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Descubrimiento del Amazonas



ArribaCartas de Gonzalo Pizarro y Francisco de Orellana

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Carta de Gonzalo Pizarro al Rey, fecha en Tomebamba, a 3 de septiembre de 1542

S. C. C. M.

Desde la ciudad de Quito escribí a V. M. haciéndole saber cómo yo había venido a ella a tenerla en gobernación por V. M., porque el Marqués, mi hermano, ya difunto, por virtud del poder y facultad que de V. M. tuvo, renunció en mí la gobernación de Quito y la Culata y Puerto Viejo, como más largamente a V. M. he hecho saber; y así mismo hice saber a V. M. cómo por las grandes noticias que en Quito y fuera de él yo tuve, así por caciques principales y muy antiguos como por españoles, que confirmaban, ser la provincia de la Canela y Laguna del Dorado, tierra muy poblada y muy rica, por cuya causa yo me determiné de irla a conquistar y descubrir y por servir a V. M. y por ensancharle y aumentar sus reinos y patrimonio real, y porque me certificaron que de estas provincias se habrían grandes tesoros   —484→   de donde V. M. fuese servido y socorrido para los grandes gastos que de cada día a V. M. se le ofrecen cada día en sus reinos; y con este celo y voluntad gasté más de cincuenta mil castellanos, por los cuales o la mayor parte de ellos estoy empeñado, que hice de gastos en socorros de la gente que llevé de pie y de caballo.

Y el suceso de lo que en la jornada pasó, es que yo entré con más de docientos hombres de pie y de caballo, con otros muchos aderezos y municiones de armas convenientes a tal jornada, dejando ante todas las cosas el recaudo y personas convenientes a la buena gobernación de las ciudades y villa y al servicio de V. M.; y apartándonos de la ciudad siete leguas, dimos en montañas muy ásperas y grandes sierras de donde nos fue forzado abrir camino de nuevo, así para la gente como para los caballos, y fuimos siguiendo el viaje hasta llegar a la provincia de Zumaco, que habrá bien sesenta leguas, donde se tenía noticia que era gran población, sin poder andar a caballo, y allí senté el real para reformar, así a los españoles como a los caballos, que iban todos muy fatigados de los grandes trabajos que habían pasado de subir y bajar las grandes sierras y de las muchas puentes que se habían hecho para pasar los ríos. Y aquí hallé la tierra abundante de comida, aunque las moradas de los indios estaban apartadas unas de otras y en las laderas de la sierra, la cual es inhabitable por razón de las muchas aguas y ciénagas y sierras que en ella hay, e hice traer todo el bastimento que pude.

Y como las aguas cargaban, procuré de me informar a qué parte era la tierra de la Canela, de algunos indios que yo había hecho tomar de los naturales, los cuales dijeron que sabían a dónde estaba la tierra de la Canela; y como fuese cosa de que tanta noticia se tenía y por tan rica tierra era habida, porque V. M. mejor y más cierto fuese informado de la verdad, determiné de ir en persona a la ver con ochenta soldados a pie, sin llevar caballo ninguno, porque la disposición y aspereza de la tierra no daba lugar a ello. Y así yo anduve en busca de los árboles de la canela y provincia donde estaba,   —485→   bien más de setenta días, en lo cual pasamos grandes trabajos y hambres por razón de la aspereza de la tierra y variación de los guías, del cual trabajo murieron algunos españoles, por razón de las grandes aguas y hambres que pasamos; y al cabo de este tiempo hallamos los árboles que llevan la canela, que son unos capullos, la muestra de la cual envió a V. M.; y la hoja tiene el mismo gusto, y la corteza ni lo demás no tiene gusto ninguno; los cuales estaban en unas montañas muy ásperas, despobladas e inhabitables; y unos árboles eran pequeños y otros algo más gruesos, y estaban apartados unos de otros mucho trecho. Es tierra y fruto de que V. M. no puede ser de ello servido ni aprovechado, porque es poca cantidad y de menos provecho.

Desde allí salí a otra provincia que se dice Capua, y de allí envié por el real y fui prosiguiendo la vía que los guías decían donde era la buena tierra, y todo siempre por montañas y sierras y haciendo camino de nuevo, y llegué a otra provincia que se dice Guema, adonde hallé obra de dos leguas de sabana en largo y un cuarto en ancho de tierra llana; y aquí procuré de tomar indios naturales, y tomados, con ellos atraje de paz al cacique y señor de esta provincia; al cual, interrogándole por la tierra adentro, fui de él informado que más abajo era la buena tierra, y estaba muy poblada de gente, y andaba vestida porque la que hasta aquí había topado toda andaba desnuda.

Y por la noticia que de este cacique tuve, envié a D. Antonio de Ribera, Maestro de Campo, con cincuenta hombres a verlo y hacer el camino por donde el real pudiese pasar; el cual estuvo en ir y venir quince días y trajo relación de que había hallado un río muy grande, que junto a la lengua del agua había casas, y que en el río había visto muchos indios vestidos que andaban en canoas, y que le parecía que aquella provincia estaba muy poblada, porque andaban los indios que había visto vestidos y bien tratados. Y luego como vino con esta relación, me partí y llegué a esta provincia, que se llama Omagua, pasando grandes ciénagas y muchos esteros.

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Llegado allí, procuré de atraer de paz los caciques de ella, que andaban alterados y en el agua con sus canoas; y desde el agua contraté con ellos y vinieron de paz. Y teniéndolos así de paz, se alteraron de tal manera que se huyeron los más de ellos, usando de cautelas y malas mañas que los indios siempre tienen; y no lo pudieron hacer tan a su salvo, que no quedase el cacique y algunos principales, por el buen recaudo que yo en ellos tenía. Y aquí procuré de tomarles algunas canoas, como las tomé, que fueron quince, y porque los indios de esta provincia se tratan y contratan por el agua en sus canoas, porque la tierra adentro no se puede andar, porque es todo ciénegas y mucha agua y todos tienen sus viviendas y casas junto a la lengua del agua. Y así, en las canoas que yo tomé pasábamos el río a buscar comida, no embargante que no éramos parte para osarnos desmandar por el agua, porque había en el río muchas veces ciento y ciento y cincuenta canoas, toda gente de guerra; y son tan diestros en el andar de estas canoas y en el gobernallas, que a esta causa nadie es parte para les hacer mal ni poder conquistar.

Y viendo la disposición de la tierra y la aspereza de las montañas, y como por la noticia que tenía de la tierra adentro habíamos de ir el río abajo, lo cual no se podía ir sino abriendo camino de nuevo, y por llevar la gente segura y más guardada, y porque los indios desde el agua no hiciesen mal a la gente del real, me convino hacer un bergantín, para que amparase y acompañase a las canoas que yo había tomado, y porque teníamos necesidad de buscar comida para el real y pasar el río de la una parte a la otra para buscarla, y sin este bergantín y canoas no se podía sustentar la gente del real, así de comida como para llevar las armas y munición de los arcabuces y ballestas y de las otras cosas necesarias al real, y para llevar los dolientes y el herraje para los caballos y barras y azadones y otras cosas necesarias, porque ya se nos había muerto lo más del servicio que llevábamos, porque esta tierra es caliente; lo cual todo hice con intención, si no topásemos buena tierra donde poblar, de no parar hasta salir a la mar del Norte.

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Y yendo caminando el río abajo la vía que los guías decían, estando setenta leguas de esta provincia, tuve nueva de los guías que llevaba cómo había un despoblado grande en el cual no había comida ninguna: y sabido esto, hice parar el real y abastecernos de comida toda la que se pudo haber: y estándose así la gente proveyendo de comida, vino a mí el capitán Francisco de Orellana y me dijo cómo las guías que yo en su poder tenía puestas por mejor guarda y porque los hablase y de ellos se informase de la tierra adentro, por estar desocupado, porque yo entendía en las cosas de guerra; y me dijo que las guías decían que el despoblado era grande y que no había comida ninguna hasta donde se juntaba otro río grande con éste por donde caminábamos, y que allí una jornada el río arriba había mucha comida, de las cuales guías yo me torné a informar y me dijeron lo que habían dicho al capitán Orellana: y el capitán Orellana me dijo que por servir a V. M. y por amor de mí, que él quería tomar trabajo de ir a buscar la comida donde los indios decían, porque él estaba cierto que allí la habría; y que dándole el bergantín y las canoas armadas de sesenta hombres, que él iría a buscar la comida y la traería para socorro del real, y que como yo caminase hacia abajo y él viniese con la comida, que el socorro sería breve y dentro de diez o doce días tornaría a el real.

Y confiado que el capitán Orellana lo haría así como lo decía, porque él era mi Teniente, dije que holgaba que fuese por la comida, y que mirase que viniese dentro de los doce días y por ninguna manera no pasase de las juntas de los ríos, sino que trajese la comida y no curase de más, pues llevaba gente para hacerlo así, y él me dijo que por ninguna manera él había de pasar de lo que yo le decía, y que él vernía con la comida en el término que había dicho. Y con esta confianza que de él tuve le di el bergantín y canoas y los sesenta hombres, porque había nueva que andaban muchos indios en canoas por el río: diciéndole asimismo, que los guías habían dicho que en el principio del despoblado había   —488→   dos ríos muy grandes, que no se podían hacer puentes, que dejase allí cuatro o cinco canoas para pasar el real; y me prometió de hacerlo así, y así se partió.

Y no mirando a lo que debía al servicio de V. M. y a lo que debía de hacer como por mí le había sido dicho, como su Capitán, y al bien del real y jornada, en lugar de traer la comida, se fue por el río sin dejar ningún proveimiento, dejando tan solamente las señales y cortaduras de cómo habían saltado en tierra y estado en las juntas y en otras partes, sin haber parecido ni nueva de él hasta ahora, usando con todo el real de la mayor crueldad que infieles ningunos usaran, viéndole quedar tan desprovisto de comida y metido en tan gran despoblado y entre tan grandes ríos, llevando todos los arcabuces y ballestas y municiones y herrajes de todo el real, y con gran trabajo llegó el real a las juntas donde me había de esperar. Y llegados, como la gente del real viese las juntas y no ser socorridos de la comida, porque se había ido y no había manera de hallar ninguna comida, se puso en gran desmayo, porque había muchos días que todo el real no comía sino cogollos de bihaos y algunos cuescos que hallaba por el suelo que caían de los árboles, con todos los géneros de salvajinas ponzoñosas que podían hallar, porque se habían comido en este despoblado más de mil perros y más de cien caballos, sin otro género de comida alguna, a causa de lo cual mucha gente del real habían adolecido y estaban unos flacos y otros se murieron de hambre, no estando para poder pasar adelante.

Y por mí visto cómo Orellana era ido y alzado, procuré buscar la comida y envié personas así por la tierra como por el agua en cinco canoas que milagrosamente yo tomé a los indios con mi persona, las cuales canoas fueron parte para salvarnos las vidas en pasarnos los grandes ríos que hallamos; las cuales personas que yo así había enviado a buscar la comida, vinieron sin traer nueva alguna de comida a cabo de seis días, de cuya causa el real se puso en mayor necesidad.

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Y por mí visto la falta de comida y gran desmayo que el real tenía tomé las canoas y siete u ocho compañeros, y me metí por el río abajo con determinación de no parar hasta hallar comida, para con ella socorrer el real; y fue Dios servido que el día que me partí llegué a las juntas de los ríos donde Orellana había de estar y no pasar adelante, y fui por el río arriba donde tenía noticia de la comida, la cual hallé en cantidad; y con estas nuevas volví al real, al cual hallé con voluntad y disposición de no poder pasar adelante, así por la falta de comida, como por la falta de los muchos caballos que se habían comido y por haberse llevado Orellana las armas del real y bergantín y canoas, con lo cual atravesábamos el río de la una parte a la otra a buscar comida, porque sin el bergantín y canoas no éramos parte para ninguna cosa; y todos determinaron a decirme que antes querían morir allí que pasar adelante.

Y vista la indisposición de la gente y la falta de los caballos y de armas y de las demás cosas que Orellana había llevado, vi que no era parte para pasar adelante, y también por el gran despoblado que el río abajo teníamos por pasar, y así determiné pasar el real el río grande en las canoas, en el cual pasaje se pasó mucho trabajo y pérdida de caballos por la grandeza del río y hondura del agua, que tardamos en pasarle ocho días. Y pasado el real, caminando una jornada por el río arriba de las juntas donde se halló la comida que yo había descubierto, y donde era la noticia que Orellana la había de hallar, a donde los del real y caballos que habían quedado nos reformamos en alguna manera y nos proveímos de comida para otro despoblado, que asimismo con mucho trabajo pasamos, en el cual se acabaron de comer todos los caballos que quedaron, que fueron más de otros ochenta: en el cual despoblado se hallaron muchos ríos y esteras muy grandes, que no se podían pasar los más de ellos sin las canoas; y hubo muchos días que se hicieron en dos leguas doce, trece, quince y más puentes para pasar el real; y siempre caminamos a pie, abriendo el camino de nuevo, porque los indios y gente   —490→   de aquellas provincias siempre andan y conversan por el agua en sus canoas, porque si no es por la orilla del río no se puede caminar, por la mucha agua y ciénagas y esteros que hay; y muchos días hubo que caminábamos el agua a la rodilla y a muchos cabos a la cinta, y más arriba.

Y con gran trabajo y pérdida de todo cuanto llevábamos, subimos a tierra de Quito con tan solamente nuestras espadas y sendos bordones en las manos, y siempre abriendo camino. Y hasta adonde di la vuelta habría más de doscientas y setenta leguas, y mucho más camino por donde volvimos, en la cual vuelta asimismo se murieron algunos españoles, de pura hambre; de lo cual todo envío información a V. M. Y de todos nuestros trabajos y pérdidas, ni nos pesó ni pesa, sino por no hallar algunas riquezas con que los grandes gastos de V. M. pudieran ser remediados.

En toda esta tierra que así anduvimos no se halló disposición para poder hacer algún pueblo, por ser como es la tierra montuosa de grandes sierras y asperezas e inhabitable: no embargante que algunos de los que allá andaban que tenían conocimiento decían que habría y se hallarían minas de oro.

Y llegado a Quito, hallé que habiendo ido a servir a V. M. con tanto gasto de mi hacienda, y sin causa ni poder de V. M. que para ello hubiese, el licenciado Vaca de Castro, pasando por allí, me quitó aquel pueblo de Quito con la Culata y Puerto Viejo, que yo tenía en gobernación por V. M. y se hizo recibir por Gobernador de ello, a cuya causa ha habido en estos pueblos muchas alteraciones entre los españoles como entre los indios naturales, y ha sido causa que los indios de la Culata se alzasen y el pueblo se despoblase y en la isla de la Puná se alzasen y matasen en lo uno y en lo otro más de cien españoles, entre los cuales mataron al Obispo de Lima, como ya V. M. habrá sabido. Y por no dar enojo a V. M. ni le deservir, porque mi deseo no es otro sino siempre servir a V. M., como mis pasados y yo habemos   —491→   hecho, no me he entremetido a tornar a tomar la posesión de los pueblos que yo así tenía en gobernación por V. M.; y tengo por cierto que por ello V. M. me ha de hacer merced, como siempre me ha hecho y hace, y no holgará de lo que a sí el licenciado Vaca de Castro ha hecho, pues por V. M. no le es mandado que a los que gastan sus vidas y hacienda en servicio de V. M. se les quite lo que por V. M. tienen, mas antes hacerles mayores mercedes.

Y asimismo supe como D. Diego de Almagro y otras personas habían muerto al Marqués mi hermano y a otras muchas personas y alzádose con la tierra y con grandes robos y fuerza e injusticias que en todo ello intervino, todo contra el servicio de V. M. y sido causa de que los naturales de estas partes se hayan alzado y rebelado contra el servicio de V. M. Y viendo el gran daño que de todo ello redunda y podría redundar en mayor deservicio de V. M., me determiné de, así como salí de la jornada de la Canela, con mi espada y el bordón en la mano, con más de sesenta compañeros vamos en busca del licenciado Vaca de Castro, Presidente de V. M. para hacer lo que por él en nombre de V. M. me fuere mandado y procurar con todas mis fuerzas allanar y tornar a reducir la tierra y naturales que estuvieren alzados y rebelados al servicio de V. M. y procurar que su Presidente y justicia sea tenida y obedecida como es justo que sea; porque soy informado que D. Diego y sus consortes no obedecen los mandamientos de V. M. ni de su justicia real; que en lo que toca al castigo de la muerte del Marqués mi hermano, V. M. es tan justo que lo mandará castigar como el caso lo requiere y como más convenga al servicio de V. M.

Esta tierra de Quito está muy perdida, que hasta aquí alcanzan las alteraciones de D. Diego; y asimismo dizque está toda la tierra del Perú, lo cual he sabido de personas que de allá han venido. Yo me daré toda la más prisa que pudiere para llegar donde está el Presidente de V. M., porque como van a pie estos compañeros y yo por tenerles compañía, no podemos llegar a tan   —492→   presto como yo deseo. Y espero yo en Dios de servir a V. M. en esta jornada, por saber los pasos y rincones de esta tierra y por conocer a todos los que acá hay y ellos a mí, y por tener como tengo muchos amigos en ella que por mi respeto y ruego dejarán sus casas e irán a servir a V. M., poniéndose a todos los peligros que se ofrecieren.- Nuestro Señor guarde la Sacra y Católica persona de V. M. con acrecentamiento de mayores reinos y señoríos como por V. M. es deseado. Del pueblo de Tomebamba, tierra de Quito, a tres días de setiembre de mil quinientos cuarenta y dos.- El vasallo que los sacros pies y manos de V. M. besa.- Gonzalo Pizarro.



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Cinco cartas de Francisco de Orellana, del año 1544, sobre los preparativos de su expedición al río de las Amazonas y de las dificultades que se ofrecían para emprender su viaje. Sevilla, mayo a noviembre de 1544

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I

S. C. C. Majestad.- Por otra escribí a Vuestra Majestad dando entera cuenta del estado en que estaban los negocios de mi viaje para la Nueva Andalucía, cuya pacificación, conversión y gobernación de los naturales de ella por Vuestra Majestad me está encomendado, suplicándole me hiciese merced de mandarme y proveer de la artillería necesaria para armar seis a siete carabelas, así de la que está en esta ciudad como en su comarca; y así torno a suplicar ahora lo mande proveer, pues es cosa muy importante y que tanto de ello Vuestra Majestad será servido; y porque después acá, como los negocios se tratan, descubren nuevas cosas, se ha ofrecido que no se hallan marineros que quieran ir esta jornada, y, aunque hay muchos, se excusan de ello, de que se nos sigue gran daño por la dilación que nos podían causar y por otros fines; y, pues, esto es cosa de que tanto Dios Nuestro Señor y Vuestra Majestad serán servidos, a Vuestra Majestad suplico mande proveer de manera que yo o quien mi poder hubiere, pueda compeler y apremiar cualesquiera marineros que se hallaren   —496→   para que vayan en mi compañía esta jornada, pagándoles por ello su justo y debido salario, y si necesario fuere las justicias me den favor y ayuda para ello.

Asimismo hago saber a Vuestra Majestad que no se halla ningún marinero castellano que sepa la costa del río para donde es mi viaje, excepto los portugueses, que tienen gran noticia de ella por la continua navegación que por allí tienen; y así por esto, como porque navegan en piezas ligeras y bien aderezadas, conviene llevarlos esta jornada; y porque a éstos se les podría poner en ello algún impedimento por las justicias de los pueblos y por las guardas de la mar, por ser extranjeros, a Vuestra Majestad suplico sea servido de mandar que a los tales marineros portugueses con quien me concertare, sin embargo ni impedimento alguno de cualquier defendimiento en contrario de esto haya, les dejen y consientan sacar y llevar en cualquiera sus naos y carabelas y bergantines la gente, armas y munición, caballos y otras cosas necesarias para este viaje, y que en retorno de ello puedan cargar las tales piezas de todo el Brasil, azúcar y cueros, y otras mercaderías que quisieren en la Isla de Santo Domingo y en otras partes, y que gocen por esta vez de todas las preeminencias y libertades que gozan y pueden gozar los naturales, porque, proveyéndose así, a mí se hará muy gran merced y será para me aviar de aquí para el día del señor San Juan, siendo Dios servido, y de otra manera se dilatará más tiempo, y la gente que está esperando se gastará mucho; pues esto es cosa que toca al servicio de Vuestra Majestad, y por mi parte se hace todo lo que mis fuerzas pueden, y aún más, Vuestra Majestad lo debe mandar proveer brevemente pues Dios ha sido servido darme entera salud, como al presente la tengo, que es para mejor poder servir a Vuestra Majestad, pues mi fin y deseo no es otro. De Sevilla, nueve de mayo, mil quinientos cuarenta y cuatro años.- De V. S. C. C. Majestad su muy cierto y menor criado.- Francisco Dorellana.



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II

S. C. C. Majestad.- Por otras he suplicado a Vuestra Majestad me haga merced de mandarme proveer de alguna artillería para armar seis o siete carabelas, de que tengo necesidad para hacer el viaje que Vuestra Majestad fue servido de mandar que yo hiciese para la conversión y pacificación de la Nueva Andalucía, y a esto se me respondió que no había de dónde se proveyese; yo quisiera estar en estado que pudiera servir a Vuestra Majestad en esta jornada sin dar ninguna pesadumbre; pero ésta no se puede dejar de dar, porque el artillería necesaria yo no la puedo hallar si Vuestra Majestad no provee de ella; y así suplico a Vuestra Majestad lo mande hacer, pues es cosa que tanto importa a su servicio, y que de no llevarla se nos puede seguir mucho daño, y será dar causa a detenerme aquí, y que la gente se gaste de manera que no pueda haber efecto la jornada.

Asimismo supliqué a Vuestra Majestad me hiciese merced de mandar dar licencia a cualesquier pilotos y   —498→   marineros portugueses que supiesen la costa del Brasil para que fuesen esta jornada, porque de los naturales no se halla quien dé razón de ella ni la sepa; a la cual me fue respondido que no había lugar, y se escribió sobre ello a los oficiales de Vuestra Majestad que residen en la Casa de la Contratación de esta ciudad para que busquen un piloto tal cual conviene, que vaya en este viaje; ellos lo hicieron así, y hablaron al que de allá se les señaló, y éste da menos razón de la costa que otro: y pues que Vuestra Majestad manda que ningún portugués pase en esta jornada, a lo menos sea servido dar licencia a cualquier piloto portugués que quiera ir, al que se lo ponga todo el límite que Vuestra Majestad fuere servido para que no haga deservicio a Vuestra Majestad, y en esto se tendrá toda la vigilancia y cuidado que conviene; porque Vuestra Majestad esté cierto que si no son los pilotos portugueses, no hay otro ninguno que sepa tan bien aquella navegación por la continuación que por allí tienen; pues que tanto nos importa llevar persona que lo sepa, Vuestra Majestad sea servido de mandarlo proveerlo, o como mejor fuere servido.

Asimismo suplico a Vuestra Majestad sea servido de mandarme hacer merced de cien licencias de esclavos, libres de todos derechos, para ayuda a alguna por parte de los muchos gastos que en esta jornada se me ofrecen y tengo hechos, pues yo por mi parte pongo todas mis fuerzas y posibilidad, y lo haré siempre en lo que tocare al servicio de Vuestra Majestad como muy cierto y verdadero criado.

Asimismo hago saber a Vuestra Majestad que yo me doy toda la prisa posible para enviarme de aquí brevemente, y tengo puestos en el río dos naos y dos carabelas; y espero cada día otra pieza que me falta, con la cual no hay necesidad de más para la jornada, y asimismo se están haciendo seis bergantines para el río, lo mejor aderezados que pudiere: y esto es lo que hasta ahora se ha hecho para el servicio de Vuestra Majestad,   —499→   y de lo que de aquí adelante se hiciere enviaré relación de ello a Vuestra Majestad. De Sevilla, treinta de mayo de mil quinientos cuarenta y cuatro años. D. V. S. C. C. Majestad su muy cierto y menor criado.- Francisco Dorellana.



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III

S. C. C. Majestad.- Por otras he suplicado a Vuestra Majestad fuese servido de mandarme proveer de un piloto portugués para esta jornada que por mandato de Vuestra Majestad hago para la conversión y pacificación de la Nueva Andalucía, por tener éstos experiencia de la navegación de la costa del Brasil por haberla continuado pues esto no ha lugar por los inconvenientes que de ello se podrían recrecer a Vuestra Majestad, suplico sea servido de mandar que sus acreedores de un Rentería y Francisco Sánchez, pilotos, personas expertas en la navegación, de quien tengo informado a Vuestra Majestad por otra, los esperen por las deudas que les deben durante el tiempo que fueren en este viaje, que será breve, porque ellos al presente no tienen con qué pagar, y lo que deben principalmente es de cambios e intereses; porque si esto no se hace, al presente no se pueden haber otros pilotos algunos que algo entiendan, ni los vuestros oficiales que residen en la Casa de la Contratación de esta ciudad han proveído de ellos, como por Vuestra Majestad les fue mandado, y sería gran inconveniente   —502→   que por falta de piloto se dilate mi partida. Vuestra Majestad lo mande proveer así, por el mucho servicio que de ello se sigue a Vuestra Majestad.

Asimismo he sabido cómo algunas personas han dado a entender que yo trato mal a las personas que van en mi compañía y se hacen otras cosas que no parecen bien, y si los que esto han escrito y publicado fuesen tan servidores de Vuestra Majestad como lo soy yo, no lo harían así; pero yo estoy tan confiado en que haciéndose por mi parte enteramente lo que tocare al servicio de Vuestra Majestad me será gratificado, y que no será parte ninguno para que con falsa relación yo sea molestado, pues que hasta ahora he puesto y estoy presto de poner mi persona y hacienda en tantos trabajos como he pasado y espero pasar para poder mejor servir a Vuestra Majestad; y si alguna cosa de lo que he hecho y dada relación a Vuestra Majestad se hallare en contrario, Vuestra Majestad me mande castigar por ello, y lo mismo mande hacer a los que intentaren decir; porque si otra cosa hubiere de lo que tengo dicho, poca necesidad tenía yo de empeñar mi persona en más de cuatro mil ducados, como hasta ahora lo he hecho, para poner en toda orden las cosas de la armada, como al presente lo están, la cual partirá muy brevemente, y con poca ayuda de los que en ella van, como se ha dado a entender. De Sevilla, veinte y ocho de junio de mil quinientos cuarenta y cuatro. De V. S. C. C. Majestad su muy humilde y leal vasallo que los pies y manos de Vuestra Majestad besa.- Francisco Dorellana.



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IV

S. C. C. Majestad.- Si ha habido en mí algún descuido en no haber dado relación a Vuestra Majestad del suceso de mis negocios, ha sido por no haberlo tenido hasta ahora tal como quisiera, y también por el desasosiego y ocupación que he tenido buscando el remedio y buen despacho de mi viaje; y después de haber pasado muchos trabajos, ha sido Dios servido de darlo tal, que no falta ninguna cosa de lo que es necesario para la armada, porque un caballero deudo mío, nombrado Cosme de Chaves, natural de Trujillo, servidor de Vuestra Majestad, ha socorrido y ayudado con mil ducados; y demás esto, ciertos mercaderes genoveses, por intercesión y buena amistad y negociación de Vicencio de Monte, fator de Vuestra Majestad, me han socorrido asimismo con dos mil y quinientos ducados para mi despacho, los cuales han ofrecido más suma, si necesario fuere: pónese toda la diligencia y solicitud que mis fuerzas bastan para que todo lo que conviene de mi despacho vaya bueno y bastante he tenido y tengo entera voluntad, con deseo de no errar en ninguna cosa de lo que me ha sido   —504→   mandado; y de todo mi buen suceso doy gracias a Nuestro Señor, pues lo ha guiado como cosa que tanto importa a su servicio y al de Vuestra Majestad, sin intervenir en ello más ayuda de lo que aquí digo. Yo me doy toda la prisa posible para aviarme de aquí, y lo haré lo más brevemente que pueda ser, y en tiempo conveniente, siendo Nuestro Señor servido. De Sevilla, veinte y dos de Octubre, mil quinientos cuarenta y cuatro. D. V. S. C. C. Majestad muy cierto y leal vasallo.- Francisco Dorellana.



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V

S. C. C. Majestad.- Por la última que a Vuestra Majestad escribí di cuenta del estado en que estaba el despacho de la armada que por mandato de Vuestra Majestad hago por la conversión y pacificación de los naturales de la provincia de la Nueva Andalucía, y de cómo entendiendo en ello, para más perpetuarme y poder servir a Dios Nuestro Señor y a Vuestra Majestad en aquella tierra me casé; y pues en otras he dado larga cuenta de cómo en mis negocios he tenido grandes contrarios, y por diversas vías, para impedir una empresa como ésta, que tanto importa al servicio de Dios Nuestro Señor y de Vuestra Majestad, en ésta no me alargaré más de advertir que los que lo han procurado, como ven el buen despacho que hay de lo necesario, prosiguen al presente muy afectuosamente su dañado propósito e intención, todo en perjuicio de Vuestra Majestad y desasosiego de la gente que llevo; lo cual, por haberse tan oculta y cautelosamente, no se puede señalar persona cierta, más de hablar por conjeturas y ponderar el daño que sus obras hacen, porque si algunas cosas no han habido   —506→   entero efecto con brevedad, ha sido por este gusano que ha estado de por medio; y porque podría ser que éstos, prosiguiendo su mal propósito e intención, hayan informado o informarán de algunas cosas que más sean para querer fundar sus intenciones, que no para aprovechar al servicio de Vuestra Majestad ni al breve despacho de esta armada, así en lo del socorro que los genoveses han hecho, como en otras cosas de semejante efecto, suplicó a Vuestra Majestad, que, pues siempre mi intención y voluntad ha sido y es de servir a Vuestra Majestad con toda solicitud y fidelidad, como lo he hecho, se tenga de mí confianza, que lo que se hubiere hecho y se hiciere para facilitar mi aviamiento será en servicio de Dios Nuestro Señor y de Vuestra Majestad y en provecho de los naturales de aquella tierra y de los que la van a poblar y pacificar, como Vuestra Majestad lo podrá mandar ver y saber todo por el despacho y persona que yo enviaré en estando a punto mi partida, que con el ayuda de Nuestro Señor será breve, el cual dé en todo el suceso para el servicio de Vuestra Majestad. De Sevilla, veinte y uno de noviembre de mil quinientos cuarenta y cuatro. De V. S. C. C. Majestad muy leal y muy cierto vasallo. Francisco Dorellana.