costa del pueblo; explotar las riquezas del suelo y el subsuelo.

Nada de esto puede hacer el franquismo. Su régimen no existe para mejorar la vida de los trabajadores, sino para facilitar el enriquecimiento rápido de los aventureros de Falange, para que se hagan más ricos los capitalistas y terratenientes. Eso sólo podrá hacerlo un gobierno auténticamente democrático, un gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo.

Al «espíritu de aventuras de la raza» es a lo que achacan los teorizantes de Falange esa dolorosa partida del emigrante. El gallego es audaz, valiente para el trabajo, endurecido por la miseria en que se le ha obligado a vivir, pero toda su ilusión es emplear sus energías en su tierra amada. Cuando se ve obligado a abandonarla, su recuerdo le acompaña siempre, y el dolor que le produce el alejamiento ha dado origen a ese estado de ánimo que se llama la morriña, la tristeza por la patria lejana expresada de manera sublime en estos versos de Rosalía de Castro:

  —77→  

Adiós, ríos; adiós, fontes;
Adiós, regatos pequeños;
Adiós, vista d'os meus ollos,
Non sei cándo nos veremos.

Miña terra, miña terra,
Terra donde m'eu criei,
Hortiña que quero tanto,
Figueiriñas que prantei.

..................................................

¡Adiós, gloria! ¡Adiós, contento!
¡Deixo a casa onde nascín,
Deixo a aldea que conoço,
Por un mundo que non vin!

Deixo amigos por extraños,
Deixo a veiga pol'o mar;
Deixo, en fin, canto ben quero...
¡Quén puidera non deixar!

Mais son probe, e, malpocado,
A miña terra n'e miña,
Qu'hastra lle dan de prestado
A beira por que camiña
O que nasceu desdichado.

Tèñovos, pois, que deixar,
Hortiña que tanto amei,
Fogueiriña d'o meu lar,
Arboriños que prantei,
Fontiña d'o cabañar.

Sí, para los hombres de Galicia, como para los de todos los pueblos de España, «su tierra no es suya» bajo la bárbara tiranía franquista. Para que lo sea, para recuperar su patria, para ser libres, tener tierra y tener pan, luchan las guerrillas gallegas, y las de otros pueblos de España, junto con lo más avanzado del pueblo español, con los obreros y los campesinos que combaten consecuentemente por la República democrática, que extirpe de una vez y para siempre tantas lacras y tanto dolor como pesan hoy sobre el pueblo español.

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El barrio de pescadores del Berbés (Vigo).

  —[78]→  


ArribaAbajo1.º de Mayo

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El 1.º de Mayo, jornada de solidaridad y lucha de los trabajadores de todos los países, surgió en los Estados Unidos, ciudadela actual de la reacción mundial, como resultado de la aguda lucha de clases que libraban los obreros norteamericanos contra sus explotadores. En 1884 tuvo lugar en Chicago el Congreso de los Sindicatos Obreros, que planteó la lucha por la jornada de ocho horas de trabajo y el mejoramiento de las condiciones de vida de los obreros.

Los capitalistas ofrecieron una encarnizada resistencia a las demandas de los trabajadores. En marzo-abril de 1886 se declararon en huelga los ferroviarios. El movimiento tomó pronto enormes proporciones. Solamente en Chicago había 600.000 huelguistas el 1.º de Mayo. Los sindicatos acordaron hacer en este día una gran manifestación. A su llamamiento se congregaron centenares de miles de obreros en la plaza principal de la ciudad donde había sido convocado el mitin.

La burguesía yanqui decidió preparar un baño de sangre obrera en las calles de Chicago para ahogar en él el grandioso movimiento reivindicativo de los trabajadores. Durante el mitin, un provocador al servicio de la policía arrojó una bomba. Ésta fue la señal para el comienzo de la matanza. La policía, concentrada en el lugar del mitin, disparó sobre los trabajadores. Centenares   —79→   de éstos fueron detenidos. La justicia del capitalismo norteamericana condenó a ocho trabajadores a la pena de muerte. Cuatro de ellos fueron ejecutados. Uno murió en la cárcel y los otros tres permanecieron en ella siete años, hasta que el tribunal, falto de pruebas, proclamó su inocencia en la provocación que se les atribuía y que había costado la vida a cinco de sus compañeros.

En diciembre de 1888 el Congreso de San Luis, de la Federación Americana del Trabajo, acordó organizar una nueva jornada el 1.º de Mayo, bajo la consigna de la lucha por las ocho horas. En 1889, a propuesta de Paul Lafargue, el Congreso de la Internacional Socialista acordó declarar el 1.º de Mayo Jornada Internacional de lucha de los trabajadores en todos los países.

Desde aquel año, hasta nuestros días, los trabajadores del mundo entero celebran su fiesta el 1.º de Mayo, cuya importancia y significación queda expuesta de brillante manera por el dirigente y maestro del proletariado mundial, J. Stalin, en un artículo publicado en 1912 y que reproducimos a continuación.




ArribaAbajo¡Viva el 1.º de Mayo!

Por J. Stalin


Ya en el siglo pasado, los obreros de todos los países decidieron festejar todos los años el día de hoy, el 1.º de Mayo. Fue en el año 1889, cuando en el Congreso de París de los socialistas de todos los países, los obreros decidieron, precisamente en este día, el 1.º de Mayo, cuando la naturaleza despierta de su letargo invernal, cuando bosques y montañas se cubren de verdor y los campos y prados se engalanan de flores, cuando el sol comienza a templar y en el aire se respira la alegría de la renovación y la naturaleza se entrega a las danzas y al júbilo, precisamente en este día, decidieron declarar al mundo abiertamente,   —80→   en alta voz, que los obreros son los heraldos de la primavera de la humanidad, de su liberación de los grilletes del capitalismo, que los obreros están llamados a renovar el mundo, a erigirlo sobre los fundamentos de la libertad y el socialismo.

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Escenas de la alegría con que en este 1.º de Mayo han celebrado los moscovitas las grandiosas victorias que con su trabajo pacífico han alcanzado los pueblos de la URSS.

Cada clase tiene sus fiestas preferidas. Los nobles establecieron sus fiestas y en ellas proclamaron el «derecho» de esquilmar a los campesinos. El burgués también tiene las suyas y en ellas «justifica el derecho» a la explotación de los obreros. También tienen sus fiestas los curas y en ellas ensalzan el orden existente donde los que trabajan perecen en la miseria y los parásitos nadan en el lujo.

También deben tener su fiesta los obreros y en ella deben reclamar trabajo para todos, libertad para todos, igualdad general para todos los hombres. Esta fiesta es la fiesta del Primero de Mayo.

Así lo decidieron los obreros en el año 1889.

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Desfile por la Plaza Roja de Moscú
de la manifestación del 1.º de Mayo de 1950.

Desde entonces, el clamor del socialismo obrero resuena cada vez más potente en los mítines y manifestaciones del 1.º de Mayo. El océano del movimiento obrero se desborda más ampliamente abarcando a nuevos países y estados de Europa y América, y llega a Asia, África y Australia. La que fue un cierto tiempo débil unión internacional de los obreros, en el transcurso de apenas unas decenas de años se transformó en una grandiosa hermandad internacional, que celebra sus Congresos regulares y que agrupa a millones de obreros de todos los confines del universo. En encrespadas olas se agita el mar de la cólera proletaria que sacude cada vez más amenazante los pilares del capitalismo. La grandiosa huelga de los mineros del carbón declarada recientemente en Inglaterra, Alemania, Bélgica, América, etc., huelga que ha infundido   —81→   pavor a los explotadores y reyes de todo el mundo, es indicio evidente de que la revolución socialista no está lejana...

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Vestidas con sus trajes típicos las obreras
de Moscú bailan en las calles celebrando el 1.º de Mayo.

Nosotros no adoramos al becerro de oro. No necesitamos el reino del burgués y de los opresores. ¡Maldición y muerte al capitalismo con sus horrores, miseria y derramamiento de sangre! ¡Viva el reino del trabajo, viva el socialismo!

Esto es lo que proclaman en el día de hoy los obreros conscientes de todos los países.

Y seguros de su victoria, fuertes y serenos, avanzan con orgullo por el camino que conduce a la tierra de promisión, por el camino de socialismo radiante, infundiendo vida, paso a paso, a la gran consigna de Carlos Marx: «Proletarios de todos los países, uníos».

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Manifestación del 1.º de Mayo celebrada en Madrid el año 1936.



  —[82]→  

ArribaAbajoEl grabado en la China Popular

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¡Todo para el frente!

El arte chino permaneció durante siglos al margen de la vida del pueblo. La aristocracia feudal creó su arte, su literatura y teatro que reflejaba sus gustos y costumbres, la vida privilegiada de los poderosos. La literatura utilizaba también un idioma incomprensible para las amplias masas del pueblo chino. Escribir novelas o artículos en el lenguaje del pueblo se consideraba de mal gusto, como símbolo de inferioridad y de vulgaridad.

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La Recolección.

Actualmente, la literatura y el arte chino se desarrollan en lucha con las ideas del viejo mundo. Las nuevas   —83→   fuerzas sociales en el poder, bajo la dirección de la clase obrera, la clase más progresiva y avanzada de la sociedad, destruyen las normas fosilizadas de la vieja   —84→   sociedad y con ellas los cánones de su estética y crean así un nuevo arte nacional y popular que por tener ese carácter participa en el frente de la lucha político social.

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Los mineros de los montes de Shinsian leen su periódico.

En un país como China, donde cerca del noventa por ciento de la población es analfabeta, el dibujo es un arma revolucionaria poderosa mediante la cual se hace llegar a millones de analfabetos los problemas palpitantes de la lucha. Por primera vez en su historia el arte chino se pone al servicio del pueblo. Jamás habían sido motivos del dibujo chino los obreros, los campesinos o los soldados. Ahora, a través del grabado, del cartel y del cuadro, se puede seguir la lucha heroica del pueblo chino en la guerra de liberación y en la reconstrucción del país. Los cuadros, los grabados, carteles y caricaturas, llevan al pueblo la idea de la libertad y de la independencia, la nueva moral de trabajo que inspira sus hazañas en la construcción de una nueva sociedad. El florecimiento actual del dibujo chino es una muestra del florecimiento del arte cuando éste sirve los intereses del pueblo.

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  —85→  

ArribaAbajoVladimir Maiakovski

En el XX aniversario de su muerte


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El gran e inmortal poeta Vladimir Maiakovski nació en el año 1893 en Georgia. Casi un niño, siendo alumno del colegio de la villa georgiana de Kulais, seguía, con atención extraordinaria para su edad, los acontecimientos revolucionarios que en aquellos tiempos agitaban el Cáucaso.

En 1906 la familia de Maiakovski se traslada a Moscú. Allí el futuro poeta y revolucionario empieza a conocer las obras de los clásicos del marxismo. En 1908, cuando apenas contaba quince años, Maiakovski se adhiere a la socialdemocracia rusa, colocándose desde el principio al lado de los bolcheviques.

Por su actividad propagandística fue encarcelado por el zarismo.

Antes de ser «el mejor poeta de la época soviética», como ha sido caracterizado por J. Stalin, Maiakovski atravesó una compleja evolución.

La Revolución Socialista de Octubre fue para Maiakovski no sólo una gran fecha histórica, sino la fecha de su segundo nacimiento como poeta. «Aceptar o no aceptar -escribía en su biografía-. Para mí no ha existido este dilema. Es mi revolución».

  —86→  

Maiakovski no sólo aspiraba a reflejar en su arte todo el impulso de la revolución, sino a ayudar al Poder Soviético a resolver sus múltiples tareas.

Las poesías de Maiakovski, escritas hace más de veinte años, mantienen su frescura y su fuerza. Han inspirado a toda una generación de poetas revolucionarios de todos los países, que compartiendo la idea del genial poeta soviético de que «el poeta no puede ser un mero registrador de los acontecimientos, sino un luchador», hacen de «la canción y del verso, bomba y bandera» en la lucha por la paz, por el porvenir venturoso de la humanidad trabajadora.




Vladimir Ilich Lenin


Fragmentos del poema de V. Maiakovski

Enterramos
    al más terrestre
de todos los hombres
    que han pasado
    por la tierra.
Fue terrestre,
    pero no era de esos
cuyo ojo
no ve
    más allá de su dornajo.
Él, abarcando
    con su mirada
la tierra entera,
    veía
    lo que el tiempo
    nos esconde.
Era como vosotros
    y como yo.
Loco de alegría
hubiera dado
    mi vida entera
por que tan sólo
    respirara.
Y no hubiera sido el único.
¿Quién pues
    hubiera llorado
       hoy
       mi pobre muerte
en medio del luto
    por una muerte
       tan grande?
Las banderas se agitan
    y Rusia
       parece
       haberse vuelto
       un país nómada.
Y la Sala de las Columnas
    se estremece
       bajo el paso de los que la atraviesan.
Lágrimas de nieve
    caen
de los párpados enrojecidos
    de las banderas.
¿Qué ha hecho?
¿Quién es?
¿De dónde vino?
¿Este hombre, entre todos
el más humano?
El Partido,
    lo son
los hombros de millones de hombres
    unos contra otros.
El Partido
    es la espina dorsal de la clase obrera.
El Partido
    es la inmortalidad de
       nuestra causa.
El cerebro de la clase,
    la causa de la clase,
       la fuerza de la clase.
Decimos Lenin,
y pensamos
    el Partido.
Decimos el Partido
y pensamos Lenin.
Lenin,
todavía hoy,
    está más vivo
que todos los vivos.
    La gloria de la clase.
Eso es lo que es
    el Partido.
El Partido y Lenin
    son hermanos gemelos.
¿Quién
es el de más valor
    para la historia?



  —87→  

ArribaAbajoCorea

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La península de Corea, situada en el Noreste de Asia, frente al Japón y vecina en el continente de China y de la URSS, atrae en estos momentos la atención del mundo entero.

De una superficie de 220.000 kilómetros cuadrados (un poco menos de la mitad de España) y con una población de cerca de 30 millones de habitantes (superior en varios millones a la española), Corea, al cabo casi de medio siglo de opresión, está luchando todavía por alcanzar su independencia, realizar su unidad y construir un régimen democrático.

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El dirigente del pueblo coreano, Kim Ir Sen.

Convertida en provincia japonesa en 1910, tras un período de quince años en que los imperialistas japoneses la habían gobernado a través de un emperador completamente en sus manos, la capitulación del Japón en 1945 abría al fin el camino hacia la independencia. Los guerrilleros coreanos que, dirigidos por Kim Ir Sen, habían combatido a los japoneses año tras año, se unieron al resto del pueblo y constituyeron Comités Populares que tomaron la administración del país en sus manos, siguiendo el consejo del mando del Ejército Soviético que, en guerra con el imperialismo japonés, había penetrado   —88→   en Corea el 12 de agosto y, tras derrotar a las fuerzas enemigas, lanzó el siguiente mensaje al pueblo coreano:

«Ciudadanos de Corea. ¡Vuestro país es libre! Pero ésta es sólo la primera página de la historia de Corea. Del mismo modo que un jardín floreciente sólo crece merced al trabajo y a la solicitud del hombre, la felicidad puede conseguirse únicamente en la lucha heroica y el esfuerzo infatigable del pueblo coreano.

»¡Ciudadanos de Corea! ¡Tened presente que la felicidad está en vuestras manos! Habéis recibido la libertad. Ahora todo depende de vosotros mismos.

»El Ejército Soviético ha creado todas las condiciones para que el pueblo coreano pueda emprender el libre trabajo creador. Vosotros mismos debéis ser los forjadores de vuestra felicidad».



El 6 de septiembre, dos días antes del desembarco de las tropas norteamericanas en el sur de la península, los «Comités Populares» coreanos habían celebrado un Congreso en Seúl, la capital, en el que 1.500 delegados designaron una Comisión provisional encargada de convocar elecciones generales y preparar el advenimiento de la República.

Pero los patriotas coreanos tropezaron enseguida con la oposición yanqui. En la Conferencia del Cairo, celebrada por Roosevelt, Churchill y Chang Kai Chek el 1.º de diciembre de 1943, se decidió que Corea «recobraría su libertad e independencia» al terminar la guerra. En realidad, con la llegada de las tropas norteamericanas, Corea quedaba dividida en dos partes, separada por el Paralelo 38, latitud norte, y mientras al norte de esta línea la presencia del ejército soviético permitía al pueblo regir libremente sus destinos a través de los «Comités Populares», en el sur de Corea el general MacArthur publicaba el siguiente bando:

«En el territorio de Corea situado al sur del Paralelo 38 de latitud Norte, todo el Poder administrativo se encuentra bajo mi jurisdicción.

»La población queda subordinada incondicionalmente a las órdenes que aparezcan con mi firma. Las personas que actúen contra las tropas de ocupación o alteren el orden y la tranquilidad pública serán castigadas severamente y sin piedad. Durante el período de ocupación militar, el idioma oficial será el inglés».



En el norte de Corea se efectuaban elecciones a fines de 1945, se eliminaba de la vida política a los japoneses y a los «colaboradores» y se iniciaba con gran entusiasmo la democratización y reconstrucción del país. En marzo de 1946 se implantaba la reforma agraria, entregando a 700.000 campesinos sin tierra o con poca tierra 1.000.325 tembos (1 tembo = 0,992 hectáreas) de terreno que había pertenecido a los colonizadores japoneses, a los terratenientes latifundistas y a los «colaboradores». Así fue repartida entre los campesinos el 53% de la tierra. Las nuevas elecciones generales, celebradas en noviembre de 1946 con la participación de más del 99% del cuerpo electoral, daban el triunfo al Frente Nacional Democrático, encabezado por el Partido del Trabajo, presidido por Kim Ir Sen.

En el sur de Corea se creaba al mismo tiempo una situación muy distinta. El jefe de las tropas de ocupación yanqui, general Hodges, a las órdenes de MacArthur, dejaba en su puesto a las autoridades japonesas y a los colaboradores y se negaba a reconocer los Comités Populares. A fines de 1946, después de un año de dictadura, Hodges organizaba unas elecciones «controladas» que designaron 45 diputados a una Asamblea Constituyente. El propio general designó otros 45 diputados. Esta Asamblea   —89→   de lacayos elaboró una Constitución eligió como Presidente a Syngman Rhee, que había pasado la mayor parte de su vida en los Estados Unidos como alto funcionario de la «Compañía Minera Oriental», empresa yanqui con grandes intereses en Extremo Oriente.

Así es como Corea quedó cortada en dos. En el norte, tres quintas partes del país y un tercio de la población; en el sur, dos quintas partes del territorio y dos tercios de los habitantes. La mutilación del país quedaba aún agravada por el desequilibrio económico. El norte encierra en su suelo tres cuartas partes de las materias primas coreanas, carbón, tungsteno, hierro, grafito, etc., con casi toda la industria y las cinco grandes centrales eléctricas de Corea. El sur se convertía en un país agrícola, productor de arroz, mijo, algodón, soya, trigo, etc., y se veía obligado a importar de los Estados Unidos hasta los abonos, cuando en el norte de Corea se halla la fábrica más importante de abonos químicos de todo el Extremo Oriente, con una producción anual de 400.000 toneladas.

Pero esta aberración económica era precisamente lo que convenía a los intereses colonialistas yanquis. So capa del Plan Marshall el sur de Corea fue inundado por las mercancías norteamericanas y todas las actividades económicas del territorio fueron aniquiladas rápidamente. Un despacho de la Agencia de noticias Associated Press, fechado el 30 de agosto de 1949, informaba que durante 1948 las importaciones yanquis en el sur de Corea se habían elevado a 189 millones de dólares, mientras que las exportaciones del sur de Corea sólo habían sido de 2.900.000 dólares, es decir, el 4,7% de las importaciones. El resultado inmediato de esta colonización económica fue el cierre del 96,7% de las empresas industriales del sur de Corea desde fines de 1947, lo que ocasionó un aumento vertiginoso del paro. Al terminar el año 1949 existían en el sur de Corea, entre parados parciales y totales, tres millones de trabajadores sin empleo.

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La agresión norteamericana en Asia.

El pueblo coreano, excepto la miserable camarilla de Syngman Rhee, jamás aceptó la división nacional que le impuso el imperialismo yanqui con el beneplácito de la celestinesca Comisión de la ONU para Corea. En abril de 1948, a iniciativa del Partido del Trabajo, fue convocada una Conferencia conjunta en la que tomaron parte 56 partidos políticos y organizaciones sociales izquierdistas, derechistas y centristas, del norte y sur de Corea, representantes de unos 10 millones de personas adultas. Esta Conferencia desenmascaró a la Comisión de la ONU para Corea como un instrumento de la política colonial del imperialismo norteamericano, y decidió boicotear las elecciones por separado. En junio de aquel mismo   —90→   año, los dirigentes de más de 70 partidos y organizaciones políticas y sociales del norte y del sur de Corea decidieron celebrar elecciones generales en ambas partes del país, proclamar la República democrática única y formar el gobierno democrático central. Las elecciones generales a la Asamblea Popular Suprema de Corea tuvieron lugar el 25 de agosto de 1948 en el norte y en el sur de Corea. A pesar del terror desencadenado por la banda reaccionaria de Syngman Rhee, por las bayonetas yanquis, el 77,52% de los electores de Corea meridional tomaron parte en las elecciones... En la parte septentrional de Corea, donde transcurrieron con plena libertad, participó el 99,98% del cuerpo electoral. La primera Asamblea Popular Suprema integrada por obreros, campesinos, intelectuales, comerciantes, industriales y sacerdotes, elegidos por la población del norte y del sur, proclamó la República Democrática Popular de Corea, aprobó la Constitución y formó el gobierno democrático popular encabezado por Kim Ir Sen.

La Constitución de la República Democrática Popular de Corea dio carácter jurídico a las grandes transformaciones producidas en el norte del país que, desde la liberación, avanza por un camino de progreso y bienestar. En 5 años de régimen democrático popular el norte de Corea dio un gran salto en su desarrollo económico, social y cultural. Se entregó la tierra a los campesinos que la trabajan, la gran industria, la banca, el transporte y los seguros fueron nacionalizados. Se estableció la igualdad de derechos entre el hombre y la mujer, la jornada de 8 horas, vacaciones pagadas, una amplia red de seguros sociales. Quedó prohibido el empleo de la mano de obra infantil, se introdujo la enseñanza primaría obligatoria, liquidándose en gran parte el analfabetismo. Se fundó la Universidad nacional creándose a la vez 15 centros de enseñanza superior, en los que cursan estudios unos 10.000 jóvenes. Solamente durante el pasado año terminaron la carrera 1.400 médicos, maestros, ingenieros, etc., y se incorporaron a la industria y a la agricultura 4.000 especialistas formados en centros especiales de instrucción técnica. En 5 años fueron creadas 3.700 escuelas primarias y secundarias... La producción agrícola e industrial superó el nivel de antes de la guerra.

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Guerrillero coreano.

En diciembre de 1948 el gobierno soviético, atendiendo el ruego de la primera sesión de la Asamblea Popular Suprema de Corea, retiró sus tropas de Corea septentrional y, acto seguido, reconocía y establecía relaciones diplomáticas con el gobierno popular democrático de Corea. El gesto de la URSS, que confirmó una vez más su política de paz, amistad y respeto hacia otros pueblos, tuvo una gran resonancia en Corea meridional, donde el pueblo arreció su protesta contra la ocupación yanqui.

En junio de 1949 el grueso de las tropas norteamericanas de ocupación en Corea del sur fueron trasladadas al Japón. Dejaban en su lugar uno de los más monstruosos engendros del imperialismo yanqui: la sangrienta dictadura del pelele Syngman Rhee, que en cinco años de furioso terror asesinó a más de 100.000 patriotas, privando de libertad a 478.000 personas cuyo único delito fue luchar por la libertad, la democracia y la unidad de su patria desmembrada por los imperialistas yanquis. Apoyada en 50.000 policías y un ejército de 100.000 hombres, instruido por unos 500 jefes y oficiales norteamericanos,   —91→   la dictadura de Syngman Rhee se planteó la tarea, a instancias de sus amos, de aplastar el movimiento democrático en el sur y ahogar en sangre el régimen democrático popular establecido en el norte del país. Su política antidemocrática y de traición nacional provocó el odio de todo el pueblo, a tal punto que en las elecciones de junio de 1950 la camarilla de Syngman Rhee, a pesar del terror y la coacción, no logró reunir ni el 20% de los votos emitidos.

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A los 5 años de la victoria

El 8 de mayo de 1945 los representantes del Alto Mando del Ejército hitleriano firmaban en Berlín la capitulación sin condiciones.

Para obligar a capitular a las hordas hitlerianas, la Unión Soviética puso en tensión enormes recursos, tuvo que soportar terribles pruebas y sufrir cuantiosas pérdidas.

Quedaron dañadas o destruidas 31.850 empresas industriales, 65.000 kilómetros de vía férrea destrozados, 83.000 koljoses, 1.876 sovjoses y 2.890 parques de máquinas y tractores fueron saqueados por los hitlerianos, seis millones de edificios incendiados o destruidos, veinticinco millones de personas quedaron sin techo, millones de combatientes caídos en la lucha y millones de hombres, mujeres y niños exterminados en los campos de concentración. Tal fue, someramente expuesta, sin contar los sufrimientos y horrores causados por la guerra, la contribución de la URSS a la causa de la Paz y la libertad de los pueblos.



Saliendo al encuentro del anhelo del pueblo manifestado una vez más en elecciones libres, el Frente Nacional Democrático de Corea lanzó, pocos días después de las elecciones, un llamamiento a todos los coreanos de uno y otro lado del paralelo 38 para que llevaran a efecto, sin más dilaciones, la unidad nacional. La respuesta de los imperialistas yanquis no se hizo esperar. Temeroso de perder su plaza de armas coreana desencadenó la agresión.

El 25 de junio los mercenarios yanquis de Syngman Rhee, que en el curso de cinco años habían provocado más de 1.000 incidentes fronterizos, pasaron el paralelo 38 desencadenando la guerra. Los acontecimientos posteriores son conocidos. Siguiendo el sangriento método empleado por Hitler y Mussolini en España, los imperialistas yanquis intervinieron brutal y cínicamente en los asuntos coreanos lanzando a sus ejércitos de aire, mar y tierra contra el pueblo coreano, que se cubre de honor y de gloria en su justa lucha por la libertad, la independencia y la unidad nacional.



  —92→  

ArribaAbajoLa ciencia yanqui militarizada

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Ciencia militarizada.

Mientras la Oficina de Información Federal y la Comisión de Investigación de Actividades antiamericanas expulsan de las universidades y laboratorios a catedráticos, profesores e investigadores por el simple hecho de profesar ideas de paz y de progreso, la ciencia oficial yanqui se militariza convirtiéndose en un apéndice de la máquina de guerra del imperialismo norteamericano.

Al hablar de la ciencia oficial nos referimos a los laboratorios de las universidades, controlados por el Departamento de Guerra, y a los Institutos y centros de investigación científica de los trusts y monopolios reunidos bajo la dirección de la Asociación Nacional de Industriales que, junto a la organización de los banqueros, dicta la política de guerra del Gobierno. En unos casos se ponen al frente de las universidades a los más celosos militaristas, castrenses y civiles, y en otros se confieren los entorchados de general a los sabios y profesores más reaccionarios y chovinistas.

El general Eisenhower es «el amo» (the boss), como ellos dicen, de la Universidad de Columbia, de Nueva York; el almirante Nimitz es el «jefe» de la Universidad de California; el general-mayor Keting, del Instituto científico Itaca; el millonario Allen, de la Universidad de Washington; Stassen, uno de los dirigentes belicistas del Partido Republicano, ha sido nombrado rector de la Universidad de Pennsylvania. Por su parte, el profesor Compton y el físico Marland, directores del Instituto Tecnológico de Massachusetts, han recibido el grado de general.

Para que ninguna universidad carezca de su jefe militar, numerosos generales y almirantes, famosos por sus continuas incitaciones a la agresión, como Clark, Petterson y Bradley,   —93→   han sido nombrados doctores «honoris causa» de las Universidades de Harvard, Princeton, etc.

Uno de los objetivos de la militarización de las universidades es desterrar de ellas toda idea humanista y progresiva para preparar una nueva especie de gangster, el «gangster de la ciencia». De ello no deja lugar a dudas el informe presentado a últimos del pasado año por el general Eisenhower y en el cual se exige: «la completa reorientación psicológica del pueblo americano, la enseñanza de una especie de filosofía de la guerra en la universidad». Como tampoco el libro consagrado especialmente por un profesor de Universidad a esta cuestión y en el cual se dice: «En la guerra fría contra la Unión Soviética, los profesores que contribuyen a cambiar el espíritu de nuestros escolares juegan un papel tan importante como algunos de nuestros físicos y químicos...»

Bajo esta nueva orientación las ciencias humanistas se convierten en complemento de la ideología expansionista del imperialismo yanqui. A la geografía le sustituye la geopolítica hitleriana; la biología se adapta para enseñar la discriminación racial, la superioridad de la raza anglo-sajona; la economía justifica los planes expansionistas de la «ayuda Marshall», y así por el estilo. Los resultados de esta mixtificación de la ciencia sobre la moral del estudiante no se han hecho esperar. En una encuesta realizada entre los estudiantes para captar los efectos de la «reorientación psicológica», a la pregunta de «¿Qué es lo que más le gusta para pasar los ratos de asueto?», se han recibido millares de respuestas de este género el «whisky», las películas con artistas tipo «vamp» (vampiresas), muchachas, y la idea de «cómo conseguir 100.000 dólares al año».

Si de la preparación ideológica de los futuros «investigadores atómicos» pasamos a la práctica de los laboratorios científicos y a la propaganda de las revistas «científicas», veremos con no menos nitidez los efectos de la militarización de la ciencia americana.

El laboratorio de tóxicos de la Facultad de Medicina de Chicago se jacta de haber hallado 1.500 nuevos elementos tóxicos «muy eficaces para la guerra química». Por su parte, el profesor adjunto de bacteriología del Colegio de Médicos y Cirujanos de la Universidad Columbia (dirigida como hemos dicho por el general Eisenhower) declara con júbilo que una onza del veneno sacado del botuto -árbol bombáceo del Orinoco- es suficiente para matar a 200 millones de personas, y que un sólo gramo de estreptococos causaría «violentísimos males de garganta» a 700 millones de personas.

El centro de investigación biológica del Estado de Maryland ha sido transformado en campo de experimentación de la «guerra bacteriológica», en donde, según declaraciones oficiales, «centenares de químicos enviados por el Departamento de Guerra investigan con afán los procedimientos de la guerra bacteriológica, orientándose hacia la utilización de las bacterias capaces de aniquilar   —94→   a un mismo tiempo hombres, cultivos y ganado».

Junto al estudio e investigación de los procedimientos de exterminio en masa de grandes núcleos de población, la ciencia militarizada yanqui se ocupa también de «acabar con el comunismo por procedimientos científicos». La Agencia United Press publicó recientemente una entrevista con un profesor de Química Biológica del Instituto Tecnológico de Massachusetts, quien declaró haber ideado un instrumento de precisión para medir las inclinaciones y convicciones del individuo que permitiría establecer el grado de envenenamiento de su cerebro por las ideas comunistas. La prensa americana ha publicado con grandes titulares la noticia de que otro «sabio» ha presentado oficialmente al Gobierno un nuevo procedimiento quirúrgico, de su invención, para hacer la trepanación a toda persona sospechosa de comunista; operación que, si bien acarrearía el debilitamiento cerebral del operado, permitiría extirpar de su mente el comunismo por procedimientos quirúrgicos. A mediados de abril las agencias americanas transmitieron la noticia de que un biólogo que trabaja sobre la fecundación artificial había propuesto, oficialmente, la creación de una especie de «hombre-mono» por medio de la fecundación artificial del gorila-hembra con germen humano. El objeto sería -añade la noticia- crear un tipo de hombre mucho más fuerte que el normal, con un poco más de inteligencia que el gorila, lo cual permitiría emplearle como esclavo en el trabajo y «eliminar así el peligro comunista que proviene de los obreros».

Se podrá decir que todo esto se parece a las célebres lunas artificiales del Secretario de la Guerra yanqui Forrestal, quien puso fin a su locura arrojándose desde una ventana. Pero lo cierto es que, en las condiciones actuales de psicosis de guerra e histeria anti-comunista que reina en los Estados Unidos, la ciencia militarizada yanqui constituye un instrumento ciego en manos de los belicistas que pretenden aterrorizar al mundo para que sea aceptada su hegemonía mundial.

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El sabio militarizado proclama su invención.

A este fin, ésta y otras muchas «invenciones científicas» por el estilo son ensalzadas por las revistas «científicas» de América y sus dominios   —95→   marshalizados. En esas publicaciones la bomba atómica ha pasado a segundo plano. En general, desde que la Unión Soviética declaró poseer el arma atómica, la inventiva yanqui no tiene fronteras. La bomba de hidrógeno, los platillos volantes, el submarino atómico, el gas destructor de los centros nerviosos, la bomba atómica de bolsillo y, según la revista Ciencia para todos, armas ultrasecretas como la que «permite helar los mares e incendiar la atmósfera».

Tras esta propaganda, que recuerda en mucho lo de «la bolsa o la vida» del ladrón de encrucijada, está la preparación efectiva de la guerra por parte de los imperialistas yanquis, que han dado a su ciencia militarizada la consigna de trabajar día y noche en el dominio de las armas de exterminio en masa.

Ni que decir tiene que los sabios y profesores progresivos norteamericanos se alzan cada vez con más vigor contra esta criminal actividad. La Unión de Profesores de Nueva York ha elevado su más enérgica protesta contra el programa de reorientación psicológica de Eisenhower. Un gran número de profesores e intelectuales se ha reunido recientemente en dicha ciudad para protestar contra la «guerra fría», para pedir la prohibición del arma atómica y el cese de la persecución de los hombres de ciencia demócratas y progresivos. Su voz se ha unido a la de centenares de millones de personas que en todo el mundo firman el llamamiento de Estocolmo y reclaman que cesen los preparativos de guerra y que sea prohibido el uso del arma atómica.

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Lo que exigen los Partidarios de la Paz en todo el mundo



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ArribaEl humor, arma de lucha popular

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La venta libre de patatas sigue siendo un negocio para los grandes almacenistas, especuladores, estraperlistas y demás fauna del régimen, como cuando este artículo, de primera necesidad, estaba racionado. El kilo cuesta 12 pesetas. Esta situación ha inspirado la siguiente letrilla que corre por toda España:


«Ahora venden las patatas el tendero y verdulero,
como siga la subida las venderá el Trust Joyero».

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Dos amigos se encuentran en la calle. Se paran a charlar y ven pasar a un conocido de ambos soberbiamente vestido.

-Atiza -dice uno de ellos-. ¿Te has fijado lo bien vestido que va Macario? Le debe haber tocado el gordo, porque no es de Falange, ni militar ni de Acción Católica.

-Qué le va a tocar el gordo -responde el otro-. Es que trabajaba cuando en España no existía ni el «seguro social», ni «la participación en los beneficios», ni los «puntos», ni las «primas», ni el «seguro de enfermedad», ni el «descuento sindical obligatorio», ni «el seguro de paro»... ya sabes, ninguno de los beneficios que nos da el régimen y... no se descontaba nada del salario.

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En la tertulia de un café pregunta uno:

-¿Se han enterado ustedes de eso de los platillos volantes?

-Ya lo creo -responde uno-, como que España ha pasado a ser la mayor potencia aérea del mundo.

-No exagere.

-Pero que no le quepa la menor duda. ¿Es que no tiene Franco 28 millones de platos en el aire?

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Una mujer va en el tren leyendo un libro. De vez en cuando suspira, y por fin se le saltan las lágrimas. Sin embargo no abandona la lectura.

El viajero que va sentado enfrente de ella, intrigado, le pregunta:

-¿Es muy emocionante esa novela, señora?

La mujer responde con voz dulce:

-No es una novela, caballero, es un libro de cocina de antes de la guerra.

Le Directeur-Gerant: R. Poirault Les Impressions Rapides

7, rue Darboy, Paris (XIe)

FIN N.º 5