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ArribaAbajo- VII -

Estudio de la naturaleza


El hombre sólo no recibe simples nociones de parte de la naturaleza: en ésta halla también hasta las cosas que son para él la imagen de su vocación, de su destino, la imagen de las consecuencias que su cumplimiento o su olvido traen consigo; de manera que el hombre, edificado en su pacífica manifestación por esa enseñanza tan cierta y tan convincente, reconoce no sólo lo que le incumbe para el presente, sino también lo que le incumbe para la vida futura. Entre todas las cosas de la naturaleza que tienen por objeto esta enseñanza, no hay ningunas tan claras, tan perfectas, a pesar de su simplicidad, como los vegetales, las plantas, y sobre todo los árboles, a causa de la placidez de su ser y de la manifestación tan clara de su vida interna; de tal modo que se les puede llamar, con razón, las cosas de la naturaleza que sirven para hacer conocer el bien y el mal: ellos fueron, por lo demás, reconocidos como tales a la primera manifestación del ser consciente de la raza humana.

No solamente las manifestaciones de la vida humana individual se encuentran también en el reino vegetal, en la vida de todo árbol, sino que el análisis del desarrollo individual y espontáneo, la similitud del desarrollo del árbol con el de la raza humana, indica que en el desarrollo de la vida interior del hombre individual, se revela también la historia del desarrollo intelectual de la humanidad, que la raza humana colectiva puede ser considerada en su generalidad como un solo hombre, y que por ella pueden conocerse los diferentes grados del desarrollo peculiar al hombre individual. En esas manifestaciones declárase la necesidad del desarrollo humano. Tal observación está muy lejos de haber sido aún, no diremos claramente presentida, pero ni aún presentida en toda su verdad.

Como interroguemos el principio interno de esta alta significación de las diferentes manifestaciones individuales de la naturaleza, llegaremos a descubrir esta verdad cierta de que la naturaleza y el hombre tienen su principio en un ser único y eterno, y de que su desarrollo se verifica según las mismas leyes, si bien bajo diferentes grados.

El estudio de la naturaleza y el del hombre revelan a la vez sus propiedades íntimas y su recíproca similitud en las cosas de hecho, y la marcha evidente del desarrollo general de la humanidad. La convicción que el hombre tiene de la relación necesaria y activa existente entre el espíritu del hombre y sus obras exteriores, le lleva también a la penetración del espíritu divino, esencialmente creador, a la penetración de Dios en su obra, en la naturaleza, y al propio tiempo al conocimiento de la manera cómo lo finito procede de lo infinito, lo corporal de lo espiritual, la naturaleza de Dios. El hombre, al manifestar una cosa finita, no siempre emplea sus miembros físicos, como los brazos y las manos, para reproducir y representar las obras que de él emanan: bástale con frecuencia su voluntad, su mirada expresiva, su frase acentuada, para crear y para formular. El hombre, aunque manifestación de un ser finito, puede formular sin materia alguna, sin sustancia alguna. Basta para convencerse de ello, recorrer la sucesión de los grados de desarrollo, de las condiciones y de las manifestaciones por las cuales los pensamientos, esas cosas íntimas e inmateriales por excelencia, llegan a formularse mediante la escritura. Así, aun la cosa mas difícil, la procedencia de una cosa exterior, corporal, fuera de la esencia más interior, más intelectual, puede ser comprendida por todo hombre, que, reflexionando, reconocerá por experiencia propia que el pensamiento se formula también exteriormente por obras exteriores, y no exclusivamente por la noción, por la palabra, sino también por la acción.

Deduzcamos de ahí que el espíritu de Dios reside en la naturaleza, como el espíritu del artista, el espíritu humano, en las obras humanas; y así como la vida de la obra de arte existe según el espíritu y el ser de su autor, así también la vida de la naturaleza creada por Dios es según el espíritu de Dios; es la obra divina brotando del mismo espíritu de Dios, existiendo en relación con Dios y en relación con el hombre.

A la manera que en el mundo del arte, aparece y se revela visiblemente el espíritu invisible del hombre, en tanto que propiedad intelectual visible, así en la naturaleza se ostenta visiblemente también el espíritu invisible de Dios, en tanto que reino intelectual, visible aunque invisible.

Sólo el presentimiento, el reconocimiento y la influencia de este reino trinitario de Dios, lo visible, lo invisible, y visible aunque invisible, que domina toda nuestra vida, nos dan la paz que buscamos en nosotros y fuera de nosotros; la paz que buscamos como un atributo de nuestra naturaleza desde que se despierta el primer sentimiento de nuestro propio ser; la paz que buscamos bajo un nombre u otro, al precio de nuestra vida, de nuestros bienes, de nuestra felicidad exterior.

He ahí por qué el hombre, principalmente el joven, debe desde temprano estar iniciado en la naturaleza, no ya en sus individualidades, en la forma de sus manifestaciones, sino en la manera como el espíritu de Dios vive en la naturaleza y sobre ella. El joven presiente y reclama esta iniciación; sin embargo, el maestro y el alumno no conseguirán sino iniciarse tan íntimamente en la significación íntegra de la naturaleza, por medio de la escuela, como lo harían, por medio de activas ocupaciones en medio de la naturaleza misma. Tomen padres y maestros en cuenta esta observación: no dejen pasar una semana sin llevar al campo una parte de sus alumnos. No les harán avanzar como un rebaño de carneros; no les conducirán como un regimiento de soldados, sino que acompañarán como un padre a sus hijos, como un hermano a sus hermanos, haciéndoles observar y admirar las variadas riquezas que la naturaleza ostenta a sus miradas en las distintas estaciones del año.

No objete el maestro de escuela de aldea, para dispensarse de esos paseos por el campo, que sus alumnos se hallan en pleno campo durante todo el día, que recorren el campo sin cesar; lo recorren, es cierto; pero no viven en el campo, no viven ni en la naturaleza ni con ella. Sucede, no sólo a los jóvenes sino también a personas de edad, hallarse cara a cara con la naturaleza y sus productos, como el hombre que vive rodeado de aire, sin sospechar siquiera que el aire es una cosa particular, y mucho menos que es una cosa indispensable para la conservación del individuo; ¿pues no oímos con frecuencia llamar aire, sea a las corrientes de aire, sea a los grados de la temperatura? Tal los niños, los jóvenes, que de continuo corren por el campo, no ven, no adivinan, no sienten nada de las bellezas naturales, nada de su influjo sobre el alma humana, semejantes en ello a esos habitantes nacidos y educados en una comarca magnífica, cuya belleza no saben adivinar. El niño, empero, presiente, calla y ve ordinariamente muchas cosas con sus ojos interiores e intelectuales, en lo interior de la vida de la naturaleza que lo circunda; pero cuando llega a adulto, a veces ese sentimiento se le apaga, y entonces la vida interna que germinaba en su seno se encuentra rechazada y comprimida. ¿Porqué? Porque el joven reclama de los hombres la fijeza para sus aspiraciones interiores, intelectuales, y con razón; la pide con el presentimiento de las condiciones que la edad del adulto supone, por amor a los seres de más edad que él; y si se engaña, resultará para él una doble consecuencia: cesará de estimar al hombre de más edad que él y encontrará rechazado dentro de sí mismo ese presentimiento de la vida interna. Por esto es importante que se haga pasear a los jóvenes con los adultos, a fin de que, por un común esfuerzo, entrambos comprendan la naturaleza, su espíritu y su acción.

La crueldad con que los niños, y particularmente los adolescentes, suelen tratar los animales, no siempre es hija del culpable deseo de hacer el mal; es más bien un vago deseo de penetrar la vida interior del animal y apropiársela. Pero no cabe duda en que la inutilidad, el mal éxito, la falsa interpretación, la mala dirección de esa tendencia, pueden hacer más tarde de ese joven un cruel perseguidor de los animales.

La naturaleza aparece y aparecerá siempre a la observación, en la totalidad de su ser y de su acción, como revelando y manifestando por do quiera el espíritu de Dios. Pero no se presenta así, si se la considera como se hace generalmente. Con harta frecuencia, no aparece sino como una multiplicidad entre unidades diferentes y separadas entre sí, sin unión determinada interior, o como compuesta de unidades en las que cada forma particular, cada grado del desarrollo particular, tiene un fin, una particular determinación, sin contar que todas esas unidades, exteriormente diferentes o separadas, son miembros orgánicamente enlazados con ese grande y activo organismo de la naturaleza, con esa totalidad de la naturaleza grande, potente e intelectual, sin expresar que la naturaleza es un todo. Esta observación de la naturaleza exterior y plácida según los objetos individuales de la naturaleza, considerados diferentes y separados los unos de los otros, trae a la mente el aspecto de un gran árbol, o de una planta desnuda, en el exterior, de partes múltiples, cuyas hojas parecen no obstante diferentes y separadas entre sí, o en las cuales no se percibe, entre una y otra hoja, uno y otro tallo, lazo alguno que los una, del mismo modo que en la flor, las partes del cáliz no parecen unidas a los pétalos, ni éstos a los estambres y al pistilo. ¿Por que no echar de ver estas relaciones sueltas? ¿Por qué no mirar con ojos inteligentes para descubrir el lazo que une dichas relaciones y constituye su unidad? Se las considera como individualidades, sin pensar que todas esas individualidades se reúnen en el corazón del ser, y reciben allí sus leyes de vida. Esta observación exterior de la naturaleza, considerada en sus individualidades, ¿no recuerda también la observación del firmamento, que parece reunir, sólo por líneas arbitrariamente trazadas, las estrellas aisladas, para hacer de ellas grupos numerosos, cuyo enlace el ojo intelectual más perfecto y más ejercitado no puede adivinar sino suponiendo la unión de pequeños mundos con mundos siempre mayores? En esta consideración exterior y bastante ordinaria de la naturaleza, las individualidades de los objetos de la naturaleza, distintos y diferentes, parecen mucho menos atestiguar un principio único que muchas fuerzas operando de diversas maneras. Pero el espíritu que es uno en el hombre, el espíritu y el alma del joven, no se contentan con esta apariencia engañadora. Desde temprano, en todas esas diversidades y todas esas individualidades que parecen distintas y separadas, si no se mira más que su exterior, inquiere la unidad y la unión que escapan a sus miradas. Cuando la presiente, su alma queda satisfecha, y más tarde, cuando la encuentra, su espíritu se regocija. Esa misma multiplicidad le conduce a dejarse dirigir por la ley de unidad: de tal suerte la observación de las individualidades de una planta lleva al conocimiento de una ley íntima, considerada como la sola relación intelectual, y al conocimiento de la unidad exterior de las multiplicidades e invidualidades de la naturaleza. En toda propiedad, la individualidad o la separación de los objetos de la naturaleza está producida por el ser de la fuerza; que en el ser particular, la aparición particular, la forma, la construcción de cada cosa, la fuerza reaparece siempre como primer principio interior, sobre la cual aquella se reposa. La fuerza no se otorga al ser sino según el interior y la esencia del mismo ser, del que aquella resalta por la acción en tanto que es manifestación externa. Por eso aparece la fuerza como primer principio de todas las cosas y de toda manifestación en la naturaleza. Por la observación de la fuerza tal y como nos ha sido dada a conocer en tanto que la fuerza divina, por la manera como aquella influye en nuestro interior, obrando sobre nuestra vida y nuestra alma, podemos desde luego llegar a conocer la naturaleza según su forma general y las innumerables formas bajo las cuales se manifiesta, y llegar después a reconocerla según sus relaciones recíprocas interiores, sus gradaciones y derivaciones. El hombre se siente impulsado a observar el ser propio de la fuerza por el deseo, la esperanza, el presentimiento de encontrar así la unión exterior de las individualidades de la naturaleza, de sus formas y de sus formaciones.

Toda individualidad, toda diversidad reclama, además de la fuerza, una segunda o indispensable condición de forma, -la sustancia. La sustancia indica que toda la conformación de la naturaleza terrestre se deriva de la gran ley natural, de esa ley invariable que se halla por do quiera, desde las menores relaciones hasta en la unión general de todas las relaciones, dominando por todas partes bajo la influencia exterior del sol, la luz y el calor, bajo la influencia de la ley que exige que lo general llame lo particular.

Toda individualidad o multiplicidad en la conformación con la naturaleza terrestre, toda observación interior de la naturaleza indica que la sustancia y la fuerza constituyen una unidad indivisible. La sustancia (materia) y la fuerza espontánea, al obrar por todas partes, se sirven recíprocamente, la una no es ni puede ser sin la otra; en rigor, no puede ser mencionada la una sin que lo sea también la otra.

El principio de la trasformación de la sustancia en sí, hasta en las menores cosas, es el esfuerzo originalmente esférico de la fuerza que tiende a desarrollarse desde un punto, igual y espontáneamente.

Cuando la fuerza se desarrolla y se coloca libremente y sin obstáculos en todas las direcciones, encontramos su manifestación material, y su demostración corporal, en la esfera. En virtud de ello, la forma esférica o corporalmente redonda viene a ser por regla general, en la naturaleza, la de los cuerpos superiores y la de los cuerpos inferiores. Tal diremos de los cuerpos celestes, de los soles, de los planetas, de la luna, como también del agua y de todos los líquidos, del aire, de los gasiformes y del polvo (la tierra en su forma más reducida), cada uno en su manifestación individual.

En medio de toda la pluralidad, de toda la diversidad al parecer irreconciliable de las formas de la tierra y de la naturaleza, la forma esférica aparece como el prototipo, como la unidad de todos los cuerpos y de todas las formas. La esfera, considerada como cuerpo del espacio, no se parece a ninguna de las formas de la naturaleza, y sin embargo, según su ser, sus condiciones y sus leyes, las encierra todas en sí misma. Es la forma de los cuerpos que carecen de forma, y la de los sólidos más perfectos. Ni un ángulo, ni una línea, ni un plano, ni una superficie se muestra en ella, y, no obstante, tiene todos los puntos y todas las faces; lleva en sí los extremos y las líneas de todo cuerpo y toda forma terrestre, no ya en las condiciones, en la realidad de su existencia. Por eso todas las formas de los objetos de la naturaleza que viven y se mueven, tienen su principio fundamental en las leyes que sirven de base a la forma esférica, en las leyes de la esfera. Todas esas formas, salidas del estudio del ser de la fuerza, y consideradas como forma y manifestación de la fuerza, tienen, repetimos, su origen en una tendencia que necesariamente corresponde al ser de la fuerza, en virtud de su naturaleza misma; es la tendencia a manifestar, por la sustancia, de todos los modos posibles, bajo todas las formas y figuras imaginables, o hasta en las multiplicaciones y combinaciones de formas, el origen esférico de la fuerza, el ser de la esfera22.

En esta acción de la fuerza que obra espontánea o idénticamente en todos sentidos, y al propio tiempo que esta acción, aparece por diversos lados y siguiendo las direcciones diversas, como manifestaciones de la naturaleza, aparece, atado por consiguiente a la sustancia, un esfuerzo que se deja sentir hasta en las mas ínfimas partes; este esfuerzo es móvil, oscila y sirve de peso y de medida a las magnitudes variables de la acción de la fuerza y a su tensión, que varía con los lados y las direcciones diversas. Las relaciones de magnitud y de energía de la acción de la fuerza, relaciones que varían siguiendo las direcciones como la fuerza, y por consiguiente como la sustancia, y que descansan en la esencia misma de la fuerza como su manifestación necesaria, la predominancia determinada de la fuerza siguiendo ciertos sentidos determinados, las relaciones particulares de las direcciones entre sí y de la una con respecto a la otra, la intensidad de la fuerza que varía según el lado por donde se ejerce, por último, la división heterogénea y simétrica de la sustancia que es la consecuencia necesaria e inmediata de la fuerza, deben asimismo, en tanto que propiedades fundamentales de la sustancia reunida en masa homogénea, dejarse sentir hasta en los más mínimos puntos. Esas relaciones particulares y esas leyes internas de la fuerza operante son, en cada caso particular, el principio real de toda forma y figura determinada. En esas relaciones variables de magnitud y de dirección de la acción de las fuerzas, en esas diferencias de tensión, y al propio tiempo, en la gran movilidad de la sustancia, en fin, en los planos y las direcciones en donde la tensión se ejerce, descansa la ley fundamental de toda forma, de toda figura. En su conocimiento inteligente reside la posibilidad de reconocerlas según su naturaleza, sus referencias y todas las relaciones que las enlazan.

Como, por otra parte, toda cosa no se da plenamente a conocer sino cuando manifiesta su ser en la unidad, individualidad y multiplicidad, y por estos tres modos necesariamente reunidos, así también el ser de la fuerza no se da a conocer de una manera completa y perfecta sino por una triple manifestación de su ser, acompañada, como consecuencia y desarrollo necesario, de dos otras tendencias de la naturaleza: la primera, servirse de lo general para representar lo particular o inversamente de lo particular para representar lo general; la segunda, hacer interior lo que es exterior, manifestando para entrambos la unidad, y lo uno y lo otro en la unidad. En esta triple manifestación del ser de la fuerza, y al propio tiempo en estas dos tendencias generales de la naturaleza que se ejercen sobre la sustancia y sobre la forma, reside el principio de todo cuerpo individual y, por consiguiente, la pluralidad de estos cuerpos.

Además, una sola e idéntica fuerza obra en una sola e idéntica sustancia, ora aislando muchas manifestaciones individuales, ora quedando indivisible en su acción, o bien aún, obra, quedando sometida a las leyes de la formación, según la una o la otra de las relaciones de expansión que están contenidas en estas últimas relaciones de altura, de longitud, de latitud; así produce tantas manifestaciones diferentes en los cuerpos sólidos y los cristales, dando origen a los cuerpos fibrosos, radiados, granados, etc., como también a los lameliformes aciculares y otros. El primer modo de acción tiene su principio en el hecho de que tantas partes y puntos aislados como puede contener una sustancia cuya masa esté proporcionada a las relaciones interiores, tienden a manifestar sus leyes de formación, mientras que, por otra parte, opónense, por la misma masa, a la producción completa de la forma sólida. El segundo modo tiene su principio en que una de las leyes de formación tiende a manifestarse de una manera predominante o preponderante sobre las otras, en una o muchas relaciones comunes de extensión. El cuerpo sólido puro y perfecto, que manifiesta por su forma exterior las relaciones de direcciones internas de la fuerza, prodúcese cuando todas las partes aisladas de la sustancia, todos los puntos de la fuerza aparecida ya, o en el momento mismo de su aparición, se someten a las exigencias más elevadas de una manifestación general, de una representación común de la ley de formación; cuando cada punto está aislado y los grupos de puntos se enlazan entre sí; cuando, en una palabra, la completa demostración de la ley se encuentra en la figura.

El cuerpo sólido cristalizado es la primera manifestación de las formas terrestres.

En virtud del poder concedido al ser de la fuerza y en virtud de este ser mismo, existe, hasta en las más pequeñas partes, una tendencia a predominar de un lado, o de otro, siguiendo el sentido en que opera la fuerza; y recíprocamente, una detención, una tensión, y en cierto modo un obstáculo en sentido inverso; al propio tiempo también, resultan en la sustancia relaciones íntimas de tensión, siguiendo todos los lados y todas las direcciones, y por consiguiente, una facilidad más o menos grande a dejarse dividir con arreglo a esas líneas y a esas superficies de tensión.

Por tales motivos, los primeros cuerpos sólidos deben necesariamente ser limitados por líneas rectas. Además, en la primera aparición del cuerpo sólido, debe dejarse ver la resistencia a la subordinación general a las leyes de una forma determinada y a la manifestación completa de esta ley; así también los sólidos, en los que las direcciones de la fuerza tienen una acción ilegal, aparecerán antes de aquellos en los que la acción es la misma; por consiguiente, la manifestación exterior de la fuerza no será un sólido homogéneo o idéntico en todos sentidos, lo que pertenece al ser mismo de la fuerza, sino un conjunto de fuerzas unidas por el lazo de la solidez, desnuda empero de esta actividad igual en todos sentidos que caracteriza el ser de la fuerza. El desarrollo del ser de la fuerza, en la aparición de la forma sólida, se elevará también de la forma heterogénea a la homogénea más simple, mientras que el ser de la fuerza por sí mismo, en su propia manifestación exterior, descenderá de la unidad y de la universalidad de los lados hasta la individualidad de la heterogeneidad. Si consideramos ahora, si tratamos de reconocer y de representar esta última decadencia que es peculiar al ser de la fuerza, estudiaremos al propio tiempo la naturaleza, tanto en sus efectos ocultos como en sus manifestaciones exteriores, y no tan sólo en su individualidad y heterogeneidad, mas también en su unidad y universalidad23.

En toda la marcha natural del desarrollo de la forma sólida, siendo así que este desprende del estudio de los mismos objetos de la naturaleza, encuéntrase una armonía en extremo notable entre el desarrollo de estos objetos y el del espíritu; el hombre también, como cuerpo sólido, en sus manifestaciones exteriores, y trayendo siempre en sí una unidad viva, muestra en un principio la individualidad, la confusión, la imperfección. La existencia de tal analogía entre el desarrollo de la naturaleza y el del hombre, es, como toda observación de este género, altamente trascendental para el conocimiento de sí propio y para la educación propia y ajena; es un manantial de luz y de claridad para el desarrollo y la educación del hombre, porque inspira seguridad y firmeza en el manejo de las exigencias y de las materias individuales. El mundo de los cuerpos sólidos, como el del espíritu, es un mundo espléndido, rico e instructivo; lo que en el uno el ojo interior percibe en el interior, en el otro se revele al exterior.

Toda fuerza que, en la acepción más general, se da a conocer por la figura y la manifestación exterior, tiene un centro de acción de donde tiende a desplegarse y a replegarse sobre sí misma; impónese a sí propia, en tanto que fuerza, límites fijos; opera igualmente por todos lados, irradiando en el sentido de líneas rectas, y de ahí que su acción sea esférica. La manifestación de esta fuerza cuya prueba exterior es una forma homogénea, idéntica en todos sentidos, sin estar contraída por ningún obstáculo, exige necesariamente que, siguiendo una dirección dada, la fuerza opere en todos sentidos opuestos, y que, en el conjunto de todas las direcciones, haya siempre tres, que en medio de todos los sistemas de fuerzas dirigidas y entremezcladas en todos sentidos y siguiendo todas las direcciones, estén igualmente inclinadas, prolongadas en los dos sentidos y en ángulo recto la una sobre la otra. Estas direcciones serán tales que, aunque cada cual espontánea y completamente independiente de las otras, permanezcan en el equilibrio más perfecto. Sin embargo, a causa de la idea de medida contenida en la fuerza misma, existirá, en medio del conjunto de todos los sistemas de tres direcciones triangulares, un sistema preponderante que excluirá todos los demás, predominará sobre ellos y será de los mismos completamente independiente. Este acto de separación y discernimiento deberá verificarse por la observación puramente intelectual de la fuerza, puesto que se encierra de una manera igualmente necesaria en el ser de la fuerza y en las leyes de la actividad del espíritu humano.

La acción de la preponderancia de estas tres dobles direcciones, equivalentes entre ellas (y rectangulares), a las cuales todas las demás direcciones están simétricamente subordinadas, no puede producir sino un sólido limitado por líneas y superficies planas. Este sólido será tal que, en todas sus manifestaciones, en todas sus partes, en todo su exterior en fin, exprese, y esto de muchas maneras diferentes, el ser exterior y la acción de la fuerza, siguiendo las grandes leyes de la naturaleza, siguiendo su función, su determinación propia, y siguiendo el fin particular a donde se dirige; y este sólido regular cuyo exterior, imagen del interior, está formado por seis caras, no es otro sino el cubo. Cada ángulo muestra la equivalencia y la disposición en ángulos rectos de las tres dobles direcciones que se encuentran al interior; indica también por consiguiente, el centro de todo, y esta prueba repítese ocho veces: cada una de las caras, como tiene cuatro ángulos, demuestra cuatro veces la ley.

Igualmente cada uno de los tres grupos de cuatro aristas representa de una manera cuádruple las direcciones interiores de la fuerza; las seis caras muestran, en su centro, de una manera evidente, aunque invisible, las seis extremidades de las tres direcciones dobles, y, como consecuencia inmediata, determinan el centro invisible del sólido.

En esta forma sólida del cubo, es en la que aparece en el más alto grado de tensión el esfuerzo de la fuerza en busca de manifestación esférica. En lugar de todas las caras, encuéntranse allí caras aisladas; en lugar de todos los puntos, de todos los ángulos, puntos y ángulos aislados; en lugar de todas las líneas o aristas, un número limitado de aristas; y este pequeño número de ángulos, de líneas y de caras predomina sobre todos los demás que le están subordinados y están bajo su dependencia. Por ahí aparece al exterior, de una manera clara y evidente, una tendencia ya bien visible en sí misma según el ser de la fuerza, y que deriva de éste necesariamente; es la tendencia a manifestarse no sólo como cuerpo que ocupa espacio, sino en cada figura particular, como puntos y por puntos, como líneas y por líneas, como superficies y por superficies. Al propio tiempo, y como consecuencia necesaria, resulta de ahí un esfuerzo de la fuerza, para desarrollar los puntos en líneas y superficies, o para manifestar la línea como puntos y superficies, para condensar, de cierto modo, las líneas en puntos o desarrollarlas en superficies, y en fin, para condensar los planos y superficies en líneas o en puntos, o para manifestarlos como tales. Esta función, actividad y trabajo de la fuerza resaltarán en lo sucesivo a cada paso que hagamos en el estudio de los cuerpos sólidos, en términos de que todo el papel de la fuerza, en el círculo de esa formación, parece concretarse a ese esfuerzo, y todas las formas sólidas, cualesquiera que puedan ser, parecen deber a ese esfuerzo, y no a otra causa, su existencia. Pero, al propio tiempo, sucederá, y deberá suceder, que la primera aparición de las grandes leyes y de los esfuerzos de la naturaleza manifieste cada cosa como unidad, individualidad y pluralidad, que represente lo general por lo particular, a fin de que haga exterior lo que es interior, interior lo que es exterior, o infunda la armonía y la unión en todo. Como no olvidemos jamás, como tengamos sin cesar ante nuestros ojos que el hombre también está enteramente sometido a esas grandes leyes, que casi todas sus manifestaciones vitales, que su destino mismo, diremos, tiene su fundamento en aquellas, conoceremos a la vez por este estudio la naturaleza y al hombre mismo, y aprenderemos a desarrollar y a educar el hombre de una manera conforme y fiel a la naturaleza y a su ser.

Procedamos ahora paso a paso de la observación del cubo al estudio y a la derivación de todas las demás formas sólidas. Los ángulos o extremidades del cubo se esforzarán para desarrollarse en superficies y manifestarse como tales, las superficies para trasformarse en extremidades; en particular, las seis direcciones centrales, invisibles al interior, pero evidentes en cada una de las seis caras, direcciones que resultan como consecuencia inmediata de la existencia de tres direcciones equivalente de la fuerza, se esforzarán por hacerse visibles al exterior y por aparecer como aristas. El resultado de este esfuerzo, en las leyes del sistema cúbico, es un sólido que tiene tantas superficies o lados, como el cubo tiene ángulos o extremidades, y tantas aristas como el cubo, pero en direcciones intermediarias. El sólido así producido es al octaedro regular. En esta figura vese de nuevo de una manera claramente visible, o bien evidente invisible, lo que se oculta al interior; no obstante, las indicaciones dadas por el cubo deben bastar a deducir las mismas consecuencias de la sola inspección del octaedro24.

Cada una de las tres parejas de direcciones equivalentes y fundamentales está representada exteriormente en el cubo por tres parejas de lados o caras; en el octaedro, por tres parejas de ángulos o extremidades; debe, pues, necesariamente existir una tercera fuerza sólida en la cual aquellas sean representadas por tres parejas de aristas o de líneas: en el cubo, las seis extremidades de las tres direcciones equivalentes y dobles de la fuerza están determinadas por seis lados o caras, en el octaedro por seis ángulos o extremidades; debe, pues, necesariamente existir también una forma sólida en la cual aquellas estén determinadas por líneas o aristas, y esta forma es el tetraedro regular: su carácter está suficientemente determinado, si se le compara con el cubo y con el octaedro, y el interior, del que el exterior es la mera expresión, se encontrará fácilmente deduciéndolo de la observación del cubo.

Así pues, observando y examinando las operaciones necesarias y las consecuencias de una fuerza que opera esféricamente y se manifiesta por la formación de la sustancia, hemos deducido de esta fuerza tres cuerpos terminados por líneas rectas y superficies planas, de los cuales el cubo es la forma primera, y por decirlo así, la forma núcleo, mientras que el octaedro y el tetraedro son las formas secundarias y, en cierto modo, derivadas o accesorias.

Examinemos ahora el Cubo el Octaedro y el Tetraedro en su respectiva posición natural, que necesariamente resulta de su modo de formación: hallaremos aún en perfecta armonía con el precedente curso de nuestras observaciones, y como consecuencia indispensable de la ley general de la naturaleza ya enunciada, los resultados siguientes. El cubo descansa sobre una cara, el octaedro sobre una extremidad, y el tetraedro sobre una arista, y, en cada uno de estos tres sólidos, el eje de la figura coincide necesariamente con una de las tres direcciones principales equivalentes, y se confunde todo entero con ellas.

Estas tres formas sólidas, consideradas como cuerpos aislados, independientes de los demás, y como buscando en sí mismos y por sí mismos su punto de reposo y equilibrio, condúcense como sigue, cuando se les abandona a su espontaneidad: el cubo descansa de una manera siempre simétrica y estable sobre una de sus caras que le sirve de base; el octaedro y el tetraedro, por el contrario, tienden a caer, y de ahí, en cada uno de ellos, uno de los lados se convierte en base; al mismo tiempo, los dos sólidos presentan un propiedad nueva, y que les es casi exclusivamente propia, es que el eje, línea vertical o línea de un medio, no coincide ya con una de las tres direcciones principales, mas corta las tres en ángulos iguales.

Por la misma razón de que el ser del octaedro y del tetraedro descansa enteramente en el del cubo, y hace uno con este, y de que, además, la forma del octaedro y del tetraedro deriva de la forma del cubo, resulta necesariamente que la propiedad que tienen los ejes o líneas verticales de ambas formas derivadas, de cortar en ángulos iguales las tres direcciones fundamentales equivalentes, debe ya existir en el cubo; esta propiedad es, por lo demás, una consecuencia de la ley de equilibrio que domina en la naturaleza. El hecho pues de que el octaedro y el tetraedro caigan de tal suerte, que el eje o línea vertical venga a colocarse en medio de tres direcciones fundamentales, exige, como consecuencia necesaria, que esta línea tome la misma dirección en el cubo de donde aquellas derivan. Este cubo primitivo aparece pues descansando sobre uno de sus ángulos, de tal suerte que la línea vertical o eje parte del ángulo, paga al centro y se dirige a la extremidad opuesta. No es esto, de nuevo, una de las tres direcciones fundamentales, sino una división perfectamente intermediaria entre estas; y lo propio que el cubo, al cambiar de eje, cambia en sí mismo completamente de naturaleza, produce aquel también, exteriormente por la derivación, una manifestación distinta, una forma del todo nueva. En la posición normal, dos y dos caras, dos y dos o cuatro y cuatro aristas, o extremidades aparecen siempre simultáneamente; todo marchaba por números pares, por dos o por cuatro; actualmente, todos los alimentos aparecen agrupados tres a tres, tres y tres lados, tres y tres aristas, tres y tres extremidades.

En lugar del número dos, aparece ahora el número, tres, y con éste, en la naturaleza, toda una nueva serie de formas caracterizadas por este nombre, y cuyo estudio, cuyo desarrollo, debe preceder también el de las formas sólidas caracterizadas por tres direcciones equivalentes entre ellas.

En virtud del esfuerzo que hace la fuerza, y el cual se manifiesta en sí mismo y en las formas sólidas, para desarrollar los ángulos en aristas y caras, concentrar las aristas en ángulos, y extenderlas en superficies, reemplazar las superficies por aristas o por ángulos; en virtud del esfuerzo que hace la fuerza para hacer exteriormente visibles y manifestar direcciones, puntos, líneas, superficies, interiormente ocultas o invisibles, más exteriormente invisibles, aunque fáciles de reconocer; en virtud de la tendencia de todos los cuerpos sólidos a manifestar exteriormente la esencia homogénea, idéntica en todos sentidos, el origen esférico de la fuerza, y a recobrar en sí mismos y por sí mismos la fuerza esférica; en virtud de todos estos esfuerzos y por medio de los mismos, el cubo, el octaedro y el tetraedro determinan tres series de formas, que, en las diversas direcciones, están estrechamente enlazadas entre sí, pero que, por un pequeño número de elementos principales y por un número más reducido aún de elementos accesorios, vuelven poco a poco a la forma esférica y al fin la revisten por sí mismas.

En la formación de todos los cuerpos sólidos hasta aquí considerados, las tres direcciones principales equivalentes entre ellas se han siempre mostrado igualmente activas y características.

Pero ahora, en virtud del poder dado al ser mismo de la fuerza, e inherente a este ser, de extenderse y de replegarse sobre sí mismo, en virtud de las relaciones de tensión de la fuerza y de la sustancia que la acompaña, relaciones que resultan necesariamente de las leyes basadas en la fuerza misma, debe producirse necesariamente, con motivo de la formación progresiva de los cuerpos sólidos, una diferencia entre las tres direcciones fundamentales, perfectamente iguales y equivalentes entre ellas. Estas relaciones de diferencia o de desigualdad, que tan fatalmente nacen, deben ser las siguientes: la una de las tres direcciones principales, la que coincide con el eje de la figura, no es ya igual a las dos otras equivalentes entre ellas y basadas sobre la primera de un modo idéntico; es mayor o menor. En la serie de los sólidos que del primer caso resultan, los prismas de base cuadrada y el octaedro agudo serán las formas principales; en la segunda serie, lo serán las tablas de base cuadrada y el octaedro obtuso. Como trátase aquí simplemente de las relaciones interiores fundamentales y necesarias de la fuerza, resulta por necesidad que no examinaremos ni estudiaremos todas las variedades de sólido que resultan de las relaciones externas de extensión de la sustancia. Los elementos de ambas series de sólido, así determinados, procederán siempre cuatro por cuatro o por grupos múltiples de cuatro: serán los sólidos de cuatro miembros.

Por lo mismo que, en todo lo que precede, hay una sola de las tres direcciones equivalentes que sea igual a las dos otras iguales entre ellas, por lo mismo puede darse y se dará que las tres direcciones principales sean todas desiguales entre ellas. Los sólidos que resultarán de la aparición y de la manifestación de esta desigualdad, serán principalmente tablas de base rectangular y octaedro de tres secciones diferentes. Los elementos de ambas series de formas proceden aquí dos por dos o por grupos múltiples de dos: son sólidos binarios.

En la producción de estas formas, los miembros del mismo nombre pueden ser homogéneos e isopolares o bien heteropolares; el primer caso pertenece a la serie más arriba determinada; el segundo, sea a formas cuyos elementos son los unos iguales y agrupados por dos, los otros desiguales, sea a formas cuyos elementos todos son desiguales.

Las derivaciones sucesivas de estos sólidos obedecen también a las leyes, y a los esfuerzos residentes en el ser de la fuerza; los ángulos se desarrollan en aristas y superficies, y recíprocamente, y acercándose así a la forma esférica, corporalmente redonda, tienden a manifestar exteriormente las direcciones que reposan al interior. Todas las formas resultantes de estas relaciones de las tres direcciones principales equivalentes entre ellas, son esencialmente características en su aparición y su formación, porque sus propiedades fundamentales lo son también.

Tales son los principios fundamentales para reconocer, estudiar y derivar todas las formas sólidas que poseen tres direcciones principales, idénticas entre sí, lo mismo en su manifestación individual que en sus relaciones de reciprocidad, de enlace y de afinidad. Los cuerpos sólidos cuyo eje de figura cae intermediariamente a las tres direcciones principales, y cuya forma primitiva es el cubo ya estudiado, que descansa sobre una de sus extremidades, reclaman ahora una observación más extensa.

Cuando, por vez primera, hemos visto aparecer el cubo en una posición tal, que el eje de la figura parta de uno de los ángulos, a través del centro, hacia el ángulo opuesto, y así uno de los ángulos esté a la base y el otro a la extremidad del sólido, hemos ya reconocido una parte de las propiedades que resultan de la agrupación de los elementos tres por tres; pero además, cuando se le examina con mas detención, se le encuentran aún diversas leyes de formación enteramente características y, por consiguiente, propiedades particulares que de ellas dependen.

Por de contado, a simple inspección del cubo en esta posición, preséntase la propiedad característica de que las seis caras que lo limitan no aparecen más como seis cuadrados perfectos, con diagonales iguales; son figuras en verdad simétricas, pero cuyas diagonales tienen diferentes longitudes; tienen la forma de (losanges), y lo que en un principio limítase a aparecer apenas al exterior, muéstrase en breve predominante, merced a leyes externas en el curso de la formación y del desarrollo de los cuerpos sólidos. Por esta razón todos los sólidos de esta serie, limitados por seis planos iguales, lo son por seis rombos iguales; la forma principal de este sistema de formación es el romboedro y los caracteres y las leyes fundamentales que residen en el romboedro, vienen a encontrarse en todas las formas subsiguientes.

El número de formas derivadas del romboedro es grande, muy grande, y se extiende casi hasta perderse de vista; sin embargo, según la forma primitiva, se les puede dividir en muchas series, cada una de las cuales tiene, a su cabeza, una forma principal íntimamente enlazada con la forma primitiva. -Las tres aristas terminales de la base y de la cúspide, obedeciendo a las leyes ya enunciadas de las direcciones vueltas en el interior e invisibles aunque manifiestas al exterior, se transforman en superficies que, al encontrarse, impónense recíprocamente límites a su formación. La forma así derivada es un sólido limitado por dos grupos de seis caras, que se reúnen en la cúspide y en la base, con aristas terminales perfectamente idénticas: es el hexagondodecaedro, sólido de dos cúspides y aristas iguales. Las aristas laterales, también según las propiedades internas, están modificadas por facetas inclinadas la una sobre la otra, y la forma que de ahí deriva es un sólido igualmente limitado por dos grupos de seis caras, que se reúnen en la cúspide y en la base; sólo que las aristas no son ya todas idénticas entre ellas, sino alternativamente iguales en la cúspide y en la base: es el escalenoedro de dos cúspides y aristas en agrupaciones de tres por tres.

A partir del romboedro o de los dos dodecaedros más arriba determinados, la modificación de los ángulos o de las aristas laterales por caras dirigidas siguiendo el eje, y la de los ángulos terminales por dos caras de la misma especie, determinan dos nuevos sólidos: son los sólidos de seis caras laterales y dos caras terminales rectas, que se distinguen por su constitución interior y también por el modo de formación; el uno de los prismas deriva de los ángulos laterales, el otro de las aristas laterales de la forma primitiva; por tal motivo, éste es llamado prisma hexagonal recto de las aristas, y aquél, prisma hexagonal recto de los ángulos. En vista de las relaciones internas arriba mencionadas, las formas primitivas y principales siguen entre ellas el orden siguiente:

ROMBOEDRO

Hexagondodecaedro Escalenoedro
de dos cúspides de dos cúspides
aristas iguales. aristas agrupadas tres por tres.
Prisma de ángulos Prisma de aristas
recto recto
de seis caras iguales. de seis caras laterales.

En virtud de las leyes de la naturaleza ya enunciadas y aplicadas, en virtud de las que rigen la fuerza en sus manifestaciones y hacen que los ángulos se desarrollen en aristas, en caras, y recíprocamente; en virtud, repetimos, de esas leyes y de otras que de las mismas necesariamente se deducen, todas las formas principales y primitivas derivadas hasta aquí de la esencia misma de la fuerza darán origen a su vez, por rigurosas y legítimas deducciones, a todos los sólidos cuyos elementos están agrupados tres por tres y que ya existen y están determinados en ellas, así como a todas las formas intermediarias y de transición que relacionan uno de estos sólidos con el otro; la figura se aproximará, de esta suerte, más y más a la forma esférica. Así pues, en esta cantidad de formas cuyos elementos están agrupados tres por tres, formas hechas necesarias, es verdad, por los principios que preceden, aunque innumerables en sus transiciones, y en relación todas con los sólidos primitivos que resultan de la existencia de tres direcciones equivalentes, en toda esta cantidad de formas, cada sólido en particular encuéntrase comprendido y determinado, y la serie misma queda aquí enteramente cerrada. Sin embargo, en virtud del trabajo general de la cara, y de otras relaciones especiales y características, cada sólido individualmente derivado de las leyes hasta aquí reconocidas, podrá dar y dará a su vez otras diversas formas en las que predominará ora la longitud, ora la latitud, ora el espesor, pero que siempre serán simples. Con efecto, las formas derivadas hasta aquí de la esencia de la fuerza, son siempre simples y aisladas; no obstante, por resultado de la tendencia a producir formas limitadas por líneas rectas, tendencia que es, en verdad, hija de la esencia misma de la fuerza, pero que atrae siempre un desarrollo más completo de esta fuerza, el conjunto de la fuerza que, al principio, procuraba trabajar de una manera homogénea, idéntica en todos sentidos, ha llegado a una tensión tal, a una tal oposición así interior como exterior, que, en la manifestación interna, su primer efecto es destruir o igualar de todas las maneras posibles esta tensión, esta oposición.

La primera y la más simple manifestación de este esfuerzo, en los límites de la formación de los cuerpos sólidos, es reunir las formas en posiciones y direcciones completamente opuestas, para con ellas producir y formar otras; de ahí resultan cuerpos que, en un conjunto en apariencia único, reúnen dos, tres, cuatro o mayor número de formas sólidas, que tienen posiciones y direcciones completamente opuestas, haciéndose equilibrio entre ellas; y la última expresión de esta ley de unión, que no conviene tratar de descifrar, no es sino un conjunto de formas sin leyes aparentes.

Al mismo tiempo que este último modo de formación, aparece toda una nueva serie de formas compuestas y aglomeradas, que no parecen ser sino imitaciones de formas de un orden más elevado; tales son las agrupaciones botrioides, tuberculosas, esféricas. En esta última categoría, en particular, cada cuerpo individualmente sensible manifiesta de nuevo una de las direcciones idénticas, obrando primitivamente en la fuerza, y, por su conjunto, parecen reproducir lo que a cada cuerpo aislado era imposible, a saber: la forma esférica primitiva. En este orden de formación, y brillando como en un espejo, aparece la vida, es decir, una unión interna y viva entre los cuerpos sólidos, y sobre todo un conjunto desde luego uno e idéntico, como aparecerá más y más claramente a cada paso que demos en el desarrollo de la naturaleza.

Todas las formas, todos los cuerpos precedentes, en tanto que manifestaciones exteriores, no pertenecen sino al mundo de la materia, al mundo en que la fuerza sola opera. Su unidad de forma, aquella que crea, por decirlo así, todas las otras, es la esfera; todas estas formas, en su conjunto, muestra la ley siguiente, esencialmente característica: sus elementos son o múltiples de dos, y en enlace directo con este número, o bien múltiples de tres, agrupados tres por tres; por el contrario, excluyen de una manera absoluta toda acción de las direcciones de la fuerza encaminadas a producir arreglos sobre la base de los números cinco o siete, es decir, las combinaciones del número dos (o cuatro) con el número tres (o seis), así como todas las formas que de ello se deducen. Con efecto, esas combinaciones por cinco y por siete no parecen ser sino combinaciones sin orden en vez de agrupaciones perfectas; o bien son accidentales y fugitivas. Más allá, todas las formas sólidas aparecen completamente homogéneas en sí mismas, sin centro necesariamente determinado o estable, pero con un centro variable, en relación con ciertas condiciones, y que por lo tanto desaparece al mismo tiempo que esas condiciones; por consiguiente, en una sustancia homogénea y que permanece homogénea (lo que se llama materia), la acción de la fuerza no puede aumentar sino por crecimiento de la masa o de la sustancia; por consiguiente también, la fuerza operante aparece como unidad simple, unidad en verdad organizada, pero no como unidad encerrando en sí una pluralidad, no, decimos, como una reunión de miembros.

Tal es el desarrollo y la manifestación de la fuerza, en tanto que productora de sólidos inanimados; tal es el grado de desarrollo que puede aquella obtener en los límites de esas formas. Sin embargo, según lo que ya conocemos del ser de la fuerza con las manifestaciones exteriores de la forma, este ser, en tanto que espontáneo y operando idénticamente en todos sentidos, exige necesariamente, no tan sólo lo que nos ofrece el cuerpo sólido inanimado, un centro variable, en relación con ciertas condiciones y que desaparece con esas condiciones, sino también un centro que sea fatalmente determinado por el ser y la acción misma de la fuerza, un punto que sea perceptible hasta en la figura, que sea el punto de partida y de vuelta de todas las manifestaciones, de todas las actividades de la fuerza, y que sea no solamente el punto de concurso, sino también el punto de apoyo y de determinación de esta fuerza. Este punto único y potente, no nos está mostrado por la serie de las formas sólidas, ni el cuerpo inanimado puede mostrárnoslo, porque uno excluye necesariamente toda idea de otro, por inevitablemente que este punto se halle unido al ser de la fuerza, a su manifestación y a su desarrollo hacia la perfección.

Por lo demás, la sustancia sometida a las leyes de los cuerpos sólidos terminados por planos, que, en virtud de estas leyes y por ellas, está condensada en sí misma, sólida y organizada hasta en sus más pequeñas partes, hace también imposible la existencia de una forma correspondiente a un punto semejante; porque la sustancia idénticamente organizada de todos lados, excluye necesariamente, como tal, la preponderancia de uno o muchos puntos, de uno o de muchos centros de actividad de la fuerza; por consiguiente también, la introducción de un centro de unión y de actividad de la fuerza excluye de un modo asimismo imperioso la idea de sustancia organizada, la solidez de la materia y, por tanto, la misma forma sólida.

Además, la fuerza, en tanto que fuerza, en su desarrollo y en sus manifestaciones, pide y exige, (bajo pena de no poder elevarse al papel de fuerza espontánea) una diversidad, una pluralidad en sus acciones y manifestaciones las cuales tengan por lazo la unidad, y todas las cuales salgan y se deriven de la unidad. No basta, para ello, que el ser de la fuerza y el esfuerzo que le ha sido dado en su origen para su manifestación y su desarrollo completos, estén en sí mismos organizados, es decir, que obren diferentemente en diferentes sentidos; el esfuerzo original exige, además, una composición de miembros diversos, un conjunto de fuerzas reunidas por la unidad, todas las cuales se derivan de una unidad, y, en consecuencia, dependen de ella, y cada una de las cuales lleva en sí una acción espontánea, reuniéndose todas para manifestar juntas la forma determinada por su unidad. Una fuerza así compuesta arrastra, como consecuencia necesaria, una sustancia que le sea de la propia manera. Tal es la sustancia que, a cada lugar que la actividad de la fuerza le asigna, actividad que necesariamente deriva de la unidad de la fuerza, se encuentra en estado de satisfacer a todas las exigencias individuales y generales de esta fuerza; tal es también la sustancia que se somete espontáneamente y de un modo completo a las exigencias de una fuerza compuesta, para manifestar sea lo general o lo particular, sea lo interior o lo exterior, no importa qué sentido o dirección de la fuerza. La propiedad de la sustancia, de estar formada por miembros, supone una libre determinación de esta sustancia, determinación que podrá obrar en todos sentidos y sin obstáculos; sólo que excluye toda sustancia condensada en sí misma y posesora de una forma sólida organizada. De consiguiente, una fuerza compuesta excluye toda sustancia organizada, y quiere una sustancia compuesta de miembros. Sólo cayendo en un estado completamente informe, perfectamente idéntico en todos sentidos, en un estado desprovisto de toda coherencia, de todo lazo. Sólo, en una palabra, por una dislocación y una desunión completa puede la sustancia organizada pasar a un grado más elevado de formación, convertirse en sustancia compuesta. Aquí muéstrase, de nuevo, la vida en sus manifestaciones; aquí, como en un espejo, aparecen de nuevo las exigencias y las leyes de la vida, en lo que esta posee de más elevado, de más intelectual. En este grado de desarrollo de la naturaleza, reconócese y penétrase la esencia misma de la naturaleza, conocimiento que tan alto interés reviste para educación propia y ajena.

Con el ser de la fuerza, y haciendo uno con ella, aparece pronto el doble esfuerzo que la misma practica hacia adelante o hacia atrás: el uno de estos esfuerzos está enlazado con el otro, se encuentra en el otro y es para el mismo una necesidad. La fuerza, por lo demás, que partiendo de una unidad determinada y perceptible, desarrolla fuera de ella una pluralidad en relación con la unidad primitiva, exige necesariamente, por lo mismo, un esfuerzo de la fuerza que opere alternativamente hacia adelante o hacia atrás. De consiguiente, así como ese doble esfuerzo excluye y anula la fijeza, la misma forma sólida de la sustancia, así como excluye la simultaneidad y, en cierto modo, la confusión de dos elementos hacia adelante o hacia atrás, así también, por el contrario, dado que la fuerza parte de un centro determinado y perceptible, y está en relación con el centro, produce ya una separación momentánea, ya una reunión momentánea, y, al exterior también, vénse aparecer movimientos opuestos, distintos y momentáneos de la fuerza, movimientos perceptibles en la materia y por ella; es una oscilación, una palpitación, una pulsación de la fuerza.

En la forma sólida (en el mineral) el desplegar y el replegar de la fuerza son iguales y se neutralizan; de ahí que el cuerpo esté en un estado inmóvil. Desde que el equilibrio entre ambos efectos de la fuerza se rompe, la inmovilidad cesa, el mineral redúcese a polvo o pasa al estado fluido o al estado gaseoso.

Esta independencia, esta libertad de las moléculas que componen la forma sólida es el primer estado de la fuerza; su concentración y su estado de equilibrio en los sólidos son ya un perfeccionamiento.

Si las pulsaciones del efecto expansivo y del efecto restrictivo de la fuerza se cambian rápidamente y por un movimiento constante y regular, la fuerza toma el nombre de vida.

El punto que lleva en sí mismo la vida espontánea, independiente, y que la proyecta en todas direcciones, es el corazón. Este punto único en el centro de la vida es un nuevo perfeccionamiento de la fuerza.

La fuerza tiende así a hacerse más y más independiente de la materia. La más o menos grande expresión de la vida no depende ya de una más o menos grande cantidad de sustancia. Esta no es sino la forma o la figura bajo la cual se revela la vida.

Todos los cuerpos vivos se clasifican, desde su primera aparición, en dos series: en la una, la vida está subordinada a la materia; en la otra, la materia está subordinada a la actividad vital.

La primera de estas series se titula, con razón, la serie de los seres vivientes; la segunda la que lleva en sí misma el movimiento espontáneo de la vida, denomínase la serie de los seres animados.

De modo que bajo el punto de vista de la fuerza, dividiremos como sigue todo lo que tiene una forma en la naturaleza:

Cuerpos inertes.
Cuerpos vivientes. Cuerpos animados.

Sentado que el movimiento vital lleve sin cesar la actividad al punto que es el centro de la misma, o al corazón, y que, en este retroceso, cree sin cesar una nueva fuerza, producto de una sustancia exterior, siguese de ahí, que los cuerpos vivos se acrecientan por la intervención de elementos ajenos.

Este acrecentamiento interior de los cuerpos vivos y de los cuerpos animados es el resultado de esta ley universal de la naturaleza, en virtud de la cual lo particular llama a lo general, lo general resulta de lo particular, y lo particular supone e implica necesariamente lo general.

Esas propiedades de la fuerza que se desarrolla, revélanse en las diversas formas que aquella imprime a la sustancia. Esas formas tienden a modificarse según los grados del desarrollo de la fuerza.

Así la forma circular, que aparece con frecuencia en los cuerpos brutos y sólidos, encuéntrase también en los cuerpos vivos y en los cuerpos animados, pero con la diferencia de que en los primeros, la radiación, así como el plano que de ésta depende, son dominantes, y la forma circular subordinada; mientras que, en los últimos, es la forma circular la que tiene la predominación, y se le subordina la radiación como lo que de la misma depende.

En los cuerpos vivos y en los cuerpos animados, la fuerza produce la división de los miembros; pero en las plantas en donde la vida está sometida a la sustancia, las formas, al irradiar, se aproximan a las formas de los cuerpos sólidos. Esto se reconoce por las relaciones de los miembros, relaciones importantes, por lo que indica el fin de las direcciones de la fuerza, a las cuales las formas sólidas y todas las manifestaciones sucesivas y graduadas deben su configuración particular.

Lo propio que las formas sólidas cuyas caras iguales se corresponden tienen este sencillísimo carácter; así las plantas cuyos órganos están dispuestos por dos, tienen una organización particular, que las distingue claramente de aquellas cuyos órganos están dispuestos por tres. Las plantas formadas según el número dos revelan esta organización simétrica y binaria, tanto por la disposición de sus hojas como por la forma cuadrada de su tallo. A esta propiedad del número se agregan propiedades particulares. Así las plantas pertenecientes a la clase de dos y dos esparcen un olor aromático que las caracteriza.

Las formas de la vida no se contentan con las relaciones de dirección observadas en los cuerpos inertes. El número cinco, que no aparece sino raramente y de una manera fugitiva en los minerales, hácese dominante en las plantas y en los animales. Es que la fuerza dotada de vida adquiere una actividad más grande.

La aparición del número cinco y las consecuencias que de su aparición resultan son simbólicas y significativas.

Notemos desde luego que este número, aunque muy frecuente en el reino vegetal, aparece raramente en este último de una manera clara y bien determinada. Está, de ordinario, producido, sea por la separación de una de las direcciones fundamentales de las plantas cuyos miembros corresponden por cuatro o por dos, sea por la reunión y el adherimiento de dos órganos de las plantas cuyos miembros corresponden por tres y tres.

En las plantas pertenecientes a la ley de dos y dos, cuyas flores indican el número cinco, este número no se obtiene sino por la separación, la división de una de las direcciones iguales. Puede siempre reconocerse en que dos y dos se corresponden, mientras que uno quedará solo. Tal es el caso para las plantas cuyas hojas son alternas. El equilibrio entre el dos y dos no puede restablecerse sino con mucha dificultad; estas plantas resisten a toda variación.

Muy distinta cosa sucede con aquellas que dependen de la ley tres y tres, y en las cuales el número cinco es atraído por la reunión de dos de las direcciones fundamentales. Tal es, por ejemplo, la rosa, a este grado de formas de la vida, el número cinco aperece como uniendo dos y tres. En tanto que tres y dos, aquél divide y aquél une. Es realmente el número de la vida, puesto que no conviene sino a las formas vivientes y a las formas animadas. Pertenece a las plantas que llevan en sí la mayor aptitud por varia y la más elevadas perfección. Tales son los árboles frutales con pepita, hueso, y los de las regiones meridionales. ¿No son ellos susceptibles de perfección indefinida?

Y en el mundo de las flores, ¿no hallamos por ventura lo propio? Por ejemplo, en las rosas que pertenecen al número cinco, procediendo de tres y tres, ¿no son sus variedades innumerables? Así también ¿no ofrece cada comarca diferentes especies de patatas? ¿No sucede lo propio con todas las flores pertenecientes al número cinco casi exclusivo? Nada tan fácil como multiplicar sus variedades y perfeccionarlas. Tales las rosas, los claveles, las orejas de oso, los ranúnculos.

Así, por donde quiera que aparezca el número cinco, revélase una alta expresión de la vida, de la vida elevada a un alto grado.

Las formas sólidas (los minerales) en las que las caras son rectas, iguales y simples, ostentando por esta razón, en un grado débil la multiplicidad de la fuerza, pueden ser miradas como una figura, como un símbolo de sentimiento. Aquellas, por el contrario, cuyos miembros están formados por tres y tres, parecen ser, por su constante separación exterior y por su variedad, la imagen del ingenio y del saber. En estas formas, puesto que el eje se separa de cada una de las tres direcciones fundamentales y puede sustituirse a cada una de ellas, el poder divisor es infinito. Nada hay que el prisma triangular (forma sólida de tres caras) no divida. La luz misma está sometida a su acción. ¿No es esto la imagen del hombre intelectual, elevándose al conocimiento por el desarrollo de las fuerzas del alma? El espíritu que tiende a conocer, ¿no procede por la duda y el análisis, esto es, por la división de los objetos sometidos a su examen?

Con respecto a la esencia de la fuerza y a las acciones particulares de la fuerza, en tanto que viva y una en sí, la naturaleza y el mundo vegetal nos ofrecen también las manifestaciones siguientes:

Examinando una forma viva de la naturaleza, una planta, por ejemplo, hallamos que cada una de sus partes parece estar en posesión de la fuerza entera, pero en grados diversos, según el desarrollo de la forma. La fuerza es completa en la planta: lo es igualmente en una de sus partes, en una rama, en un retoño, en una hoja, en un pedazo de su corteza. Todo revela, pues, en la planta, como ley fundamental, la unidad del ser modificándose según los grados de desarrollo. Cada fase sucesiva del desarrollo es una gradación de la fase precedente. Así los pétalos son la transformación graduada de las hojas; los estambres y los pistilos son la transformación graduada de los pétalos. Toda formación sucesiva manifiesta el interior de la planta, su ser revestido de las más delicadas envolturas, y finalmente exhalándose en su hálito, en su perfume. El grano contiene en sí el interior hecho casi exterior, y lo reproduce de nuevo en tanto que interior. Las plantas nos muestran una expansión, una gradación progresivas hasta su florecimiento, y una suprema vuelta sobre sí mismas desde el florecimiento hasta la madurez completa de sus frutos. No hay, pues, en ellas, una simple multiplicación de la fuerza, sino una gradación. De ahí viene que, si la fuerza tiende a retirarse de la planta, nótase frecuentemente una gradación inversa en el desarrollo, un regreso del grado inferior; pétalos, por ejemplos, que se transforman en hojillas del cáliz; estambres y pistilos que se metamorfosean en pétalos; fenómenos que con tanta frecuencia nos son mostrados por las rosas, las adormideras, las malvas y los tulipanes. La transformación artificial del cáliz de la flor en corola, como acontece en la primavera, es un hecho contrario, aunque del propio orden. Obtiénese cuando es colocada la flor en condiciones favorables de exposición y de alimento.

Así como en cada parte de la planta reposa el ser de toda la planta, pero de una manera particular -pues cada cosa y cada planta tiende a manifestarse universalmente en sus propiedades-, así también esta tendencia produce la forma esférica, bien visible sobre todo en el retoño que contiene las hojas replegadas sobre sí mismas. Una lesión ocurrida sobre ciertas partes de la planta, o la liberación de las partes al parecer aprisionadas, muestra asimismo que todo, en el vegetal, tiende hacia la forma esférica. Vemos de ello un hermoso ejemplo en el tenue musgo que rodea el cáliz de una de las variedades de la rosa.

Así reposa en la planta el ser de la fuerza elevado hasta la vida. De ahí que las plantas se nos aparezcan como los botones y las flores de la naturaleza. Y como por el florecimiento y la fructificación todo el ser de la planta retrocede al interior, a la unidad, así también, en el grado siguiente de la formación de la naturaleza, en la gradación de la fuerza elevándose a la vida animada, toda cosa exterior, toda multiplicidad se nos aparecerá también encerrada en un interior, en una especie de grano o hueso; porque, gracias a sus formas tan simples y tan redondas, los primeros animales semejan una simiente hecha viviente y dotada de movimiento.

La ley de la individualidad muéstrase así en la totalidad de las formas terrestres. Aunque viendo en ella misma un todo limitado, independiente, grande, membranoso, no es sino una pequeña parte del gran todo de la naturaleza.

Las formas de la fuerza elevada hasta la vida y el movimiento, es decir, los animales, tomados en su conjunto, son también un gran todo provisto de miembros, o en otros términos, una forma que lleva en sí misma la vida: ellos proclaman las leyes generales de la naturaleza, tanto en su totalidad como en su aplicación particular.

Muéstrase también, en los animales, de una manera admirable, la ley del número cinco que rige la vida llevada a un alto grado. Se la encuentra, desde la primera aparición de la vida animada, en esos seres que son los restos de un mundo extinguido. Apareciendo con la vida en los animales, el número cinco se mantiene como regla fundamental, aunque de diversos modos, acá en el enlace, allá en la separación.

Lo propio con respecto al hombre, en el cual la vida animada aparece elevada a la perfección de la inteligencia: el número cinco es en cierto modo el atributo de la mano, miembro principal del hombre, instrumento principal para emplear su facultad creadora.

Otra ley general que se revela en todo el reino animal, considerado en su conjunto y en sus detalles, es la ley que manifiesta el interior por el exterior y recíprocamente. Los primeros animales yacen en habitaciones de piedra, que, aunque distintas de ellos, mantienen blando sus cuerpos. Permanecen los mismos adheridos, por resultado de su organización, al sitio en que está fijada esta envoltura calcárea. Luego esos animales aparecen libres, independientes y no más forzosamente retenidos como la planta, a un sitio determinado. No obstante, esos animales -los moluscos con concha- siguen envueltos en una cubierta calcárea que traen consigo. Esta cubierta, en los grados sucesivos del reino animal, desaparece exteriormente; confúndese con la carne, o no aparece más que parcialmente al exterior del cuerpo, como en las escamas de las tortugas y de los pescados. Cuanto más la organización se perfecciona en los sucesivos grados del reino animal, tanto más la parte carnosa envuelve la cubierta calcárea que de antemano la rodeaba; lo que era exterior es entonces interior, y el interior conviértese en exterior: el animal es completo.

Además, otra gran ley de la naturaleza, la ley del equilibrio, se manifiesta sobre todo en el reino animal. Merced a esta ley, cada fuerza viva y animada expresa una cantidad determinada de fuerza, y dispone de una cantidad determinada de sustancia repartible entre los diversos miembros. Si pues esta sustancia se corre en exceso hacia ciertos órganos, retírase de ciertos otros; de manera que la parte en que la sustancia superabunda, se desarrolla de una manera desproporcionada en detrimento de otras partes. Así, en los pescados, el cuerpo por demás alargado fórmase a costa de los miembros. Esta ley revélase de una manera evidente cuando el hombre se compara a otros seres: su brazo y su mano semejan el ala del pájaro. ¿Quién no verá aquí que la perfección preponderante de ciertas partes se verifica en detrimento de las otras?

De ahí que toda multiplicidad de las formas naturales esté servida por el número uno, en todos los grados de su expansión, de su perfeccionamiento, como testimonio de una fuerza única; esta fuerza aparece primitivamente en tanto que es unidad, se revela claramente en la vida individual, hecha completa o independiente, y dase a conocer en tanto que sea aparición exterior, desde luego universalmente, más tarde, en cada una de las condiciones de la multiplicidad de las formas de la naturaleza. Porque la fuerza exige la posibilidad de manifestar la multiplicidad que está en ella, como un todo viviente. Aquí preséntase también esta gran verdad general, a saber, que toda cosa manifiesta plena y completamente su ser de una manera trinitaria, es a saber, como unidad, como individualidad y como multiplicidad. Así se realiza la ley del desarrollo en las formas sólidas, elevándose de la individualidad a la universalidad, de la imperfección a la perfección, por la misma serie de los desarrollos que conducen a la perfección de las cosas de la naturaleza. Así es el hombre el más perfecto de los seres terrenales; la más acabada de las formas terrenales, en la cual la sustancia corporal muéstrase al más alto grado de equilibrio y de proporción. Pero en el hombre, la fuerza, como descansando originariamente sobre una existencia externa de la cual la misma proviene, manifiéstase a este alto grado de vida, en tanto que es espíritu; de suerte que el hombre siente por sí mismo su fuerza, la comprende, la interroga, instrúyese por ella y encuentra en ella la prueba de su existencia.

En el momento en que el hombre, en tanto que es aparición externa, corporal, se muestra en equilibrio y en proporción, con la forma, en esta época de la expansión del principio intelectual y espiritual, agítanse también en él los deseos, las tendencias, las pasiones. Prodúcese en sus potencias intelectuales un movimiento y una agitación semejantes a los que se encuentran en el reino de las formas sólidas, en el reino de los minerales, en el de los vegetales y en el de los animales.

He aquí el hombre correspondiendo, por la primera serie de su desarrollo, con el primer grado de las formas sólidas, vivientes; de ahí que el conocimiento de la ley que rige su ser, sea tan importante para quien desee hacer su educación y la ajena; el conocimiento de su ser y de sus manifestaciones instruye, dirige, ilustra y consuela al hombre. Representad, pues, desde temprano al hombre, al joven, al alumno, la naturaleza en toda su simplicidad, como una unidad, como un grande y vivo pensamiento de Dios, como una sola forma de la vida universal. La naturaleza, como se muestra siempre y en cada uno de sus puntos es un todo procedente de Dios, y debe ser presentada al hombre bajo este aspecto. Sin unidad en la acción de la naturaleza, sin unidad en las formas de la naturaleza, sin conocimiento de la multiplicidad que emana de la unidad, no existe ningún conocimiento verdadero ni de la multiplicidad, ni de la historia de la naturaleza; ninguna otra enseñanza es suficiente para darlas a reconocer al alumno de una manera evidente. Esta unidad, por lo demás, es la que el alma del niño presiente y busca, desde su edad temprana, y la sola que satisface al espíritu humano.

Andad con el joven que en sí mismo lleva la vida, guiadle en el seno de la naturaleza, y ostentad ante él la diversidad de ésta: él os interpelará al punto sobre esa unidad tan animada y tan sublime que a sus ojos se revela; y vuestras explicaciones, vuestras respuestas a sus preguntas incesantes, le harán penetrar más y más en el conocimiento de los diversos y numerosos objetos de la naturaleza.

La observación de los objetos de la naturaleza, aislada y parcialmente considerados, por completo diferente de la observación de la cosa individual adherida a la unidad o a la generalidad, mata a los ojos del alma humana los objetos de la naturaleza misma, del propio modo que aniquila el espíritu observador del hombre.

Estas observaciones, encaminadas a hacer considerar la naturaleza como un solo todo, deben bastar aquí: ellas ayudarán al padre, al institutor, al maestro, a guiar al hijo, al discípulo, al alumno, por el conocimiento y la observación de las leyes de la naturaleza, a los diferentes grados y gradaciones de su unidad y de su multiplicidad; ellas les ayudarán a reconocer la naturaleza como un todo provisto de vida. Lo propio que aquí el enlace interior y animado de la actividad de la naturaleza con los objetos de la naturaleza, está representada en una generalidad, no según un lado o según una sola dirección, así también la naturaleza debe aparecer al alumno según cada uno de sus lados, según cada una de sus direcciones o actividades, no tan sólo como un todo provisto de miembros, sino también proveyendo de miembros las fuerzas, las sustancias, los tonos y los colores, teniendo, como las formas y las figuras, su unidad interna y enlace animado con el todo universal; y así como todo, por la perfección de su formación, depende de la influencia de un gran fenómeno en la naturaleza, en una palabra, del sol, que cuida y conserva toda la vida terrestre, así también parece como que todas las formas terrestres proclamen el ser del sol; tan cierto es, que todas se vuelven con avidez hacia la luz, que aspiran suspendiéndose de sus rayos como el niño fija sus miradas en los labios del padre, que le instruye, o en los de la madre, que responde a las aspiraciones de su alma; y lo propio también que la ausencia o la presencia del amor paternal influyen poderosamente sobre el desarrollo y perfeccionamiento del niño, cuyo ser no hace más que uno con el de sus padres, la presencia o la ausencia de la luz influye en el desarrollo y la formación de las formas terrenales, que son los productos del sol y de la tierra. Además, un conocimiento más exacto de los rayos y de la luz del sol nos demuestra que en la luz, las direcciones son parecidas a las direcciones fundamentales de todas las formas terrestres. Así las formas de la tierra pueden manifestarnos exterior y visiblemente, en su conjunto y en su variedad, el ser de la luz, que se nos aparece también, en tanto que unidad, en el sol; porque todos los conocimientos se encadenan entre sí. Que el padre y el hijo, el educador y el discípulo, el maestro y el alumno, los padres y el niño marchen pues constantemente hacia la noción de ese todo de la naturaleza.

Padre, Institutor, Educador, no nos aleguéis vuestra ignorancia en tal o cual cosa, vuestra completa ignorancia de vosotros mismos. No se trata solamente aquí, para vosotros, de comunicar conocimientos adquiridos, a vuestros hijos o a vuestros alumnos, sino antes bien de adquirir nuevos conocimientos. Observaréis, y, haréis observar, y la observación os conducirá, a vuestros alumnos y a vosotros mismos, al conocimiento de lo que ignoréis.

Para conocer las leyes y la unidad de la naturaleza, no hay necesidad de aplicar denominaciones científicas a los objetos de la naturaleza ni a sus propiedades; basta con la inteligencia segura, claramente determinada según el ser de la cosa o del lenguaje. Al guiar al joven en el conocimiento de las leyes de la naturaleza, no se trata de noticiarle las opiniones o las observaciones convencionales; más importa hacerle observar cada objeto espontáneo en sí mismo, y de la manera que el objeto se da a conocer a sí mismo por su forma y sus propiedades particulares y generales de cada cosa. Dad al objeto de la naturaleza el nombre puramente local, y si lo ignorarais, dadle aquel que la circunstancia misma os suministra, o mejor aún, emplead una perífrasis, hasta encontrar el nombre generalmente adoptado; no tardaréis en encontrarlo y aceptarlo como lo acepta la ciencia. He ahí por qué, Maestros que acompañáis a vuestros discípulos al campo, no confesáis vuestra ignorancia de los objetos de la naturaleza, vuestra ignorancia basta del nombre de los mismos objetos. La fiel observación de la naturaleza puede facilitaros, mucho mejor que cualquier libro, aunque poseáis el talento más común, los más profundos y los más elevados conocimientos de la individualidad y de la multiplicidad de las cosas. Cada cual de nosotros puede adquirir sus conocimientos por medio de la observación, por poco que sepa observar, y si se deje guiar por la observación, guiando a la par los jóvenes que le rodean. Padres, Madres, no os preocupéis de vuestra ignorancia, no digáis:-«¿Cómo, sin saber yo nada, puedo instruir a mis hijos?» No sabéis nada, es posible; pero ahí no está el mal. Si no sabéis nada y no obstante queréis realmente instruir, haced como el niño, preguntad a padre y a madre, sed niño con el niño, alumno con el alumno; dejáos instruir por la naturaleza, que es vuestra madre, y por vuestro padre, que es el espíritu residente en la naturaleza. El espíritu de Dios y de la naturaleza os conducirán y os guiarán, con tal de que os dejéis conducir y guiar por ellos. No digáis, pues: -«Yo no he estudiado, yo no he aprendido tal cosa o tal otra.» ¿Quién, pues, se la enseñó al primer hombre que tuvo conocimiento de ella? Proceded como él, id al manantial de la ciencia. Uno de los fines de la enseñanza superior consiste en hacer perspicaces a los hombres, en abrir su ojo interior por el interior de todas las cosas, y hacérselas así comprender al exterior. Sensible fuera para el género humano, si no hubiese más perspicaces que los que estudian según la acepción dada generalmente a esta palabra. Pero si vosotros, Padres o Maestros, os dirigís desde temprano a los ojos del cuerpo y a los de la inteligencia de vuestros hijos y de vuestros alumnos, las universidades vendrán a ser pronto lo que conviene que sean, es decir, escuelas en donde se reconocerán las más elevadas verdades intelectuales, en donde se aprenderá a manifestarlas en la conducta; en una palabra, escuelas de sabiduría, escuelas de ciencia..

Cada punto, cada objeto de la naturaleza es un camino que conduce al saber: agregaos a cada uno de esos puntos, y seguiréis el camino con seguridad. Dejaos convencer de que la naturaleza debe tener, no tan sólo un principio vivo e interior, dándose a conocer hasta en las menores cosas, sino también de que ha sido creada por un ser único, Dios; de que debe su existencia a la misma ley que lleva lo eterno a lo temporal, lo intelectual a lo corporal, y que exige necesariamente que lo particular emane de lo general y lo general de lo particular. Las manifestaciones de la naturaleza forman una escala que conduce de la tierra al cielo y del cielo a la tierra. Esta escala, figurada por las formas sólidas, es fija: reposa sobre un mundo de cristal, y el profeta David, el cantor de la naturaleza, la celebra en sus himnos. Buscad y hallad, pues, en esta multiplicidad de la naturaleza un punto fijo, una escala segura. El número es un punto fijo, y la vía que sigue, camino seguro, pues está conducido por la aparición externa de las direcciones internas de la fuerza misma. El número publica inevitablemente, tanto como le es dado hacerlo, el ser íntimo de la fuerza; no llevéis ahí sino un juicioso ojo de discípulo, una inteligencia infantil, una alma sencilla. Dejaos conducir por el ojo y la inteligencia del niño mismo; sabed, para vuestro gobierno, que un niño sencillo y natural no tolera ni acepta medias verdades ni indicaciones falsas. Seguid en silencio sus cuestiones y reflexionad sobre ellas; ambos seréis instruídos, por más que aquellas procedan del espíritu infantil del hombre. Así, pues, un padre, una madre, un maestro cualquiera que sea, puede siempre contestar a un niño. Decís acaso que los niños piden más de lo que el padre y la madre saben, y tenéis razón; pero en este caso, o bien os detendréis en los límites de lo temporal o a las puertas de lo divino, y entonces esto se revela simplemente y el alma y la mente del niño quedan en reposo; o bien os detendréis, limitados por vuestros propios conocimientos: no tengáis entonces escrúpulo en confesarlo, pero guardaos de advertir al niño, que precisamente para ese caso, la penetración humana tiene límites; esto sería rebajarla y degradarla; compradla con la vida exterior en medio de la cual vivís; conducid vuestro alumno a establecer esta relación y ambos hallaréis, no bien vuestra observación habrá madurado, la razón y la inteligencia de la cosa, tales como las reclama la razón humana; ambos veréis con claridad y con un ojo interno y seguro lo que buscáis; vuestro ojo terrenal quedará satisfecho, y encontraréis, en vuestro interior, la paz, el consuelo y el socorro en un día de necesidad.