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ArribaAbajoPadre Pablo Maroni, Societatis Iesu

Origen y nombres del río Marañón


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Parte primera. Noticias generales que recogió el autor siendo misionero en este río


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ArribaAbajoCapítulo primero. Origen y nombres del famoso río Marañón, ríos que con él se juntan y naciones que habitan sus riberas


ArribaAbajoI.- Origen y nombres diferentes del río Marañón. Examínase si ha habido o hay, al presente, Amazonas

Todos los prácticos de las historias y geografía de la América meridional, no ignoran como la Cordillera o Serranía tan nombrada del Perú, en cuyo plan está situada la provincia de Quito, la del Cuzco y otras muchas, corre sin interrupción de Norte a Sur desde Sta. Marta hasta el Estrecho de Magallanes, extendiendo de cuando en cuando unos como brazos o ramales, de los cuales algunos llegan hasta el Brasil y Mar del Norte. Esto supuesto, es a saber, que toda esta gran Cordillera está sembrada de varios cerros nevados que llamamos vulgarmente páramos, a cuyas faldas tienen su principio muchos y muy caudalosos ríos, de los cuales los unos se encaminan y tributan sus aguas al Océano que llaman los geógrafos Pacífico o del Sur, los otros al océano Atlántico o del Norte.

Entre todos el de más nombre es el tan celebrado río Marañón o Amazonas, el cual, después de haber caminado   —118→   cerca de mil ochocientas leguas desde su nacimiento en gran parte paralelo con la línea equinoccial, entra por fin en el Océano del Norte por varias horas, ensanchándose, según opinión la más común, por más de ochenta leguas, y conservando la dulzura de sus aguas por más de treinta después de entrado en la mar.

Dudaron muchos historiadores antiguos, y aun lo dudan al presente algunos modernos, cuál sea el origen principal de un río portentoso, que no tiene probablemente igual en todo el Orbe. Unos quisieron apropiar esta gloria al río Napo, de cuyo origen se dirá en su lugar, casi sin más fundamento que haber servido de puerta a su primer descubridor Francisco de Orellana y acercarse sus cabeceras a la provincia de Quito, de quien toma a veces también el nombre, llamándose Río de Quito. Otros con alguna más razón dijeron lo mismo del Río de la Coca, a cuyas orillas fabricó su bergantín dicho Orellana, pues éste excede en el caudal de las aguas al de Napo, a quien recibe como se dirá en adelante, como de costado. Desde las juntas de los dos las relaciones antiguas dan a entrambos el nombre de Orellana, Marañón y Amazonas. Denlos en hora buena el nombre que quisieren, pero no por esto hemos de afirmar ser este el río principal a quien buscan como madre todos los demás, pues quien cotejare atentamente lo ancho que tiene el Napo o el Coca, que es de cerca de 300 brazas, con el que tiene el río que llamamos vulgarmente Marañón, hallará que éste le excede cuando menos en un tercio, y por consiguiente a éste se le debe la gloria de ser el río principal a quien tributan todos los demás. Añádase a esto, que según me ha enseñado repetidas veces la experiencia, el río Napo, después de algunas jornadas de subida, le estrecha lo bastante, y lo que es aún más digno de reparo, las embarcaciones topan a menudo en arenales que embarazan el paso y obligan los remeros a andar en busca de la madre del río, señal evidente de su poca profundidad, lo cual no sucede con el Marañón, el cual conserva constantemente casi la misma anchura y profundidad hasta S. Francisco de Borja y estrechura   —119→   del Pongo, esto es, por más de doscientas leguas, y es navegable aún mucho más arriba, casi hasta las provincias cercanas al Cuzco, según me aseguran sujetos dignos de fe que han andado por ellas. Nada de esto pudo reparar Orellana ni el P. Acuña, porque bajaron derecho por el Napo, viendo sólo de paso las juntas y boca del Marañón, y así no hay que admirarse decidiesen en contra de éste; a más de que, decidiendo a favor del Napo, participaban la gloria de haber descubierto y navegado río tan famoso desde donde es navegable.

Todo lo alegado contra el Napo y el Coca, con más razón se pudiera alegar contra Ucayale, Guallaga y Pastaza, a quienes no ha faltado quien pretenda darles la preferencia, pues ninguno de ellos llega a igualar aun al de Napo en el caudal de sus aguas, ni dista de su nacimiento tanto cuanto el verdadero Marañón, lo cual confirma también a éste el título que le damos de príncipe y cabeza de los demás.

Asentado pues como cosa indubitable que el río que llamamos vulgarmente Marañón y pasa junto a las ciudades de Jaén y Borja, es el río principal y como tronco a quien sirven de ramas todos los demás, es a saber que la principal fuente y madre de este gran río es una laguna llamada del Oro, que esto quiere decir La Auricocha, situada en lo alto de la serranía de Bombón, sesenta leguas distante de Lima, corte del Perú. Leth y Zárate dicen tendrá dicha laguna como diez leguas de circuito, y antiguamente sus orillas estuvieron pobladas de muchísimos indios. Hay también tradición que los secuaces de Manco-Inga, al retirarse del Perú, allá arrojaron sus tesoros: de aquí le vino el nombre de Lauricocha. Éstas, en común sentir, son las cunas de este noble río que ha dado a la Iglesia tantos tesoros cuantas son las almas que se han bautizado en sus aguas.

Cuál haya sido en los primitivos tiempos el nombre propio de este río no es fácil el averiguarlo, porque el de Apurima y Xauxa que le da en su historia el P. Rodríguez, son propios de otros dos ríos, de quienes ni aún   —120→   me consta con certidumbre si se juntan con el Marañón. El P. Acuña en su Itinerario le llama Tungurava, pero pudo ser equivocación, porque el cerro de donde le pudo venir este nombre está junto a la población de Los Baños, por donde se entra a la provincia de la Canela, y el río que baña aquella población es el de Patate o Pastaza.

El nombre que hoy le dan comúnmente no sólo los misioneros de la Compañía, sino también todos los que habitan las provincias cercanas del Perú, no es otro que el de Marañón, nombre que le dio su primer descubridor, el capitán Marañón, quien registró su boca algunos años antes de la conquista del Perú; o como se refiere en una relación antigua del hermano Pedro Limón de nuestra Compañía, de que se dirá en otra parte, habiendo penetrado con algunos indios desde el Brasil hasta el Cuzco, fue bajando por el río Ucayale hasta este río, y siguiendo su rumbo, llegó a la mar y por la costa volvió otra vez al Brasil.

Los geógrafos así antiguos como modernos le llaman Orellana y más comúnmente Río de las Amazonas, con qué fundamento, lo examinaremos después. Otras veces le dan el nombre de Gran Pará, que en la lengua general del Brasil suena lo mismo que Río, o como dice el P. Vieira, Mar Grande. Los portugueses que hoy habitan sus riberas, a más de Amazonas, y le llaman Río Blanco, a distinción del Negro, que es el más caudaloso de los que con él se juntan a la banda del Norte, ya Solimones, ya Cambebas, según las provincias que baña. Lo que me parece excusado el advertir es que de ningún modo se le pueden apropiar los nombres de Orinoco y Plata, por ser estos ríos en todo distintos, con quienes es muy probable que no tiene la menor comunicación, en particular con el Orinoco mediante el río Caquetá o Mocoa, como sospecharon muchos geógrafos y se dirá en su lugar.

Queda ahora que descifrar de dónde le vendrá a este río el nombre tan decantado de Amazonas. Si hay al   —121→   presente, o haya habido en algún tiempo en estos bosques alguna provincia de mujeres belicosas a quienes compete este nombre. Garcilaso Inca, que es el historiador más puntual y verídico que hayan tenido las Indias, dice, que bajando Orellana por el Marañón con su bergantín, tuvo algunas refriegas con los infieles moradores de aquellas riberas, donde en algunas partes salieron las mujeres a pelear y echar dardos contra la nueva embarcación en compañía de sus maridos. De aquí tomó motivo el ambicioso descubridor, cuando pasó a España a pretender la conquista, de gloriarse haber peleado con Amazonas, sin duda a fin de engrandecer su jornada, no ya porque hubiera encontrado en aquellas riberas verdaderas Amazonas, cuales pretenden algunos que haya habido y haya aún al presente, esto es mujeres belicosas que se gobiernen por sí solas, sin más comercio con los hombres que el preciso para el aumento de su república.

De este mismo parecer han sido siempre y son todos los misioneros que existen en este río, sin que se haya jamás sabido otra cosa. Éste fue también el parecer del P. Samuel Fritz, quien después de haber bajado hasta el Pará y comunicado con varios infieles, también de los que habitan el interior de la Guayana, en el Diario de su bajada al Pará, que trasladaremos a la letra en otra parte, hablando de la nación de los Yurimaguas dice así: «Antiguamente los Yurimaguas han sido muy belicosos señores casi de todo el Río de Amazonas, y las mujeres de ellos, según tuve noticia, pelearon con flechas tan valerosamente como los indios; que a mí me parece haber sido el encuentro que tuvo Orellana, por el cual a este gran río le puso el nombre de Amazonas». Palabras son estas formales del Padre. A más de esto, en todos sus papeles y cartas que paran en mi poder, no hallo palabra que favorezca la existencia de Amazonas verdaderas, de donde colijo no ser sino una adición erudita de los Padres de París, para ennoblecer el Diario o Relación del P. Samuel, lo que refieren en el tomo 12 de las Cartas de Edificación acerca de la existencia y costumbres de las Amazonas americanas, como testimonio del mismo Padre. Todas   —122→   las demás noticias y relaciones que citan a su favor otros autores se fundan en tradiciones de indios, que tienen por costumbre, en hablando con gente española, responder a sus preguntas, no ya lo que conocen ser verdad, sino lo que les parece ha de gustar de oír al que pregunta, conforme me ha enseñado no pocas veces la experiencia.

De esta misma fuente juzgo dimanaría también la fábula tan decantada del Paititi y Dorado, que ha traído muchos años como encantados por bosques y peñas entre mil penalidades a tantos, no sólo españoles y portugueses, sino también franceses e ingleses, y ha sido causa de las más crueles tragedias. Entre todas las naciones del Marañón la más diestra en fabricar mentiras es la de los Omaguas, descendientes de los Tupinambas, que fueron los que al P. Acuña dieron noticia, no sólo de las Amazonas, sino también de otras dos naciones raras, la una de enanos tan chicos como criaturas muy tiernas, y la otra de gente que tenía los pies al revés. Uno y otro haber sido fábula fabricada de aquellos bárbaros lo afirman unánimes los portugueses que andan de continuo por esos ríos, y apenas hay nación más abajo del Napo que no conozcan y de que no tengan esclavos. El mismo concepto, a mi parecer, se ha de hacer de las informaciones que cita el P. Acuña en su Itinerario y dice haberse hecho en Pasto y Quito, pues éstas no son otras que las que dieron los primeros misioneros que antes del descubrimiento del Marañón por Tejeira entraron a las provincias de los Cofanes, Omaguas e Icaguates del río Napo. Los que penetraron más adentro, como se dirá en su lugar, y alcanzaron más noticias, fueron los PP. Simón de Roxas, Humberto Coronado y el hermano Pedro Limón quien en una Relación que citamos poco antes, hecha por el año de 1621, gran parte por informe de su cacique Omagua llamado Paraita, grande explorador de estas tierras y juntamente grande mentiroso, hablando de los Ucayales o Ucayares, que habitan las riberas del Río del Cuzco, dice así: «Los Ucayares son indios de estatura más que ordinaria, y en la isla donde están se mantienen bien por ser muy fértil y abundante. Con   —123→   estos indios se entiende (según la relación de algunos naturales) tienen su ayuntamiento las indias Amazonas, porque es común voz en todas estas provincias que las hay. Del modo con que esto se hace, dicen que ellas, una vez al año por cierto tiempo, vienen en tropa y traen consigo los muchachos de cuatro años, que hasta esta edad los amamantan, y tráenlos cargados. Entréganlos a sus padres o parientes, a quienes encargan los industrien para la guerra, y después de haber estado veinte y treinta días, se vuelven a sus tierras muy contentas». Esto es lo que dice la Relación del H. Limón. Semejantes a ésta serían (sic) las de otros misioneros e indios que salían de cuando en cuando para Pasto y Quito. Lo cual todo haber sido mentira, como las noticias que dieron al P. Acuña los Tupinambas, lo dio después a entender claramente la experiencia, pues ni rastro de todo eso se halló en los Cocamas y otras naciones de Ucayale, el día de hoy muy conocidas, como lo dirá la relación de su pacificación y costumbres.

Esto es lo que hasta ahora he averiguado acerca de las Amazonas. Veamos ahora qué ríos son los que se juntan con el Marañón y naciones más principales que habitan sus riberas.



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ArribaAbajoV.- Diario de la entrada que hizo el autor por este río y provincia de la Canela desde Quito hasta Santiago de la Laguna, cabeza de las misiones, el año de 1737

Para el mejor conocimiento de este río y provincia de la Canela, que es una de las puertas principales por donde se entra al Marañón, trasladaré aquí el Diario de mi entrada y viaje hecho el año de 1737 con otro misionero, y es como sigue.

Desde Quito hasta el asiento de Ambato, como saben todos, hay tres jornadas. Desde aquí el día 19 de mayo, dejando a la derecha el camino real, que conduce hacia Riobamba y Cuenca, fuimos a S. Javier de Patate, hacienda del colegio de Riobamba. Ésta está situada como siete leguas en distancia de Ambato hacia el Oriente, en un profundo y ameno valle que baña el río Patate. Fórmase éste de las Vertientes de Ambato y Latacunga, y es el que, rompiendo la Cordillera de los Andes, abre   —126→   camino menos dilatado que otro ninguno para las montañas del Marañón. Aquí encontré a 21 indios parte Andoas y parte Cahuapanos, que nos estaban aguardando para acompañarnos y llevarnos en hombros las cargas; pero como éstos no bastasen y hubiese entre ellos muchos enfermos, me vi precisado a pasar a los Baños en busca de otros cargueros. Dista este pueblo de la hacienda de S. Javier cuatro leguas de camino de ladera, en especial desde las Juntas de Chambo, río que baja de la provincia de los Puruhaes, jurisdicción de Riobamba, y entra en el de Patate legua y media más allá de la hacienda. Aquí es en donde se termina aquel ameno valle poblado todo de cañaverales y trapiches, y se levanta soberbio el cerro nevado de Tungurahua, a cuyas faldas está dicha población de Baños. Pero antes de llegar se pasa el río Patate en puente de madera entre riscos y peñas que horrorizan la vista.

Esta población toma el nombre de Baños de una poza de agua saludable que brota de la tierra en poca distancia y se ha experimentado muy provechosa, en especial a los que adolecen de gálico. De aquí toma también su nombre una estatua de María Sma., que llaman Ntra. Sra. de Agua Santa y está colocada en la iglesia del pueblo, en un tiempo muy frecuentada de devotos. El cura es un religioso dominico, y según dan a entender unas paredes caídas, hubo antiguamente convento, en que vivían juntos algunos religiosos. Los vecinos todos españoles, o por mejor decir, mestizos, no pasan hoy de treinta familias, que viven con mucha pobreza en chozas pajizas, y negocian el sustento de otros pueblos cercanos con el trato de ají, camotes y algunos otros frutos que siembran y recogen ellos mismos con sus manos. Algunos mozos suelen a veces entrar a la provincia de la Canela a negociar pescado, copal y canela, y éstos son los que sirven también de cargueros a los que entran por ahí a la montaña. Hoy día no hay más que ocho o diez mozos viajeros que tengan alguna experiencia de aquellos caminos. Por eso con mucha dificultad alcancé que catorce de ellos nos acompañasen, principalmente porque se iba   —127→   ya llegando el tiempo de las aguas, que por junio y julio abundan en la Cordillera y ponen en riesgo de perecer a los caminantes.

Concertados los cargueros, revolví para la Hacienda de San Javier, de donde el día 24, dedicado al prodigioso misionero S. Francisco Regis, empezamos nuestra jornada en compañía de los indios y unos muchachos españoles que llevamos a que se enseñen a vivir en la montaña y puedan servir con el tiempo de alguna ayuda a los misioneros. En ese día no pasamos de la población de Baños.

Al día siguiente, después de haber andado a mula como dos horas, a la otra banda del río Patate, llegamos al puente que llaman de Agoyán pero como estuvo éste caído, fue preciso pasar adelante en busca de otro que llaman de Junquillas (sic, por Yunguillas). Como el camino era muy áspero y cerrado, desde aquí, dejadas las cabalgaduras, con alpargatas en los pies y cruz en la mano a modo de bordón, según el estilo de nuestros misioneros, fuimos prosiguiendo por la ladera del río poblada de bosque no muy alto. No bien habíamos andado media hora, cuando encontramos con un paso cuya sola vista horroriza y fue bastante para sacar las lágrimas a los muchachos que nos acompañaban. Llámase vulgarmente la Escalera de Uamac, y consiste en la abertura de una peña angosta y bastante resbalosa, que al parecer va a rematar en lo más precipitado del río, conforme sin duda sucediera, a no ofrecer la misma peña en la salida un descanso como de una vara, y ese también pendiente, en donde fijar el pie, abrazándose para la seguridad con la misma peña, y de allí por una puentecilla de tres varas de largo, transportarse a otra peña, por donde prosigue el camino.

Pasado felizmente este paso, después de hora y media de camino no muy áspero, llegamos al puente de Junquillas, que se compone de tres palos afianzados sobre dos peñas. Tendrá como diez varas de largo y una de ancho. Pasada también ésta no sin susto bastante, por   —128→   estar los palos, según dicen, medio carcomidos, caminamos otra hora hasta un sitio que llaman Atun-bosco, esto es, Bosque alto, donde en una pequeña choza descansamos aquella noche, dando muchas gracias a Dios de haber salido con bien de esta primera jornada.

Al día siguiente 26, tomado al amanecer algún sustento, caminamos de espacio como cinco horas hasta un sitio que llaman Machay pequeño, y quiere decir Pequeña cueva de piedra, que suele servir de choza a los pasajeros, por no haber por ahí otra posada. El camino es todo de ladera no muy empinada, con un lodazal de cerca de tres cuadras, que llaman Quilluturu. Aquí, por estar mi compañero muy fatigado, nos vimos precisados a quedar aquella noche apilonados más de 30 personas en la abertura de una cueva que tendrá de largo cuando más cinco varas y otras tantas de ancho.

El día 27 caminamos como siete horas hasta un llano cenagoso que llaman Runa-cocha (laguna de indios), donde, por estar la tierra colorada, dice el vulgo que en tiempo de la gentilidad se derramó mucha sangre y quedaron muchos indios sepultados en aquellos lodazales. De Machay se baja inmediatamente a un río mediano, que de sus aguas toma el nombre de Verde. Viene según dicen de los cerros de Llanganate y se pasa a vado, a no estar muy crecido, casi a vista del río Patate, con quien se junta. Del río Verde se sube a otra cueva que llaman Machay grande. De allí se prosigue caminando por laderas y ciénagas hasta dicha laguna.

El día 28, apresurando algo más el paso, porque iban entrando las aguas, anduvimos como 9 leguas por camino gran parte llano hasta el Río del Topo, donde llegamos a las 5 de la tarde, y armado luego al punto un puente de cañas, pasamos felizmente a la otra banda. Es este río el más temido en todo el camino por su arrebatada corriente, que no permite paso, y también porque, a poco crecer, llegan con facilidad las aguas a cubrir las peñas en que ha de estribar la puentecilla, que se compone de dos o tres cañas del grosor de un muslo, que   —129→   llamamos Guaduas. Otra caña semejante mantienen en el aire dos indios parados en las peñas, para que sirva de manilla y consuelo a los que andan pasando con el tiento que puede cada cual fácilmente imaginar. Tendrá de ancho todo el río cerca de 15 varas.

La jornada del día 29 fue aún más penosa y dilatada, por la aspereza del camino. Media hora después del Topo se encuentra otro río mediano que llaman Topillo o Shigua. Pasado éste a vado, se encuentran tres crestas, una más empinada que otra que van formando un cerro el más alto que haya en este camino. Llámase irónicamente el Habitado, pues ni pájaros discurro habitan en él. La dormida fue al otro lado a la mitad de la bajada, en una ramada que llaman del Masato, a donde llegamos poco antes de la noche muy fatigados y maltratados del aguacero que nos acompañó todo el día.

El día 30 fue el camino menos penoso, por ser en gran parte bajada, a la cual sucede un llano bastante limpio y seco, cuando no llueve, y se llama Barrancas de Pastaza, nombre que dan de aquí en adelante al río Patate. Termínase este llano después de una corta bajada con un río mediano que llaman Alpayacu, Como si dijéramos Río de tierra, porque allí es donde acaban las asperezas de la cordillera y empiezan las llanuras de la montaña. De aquí en adelante también el bosque no es tan estéril de mantenimiento, pues se encuentran algunas palmas, cuyo cogollo es comestible, como también alguna cacería de monos y puercos monteses, conforme nos sucedió al acabar la jornada, tropezando en el mismo camino con una manada de puercos, que los indios luego acometieron y mataron con sus lanzas. Desde la población de los Baños hasta dicho Río de tierra, el camino sigue con poca diferencia el mismo rumbo que el río Patate o Pastaza, que es para el Noreste. Desde aquí, dejando a la derecha Pastaza y atravesando el bosque rumbo entre el Este y el Sur, se va en busca de otro río llamado Bohón o Bohonaza, a cuyas orillas está la provincia y puerto de los Canelos.

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Bastante próspero y breve hubiera sido nuestro viaje, a no haber entrado con furia las aguas en estas últimas jornadas, que apenas nos dejaron dar paso, en especial los tres días siguientes, obligándonos aguantar en unas pequeñas ramadas la inclemencia del tiempo y escasez de mantenimientos, que llegaron a faltarnos casi del todo.

El día 2 de junio, pasado con harto trabajo un llano todo inundado de agua y sembrado de espinas, llegamos a la tarde al río Pindo con esperanzas de pasar al otro lado, pero no obstante que iba ya de bajada, no hubo quien se atreviese a vadearlo. Pasamos la noche en la orilla entreteniendo el hambre con cogollo de palma poco o mal guisado.

El día 3, pasado por la mañana dicho río, y de allí a dos leguas otro semejante, que llaman de los Quineos, con aguacero continuo caminamos por siete horas y más, subiendo y bajando unas lomas o collados hasta llegar a un sitio donde hubo antiguamente pueblo de indios llamado Penday, en cuya cercanía descansamos la noche siguiente. Mi principal trabajo en esta jornada fue el alentar a los cargueros a que prosiguiesen con las cargas y no las dejasen botadas en el camino, como querían hacer, por faltarles ya las fuerzas, según decían.

El mismo trabajo hubo en la jornada siguiente, en que, por fin, después de una larga bajada llegamos a otro sitio llamado Chontoa, donde hubo también pueblo del mismo nombre. Aquí fue Dios servido encontrásemos unos indios Canelos que venían a encontrarnos y traían consigo unas yucas y plátanos ahumados, regalo sobrado para quien los días antecedentes habían experimentado los efectos del hambre. Una taza de yuca diluida en agua que me ofreció uno de ellos, pareciome leche la más regalada. Habiendo aquí descansado aquella noche.

Al día siguiente concluimos con bastante aliento lo restante del camino, que es todo bajada hasta el puerto   —131→   y pueblo de la Canela, a donde llegamos cerca de las 8 de la mañana. En este puerto paramos hasta el día 14, aguardando algunas cargas que se habían atrasado, y previniendo algún matalotaje para la navegación de Bohonaza.

Consta el pueblo de Canelos de 30 familias, almas por todo cerca de 200, gran parte naturales del pueblo de Napo, de donde vinieron huyéndose por el monte, para no pagar tributo a los encomenderos; ocho o nueve familias, cuando más, son reliquias de Penday, Chontoa y otro pueblo llamado Canincha, que hubo en las orillas de Pastaza, casi en derechura de Canelos. Cerca del año doce de este siglo, un religioso dominico, el P. fray Ignacio de Santa María, que hoy también asiste con oficio de cura, llevado de su celo y fomentado de nuestros misioneros, recogió a los indios que iban fugitivos y fundó dicho pueblo debajo el patrocinio del patriarca San Joseph en las orillas de Bobonaza, a que sirviese de escala a los nuestros para entrar a las provincias del Marañón. Los primeros que descubrieron ese río y camino para salir a los Baños fueron los PP. Lucas de la Cueva y Raymundo de Sta. Cruz, quien también dio la vida en esta demanda ahogado en un raudal del río poco más arriba del puerto. Por haberse reconocido casi innavegable en aquella altura el río Pastaza, por muchos saltos y angosturas, se tuvo por mejor, dejando Pastaza, abrir puerto en este río de Bobonaza, y de allí, atravesando el monte, ir otra vez en busca de Pastaza, y junto a sus orillas abrir camino para los Baños y Patate.

Habiendo pues descansado en dicho puerto 9 días con harta escasez, por estar ausente el cura y gran parte de la gente, el día 14 a las 8 de la mañana empezamos nuestra navegación en tres canoas, la una mediana y las otras dos menores. Es Bobonaza río de poco caudal y en las primeras jornadas difícil de navegar, no tanto por los raudales que tiene, cuanto por la poca agua que lleva no estando crecido; de aquí fue que en los dos primeros días anduvimos muy pocas leguas, ocupándose gran parte del día los remeros en quitar piedras y abrir caños por   —132→   donde pudiesen pasar las canoas. También, por las vueltas continuas que tiene, no fue factible el notar distintamente todos sus rumbos. El principal y más reparable es para el Nordeste. El día 15 pasamos por la mañana un paso no muy peligroso que llaman el Pongillo, (sic, por Ponguillo), que es lo mismo que puerta pequeña, por estrecharse las aguas entre dos peñas.

El día 16, habiendo el río crecido de repente con exceso, nos vimos precisados parar como dos horas a vista de las juntas con otro riacho que llaman Tiu-yacu, para que con el ímpetu de las aguas no peligrasen las dos menores canoíllas. Sosegada algo la furia de la creciente, fuimos dejándonos llevar de la corriente, no sin susto bastante, por las muchas vueltas del río. Caminamos este día cerca de 18 leguas hasta otro riacho que viene de la banda del Poniente y se llama Chambira-yacu. El rumbo principal fue, como ayer, para el Nordeste.

El día 17 pasamos por la mañana a Balsas-yacu; poco antes del medio día a Sara-yacu; a las tres de la tarde a Pingulluyacu. Todos tres son riachos de poca monta que entran de la banda de Poniente. Rancheamos algo más arriba de las juntas de Rotuna (Rotuno?). Éste es el riacho mayor de cuantos entran en Bobonaza. Entra de la banda de Oriente y parte casi igualmente el camino entre Canelos y Andoas. Los indios Shemigaes que nos acompañaban, me aseguraron haber visto a la subida de la playa de enfrente rastro o pisadas de gente, también de niños. Discurro serán reliquias de indios Gaes o de Xianos (cristianos) que andan remontados. El rumbo principal fue el mismo que ayer.

El día 18, pasado Rotuna (desde aquí se explaya el río sin tantas vueltas), rumbo parte a Nordeste y parte al Este, caminamos como seis horas hasta un sitio que llaman Thomas Santos, por haber años ha un misionero de la Compañía de este nombre empezado a poblar en dicho paraje a los Andoas, que se pasaron después al sitio que hoy ocupan.

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El día 19, habiendo caminado desde las tres de la mañana hacia el Suroeste, hicimos alto a la noche enfrente de un riacho que llaman de los Gaes, porque en cercanía del monte adentro estuvo años ha la reducción de los Gaes, que se retiraron el año de 1707, después de haber muerto alevosamente a su misionero el P. Nicolás Durango; porque el día siguiente se celebraba la fiesta del Corpus, con esperanza de llegar con tiempo a la reducción de los Andoas.

El día 20 desde la media noche fuimos prosiguiendo nuestra navegación, rumbo parte al Suroeste y parte al Oeste; no se pudo sin embargo llegar a las juntas de Pastaza hasta las dos de la tarde, y a las cuatro y más a la quebrada que conduce a dicho pueblo de los Andoas, que es el primero de la misión que se encuentra en este camino. En la quebrada, que tiene 26 vueltecitas, nos tardamos otra hora, con que nuestra llegada fue cerca de la noche. El misionero que allí reside recibionos con muestras de mucho gozo, y entre danzas y música de los indios nos condujo a la iglesia, donde dimos gracias a Dios de nuestra feliz llegada, cantando con los niños de la doctrina la Salve y Alabado.

Es el pueblo de S. Thomé de Andoas uno de los mejores de la misión, primero por la planta, que es un hermoso tablón que termina y rodean dos quebradas, de cuyas aguas se aprovechan sin incomodidad todas las casas, que están hermosamente repartidas alrededor de una gran plaza, a cuya cabecera está situada la iglesia y casa del Padre; segundo, por el templo, que no es muy caluroso y sin aquellos enjambres de mosquitos que tanto fatigan en otras partes; tercero, por el natural de los indios, que viven muy rendidos y prontos a los mandatos del Padre. Fundó este pueblo por el año de 1708 el P. Wenceslao Breyer, bohemio, parte con las reliquias del pueblo de Gaes, y parte con otros indios que fue recogiendo de los bosques que se extienden hacia el Tigre y Curaray. Cuenta hoy 447 almas. A no haber muerto muchísimos recién salidos del monte y recibidos el bautismo, contara algunos millares.

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Aquí paramos hasta el día 25, en que, cerca de las ocho de la mañana salimos otra vez al río Pastaza, para proseguir nuestro viaje al Marañón. El rumbo que hoy llevamos fue el Este. A la noche ranchamos en Arenal, en frente de un barranco colorado que llaman Puca-Urgu.

El día 26, siguiendo el mismo rumbo, cerca de las nueve de la mañana llegamos al pueblo de los Pinches, que está también algunas cuadras monte adentro en la orilla de un ameno riacho. Es pueblo corto, pues hoy cuenta sólo 136 almas; se espera, sin embargo, irá aumentándose con una parcialidad de Roamaynas que pocos meses ha se amistaron, y distan por el monte tres jornadas de camino. Aquí descansamos lo restante del día.

El día 27, después de una hora de navegación, llegamos al Barradero (sic, por Varadero, por donde se entra a dichos Roamaynas. Rumbo del río, primero Sudeste, de allí Sudoeste hasta llegar a la boca de un río que llaman Guasaga y sale de la banda del Poniente. Cerca de las 9 percibimos algún temblor con oleaje, que empujó la canoa hacia la orilla. Ranchamos a la noche cerca de una quebrada que llaman Songari-yacu.

El día 28, después de algunas vueltas del río, entramos en una encañada, en la cual tardamos cerca de cuatro horas. Aquí el río, que antes iba esparciendo entre muchas islas, se recoge con anchor de cerca media cuadra, por lo cual tiene corriente bastante, especialmente cuando está crecido. Corre línea recta hacia el Sur, con alguna inclinación ya al Sudeste, ya al Sudoeste. A la encañada que llaman grande, síguese otra menor, en cuya salida ranchamos a la noche a vista de una isla a modo de cerrecito.

El día 29, cerca de las nueve, pasamos la boca principal de la laguna Rimachuma, que está al Poniente. El rumbo que llevamos por la mañana fue derecho al Sur entre continuas islas. Por la tarde, parte al Sur y parte   —135→   al Sudeste, hasta llegar a una isla que hace se reparta el río en dos brazos para entrar al Marañón. El principal sale derecho al Sur; el otro menor, que seguimos al día siguiente por más de dos horas, va parte al Este y parte al Sudeste.

El día 30 salimos al Marañón poco antes de las ocho. Encontramos a la salida muchas islas, que embarazan notar lo ancho del río. El punto principal que seguimos hasta anochecer fue al Este. Ranchamos en arenal muy extendido de la banda del Norte. Desde allí.

El día 1.º de julio, encaminándonos al Sudeste hasta una punta de tierra que llaman Atun Cedro, entramos por una isla que mira derecho al Este. De allí, declinando otra vez al Sur, cerca de las siete de la mañana entramos en el río Guallaga, no tan caudaloso como el Pastaza. Sale este río derecho al Oeste, de allí forma como un medio círculo hasta la boca de un caño que viene de la Laguna, en cuyas orillas está fundado el pueblo de Santiago, hoy cabeza de toda la misión. Llegamos a la boca de este caño cerca de las tres de la tarde, pero como estuvo casi del todo seco, subimos como dos cuadras hasta un puesto de tierra que llaman el Baradero, por donde nos encaminamos al Pueblo, distante cerca de media legua. Éste ha sido el término de esta mi primera jornada y viaje desde Quito. De la situación de este pueblo y otras circunstancias diré difusamente en otra parte.