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ArribaAbajoLa historia de la literatura española desde el exilio: Juan Chabás y Max Aub781

Carmen Valcárcel. Universidad Autónoma de Madrid


A fuerza de creer en la poesía, ya no creo en los manuales.


Juan Chabás                


Cualquier historia es restablecimiento poético, aunque no se quiera.


Max Aub                


Confesaba Juan Chabás en el «Prólogo» a su Literatura española contemporánea (1898-1950) los numerosos y tristes avatares que postergaron la edición de su obra782; dificultades materiales, económicas, anímicas... que reflejan perfectamente la dramática historia del exilio español del 39. Desde su oficio de lazarillos y con una perspectiva de trinchera, Juan Chabás y Max Aub mantuvieron una cómplice amistad, iniciada en España antes de la guerra civil y avivada a lo largo de los años de destierro de Chabás, principalmente en Cuba, y de Aub en México. Esta complicidad   —456→   y amistad, que se extendió a lo largo de muchos años y de muchas obras783, culminó con la contestación póstuma de Chabás al discurso leído por Max Aub en el acto de su ficticio nombramiento en la Real Academia Española784.

Si El teatro español sacado a luz de las tinieblas de nuestro tiempo de Aub se asienta en una ficción histórica -la guerra civil no existió-, en su Manual de historia de la literatura española no puede cerrar los ojos a la realidad verdadera: existió   —457→   la lucha fratricida, existieron las muertes, existió el dramático exilio785. Sin embargo, frente al hecho incontestable, se alza la posibilidad, más aún, la necesidad, de mantener una continuidad artístico-literaria; los escritores sobrevivían -dentro y fuera del país- porque sobrevivía la lengua786: «los escritores se conocen por la lengua, no por la sangre» (Aub 1966, 8).

Juan Chabás y Max Aub compartieron esa misma lengua, un mismo paisanaje (Aub-Valencia; Chabás-Denia (Alicante)), un mismo compromiso republicano, amigos, lectores, pasiones...; ambos fueron dos escritores excepcionales en la literatura española contemporánea, dos literatos, en su sentido más amplio, que ejercieron su labor en todos los ámbitos de la literatura: poesía, novela, teatro, ensayo, traducción..., pero además prolongaron su impronta al campo de la crítica, el periodismo, la docencia, el cine787 o la radio788; ambos constituyen dos personalidades afines aun en sus diferencias: mientras Chabás tuvo una sólida formación universitaria, siendo miembro del Centro de Estudios Históricos dirigido por Menéndez Pidal -eje principal de su visión histórica de la literatura-, la formación de Aub fue totalmente autodidacta, entrando en contacto con el mundo literario y cultural de la época,   —458→   pero también con la vida ciudadana nacional, la «intrahistoria» unamuniana, gracias a sus viajes como representante comercial por la geografía española789. De una común visión histórica del hecho literario surge el planteamiento tan personal de sus historias de la literatura:

Toda cultura es un largo patrimonio de siglos que se va acumulando con la suma de esfuerzos individuales cimeros y de largas luchas y permanentes afanes populares y nacionales. El valor genuino y trascendente de una cultura ha de medirse por el grado de fidelidad de aquellos esfuerzos a estos permanentes afanes. Aquilatar ese valor, ahondar en él, es el modo más eficaz de revivir históricamente cualquier cultura, de hallar su signo histórico verdadero. La tarea no es nada fácil. Implica escrutar sin fatiga la historia nacional de un «pueblo y ver hasta qué punto su expresión literaria es el signo vivo, en cada época, de esa historia. Ése es el mejor modo de penetrar el carácter íntimo de nuestra literatura


(Chabás, 1944; 1976, 7).                



1. La historia de la literatura española desde el exilio cubano: Juan Chabás

En 1933 Chabás había publicado en la editorial barcelonesa de Joaquín Gil una Breve historia de la literatura española, en la que, pretendiendo distanciarse de algún modo de los manuales literarios tradicionales, pretendía que la obra sirviera

...a quienes sin dedicarse a la enseñanza o al aprendizaje oficiales de la literatura, tengan el noble deseo de conocer su panorama histórico y busquen una tabla de valores y un índice de problemas establecidos y planteados a tenor de la sensibilidad de nuestro tiempo.


(Chabás 1933; 1976, 5)                


El éxito de la publicación obligó a realizar una segunda edición en 1936. La ampliación de la obra finalmente fue configurándose en el exilio: se reeditó, revisada en 1944 en La Habana, como Nueva historia manual de la literatura española, y consiguió su versión definitiva en 1952 una vez corregida y ampliada con varios apéndices y bibliografía como Nueva y manual historia de la literatura española,   —459→   reeditada con el título final de Historia de la literatura española a partir de 1953790. Las sucesivas ediciones del Manual no sólo contribuyeron a mejorar la precaria economía de Chabás, sino que mantuvieron además viva la labor del escritor en el exilio.

El profesor Pérez Bazo ha puesto sobradamente de manifiesto las numerosas deficiencias de la obra, desde omisiones partidistas, planteamientos superficiales o irrelevantes, lagunas y olvidos injustificables... hasta errores tipográficos, equívocos, confusiones791...; sin embargo, Historia de la literatura española resulta particularmente interesante por el proceso de reescritura continua que Chabás llevó a cabo en la obra, por el entramado de juicios, por el palimpsesto de valoraciones. En primer lugar, mantuvo en las sucesivas ediciones y reimpresiones la misma original aspiración que había dado cuerpo a la obra en la Barcelona de 1933: el acercamiento del hecho literario al lector, la divulgación, la difusión, la «popularización» de la historia literaria española (divulgación y popularización que adquieren mucho más sentido y valor en el exilio)792; de ahí la sencillez discursiva o la ausencia de terminología filológica y científica. En segundo lugar, aunque en la edición cubana Chabás subsanó algunos defectos cometidos en la edición española, los juicios de compromiso ideológico no serán enmendados, sino confirmados; el germen de su visión histórica de la literatura irá ahondándose y ampliándose: cada capítulo irá precedido de unas breves notas introductorias, presentando la evolución de los distintos momentos o escuelas literarias, con el fin de ubicar a cada autor en su contexto literario-cultural, pero también y preferentemente histórico, social e incluso familiar. En tercer lugar, hay un pionero e implícito intento por situar la literatura española en el contexto de la literatura hispana, europea y universal; en este sentido, Historia de la literatura española de Chabás es, potencialmente, un compendio de literatura comparada, una obra de ósmosis, de polinización textual, de maridaje cultural, comparable a las tendencias europeas de literatura comparada y de teoría de la literatura de los años veinte y treinta793.

Historia de la literatura española junto con los cuatro ensayos sobre los hermanos Machado, Juan Ramón Jiménez y Gabriel Miró, recogidos en Vuelo y estilo.   —460→   Estudios de literatura contemporánea (Madrid, Sociedad General Española de Librería, 1934)794 inauguran la escuela de la Estilística española y son el germen de su obra historiográfica más importante, Literatura española contemporánea (1898-1950) (La Habana, Cultural SA, 1952).

En la biografía literaria e intelectual de Chabás, Literatura española contemporánea supone la evolución y fijación de su método crítico795 y una asunción más amplia e integradora del concepto de literatura. No se trata como en Vuelo y estilo de una serie de ensayos estilísticos en torno a escritores y obras; se concibe ahora un trabajo mucho más metódico, menos fragmentario, fruto de una mayor madurez intelectual, que aprovechó Chabás para exponer sus ideas en torno a la literatura en general, en consonancia con su compromiso político-ideológico. El resultado es, al mismo tiempo, una obra de historia literaria, de crítica, de ensayo, y de teoría de la literatura. En su conjunto continúa siendo, con todas sus limitaciones e imprecisiones, el único y mejor empeño por elaborar una historia completa e integradora de las letras españolas contemporáneas. Todavía hoy, pensamos, siguen siendo válidos los juicios expresados por Chabás en sus páginas prologales:

...no hay una historia completa de nuestras letras contemporáneas aunque sea ya muy numerosa la bibliografía crítica sobre diversos autores, o temas, o géneros. La intención de abreviar esa laguna me movió a escribir este libro, aun sabiendo que inevitablemente tendría también lagunas, defectos, imperfecciones. ¿Podrá servir? Acaso sólo como ayuda para la consulta de otros textos críticos, para guía de la lectura directa de los autores principales aquí citados, para auxilio en el manejo de antologías, y, en suma, como contribución a la faena personal de elaborar un criterio crítico general sobre este medio siglo de literatura española.


(Chabás 1952, VII)                


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Chabás no proyecta un manual tradicional, sino un ensayo creativo, literario796, que sirva como guía de lectura, como ayuda en el manejo directo de los textos literarios o de monografías y estudios críticos; ofrece una obra artística, escrita desde dentro de la historia narrada y estudiada; escritura interior e interiorizada, historia viva y vivida797 en una narración precisa, a menudo preciosista y casi siempre poética, por su expresión depurada y su estilo personal. Los límites cronológicos de la obra, 1898-1950, resumen el tiempo en que transcurrió la vida de Chabás (1900-1954): «El tiempo es nuestro tiempo». Chabás se reconoce así como observador de esa historia, de esa literatura, pero también como autor-actor de lo historiado-narrado, que ha vivido la época que se historia y que revive valorativamente, desde el recuerdo, desde la soledad, desde la distancia, desde el exilio, la vida literaria española de la primera mitad de esta siglo: «el metabólico centro vital de las letras españolas contemporáneas». Obra personal, y en este sentido irrepetible, única; manual poético que recrea el humano paisaje literario de los autores y sus obras; crítica impresionista798; prosa rítmica, cadenciosamente musical... obra de poeta.

Chabás concibe la literatura como una manifestación estética y de pensamiento estrechamente vinculada a la cultura y a la historia de un pueblo799, en este caso el pueblo español, y las formas literarias, el estilo, como la expresión vital de un autor, pero también de una época y de un tiempo. Cada una de las partes en que se estructura Literatura española contemporánea se extiende desde la paulatina aproximación a la época, la generación o el grupo literario al estudio de la vida y la obra de los escritores -principales y secundarios-; desde la generalización se va concretando el juicio o la valoración crítica hasta llegar a la interpretación de las obras individuales, que -en un proceso de ida y vuelta- serán representativas también de ese   —462→   grupo, generación, época y tiempo. De esta forma, Chabás sitúa a cada escritor en su contexto literario, éste en el contexto cultural, y éste a su vez en el continuo devenir histórico800.




2. La historia de la literatura española desde el exilio mexicano: Max Aub

Juan Chabás reconoce en una carta dirigida a Max Aub que había empezado a redactar Literatura Española Contemporánea en 1948. Aub se interesó enormemente por ella e intentó publicarla en México sin éxito, ante la negativa de la familia Porrúa:

No me extraña la negativa de los Porrúas. Me contraría -¡claro!- pero no me duele. Hay un porruismo activo cuyas fronteras no se pueden fijar. Editoriales y gobiernos porruones quisieran nuestro silencio y nuestra hambre. ¡Lo que les gustaría vernos morir de silencio y hambre! Tampoco tengo grandes esperanzas de que FCE acceda a emprender la edición de mi libro. Me ha llenado de satisfacción que tú lo encuentres muy bueno, excelente. Creo que entero te gustará más.


(En Pérez Bazo 1992, 253, n. 11)                


Finalmente, como ya hemos señalado, Literatura española contemporánea fue publicada en La Habana en 1954. Ese mismo año Aub publicaba La poesía española contemporánea (México, Imprenta Universitaria, 1954); tres años después, Una nueva poesía española (1950-1955) (México, Imprenta Universitaria, 1957)801 y en 1966 su obra de erudición historiográfica más importante, el Manual de historia de la literatura española (México, Editorial Pormaca, 1966, 2 vols.). Con estas obras Aub emprende -igual que Chabás en Cuba- una paralela labor de difusión, de conocimiento de nuestra literatura802.

El Manual de historia de la literatura española de Aub confirma la visión de la realidad histórica española esbozada por Américo Castro en España en su historia.   —463→   Cristianos, moros y judíos (Buenos Aires, Losada, 1948); muchos de los aspectos del carácter y de la historia de España sólo pueden explicarse a través de la peculiaridad multirracial y multicultural de nuestro país:

Coge usted un mapa y traza usted la línea del toro. Todo lo que encierra es musulmán, beréber, cabileño, mudéjar, moro, árabe, beduino o español, como lo quiera usted llamar. Lo demás son historias de renos o ciervos: cuernos partidos.


(Aub 1945, 280)                


Destaca sorprendentemente el carácter integrador, la mentalidad tan amplia y abierta de Aub en el análisis de la literatura española; en su Manual... están representadas todas las voces, las oficiales y las disidentes: sefardíes, moriscos, jesuitas expulsados, afrancesados desterrados, republicanos exiliados...

Esta labor historiográfica de Max Aub discurre paralelamente a la labor de creación representada por su Laberinto mágico; frente a una historia que los manuales publicados en la España franquista omitían o distorsionaban... se alza la verdad de la ficción literaria como único espacio de libertad para el exiliado privado de voz en su propio país. De los años de la dictadura franquista heredamos, pues, dos historias distintas: la historia real, la de la España peregrina, ocultada y silenciada por la historia tergiversadora y anuladora de la España oficial803. El gran valor del Manual de historia de la literatura española de Aub es el de hacer patente la necesidad de reescribir la historia, de recomponer el espejo roto, los trozos desperdigados tras la guerra civil.




3. La historia de la literatura española desde Juan Chabás y Max Aub

Frente a la información y datos anquilosados de los tradicionales manuales de historia de la literatura, Juan Chabás y Max Aub ofrecen a sus lectores historias personales de la literatura española -escritas desde la subjetividad, cierto es, pero también desde la apreciación y la valoración-, las opiniones de dos escritores antes que críticos, de dos apasionados de la literatura antes que filólogos y «manualeros»; sus obras responden más a una labor de creadores que a la de historiadores de la literatura804.   —464→   Se trata de historias de la literatura desde la memoria, desde el recuerdo; de ahí que los numerosos errores, equivocaciones, lapsus, olvidos... puedan ser también vistos como recreaciones, intertextualidades, guiños cómplices, reescritura...; penetrantes análisis de la literatura española, en los que aflora el proceso mismo de la escritura805. Al intentar conciliar, en cuanto críticos y escritores, los fundamentos teóricos con sus propias experiencias personales, con sus vivencias, dan lugar a una vasta y rigurosa obra literaria sobre literatura; asumen en el ámbito de la historia literaria lo que Ortega y Gasset denominó «una perspectiva vitalista» (Chabás 1952, 356-358). La actitud humana se traduce en una actitud estética, poética: «En nuestra época... si un escritor se empeña en no ser hombre de su tiempo, sin vuelo necesario para serlo de todos, ni es hombre, ni es escritor...» (Chabás 1952, 659).

El método crítico-ensayístico utilizado por Aub y Chabás en sus historias literarias consiste en considerar al manual como una obra literaria, a los escritores como personajes, a las obras como hechos y a ellos como autores inmersos en la misma806:

...el buen historiador de lo contemporáneo es quien dice: todo esto no pasa, no es pasado; lo estoy pasando yo (...). El peligro se acrece cuando el tiempo es tan próximo que no lo sentimos como pasado; cuando el tiempo es nuestro tiempo, cuando respiramos sus horas día a día y con el compás de nuestro pulso contamos sus segundos. Cuando los hombres son todavía nuestros prójimos y su hacer se confunde con el nuestro. Entonces, como para que sea más difícil la tarea, aquella asechanza de alteración se alía a una amenaza de confusión.


(Chabás 1954, IX-X)                


La amplitud de horizonte intelectual, la voluntad de acercarse con una sensibilidad y una inteligencia tan generosas, tan amplias, y tan penetrantes a la vez que manifiestan Juan Chabás y Max Aub en sus historias de la literatura española son   —465→   prácticamente desconocidas en nuestras letras contemporáneas, y quizá, salvo honrosas y contadas excepciones, en la filología de nuestro tiempo. Y ello por varias razones. En primer lugar, a pesar de los juicios críticos subjetivos e ideológicamente partidistas, Chabás y Aub no actúan de forma excluyente frente a los manuales publicados en España (al menos hasta los años sesenta y algunos incluso del período democrático807); la única visión integradora que tenemos de la literatura posterior a la guerra civil procede, paradójicamente, de los escritores del exilio. Por otra parte, adoptan una elástica y flexible caracterización genérica, incluyendo en el concepto de literatura una serie de géneros tradicionalmente marginados de los manuales literarios, por ejemplo el ensayo, la didáctica, la oratoria o el periodismo. No efectúan disecciones estilísticas, ni acumulan noticias o referencias respecto a un autor o a sus obras, sino que intentan descubrir, mostrar, hacer visible su voluntad de estilo808. Valoran cada obra y cada autor de manera comparativa, mostrando la dirección de las distintas influencias y contextualizando siempre la cultura española en un panorama mucho más amplio: el de la cultura hispana, europea y universal; para ello, consiguen enraizar la historia literaria en la historia cultural y en el discurrir histórico de un pueblo, en este caso el español. En definitiva, optan por un planteamiento divulgador de la literatura española, caracterizado por la ausencia de tecnicismos, de las obligadas referencias bibliográficas que inundan los manuales tradicionales; sustituyen el discurso argumentativo, explicativo o erudito por un confidencial tono de reflexión, que intenta implicar a los lectores en la obra, convertirles en co-partícipes de la historia.

Desde nuestra condición de filólogos, docentes, historiadores, críticos o meros lectores de la literatura española, urge rescatar lo que amenaza perderse o peor aún, olvidarse. Obras como Literatura española contemporánea -símbolo y bandera intelectual del destierro literario español del 39- merecen pronta publicación en España después de cuarenta años de exilio; la voz e ideas de Juan Chabás, de Max Aub, y de todos los exiliados españoles deberán encontrar, por fin, sus lectores y su tierra.



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Referencias bibliográficas


Textos

Aub, Max, Campo de sangre, México, Tezontle, 1945.

——, El teatro español sacado a luz de las tinieblas de nuestro tiempo. Discurso leído por su autor en el acto de su recepción académica el día 12 de diciembre de 1956. Contestación de Juan Chabás y Martí. Madrid, Tipografía de Archivos, 1956; en Pérez Bazo, Javier, editor (1993). Segorbe, Archivo-Biblioteca Max Aub.

——, La poesía española contemporánea, México, Imprenta Universitaria, 1954.

——, Una nueva poesía española (1950-1955), México, Imprenta Universitaria, 1957.

——, Poesía española contemporánea, México, Ediciones Era, 1969 (incluye La poesía española contemporánea y Una nueva poesía española (1950-1955)).

——, Manual de historia de la literatura española, México, Pormaca, 1966, 2 tomos; Madrid, Akal, 1974.

Chabás, Juan, Vuelo y estilo, Sociedad General Española de Librería, 1934.

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Estudios

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Torre, Guillermo de (1933), «Un manual literario», Luz, Madrid (abril).









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ArribaAbajo9.- Epistolarios

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ArribaAbajoVicente Lloréns Castillo: cartas desde la emigración, 1939-1956. Correspondencia con Eduardo Ranch Fuster

Amparo Ranch Sales (Archivo-Biblioteca Eduardo Ranch. Valencia). Cecilio Alonso (Universitat de València)


Vicente Lloréns Castillo (Valencia, 1906-1979) se sentía inclinado hacia una interpretación vivencial de la historia809, pero al tratar las dolorosas mutilaciones de la España contemporánea, sufridas en propia carne, se mantuvo en un discreto segundo plano anteponiendo la indagación historiográfica del destino colectivo a sus confesiones de desterrado. Siempre se resistió a escribir sus memorias personales, de las que sólo nos legó breves retazos (1975). Cuando su esposa, Amalia García, le animaba a hacerlo, solía responder con modestia: «No te preocupes: ya lo harán otros».

Con todo, no es difícil advertir impulsos íntimos en los diversos ensayos que dedicó al que fue motivo recurrente de su interés intelectual a partir de 1948:

La vida del desterrado apenas merece tal nombre. Rota, frustrada, vacía, fantasmal, está en realidad más cerca de la muerte que de la vida. (El desterrado ha perdido el equilibrio existencial entre el pasado y el futuro,) padece una especie de mutilación irremediable (pero) no se resigna a sucumbir por completo... Ante la imposibilidad de desprenderse del pasado y temiendo perecer en él al mismo tiempo..., tendiendo la vista hacia adelante, acaba por crearse otro futuro, tan estrechamente vinculado esta vez al pasado que casi parece la transposición hacia el porvenir de lo que ya pasó: la esperanza del retorno a la patria. En esa esperanza, estrecho y luminoso portillo abierto hacia un mañana mejor, se concentra todo el anhelo de vivir del desterrado...


(Lloréns, 1967, 9-11).                


En el aspecto literario, «la nostalgia del lugar nativo y de la infancia, la soledad, la inadaptación al medio extraño, la gratitud al país de asilo, la libertad y la servidumbre de vivir en tierra ajena, el anhelo e incertidumbre del retorno a la propia» constituían para Lloréns el repertorio esencial de temas poéticos generados por el destierro (1974, p. 79)810.

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En sus últimos años, ya inmerso en la tarea de documentar el exilio republicano de 1939, es posible descubrir en sus escritos algunas claves imprescindibles para interpretar su actitud en medio de aquel drama (1975, 9-13): a) Su modestia de cronista inobservado, vocación de testigo y pudor historiográfico: «Mi insignificancia me impide tomar la pluma para entregarme a ejercicios narcisistas», declaraba. b) Su preferencia por un concepto de Memorias como «evocación de un pasado colectivo» que permitiera documentar ante la historia a quienes, por no haber alcanzado notoriedad en la vida pública, estaban destinados a ser pronta materia de olvido. Lloréns sabía que, en el exilio, la prosperidad de unos no había sido la medida del bienestar general, y c) La conciencia sobrecogida de haber vivido un tiempo excepcional en la primera mitad del siglo XX: destrucción bélica, cambio social y vertiginoso desarrollo tecnológico, le llevan a presentir la crisis de la modernidad: «Es probable, como algunos piensan, que la vida entera del hombre haya entrado en una nueva edad histórica muy diversa de la que hemos conocido con el nombre de moderna».

No sin interés metodológico para el fin que nos congrega, Lloréns creía en el carácter simbiótico de la emigración, que da y recibe. Por ello, debía ser valorada desde un doble aspecto: como pérdida para el país de origen y como adición para el país de asilo. De ahí que el estudio de las emigraciones no le pareciera completo a menos que se realizara desde ambas perspectivas y a ser posible por autores diferentes, de una y otra nacionalidad.

Finalmente, le faltó tiempo para articular el más ambicioso de sus proyectos historiográficos, apenas esbozado en sus últimos años: el de explicar -siguiendo a Ortega- el fenómeno de «la discontinuidad cultural española» (Lloréns, 1973 y 1981, pp. 10-12).

Por la discreción con que vivió su exilio, entregado a sus actividades académicas, distante de la política y sin pretensiones literarias creadoras, pero sobrellevando su carga sin cerrarse a las fatigas de los demás compatriotas, la exhumación de su epistolario acaso pueda servirnos para iluminar formas de vivir el destierro que no merecen ser relegadas en nombre de su aparente irrelevancia. Lloréns tuvo ilustres corresponsales entre sus compañeros de emigración: Salinas, Jorge Guillén, Américo Castro, Max Aub811, etcétera, cuyas series epistolares merecen sin duda una   —473→   cuidadosa revisión conjunta que enriquezca nuestro conocimiento de las relaciones intelectuales privadas en el exilio. En tanto esto se hace posible, daremos noticia de la correspondencia amistosa sostenida regularmente desde 1939 con su paisano el musicólogo Eduardo Ranch Fuster, modesta en términos cuantitativos pero reveladora de actitudes y situaciones que contribuyen a fijar las diferentes fases del destierro de Lloréns con la perspectiva de un corresponsal «interior» que cumplía su función de alimentar la esperanza del amigo ausente, al tiempo que fortalecía la propia. A diferencia de las cartas cruzadas entre desterrados, series como ésta vienen a ser testimonio espontáneo del vínculo con el pasado más entrañable, donde se pone de manifiesto las carencias del exiliado, la medida de su nostalgia y de su conciencia del destierro en relación con el bien perdido. Pero antes de referirnos al contenido de este epistolario conviene revisar los antecedentes de la amistad que le dio origen.


Origen de una amistad

Eduardo Ranch y Vicente Lloréns se conocieron en 1922, en una clase de francés de la Universidad de Valencia, cuando el primero tenía la edad de 25 años y el segundo 16. Pese a la diferencia de edad y a los diferentes estudios que cursaban -el uno era músico y el otro se encaminaba a la filosofía y la literatura- se inició entre ambos un afecto y una admiración verdaderamente excepcionales. Ambos formaron parte de un grupo de personalidades que realizaron una tarea importante en el desarrollo de la cultura valenciana de los años veinte y durante la II República, que se prolongó, de forma larvada, a lo largo de nuestra dilatada postguerra. Este núcleo intelectual lo formaban Adolf Pizcueta -escritor, periodista y político, fundador y luego director de Taula de Lletres Valencianes, órgano de la vanguardia valencianista, donde colaboraron entre otros Ranch y Lloréns812-, Enrique González Gomà -catedrático de Contrapunto y Fuga en el Conservatorio de Valencia y uno de los críticos musicales más cultos del país-, Francisco Almela y Vives -poeta, periodista y librero, director de la revista Valencia-Atracción-, Eduardo López-Chavarri Marco -definidor del modernismo en 1902, abogado, periodista, compositor y catedrático   —474→   de Estética e Historia de la Música-, Federico Martínez Miñana -periodista y político-, José Arámbul -abogado, maestro, periodista de El Pueblo, político y culto bibliófilo-, Alfredo Just Gimeno -escultor exiliado en el 39 a México y EE. UU., su hermano Julio -escritor, biógrafo de Blasco Ibáñez, diputado a Cortes en el 36, Ministro de Obras Públicas con Largo Caballero, exiliado finalmente en París- y los más jóvenes literatos Juan Gil-Albert y Pascual Pla y Beltrán. A estos significativos nombres hay que añadir el de Vicente Sos Baynat, geólogo castellonense, una de las mentes científicas más lúcidas de nuestra tierra, Premio Nacional de Ciencias Naturales, entre otras distinciones, relegado al exilio interior desde 1939.




El espíritu, el talante, o sentimiento del antes y el después, en Vicente Lloréns

A medida que se van leyendo las cartas del historiador, que abarcan desde el 10 de febrero de 1924, cuando Lloréns marchó a Madrid para finalizar su carrera y se aproximó al Centro de Estudios Históricos, hasta el fallecimiento de Eduardo Ranch en 1967, fecha en que se cierra este epistolario, se va percibiendo claramente el antes y el después del desterrado, es decir, el cambio en su forma de ver el mundo. Las ilusiones de antaño, su actividad impulsada hacia un futuro que se le presentaba prometedor, la inclinación siempre constante hacia el entorno familiar de sus padres y hermanos, el deseo de gozar plenamente de sus momentos de ocio; todo ello se trasluce en su forma de escribir antes del exilio. Su afición a la música -tocaba bien la guitarra, Andrés Segovia fue su maestro y amigo-; el teatro, que cultivó de joven como aficionado en Jalance, pueblo de toda su familia, afición que trasladó después a sus alumnos de la Escuela Internacional; la afición al cine, que compartía con Ranch; su sensibilidad ante el atractivo femenino; la discreta afición a las corridas de toros; el contenido eufórico que rezuman sus cartas cuando habla de sus amigos de Valencia... Todo un mundo emocional que contrasta claramente con el epistolario posterior, a pesar de que en sus cartas huye tácitamente del victimismo, de la tragedia y de la autocompasión. Las cartas que remitió a Ranch, a partir del año 38, eran un cúmulo de emociones cuyo dramatismo se adivina, aunque están perfectamente controladas.

Para dar una idea más directa de la diferencia de talante que tenían sus escritos entre ambos periodos, evocaremos aquí algunos momentos felices correspondientes a los años de pre-guerra, reflejados en la correspondencia: por ejemplo, con fecha 19 de octubre de 1926, Lloréns, desde Madrid, anuncia a Ranch con alegría su nombramiento como Lector de Lengua y Literatura Españolas en la Universidad de Génova. Le habían otorgado una subvención del Ministerio de Estado de dos mil pesetas, además del sueldo de aquella universidad italiana. Y le promete que pasará   —475→   por Valencia y se verán antes de su partida. Ranch copia a lápiz al pie de esta carta el jovial telegrama que le envió para felicitarle: «Con tu afición a leer / Lector tenías que ser / Espero que aún te he de ver / (firmado) Eduardo Ranch Fuster».

Lloréns le dirige más tarde varias cartas -por cierto, en catalán- desde Génova. Le comunica después su traslado a Marburgo y Colonia. En esta última ciudad se siente solo. Como una premonición, le surge la posibilidad de ir a América, pero Leo Spitzer le persuade para que no deje Alemania. Se quedó allí y en octubre de 1932 está todavía en Colonia, pero ya no vive solo. Comienza a convivir con una joven que había conocido en Génova y que en 1936 sería su primera esposa, Lucía Chiarlo, nacida en Argentina aunque de origen italiano.

Alemania por estas fechas ya estaba inmersa en la desazón política por todos conocida. Testigo de la ascensión nazi, la vive plenamente y se la comenta a Ranch, quien le insta a que escriba sobre este tema en la prensa de su ciudad. En efecto, envía una serie de cuatro artículos para El Mercantil Valenciano sobre los momentos previos a la toma del poder por Hitler813. Aún reside en Alemania hasta marzo de 1933, ligado al Instituto Hispano-Alemán del Intercambio Cultural de Colonia. Pero Leo Spitzer, bajo cuya dirección está, es destituido por Hitler y Vicente Lloréns se encuentra de nuevo en Madrid en enero de 1934.

Este año es crucial en la relación de los dos amigos. Don José Castillejo, secretario de la Junta para Ampliación de Estudios, encomienda a Lloréns la dirección de la Escuela Internacional Plurilingüe fundada el año anterior, y éste -con el respaldo del musicólogo Eduardo Martínez Torner, miembro del Centro de Estudios Históricos- invita a Eduardo Ranch a incorporarse a dicho centro pedagógico como profesor de Música. A principios de octubre le propone que lleve «cosas sencillas de música y cantos, populares y cultas, tanto españolas como extranjeras». Ranch aceptó, con la intención frustrada de trasladarse a Madrid con su familia. Fue para él una etapa muy rica en vivencias culturales y personales que le producían gran euforia, según se deduce de las muchas anotaciones que hacía en sus agendas. Entre el profesorado de la Escuela se hallaban Bernardino de Pantorba en dibujo; Rosalía Martín, esposa de Alejandro Casona, estupenda profesora de primaria; Giuliano Bonfante y su esposa, profesores judíos exiliados de la Italia de Mussolini; Carlos Lloréns, arquitecto, hermano del director, y el poeta José Antonio Muñoz Rojas, autor de la letra sobre la que Ranch compuso el himno de la Escuela. Entre el alumnado estaban Solita Salinas y los hijos de Andrés Segovia -el pequeño, Leonardo, electrocutado en Suiza en 1936, durante un concierto de su padre, y el mayor, Andrés, que alcanzó después notoriedad como pintor en París. La excelente organización   —476→   que imprimía Lloréns en la Escuela hizo que ésta adquiriera un gran prestigio. El material que Ranch recopiló mientras estuvo allí, que consta en su archivo familiar, refleja un ambiente pedagógico y familiar casi idílico.

Sin embargo, por debajo de ese aparente bienestar se fraguaba la gran tragedia, cuyos presagios seguían ambos amigos con inquietud. Los sucesos de octubre en Asturias, los vaivenes de la política durante el bienio negro... se reflejan en sus escritos y actitudes de entonces. En 1936 se truncan las ilusiones y las cosas se han de ver de muy distinta manera.




Cartas y notas de la Guerra

Lloréns, que seguía viviendo en Madrid y era militante del Partido Socialista, se incorporó al ejército republicano como traductor del Estado Mayor en la Subsecretaría del Ejército de Tierra. Al trasladarse el Gobierno a Valencia, en noviembre del 36, regresó a su ciudad, aunque, debido a su destino, tenía una gran movilidad. Sus misiones eran muy variadas: lo mismo debía ser intérprete del general austríaco, y socialista, Julius Deutsch, que acompañar a una dama aristocrática italiana, apellidada Della Rosa, para ayudarle a recuperar el cadáver de su hijo, voluntario en las Brigadas Internacionales. Ascendido a teniente, durante sus estancias en Valencia siempre se reúne con Ranch. El 26 de enero de 1937 éste anotó en su agenda una circunstancia curiosa, que recogemos aquí por tratarse de una imagen persistente en la memoria familiar, vivo reflejo de aquellos días:

Estando en la puerta de la casa del médico donde he acompañado a mi hermano, he visto pasar sin apenas darme cuenta a Lucía, la esposa de Lloréns, dentro de un coche, junto al chófer. Me he dado cuenta de que iban también militares de carabineros y Lloréns detrás, el último de la derecha. Le he gritado: «¡Vicente!, ¿te vas? ¡Sí!, me ha dicho. ¿Pero vuelves? ¡No! ¡Que te vaya bien, salud!».



Ranch añadió después a lápiz, seguramente al repasar lo escrito: «Tuve la impresión de que no le vería más». Afortunadamente no fue así, y todavía pudo verle en diversas ocasiones durante la guerra. En concreto, el 17 de febrero Lloréns llega procedente de un lugar de la costa mediterránea y relata un combate y un bombardeo con la escuadra nacionalista, en el que hubo varios muertos amigos suyos, y estuvo enfermo de la impresión.

En el mes de marzo se encuentran varias veces. El 29 de mayo visitan juntos a José María Quiroga Pla, yerno de Unamuno y redactor de Hora de España, ingresado en una clínica por un problema diabético. Con Quiroga estaba ese día Ramón de Unamuno, que había perdido un ojo y a quien una bala había destrozado la boca. Ranch anota:

  —477→  

Me pareció Ramón, al principio, un hombre adusto, luego ya no tanto, creo que era más bien debido a su incapacidad para hablar. Al irme le deseé mejoría total y me daba pequeños golpes en el brazo, no pudiendo expresarse de otro modo.



Durante el II Congreso Internacional de Escritores Valencia era un hervidero cultural. En las agendas de Ranch se registra alguna actividad relacionada con aquel acontecimiento, constan en su biblioteca libros dedicados por destacados asistentes -como César Vallejo- y participó con Lloréns en reuniones organizadas con este motivo. Por estas fechas su casa estaba abierta a una serie de visitas que recordamos bien: Subirá, Pérez Casas, y, sobre todo, el citado Quiroga Pla, que acudía con asiduidad para consultar el abundante material sobre Unamuno que Ranch conservaba en su archivo.

El 30 de octubre se traslada el Gobierno a Barcelona y los amigos no volvieron a encontrarse hasta un mes más tarde. La última anotación de Ranch en su agenda sobre Lloréns en Valencia corresponde al 30 de noviembre. Ese día comieron juntos con toda la familia. Aquel encuentro tuvo todas las características de una despedida. Desde esa fecha, únicamente el 25 de abril de 1938 aparece esta significativa nota: «Lunes, San Vicente. He recordado a Sos y Lloréns. No les he escrito. Este último está en Barcelona». Pero sí que escribe a Lloréns el 30 de junio, porque éste le contesta con fecha 26 del siguiente mes. En esta carta, mecanografiada, con el membrete del Ministerio de Defensa Nacional, ya con cierto tono melancólico, habla entre otras noticias familiares de que ve poco a Quiroga Pla, ya residente en París, y de que apenas se reúne con sus compañeros o amigos de tiempos de paz que también están en Barcelona. Se encuentra «particularmente apartado de toda actividad que no sea militar o en relación con ello..., aunque muchas veces, por lo desigual del trabajo, tengo poco o nada que hacer... De tarde en tarde al cine y algún paseo de vez en cuando con Lucía...». En el remite: Teniente Vicente Lloréns. Subsecretaría del Ejército de Tierra, Barcelona. Fue su última carta remitida antes de partir al exilio, a principios de 1939. Entre ella y la siguiente había de transcurrir más de un año, largo plazo en el que habían cambiado muchas cosas para todos.




Epistolario del exilio (1939-1956)

Limitaremos la descripción de este material epistolar al periodo 1939-1956 por entender que en esta última fecha Lloréns puso fin a la excepcionalidad del exilio al regresar a España, con pasaporte americano, para visitar a su padre enfermo, aunque sin repatriación efectiva. En 1957 murió su esposa, Lucía Chiarlo. A partir de ese momento sus viajes se regularizaron en periodo vacacional. En 1962 contrajo segundas nupcias en Jalance con Amalia García y se hizo construir una casa rústica   —478→   -La Alcarroya-, frente a la confluencia del Júcar y el Cabriel, pensando en su retiro. Por tanto, desde 1956 puede hablarse de una situación normalizada de hecho en el ámbito de lo privado, vivida con gran discreción, sin apenas actividad pública ni académica durante sus periodos de permanencia en España.

La serie consta de 27 documentos del exiliado (conservados por Ranch en Valencia) y de 24 cartas de éste (conservadas en Princeton por la viuda de Lloréns). Aunque hay que suponer varias cartas perdidas -las remitidas por Ranch a París y algunas del período dominicano por ambas partes-, la frecuencia del carteo es muy baja -poco más de dos documentos por año-, si bien su distribución se incrementa ligeramente a partir del traslado de Lloréns a Estados Unidos, como puede verse en el siguiente gráfico:

Epistolario Vicente Lloréns / Eduardo Ranch. Distribución anual
39 40 41 42 43 44 45 46 47 48 49 50 51 52 53 54 55 56 Total
Lloréns
París22
Sto. Domingo1214
Cuba1 1
Puerto Rico1 21 4
Baltimore 2215
Princeton 1122 11 3 11
Totales232 1 2322122 1 13 27
Ranch2 2 211 31232 3224

Es menester considerar las dificultades de comunicación, sobre todo en los primeros años. Los envíos procedentes de Francia en 1939, declarada la guerra en Europa, estaban sometidos a doble censura en origen y destino, y hasta bien entrados los años cuarenta los sobres llegaban estampillados por la censura militar o la gubernativa. Como a la censura real había que añadir la autocensura, es evidente que hemos de leer entre líneas y que frases en apariencia irrelevantes se cargan de sentido:

¿Se ha normalizado vuestra vida? ¿Se han celebrado ya conciertos? (...). Nada será para mí tan grato como verme recordado desde tu rincón pueblerino, donde en otro tiempo hemos pasado momentos que ahora me parecen irreales de tan gratos


(Lloréns, 7-8-39).                


Tus noticias sobre vuestra vida y sobre los amigos me hacen creer por un momento que no estamos tan lejos y que nuestra vida actual no ha perdido las amarras de la anterior


(Lloréns, 20-4-1941).                


Su corresponsal valenciano trataba de superar la común melancolía con la promesa de luchar contra el olvido y mantener viva en sus hijos la memoria del exiliado (7-3-40): «lo que importa ahora es vivir y procurar vivir largamente». Parece que   —479→   Eduardo Ranch tomaba precauciones en alguna de sus primeras cartas, haciéndolas escribir por su mujer (Amparo Sales), acaso para facilitar su circulación entre el bosque de censores españoles y franceses, práctica por otro lado habitual en aquellos momentos: sin ir más lejos, los hermanos de Lloréns, Carlos y Enrique, firmaban las cartas que le enviaban con nombres de otros familiares menos comprometidos, según nos dice Amalia García. La correspondencia se hace tan difícil que, todavía en 1943, al recibir quejas de Lloréns por su tardanza en responderle, Ranch se expresa con el sombrío abatimiento de quien se siente aislado en su propia casa:

No te he escrito antes porque, desde que la guerra se extendió tanto, tenía la impresión de que entre nosotros y vosotros se alzaba un muro imposible de franquear. ¿Qué sé yo? Pensaba que no iban a llegar las cartas, que todo era inútil y que habría que esperar mucho tiempo...


(Ranch, 11-2-1943).                





Las fases del exilio

París (1939): Si las circunstancias del exilio parisino se endurecieron con carácter general al declararse la guerra en Europa, en el caso de Lloréns se sumaron los primeros síntomas de la enfermedad degenerativa de su esposa, minuciosamente documentada a lo largo del epistolario, que puso a prueba su abnegación y fidelidad, condicionando de modo creciente su libertad de movimiento hasta 1957. Sus cartas de estos meses son las cartas de un refugiado: cautelosas, apenas contienen alusiones políticas o referencias a amigos y compañeros de la emigración, pero ofrecen en cambio persistentes síntomas de nostalgia con el deseo de un pronto retorno que alienta con la lectura diaria de la prensa madrileña (7-8-39). Sabemos que durante meses aguardó su traslado a México con ayuda de la Junta Española de Cultura, mientras sobrevivía con modestos empleos en la oficina de un Comité de ayuda a excombatientes de la guerra sostenido por laboristas británicos o en el SERE (Servicio de Evacuación de Republicanos Españoles), donde encontró el apoyo de su paisano Federico Martínez Miñana (Lloréns, 1975, pp. 17-23). Sin embargo, comenzada la guerra, reclamó con apremio a Ranch, en Valencia, y a Samuel Ros, en Madrid, documentos para legalizar canónicamente su matrimonio con Lucía Chiarlo so pretexto -¿cortina de humo para censores?- de que era condición indispensable para su inmediato retorno a España (6-10-39). Cuando llegaron los papeles a París, los Lloréns se hallaban ya a bordo del Flandre rumbo a Santo Domingo, no a México como era su intención inicial (Lloréns, 1975, pp. 17-23).

Santo Domingo (1939-1945): Lloréns desembarcó en Ciudad Trujillo el 7 de noviembre de 1939 y dos meses más tarde fue nombrado profesor de filología española de la universidad dominicana. Las primeras impresiones que transmite en sus cartas expresan satisfacción por la vuelta a la docencia y por la tranquilidad hallada:   —480→   «Realmente estoy un poco cansado de tanto peregrinar. Necesito reposo y estabilizarme durante un cierto tiempo» (10-1-40). Lloréns se había de referir años después a la peculiar experiencia del exilio en Santo Domingo donde, a diferencia de lo ocurrido en otros países democráticos que facilitaron la integración y el acomodo, los republicanos españoles hubieron de adaptarse a un régimen de secreto y tiranía, en un país donde se conjugaba lo arcaico colonial con los avances técnicos más modernos, y donde -pese a la agobiante falta de libertad- pudieron vivir con fugacidad una especie de segunda juventud, durante la fase inicial del destierro, con la ilusión predominante de un pronto retorno a España (Lloréns, 1975, p. 11). Sus cartas, en efecto, expresan dicha ilusión, pero con el realismo necesario para comprender que la hora del regreso estaba aún muy lejana, lo que afectaba particularmente a su actividad profesional. Así, los libros como instrumento de trabajo se convierten en motivo recurrente durante esta primera fase epistolar. Le molestaba utilizar libros ajenos y soñaba con recuperar los propios: «Si he de tardar mucho en volver a España, sería lo mejor traerme mis libros, por lo menos una parte» (10-1-40). Ingenuo Lloréns que ignoraba el saqueo de su piso en Madrid y la consiguiente pérdida de sus libros. En sucesivas cartas va dando cuenta a Ranch de la paciente reconstrucción de su biblioteca. Aplicando los modestos recursos proporcionados por algunas conferencias en La Habana o en Puerto Rico814, en poco más de un año consigue doscientos volúmenes «entre comprados y regalados», libros de consulta y literatura española sobre todo (20-4-41). También resume a Ranch su jornada de trabajo, «muy metódica, muy aburrida», que se iniciaba a las seis de la mañana. Tras el desayuno, desde las ocho se ocupaba en las traducciones, imprescindibles para completar su sueldo:

Preparo mis clases antes de comer, ...por la tarde hacemos una hora de siesta, estudio un rato inglés, que entiendo y hablo, pero que quiero dominar, ...y doy mis clases en la universidad, tres días a la semana de literatura, los otros tres de filología... Por las noches, si Lucía se encuentra bien, solemos dar un pequeño paseo o hacer alguna visita o ir al cine. Luego hasta la media noche, me dedico a mis trabajos (investigación, corrección de pruebas, etc.)


(Lloréns, 20-4-41).                


No faltan síntomas más concretos de reactivación intelectual: conferencias en La Habana sobre la cultura de Santo Domingo en el siglo XVI, proyectos de trabajo en torno al lenguaje taurino o al género chico y al teatro menor del último tercio del XIX, de cuyos resultados no tenemos constancia. Para documentarse pide a Ranch información bibliográfica de cuanto pueda encontrar: «...viejos números de La Lidia, cuanto más antiguos mejor, historias del toreo, obras literarias que tengan por   —481→   tema corridas o vidas de toreros».

En las búsquedas bibliográficas colabora también el poeta Almela y Vives, que acababa de establecerse como librero de viejo. Por su parte, Ranch le reclama con insistencia la localización de algunas ediciones americanas de Pío Baroja, inencontrables en España (Laura, Ayer y hoy) que Lloréns no siempre consigue con facilidad (29-12-41, 21-6-49).

El reencuentro de éste con Andrés Segovia y la noticia de la muerte accidental de su hijo Leonardo, o una mención de Ranch a Henríquez Ureña, desatan en ambos la nostalgia de la Escuela Internacional Plurilingüe, otro de los motivos recurrentes de estas cartas (Lloréns 10-1-40, 1-1-42, Ranch 7-3-40, 14-9-41). Venciendo su pudor literario, Ranch confiesa haber comenzado a escribir una serie de cuentos bajo el título «Relatos de un colegio»:

Ya puedes imaginarte qué colegio es; ...cosas y datos de la Escuela que dejaron en mí su huella... Aunque pareció una impresión ligera, al ir recordándolos luego, aumentó la impresión y creo que el interés... Ya adivino que te interesará esta noticia, y que de buena gana aceptarías ahora aquí mismo una lectura...


Lloréns responde interesado:

¿No podrías enviarme una copia? Evocar el ambiente de la Escuela ha de ser para mí penoso, y al mismo tiempo agradablemente conmovedor. Y el tiempo pasa. Pronto, como quien dice, hará diez años.

¿Pero es posible?


(1-1-42).                


En la misma carta se muestra emocionado por la devoción con que Ranch guardaba sus antiguas publicaciones y le pide reproducción de sus primeros artículos críticos que aquél conservaba en su archivo815. En el otoño de 1941 Lloréns sufrió un atropello de motocicleta con fractura de ambos brazos (29-12-41). Poco después la correspondencia conservada se interrumpe durante cuatro años.

Las cartas dominicanas de Lloréns, muy directas, expresan entre líneas angustias personales con la enfermedad incurable de su esposa como fondo. Ranch, con ánimo de llevarle sensaciones consoladoras, le informaba sobre los amigos; se demoraba en descripciones etnográficas o le comunicaba impresiones muy particulares   —482→   (como la de haber sintonizado una noche la Radio de Ciudad Trujillo con la ilusión de haberse sentido inmerso en el mismo ámbito vital del exiliado). El 14 de septiembre de 1941 le facilitaba una minuciosa descripción de la biblioteca que estaba instalando en su casa de la Vilavella de Nules; el 11 de febrero de 1943 aludía a su correspondencia con Pío Baroja y a su deseo de tenerlo como huésped... En ocasiones sucumbe a la tentación de transmitirle sus zozobras agrícolas en tiempos de guerra o de describirle las enfermedades familiares más recientes (25-11-43).

Lloréns tenía conciencia de que los años acabarían borrando la motivación del exilio hasta la asimilación paulatina de los desterrados políticos a la emigración común, pero mientras estuvo en Santo Domingo -en aquella «abreviada España Republicana», como él la llamaba (1975, 80)- parece que predominó en su ánimo la sensación de provisionalidad sobre la resignación al status de exiliado permanente.

Puerto Rico (1945-1947): Los siguientes pasos del exilio de Lloréns parecen tutelados por su antiguo amigo Pedro Salinas quien, tras visitar Santo Domingo en 1944 (Lloréns, 1975, 77), lo llevó a la Universidad de Río Piedras, donde él profesaba. Así lo comunicaba a Jorge Guillén (17-12-45):

También está desde agosto Lloréns, despabilado y aguzado por la emigración, y creo que puede hacer algo en crítica literaria; además simpático y de buena compañía siempre. Tiene memoria y me divierte oírle contarme a veces cosas mías que yo había olvidado


(Salinas, 1992, pp. 366-367).                


Aunque la vida le r esultaba más llevadera que en Santo Domingo, Lloréns confesaba a Ranch que la misma presencia de lo norteamericano en la vida exterior portorriqueña acentuaba la nostalgia de lo español. El desterrado trataba de expresar su rara sensación del tiempo en la lejanía: «los días largos; las semanas y los meses cortos». Su resistencia al exilio seguía viva:

Dentro de lo que cabe, estamos bien. Demasiado bien, pensando en tantos que hoy están tan mal por esos mundos. Pero echamos de menos tantas cosas... Sobre todo cuando uno siente en «europeo», sentimiento que nace cuando uno llega aquí, y que en las actuales circunstancias es más grave que nunca porque muchas de las cosas de nuestro «mundo de ayer» se fueron para no volver.


Fue precisamente en Puerto Rico donde hallamos el primer indicio de su interés crítico por la relación exilio / literatura: un cursillo sobre poesía española del destierro, desde los orígenes hasta el siglo XX, impartido en el verano de 1946, que debía servir para prologar una Antología en proyecto, con un centenar de composiciones de treinta autores (2-6-1946).

Por estas fechas le remite Ranch su folleto sobre Franz Liszt816 y le facilita abundante   —483→   información acerca de la actividad musical valenciana (20-12-45), con una detallada descripción melódica del Concierto de Aranjuez (9-1-47) que Lloréns acoge con curiosidad -«daría cualquier cosa por oír ese concierto de Rodrigo de que me hablas»-. El desterrado le anima irónicamente a contarle «pequeñas cosas de por ahí» porque «la petite histoire siempre es interesante, sobre todo cuando no es posible ocuparse de la grande» (4-4-47).

Baltimore (1947-1949): Fue de nuevo Salinas -a cuya instancia había participado Lloréns en la conmemoración del 4.° Centenario de Cervantes (con un discurso sobre «Don Quijote y los libros» pronunciado en la Universidad de Río Piedras, en 1947)- quien le abrió camino en la vida universitaria norteamericana atrayéndolo hasta la «John Hopkins», donde él mismo había vuelto a impartir docencia. El 5 de febrero de 1947 comenta el poeta a Guillén: «Andamos en gestiones con Lloréns. Creo que cuajarán. Me alegraría por él, y por romper un poco esta soledad baltimoreana» (Salinas, 1992, p. 411).

El nuevo destino colma sus aspiraciones académicas: «Figúrate mi alegría al entrar en una Facultad donde voy a tener por colegas a viejos maestros y amigos de Europa, tales como Spitzer y Salinas» (4-4-47). Los dos años de estancia en Baltimore le prestan la concentración y los medios precisos para madurar su proyecto investigador sobre las emigraciones liberales españolas: recuérdense sus artículos «El retorno del desterrado» (Cuadernos Americanos, México, 1948) -punto de partida de Liberales y románticos, según confesión propia817- o «La actividad literaria de la emigración española» (Revista Occidental, Nueva York, 1949). Lloréns se sentía ante sus ilustres colegas como quien recibe «la alternativa» (19-12-48), algo inquieto, pues cumplidos los cuarenta años aún no había fijado con precisión el objeto central de sus investigaciones. Desde este momento, sus cartas comienzan a expresar el índice de sus necesidades bibliográficas, que Ranch trata de satisfacer por todos los medios a su alcance. Desde Baltimore requiere información sobre los músicos Melchor Gomis y Santiago Masarnau -cuyas Memorias había citado Baroja-, se interesa por las de Mariano de Cabrerizo (21-6-49) y por los Recuerdos de juventud (1871) de Domingo María Ruiz de la Vega (20-12-49). Ranch (19-8-49) le orienta sobre la Biografía de Masarnau de José María Cuadrado y le habla del «medio centenar de obras publicadas por Cabrerizo» que tenía en su biblioteca, al tiempo que le anunciaba el envío del libro de Almela sobre el editor romántico818.

Aparte la relación familiar con los Salinas, con quienes compartía «tertulias nocturnas», casada ya la «ex-alumna» Solita con Juan Marichal, también profesor en   —484→   Baltimore, Lloréns daba cuenta a Ranch de sus encuentros con Andrés Segovia, Jorge Guillén -«uno de los conversadores más agradables que te puedes imaginar»-, Américo Castro, Dámaso Alonso y Eulalia Galvarriato o Juan Ramón Jiménez. A propósito de este último escribe con sorna (19-12-48):

Mañana vamos a Washington a un té, donde me presentarán a Juan Ramón Jiménez. Salinas espera con impaciencia su entrevista, seguro de que hablará mal de él y de todos los poetas contemporáneos españoles y extranjeros, como es su costumbre. A mí no me hace mucha gracia la agresividad del ya anciano poeta, que acaba de hacer un viaje «triunfal» por la Argentina; pero estoy preparado para todo. Si la cosa tiene interés ya te contaré.


Parece vivir momentos relajados, incluso se observa un mayor desenfado al hablar de su añoranza española:

La nostalgia no nos impide hacer nuestra vida normal; pero no es lo mismo vivir fuera voluntariamente, como yo mismo antes en Alemania, que la situación actual. Sé que estoy mucho mejor aquí, pero el no poder gozar de las ventajas de antes en cuanto a desplazamiento, produce una penosa sensación: la del desterrado precisamente, que no tienen ni el turista ni el emigrado voluntario


(19-12-48).                


Corrobora esta firme conciencia de su condición extrañada su negativa a la invitación de Ranch para colaborar en el número conmemorativo del 25 aniversario del Boletín de la Sociedad Castellonense de Cultura, donde prometían agavillarse las firmas de muchos antiguos amigos del valencianismo militante de anteguerra: los Martínez Ferrando, Carles Salvador, Mateu i Llopis, Soler i Godes, Almela i Vives, Carreres Calatayud, Sos Baynat o el propio Ranch, entre otros:

No tengo más remedio que renunciar. No por vosotros claro está, ni por la revista; sino por una cuestión moral de principio que no puedo quebrantar por muy grande que sea la tentación. Estando ahí, lo haría; sería un acto de amistad y solidaridad con vosotros. Desde aquí, no me es posible; sería un acto de adhesión o sometimiento, no a vosotros, sino a algo distinto que no estoy dispuesto a realizar. Lamento no poder extenderme demasiado ni ser todo lo explícito que desearía para hacerme entender, para que no interpretes mal mi posición. No es ni intransigencia ni petulancia ni cosa por el estilo. A mí me duele más que a nadie no publicar juntamente con vosotros; soy yo quien sale perdiendo en ese sentido, pero... Lo que desearía es que comprendieras mi actitud, que podrá ser equivocada, pero que no siendo motivada por razones egoístas será al menos respetada


(21-6-49).                


Ranch zanja la cuestión semanas después: «Ya veo tu actitud y adivino tus razones:   —485→   pero como aquí hay gentes de toda condición que escribirán en este número, no vacilé en hacerte el ofrecimiento. Así pues, comprendido y no hablemos más de esto» (19-8-49). Es en este punto del epistolario cuando se nos manifiesta ya con nitidez la consolidación de su conciencia de exiliado, cuya coherencia está por encima de la nostalgia y del sentimiento amistoso. Lloréns se mantuvo firme todavía muchos años si consideramos que su retorno a una publicación peninsular no se produjo hasta abril de 1960819.

Princeton (1949-1956): La última escala del exilio de Lloréns fue New Jersey, reclamado por Américo Castro, lo que no cayó bien entre sus colegas de Baltimore. De nuevo es Pedro Salinas quien nos da información complementaria (21-10-48): «Américo ha tratado con Lloréns de su posible traslado a Princeton. Parece que la cosa no va mal. Yo lo sentiría. Spitzer (que ha tenido una entrevista muy cordial con Castro) quiere luchar por que se quede aquí. Veremos». El 8-4-1949 añade sobre el mismo asunto: «El departamento anda de crisis: se nos van Lloréns y Juan (Marichal), y acaso alguien más» (Salinas, 1992, pp. 457 y 493).

La llegada a Princeton coincide con un recrudecimiento de la enfermedad de su esposa, que trastorna su plan de trabajo, obligado a atenderla personalmente. No obstante, las cartas conservadas muestran el ánimo con que preparaba su libro sobre la emigración liberal romántica. A fines de 1949, para mejorar la documentación obtenida desde América en fuentes británicas y en los Archivos Nacionales de Francia, preveía la necesidad de viajar a Europa. Para las fuentes francesas deseaba contar con el apoyo bibliográfico de Manuel Núñez de Arenas y de Pío Baroja, de quien, dadas las distancias y su edad, desconfiaba de obtener ayuda. Ranch, no obstante, se prestó a plantear algunas consultas al novelista, con quien también mantenía una fluida correspondencia, a las que éste -como temía Lloréns- no prestó atención820. Pero la fuente más interesante de las localizadas en Valencia fue la biblioteca de don Vicente Salvá -secretario de la Sociedad Filarmónica y biznieto del famoso librero emigrado-, de cuyo contenido -en particular varios tomos de los No me olvides, el Juicio crítico de los principales poetas españoles de la última hora, obra   —486→   póstuma de Hermosilla (1840), y algunas cartas autógrafas del Duque de Rivas- dio Ranch cumplida cuenta a Lloréns en sus cartas de 23 de enero y 5 de agosto de 1951. La respuesta de éste (19-11-51), que había adelantado un capítulo de su trabajo en la Hispanic Review821 y que disfrutaba de una beca para ultimar su libro, expresaba gran ansiedad ante la noticia de tan preciosa documentación:

...Si hace falta buscar copista, búscalo que yo lo pago... Si yo pudiera adquirir algunas de las cosas que tiene ese señor, no repararía en precio. Me contentaría con tener copia de lo más importante, pero si quiere vender, compro... Trata por todos los medios a tu alcance de que yo pueda leer lo que no haya visto hasta ahora.


En definitiva, hubo que recurrir a los copistas -sus hermanos Carlos y Enrique, junto con el sufrido Ranch-, que emplearon largas jornadas para satisfacer su impaciencia. Como muestra y resumen, veamos la desiderata de sus necesidades más urgentes (19 y 23-11-51):

-El No me olvides de J. J. de Mora (1826) y el de Pablo de Mendíbil (1829).

-Las cartas del Duque de Rivas a Salvá.

-Los Catecismos de divulgación científica editados por Ackerman, en especial el Catecismo de los literatos de Joaquín Lorenzo Villanueva, y el de Gramática castellana, que apareció como anónimo, pero que era obra de Mora.

-Varios folletos de Villanueva sobre cuestiones eclesiásticas, impresos en Londres, en español o en inglés, entre 1824 y 1827, y otros sobre las mismas cuestiones del doctor Antonio Bernabéu.

-Las revistas El Español Constitucional y El Telescopio de Pedro P. Fernández Sardino.


La última fase de la elaboración del libro, terminado en 1953, se oscurece por la penosa situación de su esposa y, sobre todo, por la muerte de Salinas: «Yo casi vivo aquí del recuerdo de los idos o de los ausentes, como vosotros. Triste cosa una vida llena de lejanías y vacíos», escribe el 29 de diciembre de 1953. Y añade para justificar su demora en la correspondencia:

Lavar, vestir y atender a Lucía corre a mi cargo, amén del desayuno y la cena; de modo que empiezo a las siete de la mañana y no paro hasta las nueve o las diez de la noche. Entonces, cuando ya he acostado a la enferma, es cuando puedo sentarme, muerto de sueño y de cansancio, a preparar mis clases y leer unas páginas. Ya ves que mi largo silencio epistolar tiene alguna justificación...


La aparición de Liberales y románticos en 1954 consolidó la autoridad de Lloréns entre los maestros de la historia cultural y literaria española. Del éxito del   —487→   libro participó también Ranch quien, al orgullo de saberse secreto colaborador, añadía la satisfacción de haber recibido el primer ejemplar llegado a España. Satisfacción que se había de incrementar en los años siguientes cuando Lloréns comenzó a recomendar su biblioteca y sus conocimientos bibliográficos a ilustres colegas -como José F. Montesinos- y a jóvenes discípulos -como E. Inman Fox, entre otros, cuya curiosidad también está documentada en su archivo.

A principios de 1956 Lloréns encomendó a Ranch algunas gestiones familiares en relación con su regreso a España. Pesaba en su ánimo la obsesión de su padre enfermo por volverlo a ver, pero el eventual viaje le obligaba a acelerar los trámites para adquirir la nacionalidad americana en evitación de mayores complicaciones:

Ya te puedes figurar mi estado de ánimo en trance semejante (escribía el 7 de enero). Hace ya casi diecinueve años que falto de mi casa. Triste cosa tener que volver ahora para ver por última vez a mi padre, dejando aquí la ruina humana que es ahora la pobre Lucía. No es éste el retorno que soñé.


En agosto, a su llegada a Jalance, había dejado de ser exiliado para ser americano. En realidad, tampoco entonces se desligaba de la suerte colectiva:

Con el tiempo, la mayor parte de los emigrados fueron desapareciendo, otros regresaron a España, y los demás, arraigados ya definitivamente en los países que les acogieron, van y vienen a su lugar natal temporalmente, como hacen los viejos emigrantes, a quienes se asemejan hoy más que nunca


(1974, 240).                


Pero en Lloréns la conciencia del destierro -preservada como estaba por la fidelidad intelectual a sus raíces culturales e históricas- no se extinguió de manera trivial por la ley inexorable del tiempo. Cuando escribía -citando a Salinas- que «el escritor emigrado de cierta edad, y sobre todo el poeta, vive abrazado a su lengua como el máximo bien», de modo que «escribir un poema no constituye solamente un acto de creación estética, sino una afirmación personal que lleva implícita la abolición del destierro» (1974, 243), Vicente Lloréns estaba sugiriendo su motivación más íntima. Cierto que él no escribió poemas, pero con su fecunda escritura como cronista de las emigraciones españolas abolió virtualmente su destierro real y contribuyó a la afirmación objetiva de su memoria histórica contra la erosión inclemente de los años.



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Bibliografía citada

Pedro Salinas /Jorge Guillén (1992) Correspondencia (1923-1951), edición, introducción y notas de Andrés Soria Olmedo, Barcelona, Tusquets.

Vicente Lloréns (1974), «Perfil literario de una emigración política», en Aspectos sociales de la literatura española, Madrid, Castalia, pp. 215-244.

——, (1967), «El retorno del desterrado» (publicación original en Cuadernos Americanos, México, julio-agosto, 1948), en Literatura, historia, política, Madrid, Revista de Occidente, pp. 9-30.

——, (1973), «La discontinuidad española», en Revista de Occidente, 121, pp. 3-23.

——, (1974), «Jorge Guillén desde la emigración (En torno a Homenaje)», en Revista de Occidente, 130, pp. 78-97.

——, (1975), Memorias de una emigración. Santo Domingo, 1939-1945, Barcelona, Ariel.

——, (1976), «La emigración republicana de 1939», en El exilio español de 1939, coordinado por José Luis Abellán, Madrid, Taurus, pp. 97-200.

——, (1981), Mujeres de una emigración, «Introducción» de Amparo Ranch; «Presentación» de Guillermo Carnero, Valencia, Real Sociedad Económica de Amigos del País, 19 pp.