Hay muchas cosas que sepas, |
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y es forzoso que al decirlas, |
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tu valor se irrite y quieras |
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vengarlas antes de oírlas. |
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Estaba anoche gozando |
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la seguridad tranquila, |
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que al abrigo de tus canas |
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mis años me prometían, |
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cuando aquellos embozados |
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traidores (que determinan |
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que lo que el honor defiende, |
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el atrevimiento rinda) |
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me robaron; bien así |
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como de los pechos quita |
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carnicero hambriento lobo |
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a la simple corderilla. |
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Aquel Capitán, aquel |
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huésped ingrato, que el día |
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primero introdujo en casa |
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tan nunca esperada cisma |
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de traiciones y cautelas, |
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de pendencias y rencillas, |
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fue el primero que en sus brazos |
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me cogió, mientras le hacían |
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espaldas otros traidores |
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que en su bandera militan. |
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Aqueste, intrincado, oculto |
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monte, que está a la salida |
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del lugar, fue su sagrado; |
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¿cuándo de la tiranía |
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no son sagrados los montes? |
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Aquí ajena de mí misma |
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dos veces me miré, cuando |
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aún tu voz, que me seguía, |
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me dejó, porque ya el viento, |
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a quien tus acentos fías, |
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con la distancia, por puntos |
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adelgazándose iba; |
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de suerte, que las que eran |
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antes razones distintas, |
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no eran voces, sino ruido; |
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luego, en el viento esparcidas, |
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no eran ruido, sino ecos |
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de unas confusas noticias; |
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como aquel que oye un clarín, |
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que, cuando dél se retira, |
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le queda por mucho rato, |
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si no el ruido, la noticia. |
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El traidor, pues, en mirando |
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que ya nadie hay quien le siga, |
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que ya nadie hay que me ampare, |
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porque hasta la luna misma |
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ocultó entre pardas sombras, |
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o crüel o vengativa, |
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aquella, ¡ay de mí!, prestada |
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luz que del sol participa, |
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pretendió, ¡ay de mí otra
vez |
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y otras mil!, con fementidas |
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palabras, buscar disculpa |
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a su amor. ¿A quién no admira |
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querer de un instante a otro |
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hacer la ofensa caricia? |
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¡Mal haya el hombre, mal haya |
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el hombre que solicita |
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por fuerza ganar un alma, |
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pues no advierte, pues no mira |
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que las victorias de amor, |
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no hay trofeo en que consistan, |
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sino en granjear el cariño |
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de la hermosura que estiman! |
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Porque querer sin el alma |
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una hermosura ofendida, |
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es querer una belleza |
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hermosa, pero no viva. |
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¡Qué ruegos, qué
sentimientos |
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ya de humilde, ya de altiva, |
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no le dije! Pero en vano, |
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pues (calle aquí la voz mía) |
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soberbio (enmudezca el llanto), |
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atrevido (el pecho gima), |
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descortés (lloren los ojos), |
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fiero (ensordezca la envidia), |
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tirano (falte el aliento), |
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osado (luto me vista), |
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y si lo que la voz yerra, |
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tal vez el acción explica, |
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de vergüenza cubro el rostro, |
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de empacho lloro ofendida, |
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de rabia tuerzo las manos, |
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el pecho rompo de ira. |
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Entiende tú las acciones, |
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pues no hay voces que lo digan; |
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baste decir que a las quejas |
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de los vientos repetidas, |
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en que ya no pedía al cielo, |
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socorro, sino justicia, |
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salió el alba, y con el alba, |
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trayendo la luz por guía, |
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sentí ruido entre unas ramas. |
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Vuelvo a mirar quién sería, |
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y veo a mi hermano. ¡Ay, cielos! |
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¿Cuándo, cuándo, ¡ah
suerte impía!, |
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llegaron a un desdichado |
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los favores con más prisa? |
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Él, a la dudosa luz, |
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que, si no alumbra, ilumina, |
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reconoce el daño, antes |
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que ninguno se le diga; |
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que son linces los pesares |
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que penetran con la vista. |
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Sin hablar palabra, saca |
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el acero que aquel día |
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le ceñiste; el Capitán |
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que el tardo socorro mira |
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en mi favor, contra el suyo |
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saca la blanca cuchilla. |
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Cierra el uno con el otro; |
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éste repara, aquél tira; |
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y yo, en tanto que los dos |
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generosamente lidian, |
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viendo temerosa y triste |
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que mi hermano no sabía |
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si tenía culpa o no, |
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por no aventurar mi vida |
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en la disculpa, la espalda |
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vuelvo, y por la entretejida |
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maleza del monte huyo; |
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pero no con tanta prisa |
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que no hiciese de unas ramas |
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intrincadas celosías, |
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porque deseaba, señor, |
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saber lo mismo que huía. |
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A poco rato, mi hermano |
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dio al Capitán una herida; |
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cayó, quiso asegundarle, |
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cuando los que ya venían |
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buscando a su Capitán |
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en su venganza se incitan. |
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Quiere defenderse; pero |
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viendo que era una cuadrilla, |
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corre veloz; no le siguen, |
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porque todos determinan |
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más acudir al remedio |
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que a la venganza que incitan. |
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En brazos al Capitán |
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volvieron hacia la villa, |
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sin mirar en su delito; |
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que en las penas sucedidas, |
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acudir determinaron |
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primero a la más precisa. |
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Yo, pues, que atenta miraba |
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eslabonadas y asidas |
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unas ansias de otras ansias, |
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ciega, confusa y corrida, |
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discurrí, bajé, corrí, |
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sin luz, sin norte, sin guía, |
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monte, llano y espesura, |
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hasta que a tus pies rendida, |
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antes que me des la muerte |
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te he contado mis desdichas. |
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Agora que ya las sabes, |
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generosamente anima |
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contra mi vida el acero, |
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el valor contra mi vida; |
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que ya para que me mates, |
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aquestos lazos te quitan |
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(Desátale.)
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mis manos; alguno dellos |
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mi cuello infeliz oprima. |
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Tu hija soy, sin honra estoy, |
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y tú libre; solicita |
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con mi muerte tu alabanza, |
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para que de ti se diga |
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que por dar vida a tu honor, |
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diste la muerte a tu hija. |
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