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ArribaAbajoV. Aspectos interesantes del problema del libro en América


ArribaAbajo1) Los libros de texto

Los libros de texto tienen un doble aspecto: económicamente, constituyen acaso la fuente más saneada de ingresos de la librería; culturalmente, son el mejor instrumento que un país puede utilizar para ejercer ascendencia espiritual.

Del valor económico de los libros de texto dan fe unas cuantas cifras, al azar elegidas. En 1920, en la Argentina, había 9.268 escuelas primarias (7.801 públicas y 1.285 privadas), con 36.615 maestros y 1.190.231 alumnos. La enseñanza secundaria comprendía 42 Colegios nacionales (1.244 profesores y 11.022 alumnos); cuatro Universidades nacionales (Córdoba, 1.603 estudiantes; Buenos Aires, 10.404; La Plata, 2.979, y Rosario, 1.920), y otras Universidades provinciales (Santa Fe, Tucumán y Cuyo)47.

Colombia contaba, en 1920, con 5.317 escuelas primarias, en las que recibían enseñanza 337.315 alumnos; 73 secundarias   —45→   (7.305 alumnos); 28 profesionales (2.784 alumnos); 35 de Arte y Comercio (1.606), y 27 Normales (1.231). En las Universidades de Bogotá, Medellín, Cartagena, Popayán y Pasto, la población escolar ascendía a 2.488 alumnos.

En Brasil, las Escuelas primarias eran, en 1914, 12.744 (20.590 maestros y 700.120 alumnos; 327 las secundarias (151 profesores y 30.258 alumnos; 151 profesionales (19.294 alumnos), y 29 Normales.

En Filipinas, en 1920, asistían a las escuelas públicas 791.626 alumnos. En el Perú, la estadística arrojó, en 1920, un total de 3.338 escuelas (5.059 maestros y 194.070 alumnos) y 29 Escuelas Superiores (373 maestros y 6.669 alumnos). En la Universidad de S. Marcos se instruían 1.308 estudiantes. Arequipa, Cuzco y Trujillo cuentan también con importantes Centros de enseñanza superior, y es de reciente creación la Universidad de Escuelas Técnicas, que comprende las Escuelas Superiores de Ingeniería, Agricultura, Comercio, Artes Industriales y Pedagogía.

Sirvan esos datos como ejemplo. No debe olvidarse que la población total de las Repúblicas de habla ibérica ascendía, en 1920, acerca de 95 millones de habitantes, y que la instrucción pública constituye la primera de las preocupaciones de aquellos jóvenes países. Pues bien: ¿qué masa de lectores será comparable a la que ofrece el mundo escolar hispano-americano, y dónde hallar mejor mercado para nuestra industria editorial? Sólo desde ese punto de vista,   —46→   exclusivamente comercial, parecería poca toda la atención que se consagrase al libro de texto.

Pero hay otros aspectos más interesantes. Altamira recuerda48 que la primera fase de toda independencia colonial es una literatura rencorosa y agresiva para la metrópoli. «Siempre que un país dominado por otro, escribe, en cualquier forma de dominio, colonial o no, ha roto por la fuerza los lazos que políticamente le sujetaban, se ha producido una literatura de acusaciones hacia el Poder respecto del cual se declaraba la Independencia». Este hecho no es más que «un resultado psicológico indeclinable de la disociación espiritual que precede al rompimiento y de los agravios que toda dominación origina». Y por eso, «las generaciones próximas a la liberación se educan en un ambiente de hostilidad a la metrópoli antigua». El tiempo va suavizando asperezas y apagando odios. El movimiento reparador comienza, como todos los movimientos de esta clase, en un núcleo de selectos, que luego se extiende, en ondas concéntricas, por las demás zonas sociales; hasta llegar a la masa. «Pero la leyenda sigue actuando como elemento de juicio histórico... Perdura, sobre todo, en los libros, en la educación pública, en la tradición popular». Al fin aparece el último momento de esa evolución. «Un grupo pequeño de inteligencias ecuánimes... inicia la rectificación de la leyenda.   —47→   La rectificación pasa por un primer período erudito... Luego, el grupo aumenta...; pero la eficacia de esta obra de vindicación sobre toda la literatura histórica y sobre el saber vulgar de las gentes, tarda mucho en producirse. El único modo de acelerarla es llevar la rectificación a los libros escolares, en que aprenderán la historia colonial las generaciones futuras».

La situación de la obra colonial de España en las naciones americanas es esa. Y si los libros escolares no son nuestros, ¿cómo realizar con eficacia esa labor reivindicadora? Y no son nuestros; son casi siempre de autores nacionales, posiblemente dominados todavía por sentimientos de enemiga hacia nosotros, o de autores extranjeros, sobre todo franceses, que no han de poner mucho cuidado en destruir la falsa leyenda colonial. Así, la primera impresión -la que no se olvida nunca, la de la escuela- que reciben los niños americanos no favorece nada a España, Y en terreno que ha sido sembrado de rencor no puede nacer la planta del afecto. Luego, en los estudios superiores, en las Universidades, en los Institutos especiales, ausente España siempre, a otros pueblos corresponde la formación de la voluntad y de la inteligencia, y las generaciones nuevas, o nos desconocen, y entonces no tienen por qué apreciarnos, o saben de nosotros a través de la falsa historia negra de nuestra dominación, y entonces tienen motivos sobrados para odiarnos. Tan tremendo es el dilema, que incluso la ignorancia de lo que fuimos y de lo que realizamos   —48→   en aquellas tierras debemos mirarla como mal menor, aunque hiera nuestro legítimo orgullo de pueblo descubridor y fundador.

Los datos recogidos no permiten abrigar optimismos, que serían infundados. En la Argentina, el Sr. Boix49 hace constar que algunas casas españolas, que antes enviaban libros para niños y de premios, muy aceptados, se han descuidado un poco; en cambio, los norteamericanos y los ingleses presentan ediciones que llaman la atención y se venden mucho. En Colombia, los textos de bachillerato y escolares son de producción nacional, y los de estudios superiores españoles en un 25 por 100 y franceses en un 35 por 100. Algunos libros escolares de enseñanza primaria se editan en los Estados Unidos, por razones de coste. En Costa Rica, las obras españolas para escuelas resultan deficientes -muy localizadas y poco modernas-; agotada una edición nacional ha habido que volver al «Lector Americano» (Appleton), a las «Ciento treinta lecturas» (Hachette) y a libros de Garnier, desterrados todos desde hace años.

En Cuba50 la estadística es elocuente: En general, el libro didáctico es extranjero; el literario, español. En las Universidades cubanas se observa la ausencia casi absoluta de textos españoles. Por contraste, la mayoría de los profesionales posee todas las obras editadas en España. En la lista oficial de textos de las escuelas, no hay un solo libro de   —49→   origen español. El comercio español ha perdido la rama de instrucción primaria, por lo anticuado de las obras de enseñanza. En Managua la mayor parte de los libros de texto están editados en Francia. En Panamá ejercen las casas norteamericanas un verdadero monopolio, pues, mediante acuerdos especiales con el Gobierno, hacen traducciones y tiradas de todos los libros necesarios.

La estadística cubana de los libros de uso en las escuelas, exentos de derechos de importación, arroja estas cifras:

  —50→  

1918-19. Estados Unidos .................... 22.661 ks. 4.835 dólares.
Canadá .................... 8 ks. 45 dólares.
España .................... 5 ks. 30 dólares.
Francia .................... 2 ks. 12 dólares.
1919-20. Estados Unidos .................... 7.262 ks. 971 dólares.
Canadá .................... 1.340 ks. 242 dólares.
Bélgica .................... 112 ks. 3 dólares.
España .................... 000 ks. 000 dólares.
  —51→  

Les diferencias entre el peso y el valor de los libros son consecuencia de que la mayor parte de las remesas fueron donativos oficiales o particulares.

En Filipinas (véase la página 34) la estadística acusa el enorme predominio yankee. En México, el 25 por 100 de las obras escolares y de Medicina es de origen español. En el Perú51, la estadística prueba nuestra deficiente situación en aquel mercado: ocupamos el tercer lugar entre los países importadores de libros de texto. He aquí sus cifras:

  —52→  

1920. Francia .................... 4.465 ks. 223.2.50 libras peruanas.
Estados Unidos .................... 3.286 ks. 164.3.00 libras peruanas.
ESPAÑA .................... 998 ks. 49.9.00 libras peruanas.
Portugal .................... 78 ks. 3.9.00 libras peruanas.
Alemania .................... 71 ks. 3.5.50 libras peruanas.
Bélgica .................... 63 ks. 3.1.50 libras peruanas.
Inglaterra .................... 56 ks. 2.8.00 libras peruanas.

Los datos se refieren a cuadernos con muestras de escrituras y libros impresos para   —53→   escuelas primarias (globos geográficos, cartas ídem, cuadros murales para enseñanza intuitiva).

Queda ya expuesto, en el estudio de los factores culturales que predominan en las Repúblicas hispano-americanas, cómo los libros de enseñanza superior, en todos los órdenes, constituyen monopolio casi efectivo de países extranjeros, particularmente Francia, Italia, Inglaterra y Estados Unidos. Nada hemos de agregar a lo entonces dicho.

Algunas excepciones hay, aparte las indicadas, que no deben ocultarse. En la Argentina, el curso de conferencias de Pi y Suñer, en la Facultad de Medicina de Buenos Aires, ha contribuido a que los argentinos conozcan y aprecien nuestra cultura médica; Cajal es admirado. En Derecho Político y Administrativo se lee mucho a Posada. Unamuno y Ortega y Gasset tienen gran número de discípulos.

En el Brasil, las Escuelas militar y naval estudian textos españoles, escritos en español. En Cuba, el 90 por 100 de los Códigos y leyes de Enjuiciamiento proceden de España, donde se promulgaron durante el régimen colonial, y que todavía continúan rigiendo: no hay abogado que no utilice en su biblioteca los comentarios de Manresa, y de Mucius Scoevola. Nuestras Enciclopedias gozan de prestigio, «hasta el punto de considerar el público como una verdadera garantía de la bondad de la Enciclopedia, el qué esté editada en España»52.

  —54→  

En Salvador ocupan el primer lugar, en Medicina, dos libros de texto españoles adoptados en gran número en la Universidad Nacional; igual ocurre en Derecho. En el Uruguay alcanzaron últimamente considerable venta las obras de Urrutia, Marañón, Turró, Rivera Pastor, Posada y Cajal53.

Sin embargo, y como resumen, puede aplicarse a toda la América española el comentario del Sr. Boix acerca del problema del libro en la Argentina: «los libros que ejercen magisterio sobre la juventud, no son españoles».




ArribaAbajo2) El cultivo de temas americanos

Ha pensado alguna vez el autor español en los gustos y preferencias del público que va a leerle en América, del mercado en donde vende en mayor escala su producto, su libro? La pregunta es de Blanco Fombona y él mismo la contesta en sentido negativo. Y para vender libros es necesario que entre autor y público existan simpatías de orden psicológico: el predominio cultural de Francia responde a eso. «El acercamiento moral de dos pueblos, de los cuales uno es hijo de otro, existe siempre en mayor o menor grado. Se parece al de ciertos árboles alejados en el espacio, a la vista del hombre, pero que entrelazan y confunden sus raíces bajo la misma tierra que los nutre de la misma substancia. Este acercamiento de España y sus   —55→   hijas las Repúblicas de América tiene, como el subterráneo contacto de los árboles, ocultas raíces firmes que se estrechan en los silos de donde nacen»54.

Eso no basta. Hay que fomentar el profundo lazo afectivo; hay que fortalecer el vínculo racial con estímulos de simpatía; hay que demostrar, a los pueblos que nacieron de España, que España sigue sus andanzas con un vivo interés, que la separación no ha logrado amortiguar; hay que conceder a los problemas, a las necesidades, a las preocupaciones, a la vida entera de las Repúblicas de habla española la atención que merecen, y que hasta ahora, desgraciadamente, no se les ha otorgado.

El tema de América ha movido poco la pluma de nuestros escritores; en mayor número son los americanos que se han consagrado a estudiar el tema de España. Nada importa que les enviemos libros si no logramos despertar su curiosidad. Acaso hemos pensado, con explicable orgullo de progenitores, que todo lo que nosotros hacemos, por hacerlo nosotros, será bien recibido al otro lado de los mares, y convendrá que no hiramos más una susceptibilidad, harto dañada ya, de jóvenes naciones, que ven la Historia a través de un prisma muy diferente.

En la Argentina los investigadores se quejan de la poca labor verificada por los historiadores españoles sobre todos aquellos países,   —56→   a pesar de que en España hay sobrados elementos para llevarla a cabo. Nuestros Archivos de Indias, Alcalá, Simancas, Nacional y de Palacio, contribuirían insubstituíblemente al estudio histórico de América, estudio no realizado aún, y que tan beneficioso sería para España55.

En el Brasil son muchos los autores que imprimen sus obras en Portugal y en Francia, porque en España no encuentran facilidades. En Cuba, una casa del país ha publicado los Códigos y las leyes más importantes: una edición análoga nuestra, en forma parecida a las de Medina y Marañón, lograría éxito. Los chilenos se duelen de que las Revistas ilustradas españolas, que se venden en gran escala, no tengan corresponsal literario y fotográfico, ni agentes comerciales; debiera cultivarse la información gráfica americana. En el Uruguay, nuestro negocio editorial se ampliaría mucho incluyendo en los Catálogos obras de autores americanos, cosa qué solo se hace por excepción. Cítase al caso de una Casa española, que publicó las obras de Rodó y Florencio Sánchez, y realizó excelente negocio56.

El cultivo de temas americanos se impone como base de la expansión del libro. Véase más adelante57 una de las formas que puede adoptar.



  —57→  

ArribaAbajo3) El precio

La Cámara Oficial del Libro, de Barcelona, al estudiar las causas de la ruinosa competencia que hacen algunos países extranjeros a nuestra producción librera58, señala, entre otras, dos: el coste del papel, que sale en España un 30 o 40 por 100 más caro que en Francia o en Alemania, y la depreciación de la moneda.

La gran guerra repercutió enormemente en la industria librera. El Sr. Calleja recordó, en su conferencia ya citada59, que el Presidente del Círculo de la Librería y del Sindicato de editores de Francia decía, en octubre de 1920, que habían tenido que aceptar aumentos de 1.000 por 100 en el papel; de 500 y 600 por 100 en la impresión; de 300 a 400 por 100 en la encuadernación, y subidas análogas en los gastos generales, comunes a todas las industrias. «El libro que vendíamos a 3,50, añadía, debería hoy venderse, tratándose de tiradas medias, a 12 francos».

Que el libro español no puede sufrir la comparación, en cuanto a precios, con el libro francés, es indudable. He aquí dos ejemplos tomados al azar: la traducción francesa de la célebre obra de Wells, bajo el título Esquisse de l'Histoire Universelle, cuesta 50 francos (París, Bayot, 1925); la traducción española vale 50 pesetas. Calculando que la cotización del franco se ha   —58→   mantenido, durante el año anterior, a un promedio de 25, resulta exactamente cuatro veces más cara la traducción francesa que la española, en igualdad de condiciones de presentación. El franco ha perdido cuatro quintas partes del valor que tenía antes de la guerra; sin embargo, el libro francés no se ha elevado en más de un 200 por 100. Mare Nostrum, de Blasco Ibáñez, cuesta, en España, 5 pesetas (Editorial Prometeo, Valencia); en Francia, 7,50 francos (Calmann-Levy, París, enero 1926): al cambio, 1,75 pesetas. Y eso que tienen que cobrar sus derechos el autor y el traductor...

Hay en el libro dos clases de factores: unos, permanentes, con independencia de la tirada (coste de la composición y de la propiedad intelectual); otros, sujetos al número de ejemplares (papel, encuadernación). En tiradas reducidas, y las españolas son de un promedio de 3.000 ejemplares, si los factores permanentes suponen 3.000 pesetas, cada ejemplar sale recargado en una peseta, sólo por esos conceptos; en una tirada de 30.000 ejemplares, la composición y el autor gravarían cada ejemplar en 10 céntimos; en una tirada de 300.000, en un céntimo... A menor venta del libro, mayor descuento para el librero. En ediciones de 3.000 ejemplares el librero necesita un 40 ó 50 por 100; en ediciones de 30.000, de 300.000, el librero podría contentarse con la mitad...

Esas cifras son, para los españoles, un poco extraordinarias. En Francia tenían hasta ahora el récord las obras de Zola, que no llegaban al tricentésimo millar; Anatole   —59→   France, Rostand, Pierre Loti, lo han rebasado ya. Con razón comenta el Sr. Calleja60 que esa es una venta excepcional, lograda por autores predilectos del público, a través de docenas de años y en el mundo entero: «pues pensemos ahora en un negocio de géneros de punto: supongamos un modelo de calcetines con patente en todos los países y con un éxito universal equivalente al que alcanzan en ambos hemisferios las obras del único Anatole France que ha existido: ¿quién podría calcular la cifra fantástica que sumarían las ventas en treinta años?... Ford o Singer venden en doce meses más que Anatole France, Loti o Rostand en veinte años. Y, sin embargo ¡qué contentos aceptarían esa cifra nuestros más admirables escritores!»

Además, la industria librera ofrece una característica «sui géneris»: es industria de salida lenta. El librero necesita tener inmovilizado un capital considerable, sujeto a las fluctuaciones del mercado intelectual. El libro no es artículo de venta inmediata. Pasarán años antes de que se agote una edición completa de cualquier obra, salvo casos excepcionales. Durante ese tiempo, el librero ha de obtener, en cada ejemplar que coloque, beneficio bastante para asegurar su capacidad económica de resistencia. Ni aún en los medios más selectos logrará el libro la rapidez de tráfico propia de otros artículos, que responden a diarias necesidades. Y precisamente porque no constituye medio inexcusable   —60→   de vida, le afecta instantáneamente el medio económico en que ha de desenvolverse. Para el libro sólo queda la última moneda que dejan libre las exigencias materiales y sociales. Y en España esas exigencias suelen absorber todo el haber de las clases más numerosas, que no disponen de un remanente de ingresos.

El tema del precio del libro español ha sido objeto de reciente estudio61. El trabajo es doblemente interesante, por venir de Corporación tan autorizada, primero, y, después, por referirse al mejor de nuestros mercados americanos: el argentino. El libro, en general, tiende a abaratarse en aquella República: el español mantiene los precios de siempre. No sólo nos hacen fuerte competencia las ediciones nacionales, «sino también las de libros franceses e italianos, dada la cantidad de lectores argentinos que poseen esos idiomas o se interesan por aquellas literaturas». Y el libro francés y el italiano son mucho más baratos que el español, como consecuencia del cambio. Actualmente, y a pesar de que el consorcio de libreros franceses ha acordado elevar, para los volúmenes corrientes que forman la gran masa de la producción editorial, de francos 7,50 a 9 los precios, puede adquirirse un libro de este tipo por $ 1,50; los italianos, aún con mayor economía; y, entretanto, los españoles de condiciones análogas siguen cotizándose,   —61→   como en otras épocas, a $ 2,50 y $ 3,50. ¿Cómo extrañarse de la disminución de venta del libro español? No hay manera de luchar contra esos competidores.

En la República Argentina el aumento de precios del libro español, después de la guerra, puede calcularse en un 20 ó 25 por 100; el del libro francés, en un 80 ó 100 por 100, pero, por la depreciación del franco, queda reducido casi a la cuarta parte, y como antes; de 1914 era más barato que el libro español, la diferencia en nuestra contra subsiste, acaso acentuada. El promedio de recargo del coste del libro, incluyendo todos los gastos precisos para ponerlo a la venta en el mercado americano, oscila entre un 40 y un 50 por 100.

Una de las causas que influyen en la escasa difusión del libro español en Bahía (Brasil) es su elevadísimo precio. En Chile; las novelas en rústica, impresas en España, cuestan de $ 5 a $ 7,50. Un tomo del Teatro de Benavente, que en la Península vale tres pesetas, se vende en Chile a 4,50. En Colombia, a pesar del último convenio postal, el libro español resulta más caro que el francés, el italiano y el alemán, y sólo más barato que el inglés y el norteamericano: un tomo de Pereda sale en unas once pesetas. Otro tanto sucede en Cuba, pero con la circunstancia de que los norteamericanos procuran compensar la diferencia con la mejor presentación de sus obras, y la de que, como en la isla el coste medio de la vida es caro, se pagan fácilmente precios altos; de ahí que algunas ediciones económicas españolas   —62→   hayan logrado escasa aceptación. En Quito (Ecuador), libro que pase de tres pesetas no puede venderse, dada la cotización de la moneda.

En Filipinas los libros españoles, por falta de competencia, resultan recargarlos en un 100 ó 150 por 100. Los libreros americanos se contentan con una comisión del 30 por 100 y no elevan el valor señalado por la Casa editorial. En México se observa el esfuerzo alemán por reconquistar el mercado perdido, ofreciendo libros en extraordinarias condiciones de baratura: los de producción mexicana salen un 25 por 100 más económicos que los extranjeros. En Asunción (Paraguay), un volumen de 5 pesetas cuesta 45 ó 50 pesos paraguayos; por eso nuestros libros obtienen éxito tan escaso.

En el Perú constituye el cambio nuestro enemigo mayor. Con una libra peruana se compran 60 u 80 francos de libros franceses, y sólo pueden comprarse 25,60 pesetas de libros españoles. Además, el libro español editado en Francia se vende en Lima a 30 centavos por franco y el libro español editado en España a 50 ó 60 centavos por peseta. Conclusión: el libro español de procedencia española cuesta el doble que el libro de procedencia francesa impreso en español. He aquí por qué existe el temor de que puedan barrernos de las diecinueve Repúblicas de habla castellana y «convertirlas para nosotros en países tan extraños como las mesetas del Asia Central». En Venezuela mejoraría notablemente la situación de nuestros libros si los editores lanzasen ediciones económicas;   —63→   Francia ofrece a menudo libros primorosamente presentados, y encuadernados en piel, por dos o tres bolívares62.

Todos los informes coinciden en apreciar elevadísimo el precio de nuestras ediciones en las demás Repúblicas hispanoamericanas.

He aquí, para terminar, un ejemplo elocuente: en el Perú, Alemania monopoliza de tal modo el mercado de libros religiosos, que hasta las Congregaciones religiosas españolas compran devocionarios editados en Alemania; y los compran, porque un devocionario español cuesta seis soles, y uno alemán (Herder), dos soles; diferencia: cuatro soles (10 pesetas). Y eso no hay patriotismo que lo resista.




ArribaAbajo 4) Desarrollo de la industria editorial hispano-americana

Blanco Fombona, en la conferencia que pronunció en el ciclo organizado en 1922 por la Cámara Oficial del Libro de Barcelona63 hizo un detenido estudio de la actividad editorial americana, como factor de competencia de nuestra producción librera.

Para Blanco Fombona, el libro americano no puede competir todavía, en difusión extensiva, con el libro español. Cuatro grupos establece entre las Repúblicas americanas: Argentina, Chile, Paraguay y Uruguay; la América del Centro y México; Colombia,   —64→   Cuba, Venezuela, Panamá y Ecuador; Perú y Bolivia. Cada uno de esos países se comunica fácilmente con los de su grupo; son difíciles y poco frecuentes las relaciones entre países de grupos diferentes, por escasez de medios de comunicación y también por la semejanza de producción. Tienen poco que comprar y venderse recíprocamente. Pero las comunicaciones materiales tienden a mejorar. Ya las hay aéreas entre varios países; al ferrocarril interamericano, que atraviesa el continente de Norte a Sur, le faltan pocos entronques para convertirse en realidad viviente; una Compañía de navegación chilena comunica a casi todas las Repúblicas del Pacífico, Chile, Perú, Ecuador y Colombia, ya toca en Panamá y pronto arribará hasta México. Sin embargo, esto no dañará al libro, orientándolo debidamente. Y «llegará un día, lejano aún, en que la situación de España con respecto a América sea, en punto a libros, igual a la de Inglaterra con respecto a los Estados Unidos. En los Estados Unidos se publican más libros y revistas que en Inglaterra; sin embargo, el libro inglés sigue vendiéndose, cuando es bueno, en la América sajona».

En la Argentina la industria nacional está muy desarrollada; el libro de enseñanza primaria y secundaria es exclusivamente de autores argentinos e impreso en Casas argentinas. Lo mismo sucede en Chile, salvo los textos de historia, de Isaac y Mallet (Hachette, París). Y en Colombia, algunos autores colombianos, por razones de economía, envían sus obras a Norteamérica para que   —65→   las editen. En general, la industria colombiana va tomando incremento; por ahora está reducida a la publicación de Códigos, leyes y jurisprudencia colombiana y algunas obras literarias y científicas de autores nacionales.

En Costa Rica, la enorme carestía del papel que ocasionó la guerra ha estimulado el acometimiento de negocios editoriales, y ya se logra ventaja en las ediciones hechas en el país. En Cuba, aunque dificultan su desarrollo el elevado precio de la materia prima y el coste de los jornales, trabajan tres Casas impresoras: la Compañía Nacional de Artes gráficas y Librería «La Moderna Poesía»; «Rambla y Bouza y C.º», y la «Librería Cervantes», todas dedicadas casi por completo a libros de texto y publicaciones oficiales. En México son de producción nacional el 60 por 100 de los libros escolares, el 25 por 100 de los de Medicina y el 20 por 100 de los de Literatura e Industria. En Nicaragua la industria librera apenas se ha desarrollado.

En el Perú, la importancia de la competencia americana se acusa visiblemente. México envía a Lima las ediciones de la «Biblioteca Española» y la «Revista Musical»; Costa Rica, producciones selectas de literatura americana que ven la luz en una colección titulada «Convivio»; la Argentina, el país de más activas relaciones libreras de Sudamérica, remite los libros de Agricultura de la Casa Cabaut y Cía; los de Historia de «La Editora Ángel Estrada y C.º»; los de literatura y cultura general de la Biblioteca   —66→   «Atlántida» y de «Cultura Argentina», de la Casa Vaccaró, y Revistas como «Plus Ultra», que nada tiene que envidiar a las mejores de la Península, «Atlántida», «Fray Mocho» y «Caras y Caretas». La producción librera peruana está reducida casi por completo a los libros de texto. Sin embargo, existen ediciones nacionales, como las de la «Revista del Archivo Nacional del Perú», dedicada a la historia colonial; la Revista «Mercurio Peruano», especializada en Filosofía, Sociología e Historia; la Editorial «Euforión», que cultiva Literatura, Crítica y Arqueología, y la Revista de Psiquiatría. Además, los Códigos peruanos son también de producción nacional. A ellas podrían agregarse las ediciones de «México Moderno», de «Cuba Contemporánea», la «Cultura Venezolana», «Arboleda y Valencia», de Bogotá, y otras64.

La Cámara Oficial de Comercio, de Buenos Aires, advierte que en la Argentina se han generalizado las ediciones de un peso ejemplar, y dos empresas periodísticas, las editoras del diario Crítica y de la Revista El Suplemento, publican periódicamente novelas de autores contemporáneos conocidos, que venden al público a ese precio, en bien presentadas ediciones que alcanzan a veces 20.000 ejemplares, cifra no igualada por ninguna edición española. La Biblioteca que editaba La Nación logró también gran éxito. «La cuestión del precio, según   —67→   se ve, dice la Cámara, tiene una importancia principalísima. En ella está, en realidad, la clave del problema. Mientras España siga vendiendo sus libros a los precios actuales, el descenso seguirá acentuándose de año en año, hasta llegar al total desplazamiento».

Frente al optimismo que revelan las palabras de Blanco Fombona, este informe de la Cámara española de Buenos Aires pinta un porvenir bien poco grato. Las cifras de nuestra exportación en la Argentina lo abonan: en 1920 enviamos a aquel mercado 573.690 kilogramos; en 1924 hemos descendido a 154.152. Aunque el decrecimiento es general, el nuestro supera al de los demás países. La industria editorial americana va de año en año progresando. Ya no hemos de luchar sólo contra el editor europeo, sino contra el editor indígena. Y la comparación con los Estados Unidos e Inglaterra no parece muy defendible. El déficit de valores originales en España constituye una realidad dolorosa. Además, Inglaterra mantiene con Norteamérica una coincidencia cultural indiscutible y entre el vigor intelectual, el sentido práctico de la vida, la orientación de las enseñanzas y el ambiente de las Repúblicas hispano-americanas y el nuestro media un abismo. Para ellas, nosotros somos el padre viejo, rutinario, que permanece aferrado a sus hábitos antiguos, incapaz de renovarlos según las mudanzas de los tiempos. Nuestro pasado es un peso glorioso: pero es un peso.



  —68→  

ArribaAbajo5) Propaganda del libro

Inútil parece ponderar la formidable trascendencia que tiene hoy la propaganda en todos los órdenes de la vida comercial. Las estadísticas sobre publicidad -la publicidad es la esencia de la propaganda- constituyen el mejor argumento. Angé65 calcula que el promedio de los gastos de publicidad, en 1920, en los Estados Unidos, osciló entre 3 y 5.000 millones de francos; en Inglaterra anduvo cerca de los 2.000 millones; en Alemania, de los 1.500, y en Francia supuso de 160 a 200 millones. Angé llega a sentar este principio, verdadera ley, comprobada por el estudio del comercio en las diferentes naciones; el desenvolvimiento económico de un país es directamente proporcional al desarrollo de su publicidad, y a la inversa.

Cómo hace Francia la propaganda de sus libros en Hispano-américa? Ante todo, Francia tiene66 varias Revistas que dan, periódicamente, la síntesis de la vida francesa, tales son: L'Illustration française, La Revue, Les Annales y otras, todas de enorme venta. La «Societé d'exportation des editions françaises» difunde el libro valiéndose principalmente de Boletines y Catálogos razonados y detallados. El «Catálogo general de la librería francesa», que cuenta como suscriptores a todos los libreros de cierta categoría,   —69→   contiene cuantas obras se publican en Francia.

Nosotros, salvo honrosas excepciones, hemos descuidado siempre esta materia tan esencial. «Nos falta67 un órgano difundidor de nuestra cultura, que influya del mismo modo que las citadas Revistas francesas en las clases altas argentinas». La propaganda debe realizarse por medio de circulares, de folletos, de avisos en los grandes diarios. «Deben unirse asimismo nuestras Casas editoriales para hacer Catálogos bibliográficos completos, que puedan compararse con los franceses». Y ha de llevarse la propaganda, no sólo a las librerías, sino también a los Centros de cultura (Universidades, Bibliotecas, Academias) y a las personas y a los profesionales que pueda calcularse que se interesan por el libro en general.

En la Argentina, añade el Sr. Boix, no ha habido nunca una verdadera y metódica propaganda cultural española. Y menos mal que contamos con la magnífica «Institución cultural española», obra del Dr. D. Avelino Gutiérrez, ilustre profesor de la Facultad de Medicina de Buenos Aires, que tanto ha hecho por difundir nuestros prestigios, científicos y literarios. «Es preciso que nuestros sabios profesores vengan continuamente a la Argentina»; con eso se levantará el concepto español y constituirán la mejor propaganda de España y de su libro. El señor Boix llega a afirmar que «sería conveniente   —70→   que el Gobierno hiciera imprimir o comprara ediciones de los grandes libros de nuestra producción científica o literaria y realizara con ellos una ofensiva inteligente, distribuyéndolos con criterio entre los núcleos sociales argentinos, para estimular la lectura del libro español».

Examina también el Sr. Boix en su «rapport» un aspecto de singular interés. Son muchos los españoles que colaboran en diarios argentinos. Sus artículos no siempre se inspiran en el amor a España, o, por lo menos, en el deseo de mantener su decoro ante el extranjero. Abundan las críticas mordaces, despectivas a veces, sobre asuntos puramente interiores, que no deben salir de nuestras fronteras. Exhibirlos ante ojos extraños no deja bien parada nuestra dignidad nacional. Hay que evitar que sean plumas españolas las que, desde las columnas de periódicos americanos, pongan de relieve nuestros defectos o nuestras equivocaciones. Porque el renombre de España sufre rudamente.

Al lado de esos modos de difusión del libro y del prestigio cultural español existen otros, de gran eficacia68. He ahí, por ejemplo, la labor de las Congregaciones religiosas. En el Brasil, los Jesuistas, los Maristas y las Monjas del Sagrado Corazón franceses enseñan en sus colegios el francés, lo hablan, lo escriben y hasta organizan representaciones teatrales de obras francesas,   —71→   para divulgar el idioma; las nuestras, hacen poco en ese sentido. Algo parecido acontece en Chile. Las Congregaciones religiosas fomentan y mantienen la propaganda de la cultura francesa; las Revistas ilustradas francesas se ven en todas las casas, y los médicos, jurisconsultos e ingenieros franceses son conocidísimos entre los profesionales chilenos. Los franceses envían sus hombres más notables en las diversas ciencias, y con don de gentes, para propagar sus Revistas y sus libros; nosotros debíamos imitarles: Una Agencia exclusiva de venta y propaganda daría inmejorables frutos.

Otros procedimientos se apuntan, de índole más práctica; así, la sustitución de la venta en firme por la venta en comisión, con facultad para devolver las obras no vendidas. Como arma decisiva, la de que los editores españoles formen un Kartel o Asociación, que organice una red completa de sucursales donde se venda toda la producción librera a los precios señalados, sin aumento. En cambio, el sistema de algunos libreros, de enviar ejemplares de las obras que publican a personalidades de relieve, y periódicos de gran circulación, es excelente para difundir el nombre de sus autores entre el elemento intelectual, pero como negocio resulta completamente nulo. En Cuba, los editores franceses y norteamericanos remiten a sus corresponsales, gratis, a precio reducido o con derecho de devolución, un ejemplar de cada libro; esto   —72→   da a conocer mejor las obras que el anuncio, las circulares o los catálogos.

La propaganda en Filipinas ofrece modalidades singulares. Con la atención preferente que los americanos dedican a imponer su idioma en las islas, contrasta la indiferencia oficial española69. Todos los esfuerzos en este sentido son de iniciativa privada; así el concurso literario del Casino Español, que reparte anualmente 400 pesos en cuatro premios, que se distribuyen el día del Santo del Rey, y la Fundación «Enrique Zobel», que adjudica un premio, también anual, de 400 pesetas, el día de Santiago. No será preciso ponderar la trascendencia que tendría una intervención tutelar del Estado español para el porvenir de nuestra producción librera en aquellas islas, sometidas tan intensa y directamente a la influencia yankee.

En Guatemala, como no conocen nuestros libros, de los que nunca se ha hecho la debida propaganda, estudian libros franceses. En Centro América, como en toda la América española, la librería española encontraría un mercado remunerador. En la República guatemalteca se da el caso de que todo viene de Nueva York. Panamá, centro estratégico de primer orden, punto de tránsito de viajantes de comercio, hombres de negocios y turistas que cruzan el Canal, sería excelente lugar para organizar una exposición permanente y de informaciones comerciales en relación con las Repúblicas centrales   —73→   (Colombia, Venezuela, Ecuador y Antillas). En 1911, con motivo de la Exposición Universal de Panamá, se construyó el actual Palacio de España, con destino a Museo Comercial. El Palacio existe, pero el Museo, no.

En el Perú se advierte más a lo vivo la falta de organización y de propaganda de nuestra industria editorial. Sólo las Casas creadas durante los últimos veinte años envían sus libros al Perú. Galdós, Pereda, Valera, Menéndez y Pelayo, y, en general, toda la producción española del final del siglo XIX «parece haberse hundido en el Atlántico». Se cita un caso elocuente: un librero limeño pidió a una Editorial española el catálogo de «novedades» de la Casa; la Editorial le envió uno, viejo de más de cuarenta años; algunas de las obras aparecían con su fecha de impresión: 1886; pero, eso sí, todas llevaban la correspondiente advertencia de aumento de precio «por carestía del papel».

En el Uruguay, las Sociedades culturales españolas favorecen muy eficazmente la difusión del libro español. Si las obras científicas, en general, publicadas en España son poco conocidas, culpa de los editores, que no hacen la debida propaganda. Durante mucho tiempo sólo se conocieron en Montevideo ediciones en castellano impresas en países extranjeros (Garnier; Bouret)70.

Como conclusiones de este tema tan esencial, podemos aceptar las que el Sr. Boix   —74→   sienta en su estudio acerca del problema del libro en la Argentina. Los medios generales de difusión del libro deben ser:

1.º La publicación del Catálogo Bibliográfico Español.

2.º El fomento de los viajes de nuestros profesores y autores.

3.º Buenas Compañías teatrales.

4.º Fundación de Escuelas oficiales españolas.

5.º Edición o compra de obras importantes de autores españoles.

6.º Viajantes especializados.

7.º Buena presentación, precios económicos, formas de pago que faciliten la labor.

8.º Instalación de un depósito general de libros españoles en Buenos Aires (y en los demás centros importantes) para abastecer a los libreros, no al público, a fin de evitar competencias peligrosas.

«El porvenir del libro español, en la Argentina, resume el Sr. Boix, puede ser asombroso, si de ello nos preocupamos todos».




ArribaAbajo 6) Nuevos mercados

Inglaterra y Norteamérica constituyen hoy valiosas posibilidades de desarrollo para nuestros libros. El Sr. Madariaga ha dedicado un interesante estudio al problema de nuestra producción editorial en Inglaterra71.

Hay cuatro filones que explotar en el libro   —75→   español, dice el Sr. Madariaga: primero, el libro de texto (gramáticas, libros de ejercicios, diccionarios, «trozos escogidos» y series de clásicos anotados parva uso escolar). En segundo lugar, el libro clásico para uso general, que cada día se solicita más, pero que no debería limitarse a los clásicos de siempre -Cervantes, Lope y Calderón- sino ampliarlo a otras rúbricas prestigiosísimas de nuestra literatura. «Existe una verdadera mina casi sin explotar y que tendría en Inglaterra éxito asegurado, a saber: los cronistas del tipo de Bernal Díaz, y, en general, los narradores de hechos históricos en que han tomado parte, máxime los que se refieren a las tres épocas de nuestra historia que más interesan a los ingleses, que son el descubrimiento y conquista de América, la rivalidad marítima anglo-española y la Guerra de la Independencia».

En tercer lugar, el libro moderno. Cree, y con razón, el Sr. Madariaga que hay que hacer algo más que lo puramente imaginativo que predomina entre nosotros. Los ingleses, que prefieren las cosas a las ideas, recibirían con gusto libros descriptivos de índole monográfica. Libros sobre «la región naranjera», «la producción de toros de lidia», «las montañas de Asturias», «las estepas extremeñas» «la tierra de don Quijote», atraerían la curiosidad del público británico.

Finalmente, el libro hispano-americano, pues cuando alcancen su madurez los esfuerzos de enseñanza del castellano que actualmente se hacen en Inglaterra, «los mejores   —76→   escritores americanos de nuestra habla alcanzarán gran circulación».

Pero, para aprovechar esta excelente ocasión que ofrece el mercado inglés, «es absolutamente indispensable agrupar estrechamente la librería española... La librería española tiene que venir a Londres formando un frente único» -otro voto, y de calidad, a favor de la asociación de libreros y editores, del Sindicato. Tres objetivos inmediatos le señala el Sr. Madariaga: estimular la traducción de libros españoles al inglés (salvo la del Quijote y las versiones que Fitzgerald hizo de Calderón; todo está por hacer); mejorar la presentación del libro y crear en Londres una librería española, en sitio céntrico, y dedicada, no sólo a los libros españoles, sino a todos cuantos, por su autor o por su asunto, conciernan a España o a Hispano-América.

He ahí un programa preciso y acabado de acción librera.

Otro mercado de ilimitadas amplitudes: el norteamericano. La primaria manifestación de hispanofilia que ofrecen los Estados Unidos es el estudio del castellano. «La enseñanza del español en los Estados Unidos72; inaugurada por los misioneros Franciscanos en la Florida el año de gracia de 1528, la prosiguen en la actualidad más de 200 Universidades y Centros de estudios superiores y 765 escuelas secundarias; de carácter técnico o comercial la mayoría, sin contar las   —77→   Academias y Colegios privados. En la Escuela Naval de Anápolis y en la Militar de West Point, el estudio del castellano es obligatorio».

No debe sorprender este despertar de la afición a nuestro idioma en la gran República del Norte de América. «Los norteamericanos no pueden olvidar que dos terceras partes de su madre patria han sido tierra española; que en el Sur, en el oeste y en el Centro habitan nutridos grupos de población que aún hablan el español y sienten y piensan en castellano; que comarcas, pueblos, montañas y ríos de la vasta y poderosa federación fueron descubiertos o fundados por el misionero o guerrero español, conservando hoy sus castizos nombres de pila: California, Florida, Colorado, Nueva León, San Pablo, San Francisco, Los Ángeles, San Diego, Sierra Nevada, Río Sacramento...».

Según los informes consulares, en Norteamérica empieza a ser leído con interés el libro español, por la difusión que va ya alcanzando la enseñanza del castellano. Hay cerca de 3.000 maestros de español en Norteamérica, que constituyen la base de la venta del libro hispano. Se citan dos ejemplos interesantes: uno, de corrección comercial; otro, de propaganda original. «Los Cuatro jinetes del Apocalipsis» se vendieron en un principio a bajo precio, y después, ante el enorme éxito de la novela, la misma Casa editora anuló el contrato e hizo otro nuevo mucho más ventajoso para el autor. Y, como detalle de propaganda sugestiva, el anuncio que recientemente publicó el suplemento   —78→   literario del «Times»: «Pío Baroja, el literato español que nadie lee en Norteamérica». En aquel país de cantidades y de récords; esa manera de llamar la atención revela un profundo conocimiento de la psicología del público. Y allí, donde la propaganda alcanza límites asombrosos, se impone más que en parte alguna la asociación de nuestros editores.

No es posible dar un paso a través de los estudios y trabajos consagrados al problema del libro, sin encontrar constantemente un llamamiento a nuestros editores, para que se agrupen y substituyan al esfuerzo individual y aislado, siempre deficiente, una acción solidaria y colectiva. Por bien de todos, de los interesados primero, del prestigio intelectual de España, directamente unido al libro español, después, convendrá que, cuanto antes, el proyecto durante tanto tiempo acariciado se convierta en realidad. Nuestra conquista de esos nuevos mercados dependerá del acierto que pongamos en la organización del Sindicato.






ArribaAbajoVI. El estado y el problema del libro

Aunque tarde, el Estado español ha salido de su apatía y ha empezado a atender el problema del libro. El antiguo «Centro de la propiedad intelectual, de Barcelona», constituido en 6 de junio de 1900, recibió el título de Corporación oficial por Real orden   —79→   de 5 de noviembre de 1918. Las Conferencias de Editores y Amigos del Libro estimularon la acción del Estado y obtuvieron su consagración definitiva en las Cámaras Oficiales del Libro, reorganizadas substancialmente por el Real decreto de 23 de julio de 1925.

Al lado de las Cámaras, el Comité Oficial del Libro, que funciona en el Ministerio de Trabajo, la Oficina de Relaciones Culturales del de Estado y la recientemente creada de Política de América, también en el Departamento de Negocios extranjeros, constituyen los instrumentos de acción oficial. Bien manejados, pueden dar resultados excelentes.




ArribaAbajoVII. Iniciativas de posible realización


ArribaAbajo1) Hacia el sindicato

El esfuerzo de nuestros editores, atomizado, no puede ser fecundo. La obra de difusión del libro español exige la cooperación de todos. El tradicional individualismo de nuestra raza se acusa en la industria editorial como en las demás manifestaciones de la vida. Ya no se trata sólo del interés particular de cada uno de los libreros, sino de un interés más alto: del interés colectivo de una cultura, y de un idioma, de robustecer y afirmar, con los lazos espirituales del pensamiento, la magna empresa colombiana.

  —80→  

Como siempre, Francia nos da un ejemplo que imitar. Francia tiene, en la «Maison du Livre», un instrumento de formidable eficacia. La «Maison du Livre» se creó en 1920. La integran 105 casas editoriales y 534 librerías; su finalidad primordial consiste en mejorar y desarrollar en lo posible el comercio del libro francés, tanto en Francia como en el extranjero, y llegar al lector con seguridad y rapidez, merced a una organización comercial moderna y metódica. La «Maison du Livre» ha entrado ya en relaciones con más de un millar de libreros extranjeros. En sus oficinas se centralizan las demandas, las expediciones y los pagos, y ha emprendido la tarea de publicar importantes obras de bibliografía, que permitan a los libreros tener una comunicación regular e informar exactamente a la clientela. Entre las instituciones de la «Maison du Livre» figura la «Escuela de Librería», para la formación de viajantes del libro y de cuantos acepten su representación en el extranjero, y la organización de Exposiciones y de un Museo del Libro, que pongan al público al corriente de cuanto se relaciona con el libro, tanto en su aspecto industrial y comercial como en el artístico.

Completando la acción de la «Maison du Livre», Francia tiene montada, en todas las naciones del mundo, una serie de Cámaras de Comercio, que ayudan a la industria editorial como a las demás manifestaciones de la vida comercial francesa. Hay cuatro Cámaras francesas en Italia y Alemania, seis en Bélgica, cinco en España, dos en Inglaterra   —81→   y otras tantas en Suiza, Turquía, China y Egipto. En Bulgaria, Polonia, Noruega, Suecia, Portugal, India y Japón, Australia, Canadá y Estados Unidos (Nueva York), funciona una Cámara francesa. La América española no ha sido olvidada; las Cámaras francesas actúan en Cuba, Méjico, Brasil y Colombia; en Chile y Argentina hay dos Cámaras; en Filipinas, una. El número de agregados y oficinas comerciales de carácter oficial, esparcidos por los diferentes países, se acerca a sesenta, sin contar las colonias.

Ven la luz en Francia obras dedicadas a suministrar datos y orientaciones a los exportadores en general. He ahí, entre otras, «Ce qu'il faut savoir pour exporter»73. El editor, el comerciante, encuentra en ese libro una serie de informaciones completísimas (modelos de contrato de agencia o de representación, de conocimiento, de clasificación de mercancías para el cálculo del flete, de regímenes aduaneros aplicables a los viajantes de comercio y a sus muestrarios en los países más importantes). Abundan los Congresos y las Conferencias encaminadas a examinar las posibilidades de expansión cultural y comercial francesa. Sólo a la poderosa inventiva gala ya su agudo espíritu mercantil se le ha podido ocurrir la peregrina invención de la «América latina», manera suave de arrebatar a España lo que   —82→   a España corresponde. Francia ha adquirido el hábito de traducir al francés cosas del extranjero, para presentarlas como hijas del ingenio propio. La América «latina» no es más que una traducción al francés de la «América española».

También Alemania ha sabido organizar bien su industria editorial. En 191474 más de 4.000 editores tenían en Leipzig un depósito de libros de los de mayor venta, y más de 12.000 casas estaban representadas en Leipzig por 142 comisionistas. El número de volúmenes de las diez bibliotecas de la población excedía de 1.110.000: sólo en la Universidad había 550.000. De las 12.300 librerías con que entonces contaba Alemania, 1.100 correspondían sólo a Leipzig.

La organización técnica de la producción y venta del libro en Alemania75 comprende cuatro órganos: el editor, el impresor, el agente y el librero. El editor, que generalmente es impresor, sobre todo en Leipzig, tiene a su servicio un competente cuadro de traductores de todos los idiomas. Las casas impresoras son numerosísimas. Pero el alma del negocio lo constituye el agente o comisionado, intermediario entre el editor y el librero, que centraliza el comercio de libros y expide los que recibe del editor o los libreros, de quienes es a su vez banquero, y les   —83→   adelanta las sumas necesarias para la mejor instalación y prosperidad del negocio.

Las transacciones se llevan a cabo en el «Buchhandlerhaus» (Círculo del libro, perteneciente a la Sociedad de libreros), Bolsa que concentra el comercio universal del libro, pues no sólo atiende los pedidos que se le hacen de las obras que edita, sino que compra también, mediante sus agentes en el extranjero, las que se publican en cualquier parte del mundo, en cualquier idioma.

Altamira, en la Conferencia de Editores y Amigos del Libro (Barcelona, 1917), a la que asistió, elogió mucho los propósitos de organización sindical que en la Conferencia se esbozaron; y comunicó a los reunidos dos hechos significativos en ese sentido76: uno, la cooperación de anuncios de los productores de vinos de California, en la que el interés especial de cada una de las marcas se ha supeditado al interés común de difundir genéricamente el conocimiento del producto, ejemplo aplicable a las españolas; y otro, la creación, en Londres, de un depósito cooperativo de publicaciones italianas, «es decir, de obras escritas en un idioma que, de momento, no atrae la atención tanto como el de España».

Los intentos de organización sindical librera son, relativamente, antiguos. Lazúrtegui recuerda77 que en 7 de febrero de   —84→   1893 se logró constituir un Sindicato de Editores y Libreros, que había de publicar un Boletín, órgano oficial de la librería española, y crear un círculo que sirviese de centro de reunión de los industriales y comerciantes del libro. Pero el proyecto quedó en proyecto.

En la Conferencia de Editores y Amigos del Libro, celebrada en Barcelona los días 8 y 9 de junio de 1917, como conclusiones del tema I, «Medios conducentes a compensar la subida de precios de las primeras materias, especialmente la del papel», se formuló una «sobre la conveniencia de la formación de un Sindicato de editores», y entre los objetos asignados al Sindicato figuraban los siguientes:

1.º Propaganda del libro español, repartiendo cada año un catálogo general de la librería española y uno mensualmente de las nuevas publicaciones.

2.º Informes de los compradores del exterior y registro de todas las publicaciones hechas en España.

3.º Gestionar de la Banca el descuento da letras, aun de las que fueran a largo plazo; y

4.º Obtener el beneficio de los Bonos de exportación que ofrece el Gobierno en la nueva ley de Protección a las Industrias78.

La conclusión quedó aprobada sin discusión. Pero tampoco entonces pasó de intento.

Afortunadamente, hoy existen moldes legales   —85→   donde encajar el Sindicato, al amparo de disposiciones recientes que han venido a llenar una necesidad largo tiempo sentida. En 1915 (31 julio) se dictó un Real decreto basado en el propósito de estimular la constitución de Sindicatos industriales y mercantiles, a la manera como ya están organizados los agrícolas, y otorgándoles importantes beneficios. Ofreció el Gobierno presentar a las Cortes un proyecto de ley que, con carácter permanente, concediese a los Sindicatos determinadas exenciones tributarias; pero pasaron los años, y aunque varios acuerdos ministeriales aspiraron a legalizar la situación de los Sindicatos constituidos al amparo del Real decreto de 1915, vivían todos en lamentable situación de interinidad.

Hace poco, el Gobierno, por Real decreto de 12 de enero pasado, ha resuelto la cuestión, dictando normas definitivas. El decreto se inspira en los proyectos presentados a las Cortes desde 1915. No sólo regula la constitución de los Sindicatos industriales y mercantiles; compuestos de industriales y comerciantes, sino que admite también los de artesanos y obreros y extiende su órbita de acción, inspirándose en criterio análogo al que sirvió de base a la ley de Sindicatos agrícolas.

Según la legislación vigente acerca del particular, los Sindicatos que quieran acogerse al Real decreto de 1926 han de reunir dos condiciones: 1.ª, la de establecerse con fines cooperativos de responsabilidad mutua; 2.ª, la de que los integren industriales   —86→   o comerciantes españoles y residentes en una misma localidad o provincia.

Podría este último requisito de territorialidad limitar demasiado las posibilidades de acción de los Sindicatos, pero el artículo primero del Real decreto de 1926 amplía sus beneficios a las agrupaciones de Sindicatos, cuando tengan por objeto favorecer el desenvolvimiento de los medios de acción de las entidades agrupadas, siempre que conserve cada uno su propia responsabilidad en las operaciones que realicen. De momento, bastaría con formar el Sindicato del Libro, de Madrid. Luego vendrían los trabajos de fusión con los industriales barceloneses, pues el grupo madrileño y el de Barcelona representan la enorme mayoría de la producción librera española.

Las exenciones tributarias concedidas a los Sindicatos son muy importantes. Las señala el artículo sexto del Real decreto de 1926, y consisten: a) en exención de impuestos de Derechos reales y Timbre para todos los actos relacionados con su constitución y desarrollo, y, en general, para todos los actos y contratos en que intervenga, como persona obligada por la ley al pago del impuesto, la personalidad jurídica del Sindicato:

b) exención de la contribución que grava las utilidades de la riqueza mobiliaria por las tarifas segunda y tercera de la ley vigente; no obstante, este beneficio no alcanzará a las agrupaciones de Sindicatos, y se entiende que no comprenderá tampoco los dividendos activos que los Sindicatos repartan entre sus asociados.

  —87→  

Y entre las finalidades que pueden realizar figuran la de avalar y endosar letras, cheques o pagarés que expidan los asociados, facilitando así su descuento en Banca; acreditar y garantizar depósitos de mercancías que constituyan los asociados, a cuyo efecto se organizará el Sindicato como Compañía de Almacenes generales de depósitos; y conceder préstamos y facilitar créditos a los exportadores de mercancías o frutos de producción nacional.

Existe, pues, ahora un poderoso instrumento que, bien manejado, puede favorecer enormemente la expansión del libro. El Sindicato, unificando las remesas, los cobros, los pagos, la propaganda; manteniendo relación constante con los países hispanoamericanos, para conocer las preferencias del público; ampliando el mercado -las estadísticas demuestran que hay algunas Repúblicas a las que no enviamos apenas libros- hará labor muy fecunda. El primer efecto será el de imprimir a la industria librera el carácter unitario y nacional que debe tener, como instrumento único de difusión de nuestra cultura.

Además, el Sindicato podrá iniciar la conquista del mercado científico, dominado hoy casi enteramente por los editores franceses. A esas obras de colocación lenta, que suponen grandes desembolsos y producen fruto tardío, de muy difícil alcance a la mayor parte de los industriales, que carecen de resistencia económica suficiente para invertir un capital considerable a sabiendas de que los rendimientos han de obtenerse al cabo   —88→   de largo tiempo, el Sindicato puede y debe prestarles todo su apoyo, dejando a la libre iniciativa particular el libro de salida fácil e inmediata venta.

El ejemplo de Francia, con su «Maison du Livre», y de Alemania, con la poderosísima organización industrial de Leipzig, debe mover a nuestros editores para acometer la empresa, que tiene ya, en diferentes momentos de la historia de la librería española, antecedentes bien expresivos. De sugestiones análogas están llenas las Memorias consulares. La coincidencia de los principales interesados -autores, editores y libreros- parece indiscutible. Si el obstáculo estaba en la falta de un texto legal que regulase la constitución de los Sindicatos y les amparase con exenciones tributarias, el obstáculo ha desaparecido después de la publicación del Real decreto de 1926. Será suicida que cuantos desarrollan su actividad mercantil en torno al libro descuiden ocasión tan propicia como la de ahora, cuando la creación de las Cámaras del Libro, y su creciente desarrollo, han empezado a imprimir un sentido de solidaridad y de cohesión en los elementos, antes dispersos, que integran la industria editorial.




ArribaAbajo2) Los índices mensuales y el catálogo general

La misma unanimidad que ha existido siempre frente a la conveniencia de organizar un Sindicato del Libro, la encontramos   —89→   frente a la apremiante necesidad de imprimir índices mensuales que recojan el volumen periódico de la producción nacional y americana. Siempre que han coincidido, en la varia serie de Conferencias y reuniones celebradas desde finales del siglo pasado, libreros, editores y autores, los índices mensuales han surgido, como tema de estudio y como punto de unánime acuerdo. Tan notable es la conformidad de todos en apreciar su utilidad, como el absoluto abandono práctico en que se ha dejado idea de realización tan fácil y de resultados tan fecundos.

Altamira -el nombre del profesor Altamira es forzoso citarlo en materias de hispanoamericanismo- insiste constantemente, en sus obras acerca de tan sugestivo problema, en la urgencia de acometer la publicación de Boletines bibliográficos. «Ningún Boletín bibliográfico, dice79, da idea de la totalidad (a veces ni de la mayor parte) de la producción española». Se equivocan los que creen que basta con enterar de las novedades de librería a los libreros de las capitales de la nación y de algunas ciudades importantes. Pero ni aún eso se hace plenamente. «Más de una vez he oído decir en América, a personas de cultura (profesores, abogados, médicos), que no encuentran medio de enterarse normalmente y con rapidez del movimiento de las publicaciones españolas en la especialidad de sus conocimientos, y no digamos nada de las dificultades para adquirir   —90→   los libros, una vez averiguada su existencia».

En «Mi viaje a América»80, Altamira vuelve sobre su tema: «Un medio para aprovechar las condiciones naturales de difusión de los libros españoles en América, dándoles a conocer al gran público... consistiría en que la Asociación de la Librería española redactase y publicase, para repartirlo gratuitamente, un Catálogo de nuestros libros científicos modernos y de traducciones de obras extranjeras de igual carácter, bien distribuidos en grupos, para que fuese rápida y fructífera su consulta».

Nuestros representantes consulares en países de habla española claman constantemente por el envío de Boletines y Catálogos. «-Nuestros hombres de ciencia no son conocidos», dicen. «-Nuestra cultura permanece ignorada para la mayor parte de los ciudadanos chilenos o colombianos, panameños o peruanos». Cuando nuestros prestigios intelectuales, nuestros profesores, realizan un viaje a cualquiera de las Repúblicas, la admiración, una admiración llena de sorpresa, suele acoger sus palabras. Se revelan entonces a los ojos de un público que no tenía noticia de su existencia ni de sus obras, y la excursión acaba en un pedido considerable al librero...

En Francia se publican «Les livrees du mois», de las «Editions de la pensée latine» y «Les livrees de l'année», del «Cercle   —91→   de la Librairie» («Bibliographie de la France»). «Les livrees du mois» es un folleto que se reparte gratuita y mensualmente. Está impreso en papel corriente y en diminutos caracteres tipográficos, y recoge las obras nuevas publicadas cada mes en la «Bibliographie de la France», periódico general de la imprenta y de la librería, en el que constan todos los datos que suministra acerca de la materia el Ministerio del Interior.

El lector encuentra clasificadas las obras según un plan práctico: Agricultura, Arqueología, Ejército y Marina, Bellas Artes y Estampas, Diccionarios y Enciclopedias, Derecho, Enseñanza y Pedagogía, Geografía, Historia (Historia general, Historia de la guerra 1914-1918, Biografías, Correspondencia, Memorias), Industria y Tecnología (Organización, Enseñanza técnica y profesional, Geología, Minas, Metalurgia, Mecánica, Arquitectura, Electricidad, Telégrafo, Teléfono, Transportes, Automovilismo, Aeronáutica, Química Industrial y Análisis Químico, Industrias diversas); Literatura (generalidades, biografías, memorias, estudios, críticas y ensayos); Moral, Filosofía, Religión, Teología, Música, Danza, Canto, Periódicos, Anuarios y Bibliografía; Poesías, Novelas y Cuentos; Ciencias matemáticas, Ciencias médicas, Ciencias físicas, químicas y naturales; Ciencias psicológicas; Ciencias sociales y políticas; Sports, Educación física; Teatro; Viajes y Turismo; Orientalismo; Juegos y Varios.

Al lado de cada obra se indican, en cifras, su formato, el número de páginas y de grabados,   —92→   el peso y el precio, y, además, la encuadernación. Después, un índice general de autores, por orden alfabético, facilita la consulta.

La Cámara del Libro debería editar y repartir, gratuitamente, esos índices mensuales: El anuncio de las Casas editoras -Les livres de l'Année tienen tantas páginas de texto como de anuncios- produciría lo bastante para cubrir el gasto. Podrían también dedicarse unas líneas, breve resumen bibliográfico, a determinadas obras, previo abono por sus autores o editores de los derechos que se señalasen.

Los índices mensuales favorecerían notablemente la venta. Se despertaría la curiosidad del lector. Es cierto que las Casas más importantes editan Catálogos, pero no con la frecuente insistencia que hace falta para estimular la atención dormida de la masa de lectores españoles. Por otra parte, comprenden sólo las producciones de cada Editorial. Los índices mensuales, dado su carácter de generalidad, deben correr a cargo de la Cámara.

Abogados, médicos, ingenieros, arquitectos, sacerdotes, maestros, catedráticos, funcionarios de todo género, industriales, suelen tener sus revistas o publicaciones profesionales. Pero los Índices mensuales servirían, no sólo para esa producción librera especializada, sino para los libros de cultura general, que a todos interesan, literarios y artísticos. Se observa de ordinario que las posibilidades económicas de los lectores se invierten, más que en obras relativas al ramo   —93→   de la actividad peculiar del comprador, en las de carácter general, que representan el tono medio de cultura.

A los índices deben llevarse también los libros de autores hispanoamericanos. Para ello, la Cámara del Libro debe mantener relación constante con las oficinas encargadas de registrarlos en las diferentes Repúblicas, y, donde no funcionen, con las Casas editoras, que no regatearán su colaboración a un servicio que tanto ha de favorecerlas.

Tendríamos así un resumen completo de la producción librera española y americana, síntesis de nuestra cultura, y podríamos luchar en mejores condiciones con nuestros competidores en los pueblos de habla española. Recordemos que la casa Volkman (Leipzig), constituida por un grupo importantísimo de comisionistas, imprime Catálogos en siete idiomas, Catálogos que contienen 1.300 páginas y que se remiten gratuitamente a 27.000 librerías, y que una sola casa81 distribuye en esta forma 25 Catálogos diferentes, que suman 900.000 ejemplares, repartidos en todo el mundo...




ArribaAbajo3) Las ediciones clandestinas

Constituye la defensa de la propiedad intelectual uno de los aspectos más delicados y difíciles del problema de nuestra industria editorial. Por desgracia, no siempre resulta   —94→   debidamente protegido el derecho de nuestros autores. Cuestión es esta que merece singular estudio.

Suele creerse en España, dice el señor Vehils82, que en Montevideo se editan muchos de los libros de éxito españoles. Cierto que con frecuencia se ven volúmenes que lucen, al lado del nombre de una pretendida editorial, el de la capital del Uruguay; sin embargo, esos libros se han hecho en Chile, Perú o la Argentina, sobre todo en este último país. Pero los «piratas», como se les ha dado en llamar, hacen aparecer sus ediciones como 1anzadas en Montevideo para eludir cualquiera acción judicial, porque el Uruguay no tiene tratado de propiedad literaria con ningún país.

Se citan algunos casos de clandestinidad ocurridos en Montevideo: Leopoldo Lugones y los herederos de Obligado ha formulado quejas en ese sentido. Recientemente ha salido una edición apócrifa de «El embrujo de Sevilla», de Reyles, y una gran tirada anónima, sin pie de imprenta, de un folleto de Blasco Ibáñez.

En la Argentina83 el fraude es tan fácil, que la Gramática de la Academia se ha editado en Buenos Aires, y a punto estuvo de hacerse lo mismo con el Diccionario; gracias a la gestión de personas bien intencionadas pudo evitarse. ¿Medios para que   —95→   no se repitan hechos tan vergonzosos? Que nuestros autores y editores tengan buenos representantes y que las obras se coloquen bajo el amparo de las leyes argentinas. Para lograrlo, es indispensable el certificado de que se ha hecho el depósito en la orilla que exige la ley española, debidamente certificado por el Cónsul argentino en España; y en poder del representante del autor o editor en la Argentina. También se apunta la idea de hacer constar en la factura de expediciones importantes la distribución de la mercadería correspondiente a cada cajón; esta costumbre siguen las casas francesas.

En el Brasil84 la propiedad intelectual carece de protección. Revistas nuestras suministran, con frecuencia lamentable, colaboración gratuita a revistas brasileñas. Y el hecho no es, por desgracia, único en la América española.

La Cámara de Comercio española de Buenos Aires85 aporta datos interesantes acerca del particular. Nuestros autores más leídos (Blasco Ibáñez, Pío Baroja, Álvarez Quintero, Rusiñol, Benavente) son víctimas de esa «piratería». Las ediciones clandestinas, no sólo adulteran y mutilan el texto original, sino que se venden a precios ínfimos: hay ediciones populares, sumamente difundidas, a 20 centavos ejemplar. «Por este precio puede adquirirse en cualquier quiosco de la Avenida de Mayo, por ejemplo, “El indiano”, de Rusiñol, que en la edición auténtica   —96→   de Renacimiento costaría 2,50 pesos, moneda nacional». «Obras traducidas, como “El difunto Matías Pascal”, de Pirandello, o “El retrato de Dorian Gray”, de Oscar Wilde, que en las ediciones españolas valdrían 2,50 a 3,00 pesos, se venden en los puestos callejeros a 50 centavos, en ediciones clandestinas hechas por editores irresponsables». La Cámara agrega que esos no son sino «algunos ejemplos entre los innumerables que podrían aducirse».

Pero indica un medio para evitar tamaña corruptela. En Buenos Aires se ha fundado la Sociedad Argentina de Escritores, que cuenta entre sus asociados a los literatos argentinos de más prestigio y que tiene como objetivo inmediato la persecución de las ediciones fraudulentas. La Cámara recomienda a los editores españoles e instituciones similares que se pongan en relación con la Sociedad de autores argentina, para prevenir o castigar la consumación de tales delitos.

Por si hiciesen falta pruebas, la Cámara consigna una bien reciente: un editor de Buenos Aires publicó un pretendido diario de navegación del comandante Franco; el piloto del «Plus Ultra». En la cubierta del libro se inducía al lector a creer que era el propio Franco el autor de la crónica, cuando en realidad se trataba de simples recortes de periódicos «sin otra conexión lógica entre sí, dice graciosamente la Cámara, que la resultante de haber utilizado el mismo engrullo para ensamblarlos». El comandante; en carta que publicó «La Nación», hubo de desautorizar el «diario de bitácora» que descaradamente se le atribuía.

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También en esta materia daría el Sindicato excelentes resultados. Hoy, atomizado el esfuerzo editorial español, no puede cada Casa defender sus derechos de propiedad intelectual, a menos de invertir en el servicio cuantiosas sumas. El Sindicato podría tener representantes suyos en las capitales más importantes de las Repúblicas; representantes dedicados exclusivamente a impedir la piratería, y con mínimo de coste para cada uno de los editores asociados.




ArribaAbajo4) La doble cuota

Según el artículo 10 del Real decreto de 23 de julio de 1925, que refundió y modificó las disposiciones del de 12 de mayo de 1922 y concordantes, los recursos de las Cámaras Oficiales del Libro son los siguientes: a) cuotas de los asociados; b) recargo del 100 por 100 sobre las cuotas señaladas al comercio del libro, por la remisión al extranjero de las obras editadas o vendidas, en la tarifa primera, clase octava, número quinto y en el epígrafe 72 de la tarifa segunda de la contribución industrial; c) arbitrio de un céntimo y medio por kilo sobre todo el papel de fabricación nacional de las clases especificadas en el artículo 33 del Real decreto que se facture con destino a la edición de libros; d) arbitrio análogo sobre los importadores de papel comprendidos en las partidas números 1.027, 1.028, 1.029 y 1.044 del Arancel.

Pero todos los industriales que forman   —98→   parte de la Cámara del Libro pertenecen a la de Comercio o a la de Industria, y pagan su cuota correspondiente, de modo que contribuyen al mismo tiempo al sostenimiento de las dos Cámaras. Esta duplicidad de cuotas no beneficia precisamente a los interesados. Sin embargo, al lado de este aspecto, sin duda importante, hay otro de mayor cuantía y que afecta a la personalidad de la Cámara del Libro. En efecto, las Cámaras del Libro tienen, respecto a cuantos elementos integran la industria del libro, atribuciones representativas idénticas a las que ostentan las de Comercio e Industria con relación a sus socios. Y si las Cámaras del Libro ejercen, por su Estatuto propio, esa plenitud representativa, al compartirla con las otras Cámaras resultan mediatizadas.

Todo aconseja poner remedio a este estado de cosas, reivindicando para las Cámaras del Libro las facultades que de derecho les pertenecen. La conveniencia de sustituir sus ingresos ordinarios por los de las Cámaras de Industria y de Comercio (tanto por ciento sobre la cuota contributiva) dependerá de un cálculo, que fácilmente puede hacerse, y que demostrará qué sistema es más ventajoso económicamente.




ArribaAbajo5) El recargo del 100 por 100

Constituye un flagrante contrasentido. Si las Cámaras del Libro persiguen, cómo finalidad inmediata, la expansión del libro, y la expansión del libro está en nuestro mercado exterior, imponer un gravamen sobre la cuota   —99→   que satisfagan los libreros exportadores para obtener recursos con destino a la impresión de la Bibliografía Hispano-Americana, pugna con la lógica.

Búsquese cualquiera otro ingreso que no la deje tan mal parada. Y piénsese en que, bien organizado el servicio de los Índices Mensuales y del Catálogo anual, podrá sostenerse la Bibliografía con sus propios medios; sin necesidad de recurrir a procedimientos contributivos de esa naturaleza.




Arriba6) Revisión de la Historia Colonial

Nosotros no conocemos, porque no la estudiamos bien, la Historia de América. Los americanos tampoco suelen conocer la verdadera Historia de España. Para nosotros, las Repúblicas, consumando un delito de ingratitud, se separaron del pueblo que, a costa de su propia vida, las civilizó y les dio su idioma y su cultura. Para los hispanoamericanos, España es la metrópoli tiránica que se ha llevado de aquellas tierras, estrujándolas con codicia sin ejemplo, el precio colmado de sus afanes descubridores. Nosotros casi les negamos personalidad propia y hablamos de la «madre España», más que por estímulo de afecto hacia la descendencia, por vanidad procreadora. Las Repúblicas creen que el pueblo conquistador ha puesto en su formación tan sólo una parte, acaso no la mejor. La incomprensión es recíproca, y el apartamiento, consecuencia de la incomprensión, también. Toda la literatura   —100→   del hispanoamericanismo no pasa de ser literatura. La realidad se presenta muy distinta.

Una labor depuradora de la Historia de España en América serviría inimitablemente la obra de reivindicación. El Gobierno español debería reunir en Madrid una Comisión de historiadores hispanoamericanos, designados por las diferentes Repúblicas, y de la que formarían parte nuestros mayores prestigios de la Academia de la Historia. La Comisión recibiría el encargo de redactar, en plazo breve, un Manual de Historia de la Colonización de América. El Manual sería declarado de texto obligatorio en las escuelas españolas, y España recabaría idéntico trato de los Gobiernos americanos. Así, los escolares españoles y americanos aprenderían el pasado glorioso a través de las páginas de un mismo libro imparcial, redactado por las plumas más selectas, y la doble leyenda desaparecería. Al cabo de los años, está labor de educación produciría su fruto, y en terreno abonado ya, de mutua comprensión y respeto, se acentuaría el predominio de nuestra cultura, hoy desconocida o poco apreciada.

Ese debiera ser uno de los objetivos del Sindicato, nacido de la Cámara; ninguno de tanta trascendencia ni de tan copioso beneficio.

Madrid, 15 junio 1926.







 
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