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Iniciación en los colores, en su diferencia y en su similitud por medio de su manifestación en espacios determinados. Iluminación de figuras hechas al contorno, etc.


Todos aquellos de nosotros que no son enteramente extraños a la vida del niño, se han convencido de que los niños, y sobre todo el adolescente, sienten la necesidad real de conocer los colores, con sus mutuas relaciones, y de que a este fin se ocupan aquellos mucho de los colores o de sustancias coloreadas; todos recocemos que incumbe a la edad actual del adolescente, como a su edad anterior, el tratar de crear muchas cosas por medio de los colores. ¿Y podría suceder de otra suerte? Ya el principio general de toda rectitud en el niño, sus fuerzas y sus disposiciones; sus aptitudes, en una palabra; la generalidad de la vida que aquel se siente excitado a desarrollar, a ejercer citar toda individualidad y bajo toda forma posible, exigen que así sea. Su sitio halla aquí una segunda consideración; pero sin que pueda dársele una determinación precisa: es la del desarrollo intelectual en sí. ¿No son todos los colores determinados más o menos por la acción de la luz que se extiende sobre todas las cosas? Los colores y la luz están en íntimo enlace; ¿y no se enlazan también los colores y la luz, lo más íntimamente, con la actividad de la vida, con la elevación y la trasformación de la vida? Y esta vida y esta luz, aunque sea la luz terrenal, ¿no revelan luz celestial en la que aquellas encuentran su existencia y su conservación? Esta elevada significación del color, no definida aún, pero sin embargo presentida por el joven, que la mira como una forma, una materialización del ser de la luz terrestre (la luz solar), y su aspiración hacia el conocimiento de ese ser, son los activos o internos resortes que le impulsan, sin que lo sepa, a ocuparse de los colores; la experiencia que nos suministran los niños de esta edad, es para nosotros una garantía de esta verdad. Solemos decir, algunas veces, que el colorido, la combinación de los colores, es lo que el niño ama y busca, y no nos engañamos; ¿pero qué es el colorido, la combinación de los colores, sino el efecto de un principio (el de la luz) en sus diversos fenómenos (los colores)? ¿No es ello por ventura la acción de una cosa (la luz) representada por formas variadas (los colores)? La combinación de los colores, en cuanto es cosa exterior, es necesariamente lo que atrae la vista del niño y lo regocija; ¿pero ese colorido, sino fuese más que una cosa exterior, podría satisfacer al niño? Creerlo así sería engañarse muchísimo. Una cosa, considerada meramente bajo su aspecto material, no alcanzaría a dar al niño esta satisfacción interna que su alma busca en todo lo que lo rodea. Lo que el niño, ante todo, solicita, es el descubrimiento del enlace interior del objeto con su ser propio; ¿y no nos atrevemos, con harta frecuencia, a decir al niño enojado y descontento: «Dime lo que quieres; tú tienes esto o lo otro, y no estás aún contento.»? -¡Ah! es la unidad en la vida, es la expresión de la vida, es el enlace en la vida, es, sobre todo, la vida interior lo que el niño, el adolescente, busca en todas las cosas; he ahí por qué los colores le seducen tanto; sin saberlo, encuentra en ellos la unidad en la pluralidad y el enlace interior; pues si le gustan los colores en su conjunto y en su unión, no es sino para llegar, mediante los mismos, al conocimiento de una unidad interna. ¿Pero cómo, descuidando de atribuir a los colores esta significación importante, contrariamos esa tendencia humana, en la edad del adolescente, sino abandonando al azar el desarrollo de su inteligencia por el empleo de los colores? Damos, es cierto, colores y pinceles al niño, como puede darse a los animales tal o cual pasto, creyendo ofrecerles el que les es agradable o ventajoso; mas el niño, sin concederles más valor que si fueran juguetes ordinarios con los cuales no sabe qué hacer, rechaza lejos de sí colores y pinceles, como el animal rechaza el pasto que las condiciones de su naturaleza no reclaman.

¿Qué conclusión deduciremos de ahí? Que el niño no sabe aún dar al color la vida y la unión exigidas, y que nosotros descuidamos de venir en su ayuda para proporcionarle los medios para ello.

Por separadas y diferentes que entre sí sean la forma y el color, no dejan de ser para el niño una cosa no dividida, no separada; son entre sí lo que son entre sí el cuerpo y la vida; hasta parece que la inteligencia de los colores para el adolescente, y tal vez para el hombre mismo, se adquiere sobre todo por mediación de la forma, como también las formas se nos aparecen más comprensibles, más palpables, por mediación de los colores. Conviene, pues, que la inteligencia de los colores se una a la de la forma, y que, recíprocamente, el color y la forma constituyan, en un principio, una unidad indivisa.

La forma y el color aparecen al niño como un todo indiviso, y, como esta noción le ayuda a llegar a penetrar la esencia del color y de la forma, precisa para obtener éxito dar al hombre la inteligencia de los colores por la instrucción, por la intuición y por la manifestación; tomar en consideración estas tres cosas: desde luego, que la forma empleada para representar o para dibujar bien una cosa, sea simple y determinada; después, que los colores sean concretos y distintos, y que se acerquen, todo lo posible, al color de los objetos de la naturaleza; en fin, que los colores se empleen, como la naturaleza nos lo muestra, en sus relaciones entre sí, en su oposición o en su combinación. Al emplear así los colores, se cuidará igualmente aquí de unir para esos ejercicios la palabra determinante a la acción; se enunciarán desde luego los colores puros en sí mismos: el encarnado, el verde, etc., y se añadirá en seguida la calificación de: oscuro, fuerte, claro; se nombrarán también los colores simples y su mezcla. Una doble observación debe hacerse aquí: refiérese a la relación de los colores con los objetos, en cuyo caso el objeto añade su nombre al del color, determinando así el género del color, al recordar el objeto para cuya representación aquel sirve: por ejemplo, amarillo-azufre, azul de cielo, etc.; esta observación se refiere también a la relación de los colores entre sí; dícese rojo-azul, rosa-púrpura, verde-amarillo, etc. Conviene sobre todo que las determinaciones de los colores reciban su aplicación a los objetos de la naturaleza en los cuales aquellos se encuentran; bien sentado esto, esas determinaciones podrán igualmente aplicarse a los colores de otros objetos. Los nombres de los colores, procedentes de los objetos, deben en cuanto sea posible, sacarse del objeto mismo; así para el azul-violeta, se pondrá a la vista del alumno la violeta de marzo, la violeta común. No nos extenderemos aquí más sobre la determinación de los colores; importa solamente, en este momento, que aquella sea clara y bien precisada.

Se hará desde luego ejercitar el alumno en el empleo de algunos colores simples tan sólo, pero que le serán definitivamente determinados; después se le dejará que busque por sí mismo los colores intermedios.

No conviene que sea muy limitado el espacio en que el niño pinte en un principio. Estos ejercicios a su vez tienden a dar al adolescente la intuición de la naturaleza; porque aquí, como siempre, la enseñanza debe referirse a los objetos que rodean al alumno, y emanar de ellos naturalmente. Bien que las hojas, las grandes flores, las alas de la mariposa y las del pájaro, los cuadrúpedos y los pescados tengan colores bastante vagos y poco determinados, útil será el presentarlos como modelos al joven pintor, porque al probar a reproducir los colores que les son peculiares, notará todos esos objetos con la mayor atención; por lo demás, se le excitará por medio de algunas preguntas como estas:

«¿Cómo lograré pintar el tallo de este arbusto o de esta flor? ¿Qué color daré a esta hoja?, etc.»

Cuanto más espontánea o independiente del objeto sea la inteligencia del color, tanto más se manifestará el color bajo formas determinantes. Si el color es conceptuado como del todo espontáneo, abstracción hecha de la forma, ésta debe hallar puesto en la enseñanza, y el color a su vez reaparecerá por sí mismo y como conducido por la forma. Hay que servirse también, para esas manifestaciones de los colores, de una red de cuadrados trazados esta vez sobre papel, y se emplearán sobre todo los colores vegetales.

Describamos aquí lo que nos fue dado por nuestros propios ojos; las circunstancias no se inventan, se aprovechan.

Una docena de muchachos de la edad de aquellos a quienes esta enseñanza conviene, rodean a su maestro como los corderos a su pastor; a la manera que éste conduce su rebaño por los frescos pastos, aquél guía también el suyo por las alegres y risueñas llanuras de la actividad humana; el sábado trae la ordinaria suspensión de clase; se está indeciso sobre lo que se hará para emplear bien las horas de asueto.

«Veamos, amigos míos, dice el maestro; ocupémonos de la pintura; es cierto que habéis pintado, con frecuencia, muchas cosas; pero la pintura tal como la hacíais, no os gustaba, y la razón es sencilla, porque aquella pintura no era ni clara ni bien ordenada; veamos si logramos hacerlo mejor. Pero ignoro que es lo que haremos con facilidad, pues no hemos aprendido aún nada, y supongo que vale más empezar por un color solo.»

El maestro y los alumnos buscan entre las flores, las hojas y los frutos, cuáles serán de más fácil reproducción por el color.

Elígense las hojas, porque los árboles cuyas hojas amarillentas, rojas u oscuras se desprenden de la rama, con un ligero murmurio, cubriendo el suelo, rodeando el pie del árbol con un tapiz matizado de diversos colores; esos árboles hablan muy alto al espíritu del niño, y no es ciertamente una fortuita casualidad lo que le hace tejer esas guirnaldas de hojas que lleva consigo a su casa.

«Ved los contornos de las hojas, dice el instructor, miradlos bien: ¿qué color les daremos?

»¡Verde! ¡Encarnado! ¡Amarillo! ¡Oscuro!

»¿Qué hoja haremos verde? ¿Cuál encarnada? ¿Cuál amarilla? ¿Cuál oscura?

»¿Y por qué ésta amarilla? ¿Por qué aquélla encarnada?»

El maestro distribuye entonces los colores, que están contenidos en pequeñas pastillas o sobre pequeños fragmentos de vidrio cuadrados; pueden también darse desde luego a los alumnos los colores en líquidos.

Lo primero que hay que buscar aquí es la juiciosa inteligencia del color; superfluo nos parece añadir que el alumno no logrará, desde el primer ensayo, dar a las hojas exactamente su color; hasta será necesario mucho para que lo logre; no se trata aquí de la manifestación del objeto, sino con relación a la inteligencia del color y al manejo de su sustancia. No nos ocupamos, por ahora, más que de extender el color en una cierta medida y dentro de ciertos límites. Se sobrentiende que la buena actitud del cuerpo que facilita la libertad de los movimientos del brazo, de la mano y de los dedos, debe ser también objeto de una rigurosa vigilancia.

De las hojas se pasará a las flores. Elíjanse en particular flores monopétalas, flores que posean un color bien definido, bien determinado; por ejemplo; las flores de campanillas azules, las primaveras amarillas; los narcisos amarillos; las flores más sencillas serán preferidas a las demás; podrán reproducirse bajo diferentes aspectos, vistas de frente, o por uno o por otro lado.

Abandonando las flores y los objetos de un solo color, adóptense otros que tengan dos colores; pero dos colores bien distintos, bien determinados, como, por ejemplo, las anémonas, los ranúnculos, las flores de fresa silvestre. Pásese al punto a las flores y a los objetos que tengan tres colores.

La inteligencia tan exacta como sea posible de los colores, su reproducción, y su enunciación por la palabra tienen por objeto el formular más y más las aspiraciones del niño. Aunque a esta edad parezca aún muy débil e imperfecta la facultad creadora, o más bien imitadora, no por eso es menos necesario, para que aquella produzca todos sus frutos en el porvenir, hacer ejercitar al niño en la pintura, de una manera bien precisa y bien determinada.

Los colores, al hacerse por sí propios más y más independientes de la forma, aparecen más espontáneos y exigen también una observación más particular; el alumno se ocupará tanto más tiempo con los colores, cuanto más verdaderamente se haya apropiado el ser y la impresión de los mismos; pues él quiere dominarlos, sometérselos, y comprende que no puede lograrlo sino conociéndolos y empleándolos como hasta entonces los conocía y empleaba. De ahí la necesidad de la manifestación de los colores sin la presencia de la forma determinada, y en cuadrados trazados sobre el papel.

El primero de estos ejercicios consiste en extender los colores sobre espacios extendidos gradualmente, sobre pequeños espacios al principio; después serán mayores, ora continuos, ora interrumpidos; el mismo color cubrirá uno de los cuadrados tan sólo; luego dos, tres, cuatro y hasta cinco cuadrados... Por este manejo, la propiedad de cada color se hará muy comprensible para el alumno.

Estos ejercicios comienzan por el encarnado puro, el azul puro, el amarillo puro.

Se agregarán al punto otros ejercicios con los colores intermedios: verde puro, amarillo de oro puro y azul violeta puro.

¿Por qué comenzar cada serie por el encarnado y el verde?, se nos preguntará.

Porque la experiencia nos ha enseñado que son los dos colores preferidos por el alumno, y que gusta de verlos a la cabeza de cada una de las series.

No se había empleado hasta ahora más que un color para llenar las superficies de cuadrados, que se siguen los unos a los otros, en longitud o interrumpiéndose.

Podráse asimismo extender los demás colores simples hasta el número de seis, o inspirarse en los ejercicios precedentes para crear una multitud de otros ejercicios.

Aparezca ahora la sucesión de los colores que van del azul al verde, al color dorado, al rojo, al violeta; que estos colores son los más expresivos y, con mucho, los más en armonía con la naturaleza.

Las últimas apariciones del color para este grado de desarrollo son cuatro colores fundamentales, análogos a las dos líneas fundamentales en el sistema lineal; emanan todos de una misma ley, atraen la sucesión de los colores según un centro regulado por todas las diferencias indicadas en la red de los cuadrados.

Estos cuatro colores fundamentales aparentan desde luego una diferencia esencialmente doble.

Las diversas superficies coloreadas, análogas y rectangulares, son continuas y unidas entre sí por los lados largos, en dirección vertical y dirección horizontal; parecen muy aparte las unas de las otras, o bien las superficies diferentemente coloreadas son interrumpidas; sólo por ciertos puntos los cuadrados del mismo color se tocan en la dirección de la diagonal de la red, y los cuadrados diferentemente coloreados e interrumpidos se reúnen también entre sí en dirección de la diagonal; de manera que se encajan en direcciones transversales.

Cada uno de ambos colores es en sí propio, así como las líneas fundamentales, doblemente diferente, y refiérese, sea a un centro visible que de aquel mismo depende, sea a un centro invisible que lo encierra y lo envuelve.

Terminaremos aquí la enseñanza de los colores para este grado del desarrollo del alumno. El descubrimiento libre y espontáneo de los colores, con arreglo a las leyes dadas por la marcha de la enseñanza y emanadas de la cosa misma, es idéntico al descubrimiento de las figuras en la red de cuadrados de la pizarra; la más desarrollada inteligencia de los colores y de sus gradaciones, la inteligencia y la imitación de las formas de la naturaleza en la exposición de la marcha de la enseñanza que debe seguirse para el desarrollo de la inteligencia y de la reproducción de los colores, corresponden a los grados siguientes de la enseñanza.

Por limitado que aún sea el círculo en que hasta aquí se encierra esta enseñanza, no deja por eso de producir una viva impresión en el niño; como el canto, eleva el sentimiento del hombre, vivifica su inteligencia para la percepción de los colores en la naturaleza, y le hace conocer mejor la vida y la naturaleza. Con anticipación ha adquirido la comprensión de toda otra enseñanza y de toda vida exterior, aquel cuya inteligencia interior tiene, bajo los ojos de su juventud, lo que reclaman la naturaleza y la vida.