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ArribaAbajoToribio Medina


ArribaAbajoRelación del nuevo descubrimiento del famoso río grande que descubrió por muy grande ventura el capitán Francisco de Orellana según la transcripción de don Toribio Medina

Tomada de la Biblioteca Amazonas

(Quito-Ecuador, 1942, Volumen I)

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ArribaAbajoFray Gaspar de Carvajal

Vicario de Quito

Por don Toribio Medina

Nota Editorial.- Tomada a última hora la decisión de que las selecciones de Misioneros compusiesen un volumen aparte, se ha resuelto también incluir en él la Relación de fray Gaspar de Carvajal, inclusión que, seguramente, será muy aplaudida por el lector.

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Fray Gaspar de Carvajal,
cronista de la expedición de Orellana

Patria y nacimiento de Fr. Gaspar de Carvajal.- Pasa al Perú en compañía del obispo Valverde.- Disquisición acerca de la fecha de su partida (nota).- Funda la Provincia de la Orden de Santo Domingo en el Perú.- Acompaña a Gonzalo Pizarro a Quito.- Su viaje por el Amazonas:- Regresa de la isla de Cubagua a Lima.- Su intervención en las querellas de los Oidores con el virrey Núñez Vela.- Su amistad con La Gasca.- Cargos que desempeña en la Provincia.- Es elegido Provincial. - Su proyectado viaje a Madrid y Roma.- Su intervención en favor de los indios.- Su muerte.

El autor de este documento llamábase fray Gaspar de Carvajal. Nacido en Trujillo de Extremadura hacia los años de 1504, hallábase ya ordenado en alguno de los conventos dominicos de Castilla, probablemente en el de San Pablo de Valladolid, cuando por real cédula de 30 de septiembre de 1535 el Monarca   —428→   encargó al General de la Orden que diese las disposiciones necesarias para que diez de sus religiosos marchasen al Perú en compañía de Fr. Vicente de Valverde, tan famoso en la historia por la parte que le cupo en la prisión de Atahualpa, y que debía pronto regresar al Perú como Obispo de aquella tierra.

El General apresurose a cumplir la recomendación del Soberano, reunió ocho de los diez frailes que se le pedían, púsolos bajo la inmediata obediencia de Fr. Gaspar de Carvajal, y tan activos anduvieron éstos, que ya a fines de aquel año se encargaba a los Oficiales Reales de Sevilla que diesen y pagasen a los religiosos que iban con Valverde lo que fuese justo y razonable, conforme a la calidad de sus personas; si bien por circunstancias ajenas a los expedicionarios, y especialmente por la tardanza en la llegada de las bulas del P. Valverde -que hubo al fin de partir sin haberlas recibido-, hubieron de permanecer en Sevilla hasta los comienzos del año subsiguiente, en que pudieron al fin darse a la vela con dirección a Nombre de Dios y Panamá.

No tenemos noticia acerca de la fecha precisa de la llegada del P. Carvajal al Perú, pero en cambio sabemos que había sabido responder perfectamente a la confianza depositada en él por el General de su Orden, cual era que fuese a fundar en aquella tierra el primer convento dominico. En efecto, en noviembre de 1538 le hallamos de Vicario Provincial en Lima, defendiendo el derecho de asilo del convento que tenía fundado contra los avances de un Teniente que quería extraer de allí a un preso, incidente en que procedió con tanta cordura como firmeza.

Hallábase, pues, en Lima cuando Gonzalo Pizarro pasó por allí en dirección a Quito a tomar posesión del gobierno antes confiado a Benalcázar, llevando en su mente el proyecto de ir a descubrir las ricas tierras donde crecía la canela en las vertientes orientales de los Andes.

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Carvajal era su paisano, extremeño como él; no tenía hasta entonces capellán que dijera misa a sus soldados y les pudiera confesar en los momentos de peligro, que sin duda no habían de escasear; era joven, fuerte, animoso y de prestigio, y dicho se está que hubo de invitarle a que le acompañase en una empresa en que podía servirse tanto a Dios y al Rey en el descubrimiento de una región que se suponía tan poblada como rica. En compañía de Pizarro salió, pues, de Quito, y cuando al finalizar el año de 1540 aquél resolvió enviar aguas abajo del Coca al capitán Orellana con los enfermos, en busca de comida, en el bergantín que hacía poco habían fabricado, a Carvajal y al otro religioso que con ellos iba, quizás por las consideraciones debidas a su estado sacerdotal, se les dio también un lugar a bordo.

Se ha creído por muchos, mejor dicho, por la casi totalidad de los que han contado el viaje de Orellana, según hemos de verlo luego más detenidamente, que cuando éste resolvió abandonar a Gonzalo Pizarro y seguir su jornada por el río abajo, el P. Carvajal fue el único, en unión de Hernán Sánchez de Vargas, que se opuso a semejante proyecto, y que en castigo el irritado Capitán los abandonó en aquellas soledades.

Ya se comprenderá el absurdo de semejante aserto. Carvajal siguió la suerte de Orellana, desempeñó con entereza y exactitud las funciones de su sagrado ministerio, y hubo de asistir a todos los combates que tantas veces pusieron en peligro las vidas de aquel puñado de arrojados aventureros; y en alguno con tan mala suerte, «que no firieron sino a mí, cuenta él mismo, que me dieron un flechazo por un ojo, que pasó la flecha a la otra parte, de la cual herida he perdido el ojo y no estoy sin fatiga y falta de dolor, puesto que Nuestro Señor, sin yo merecerlo, me ha querido otorgar la vida para que me enmiende y le sirva mejor que fasta aquí».

Por fin, a mediados de septiembre de 1542 llegaba a la isla de Cubagua.

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Allí supo la muerte que los indios de la Puná habían dado al obispo Valverde, su amigo y Prelado, y la de Francisco Pizarro por los de Chile, circunstancias que quizá le indujeron a no acompañar a Orellana en su viaje a la Corte. El hecho fue que, sin pasar siquiera a Santo Domingo, en primera ocasión de navío se embarcó para Nombre de Dios, siguió a Panamá, y llegó por fin a Lima, bien de salud, aunque con un ojo menos.

Bien fuese por el alto cargo que había estado desempeñando, bien por sus condiciones personales, es lo cierto que debía pasar por hombre de importancia, cuando vemos el papel que le cupo desempeñar en los sucesos que en Lima se desarrollaron con motivo de las discordias entre Oidores y el virrey Blasco Núñez Vela. Poseedor, al parecer, de la confianza de ambos bandos, al paso que recibía de aquéllos la comisión de ir a llamar al Virrey para que se presentase en las gradas de la Catedral, donde le esperaban en medio del pueblo que les rodeaba, y cuando sin duda sabía ya que el propósito de los Oidores era prender al Virrey, cumple su cometido, y una vez Blasco Núñez preso le advierte que prepare su alma y arregle su conciencia, y, a renglón seguido, recibe del afligido magnate encargo de otra embajada, que un autor contemporáneo refiere en los términos siguientes:

«Y temiendo el Virrey no se desmandasen a más los Oidores con él, envió a Fr. Gaspar de Carvajal (de la orden de Santo Domingo) con un anillo suyo, que era muy conocido, para que sin embargo de cualquier consideración el armada se entregase a los Oidores. Llegado Fr. Gaspar, pasó muchas pláticas con Diego Álvarez, persuadiéndole con instancia que lo hiciese por la libertad y vida del Virrey: lo cual jamás quiso hacer Diego Álvarez».

Pasaban estos sucesos en los últimos meses del año 1544. El P. Carvajal era entonces Superior del convento de Lima, y ha debido desempeñar ese cargo   —431→   probablemente durante cuatro años; al menos consta que en 1547 (26 de octubre) asistió a la batalla de Pucará, y que al año siguiente era Prior en el Cuzco, donde trató con cierta intimidad al licenciado Pedro de la Gasca, según él mismo ha cuidado de decirlo.

Desde estos días puede decirse que termina para el P. Carvajal su intervención en las cosas políticas del Perú, y que a su antigua vida de aventuras sucede la que era de razón para él como miembro de una orden religiosa que tan vasto campo tenía entonces en América para la práctica de su instituto.

En efecto: el P. Meléndez refiere que La Gasca le envió a Tucumán con título de protector de indios, y que este nombramiento fue aprobado por real cédula de 16 de julio de 1550; que en el capítulo provincial de 1553 fue instituido Vicario General de aquel convento y de las casas ya edificadas y por edificar en aquellos distritos, y Predicador General del de Guamanga.

No sabemos si el P. Carvajal en cumplimiento de esta designación se trasladó o no a aquellos remotos lugares; pero es constante que en fines de julio de 1557 salió elegido en el capítulo celebrado en Lima Provincial de su orden en el Perú, y que, conforme a los deberes de su cargo, visitó muchos de los conventos de la provincia.

Parecerá curioso oír lo que acerca del P. Carvajal y su gobierno refiere uno de los frailes, que entonces era simple estudiante, y que andando el tiempo llegó a ser Obispo de Concepción en Chile:

«A este excelentísimo varón (Fr. Domingo de Santo Tomás) sucedió el gran Fr. Gaspar de Carvajal, religioso de mucho pecho y no menor virtud, carretera y llana, el cual a todos los conventos que llegaba cuando los iba a visitar en lo espiritual y temporal,   —432→   favoreciéndolo el Señor, dejaba aumentados: en su tiempo, en parte dél, fue Prior desta casa el muy religioso maestro Fr. Tomás de Argomedo, varón docto y de mucho ejemplo, el cual el año de 60 me dio el hábito, a quienes, si no era cual, o cual, nos quitaba los nombres y nos daba otros, diciendo que a la nueva vida nuevos nombres requerían: yo me llamaba Baltasar; mandó me llamase Reginaldo, y con él me quedé hasta hoy. Este religiosísimo varón fue el primero que en nuestro convento comenzó a poner orden en el coro; hasta entonces no lo había, por no haber religiosos que lo sustentasen; en pocos meses tomamos más de treinta el hábito, con los cuales y los demás sacerdotes del convento se comenzó de día y de noche, como en el más religioso de España, a guardar la observancia de la religión; y lo mismo se comenzó en los demás desta ciudad, porque hasta este año de 60 muy corto era el número de religiosos que había en los conventos: para que se vea cuán en breve la mano del Señor ha venido favorabilísima sobre todos ellos.- Diome la profesión el padre provincial Fr. Gaspar de Carvajal, cumplido mi año de noviciado, que ojalá y en la simplicidad que entonces tenía hubiera perseverado».

Uno de los pueblos de que hay constancia que fuera visitado por el provincial Carvajal fue el de Guánaco en el Norte del Perú, aunque su ausencia de Lima no ha podido ser muy larga, como que en 2 de septiembre de 1559 se celebró en la capital un capítulo intermedio, en que se dictaron varias disposiciones para el régimen interior de la provincia.

En el capítulo inmediato, que ha debido verificarse por el mes de julio o agosto de 1561, Carvajal, terminado su gobierno, salió elegido por uno de los cuatro definidores de la provincia, y en el de 1565 para ir como procurador a España y Roma; si bien el cronista de la orden dificulta, y con razón, que hiciera semejante viaje, como que en el capítulo de 1569 recibió el grado de presentado.

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Durante algunos años no se oye hablar de Carvajal; pero en 1575 le vemos suscribir un documento altamente honroso para él, en que, dirigiéndose al Rey «como cristiano y religioso», le pide que mire por la defensa de los indios. No podemos excusarnos de transcribir este documento, que dice así:

«S. R. M.- Luego que D. Francisco de Toledo vino por Visorrey destos reinos, juntó prelados y letrados, y parece que acordaron y dieron por parecer que era lícito compeler a los indios a que se alquilasen para trabajar en la labor de las minas, y ansí se ha hecho y hace; y ha cuatro años que los compelen y llevan por fuerza a trabajar en ellas, de que reciben notables daños y agravios, especialmente en la labor de las minas de azogue. Tiénese entendido que V. M. no está informado dello, pues no lo manda remediar, siendo, como es, tan contrario al derecho divino y natural que hombres libres sean forzados y compelidos a trabajos tan excesivos y perjudiciales a su salud y vidas y impeditivos de la predicación evangélica y fe que se pretende persuadirles, sin otros muchos y grandes inconvenientes que de la tal compulsión se siguen; por los cuales y otros respectos debidos, el Emperador Nuestro Señor, de gloriosa memoria, con mucho acuerdo había mandado por sus provisiones y cédulas cesasen tales compulsiones y agravios. Habémoslo tratado con el Arzobispo desta ciudad y otros prelados, y todos dicen ninguno haber sido de tal parecer que era lícito compeler a los indios a la labor de las minas. Parecionos que como cristianos y religiosos de la Orden de Nuestro Padre Santo Domingo, que siempre habemos tenido especial cuidado de volver por estos naturales, entendiendo el servicio que a Dios y a V. M. (se sigue), teníamos obligación de avisar desto a V. M., para que en ello mande poner el remedio debido para el descargo de su real conciencia, y   —434→   para que estos naturales vasallos de V. M. sean desagraviados desta fuerza y violencia que padecen y puedan ser mejor instruidos en las cosas de la fe. Nuestro Señor, la real persona de V. M. guarde por muchos años con acrecentamiento de estados y señoríos, para su santo servicio, como sus vasallos deseamos, etc.- De los Reyes, 17 de Marzo de 1575.- S. R. M.- Humildes capellanes y siervos de V. M., que sus reales pies besan.- Fr. Gaspar de Carvajal.- Fr. Alonso de la Cerda.- Fr. Miguel Adrián».

Cuál fuese el resultado de esta gestión caritativa de los dominicos del Perú, que en esto seguían las huellas del hombre más notable que la orden tuvo jamás en América, Fr. Bartolomé de las Casas, no es del resorte del estudio biográfico que traemos entre manos. Debió quizás indisponer a sus firmantes con los encomenderos, los eternos explotadores de la raza indígena; pero sin duda alguna aumentó en el concepto público las consideraciones que se tributaban al P. Carvajal. Sus años no le permitían ya emprender los dilatados viajes que constituyen la nota dominante de su larga carrera, y allí en el convento de Lima, que él había fundado y que desde tanto tiempo atrás era tranquilo refugio de su vejez, falleció en 1584, habiendo honrado su entierro la asistencia de los cabildos, tribunales, prelados y religiosos.

Su Relación del viaje de Orellana, si bien escrita sin arte, es el reflejo fiel de sus propias impresiones y de lo que presenció, y el único documento que hasta ahora se conoce de aquel memorable suceso.



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ArribaAbajoAutores que han escrito del viaje de Orellana

Otros documentos.- Memorias e informaciones que parecen perdidos.- Relación de Orellana.- Crítica de que fue objeto.- Las Amazonas.- Opinión de Antonio de Herrera.- Una carta de Gonzalo Fernández de Oviedo.- Ligera revista de los autores que han escrito del viaje de Orellana.- Orellana en el extranjero.- Historiadores Americanos.

A la Relación del P. Carvajal siguen en nuestro texto la carta de Gonzalo Pizarro en que denuncia al Rey la escapada de su subordinado; las piezas jurídicas formadas por Orellana luego de haberse separado de su jefe, a intento de poder justificar más tarde su conducta, piezas ambas cuya existencia el señor Jiménez de la Espada nos había manifestado en las columnas de la Ilustración española y americana; el memorial de Orellana al Cabildo de Quito, que utilizó también el ilustre americanista que acabamos de citar, y que es de capital importancia para apreciar las hechos de la vida pública de nuestro héroe en el Perú; las informaciones de servicios levantada por algunos de los expedicionarios, y la primera de todas en el orden en que fue producida y por el alcance que   —436→   tiene, la de Cristóbal de Segovia, rendida a raíz de la conclusión del viaje de descubrimiento, y en que declara el mismo Orellana algunos particulares importantes de su carrera; y, por fin, un fragmento del libro inédito de Toribio de Ortiguera, cuyo interés se deriva del hecho de referir los incidentes de la expedición por lo que le contaron algunos de los que en ella habían figurado.

Esto es lo que conocemos de aquel memorable viaje de descubrimiento; pero, desgraciadamente, no es ni con mucho toda la documentación a que el suceso dio lugar.

La deserción de Orellana produjo en Gonzalo Pizarro y sus compañeros la irritación más profunda, la que, como se comprenderá, debió traducirse en forma escrita y autenticarse conforme a los procedimientos judiciales usados en aquella época. Pizarro, se sabe, no se limitó a escribir al Rey el oficio que hemos mencionado; hizo levantar informaciones del hecho, y las envió a la Corte como cabeza de proceso contra aquel Capitán que se le había alzado. «A mi noticia ha venido, expresaba Orellana a poco después de su llegada a España, que por parte de Gonzalo Pizarro se han presentado 'cartas informaciones' diciendo que yo partí del real donde él estaba, y que me alcé con un bergantín y canoas de gente y hacienda suya, y que por venirme alzado murieron algunos de hambre»; si bien luego se manifiesta menos seguro de que el hecho que sospecha fuese exacto, pidiendo que en todo caso se lo oiga, «porque no fuera justo quel dicho Gonzalo Pizarro informara lo que informa con testigos tomados por él como Gobernador, que, según la calidad del negocio, habían de decir para disculparse a sí todo lo que se les pidiese».

Por nuestra parte estamos persuadidos que esas informaciones debieron existir, y que sin duda alguna Pizarro las hubiera de nuevo repetido a su regreso a Quito, si al llegar allí no se encontrará con la   —437→   gravísima noticia de la muerte de su hermano el Gobernador, hecho que solicitó desde luego en absoluto su atención y que, despertando sus miras ambiciosas, fue arrastrándole poco a poco hasta hacerle soñar en constituir un reino independiente de la madre patria, con las dilatadas regiones descubiertas y conquistadas, según él decía, por su familia.

De todos modos, el hecho es que esos documentos no parecen; y si bien faltan así testimonios de acusación contra Orellana, en cambio parecen también perdidos otros que pudieran alegarse en su defensa. Sea el primero la relación que el propio Orellana dio de su viaje, cuya existencia se establece de los siguientes fragmentos de textos oficiales.

En carta autógrafa del secretario Juan de Sámano al comendador mayor de León Francisco de los Cobos, fecha 31 de mayo de 1543, hay un párrafo como sigue: «En cosas de Indias no hay que decir hasta la venida de Marín Alonso, que es la principal que agora se ha de desear. Uno ha venido del Perú, que ha salido por un río abajo, que ha navegado por mil ochocientas leguas y salió al Cabo de Sant Agustín, y porque son términos los que ha traído en su viaje que sin cansancio no los entenderá V. S., no los digo, pues tan presto ha de ser su venida»; y al margen, al parecer de letra del mismo Cobos, se lee: «que quisiera enviar relación para S. M.; que la envíen...». Y en conformidad a esta indicación escribía luego Sámano: «el memorial y relación del viaje que hizo el que vino del Perú no va con éste, porque se traslada y es muy grande: llevadlo ha el primero, y no es de tanta importancia que a mi parecer no vea más perjudicial que provechoso, como lo escribiré a V. S. cuando vaya la relación».

Dejando aparte esta última consideración, fundada en el temor de que el nuevo descubrimiento trajese alguna complicación con la Corte de Portugal, tenemos establecido de manera explícita que Orellana presentó en el Consejo de Indias una larga relación   —438→   de su viaje, relación que hoy no parece en los Archivos. ¿Estaría esta relación basada en los apuntes del P. Carvajal? Es muy probable, si bien no podemos menos de creer que fuera distinta de las dos que conocemos del religioso dominico, y que a las líneas generales trazadas por éste, Orellana añadiese sus propias observaciones y personales impresiones. Sería absurdo suponer que hubiese presentado la del cronista, cuando sabemos los términos encomiásticos en que éste a cada paso se expresa de su Capitán.

Más aún: puede afirmarse que López de Gomara y Herrera conocieron esta relación de Orellana. Aquel autor, en efecto, la cita dándole el calificativo de «mentirosa», aunque, como observa Pinelo-Barcia, no expresa el fundamento de su aserto. Pero no es difícil descubrirlo. Carvajal en sus apuntes y Orellana en la Corte habían hablado de las amazonas; y como la existencia de estas mujeres no pasaba de ser una patraña, formose a uno y otro un capítulo de acusación por haberse hecho apadrinadores de una fábula destituida de toda verosimilitud.

«Entre los disparates que dijo, manifiesta en efecto López de Gomara, fue afirmar que había en este río amazonas con quien él y sus compañeros pelearan. Que las mujeres anden allí con armas y peleen no es mucho, pues en Paria, que no es muy lejos, y en otras muchas partes de Indias, lo acostumbraban; ni creo que ninguna mujer se queme y corte la teta derecha para tirar el arco, pues con ella lo tiran muy bien, ni creo que maten o destierren sus propios hijos, ni que vivan sin marido siendo lujuriosísimas. Otros, sin Orellana, han levantado semejante hablilla de amazonas después que se descubrieron las Indias, y nunca tal se ha visto ni se verá tampoco en este río. Con este testimonio, pues, escriben y llaman muchos Río de las Amazonas, y se juntaron tantos para ir allá».

Y así como López de Gomara, algunos de los escritores   —439→   antiguos se burlan de la credulidad que en esto manifestaban Orellana y Carvajal.

Sin embargo, nosotros creemos que estas inculpaciones a Orellana y al cronista de su expedición parten de un antecedente falso. El hecho innegable era que entre los indios con quienes tuvieron que pelear en el río vieron algunas mujeres que iban al frente de sus escuadrones; pero de ahí a sostener la existencia de las amazonas hay gran distancia. El P. Carvajal se limita a consignar las respuestas que el indio interrogado por Orellana dio acerca del modo de vivir de aquellas mujeres, pero nada más, sin decir por su parte si él creyó o no en semejante relato. Por eso pensamos que el que está en la verdad es Antonio de Herrera al expresar que «en cuanto a las amazonas muchos juzgaron que el capitán Orellana no debiera dar este nombre a aquellas mujeres que peleaban, ni con tan flacos fundamentos afirmar que había amazonas, porque en las Indias no fue nueva cosa pelear las mujeres y desembrazar sus arcos, como se vio en algunas islas de Barlovento y Cartagena y su comarca, adonde se mostraron tan animosas como los hombres».

Además del importantísimo documento de que venimos hablando, notamos también la falta de los «memoriales» de la jornada, que Herrera alcanzó a ver, y de los cuales, al parecer, no se aprovechó, y de las deposiciones o cartas de los dos frailes que se hallaron en la expedición, y cuya existencia consta de la misma fuente.

Orellana, desde la isla de Cubagua, se dirigió a Santo Domingo, donde habló con él y supo de su boca, las primicias del descubrimiento Gonzalo Fernández de Oviedo. Aquel viaje, siguiendo la corriente de un río -el mayor del mundo- por espacio de mil ochocientas leguas era un acontecimiento importante para la historia de la geografía, o, como entonces afirmaba aquel cronista, «una de las mayores cosas que han acaecido a hombres», que valía la pena de hacerlo   —440→   conocer desde luego en Europa. El cronista de Indias tomó, pues, la pluma, y en una larga carta lo anunció a Italia al cardenal Bembo, que entonces gozaba de los favores de la célebre Lucrecia Borgia, carta que el compilador Bautista Ramusio insertó en un corto extracto, en el tomo III de su colección Delle navigatione et viaggi, publicado en 1555; extracto que D. Gabriel de Cárdenas vertió a su vez al castellano, y cuyo manuscrito se conservaba en la librería de Barcia, según el autor de la Biblioteca oriental occidental.

El mismo Oviedo refiere que algunos de los sucesos de la expedición de Orellana los supo «por cartas que vinieron después que este capitán Orellana llegó a esta cibdad de Santo Domingo, escriptas en la cibdad de Popayán a 13 de agosto de 1542», documentos todos de que al presente no se tiene noticia.

Conforme a lo que queda dicho, es fácil caer en cuenta de que el primer autor que haya historiado el viaje de Orellana ha sido el cronista Fernández de Oviedo, a quien venimos citando. El haberse hallado en Santo Domingo cuando allí aportó el héroe del viaje con algunos de sus compañeros le permitió saber de buena fuente muchos de sus pormenores, y entre ellos algunos que el padre Carvajal no había consignado en sus apuntes, los cuales, por lo demás, insertó íntegro, según queda indicado, al final de su obra, si bien ésta permaneció desconocida hasta nuestros tiempos. Oigamos lo que al respecto expresa el mismo Oviedo:

«E porque donde he dicho estará escripto este viaje e descubrimiento del Marañón ad plenum, no me deterné aquí en ello, excepto en algunas particularidades que, demás de lo que escribió como testigo de vista un devoto fraile de la Orden de Predicadores, yo he sabido después en esta cibdad de Santo Domingo del mesmo capitán Francisco de Orellana e de   —441→   otros caballeros e hidalgos que con él vinieron. Las cuales el dicho fraile no escribió en su relación, porque no se acordó, o no le paresció que se debía ocupar en ellas; y decirlo he como deste Capitán e sus consortes lo entendí».

De esta manera tenemos, pues, que ambos trabajos, el del fraile dominico y el del cronista de Indias, se completan recíprocamente.

Pedro Cieza de León es otro de los historiadores del viaje de Orellana que se halla exactamente en el mismo caso que Fernández de Oviedo. Su libro de la Guerra de Chupas, que contiene datos preciosos sobre el camino que anduvo Orellana desde su salida de Guayaquil hasta su reunión con Gonzalo Pizarro, que sería inútil buscar en otra parte, ha permanecido inédito e ignorado mientras no se publicó en la Colección de documentos para la Historia de España.

Y como Cieza de León y Oviedo, Toribio de Ortiguera autor de una obra especial intitulada Jornada del río Marañón, con todo lo acaecido en ella y otras cosas notables dignas de ser sabidas, acaecidas en las Indias Occidentales del Perú, de la cual publicamos ahora el fragmento que se refiere al viaje de Orellana.

Testigo de muchos de los sucesos importantes que en su tiempo habían acaecido en el Perú, y deseosos de ofrecer al Rey una relación más o menos ordenada y minuciosa de los que habían tenido por teatro las riberas del Amazonas, escribió su libro valiéndose para lo que se refería a la expedición de Orellana del testimonio de algunos de los que en ella habían figurado.

Más afortunados, López de Gomara y Zárate, sus obras se publicaron durante sus días y sirvieron de fuente para referir estos hechos al Inca Garcilaso de la Vega, que pudo, además, utilizar el testimonio de «muchos de los que en este descubrimiento se hallaron   —442→   con Gonzalo Pizarro», por lo cual, «diré, expresa, recogiendo de los unos y los otros, lo que pasó».

Éste ha sido el autor favorito en que más tarde han ido a buscar sus datos acerca de Orellana, Meléndez para sus Tesoros verdaderos de las Indias, el jesuita Rodríguez para su Marañón y Amazonas, que lo ha copiado, según él mismo dice, «casi con sus mismas palabras», y, por fin, el historiador Prescott, que por tal causa ha hecho desmerecer en esta parte a su magistral y artística Historia de la conquista del Perú.

Mejor informado que el Inca Garcilaso, Antonio de Herrera, que ha dedicado a la expedición de Orellana los capítulos VIII y IX del libro IX de la década VII de su Historia general de los hechos de los castellanos en las Islas y Tierrafirme del Mar Océano, nos ha presentado un cuadro bastante completo del suceso, si bien no ha sacado todo el partido que hubiera podido de los documentos que tuvo a su disposición, algunos de los cuales hoy han desaparecido ya.

En la América Española tenemos como historiadores incidentales de Francisco de Orellana al jesuita Juan de Velasco, a D. Pedro Fermín Cevallos, a D. Pablo Herrera, todos ecuatorianos, a Lorente y Mendiburu en el Perú, y, por fin, a nuestro amigo el canónigo de Quito D. Federico González Suárez, que en su Historia general de la República del Ecuador le ha dedicado páginas de interés, si bien no del todo irreprochables.

Finalmente, D. Marcos Jiménez de la Espada, perfecto conocedor de las regiones teatro de las hazañas de Orellana, y el más profundo y concienzudo de los americanistas españoles (sea dicho sin agravio de nadie), acaba de regalarnos con varios preciosos artículos, que han venido a derramar abundante luz sobre muchos de los incidentes del descubrimiento del Amazonas.







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ArribaAbajoFray Gaspar de Carvajal


ArribaAbajoRelación que escribió fray Gaspar de Carvajal, fraile de la orden de Santo Domingo de Guzmán, del nuevo descubrimiento del famoso río Grande que descubrió por muy gran ventura el capitán Francisco de Orellana desde su nacimiento hasta salir a la mar, con cincuenta y siete hombres que trajo consigo y se echó a su aventura por el dicho río, y por el nombre del Capitán que le descubrió se llamo el río de Orellana

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Lápida impresa

En la obra titulada Descubrimiento del Río das Amazonas e sus dilatadas provincias, por Gaspar de Carvajal, Alonso de Rojas e Cristóbal de Acuña (Sao Paulo, 1941, pág. 91), se encuentra la siguiente declaración que ha sido impresa en una lápida de bronce, fijada en el atrio de la catedral de Quito.

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Por la mucha noticia que se tenía de la tierra de la Canela y para ver al Gobernador, Orellana se dirige a Quito

Para que mejor se entienda todo el suceso desta jornada se ha de presuponer que este capitán Francisco de Orellana era Capitán y Teniente de Gobernador de la ciudad de Santiago, la que él en nombre de Su Majestad pobló y conquistó a su costa, de la Villa Nueva de Puerto Viejo ques en las Provincias del Perú; y por la mucha noticia que se tenía de una tierra donde se hacía canela, por servir a Su Majestad en el descubrimiento de la dicha canela, sabiendo que Gonzalo Pizarro, en nombre del Marqués, venía a gobernar a Quito y a la dicha tierra quel dicho Capitán tenía a cargo; y para ir al descubrimiento de la dicha tierra, fue a la villa de Quito, donde estaba el dicho Gonzalo Pizarro, a le ver y meter en la posesión de la dicha tierra.

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Orellana acuerda con Pizarro para ir al descubrimiento de la tierra de la Canela.- Gasta cuarenta mil pesos en aderezar su división expedicionaria en Guayaquil

Hecho esto, el dicho Capitán dijo al dicho Gonzalo Pizarro como quería ir con él en servicio de Su Majestad y llevar sus amigos y gastar su hacienda para mejor servir; y esto concertado, el dicho Capitán se volvió a retornar a la dicha tierra que a cargo tenía y a dejar en quietud y sosiego las dichas ciudad y villa, y para seguir la dicha jornada gastó sobre cuarenta mil pesos de oro en cosas necesarias, y, aderezado, se partió para la villa de Quito, donde dejó al dicho Gonzalo Pizarro, y cuando llegó le falló que era ya partido, de cuya causa el Capitán estuvo en alguna confusión de lo que había de hacer, y se determinó de pasar adelante y lo seguir, (roto)

Orellana parte a Quito y luego hacia el Oriente, a pesar de las advertencias de enormes riesgos.- Peligrosas acometidas de los indios y terribles hambres que soporta con sus 23 hombres, hasta llegar a Motin

Aunque los vecinos de la tierra se lo estorbaban por haber de pasar por tierra muy belicosa y fragosa y que temían lo matasen, como habían hecho a otros que habían ido con muy gran copia de gente; pero no obstante esto, por servir a Su Majestad, determinó con todo   —447→   este riesgo de seguir tras el dicho Gobernador; y así, padeciendo muchos trabajos, así de hambres como de guerras que los indios le daban, que por no llevar más de veinte y tres hombres muchas veces le ponían en tanto aprieto que pensaron ser perdidos y muertos en manos de ellos, y con este trabajo caminó (roto) leguas desde el Quito, en el término de las cuales perdió cuanto llevaba, de manera que cuando alcanzó al dicho Gonzalo Pizarro no llevaba sino una espada y una rodela, y sus compañeros por el consiguiente, y desta manera entró en la provincia de Motin, donde estaba el dicho Gonzalo Pizarro con su real, y allí se juntó con él y fue en demanda de la dicha Canela;

El padre Carvajal testigo presencial de la llegada de Orellana y de sus hechos posteriores.- Gonzalo Pizarro va en persona a descubrir la Canela

y aunque esto que he dicho hasta aquí no lo vi ni me hallé en ello, pero informeme de todos los que venían con el dicho Capitán; porque estaba yo con el dicho Gonzalo Pizarro y le vi entrar a él y sus compañeros de la manera que dicho tengo; pero lo que de aquí en adelante dijere será como testigo de vista y hombre a quien Dios quiso dar parte de un tan nuevo y nunca visto descubrimiento, como es este que adelante diré. Después que el dicho Capitán llegó al dicho Gonzalo Pizarro, que era Gobernador, fue en persona a descubrir la Canela, y no halló tierra ni disposición donde a Su Majestad pudiese hacer servicio, y así determinó de pasar adelante, y el dicho capitán Orellana en su seguimiento con la demás gente, y alcanzó al dicho Gobernador en un pueblo que se llamaba Quema, que estaba en unas sabanas ciento treinta leguas de Quito, y allí se tornaron a juntar; y el dicho Gobernador queriendo   —448→   enviar por el río abajo a descubrir, hubo pareceres que no lo hiciese, porque no era cosa para seguir un río y dejar las sabanas que caen a las espaldas de la villa de Pasto y Popayán, en que había muchos caminos; y todavía el dicho Gobernador, quiso seguir el dicho río, por el cual anduvimos veinte leguas, al cabo, de las cuales hallamos unas poblaciones no grandes,

Gonzalo Pizarro ordena construir un barco, con los escasos materiales y herramientas de que disponía.- Orellana no fue del parecer que se hiciera dicho barco

y aquí determinó el dicho Gonzalo Pizarro se hiciese un barco para navegar el río de un cabo al otro por comida, que ya aquel río tenía media legua de ancho; y aunque el dicho Capitán era de parecer que no se hiciese el dicho barco por algunos buenos respetos, sino que diesen vuelta a las dichas sabanas y siguiésemos los caminos que iban al dicho ya poblado, el dicho Gonzalo Pizarro no quiso sino que se pusiese en obra el dicho barco; y así, el capitán Orellana, visto esto, anduvo por todo el real sacando hierro para clavos y echando a cada uno la madera que había de traer, y de esta manera y con el trabajo de todos se hizo dicho barco, en el cual metió dicho gobernador Pizarro alguna ropa e indios dolientes,

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Descontento por falta de comida.- Orellana manifiesta a Pizarro, que él se determinaba seguir río abajo, aventurándose por alimentos

y seguimos el río abajo otras cincuenta leguas, al cabo de las cuales se nos acabó el poblado e íbamos ya con muy gran necesidad y falta de comida, de cuya causa todos los compañeros iban muy descontentos y platicaban de si volver y no pasar adelante, porque se tenía noticia que había gran despoblado; y el capitán Orellana, viendo lo que pasaba y la gran necesidad en que todos estaban, y que había perdido todo cuanto tenía, le pareció que no cumplía con su honra dar la vuelta sobre tanta pérdida, y así se fue a dicho Gobernador y le dijo cómo él determinaba dejar lo poco que allí tenía y seguir río abajo, y que si la ventura le favoreciese en que cerca hallase poblado y comida con que todos se pudiesen remediar, que él se lo haría saber, y que si viese que se tardaba, que no hiciese cuenta de él, y que, entre tanto, que se retrajese atrás donde hubiese comida, y que allí le esperase tres o cuatro días, o el tiempo que le pareciese, y que si no viniese, que no hiciese cuenta de él; y con esto el dicho Gobernador le dijo que hiciese lo que le pareciese:

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Orellana con cincuenta y siete hombres parte del real, en el barco y canoas, con el propósito de luego dar la vuelta, si comida hallaba

27 de diciembre13

y así el capitán Orellana tomó consigo cincuenta y siete hombres, con los cuales se metió en el barco ya dicho y en ciertas canoas que a los indios se habían tomado, y comenzó a seguir su río abajo con propósito de luego dar la vuelta, si comida se hallase; lo cual salió al contrario de como todos pensábamos, porque no hallamos comida en doscientas leguas, ni nosotros la hallábamos, de cuya causa padecimos muy gran necesidad, como adelante se dirá; y así, íbamos caminando suplicando a Nuestro Señor tuviese por bien de nos encaminar en aquella jornada de manera que pudiésemos volver a nuestros compañeros.

El segundo día que salimos y nos apartamos de nuestros compañeros nos hubiéramos de perder en medio del río, porque el barco dio en un palo y sumiole una tabla, de manera que a no estar cerca de tierra acabáramos allí nuestra jornada; pero púsose luego remedio en sacarse el agua y ponerle un pedazo de tabla, y luego comenzamos nuestro camino con muy gran priesa;

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Rapidez de la corriente.- Viajan tres días en busca de alimentos, alejándose considerablemente, sin encontrar poblado

y como el río corría mucho, andábamos a veinte y a veinte y cinco leguas, porque ya el río iba crecido y aumentado así, por causa de otros muchos ríos que entraban en él por la mano diestra hacia el Sur. Caminamos tres días sin ver poblado ninguno. Viendo que nos habíamos alejado de donde nuestros compañeros habían quedado y que se nos había acabado lo poco que de comer traíamos para nuestro camino tan incierto como el que hacíamos, púsose en plática entre el Capitán y los compañeros la dificultad, y la vuelta, y la falta de comida, porque como pensábamos de dar luego la vuelta, no metimos de comer; pero en confianza que no podíamos estar lejos, acordamos de pasar adelante, y esto no con poco trabajo de todos,

Imposibilidad de retornar.- Peligro de muerte por causa de la gran hambre que padecían.- Acuerdan seguir la corriente del río, como la única solución posible

y como otro ni otro día no se hallase comida ni señal de población, con parecer del Capitán, dije yo una misa, como se dice en la mar, encomendando a Nuestro Señor nuestras personas y vidas, suplicándole, como indigno, nos sacase de tan manifiesto trabajo y perdición, porque ya se nos traslucía, porque aunque quisiésemos volver agua arriba no era posible por la gran corriente, pues tentar de ir por tierra era imposible: de manera   —452→   que estábamos en gran peligro de muerte a causa de la gran hambre que padecimos; y así, estando buscando el consejo de lo que se debía de hacer, platicando nuestra aflicción y trabajos, acordose que eligiésemos de dos males el que el Capitán y a todos pareciese menor, que fue ir adelante y seguir el río o morir o ver lo que en él había, confiando en Nuestro Señor que tendría por bien de conservar nuestras vidas hasta ver nuestro remedio;

Terrible necesidad que los obliga a comer cueros, cintas y suela de zapatos.- Desilusión por no encontrar poblado.- Fortaleza que les infunde Orellana

1.º de enero

y entre tanto, a falta de otros mantenimientos, venimos a tan gran necesidad que no comíamos sino cueros, cintas y suelas de zapatos cocidos con algunas yerbas, de manera que era tanta nuestra flaqueza que sobre los pies no nos podíamos tener, que unos a gatas y otros con bordones se metieron en las montañas a buscar algunas raíces que comer, y algunos hubo que comieron algunas yerbas no conocidas, los cuales estuvieron a punto de muerte, porque estaban como locos y no tenían seso; pero como Nuestro Señor era servido que siguiésemos nuestro viaje, no murió ninguno. Con esta fatiga dicha, iban algunos compañeros muy desmayados, a los cuales el Capitán animaba y decía que se esforzasen y tuviesen confianza en Nuestro Señor, que pues él nos había echado por aquel río, tendría por bien de nos sacar a buen puerto: de tal manera animó a los compañeros que recibiesen aquel trabajo.

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El día de año nuevo de cuarenta y dos14 pareció a ciertos compañeros de los nuestros que habían oído a tambores de indios, y algunos lo afirmaban y otros decían que no; pero algún tanto se alegraron con esto y caminaron con mucha (más) diligencia de la acostumbrada; y como a lo cierto aquel día, ni otro no se viese poblado, viose ser imaginación, como en la verdad lo era; y de esta causa, así los enfermos como los sanos desmayaban en tanta manera, que les parecía que ya no podían escapar; pero con las palabras que el Capitán les decía los sustentaba, y como nuestro Dios es padre de misericordia y de toda consolación, que repara y socorre al que le llama en el tiempo de la mayor necesidad:

Orellana es el primero en escuchar tambores, indicios de poblado.- Júbilo de los tripulantes.- Medidas de precaución durante la noche

2 de enero

y es, que estando lunes en la noche, que se contaron ocho del mes de enero, comiendo ciertas raíces montesinas, oyeron muy claramente atambores, de muy lejos de donde nosotros estábamos, y el Capitán fue el que los oyó primero y lo dijo a los compañeros, y todos escucharon, y, certificados, fue tanta la alegría que todos sintieron, que todo el trabajo pasado echaron en olvido porque ya estábamos en tierra poblada y que ya no podíamos   —454→   morir de hambre. El Capitán proveyó luego en que por cuartos nos velásemos con mucha orden, porque (roto) podría ser los indios habernos sentido y venir de noche y dar sobre el real, como ellos suelen hacer; y así, aquella noche hubo muy gran vela, no durmiendo el Capitán, pareciendo que aquella noche él sobrepujaba a las demás, porque deseaban tanto el día por verse hartos de raíces. Siquiera venida la mañana, el Capitán mandó que se aderezase la pólvora y arcabuces y ballestas, y que todos fuesen a punto en armarse, porque a la verdad aquí ninguno de los compañeros estaba sin mucho cuidado por hacer lo que debían. El Capitán tenía el suyo y el de todos; y así por la mañana, todo muy bien aderezado y puesto en orden, comenzamos a caminar en demanda del pueblo.- (3 de enero).

Los indígenas abandonan su población con abundancia de comestibles

Al cabo de dos leguas que habíamos ido el río abajo vimos venir por el río arriba cuatro canoas llenas de indios a ver y requerir la tierra, y como nos vieron, dan la vuelta a gran prisa, dando alarma, en tal manera que en menos de un cuarto de hora oímos en los pueblos muchos tambores que apellidaban la tierra, porque se oyen de muy lejos y son tan bien concertados que tienen su contra y tenor y tiple: y luego el Capitán mandó que a muy gran prisa remasen los compañeros que llevaban los remos en las manos, porque llegásemos al primer pueblo antes que las gentes se recogiesen; y así fue que a muy gran prisa comenzamos a caminar, y llegamos al pueblo a donde los indios todos estaban esperando a defender y guardar sus casas, y el Capitán mandó que con muy gran orden saltasen todos en tierra y que todos mirasen por uno y uno por todos, y que ninguno se demandase y como buenos mirasen   —455→   lo que tenían entre manos, y que cada uno hiciese lo que era obligado: fue tanto el ánimo que todos cobraron en viendo el pueblo, que olvidaron toda fatiga pasada, y los indios dejaron el pueblo con toda la comida que en él había, que no fue poco reparo y amparo para nosotros. Antes que los compañeros comiesen, aunque tenían harta necesidad, mandó el Capitán que corriesen todos el pueblo, porque después estando recogiendo comida y descansando no revolviesen los indios sobre nosotros y nos hiciesen daño, y así se hizo. Aquí comenzaron los compañeros a vengarse de lo pasado, y porque no hacían sino comer de lo que los indios tenían guisado para sí y beber de sus brebajes, y esto con tanta agonía que no pensaban verse hartos; y no se hacía esto muy al descuido, porque, aunque comían como hombres lo que habían menester, no olvidaban de tener cuidado de lo que les era necesario para defender sus personas, que todos andaban sobre aviso, las rodelas al hombro y las espadas debajo de los sobacos, mirando si los indios revolvían sobre nosotros; y así estuvimos en este descanso, que tal se puede llamar para nosotros según el trabajo (que) habíamos pasado, hasta dos horas después del medio día, que los indios comenzaron de venir por el agua a ver qué cosa era, y así andaban como bobos por el río;

Orellana halaga a los indígenas del lugar y a su cacique para atraerles y procurarse alimentos

y visto esto por el Capitán, púsose sobre la barranca del río, y en su lengua, que en alguna manera los entendía, comenzó de hablar con ellos y decir que no tuviesen temor y que llegasen; que les quería hablar; y así llegaron dos indios hasta donde estaba el Capitán, y les halagó y quitó el temor y les dio de lo que tenía, y dijo que fuesen a llamar al señor, que le quería hablar, y   —456→   que ningún temor tuviese que le hiciese mal ninguno; y así los indios tomaron lo que les fue dado y fueron luego a decirlo a su señor, el que vino luego muy lucido donde el Capitán y los compañeros estaban, y fue muy bien recibido del Capitán y de todos, y le abrazaron, y el mismo Cacique mostró tener en sí mucho contentamiento en ver el buen recibimiento que se le hacía. Luego el Capitán le mandó dar de vestir y otras cosas con que él mucho se holgó, y después quedó tan contento que dijo que mirase el Capitán de qué tenía necesidad, que él se lo daría y el Capitán le dijo que de ninguna cosa más que de comida lo mandase proveer: y luego el Cacique mandó que trajesen comida sus indios, y con muy gran brevedad trajeron abundantemente lo que fue necesario así de carnes, perdices, pavas y pescados de muchas maneras; y después de esto, el Capitán lo agradeció mucho al Cacique y le dijo que se fuese con Dios, y que le llamase a todos los señores de aquella tierra, que eran trece, porque a todas juntos les quería hablar y decir la causa de su venida; y él aunque le dijo que otro día serían todos con el Capitán, y que él los iba a llamar, y se partía muy contento, el Capitán quedó dando orden en lo que convenía a él y a sus compañeros, ordenando las velas para que, así de día como de noche, hubiese mucho recaudo porque los indios no diesen en nosotros ni hubiese descuido ni flojedad por donde tomasen ánimo de acometernos de noche o de día.

Orellana toma posesión de la tierra en nombre del Rey de España, en presencia de algunos caciques del lugar

Otro día a hora de vísperas vino el dicho Cacique y trajo consigo otros tres o cuatro señores, que los demás no pudieron venir por estar lejos, que otro día vendrían; el Capitán les hizo el mismo recibimiento que al primero   —457→   y les habló muy largo de parte de Su Majestad, y en su nombre tomó la posesión de dicha tierra; y así hizo a todos los demás que después en esta provincia vinieron; porque, como dije, eran trece, y en todos tomó posesión en nombre de Su Majestad. Viendo el Capitán que toda la gente y señores de la tierra tenía de paz y consigo, que convenía al buen tratamiento, todos holgaban de venir de paz; y así tomó posesión en ellos y en dicha tierra en nombre de Su Majestad; y después de este hecho, mandó juntar a sus compañeros para hablarles en lo que convenía a su jornada y salvamento de sus vidas, haciéndoles un largo razonamiento, esforzándoles con muy grandes palabras. Después de hecho este razonamiento el Capitán, los compañeros quedaron muy contentos por ver el buen ánimo que el Capitán en sí tenía y ver con cuánta paciencia sufría los trabajos en que estaba, y le dijeron también muy buenas palabras, y con las palabras que el Capitán les decía andaban tan contentos que ninguna cosa de lo que trabajaban no sentían.

Orellana expresa la necesidad de construir otro bergantín, aprovechando las provisiones que traían los indios.- Primeras noticias de las amazonas

Después que los compañeros estuvieron reformados algún tanto del hambre y trabajo pasado, estando para trabajar, el Capitán, viendo que era necesario proveer lo de adelante, mandó llamar a todos sus compañeros, y les tornó a decir que ya veían que con el barco que llevábamos en canoas, si Dios fuese servido de aportarnos a la mar, no podíamos en ellos salir a salvamento, y por esto era necesario procurar con diligencia de hacer otro bergantín que fuese de más porte para que pudiésemos navegar, y aunque no había entre nosotros maestro que   —458→   supiese de tal oficio, porque lo que más dificultoso hallábamos era el hacer los clavos; y en este tiempo los indios no dejaban de acudir y venir al Capitán y le traer de comer muy largo y con tanta orden como si toda su vida hubieran servido; y venían con sus joyas y patenas de oro, y jamás el Capitán consintió tomar nada, ni aun solamente mirarlo, porque los indios no entendiesen que lo teníamos en algo, y mientras más en esto nos descuidábamos, más oro se echaban a cuestas.

Aquí nos dieron noticia de las amazonas y de la riqueza que abajo hay, y el que la dio fue un indio señor llamado Aparia, viejo que decía haber estado en aquella tierra, y también nos dio noticia de otro señor que estaba apartado del río metido en la tierra adentro, el cual decía poseer muy gran riqueza de oro: este señor se llama Ica; nunca le vimos, porque, como digo, se nos quedó desviado del río.

Orellana ordena aparejar lo necesario para una nueva embarcación.- Juan de Alcántara y Sebastián Rodríguez se ofrecen para hacer los clavos.- En treinta días se fabrican dos mil clavos

Y por no perder el tiempo ni gastar la comida en balde, acordó el Capitán que luego se pusiese por obra lo que se había de hacer, y así mandó aparejar lo necesario, y los compañeros dijeron que querían comenzar luego su obra; y hubo entre nosotros dos hombres a los cuales no se debe poco por hacer lo que nunca aprendieron, y parecieron ante el Capitán y le dijeron que ellos con ayuda de Nuestro Señor harían los clavos que fuesen menester, que mandase a otros hacer carbón. Estos dos compañeros se llamaban el uno Juan de Alcántara,   —459→   hidalgo natural de la villa de Alcántara, y el otro Sebastián Rodríguez, natural de Galicia; y el Capitán se lo agradeció, prometiéndoles el galardón y pago de tan gran obra; y luego mandó hacer unos fuelles de borceguíes, y así todas las demás herramientas, y los demás compañeros mandó que de tres en tres diesen buena hornada de carbón, lo cual se puso luego por obra, y tomó cada uno su herramienta y se iban al monte a cortar leña y traerla a cuestas desde el monte hasta el pueblo, que habría media legua, y hacían sus hoyos, y esto con muy gran trabajo. Como estaban flacos y no diestros en aquel oficio, no podían sufrir la carga, y los demás compañeros que no tenían fuerza para cortar madera, sonaban los fuelles y otros acarreaban agua, y el Capitán trabajaba en todo, de manera que todos teníamos en qué entender. Diose tan buena manera nuestra compañía en este pueblo en la fábrica de esta obra, que en veinte días, mediante Dios, se hicieron dos mil clavos muy buenos y otras cosas, y dejó el Capitán la obra del bergantín para donde hallase más oportunidad y mejor aparejo.

Por falta de comida no pueden detenerse más en la población.- Orellana acuerda un premio de mil castellanos para quienes llevasen cartas a Pizarro y le diesen nueva de lo que pasaba

Detuvímonos en este pueblo más de lo que habíamos estar, comiendo lo que teníamos, de tal manera que fue parte para que desde adelante pasásemos muy gran necesidad, y esto fue por ver si por alguna vía o manera podríamos saber nueva del real; y visto que no, el Capitán acordó dar mil castellanos a seis compañeros si juntarse quisiesen y dar la nueva al gobernador Gonzalo   —460→   Pizarro, y demás de esto les darían dos negros que les ayudasen a remar y algunos indios, para que le llevasen cartas y le diesen de su parte nueva de lo que pasaba; y entre todos no se fallaron sino tres, porque todos temían la muerte que les estaba cierta, por lo que habían de tardar hasta llegar a donde habían dejado al dicho Gobernador, y que él habría ya dado la vuelta, porque habían andado ciento cincuenta leguas desde que habían dejado al Gobernador en nueve días que habían caminado.

Prosiguen el viaje.- Peligro en que se encontraron en la desembocadura de un afluente que venía crecido.- Dos canoas con once españoles anduvieron perdidos durante 2 días

Febrero 2

Acabada la obra y visto que la comida se nos agotaba y se nos habían muerto siete compañeros del hambre pasada, partimos, día de Nuestra Señora la Candelaria: metimos la comida que pudimos, porque ya no era tiempo de estar más en aquel pueblo, lo uno, porque los naturales parecía que se les hacía de mal, y querían dejarlos muy contentos, y lo otro porque no perdiésemos el tiempo y gastásemos la comida sin provecho, porque no sabíamos si la habríamos menester; y así comenzamos a caminar por esta dicha provincia, y no habíamos andado obra de veinte leguas, cuando se juntó con nuestro río otro por la diestra mano no muy grande, en el cual río tenía su asiento un principal señor llamado Irrimorrany, y por ser indio y señor de mucha razón y haber venido a ver al Capitán y a traerle de comer, quiso ir a su tierra; pero también fue por causa de que venía el río muy recio y con grande avenida; y aquí estuvimos en punto de perdernos, porque al entrar, que   —461→   entraba este río en el que nosotros navegábamos, peleaba la una agua con la otra y traía mucha madera de un cabo a otro, que era trabajo navegar por él, porque hacía muchos remolinos y nos traía a un cabo y a otro, pero con harto trabajo salimos de este peligro sin poder tomar el pueblo, y pasamos adelante, donde teníamos nueva de otro pueblo que nos decían que estaba de allí doscientas leguas, porque todo lo demás era desierto, y así las caminamos con mucho trabajo de nuestras personas, padeciendo muchas necesidades y peligros muy notables, entre los cuales nos acaeció un desmán y no pequeña alteración para en el tiempo en que estábamos, y fue que dos canoas donde iban once españoles de los nuestros se perdieron entre unas islas sin saber dónde estábamos ni poderlos topar: anduvieron dos días perdidos sin podernos topar, y nosotros, pensando nunca cobrarlos, estábamos con muy gran pasión; pero al cabo de este tiempo fue Nuestro Señor servido que nos topamos, que no fue poca la alegría entre todos, y así estábamos con tanta alegría que nos parecía que todo el trabajo pasado se nos había olvidado. Después de haber un día descansado a donde los topamos, mandó el Capitán que caminásemos.

Los expedicionarios llegan a unas poblaciones, a cuyos habitantes solicitan, en buena forma, alimentos.- Prosiguen el viaje, y reciben víveres que les envió el cacique Aparia

Febrero 26

__________15

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Por segunda vez les dan noticias de las amazonas, manifestándoles que ellos eran pocos y ellas muchas, y que no fueran a su tierra porque les matarían

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Orellana manifiesta a los indios que eran hijos del Sol, quienes considéranles como personajes celestiales.- Toma posesión de la tierra en presencia de 26 señores

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Aprovechando la buena voluntad de los indios construyen en treinta y cinco días un bergantín más grande, y arreglan el barco pequeño

Visto por el Capitán el buen aparejo y disposición de la tierra y la buena voluntad de los indios, mandó juntar a todos sus compañeros y les dijo que había pues allí buen aparejo y voluntad en los indios, que sería bien hacer un bergantín, y así se puso por obra; y fallose entre nosotros un entallador llamado Diego Mexía, el cual, aunque no era su oficio, dio orden cómo se había de hacer; y luego el Capitán mandó repartir por todos los compañeros que cada uno trajese una cuaderna y dos estameñas, y a otros que trajesen la quilla, y a otros las rodas, y a otros que aserrasen tablas, de manera que todos tenían bien en qué ocuparse, no sin poco trabajo   —463→   de sus personas, porque como era invierno y la madera estaba muy lejos, cada cual tomaba su hacha e iba al monte y cortaba lo que le cabía y lo acarreaba a cuestas, y mientras unos acarreaban otros les hacían espaldas porque los indios no les hiciesen mal, y de esta manera en siete días se cortó toda la maderaje para dicho bergantín; y acabada esta tarea luego fue dada otra, que fue que mandó hacer carbón para hacer más clavos y otras cosas. Era cosa maravillosa de ver con cuánta alegría trabajaban nuestros compañeros y acarreaban el carbón, y así se proveyó todo lo demás necesario. No había hombre entre todos nosotros que fuese acostumbrado a semejantes oficios; pero, no obstante todas estas dificultades, Nuestro Señor daba a todos ingenio para lo que se había de hacer, pues que era para salvar las vidas, porque de allí saliéramos con el barco y canoas, dando como dimos después en gente de guerra, ni nos pudiéramos defender ni salir del río en salvamento; y así pareció claramente que Dios inspiró en el Capitán para que en este pueblo que he dicho se hiciese el bergantín, porque adelante era imposible, y éste se halló muy a propósito, porque los indios no faltaron de siempre traernos de comer muy abundantemente de la manera que el Capitán se los pedía. Diose tanta prisa en esta obra del bergantín que en treinta y cinco días se labró y se echó al agua calafateado con algodón y betunado con pez, lo cual todos los indios traían porque el Capitán se los pedía. No fue poca la alegría de nuestros compañeros por haber acabado aquello que tanto deseaban. Había tantos mosquitos en este pueblo que no nos podíamos valer de día ni de noche, sin que los unos a los otros no sabíamos qué hacernos, que con la buena posada no sentíamos el trabajo y con el deseo que teníamos de ver el fin de nuestra jornada. En este medio tiempo, estando en esta obra, vinieron cuatro indios a ver al Capitán, los cuales llegaron, y eran de estatura que cada uno era más alto un palmo que el más alto cristiano, y eran muy blancos y tenían muy buenos cabellos que les llegaban a la cintura, muy enjoyadas de oro y ropa; y traían mucha comida; y llegaron con tanta humildad que todos quedamos   —464→   espantados de sus disposiciones y buena crianza: sacaron mucha comida y pusiéronla delante del Capitán, y le dijeron cómo ellos eran vasallos de un señor muy grande, y que por su mandado venían a ver quién éramos o qué queríamos o dónde íbamos; y el Capitán les recibió muy bien, y primero que los hablase, les mandó dar muchas joyas, que ellos tuvieron en mucho y se holgaron. El Capitán les dijo todo lo que había dicho al señor Aparia, de lo cual los indios quedaron no poco espantados; y los indios dijeron al Capitán que ellos se querían ir a dar respuesta a su señor, que les diese licencia. El Capitán se las dio y que se fuesen en hora buena, y les dio muchas cosas que diesen a su principal señor, y que le dijesen que el Capitán le rogaba mucho le viniese a ver, porque se holgaría mucho con él; y ellos dijeron que así lo harían, y se fueron y nunca más supimos nuevas de dónde eran ni de qué tierra habían venido.

Posamos en este mismo asiento toda la Cuaresma, donde se confesaron todos los compañeros con dos religiosos que allí estábamos, y yo prediqué todos los domingos y fiestas el Mandato, la Pasión y Resurrección, lo mejor que Nuestro Redentor me quiso a dar a entender con su gracia, y procuré de ayudar a esforzar lo que yo pude a la severación de su buen ánimo a todos aquellos hermanos y compañeros, acordándoles que eran cristianos y que servirían mucho a Dios y al Emperador en proseguir la empresa y comportar con paciencia los trabajos presentes y por venir hasta salir con este nuevo descubrimiento, demás de ser esto lo que a sus vidas y honras tocaba; así que en este propósito dije lo que me parecía cumpliendo con mi oficio, y también porque me iba la vida en el buen suceso de nuestra peregrinación. También prediqué el domingo de Quasimodo, y puedo testificar con verdad que, así el Capitán como todos los demás compañeros, tenían tanta clemencia y espíritu y santidad de devoción en Jesucristo y su sagrada fe, que bien mostró Nuestro Señor que era su voluntad de socorrernos. El Capitán me rogaba que predicase y todos entendiesen en sus devociones con mucho   —465→   fervor, como personas que lo habían muy bien menester de pedir a Dios misericordia. Adobose también el barco pequeño, porque venía ya podrido, y así, todo muy bien aderezado y puesto a punto, el Capitán mandó que todos estuviesen aparejados e hiciesen matalotaje, porque con ayuda de Nuestro Señor quería partirse el lunes adelante. Una cosa nos aconteció en este pueblo no de poco espanto, y fue que Miércoles de Tiniebla y el Jueves Santo y Viernes de la Cruz nos hicieron los indios ayunar por fuerza, porque no nos trajeron de comer hasta el sábado víspera de Pascua, y el Capitán les dijo que por qué no nos habían traído de comer, y ellos dijeron que porque no lo habían podido tomar; y así el sábado y domingo de Pascua y domingo de Cuasimodo fue tanta la comida que trajeron, que le echábamos en el campo.

Orellana nombra Alférez a Alonso de Robles.- Salida de Aparia.- Prosiguen el viaje en sus dos barcos siendo aprovisionados de alimentos por súbditos del Cacique de Aparia

24 y 25 de abril

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Nuevamente sufren hambre.- Recobran casualmente una nuez de ballesta del buche de un pescado

6 de mayo

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Llegan a tierra de Machiparo donde libran reñidas batallas.- Muere Pedro de Ampudia, queda invalidado un arcabucero y heridos 17 expedicionarios

12 de mayo

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Los expedicionarios entran en los dominios de Oniguayal, y en una de sus poblaciones descansan tres días.- Los indios tratan de asaltar y tomar a abordaje los bergantines, procurando dejar en tierra a los expedicionarios, en la más peligrosa situación

De esta manera y con este trabajo salimos de la provincia y gran señorío de Machiparo y llegamos a otro no menor, que era el comienzo de Oniguayal, y al principio y entrada de su tierra estaba un pueblo a manera de guarnición, no muy grande, en un alto sobre el río, a donde había mucha gente de guerra; y viendo el Capitán que ni él ni sus compañeros podían soportar el mucho trabajo, que no solamente era la guerra, mas, juntamente con ella, era hambre, que los indios, aunque teníamos que comer no nos dejaban por la demasiada guerra que nos daban, acordó de tomar el dicho pueblo, y así mandó enderezar los bergantines hacia el puerto, y los indios, visto que les querían tomar el pueblo, acordaron de ponerse en toda resistencia; y así fue que, llegando junto al puerto, los indios comenzaron a despender de su almacén, de tal manera, que nos hacían detener; y visto el Capitán la defensa de los indios, mandó que a muy gran prisa jugasen las ballestas y   —467→   arcabuces, y remasen para zabordar en tierra; y de esta manera hicieron lugar y fueron parte para que los bergantines zabordasen a nuestros compañeros y saltasen en tierra, y pelearon después en tierra de tal manera que hicieron huir los indios, y así quedó el pueblo por nosotros con la comida que tenía. Este pueblo estaba fuerte, y por estar tal, dijo el Capitán que quería reposar allí tres o cuatro días y hacer algún matalotaje para adelante, y así folgamos de esta manera y con este propósito, aunque no sin falta de guerra, y tan peligrosa, que en un día a las diez horas allegó muy gran cantidad de canoas a tomar y desamarrar los bergantines que estaban en el puerto, y a no proveer el Capitán de ballesteros que con brevedad saltasen dentro, creemos que no fuéramos parte a los defender; y así, con la ayuda de Nuestro Señor y con la buena maña y ventura de nuestros ballesteros, hízose algún daño en los indios, que tuvieron por bien de hacerse a fuera y volver a sus casas: así quedamos descansando, dándonos buena posada, comiendo a discreción, y estuvimos tres días en este pueblo. Había muchos caminos que entraban la tierra adentro muy reales, de causa de la cual el Capitán se temía y mandó que nos aparejásemos, porque no quería estar más allí, porque podría ser de la estada recibir daño.

Dicho esto por el Capitán, todos comenzaron a aderezarse para partir cuando les fuese mandado. Habíamos andado desde que salimos de Aparia a este pueblo trescientas cuarenta leguas, en que las doscientas fueron sin ningún poblado: hallamos en este pueblo gran cantidad de bizcocho muy bueno, que los indios hacen de maíz y de yuca, y mucha fruta de todos géneros.

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Desemboca, a la diestra mano, otro río muy poderoso y más grande al que denominaron río de la Trinidad.- Enormes y numerosas poblaciones del señorío de Omagua

21 de mayo

Volviendo a la historia digo que el domingo después de la Ascensión de Nuestro Señor salimos de este dicho pueblo y comenzamos a caminar, y no hubimos andado obra de dos leguas cuando vimos entrar por el río otro río muy poderoso y más grande a la diestra mano: tanto era de grande que a la entrada hacía tres islas, de causa de las cuales le pusimos el río de la Trinidad; y en estas juntas de uno y de otro lado había muchas y muy grandes poblaciones y muy linda tierra y muy fructífera: esto era ya en el señorío y tierra de Omagua, y por ser los pueblos tantos y tan grandes y haber tanta gente no quiso el Capitán tomar puerto, y así pasamos todo aquel día por poblado con alguna guerra, porque por el agua nos la daban tan cruda que nos hacían ir por medio del río; y muchas veces los indios se ponían a platicar con nosotros, y como no los entendíamos no sabíamos lo que nos decían.

Se proveen de abundante alimentación en el poblado de la loza, descripción de fabulosos objetos que vieron en una casa de placer

A hora de vísperas allegamos a un pueblo que estaba sobre una barranca, y por parecernos pequeño mandó el Capitán que lo tomásemos, y porque también tenía   —469→   en sí tan buena vista que parecía ser recreación de algún señor de la tierra de adentro; y así enderezamos a tomarlo y los indios se defendieron más de una hora, pero al cabo fueron vencidos y nosotros señoreados del pueblo, donde hallamos gran cantidad de comida, de la cual nos proveímos. En este pueblo estaba una casa de placer dentro de la cual había mucha loza de diversas hechuras, así de tinajas como de cántaros muy grandes de más de veinte y cinco arrobas, y otras vasijas pequeñas como platos y escudillas y candeleros de esta loza de la mejor que se ha visto en el mundo, porque la de Málaga no se iguala con ella, porque es toda vidriada y esmaltada de todos colores y tan vivas que espantan, y además los dibujos y pinturas que en ellas hacen son tan compasados que naturalmente labran y dibujan todo como lo romano; y allí nos dijeron los indios que todo lo que en esta casa había de barro lo había en la tierra adentro de oro y de plata, y que ellos nos llevarían allá, que era cerca; y en esta casa se hallaron dos ídolos los tejidos de pluma de diversa manera, que ponían espanto, y eran de estatura de gigante y tenían en los brazos metidos en los molledos unas ruedas a manera de arandelas, y lo mismo tenían en las pantorrillas junto a las rodillas: tenían las orejas horadadas y muy grandes, a manera de los indios del Cuzco, y mayores. Esta generación de gentes reside en la tierra adentro y es la que posee la riqueza ya dicha, y por memoria los tienen allí; y también se halló en este pueblo oro y plata; pero como nuestra intención no era sino de buscar de comer y procurar como salvásemos las vidas y diésemos noticia de tan grande cosa, no curábamos ni se nos daba nada por ninguna riqueza.

Llegan a tierras de Paguana cuyos súbditos les reciben en paz y les proporcionan alimentos.- Abundancia de ovejas del Perú y buenas frutas en este señorío

29 de mayo

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Pasan por la desembocadura del río Negro, atacan un pueblo de pescadores que se encontraban defendidos por una muralla de maderos gruesos, con el objeto de recoger alimentos

3 de junio

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Toman una población que les dijeron era tributaria de las amazonas en cuya plaza existía un plano de una ciudad con sus puertas y defensas, al mismo que adoraban como insignia de la reina de las amazonas

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Toman abundante cantidad de pescado, en una población ribereña, y los indios atacan a los expedicionarios procurando destruir las velas de las embarcaciones

7 de junio

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Pasan por la desembocadura de un río tan caudaloso que le denominaron río Grande, peligrosa celada de los indios, que lograron evitar

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Pasan delante de una población en la que vieron cabezas de muertos clavadas en picotas, por cuyo motivo designaron a estas tierras con el nombre de la Provincia de las Picotas

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Por la resistencia de los indios se ven en la necesidad de prender fuego a las casas de una población, para poder recoger comida.- Noticias de cristianos que habitaban en el interior de la región.- Por las señales que se les dio, consideraron que fueran los que se perdieron con Diego Ordaz

20, 21 y 22 de junio

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En uno de los combates con estas tribus vieron mujeres que animosamente peleaban como capitanes delante de los indios, a las cuales consideraron, por las referencias anteriores, como las amazonas

Quiero que sepan cuál fue la causa por que estos indios se defendían de tal manera. Han de saber que ellos son sujetos y tributarios a las amazonas, y sabida nuestra venida, les van a pedir socorro y vinieron hasta   —472→   diez o doce, que éstas vimos nosotros, que andaban peleando delante de todos los indios como capitanas y peleaban ellas tan animosamente que los indios no osaban volver las espaldas, y al que las volvía delante de nosotros le mataban a palos, y ésta es la causa por donde los indios se defendían tanto. Estas mujeres son muy blancas y altas, y tienen muy largo el cabello y entrenzado y revuelto a la cabeza, y son muy membrudas y andan desnudas en cueros, tapadas sus vergüenzas, con sus arcos y flechas en las manos, haciendo tanta guerra como diez indios; y en verdad que hubo mujer de éstas que metió un palmo de flecha por uno de los bergantines, y otras que menos, que parecían nuestros bergantines puerco espín.

Tornando a nuestro propósito y pelea, fue Nuestro Señor servido de dar fuerza y ánimo a nuestros compañeros, que mataron siete u ocho, que éstas vimos, de las amazonas, a causa de lo cual los indios desmayaron y fueron vencidos y desbaratados con harto daño de sus personas; y porque venía de los otros pueblos mucha gente de socorro y se habían de revolver, porque ya se tornaban apellidar, mandó el Capitán que a muy gran prisa se embarcase la gente, porque no quería poner arrisco la vida de todos, y así se embarcaron no sin zozobra, porque ya los indios empezaban a pelear, y más que por el agua venía mucha flota de canoas, y así nos hicimos a largo del río y dejamos la tierra.

Noticias detalladas sobre las amazonas y su reina Coñori, que proporciona el indio tomado en Couynco

Esta noche llegamos a dormir ya fuera de todo lo poblado a un robledal que estaba en un gran llano junto al río, donde no nos faltaron temerosas sospechas, porque vinieron indios a espiarnos, y la tierra adentro había   —473→   mucho poblado y caminos que entraban a ella, de cuya causa el Capitán y todos estábamos en vela aguardando lo que nos podía venir.

En este asiento el Capitán tomó al indio que se había tomado arriba, porque ya le entendería por un vocabulario que había hecho, y le preguntó que de dónde era natural: el indio dijo que de aquel pueblo donde le habían tomado: el Capitán le dijo que cómo se llamaba el señor de esa tierra, y el indio le respondió que se llamaba Couynco, y que era muy gran señor y que señoreaba hasta donde estábamos, que, como dicho tengo, había ciento cincuenta leguas. El Capitán le preguntó qué mujeres eran aquellas que habían venido a ayudarles y darnos guerra: el indio dijo que eran unas mujeres que residían la tierra adentro siete jornadas de la costa, y por ser este señor Couynco sujeto a ellas, habían venido a guardar la costa. El Capitán le preguntó si estas mujeres eran casadas: el indio dijo que no. El Capitán le preguntó que de qué manera viven: el indio respondió que, como dicho tiene, estaban la tierra adentro, y que él había estado muchas veces allá y había visto su trato y vivienda, que como su vasallo iba a llevar el tributo cuando el señor lo enviaba. El Capitán preguntó si estas mujeres eran muchas: el indio dijo que sí, y que él sabía por nombre setenta pueblos, contolos delante de los que allí estábamos, y que en algunos había estado. El Capitán le dijo que si estos pueblos eran de paja: el indio dijo que no, sino de piedra y con sus puertas, y que de un pueblo a otro iban caminos cercados de una parte y de otra y a trechos por ellos puestos guardas porque no pueda entrar nadie sin que pague derechos. El Capitán le preguntó si estas mujeres parían: el indio dijo que sí. El Capitán le dijo que cómo no siendo casadas, ni residía hombre entre ellas, se empreñaban: él dijo que estas indias participan con indios en tiempos, y cuando les viene aquella gana juntan mucha copia de gente de guerra y van a dar guerra a un muy gran señor que reside y tiene su tierra junto a la de estas mujeres, y por fuerza los traen a sus   —474→   tierras y tienen consigo aquel tiempo que se les antoja, y después que se hallan preñadas les tornan a enviar a su tierra sin hacerles otro mal; y después, cuando viene el tiempo que han de parir que si paren hijo le matan y le envían a sus padres, y si hija, le crían con gran solemnidad y la imponen en las cosas de la guerra. Dijo más, que entre todas estas mujeres hay una señora que sujeta y tiene todas las demás debajo de su mano y jurisdicción, la cual señora se llama Coñori. Dijo que hay grandísima riqueza de oro y plata, y que todas las señoras principales y de manera no es otro su servicio sino oro o plata, y las demás mujeres plebeyas se sirven en vasijas de palo; excepto lo que llega al fuego, que es barro. Dijo que en la cabecera y principal ciudad en donde reside la señora hay cinco casas muy grandes que son adoratorios y casas dedicadas al Sol, las cuales ellas llaman caranain, y en estas casas por de dentro están del suelo hasta medio estado en alto planchadas de gruesos techos aforrados de pinturas de diversos colores, y que en estas casas tienen muchos ídolos de oro y de plata en figura de mujeres, y mucha cantería de oro y plata en figura de mujeres, y mucha cantería de oro y plata para el servicio del Sol; y andan vestidas de ropa de lana muy fina, porque en esta tierra hay muchas ovejas de las del Perú; su traje es unas mantas ceñidas desde los pechos hasta abajo, encima echadas, y otras como manto abrochadas por delante con unos cordones; traen el cabello tendido en su tierra y puestas en la cabeza unas coronas de oro tan anchas como dos dedos y aquellos sus colores. Dijo más, que en esta tierra, según entendimos, hay camellos que los cargan, y dice que hay otros animales, los cuales no supimos entender, que son del tamaño de un caballo, y que tienen el pelo de un jeme y la pata hendida, y que los tienen atados, y que de éstos hay pocos. Dice que hay en esta tierra dos lagunas de agua salada, de que ellas hacen sal. Dice que tienen una orden que en poniéndose el sol no ha de quedar indio macho en todas estas ciudades que no salga afuera y se vaya a sus tierras: mas dice que muchas provincias de indios a ellas comarcanas los tienen ellas subjetos y los   —475→   hacen tributar y que les sirvan, y otras hay con quien tienen guerra, y especial con la que ya dijimos, y los traen para tener que hacer con ellos: éstos dicen que son muy grandes de cuerpo y blancos y mucha gente, que todo lo que aquí dicho ha visto por muchas veces, como hombre que iba y venía cada día; y todo lo que este indio dijo y más nos habían dicho a nosotros a seis leguas de Quito, porque de estas mujeres había allí muy gran noticia, y por verlas vienen muchos indios el río abajo mil y cuatrocientas leguas; y así nos decían arriba los indios que el que hubiese de bajar a la tierra de estas mujeres había de ir muchacho y volver viejo. La tierra dice que es fría y que hay muy poca leña, y muy abundosa de todas comidas; también dice otras muchas cosas, y que cada día va descubriendo más, porque es un indio de mucha razón y muy entendido, y así lo son todos los demás de aquella tierra, según lo habemos dicho.

Atraviesan por una tierra de indios cuyo tatuaje era negro, y que usaban flechas con veneno de una hierba ponzoñosa, muere Antonio de Carranza por haber sido alcanzado por una flecha

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Llegan a la desembocadura de un afluente, Orellana mandó construir barandas de madera para proteger los bergantines de las flechas de los indios (aquí les abandona el ave que les acompañó y les anunciaba la cercanía de poblaciones durante el viaje)

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Gran alegría causada porque observan la repunta de la marea, indicio de que no estaban muy lejos de la mar.- En una de las refriegas con los indios pierden otro compañero, llamado García de Soria, por haber sido herido con una flecha que traía ponzoña

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Entran en tierra baja de muchas islas y muy grandes.- El barco pequeño se inunda por haberse golpeado en un palo, y el barco grande queda en seco por haber bajado la marea, al par que se ven en peligro de perecer por los ataques de numerosas huestes indígenas.- Enormes esfuerzos que tuvieron que realizar

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En dieciocho días fabrican clavos y aderezan el bergantín pequeño, de manera que pudiere navegar

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Encuentran una playa apropiada para adobar entre ambos bergantines.- Hacen,   —477→   de hierbas, sus jarcias y cabos, y las velas con las mantas que les servían para cobijarse, se ven obligados a comer caracoles y cangrejos como único alimento

6 de agosto

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Por falta de rejones (anclas) les acontecía muchas veces volver río arriba, en una hora, más de lo que habían avanzado en el día

8 de agosto

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Se acercan cada vez más a la boca del río, donde encuentran tribus muy pacíficas que les dieron noticias de haber visto cristianos.- Se proveen de agua, maíz tostado y raíces para navegar por el océano.- Se aventuran en el Atlántico sin piloto, sin brújula, sin cartas de marear y sin saber a dónde se dirigían

En todos estos pueblos nos esperaban los indios sin armas, porque es gente muy doméstica, y nos daban señas cómo habían visto cristianos. Estos indios están a la boca del río por donde salimos, donde tomamos agua, cada uno un cántaro, y unos a medio almud de maíz tostado, y otros menos, y otros con raíces, y de esta manera nos pusimos a punto de navegar por la mar por donde la ventura nos guiase y echase, porque nosotros   —478→   no teníamos piloto, ni aguja, ni carta ninguna de navegar, y ni sabíamos por qué parte o a qué cabo habíamos de echar. Por todas estas cosas suplió nuestro maestro y redentor Jesucristo, al cual teníamos por verdadero piloto y guía, confiando en su Sacratísima Majestad que Él nos acarreara y llevara a tierra de cristianos. Toda la gente que hay en este río que hemos pasado, como hemos dicho, es gente de mucha razón y hombres ingeniosos, según que vimos y precian por todas las obras que hacen, así de bulto como dibujos y pinturas de todas las colores, muy vivísimas, que es cosa maravillosa de ver.

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Continúan el viaje por el Océano y en la noche de la Degollación de San Juan se perdió el un bergantín del otro, sin que pudieran encontrarse hasta llegar a Cubagua

26 y 29 de agosto; 9 y 11 de septiembre

Salimos de la boca de este río por entre dos islas, que había de la una a la otra cuatro leguas por medio río, y todo él junto, según arriba le vimos, tendrá de punta a punta sobre cincuenta leguas: mete en la mar el agua dulce más de veinte y cinco leguas; crece y mengua seis o siete brazas. Salimos, como dije, a veinte y seis días del mes de agosto, día de San Luis; e hízonos tan buen tiempo, que nunca por río ni por la mar tuvimos aguaceros, que no fue poco milagro que Nuestro Señor Dios obró con nosotros. Comenzamos a caminar con entrambos bergantines, unas veces a vista de tierra y otras veces que la veíamos, mas no que supiésemos donde, y el mismo día de la Degollación de San Juan en la noche se apartó el un bergantín de otro, que nunca más nos pudimos ver, que pensamos que se hubiesen   —479→   perdido, y al cabo de nueve días que navegábamos metiéronnos nuestros pecados en el golfo de Paria pensando que aquél era nuestro camino, y como nos hallamos dentro quisimos tornar a salir a la mar: fue la salida tan dificultosa, que tardamos en ella siete días, todos los cuales nunca dejaron los remos de las manos nuestros compañeros, y en todos estos siete días no comimos sino fruta a manera de ciruela, que se llaman hogos; así que con mucho trabajo salimos por las bocas del Dragón, que tales se pueden llamar para nosotros, porque por poco nos quedáramos dentro. Salimos de esta cárcel; fuimos caminando dos días por la costa adelante, al cabo de los cuales, sin saber dónde estábamos, ni dónde íbamos, ni qué había de ser de nosotros, aportamos a la isla de Cubagua, y ciudad de la Nueva Cádiz, donde hallamos nuestra compañía y pequeño bergantín, que había dos días que llegó, porque ellos llegaron a nueve días de septiembre y nosotros llegamos a once del dicho mes con el bergantín grande, donde venía nuestro Capitán: tanta fue la alegría que los unos con los otros recibimos que no lo sabré decir, porque ellos nos tenían a nosotros por perdidos y nosotros a ellos.

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Peligros que ofrecían los maderos que flotaban por esta costa e impedían la navegación, Orellana decide partir de la isla de Cubagua

De una cosa estoy informado y certificado: que así a ellos como a nosotros nos ha hecho Dios grandes mercedes y muy señaladas en traernos en este tiempo, que en otro los maderos que andan por la costa no nos dejaran navegar, porque es la más peligrosa costa que se ha visto. Fuimos tan bien recibidos de los vecinos de   —480→   esta ciudad como si fuéramos hijos, porque nos abrigaron y diéronnos lo que habíamos menester.

De esta isla acordó el Capitán ir a dar cuenta a Su Majestad de este nuevo y gran descubrimiento y de este río, el cual tenemos que es Marañón, porque hay desde la boca hasta la isla de Cubagua cuatrocientas cincuenta leguas por la altura, porque así lo hemos visto después que llegamos. En toda la costa, aunque hay muchos ríos, son pequeños.

Declaración final que hace el p. Gaspar de Carvajal, acerca del propósito de su testimonio

Yo, fray Gaspar de Carvajal, el menor de los religiosos de la Orden de Nuestro Religioso Padre Santo Domingo, he querido tomar este poco trabajo y suceso de nuestro camino y navegación, así para decirla y notificar la verdad en todo ello, como para quitar ocasiones a muchos que quieran contar esta nuestra peregrinación o al revés de como lo hemos pasado y visto; y es verdad en todo lo que yo he escrito y contado, y porque la prodigalidad engendra fastidio, así, superficial y sumariamente, he relatado lo que ha pasado por el capitán Francisco de Orellana y por los hidalgos de su compañía y compañeros que salimos con él del real de Gonzalo Pizarro, hermano de D. Francisco Pizarro, Marqués y Gobernador del Perú. Sea Dios loado. Amén.