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ArribaAbajo- XVIII -

Ejercicios sobre las manifestaciones exteriores, corporales y locales, según la ley que va de lo simple a lo compuesto.


El hombre no se desarrolla ni se forma por el solo medio de todo lo que recibe de fuera durante su juventud; pero se mide, se juzga, e instruye acerca de sí propio, sobre todo por las cosas que crea y que manifiesta fuera de sí, lo cual es el significado de las voces desarrollo y formación. La experiencia y la historia nos enseñan que aquellos hombres que en realidad han contribuido más al bien de la humanidad, lo consiguieron mucho más por lo que fueron y por lo que extrajeron de sí mismos que por lo que recibieron de fuera. Cada cual sabe que cuanto más activa y verdaderamente se instruye uno, mayores conocimientos adquiere. Cada cual sabe también, y la naturaleza nos lo enseña a todos, que el uso de la fuerza no solamente despierta la fuerza, sino que la acrecienta muchísimo; y como la encarnación, por decirlo así, del objeto, en la vida y en la acción, es infinitamente más poderosa, más productiva y más fecunda que la simple acogida por la palabra o por la noción, puesto que la forma se une a la sustancia, y por ahí a la vida, a la acción, se refiere a la mente, a la reflexión y a la palabra para el desarrollo y formación del hombre; esta encarnación, repetimos, es muy superior a la manifestación, aunque a decir verdad, sea la manifestación misma. Así la enseñanza de los objetos refiérese necesariamente a la observación de la naturaleza y al ejercicio del lenguaje.

La vida y las inclinaciones del niño no tienen más fin, verdaderamente, que la manifestación de sí mismo fuera de sí mismo; su vida, propiamente hablando, no consiste sino en una manifestación exterior de su interior, de su fuerza, sobre todo por la sustancia.

El hombre, en las formas que él mismo produce, no ve formas exteriores que deban y puedan penetrar en él, sino que ve su espíritu, las leyes y las actividades de su espíritu que deben y quieren revelarse fuera de él; la enseñanza y la instrucción tienen particularmente por objeto hacer salir del hombre muchas más cosas de las que recibe del exterior, porque lo que el hombre recibe, poseíalo ya, era ya propiedad de la humanidad; que cada uno de nosotros, precisamente por ser hombre, debe crear y desarrollar de nuevo y fuera de sí mismo según las leyes de la humanidad; pero ignoramos lo que debe y quiere desarrollarse aún de la humanidad, del ser de la humanidad, de todo lo que no es aún una propiedad del género humano, porque el ser humano, como el espíritu de Dios, crea sin cesar fuera de sí mismo. Por luces que pueda apartar, y que realmente aparta la observación de la vida que nos es propia, o de la que nos es extraña, nosotros, y aun los mejores de entre nosotros, desde el momento en que sinceramente buscamos la inteligencia y la penetración de las causas de la vida, de lo que somos, no podemos dejar de hallarnos imbuídos y como saturados de preocupaciones y opiniones recibidas de fuera, del propio modo que las plantas que crecen sobre el borde de las fuentes minerales están cubiertas de cal. He ahí por qué prestamos tan escasa atención al estudio de la vida. Persuadámonos bien, empero, nosotros que tenemos en nuestras manos la felicidad de nuestros hijos, de que cuando hablamos de su desarrollo y perfeccionamiento no debemos ocuparnos de esta o la otra de sus formaciones que se enlaza con el desarrollo de lo intelectual y de la voluntad del hombre, sino del sello y de la forma general que conviene aplicarles. ¡Cuánto debemos temer hallarnos sobre la vía que destruye el espíritu, y cuánto deben temblar interiormente aquellos a quienes nosotros abandonamos la educación de nuestros hijos, cuando razón verdaderamente mayor nos impide encargarnos de ella nosotros mismos! ¿Qué les incumbe hacer? ¿A cuál de ambos, de Dios o del hombre, prestarán oído los maestros? Y si pudiesen escuchar al hombre con preferencia a Dios ¿a quién engañarían, a Dios o a los hombres? No se atreverían a engañar a Dios; deben, pues, obedecerle y renunciar a educar a los niños, antes que educarlos mal. Sólo en el desarrollo general del hombre y del poder intelectual del hombre, según las leyes universales de la naturaleza y de la razón, se encuentra la felicidad, el bienestar del género humano. Toda otra marcha, impresa al desarrollo de la humanidad, obra de una manera nociva sobre su desarrollo. La educación doméstica, la de la familia, debe ser precisamente dirigida, en perspectiva de este desarrollo universal, de esta manifestación de nosotros mismos, por obras exteriores y visibles; así será verdaderamente el punto de partida del progreso humano, realizándose según las leyes de la naturaleza y de la razón.

La manifestación de lo intelectual del hombre producida por la sustancia, debe desde luego empezar por espiritualizar el espacio corporal que le rodea, dándole la vida, la condición y la significación intelectuales. Esta marcha del desarrollo se revela enteramente por la del mismo género humano. Lo que corporalmente ocupa espacio y aquello a lo cual debe unirse, desarrollándose y formándose, la manifestación de lo intelectual en el hombre, debe necesariamente asumir en sí, al exterior, las leyes y las condiciones de su desarrollo interior, y proclamarlas categóricamente: tales son las formas rectangulares, cúbicas, representadas por áncoras y por sillares de piedra cuadrados. Las figuras empleadas con la piedra no son ni exteriormente unidas para ser empleadas en la albañilería, ni desarrolladas, ni formadas, ni conformadas en su interior. La conjunción de los materiales, la erección del edificio es, para el desarrollo del género humano, lo primero de todo. Las primeras líneas que el niño traza, construyendo materialmente e inspirándose en sí mismo, son líneas perpendiculares, horizontales y verticales; pero pronto reconoce las leyes de la proporción y las del equilibrio, el más simple muro le guiará hasta el conjunto más complicado de edificios diversos y hasta el conocimiento de la menor de las sustancias en los mismos invertidas. La reunión de líneas trazadas sobre un cuadro divierte menos a los muchachos, que el manejo de pequeños palos que colocan y sitúan los unos sobre los otros. La tendencia general del espíritu humano por darse cuenta de sus actividades revélase asimismo en el joven. La reunión de las formas lineales no encuentran aún aquí su puesto. Pero como la marcha del desarrollo y de la perfección del hombre tiende sin cesar a alejarse del elemento material para espiritualizar todas las cosas, a los palitos que representaban las líneas sucede pronto el dibujo, y a la superficie plana suceden la pintura y los colores; entonces aparece el desarrollo material de las formas cúbicas, la forma propiamente dicha, la imagen.

Si desdeñamos el notar lo que cae bajo la vista y todo lo que se desarrolla en la vida, yendo de lo corporal, de lo exterior, a lo intelectual, a lo interior, siguiendo la marcha generalmente indicada al hombre por Dios mismo y por la naturaleza, ¿podremos preguntarnos de qué utilidad serían esos ejercicios para nuestros hijos? ¿Nos hallaríamos todos, en el punto actual de la formación general, si la Providencia obrando en silencio no nos hubiese abierto camino sin que lo supiéramos, y si todas las acciones y los esfuerzos combinados de los hombres no hubieran secundado sus designios? Y cuando el hombre debe reproducir en él las obras de la humanidad, recorrer de nuevo con su espontaneidad, su independencia y su criterio el camino de la humanidad, a fin de llegar a conocerla y aprender, por ella, a conocerse a sí mismo, ¿podríamos declarar, respecto de esta actividad del joven, la cual tiene por el espíritu y por la ley un objeto señalado, que aquel no haría ni empleará tal cosa o tal otra? Evidentemente que no: puede uno engañarse ahí, como se engaña uno en otras partes; pero lo que sabemos perfectamente es que nuestro hijo, al adquirir la actividad, lo ganará todo, el vigor, el criterio, la perseverancia, la reflexión, porque la ociosidad, el fastidio, la ignorancia, la incertidumbre de lo que hará, el estado letárgico del espíritu son los más temibles venenos para la infancia y para la juventud, mientras que hallamos en las condiciones opuestas el medio infaliblemente eficaz para la conservación de la salud física, moral e intelectual del hombre, como también para la garantía de la felicidad de la familia y de la sociedad.

La instrucción se verificará, pues, aquí como precedentemente; el verdadero punto de partida debe hallarse en el objeto de la enseñanza y el fin debe obtenerse por el objeto mismo.

El material para las manifestaciones de la construcción es desde luego una cierta cantidad de pequeños fragmentos de madera, cuya superficie tendrá siempre una pulgada cuadrada, y la longitud de una a doce pulgadas. Fórmense doce fragmentos de cada longitud, siempre de dos especies de longitudes, por ejemplo, uno y dos, dos y diez figuraran una plancha de un pie de base, y de una pulgada de espesor, de modo que todos esos fragmentos, reunidos con algunos mayores fragmentos, sostendrán una porción de madera de más de un medio pie cúbico: bueno es conservar estas maderas en una caja cuyo espacio interior tenga la magnitud susodicha. Esta caja de construcción será más tarde empleada de diversas maneras en el desarrollo de la enseñanza. El material siguiente consiste en fragmentos reducidos de ladrillo, de modo que ocho fragmentos constituyen un pie cúbico reducido, y que dos longitudes de pulgada sean aceptadas por una longitud real de un pie. En el primer material, los fragmentos de madera de la misma especie y de la misma longitud son en número igual; aquí, por el contrario, los fragmentos de madera que representan los ladrillos están en mayoría, y son en número por lo menos de quinientos, mientras que los de una longitud doble, triple, hasta séxtuple, son proporcionalmente en menor número: lo propio que los de media longitud. Precisa que el niño aprenda desde luego a distinguir, a nombrar y a clasificar los objetos de construcción según su magnitud. Conviene después, que oralmente determine lo que vaya a hacer; por ejemplo: «He construido un muro vertical muy alto, con bordes verticales y aberturas, verticales también, para puertas y ventanas.» De la construcción de un simple muro pasa a la de un edificio cuadrado, que no tenga desde luego más que una puerta; después el número de puertas y de ventanas del edificio se acrece sensiblemente; pronto aparecen paredes interiores que separan los cuartos, y el edificio de un solo piso en un comienzo, ve sucesivamente nacer muchos pisos.

Lo propio para las construcciones por medio de líneas sobre el cuadro.

Las construcciones con los palitos de media pulgada a cinco pulgadas de longitud, presentan también una gran variedad en su empleo, sea para la escritura, para el dibujo o para la construcción.

Las formas obtenidas por medio de la pasta blanda, exigen ya un cierto grado de fuerza intelectual; hállanse igualmente sometidas a las leyes ya enunciadas; digamos además, que están reservadas principalmente para niños de una edad más avanzada27.