Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
Indice
Abajo

El pensamiento literario sobre Cervantes de los grandes novelistas del XIX

Ana L. Baquero Escudero





Si Cervantes y su producción literaria -especialmente el Quijote- comienzan a ostentar un privilegiado lugar en el pensamiento literario dieciochesco, no cabe duda de que en el siglo XIX acaparan uno de los espacios centrales1. El giro revolucionario acerca de la interpretación del Quijote, aportado por las ideas románticas, abre nuevas vías de aproximación al texto, constituyéndose el mismo y su autor en objeto continuo del discurso ensayístico. Un género, el ensayo, que presenta, como bien ha estudiado Aullón de Haro, una faz verdaderamente amplia a lo largo del XIX, a tenor de condicionantes como la proliferación de publicaciones periódicas, o la existencia de un contexto político muy complejo2. Definido, pues, el XIX como un siglo verdaderamente convulso en el que las polémicas y debates ideológicos fueron moneda común, el pensamiento literario de la época se verá afectado por ello. Un pensamiento que encontramos, de una forma especialmente llamativa, en los artículos publicados en la prensa periódica, pero que extiende su alcance a espacios distintos como prólogos, conferencias o discursos.

Situados ante el amplísimo panorama del discurso ensayístico del XIX y ciñéndonos al ámbito literario específico, parece que pueden resultar especialmente interesantes las ideas que sobre Cervantes y su obra plasmaron los propios creadores quienes, innegablemente, se aproximan a la ficción literaria con una perspectiva diferente a la del puro crítico. Como Aullón de Haro señalara, a diferencia de los novelistas franceses -con la notable excepción de Zola-, los grandes escritores españoles de la etapa realista-naturalista expusieron con frecuencia sus ideas literarias3. En lo que concierne, en concreto, a Cervantes podemos establecer, pues, en torno a estos grandes novelistas de la segunda mitad de siglo una doble situación: la obra cervantina como modelo que ejerce una poderosa influencia en sus propias creaciones4 y como objeto de sus reflexiones críticas. Es, evidentemente, este segundo aspecto el que nos interesa, de manera que nos aproximaremos a esa parte de la producción de estos escritores, catalogadle como ensayística, que refleja, por lo demás, en gran medida, el pensamiento decimonónico sobre Cervantes. Un siglo que verá cómo la anterior visión neoclásica sobre el Quijote es progresivamente sustituida por la nueva interpretación romántica5, resultando quizás uno de los rasgos más llamativos de tal transición la sustitución del espíritu preceptivo del XVIII por una aproximación a los textos literarios de naturaleza histórico-nacionalista, de cuño romántico. Algo que, desde luego, afecta de manera especial a Cervantes y a su Quijote, elevado a la categoría de obra modélica. Erigido como una de las principales glorias de nuestras letras, su propia naturaleza genérica, como obra novelesca, servirá además de estandarte principal en defensa de una especie narrativa cuyo cultivo en España, qué duda cabe, aparecía en el XIX singularmente oscurecido por el espectacular despliegue alcanzado en otros países europeos6.

Si el declive del género se inició, paradójicamente, en el mismo siglo en que vio la luz el Quijote, tal proceso se intensificaría a lo largo del XVIII, de manera que frente al enorme desarrollo que alcanzará en literaturas como la inglesa o la francesa, entre los escritores españoles del XIX parece existir una auténtica consciencia de inferioridad. De ahí la idea recurrente, ya en los autores de la primera mitad de siglo, relativa a la necesidad de crear una novela nacional autóctona que se libere del dominio ejercido en el panorama del momento por las traducciones de los novelistas europeos.

Será dentro de tal contexto donde surja el panegírico de nuestro pasado literario, en el que los españoles ostentaban el primer puesto en el cultivo de tal especie. Ya un escritor menor, como el romántico Ayguals de Izco, invocaba en los años cuarenta tal tradición novelesca en la que incluía no solo obras picarescas, sino también de la tradición idealista, como la novela pastoril. Un recorrido en el que, claro está, figura Cervantes, de quien recuerda tanto La Galatea como el Persiles y, por supuesto, «ese Don Quijote de la Mancha, inapreciable joya, envidia de los extranjeros, tesoro de agudezas y donaires, modelo en fin de bella literatura»7- Si Para Ayguals la novela picaresca figura como una de las formas literarias nacionales de reconocido valor, no siempre será esta la perspectiva adoptada. Para Mesonero u Ochoa, por ejemplo, el género picaresco será objeto de claros reproches. Algo que no sucede con la obra cervantina, unánimemente admirada por todos8.

Conocido el XIX como el siglo de la novela, los propios autores del momento no pudieron dejar de reconocer, pues, desde tempranas fechas, la difícil situación del género en España. Pero si el panorama presente resultaba desolador no ocurría lo mismo con el glorioso pasado nacional admirado, incluso, por los propios europeos. La idea de que esos mismos escritores extranjeros habían bebido en nuestras fuentes y que la gran novela europea presentaba un último origen español se expande a lo largo del siglo, hasta llegar a esos novelistas cuyas obras consiguen incorporar, al fin, a España al concierto europeo. Poderosamente mediatizada por influencias transpirenaicas, la novela aparece, no obstante, en el pensamiento literario de la época frecuentemente sometida a un proceso de connaturalización que pretende neutralizar tal influjo. Dicha tesis llegará, como indicamos, hasta los grandes autores de fin de siglo de manera que en Galdós, Pardo Bazán9 o Valera resulta claramente perceptible. Una visión conservadora que no compartió Clarín, quien, según Bonet, deslindó con clarividente penetración crítica lo que existía de innovador y distintivo en el pensamiento teórico del momento10.

En un artículo que ha sido considerado texto programático del nuevo realismo novelesco, «Observaciones sobre la novela contemporánea» -publicado en 1870 en la Revista de España-, Galdós manifiesta dicha tesis. En él analiza el autor la situación del género en esos momentos para denunciar el abuso de la influencia foránea que anula una de las cualidades más arraigadas en el espíritu nacional: la capacidad de observación. «Examinando -escribe- la cualidad de la observación en nuestros escritores, veremos que Cervantes [...] la poseía en alto grado», para precisar inmediatamente que tal aptitud «existe en nuestra raza», y concluir condenando «la sustitución de la novela nacional de pura observación, por esa otra convencional y sin carácter»11. El ya lejano principio romántico del espíritu del pueblo -el volksgeist- continúa, pues, todavía arraigado en el pensamiento literario de estos momentos. Como tantos otros autores decimonónicos, Galdós considera, así, uno de los rasgos diferenciadores de nuestra tradición literaria el realismo -identificado en este texto como la «capacidad de observación»- que liga directamente a Cervantes. Una idea que desarrolla de forma más pormenorizada en el prólogo que escribe a la edición de La Regenta, fechado en 1901. Catalogada esta obra como naturalista, al analizar dicha orientación Galdós defiende la tesis de la repatriación, a través de Inglaterra y Francia, de nuestro propio legado, eso sí visiblemente modificado. Las conclusiones, pues, a las que llega el novelista respecto a su concepción de lo que para él es el Naturalismo no pueden resultar más explícitas:

«Francia, con su poder incontrastable, nos imponía unas reformas de nuestra propia obra, sin saber que era nuestra; aceptárnosla nosotros restaurando el Naturalismo y devolviéndole lo que le habían quitado, el humorismo, y empleando éste en las formas narrativa y descriptiva conforme a la tradición cervantesca»12.



Desde luego, no es mera casualidad que Galdós dé fin a su razonamiento invocando el nombre de Cervantes.

Muy numerosas resultan, asimismo, las referencias a nuestra tradición literaria en la obra de Pardo Bazán y Valera. Como ha estudiado Ezama, Valera mantiene una evidente actitud apologética de defensa de la nación española, para señalar el fondo castizo permanente en ella13. Una posición compartida por Pardo Bazán. Esta en el prólogo que antepuso a su novela Un viaje de novios (1881) reflexiona, así, sobre las modernas orientaciones en el género procedentes de Francia, y frente a las cuales sitúa el «sano, verdadero y hermoso», «realismo tradicional», que ve encarnados en La Celestina y El Quijote, Tirso o Ramón de la Cruz14. Un año después, en una serie de artículos publicados en La Época, y reunidos bajo el título de La cuestión palpitante, dedicaría una parte importante a un enfoque histórico del género, al establecer su genealogía. Será al llegar a los libros de caballerías cuando la autora exprese su interpretación del Quijote claramente vinculada a la mencionada tesis casticista. Para Pardo Bazán Cervantes se propuso «abatir un ideal quimérico» y «entronizar la realidad», atacando un género que si bien fructificó copiosamente en nuestro suelo, vino de fuera. El escritor, según la novelista, pretendió «matar en ellos una literatura exótica que robaba a la castiza todo el favor del público», reanudando la tradición nacional al sustituir a los quiméricos héroes caballerescos por un héroe tan real como el Cid Rodrigo Díaz15. Por lo demás, y redundando en la idea de ese permanente sustrato identificador del genio nacional, Pardo Bazán precisa que Cervantes no inventó la novela realista española porque ya existía en La Celestina pues, añade, «ningún hombre, aunque atesore el genio y la inspiración de Cervantes, inventa un género de buenas a primeras»16. Como quiera que sea, divide ella en dos hemisferios la literatura novelesca, confrontando Amadís y Don Quijote, para caracterizar al segundo por su realismo, «patente en los monumentos más antiguos de las letras hispanas»17. También en esos artículos que escribió para La Nación con motivo del Centenario de Cervantes, en 1916, la escritora seguirá insistiendo en exaltar nuestro pasado literario en el que descuellan escritores muy distintos «aun cuando lleven el sello de la nacionalidad»18.

Si en esas revisiones históricas hechas por Pardo Bazán el nombre de Cervantes aparece siempre destacado, no lo estará menos en las reflexiones que tanto sobre historia literaria como en particular sobre el género novela llevó a cabo Valera. Un autor que sobresale de entre todos los novelistas del momento por sus aproximaciones a Cervantes, pues fue quien más copiosamente escribió sobre él19. Sus incursiones por nuestra historia literaria aparecen en formatos ensayísticos de nuevo muy distintos. Así en el Discurso de contestación a Picón leído en la Real Academia Española en 1900, y dejando a un lado por incomparable y único el Quijote, el escritor exalta el glorioso legado novelesco español en el que figuran obras como Amadís, el Abencerraje, Las guerras civiles de Granada, La Diana, el Lazarillo o La Celestina -«si vale contarla como novela»20. También en un artículo publicado con anterioridad, en 1877, sobre el Amadís de Gaula, Valera había revisado nuestra gloriosa tradición, en la que menciona de forma especial el Quijote y La Celestina, alegando como méritos propios «la creación de nuevos género o, si se quiere, de nuevas direcciones en obras maestras que han ejercido un influjo hondo y prolongado por siglos en toda la literatura europea» 21 y cuyos ejemplos muestra en estas dos obras. Una nivelación entre ambas que desaparecerá en ese artículo posterior de 1888 sobre la edición del texto cervantino publicada en Edimburgo, y donde tras revisar sintéticamente los frutos del «poderoso ingenio español», entre los que destaca el Romancero, el teatro, y Amadís y La Celestina, concluye: «Y según mi opinión [...] viene a colocarse sobre todo El Quijote»22.

Que la obra maestra cervantina ostenta el lugar primero en el canon de la literatura española de Valera no puede quedar más evidente en los distintos ensayos que dedicó a la misma23. Especialmente en los dos Discursos que preparó para la Real Academia Española24, en 1864 y 1905, Valera vuelve a contextualizar la aparición del Quijote en la historia literaria nacional. La común idea en el pensamiento decimonónico, y que llevaría a su culminación años después Menéndez Pidal, sobre el tradicional realismo hispánico de nuestras letras, emerge una vez más25. Conforme a esa línea interpretativa, mantenida a través del tiempo, acerca del carácter paródico del género caballeresco, del Quijote26, Valera se inclina poruña singular variante surgida en el pensamiento literario del momento y que cabe vincular, de nuevo, con la defensa de nuestro pasado nacional. Como muy bien ha estudiado Close, frente a opiniones como la de Clemencín, quien consideró que Cervantes contribuyó a debilitar el antiguo pundonor castellano, al burlarse de los libros de caballerías, surge la tesis que defiende que Cervantes había rescatado, en realidad, el antiguo espíritu castellano contaminado por las influencias externas. Esta será, así, la postura de Durán, quien señaló que Cervantes iba contra esa caballería degenerada, procedente de fuera, para defender los valores caballerescos personificados en nuestros antiguos héroes27. La influencia de las ideas de Durán en Valera y también en Menéndez Pelayo y la propia Pardo Bazán resulta patente. En su primer Discurso, Sobre el «Quijote» y sobre las diferentes maneras de comentarlo y juzgarlo, Valera detalla su idea de lo que, para él, es la parodia cervantina del género caballeresco acudiendo, de nuevo, a la exposición histórica. En ella contrasta el autor la naturaleza quimérica de los héroes creados por esas otras culturas europeas con el realismo de nuestros antiguos héroes -«Hay en ellos algo de macizo, de verdaderamente humano, de real, que no hay en los héroes de las leyendas del resto de Europa»28. Contra esos libros de caballerías foráneos se alza así, la sátira cervantina, que no ataca nunca, según Valera, las nobles ideas caballerescas sino sus excesos y degeneración. El protagonista cervantino aparece, por tanto, en el pensamiento de Valera sometido a ese claro proceso idealizador, en sintonía con la interpretación romántica que rechazó la visión anterior, meramente cómica, del héroe29. La actitud enaltecedora sobre la figura de don Quijote vinculada a la exaltación y defensa del espíritu nacional -tan decaído en los momentos de crisis histórica en que escriben estos autores- puede justificar también los encendidos testimonios de Pardo Bazán o Galdós. Si para la primera -como expresa en las conferencias que impartió en el Ateneo, en 1916, sobre El lugar del «Quijote» entre las obras capitales del espíritu humano- la novela representa «la perfecta identificación con el alma de la patria»30, el segundo en un artículo de La Nación escribe: «quién sabe el concepto que merecería nuestra raza si en la mente de todos los hombres no se unieran continuamente la idea de la nacionalidad española y el nombre de Cervantes»31.

Pero si el Quijote ostenta el primer lugar de nuestras letras, no parece que en España se reconozca como es debido su mérito. Las quejas expresadas al respecto por Pardo Bazán o Galdós a propósito del Centenario de la muerte del escritor así lo manifiestan32. Algunos años antes, en 1880, Pereda en un sonado artículo titulado «El cervantismo»33 denunciaba, asimismo, el desconocimiento del texto en España mientras se traducía en todos los países extranjeros. El artículo del escritor cántabro constituyó uno de los ataques más explícitos a las interpretaciones simbólicas y esotéricas que habían arraigado en el pensamiento literario de la época34. La auténtica obsesión erudita, iniciada ya en el siglo XVIII, por los aspectos biográficos de Cervantes contribuyó, sin duda, como estudió Close35, al triunfo de ese tipo de acercamientos que desatendía lo propiamente literario y que ostenta su más claro ejemplo en los libros de Díaz de Benjumea36. Contra tales interpretaciones reaccionaron muchas voces entre las que cabe incluir no solo la de Pereda, sino también las de Galdós, Pardo Bazán o Valera. El novelista canario precisamente había subrayado en distintos lugares la claridad del texto cervantino que se abre a una recepción mucho más amplia que la de otras grandes obras literarias37, siendo Valera uno de los más tenaces y persistentes detractores de este tipo de lecturas38. Por su parte doña Emilia denuncia el excesivo celo biográfico que impera en el cervantismo de entonces, para precisar que lo que verdaderamente importa de los textos literarios son «los rasgos esenciales, la determinación de los valores estéticos, la transcendencia de un libro, relacionada con la de otros de igual o parecida calidad»39. Una aproximación intrínseca, en suma, ausente en general en el panorama literario de la época y que también reclama Clarín quien, admirador ferviente de Cervantes, escribió un artículo, «Del Quijote» -incluido en Siglo pasado-, en el que además de quejarse de la falta de un auténtico conocimiento del texto -tanto dentro como fuera de España- indica que la crítica erudita debe dar paso a otra «más honda, psicológica y estética»40.

Considerando, finalmente, la condición de novelistas de estos autores, no deja de resultar significativa la particular relación que cabe establecer entre sus interpretaciones de la obra maestra de Cervantes -la que principalmente atrae su interés crítico- y sus propias creaciones literarias. En su Discurso de recepción en la Real Academia Española en febrero de 1877, significativamente titulado Discurso sobre la moral en el arte, Pedro Antonio de Alarcón defendía su idea acerca de la finalidad de la literatura, fundamentada en su interés docente -moral escribe aquí- y opuesta a la concepción del arte por el arte. Será al llegar al Quijote cuando, tras elogiar calurosamente su mérito, considere que más allá de ser una sátira de los libros de caballerías lo es del egoísmo, la ingratitud y la grosería del vulgo que escarnece a los «generosos paladines que se aventuran a luchar y sufrir por el prójimo»41. La finalidad moral, pues, del texto cervantino es así palmaria para el escritor andaluz.

Una visión que no comparten ni Valera ni Pardo Bazán, cuya concepción sobre la finalidad del arte literario nada tiene que ver con la alarconiana. En el mencionado prólogo Pardo Bazán señala, así, que en el arte le «enamora la enseñanza indirecta que emana de la hermosura», pero aborrece «las píldoras de moral rebozadas en una capa de oro literario»42. Un criterio que profesó, según ella, el misino Cervantes y que utiliza como poderoso aval en su razonamiento. Enemigo acérrimo del arte docente, la interpretación de Valera del Quijote se decanta en este sentido. Contra aquellas lecturas que desentrañan oscuros significados en el texto, el autor defiende que Cervantes solo pretendía crear la hermosura que «levanta el espíritu humano y ejerce un influjo benéfico en la vida»43. La concepción de raíz última platónica que sobre la literatura mantuvo Valera y que hace que tengamos que hablar, al tratar de su producción, de un realismo depurado44 no puede quedar más clara en su interpretación del Quijote45. Esa depuración embellecedora de la realidad, visible en cualquiera de las obras valerescas, es la que proyecta en su propia lectura del texto de Cervantes. Como advertimos, asimismo, una significativa sintonía entre la visión que sobre los personajes cervantinos plasma y la construcción de los suyos propios. Si para él la ingénita benevolencia de Cervantes hace que muestre siempre algún aspecto positivo en personajes aparentemente poco atrayentes -y el ejemplo de Maritornes es especialmente evocado-, ello resulta también una constante en sus criaturas de ficción. Es precisamente esta concepción del personaje literario la que lo mueve a rebatir los ataques dirigidos a Sancho. Frente a la confrontación habitual en la época de amo y escudero como símbolos que encarnan actitudes contrarias46, Valera defiende la entrañable humanidad de ambos y su complementariedad. Otros aspectos también destacados de su crítica al Quijote como la exaltación de esa risa suave que «no lastima ni hunde»47 o su misma concepción acerca de la parodia como ataque y burla de un bello ideal que no responde o por anacrónico o ilógico a la realidad48 se manifiestan, asimismo, con toda clarividencia en su propia creación literaria.

De otro lado, en lo que concierne a Galdós, podría decirse que a lo largo de su dilatada producción novelesca el escritor dejó permanente constancia de su interpretación del Quijote, como cuadro y resumen de la vida, en que veía representadas las dos tendencias cardinales del alma humana49. Una visión que manifiesta de forma detallada curiosamente no en un ensayo sino en una de sus novelas a través de Gloria, su protagonista, y que adquiere innumerables variantes en su creación novelesca50.

En conclusión, si la producción ensayística de estos escritores en torno al Quijote resulta un representativo muestrario de algunas de las visiones más significativas del pensamiento literario del XIX, ella también puede contribuir a entender la asimilación y relación del texto con sus propias creaciones literarias. Ejemplo claro de variaciones lectoras sobre una obra que, sin duda, se constituyó para todos ellos en modelo fervorosamente admirado y en la primera de nuestras letras.






Bibliografía

  • AGUILAR PIÑAL, Francisco, «Cervantes en el siglo XVIII», Anthropos, 98-99, 1989, pp. 112-115.
  • ALARCÓN, Pedro Antonio, Obras completas, ed. de Luis Martínez Kleiser, 3.ª ed., Madrid, Fax, 1968.
  • ALAS, Leopoldo, Clarín, Obras completas, IV, Crítica (Segunda parte), ed. de Laureano Bonet con la colaboración de Joan Estruch y Francisco Navarro, Oviedo, Nobel, 2003.
  • ÁLVAREZ BARRIENTOS, Joaquín, «Sobre la institucionalización de la literatura: Cervantes y la novela en las historias literarias del siglo XVIII», Anales cervantinos, 25-26, 1987-1988, pp. 47-63.
  • APARICI, Pilar & GIMENO, Isabel, Literatura menor del siglo XIX, Barcelona, Anthropos, 1996.
  • AULLÓN DE HARO, Pedro, El ensayo en los siglos XIX y XX, Madrid, Playor, 1984.
  • ——, Los géneros ensayísticos en el siglo XIX, Madrid, Taurus, 1987.
  • BAQUERO ESCUDERO, Ana L., Cervantes y cuatro autores del siglo XIX (Alarcón, Pereda, Valera y Clarín), Murcia, Universidad de Murcia, 1989.
  • BENÍTEZ, Rubén, Cervantes en Galdós, Murcia, Universidad de Murcia, 1990.
  • BERMEJO MARCOS, Manuel, Don Juan Valera, crítico literario, Madrid, Credos, 1968.
  • CLOSE, Anthony J., La concepción romántica del «Quijote», Barcelona, Crítica, 2005.
  • CRUZ CASADO, Antonio & CRUZ TOLEDANO, Juan, «Donjuán Valera ante el Quijote», en Joaquín Criado Costa y Antonio Cruz Casado (eds.), Estudios sobre D. Juan Valera, Córdoba, Real Academia de Córdoba, 2006, pp. 109-124.
  • ESTÉBANEZ CALDERÓN, Demetrio, «Realismo y Naturalismo en la crítica literaria de Menéndez Pelayo», Boletín de la Biblioteca Menéndez Pelayo, Año Extra 1, 1994, pp. 263-300.
  • EZAMA, Ángeles, «El concepto de literatura nacional en la prosa de donjuán Valera», en Leonardo Romero Tobar (ed.), Literatura y Nación, La emergencia de las literaturas nacionales, Zaragoza, Prensas Universitarias de Zaragoza, 2008, pp. 351-372.
  • GOLDMAN, Peter B., «Galdós and Cervantes: Two Articles and a Fragmento, Anales galdosianos, VI, 1971, pp. 99-106.
  • MONTERO REGUERA, José, El «Quijote» y la crítica contemporánea, Madrid, Centro de Estudios Cervantinos, 1997.
  • ——, El «Quijote» durante cuatro siglos, Valladolid, Universidad de Valladolid, 2005.
  • ——, Cervantismos de ayer y de hoy, Alicante, Universidad de Alicante, 2011.
  • PARDO BAZÁN, Emilia, La cuestión palpitante, ed. de José Manuel González Herrán, Barcelona, Anthropos, 1989.
  • ——, La obra periodística completa en «La Nación» de Buenos Aires (1879-1921), ed. de Juliana Sinovas Maté, A Coruña, Diputación Provincial de A Coruña, 1999, 2 vols.
  • ——, Obras completas, III, estudio preliminar de Federico Carlos Sainz de Robles, Madrid, Aguilar, 1979.
  • ——, Un viaje de novios, ed. de Mariano Baquero Goyanes, Barcelona, Labor, 1971.
  • PATIÑO EIRÍN, Cristina, «Cervantes en la obra de Pardo Bazán», en Antonio Bernat Vistarini (ed.), Volver a Cervantes. Actas del IV Congreso Internacional de la Asociación de Cervantistas, Palma, Universitat de les Illes Balears, 2001, vol. II, pp. 1219-1228.
  • PEREDA, José María, Epistolario de Pereda y Menéndez Pelayo, ed. de María Fernanda de Pereda y Torres Quevedo y Enrique Sánchez Reyes, Santander, Biblioteca de Menéndez Pelayo, 1953.
  • PÉREZ GALDÓS, Benito, «Crónica de la quincena», La Ilustración de Madrid, núm. 55, 15 de abril de 1872, pp. 97-99.
  • ——, Ensayos de crítica literaria, ed. de Laureano Bonet, ed. ampliada y revisada, Barcelona, Nexos, 1990.
  • POZUELO YVANCOS, José María & ARADRA, Rosa María, Teoría del canon y literatura española, Madrid, Cátedra, 2000.
  • REY HAZAS, Antonio & MUÑOZ SÁNCHEZ, Juan Ramón, El nacimiento del cervantismo, Madrid, Verbum, 2006.
  • RIVAS HERNÁNDEZ, Ascensión, Lecturas del «Quijote» (siglos XVIII-XIX), Salamanca, Ediciones Colegio de España, 1998.
  • ——, «Juan Valera, lector del Quijote», Cuadernos del Lazarillo, 28, 2005, pp. 35-40.
  • ROMERO TOBAR, Leonardo, «El Cervantes del XIX», Anthropos, 98-99, 1989, pp. 116-119.
  • ——, «La construcción del canon del realismo español», en La Literatura en su Historia, Madrid, Arco/Libros, 2006, pp. 169-192.
  • VALERA, Juan, Obras completas, III, ed. de Luis Araujo Costa, Madrid, Aguilar, 1958.
  • ——, Obras completas, II, ed. de Luis Araujo Costa, Madrid, Aguilar, 1961.


 
Indice