De utilidad suma es el conocimiento
de la lengua latina para hablar y aun para pensar rectamente.
Viene a ser esta lengua como un tesoro de erudición
y como una disciplina, porque en latín escribieron
sus enseñanzas grandes y óptimos ingenios.
Y para la juventud este estudio no embaraza, sino que, al
contrario, hace fáciles otros estudios y ocupaciones
del entendimiento.
Para el conocimiento de la lengua latina
escribí estos primeros ejercicios, que espero sean
provechosos a la niñez, y me pareció que debía
dedicártelos a ti, Príncipe dócil y
grande esperanza, y ello por ti y por la benevolencia que
me mostró siempre tu padre, que educa tu ánimo
excelentemente en las rectas costumbres de España,
que es la patria mía, cuya conservación estará
mañana fiada a tu probidad y sabiduría.
Mas
de todas estas cosas y de otras oirás copiosa y frecuentemente
a Juan Martínez Silíceo, tu maestro.
Despertar matutino |
|
BEATRIZ (criada), MANUEL y EUSEBIO.
|
BEATRIZ. -
Jesucristo
os saque del sueño de los vicios. ¡Eh, muchachos!
¿No vais a despertar hoy? |
MANUEL. -
No sé qué
me hiere en los ojos; veo cual si los tuviese llenos de arena. |
BEATRIZ. -
Desde hace mucho tiempo es ésta tu primera
canción matutina. Abriré las dos hojas de las
ventanas, las de madera y las de vidrio, para que a entrambos
os dé en los ojos la luz de la mañana. ¡Levantaos!
¡Levantaos! |
EUSEBIO. -
¿Tan temprano? |
BEATRIZ. -
Más
cerca está el mediodía que el alba. Tú,
Manuel, ¿quieres mudarte de camisa? |
MANUEL. -
Hoy no, que
ésta está bastante limpia; mañana me
pondré otra. Dame el jubón. |
BEATRIZ. -
¿Cuál?,
¿El sencillo o el acolchado? |
MANUEL. -
El que quieras; me
da igual. Dame el sencillo para que si hoy juego a la pelota
esté más ligero. |
BEATRIZ. -
Siempre lo mismo;
antes piensas en el juego que en la escuela. |
MANUEL. -
¿Qué
dices, majadera? También la escuela se llama juego. |
BEATRIZ. -
Yo no entiendo vuestros sofismas y gramatiquerías. |
MANUEL. -
Dame las pretinas de cuero. |
BEATRIZ. -
Están
rotas. Toma las de seda, que así lo mandó tu
ayo. ¿Y ahora? ¿Quieres los calzones y las medias porque
hace calor? |
MANUEL. -
De ninguna manera; dame los calzoncillos.
Apriétamelos bien. |
BEATRIZ. -
¿Cómo? ¿Tienes
de paja o de manteca los brazos? |
MANUEL. -
No, sino que los
tengo como cosidos con un hilo delgado. ¡Oh, qué agujetas
me das, sin cabos y rotas! |
BEATRIZ. -
Acuérdate que
ayer perdiste las enteras jugando a los dados. |
MANUEL. -
¿ Cómo lo sabes? |
BEATRIZ. -
Yo te acechaba por una
rendija de la puerta cuando jugabas con Guzmancillo. |
MANUEL. -
Querida, no lo digas al ayo. |
BEATRIZ. -
Pues se lo diré
la primera vez que me llamares fea, como sueles. |
MANUEL. -
¿Y si te llamara ladrona? |
BEATRIZ. -
Lo que quieras; mas
no fea. |
MANUEL. -
Dame los zapatos. |
BEATRIZ. -
¿Cuáles?
¿Los cerrados de capellada larga o los abiertos de capellada
corta? |
MANUEL. -
Los cerrados, por el lodo. |
BEATRIZ. -
El
lodo seco, que por otro nombre se llama polvo. Haces bien,
porque en los abiertos se ha roto una correa y falta una
hebilla. |
MANUEL. -
Pónmelos, por tu vida. |
BEATRIZ. -
Póntelos tú. |
MANUEL. -
No puedo doblarme. |
BEATRIZ. -
Tú con facilidad te doblarías; mas
por la pereza te es difícil. ¿Te tragaste una espada
como aquel charlatán de hace cuatro días? Si
ahora eres delicado, ¿qué te ocurrirá cuando
seas mayor? |
MANUEL. -
Atalos con doble lazada, que es más
elegante. |
BEATRI. -
¡Nada menos! Al instante se desharía
la lazada y te caerían los zapatos de los pies; más
vale atarlos con dos nudos o con nudo y lazada. Toma la ropilla
con mangas y el ceñidor de lienzo. |
MANUEL. -
No me
agrada éste, sino la correa de ir a cazar. |
BEATRIZ. -
No quiere tu madre; ¿has de hacer siempre tu gusto? Además
ayer rompiste el clavillo de la hebilla. |
MANUEL. -
No me
la podía quitar de otro modo. Dame el ceñidor
colorado de hilo. |
BEATRIZ. -
Toma; cíñete a
la francesa. Péinate primero con las púas ralas;
después con las espesas. Ponte el sombrero; no te
lo eches al cogote ni a los ojos, como acostumbras. |
MANUEL. -
Salgamos ya de aquí. |
BEATRIZ. -
¿Cómo, sin
lavaros las manos ni la cara? |
MANUE. -
Con tu molesta curiosidad
ya hubieras abrumado a un toro, cuanto más un hombre.
No parece que vistes a un muchacho, sino a una novia. |
BEATRIZ. -
Eusebio, trae el jarro y la jofaina. Levanta un poco la mano
y vierte el agua despacio, por el pico, no de golpe, que
se derrame. Lávate la suciedad de los artejos de los
dedos; enjuágate la boca, gargariza, estrega bien
las cejas y los párpados, así como las orejas;
toma tu toalla y sécate. ¡Válgame Dios! ¡Todo
hay que advertírtelo; no haces cosa que salga de ti! |
MANUEL. -
¡Bah! ¡Eres muy importuna y odiosa! |
BEATRIZ. -
Y tú muy encantador y hermoso niño. Dame un
beso y un abrazo. Arrodíllate delante de esta imagen
del Salvador y reza el Padrenuestro y las demás oraciones
diarias antes que salgas del aposento. Mira, Manuel mío,
que no pienses en otra cosa cuando reces. Espera un poco;
cuelga este pañuelo de la correa para limpiarte las
narices. |
MANUEL. -
¿Estoy ya compuesto a tu gusto? |
BEATRIZ. -
Sí. |
MANUEL. -
Pues al mío no, porque lo estoy
al tuyo. Apostaré que he gastado una hora en vestirme. |
BEATRIZ. -
Y aunque hubieras gastado dos. ¿Adónde
habías de ir ahora? ¿Qué tienes que hacer?
¿Creo que no irás a cavar o a arar? |
MANUEL. -
¡Como
si me faltara qué hacer! |
BEATRIZ. -
¡Oh, grande hombre,
muy ocupado en hacer nada! |
MANUEL. -
¿ No te vas, chismosa?
¡Vete, o yo te haré ir a zapatazos y te quitaré
la cofia de la cabeza!.
|
Los que van a la escuela |
|
CIRRATO, PRETEXTATO, VIEJA, TERESICA (criada), TITIVILICIO
y VERDULERA.
|
CIRRATO. -
¿Te parece que es horade ir a la escuela? |
PRETEXTATO. -
Sin duda, ya es hora que vayamos. |
CIRRATO. -
No sé bien el camino; creo que está en aquella
calle cercana. |
PRETEXTATO. -
¿Cuántas veces fuiste
allá? |
CIRRATO. -
Tres o cuatro. |
PRETEXTATO. -
¿Cuándo
empezaste a ir? |
CIRRATO. -
Hará unos tres o cuatro
días. |
PRETEXTATO. -
¿Y no basta eso para conocer el
camino? |
CIRRATO. -
No, aunque fuese cien veces. |
PRETEXTATO. -
¿Pero es verdad? Pues yo, aunque no hubiera ido más
que,una vez, no erraría el camino. Es que tú
vas de mala gana y jugando; no miras las calles, ni las casas,
ni algunas señales que te muestren por dónde
debes ir y volver. Yo observo todo esto con cuidado, porque
voy gustoso. |
CIRRATO. -
Este muchacho habita cerca de la
escuela. Oye, Titivilicio, ¿por dónde se va a tu casa? |
TITIVILICIO. -
¿Qué quieres? ¿Te envía tu madre?
La mía no está en casa, ni mi hermana; las
dos fueron a la iglesia de Santa Ana. |
CIRRATO. -
¿Qué
hay allí? |
TITIVILICIO. -
Ayer fue la dedicación
del templo y hoy las convidó una quesera a comer cuajada, |
CIRRATO. -
¿Por qué no fuiste con ellas? |
TITIVILICIO. -
Me quedé para guardar la casa. Se llevaron con ellas
un hermanito mío, y prometieron traerme en la cestita
alguna porción de lo que sobrara. |
CIRRATO. -
¿Cómo
no estás en tu casa? |
TITIVILICIO. -
Luego volveré.
Ahora voy a jugar y a jugar a la taba con el hijo de este
zapatero. ¿ Queréis venir vosotros? |
CIRRATO. -
Vamos,
Si te atreves. |
PRETEXTATO. -
Todo menos eso. |
CIRRATO. -
¿Por
qué no? |
PRETEXTATO. -
Porque no nos azoten. |
CIRRATO. -
¡Ah! ¡No me acordaba! |
TITIVILICIO. -
No os azotarán. |
CIRRAT. -
¿Tú qué sabes? |
TITIVILICIO. -
Porque
vuestro maestro perdió ayer la férula. |
CIRRAT. -
¿Cómo lo supiste? |
TITIVILICIO. -
Porque hoy hemos
oído desde casa los gritos que daba buscándola. |
CIRRATO. -
Vamos; juguemos un poco. |
PRETEXTATO. -
Juega tú,
si quieres; iré yo solo. |
CIRRATO. -
No digas nada
al maestro; dile que mi padre me retiene en casa. |
PRETEXTATO. -
¿Quieres que mienta? |
CIRRAT. -
¿Por qué no? ¡Por un
amigo! |
PRETEXTATO. -
Porque oí en el templo al predicador
que decía qué los mentirosos son hijos del
diablo, y los que dicen verdad, hijos de Dios. |
CIRRATO. -
¿Del diablo? ¡Calla! Por la señal de la santa cruz,
de nuestros enemigos líbranos, Señor, Dios
nuestro. |
PRETEXTATO. -
No podrás librarte si juegas
cuando has de estudiar. |
CIRRATO. -
Vámonos; tú,
quédate con Dios. |
TITIVILICIO. -
¡Ay, estos muchachos
no se atreven a jugar un poco por temor a los azotes! |
PRETEXTATO. -
Es éste un muchacho perdido y saldrá un mal
hombre. Mas se nos fue y no le hemos preguntado por dónde
se va a la escuela; llamémosle otra vez. |
CIRRATO. -
Vaya enhoramala, no quiero que me provoque de nuevo a jugar.
Se lo preguntaremos a esta vieja. Madre, ¿sabéis por
dónde se va a la escuela de Filipono? |
VIEJA. -
Junto
a esa escuela habité seis años y allí
parí a mi hijo el mayor y dos hijas. Pasad esta plaza
de Villarrasa, después seguid el callejón,
luego la plaza del Señor de Bétera; allí
torced a la derecha, luego a la izquierda y preguntad, que
la escuela está cerca. |
CIRRATO. -
¡Ah! ¿ Cómo
podremos acordarnos de todo eso? |
VIEJA. -
Teresica, lleva
a estos muchachos a la escuela de Filipono, porque la madre
de éste es aquella que nos daba lino para peinar e
hilar. |
TERESICA. -
¿Qué malaventurado es ese Filipono?
¿Cuál hombre es? ¡Como si yo lo conociese! ¿Acaso
habláis del zapatero remendón de junto a la
Taberna Verde? ¿O del pregonero de la calle del Gigante,
el que alquila caballos? |
VIEJA. -
Harto sé que ignoras
las cosas que son necesarias, mas no las que de nada aprovechan.
¡Torpe, Filipono es aquel maestro viejo, alto y corto de
vista de enfrente de la casa en que hemos vivido! |
TERESICA. -
¡Ah! ¡Ya me acuerdo! |
VIEJA. -
A la vuelta pásate por
el mercado y compra hortaliza, rábanos y cerezas.
Toma la cesta. |
CIRRATO. -
Llévanos a nosotros por
el mercado. |
TERESICA. -
Más presto iréis por
aquí. |
CIRRATO. -
No queremos ir por aquí. |
TERESICA. -
Y ¿por qué no? |
CIRRATO. -
Porque me mordió
el perro de la casa de aquel panadero, y también porque
queremos acompañarte a la plaza. |
TERESICA. -
A la
vuelta pasaré por el mercado, porque está muy
lejos de aquí, y compraré lo que me mandaron.
Antes os dejaré en la escuela. |
CIRRATO. -
Queremos
ver por cuánto comprarás las cerezas. |
TERESICA. -
Las mercamos a seis dineros la libra; pero, ¿a ti qué
te importa? |
CIRRATO. -
Es que mi hermana me mandó
esta mañana que preguntara por cuánto las vendían,
y hay allí una verdulera vieja, la que, si le mercares,
no sólo te las dará más baratas, sino
que también nos regalará algunas cerezas o
algún cogollo de lechuga, porque esa vieja sirvió
a mi madre y a mi hermana algún tiempo. |
TERESICA. -
Temo no os cueste algunos azotes el haber rodeado tanto. |
CIRRATO. -
No, porque llegaremos a buen tiempo. |
TERESICA. -
Vamos; así me pasearé un poco. ¡Desdichada
de mí, que me consumo de estar todo el día
sentada en casa! |
PRETEXTATO. -
¿Pues, qué haces? ¿Acaso
estás ociosa? |
TERESICA. -
¿Ociosa? Nada de eso: hilo,
hago ovillos, devano, tejo. ¿Piensas que la vieja me permitiría
estar ociosa? Maldice los días de fiesta porque durante
ellos no se debe trabajar. |
PRETEXTATO. -
¿Por ventura no
son sagrados los días de fiesta? ¿Cómo, pues,
maldice de lo que es sagrado? ¿Quiere, quizá, hacer
que no sea sagrado aquello que lo es? |
TERESICA. -
¿Crees
que yo aprendí geometría para que os lo pueda
declarar? |
CIRRATO. -
¿ Qué cosa es geometría? |
TERESICA. -
No lo sé. Nosotros teníamos una
vecina a quien llamaban Geometría. Estaba siempre
en la iglesia con los sacerdotes, o éstos en casa
de ella. Y así, según decían, era muy
sabia. Mas ya hemos llegado al mercado. Ahora a ver dónde
está vuestra vieja. |
CIRRATO. -
Eso estaba yo mirando.
Pero compra a ésta, con tal que añada algunas
cerezas para nosotros. Tía, esta muchacha le mercará
cerezas si nos diere algunas. |
VERDULERA. -
A mí no
me dan nada; aquí todo se vende. |
CIRRATO. -
¿Ni le
dan esas suciedades de las manos y del cuello? |
VERDULERA. -
¡Desvergonzadillo, si no te vas de aquí probarán
tus carrillos estas suciedades! |
CIRRATO. -
¿ Cómo
las probarán mis carrillos estando en vuestras manos? |
VERDULERA. -
¡Vuelve las cerezas, ladronzuelo! |
CIRRATO. -
Es para catarlas, porque quiero comprar. |
VERDULERA. -
Pues
Compra. |
CIRRATO. -
¿Por cuánto, si me agradasen? |
VERDULERA. -
A dinero la libra. |
CIRRATO. -
¡Puf! Son acedas.
¡Ah, bruja, vendes aquí a las gentes cerezas ahogaderas! |
TERESICA. -
Vamos a la escuela, porque vosotros me enredaríais
con vuestras agudezas y me detendríais mucho. Creo
que ya estará la vieja en casa renegando por mi tardanza.
Esta es la puerta; llamad.
|
La vuelta a la casa y los juegos pueriles |
|
TULIOLO, CORNELIOLA, ESCIPIÓN, LÉNTULO, MADRE
y CRIADA.
|
CORNELIOLA. -
Bienvenido seas, Tuliolo; ¿quieres
jugar un poco? |
TULIOLO. -
Ahora no; luego jugaremos. |
CORNELIOLA. -
¿ Qué tienes que hacer? |
TULIOLO. -
Repasar lo que
el maestro me mandó encomendase a la memoria. |
CORNELIOLA. -
¿Qué te mandó? |
TULIOLO. -
Mira. |
CORNELIOLA. -
¡Oh! ¿Qué notas son éstas? Parecen hormigas
pintadas. ¡Madre mía, qué de hormigas y mosquitos
trae Tuliolo pintados en la cartilla! |
TULIOLO. -
Calla, loca;
son letras. |
CORNELIOLA. -
¿Cómo se llama la primera? |
TULIOLO. -
A. |
CORNELIOLA. -
¿Por qué la primera es
A y no es otra? |
MADRE. -
¿Por qué eres tú Corneliola
y no Tuliolo? |
CORNELIOLA. -
Porque así me llamo. |
MADRE. -
Pues lo mismo sucede con estas letras. Mas vete ya
a jugar, hijo mío. |
TULIOL. -
Aquí dejo la cartilla,
y el puntero; si alguno los tocare mi madre le azotará.
¿No es verdad, madrecita mía? |
MADRE. -
Sí,
hijo mío. |
TULIOLO. -
¡Escipión, Léntulo,
venid a jugar! |
ESCIPIÓN. -
¿A qué jugaremos? |
TULIOLO. -
Jugaremos a echar nueces en el hoyuelo. |
LÉNTULO. -
No tengo sino pocas nueces, y ésas cascadas o podridas. |
ESCIPIÓN. -
Jugaremos con cáscaras de nueces. |
TULIOLO. -
¿Y de qué me aprovecharán aunque
gane veinte, si dentro no hay meollo que comer? |
ESCIPIÓN. -
Yo cuando juego no como. Si quiero comer algo, se lo digo
a mi madre. Estas cáscaras de nueces son, a propósito
para hacer casas a las hormigas. |
LÉNTULO. -
Juguemos
a pares o nones con alfileres. |
TULIOLO. -
Trae las tabas. |
ESCIPIÓN. -
Léntulo, tráelas. |
LÉNTULO. -
Aquí las tienes. |
TULIOLO. -
¡Cuán llenas están
de polvo y suciedad, qué poco descarnadas y nada pulidas!
¡Tira tú! |
ESCIPIÓN. -
¡A ver quién es
mano! |
LÉNTULO. -
Yo soy mano. ¿Qué jugamos? |
ESCIPIÓN. -
Las pretinas. |
LÉNTULO. -
Yo no
quiero perder las mías, que luego en casa me azotaría
el ayo. |
TULIOLO. -
¿Y qué quieres perder si te gano? |
LÉNTULO. -
Papirotes. |
MADRE. -
¿Qué hacéis
tirados por el suelo? Destrozáis la ropa y los zapatos,
y más en lugar tan sucio. ¿Por qué, antes de
sentaros, no barréis el suelo? Traed la escoba. |
TULIOLO. -
¿ Qué jugamos? |
ESCIPIÓN. -
Un alfiler por cada
punto. |
TULIOLO. -
Mejor dos. |
LÉNTULO. -
Yo no tengo
alfileres; si queréis pondré rabos de cerezas
por alfileres. |
TULIOLO. -
¡Quita allá! Jugaremos tú
y yo, Escipión. |
ESCIPIÓN. -
Yo aventuro mis
alfileres. |
TULIOLO. -
Dame las tabas para tirar primero.
¿Ves? ¡Gané! |
ESCIPIÓN. -
No, por cierto, que
no iba de veras. |
TULIOLO. -
Para ti nunca se juega de veras.
¡Como si dijeras que lo blanco es negro! |
ESCIPIÓN. -
Búrlate lo que quieras; esta vez no te llevarás
mis alfileres. |
TULIOLO. -
Sea; te perdono esta mano; juguemos
ya por la ganancia. ¡Que me valga la suerte! |
ESCIPIÓN. -
Yo he ganado. |
TULIOLO. -
Toma la puesta. |
LÉNTULO. -
Dame las tabas. |
TULIOLO. -
Va el resto. |
LÉNTULO. -
Quiero. |
CRIADA. -
Muchachos, venid a cenar. ¿No os cansáis
de jugar? |
TULIOLO. -
No hemos comenzado, y ya ésta
dice que lo dejemos, |
CORNELIOLA. -
Me enfada este juego.
Juguemos al alquerque. |
TULIOLO. -
Rayemos este ladrillo con
carbón o yeso para jugar. |
ESCIPIÓN. -
Más
quiero yo cenar que jugar. Ahora me voy sin alfileres por
vuestras trampas. |
TULIOLO. -
Acuérdate que ayer se
los ganaste tú a Cetego. Ni aun aquel que es más
diestro, vence siempre en el juego. |
CORNELIOLA. -
Trae los
naipes, que hallarás en el aparador a mano izquierda. |
ESCIPIÓN. -
Otra vez, que ahora no hay tiempo. Temo
que mi ayo se enoje si tardo más y me envíe
a dorrnir sin cenar. Cuida tú, Corneliola, de tenernos
prevenidos los naipes para mañana por la tarde. |
CORNELIOLA. -
Si nos lo permite madre. Valía más jugar ahora
que nos deja. |
ESCIPIÓN. -
Ahora que nos llaman, lo
mejor es cenar. |
CRIADA. -
¿Y no me dais nada a mí,
que estaba mirando? |
CORNELIOLA. -
Te daríamos algo
si hubieses sido árbitro del juego. Antes debes darnos
tú, que te divertiste viéndonos jugar. |
CRIADA. -
Vamos, muchachos. ¿Cuándo vais a venir? La cena está
mediada, ahora sirven la carne, y pronto sacarán el
queso y las manzanas.
|
Refección escolar |
|
NEPUTOLO, PISÓN, MAESTRO, REPETIDOR, FLORO, ANTRAX
y LAMIA (criada).
|
NEPUTOLO. -
¿Vivís aquí espléndidamente? |
PISÓN. -
¿Qué preguntas; si aquí nos
lavamos? Cada día las manos y la cara, y muy a menudo.
La limpieza del cuerpo conviene a la salud y al ingenio. |
NEPUTOLO. -
No pregunto eso, sino si coméis y bebéis
a gusto de vuestro ánimo. |
PISÓN. -
No comemos
a gusto del ánimo, sino del paladar. |
NEPUTOLO. -
Digo
si coméis como y cuanto queréis. |
PISÓN. -
Muchísimo, o sea con hambre, y el que quiere come,
y el que no, se abstiene. |
NEPUTOLO. -
¿Os levantáis
de la mesa con hambre? |
PISÓN. -
Nos levantamos no
hartos del todo; ni conviene la hartura, que saciarse es
de brutos, no de hombres. Cuentan que hubo un rey sapientísimo
que nunca se sentó a la mesa sin apetito, ni se retiró
de ella harto. |
NEPUTOLO. -
¿ Qué coméis? |
PISÓN. -
Lo que tenemos. |
NEPUTOLO. -
Pensaba que comíais lo
que no teníais. Pero, en suma, ¿qué es lo que
tenéis? |
PISÓN. -
Molesto preguntador, comemos
aquello que nos dan. |
NEPUTOLO. -
¿Y qué os dan? |
PISÓN. -
A la hora y media de habernos levantado, almorzamos. |
NEPUTOLO. -
¿Cuándo os levantáis? |
PISÓN. -
Con el
Sol, que es caudillo de las musas, como la aurora es grata
a éstas. Nuestro almuerzo es un pedazo de pan de harina
sin cerner, con manteca y algunas frutas del tiempo. A mediodía
comemos hortalizas o verduras cocidas o una escudilla de
sepa, más un pedazo de carne, y unas veces nabos,
otras berzas o fécula, o sémola, o arroz. Los
días de vigilia comemos una escudilla de suero, del
que se hace la manteca, con sopas, más pescado fresco,
si le hay barato en el mercado, y, si no, pescado salado
puesto en remojo, y después almortas o garbanzos o
lentejas, o habas u otra legumbre. |
NEPUTOLO. -
¿Cuánto
os dan de cada una de estas cosas? |
PISÓN. -
Pan, cuanto
queremos; de las viandas, lo bastante no para hartar, sino
para sustentar. Busca comidas regaladas en otra parte, no
en la escuela, donde los ánimos se instruyen en la
virtud. |
NEPUTOLO. -
¿Qué bebéis? |
PISÓN. -
Agua fresca, cerveza floja, y, raras veces, vino muy aguado.
La merienda, o antecena- si así quieres llamarla-,
la constituyen un pedazo de pan, y almendras, o avellanas,
o higos secos, o pasas; y si es verano, peras o manzanas,
o cerezas, o ciruelas; ahora que cuando vamos a la granja
a recrearnos, tomamos leche o cuajada, queso fresco, leche
de almendras, altramuces aliñados, pámpanos
y algunas otras cosas. La cena se concluye con ensalada bien
picada y aderezada con sal, aceite de oliva, de la alcuza,
y vinagre. |
NEPUTOLO. -
¿Cómo, con aceite de nueces
o de raíces? |
PISÓN. -
¡Con cosas tan desabridas
e insalubres, no! Comemos también en un plato grande
carne de carnero cocida en la olla con caldo, más
algunas ciruelas pasas o raicillas u hortalizas, que son
como verdura; también comemos longaniza alguna vez,
que sabe muy bien. |
NEPUTOLO. -
¿Con cuál salsa? |
PISÓN. -
Con hambre, que es la mejor y la más sabrosa. Además,
ciertos días de la semana comemos un poco de carne
asada, de ternera unas veces, y de cabrito otras. En verano
nos dan como postre rábanos o un pedazo de queso,
no podrido ni rancio, sino fresco, que es de más sustento,
peras, priscos o membrillos. Los días de vigilia,
en lugar de carne nos dan huevos asados al rescoldo, o fritos,
o estrellados, o pasados por agua, o en la tortilla hecha
en la sartén, con vinagre o agraz; algunas veces un
poco de pescado, y después queso y nueces. |
NEPUTOLO. -
¿Cuánto os dan a cada uno? |
PISÓN. -
Un par
de huevos y otro par de nueces. |
NEPUTOLO. -
¿Y después
de cenar alguna vez coméis algo? |
PISÓN. -
Muchas
veces. |
NEPUTOLO. -
¿Y qué coméis, porque esto
es cosa gustosa? |
PISÓN. -
Pues concurrimos al banquete
de Siro, que relata Terencio, o alguno de aquellos tan suntuosos
de Ateneo, y otros semejantes que refieren las historias.
¿Acaso piensas que nosotros somos puercos y no hombres? ¿Qué
vientre podría engullir más después
de cuatro comidas? Esto es una escuela, no lugar donde se
ceba animales. Dicen que no hay nada tan dañoso para
la salud como beber poco antes de acostarse. |
NEPUTOLO. -
¿Podré cenar con vosotros? |
PISÓN. -
Es fácil,
siempre que se le pida licencia al maestro, que acostumbra
a concederla con gusto. De otro modo no, porque seria de
mala crianza y quien te llevara quedaría corrido y
afrentado delante de los condiscípulos. Espera un
poco. Maestro, con vuestra licencia, ¿puede cenar con nosotros
un muchacho conocido mío? |
MAESTRO. -
¡Enhorabuena!
No me enojará. |
PISÓN. -
Gracias. Mira, este
que lleva la servilleta colgada al cuello es el refitolero
de semana. Porque aquí tenemos un refitolero cada
semana, como los reyes tienen maestresalas. |
REPETIDOR. -
Lamia, ¿qué hora es? |
LAMIA. -
Ocupada desde que dieron
las tres en escribir una epístola, no oí hora
alguna. Floro os lo dirá, que en toda la tarde miró
las hojas del libro. |
FLORO. -
Muy de amiga es tu testimonio,
y muy del caso con un maestro enojado. Mas ¿cómo pudiste
ver todo esto, estando tan ocupada, como dices, con tu epístola?
En verdad, mucho me alegra que mi enemiga sea tenida por
embustera. Si otra vez quisieres calumniarme, nadie te creerá. |
REPETIDOR. -
¿No hay ninguno que pueda decirme qué
hora es? Antrax, ve corriendo a la iglesia de San Pedro y
mira la hora. |
ANTRAX. -
El reloj señala las seis. |
REPETIDOR. -
¿Las seis ya? Ea, muchachos, levantaos pronto,
daos prisa, recoged los libros. Apercibid las mesas, traed
manteles, poned servilletas, tajadores y pan, aprestad los
asientos, y esto dicho y hecho para que el maestro no se
enoje. Tú, saca agua de la cisterna; tú, trae
cerveza; tú, pon vasos. ¿Qué es esto? ¿Cómo
los traes tan empañados? Vuélvelos a la cocinera,
que los friegue y seque bien para que estén limpios
y resplandecientes. |
PISÓN. -
Nunca lograréis
eso mientras tengamos en la cocina esta criada. No se atreve
a fregar con fuerza las cosas, y las lava sólo una
vez con agua tibia; de tal modo cuida sus dedos. |
REPETIDOR. -
¿Por qué no se lo adviertes al maestro? |
PISÓN. -
Mejor sería quejarnos a, la portera. En sus manos
está mudar las criadas de cocina. Pero ahí
viene. Tú mismo limpia estos vasos con arena, agua
y hojas de higuera u ortigas, para que el maestro no tenga
hoy que reprender con fundamento. |
MAESTRO. -
¿Está
todo aparejado? ¿Hay algo que pueda detenernos? |
REPETIDOR. -
Nada. |
MAESTRO. -
No tengamos que esperar de plato a plato. |
REPETIDOR. -
¿Platos? Mejor dicho es uno, y éste escaso. |
MAESTRO. -
¿Qué dices entre dientes? |
REPETIDOR. -
Digo que ya es tiempo de sentarnos, porque la cena casi se
está pasando de punto. |
MAESTRO. -
Muchachos, lavaos
las manos y la cara. ¡Ah! ¿Qué toalla es ésta?
¿Cómo se lavaron los que se enjugaron con ella? ¡Presto,
traed otra! Sentémonos como acostumbramos. ¿Es aquel
muchacho nuestro convidado? |
PISÓN. -
Sí, señor. |
MAESTRO. -
¿De dónde es? |
PISÓN. -
De Flandes. |
MAESTRO. -
¿De cuál ciudad? |
PISÓN. -
De Brujas. |
MAESTRO. -
Colócale a tu lado. Saque cada uno su cuchillo
y limpie su pan, si es que hay pegado en la corteza carbón
o ceniza. Bendiga la mesa aquel a quien le toca esta semana. |
FLORO. -
¡Oh, Cristo! ¡Apacienta nuestros espíritus
con tu caridad, Tú que mantienes benigno todo lo que
vive! ¡Benditos sean, Señor, estos dones que recibimos
de tus manos y seas santificado por la largueza con que nos
los das! Amén. |
MAESTRO. -
Sentaos separados los unos
de los otros para que no estéis apretados, puesto
que hay sitio. Tú, brujense, ¿tienes cuchillo? |
PISÓN. -
Un flamenco sin cuchillo sería un milagro; y más
de Brujas, donde los fabrican óptimos. |
NEPUTOLO. -
Yo no he menester cuchillo: con los dientes cortaré
el pan a bocados, y con los dedos lo partiré en pedazos. |
REPETIDOR. -
Dicen que es provechoso para las encías
cortar el pan a bocados, y además que así se
mantienen blancos los dientes. |
MAESTRO. -
¿Dónde aprendiste
los rudimentos de gramática? Porque me parece que
no aprovechaste mal el tiempo. |
NEPUTOLO. -
En Brujas, en
la escuela de Juan Teodoro Nervio. |
MAESTRO. -
Varón
diligente, docto y virtuoso. Brujas es ciudad elegantísima;
mas es cosa sensible que se vaya perdiendo cada día
por los vicios de su plebe. ¿Cuánto ha que viniste
de ella? |
NEPUTOLO. -
Seis días ha. |
MAESTRO. -
¿Cuánto
tiempo llevas estudiando? |
NEPUTOLO. -
Tres años. |
MAESTRO. -
No te pesará lo que aprendiste. |
NEPUTOLO. -
A fe que no, porque tuve un maestro de quien no me pesa. |
MAESTRO. -
¿Y qué hace nuestro Vives? |
NEPUTOLO. -
Dicen que lucha, pero no a fuer de buen luchador. MAESTRO.-
¿Con quién? |
NEPUTOLO. -
Con su mal de gota. |
MAESTRO. -
¡Oh, enemigo traicionero, que primero sujeta los pies! |
REPETIDOR. -
Antes verdugo cruel, que aprisiona todo el cuerpo. Mas, tú
¿qué haces? ¿Por qué te detienes? Parece que
viniste a mirar y no cenar. Ninguno toque su sombrero mientras
cenamos, no caiga algún cabello en los platos. ¿Por
qué no tratáis al huésped con más
cortesía? |
MAESTRO. -
Neputolo, a tu salud. |
NEPUTOLO. -
Maestro, recibo el favor con mucho gusto. |
MAESTRO. -
No dejes
nada en el vaso; sólo queda un leve sorbo. |
NEPUTOLO. -
Eso sería en mí cosa nueva. |
MAESTRO. -
¿Qué,
no agotarla? Mas tú, mi ayudante, ¿qué dices?
¿No traes algo nuevo para sobremesa? |
REPETIDOR. -
La verdad,
no se me ocurre nada; pero estas dos horas discurrí
algo relativo a la gramática. |
MAESTRO. -
¿Qué
es ello? |
REPETIDOR. -
Son cosas arduas, difíciles
e íntimas de esta disciplina. Primeramente por qué
los gramáticos pusieron tres géneros, siendo
dos en la naturaleza. O por qué la naturaleza no cría
cosas del género neutro, así como las cría
de los géneros masculino y femenino. No puedo penetrar
la causa de este misterio. Además los filósofos
dicen que sólo hay tres tiempos, y nuestro arte trae
cinco; luego nuestro arte está fuera de la naturaleza
de las cosas. |
MAESTRO. -
Quien está fuera eres tú,
porque el arte está comprendido en la naturaleza. |
NEPUTOLO. -
Si estoy fuera de la naturaleza, ¿cómo
puedo comer de este pan y de esta carne, que está
dentro de aquélla? |
MAESTRO. -
Tanto peor eres tú,
que vienes de otra naturaleza a comer de estas cosas que
están en nuestra naturaleza. |
NEPUTOLO. -
Esa respuesta
no hace al caso. Otra quisiera yo a mis cuestiones. ¡Ojalá
tuviésemos aquí a Polemón o a Varrón,
que, de cierto, las resolverían! |
MAESTRO. -
¿Y por
qué no a Aristóteles o a Platón? ¿Tienes
algo más que decir? |
REPETIDOR. -
Ayer vi cometer una
maldad digna de muerte. Ese maestro de la calle Derecha,
más hediondo que un macho cabrío, que en su
escuela, hecha un asco, enseña a discípulos
de tres a la blanca, cuatro o cinco veces pronunció
volúcres poniendo el acento en la u. Yo me admiré
de que no se lo tragara la tierra. |
MAESTRO. -
¿Qué
otra cosa podía decir el tal maestro? Además
no sabe las reglas de la gramática. Es que tú
te inquietas mucho por cosas leves y haces tragedia de la
comedia o del entremés. |
REPETIDOR. -
Yo concluí
mi tarea. Ahora te toca a ti, alternando. Dinos algo mientras
cenamos. |
MAESTRO. -
No quiero, por que no me respondas fuera
de propósito como yo lo hice. Este guisado se enfría;
traed el braserico de mesa para calentarle un poco antes
de que mojéis el pan. Este rábano no se puede
comer; tan correoso y húmedo está, y casi lo
mismo están las hortalizas del potaje. |
REPETIDOR. -
Esto, en verdad, no lo trajeron del mercado, sino que aquí
se tomó de nuestra despensa, que es una pieza nada
a propósito para el caso. No sé cuál
es la causa de que nos traigan siempre los huesos sin tuétano. |
MAESTRO. -
Poco tuétano tienen los huesos cuando la
Luna está en menguante. |
REPETIDOR. -
¿Y cuando está
llena? |
MAESTRO. -
Mucho. |
REPETIDOR. -
Pues aun entonces los
huesos que nos dan tienen poco o nada, a decir verdad.
|
MAESTRO. -
No es la Luna quien sorbe esos tuétanos,
sino nuestra Lamia, que además echó en este
caldo demasiado jengibre y pimienta, y en la ensalada harto
perejil, mastuerzo, hisopo, hierbabuena, salvia y oruga.
Y, de cierto, no hay cosa más dañosa para los
niños y los mancebos como las comidas que abrasan
las entrañas. |
REPETIDOR. -
¿Pues de cuáles
hierbas queríais que se compusiese? |
MAESTRO. -
De
lechugas, borrajas, verdolagas, con un poco de perejil. Tú,
Gingolfo, no te limpies los labios con la mano ni con la
manga, sino las manos y los labios con la servilleta, que
para eso te la dan. No toques de la carne sino aquella parte
que has de tomar. Tú, Dromo, ¿no reparas que te manchas
las mangas con la grasa del carnero? Si son abiertas, sujétalas
al hombro; si son cerradas, arremángalas hasta el
codo, y para que no se caigan sujétalas con un alfiler
o con una espina, que es lo que más te conviene a
ti. Tú, señor delicado, que te recuestas sobre
la mesa. ¿Dónde aprendiste eso? ¿En alguna zahúrda?
¡Hola, ponedle una almohada bajo el codo! Refitolero, cuida
que no se pierdan estos relieves; ponlos en la despensa.
Lo primero de todo quita el salero; después el pan,
luego los platos, las fuentes, las servilletas, y, finalmente,
los manteles. Limpie cada uno su cuchillo y métalo
en la vaina. Oye tú, Cinciolo, no te escarbes los
dientes con el cuchillo, que es dañoso, hazte un mondadientes
de una pluma o de un palito delgado puntiagudo, y escarba
poco a poco para que no te sajes las encías y hagas
salir sangre. Levantaos y lavaos las manos. Quitad la mesa;
llamad a la criada para que barra el suelo con la escoba.
Demos las gracias a Cristo. Comience aquel que bendijo la
mesa. |
FLORO. -
¡Oh, Jesucristo Señor nuestro; os damos
las gracias temporales por esta comida temporal; haced que
os las demos eternas por nuestra eterna salvación!
Amén. |
MAESTRO. -
Id a jugar, a hablar y a pasear donde
os pareciere, hasta la noche.
|
Los habladores |
|
NUGO, GRAJO, TORDO, BAMBALIO y CELADOR.
|
NUGO. -
Sentémonos
los dos en esta viga, y tú, Grajo, en esa piedra de
enfrente, con tal que nos dejes ver los que pasan. Abriguémonos
en esta pared que mira al Sol. ¡Qué tronco tan grande!
¿Para qué servirá? |
TORDO. -
Para que nos sentemos
en él. |
NUGO. -
Debería ser muy alto y muy grueso
el árbol de que salió. |
TORDO. -
Como los que
hay en las Indias. |
GRAJO. -
¿Qué sabes tú?
¿Estuviste en las indias con los españoles ? |
TORDO. -
¡Como si no se pudieran saber las cosas de una región
sin haber estado en ella! Yo os citaré mi autor: Plinio
dice que hay en la India árboles tan altos que no
llega a lo último de ellos una saeta, y, según
Virgilio.
| Ni secretos del
arco el indo ignora. | | |
NUGO.- También escribe Plinio
que bajo las ramas puede esconderse un escuadrón de
soldados con sus caballos. |
TORDO. -
Nadie que vea los juncos
de aquella región, que usan en guisa de báculos
los enfermos, los débiles o los ricos, se admirarán
de ello. |
GRAJO. -
Oye; ¿qué hora es? |
NUC. -
No lo
sé, porque la campana que avisa las horas están
fundiéndola. ¿Estuviste allí? |
GRAJO. -
No me
atreví; dicen que es cosa peligrosa. |
NUGO. -
Yo sí
estuve, y vi que muchas mujeres preñadas pasaban sobre
la canal de la fundición, que está bajo tierra. |
TORDO. -
Oí decir que esto es para ellas cosa muy,
saludable. |
GRAJO. -
Eso es, como dicen, filosofía
de rueca. Pero yo quisiera saber en qué hora vivimos. |
NUGO. -
¿Qué te importa? Si tienes algo que hacer,
mientras hay oportunidad es hora. ¿Dónde está
tu reloj de camino? |
GRAJO. -
Se me cayó hace unos
días cuando huía del perro del hortelano, después
de haber cogido unas ciruelas. |
TORDO. -
Te vi desde la ventana
cuando corrías, pero no pude ver adónde te
retiraste, porque me lo impedía el pensil que en la
ventana puso mi madre, contra la voluntad de mi padre, que
no quería y la contradecía mucho. Pero, firme
en su propósito, mi madre consiguió que no
se quitase. |
NUGO. -
¿Qué hacías tú?
¿Callabas? |
TORDO. -
Callaba y lloraba. ¿Qué otra cosa
podía hacer cuando porfiaban estas dos personas a
las que tanto quiero? Aunque mi madre me mandaba que tomase
partido por ella, que la defendiera y que pusiese el grito
en el cielo, yo no quería ni chistar contra mi padre.
Enojada, me envió a la escuela sin almorzar cuatro
días seguidos. Juraba que yo no era su hijo, sino
que el ama me había trocado, por lo que dice que la
llevará ante el juez capital. |
NUGO. -
¿Juez Capital?
¿Es que todo alcalde no tiene cabeza? |
TORDO. -
No sé;
ella así lo dijo. |
GRAJO. -
¡Eh! ¿Quiénes son
esos con gabardinas y con botas? |
NUGO. -
Son franceses. |
GRAJO. -
¿Cómo, por ventura hay paz? |
TORDO. -
Dicen
que habrá guerra, y harto cruel. |
GRAJO. -
¿Qué
traen? |
TORDO. -
Vino. |
NUGO. -
Muchos se alegrarán. |
GRAJO. -
Cierto. No sólo alegra el vino, sino el recordarle,
y aun el nombrarle. |
NUGO. -
Será a los que de él
gustan. A mí, que bebo agua, nada me importa. |
GRAJO. -
Nunca serás buen poeta. |
TORDO. -
¿Conoces a aquella
mujer? |
GRAJO. -
No. ¿Quién es? |
TORDO. -
Lleva los
oídos tapados con algodón. |
GRAJO. -
¿Por qué? |
TORDO. -
Para no oír lo que le dicen; tiene mala reputación. |
NUGO. -
¡Cuántos hay que tienen mala fama, y llevan
las orejas bien destapadas y bien abiertas! |
TORDO. -
Aquí
me parece pertinente lo que Cicerón dice en sus Cuestiones
tusculanas: «Marco Craso oía mal, y lo peor es que
oía su mal.» |
NUGO. -
Sin duda oía narrar sus
infamias. ¿Y tú, Bambalio, encontraste al cabo tus
Cuestiones tusculanas? |
BAMBALIO. -
Sí, en casa de
un librero de viejo; pero tan remendadas y destrozadas que
casi no las conocía. |
NUGO. -
¿Quién las había
hurtado? |
BAMBALIO. -
Vatino, que mala pro le haga. |
GRAJO. -
¡Hombre de manos corvas a las que todo se pega! Nunca le
dejes entrar donde tengas tus cajas, tus cofres y tu escritorio,
si no quieres que te falte algo. ¿No sabes que todos le tienen
por un cortabolsas y que de este delito lo acusaron ante
el maestro de la escuela? |
NUGO. -
La hermana de aquella muchacha
parió ayer dos gemelos. |
GRAJO. -
¡Y te admira eso!
En la calle de la Sal, junto al León de la Celada,
una mujer parió tres criaturas ha seis días. |
NUGO. -
Plinio dice que se pueden parir hasta siete. |
TORDO. -
¿Alguno de vosotros oyó hablar de la mujer de un conde
de Batavia? Dicen que parió tantos de un parto cuantos
días tiene el año, y esto por maldición
de una infeliz mendiga. |
GRAJO. -
¿ Cómo sucedió
eso? |
TORDO. -
Una pobre mujer cargada de hijos pidió
limosna a la condesa. Como ésta la viese con tantas
criaturas, despidiola afrentándola, llamándola
ramera, porque decía que no podía haber tenido
tantos hijos de un solo marido. La mendiga juró que
ella era ¡nocente de lo que se le acusaba, rogando a Dios
que si ella era mujer honrada diese a la condesa de un solo
marido y en un solo parto tantos hijos como días tiene
el año. Y así sucedió, y el milagro
está a la vista en una piedra donde aparece esculpida
la multitud de hijos. La piedra se conserva en cierto lugar
de aquella ínsula. |
GRAJO. -
Más quiero creerlo
que averiguarlo. |
NUGO. -
Para Dios nada es imposible. |
GRAJO. -
Antes es todo facilísimo. |
NUGO. -
¿No conocéis
a aquel que va caballero en el rocín flaco y trasijado,
cargado de redes, acompañado de perros, con sombrero
de campo y calzado de abarcas? |
TORDO. -
¿Es por ventura Mannio
el versificador? |
NUGO. -
El mismo, sin duda. |
TORDO. -
¿ Qué
mudanza tan grande es ésta? |
NUGO. -
Dejó a
Minerva y sigue a Diana; esto es, dejó una ocupación
honrosa y se aplicó a un trabajo necio. Hízose
rico su padre en el comercio; pero éste piensa que
el oficio de mercader que su padre ejerciera es cosa indecorosa,
y se ha aplicado a criar caballos y a la caza, creyendo que
de otra manera no podría ennoblecer su casa y su linaje,
porque si se daba al lucro, perdería la reputación
de noble. Síguele en la caza Fulano Curión,
hombre doctísimo, tahur de fama, que sabe jugar muy
bien con dados cargados. En casa tiene a Tricongio por compañero. |
TORDO. -
El que es un cántaro. |
GRAJO. -
O una esponja. |
NUGO. -
Más bien es arena brasada de la Arabia. |
BAMBALIO. -
Dicen de él que siempre está sediento. |
NUGO. -
No sé si tiene sed; sí que está siempre
dispuesto a beber. |
BAMBALIO. -
¡Oh, escuchad aquel ruiseñor! |
GRAJO. -
¿En dónde está? |
BAMBALIO. -
¿No lo
ves posado en aquella rama? Escucha cómo levanta la
voz sin cesar, sin descanso. |
NUGO. -
Como dice Ovidio:
|
Llora Filomela la maldad de Tereo. | | |
GRAJO.- No es maravilla
que gorjee tan dulcemente siendo de Atenas, donde aun las
olas del mar chocan armoniosas en la ribera. |
NUGO. -
Plinio
escribe que canta más y con mayor cuidado cuando le
escuchan los hombres. |
TORDO. -
¿Cuál es la causa? |
NUGO. -
Yo te lo diré. El cuclillo y el ruiseñor
cantan hacia el mismo tiempo, o sea desde mediado de abril
hasta fines de mayo, poco más o menos. Compitiendo
estas dos aves por la melodía de su canto, buscaron
juez, y como el objeto de la competencia era el sonido, les
pareció muy a propósito el asno por tener las
orejas más grandes que los otros animales. Este asno
menospreció al ruiseñor, diciendo que no entendía
la armonía de su canto, y dio el premio al cuclillo.
Apeló el ruiseñor al hombre, y desde entonces,
luego que le ve, canta con dulces gorjeos y trinos para agradarle
y para vengar el agravio que le hiciera el asno. |
GRAJO. -
La razón es buena para un poeta. |
NUGO. -
Cómo,
¿esperabas que fuera digna de un filósofo? Pregunta
a aquellos nuevos maestros de París. |
GRAJO. -
Muchos
de ellos sólo por el vestido son filósofos,
no por el juicio ni por el entendimiento. |
NUGO. -
¿Por los
vestidos? Por los vestidos mejor podría llamárseles
marmitones o arrieros. |
GRAJO. -
En verdad, los llevan de
paño tosco, muy traídos, rotos, llenos de lodo,
sucios y piojosos. |
NUGO. -
Luego serán filósofos
cínicos. |
GRAJO. -
Chinchosos, más bien, y no
peripatéticos como ellos aparentan. Aristóteles,
fundador de esta escuela, fue, en verdad, muy pulcro y aseado.
Si los filósofos han de ser así, yo desde ahora
me despido para siempre de la Filosofía. ¿Hay, en
verdad, cosa más bella y más digna del hombre
que la limpieza y la urbanidad en el vestir y en el comer?
En esto, y segun mi sentir, los de Lovaina exceden a los
de París. |
TORDO. -
¿Qué dices? ¿No juzgas que
el demasiado cuidado de la limpieza y de las galas es embarazoso
para el estudio? |
GRAJO. -
A mí, la verdad, me agrada
la limpieza, aunque no el moroso y ansioso cuidado de ella. |
NUGO. -
¿Condenas las elegancias, de las que tan difusamente
escribió Valla, al que nuestros maestros tanto nos
recomiendan que leamos? |
GRAJO. -
Cosa distinta es la elegancia
de las palabras en el hablar, del aseo de las cosas en el
vestir. |
TORDO. -
¿Sabéis lo que me contó el
Correo de Lovaina? |
NUGO. -
¿ Qué te ha contado? |
TORDO. -
Que Clodio está muy enamorado de una muchacha, y que
Lusco dejó los estudios, aplicándose al trato
de mercader, o sea que pasó de caballo a asno. |
NUGO. -
¿Qué dices? |
TORDO. -
Conocíais todos a Clodio.
Gordo, colorado, robusto, alegre, risueño, cortés,
chistoso, pues el Correo dice que ahora está flaco,
amarillo, cárdeno, perdido, sin fuerzas, feo que espanta,
melancólico; no habla, no sale de la casa hasta que
anochece, no comunica con hombre alguno. Quien antes le hubiese
visto no lo conocería. |
NUGO. -
¡Oh, pobre mancebo!
¿ De dónde le vino este mal? |
TORDO. -
Del amor. |
NUGO. -
¿Y de dónde éste? |
TORDO. -
Por lo que colegí
de lo que me dijo el Correo, Clodio dejó los estudios
graves y sólidos, entregándose a la lectura
de poetas lascivos, así latinos como de lengua vulgar.
De ahí la primera disposición de su voluntad
para que si alguna chispa de amor prendiese en aquella yesca,
enseguida se encendiese como estopa. Finalmente se había
entregado al sueño y al ocio. |
NUGO. -
¿No tienes más
que referirnos o mayores causas de sus amores? |
TORDO. -
Ahora
está loco; casi siempre va solo, y, siempre, o sin
hablar palabra, o cantando o componiendo versos en lengua
vulgar. |
NUGO. -
Sí,
|
Mas tales que los lea | | | | la misma infiel Licoris | | |
|
GRAJO. -
¡Oh,
Jesucristo, líbranos de tan pernicioso mal! |
TORDO. -
Si no me engaño, Clodio se enmendará algún
día. Su voluntad divaga en las torpezas, mas no está
en ellas de asiento. |
GRAJO. -
¿Y el otro, en qué género
de mercaderías se ejercita? |
TORDO. -
Escribió
a su padre una epístola lacrimosa acerca del estado
miserable de los estudios, la que leyó el mismo Correo,
porque podía ser abierta con facilidad. El padre,
hombre rudo, le pasó de los libros a los paños,
lanas, pastel, pimienta, jengibre, canela... Ahora, bien
sujeto el justillo, diligente y cuidadoso en su aromática
especiería, llama a los compradores, los recibe con
agrado, sube y baja por unas escaleras angostas y peligrosas,
saca y muestra las mercancías para despacharlas, las
vuelve y revuelve una y otra vez, miente y jura. Todo esto
le parece más liviano que estudiar. |
NUGO. -
Conocí
yo que desde niño era avariento. Le alegraba tener
dineros, y, así, más estimó ser rico
que sabio, y antepuso la vil ganancia a la erudición.
Algún día le pesará de ello. |
TORDO. -
Mas será tarde. |
NUGO. -
Sin duda. Y que ponga cuidado,
no le suceda lo que a su primo. |
TORDO. -
¿Cuál primo? |
NUGO. -
Antronio. Aquel que vivía en la calle angosta
de las Manzanas, junto a los Tres grajos. ¿No oíste
decir que se consumió el año pasado? |
GRAJO. -
¿Qué se consumió, dices? ¿Acaso es eso tan
grande mal? ¿No sucede cada día lo mismo en las cocinas? |
TORDO. -
Consumió la hacienda. |
GRAJO. -
¿Qué
hacienda? |
TORDO. -
La ajena, y quebró. |
GRAJO. -
Algo
habrá restituido a los acreedores. |
TORDO. -
Por buenas
composturas (antes se acogió a sagrado) entregó
tres onzas por cada libra. |
GRAJO. -
¿Y llamas a esto consumir,
no habiendo cosa más cruda? Mas ¿cómo perdió
la hacienda? |
TORDO. -
Se lo oí decir a su padre, pero
no lo entendí bien. Contaba el padre que había
hecho mohatras muy dañosas, las cuales lo desollaron
y le comieron hasta los huesos. |
GRAJO. -
¿Qué es mohatra?
¿Qué desollar? |
TORDO. -
No lo sé; me parecen
cosas de ladrones. |
NUGO. -
¿Veis aquel gordo que apenas se
puede mover? Pues es volteador y volatinero. |
GRAJO. -
¡Calla!
Esto que dices es increíble. |
TORDO. -
Es que no voltea
con su cuerpo, sino que anda a vueltas con los vasos. |
GRAJO. -
¿Decía algo más de nuevo el Correo respecto
de nuestros compañeros? |
TORDO. -
También dijo
algo de Hermógenes, aquel que era siempre el primero
en nuestros certámenes, doctísimo y de ingenio
más agudo de lo que daba a entender su edad; de pronto
tornose tardo y rudo. |
NUGO. -
Esto vi acontecer muchas veces
con muchos ingenios. |
BAMBALIO. -
Dicen que ello acaece cuando
la agudeza del ingenio no es firme ni sólida. Esto
mismo sucede con el escalpelo, cuyos filos se embotan fácilmente,
en especial si cortan materia dura. |
GRAJO. -
Cómo,
¿tiene el ingenio filos cual el hierro? |
BAMBALIO. -
No lo
sé. Hierro vi muchas veces; pero ingenio nunca. |
NUGO. -
¿Qué fue de aquel mancebo aldeano que por su bienvenida
nos dio un banquete espléndido con tantas cosas rústicas
y tan regaladas; aquel contra quien, para cogerle y volverle
a la escuela, hubo de enviar el maestro cuatro de esos que
prenden a los que huyen? ¡Era donoso! |
TORDO. -
.- ¡Lindo asno!
Una criada de mi tía, prima suya, cuenta que ha poco
lo vio en la aldea, destocada la cabeza, sin peinar, sucio,
calzado de unos zuecos y cubierto con una ropa de buriel,
vendiendo estampas de papel por las esquinas o plazas, y
cantando tonadas nuevas en los corrillos. |
GRAJO. -
Debe ser
hijo de padres nobles. |
TORDO. -
¿Cómo así? |
GRAJO. -
Porque su padre es de la familia y linaje de los
Cocles. |
NUGO. -
Más signo es ése de arrojado
que de hombre de buena familia. |
TORDO. -
O signo de buen
carpintero que con un ojo recta dirige la línea. |
NUGO. -
Nunca fue de mi agrado tal muchacho, ni jamás
vi que diese muestras de virtud. |
GRAJO. -
¿Cómo? |
NUGO. -
No sentía afición por los estudios,
ni respetaba al maestro, que es señal de estar perdido
del todo un muchacho. Además se mofaba de los ancianos
y de los pobres. Pero, ¿quién es ese del vestido de
seda, y de la cadena y los brazaletes de oro? |
GRAJO. -
Es
un bien nacido. Su madre es muy noble y muy fecunda. |
NUGO. -
¿Quién es? |
GRAJO. -
La Tierra. Y apenas creerías
las niñerías que hace; al verle dirías
que es un niño que aun hace pucheros y juega en su
cuna con los dijes. |
NUGO. -
Pues a fe que ya le apunta el
bozo. |
BAMBALIO. -
¡Eh, que viene el Celador! Sacad los libros,
abridlos y hojeadlos. |
GRAJO. -
En muchas semanas no hubo
espía más curioso que éste ni que más
se alegrara de contar al maestro nuestras faltas. |
BAMBALIO. -
¡Si nos acusara con motivo! Mas de ordinario nos acusa falsamente.
|
| Muralla inexpugnable
es la conciencia | | | | si ella dice que no somos culpables. | | |
NUGO. -
Pero,
esperad, veréis cómo le hago alejarse de aquí
pronto. |
CELADOR. -
¿Qué murmuras, zancajoso? |
NUGO. -
¿Y tú, patituerto, patas de rana? |
CELADOR. -
¿Y tú,
lucha de ranas y ratones? ¡Fuera chanzas! ¿Qué hacéis
aquí? |
NUGO. -
¿Qué? Pues lo que hacen los
buenos estudiantes: leemos, aprendemos y disputamos. Por
tu vida, dime, cabecita donosa, ¿qué significa Transversa
tuentibus hircis, de Virgilio? |
CELADOR. -
Está: bien;
proseguid estudiando cual conviene a mancebos de buena índole.
Yo ahora tengo más que hacer. Quedaos con Dios. |
NUGO. -
¡Basta de chanzas y de chistes; volvamos a la escuela, mas
antes repasemos lo que el maestro nos explicó, para
aprender y para darle gusto. Que nos tenga por buenos muchachos,
como debe desear cada uno de nosotros y desean nuestros padres!
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